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San Juan Bautista de la Concepción
Obras II – S. Juan B. de la C.

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CAPITULO 27 DOS MESES MÁS EN ROMA

 

 

1.         «Mil enredos» del demonio

 

            [125v] Dende el día de a este glorioso sancto hasta demediado octubre, que fueron justos dos meses, zarceó harto el demonio procurando, como raposa, mill enredos y rodeos para estorbar mi venida. Cierto, mis hermanos, que yo no sé para qué me scribo esto ni de qué ha de servir. Podría haber algún tiempo, que yo no sé, en que se vea dó b iban enderezadas algunas piedras que el demonio tiraba. Digo que, como ahora somos pocos y no tan sanctos como Dios nos quiere, parece mucho encarecimiento y mucho caso el que hago de las acechanzas del demonio. Podrá ser venga tiempo en que haya muchos y muy sanctos, en quien tenía el demonio c puestos los ojos cuando en mí apretaba los cordeles.

 

2.         Interés por otras reformas. Los agustinos recoletos

 

            Y para que ahora algo se vea, confieso delante de mi Señor Jesucristo esta verdad: que, cuando a mí me apretaban y afligían así corporal y espiritualmente, que para todo este peso que estaba puesto en esta balanza, como queda dicho y luego diré, que en la balanza contraria que me animaba y persuadía a la perseverancia, y antes dejar mill vidas que apartarme de ella. Demás de la certidumbre evidente que en mi alma estaba del bien de nuestra reforma y Religión, y todo lo que ha pasado y más hubiera habido si más nos hubiéramos dispuesto, demás de eso, puso Dios en esta balanza lo que diré (y algo de ello he dicho a pocas personas spirituales y ahora lo confieso): que, demás de esa certidumbre que tenía y bien puesto en estos trabajos y perseverancia, tenía que, si yo perseveraba, que los padres agustinos, que en Roma estaban también negociando su reforma 1, no se cansarían, antes, con la perseverancia de un hombre tan flaco, ellos se animarían.

            Y así fue: [126r] que, cuando me vieron venir de Roma con nuestro motu propio, se animaron y encendieron en fervor y nuevos deseos; y enviaron nuevos frailes para que de nuevo trabajasen y dineros. Y nuestro P. Fr. Juan de Vera, que al presente es provincial 2, me llamaba muchas veces y decía: —Venga d acá, dígame, por amor de Dios, ¿cómo


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negoció? ¿Qué hizo? ¿Habló al papa? ¿Por qué medios? 3 Y otras preguntas llenas de ansias, haciéndosele las horas años para ver sus letras sacadas. Yo no tenía otra respuesta más de la que daba el ciego a quien Cristo dio vista: que, haciéndole muchas preguntas de cómo habíe negociado con Cristo tanto bien como tenía, siendo ciego dende la natividad, que tuviese ojos y viese, respondió: —Yo no sé cómo, sólo sé decir que yo nací ciego y ahora veo; él hizo lodo y me lo puso en los ojos y me mandó lavarme, y ahora veo e 4. Eso propio podré yo decir: que yo sabía de eso tan poco, que era más que ciego, porque acerca de mi negocio yo no sabía ni aun echar un memorial de dos ringlones. Lo que sé decir, que me puso Dios bien del lodo con hartos trabajos, y ahora veo que traigo mi motu propio y veo la obra de Dios hecha. Y no hay que preguntarme otra cosa, que ni ahora, que estoy a mi parecer más en mi acuerdo, no lo sabré decir.

            Con este exemplo de ver un hombrecillo solo sin dineros, y que ni aun figura de hombre no creo que traía, traía letras en que venía todo lo que se podía desear, se animaron y perseveraron; y si no fue el todo, fue parte para que ellos concluyesen y alcanzasen su separación. Y ahora son muchos y grandes sanctos y están de por sí y segregados de los padres del Paño 5. Y nos queremos mucho y nos amamos como hermanos de un vientre.

 

3.            Beneficio para los carmelitas descalzos

 

            [126v] Y un mismo tiempo tenía presente notables mejoros que de aquí se habían de seguir a los padres carmelitas descalzos. Que, aunque ellos se son grandes sanctos, nadie lo es tanto que no lo puede ser más. Y cuando mucho lo sean, es muy ordinario a los prelados poner exemplo en la virtud ajena, aunque no sea tanta, encareciéndola para con los propios.

            Y confieso (que cierto que no sé cómo me digo esto) que, después que estoy en España y tenemos conventos, en grandes trabajos interiores que he padecido, uno era por una presencia que traía de que, en los capítulos que hacían los padres carmelitas descalzos, traían por bordón y reprehensión para sus frailes, en el sentido que arriba he dicho de que con menor virtud encarecida se incitaba y excitaba a más la mayor, y que decían los prelados en sus capítulos: ¿Qué es esto, que unos frailecillos de ayer venidos (que es vergüenza tomarlo en la boca) nos lleven ventajas y ellos vivan, etc., y de ellos se diga, etc.? ¿Qué es esto, mis padres? Y otras cosas, que no es bien yo scriba aquí sus capítulos.

           


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Yo no sé que esto hayan dicho, pero digo la f representación g de ello que tenía cuando estaba en Roma y cuando allá y acá padecía: que padecía y me castigaban por esto y por la emulación que podían tener de que no se les levantasen indoctos que les arrebatasen el reino del cielo 6 a quien, por tantas causas y justas, se les debían.

 

4.         Por vía de emulación

 

            No juzguemos ahora lo interior, que mi Dios sabe cuán malo yo soy y cuántas ventajas nos hace todo el mundo. Pero sólo miremos el exterior. [127r] Díganme, ¿cuánta diferencia hay de no haber más de uno o unos que entiendan en una obra (ora sea para lo de Dios, ora para lo del mundo) o haber muchos? Que, si éste se descuida, el otro ha de coger lo que a él se le cayere. Y más, que, cuando hay pocos de un officio, se ensanchan y piden y quieren más paga. Que obras (particularmente las de Dios) hechas por paga, pierden h gran parte de sus quilates. Y habiendo muchos officiales, bajan el precio y abaratan; piden menos y trabajan más de balde. Que ésas son las obras que Dios más estima: las más desasidas de interés.

            Más, cuando el otro vea que hay otros que sirven a Dios como él en el propio hábito, si acaso tenía algunos pensamientos de i presunción, altivos o de gloria vana, se le cain viendo que él no tiene de qué se gloriar por aquello que hace, que otros muchos hay que andan vestidos de aquel ropaje y librea. Y la vana gloria, si acaso la tenían, la truecan por gloria verdadera, que está y consiste en sólo querer y servir a su buen Jesús.

            Más, cuando un fraile descalzo de los antiguos va por esa calle y topa a uno de los nuevos, ¿no es llano, so pena de no ser de los perfectos, ha de pensar dos cosas? La primera: todo lo nuevo agrada, siendo esto nuevo, muy agradable debe de ser a los ojos de Dios. Y así tendrá celos de que haya otros a quien Dios quiera más. Lo segundo, debe pensar que aquel que trai j la aspereza de su propio hábito, debe de ser mejor que él. Ves aquí la envidia sancta: cuando vuelva a su casa y entre en su celda y se ponga a solas con su buen Jesús, sus amorosas quejas, fundadas en parecerle que ya él es de los desechados y de los de afuera, buscando nuevos modos como le agradar y servir para que [127v] nadie le lleve la ventaja.

            Y más, que es ordinario que los nuevos, so pena de no serlo, parece ponen su mira en hacer algo que los otros no hicieron. Y yo confieso de mí (no sé si es soberbia) que muchas veces he dicho en los capítulos a los hermanos, deshaciendo lo que hacen: —Eso todos lo hacen; ¿no hemos de hacer algo en particular? Ahora, pues, viendo los antiguos


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en algo adelantados a los modernos, llano es que no lo han de consentir, sino que, so pena de no ser quien deben, deben hacer aquello y algo más. Esta es la sancta emulación, de quien dice, creo es san Pablo: Carismata k meliora 7. Y así, vengan muchos ángeles por mi alma, ¡cómo de estas cosas ha habido muchas entre los padres carmelitas! Y adviertan en qué forma lo digo: que es que, siendo propiedad del justo tener a su hermano por más justo, en esta virtud suya fundo yo la emulación, y no en la poca que hay en nosotros.

 

5.         Varias razones de esa santa emulación

 

            Séase lo que se fuere, yo digo lo que por mí pasó. Tómenlo o entiéndanlo como mejor l les pareciere. Que parece ha de haber quien sienta diga esto, aunque sea con tantas explicaciones, pareciendo no hay de qué tener envidia. Y es verdad: que yo de mí digo que soy tan malo, que no hay que emularme. A lo menos, no me negarán que ante los ojos de Dios es de grande estima no ser estimado ante los ojos de los de la tierra, y ser pobres y menesterosos y desacommodados.

            De esto hay harto en estos pobres rinconcitos, donde al presente vivimos y estamos. Y cuando no nos envidien los sanctos que entre ellos estuvieren lo poco bueno, envidiarán [128r] lo mucho de pena, trabajos y cruz que cada día viene por nuestros rincones sin haber quien nos diga una palabra. Que de esto estamos tan retirados, que hoy me reía m viendo que el portero está tan enseñado a no ver hombres que cualquiera que venga se le hace grande y, cuando lleva el mensaje, dice: —Aquí está un caballero; aquí está un personaje grande.

            Y de mí digo que me parece me hace la vida de gracia el que se quiere abajar a hablar conmigo; y que, hablando algunas veces con el señor duque de Lerma 8, no sé qué le digo ni cómo me estoy. Y esotro día dije a su hijo 9: —Excelentíssimo señor, en lo que errare, le suplico me enmiende como a un pobre criado de casa, para que con esto yo pierda el temor, con confianza que, si errare, vuestra excelencia enmendará mis yerros. No nos metamos en decir de esto y de esta poca commodidad que nuestros conventos tienen, que sería nunca acabar.

            Por lo menos, los sanctos que entre ellos se ven, [están] en sus casas acommodados, tenidos, estimados, visitados y, aunque dentro de los límites de su regla y aspereza (como dicen), a qué quieres n boca. Acá podemos comer pescado cuando nos lo dan por amor de Dios, pero eso sabe Su Majestad cuándo lo darán; y de lo que podemos, no podemos comer porque no lo tenemos. Claro es que esto no me pueden negar que o sus sanctos nos lo han de invidiar y emular. Dirán: —Hermano,


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no harán, porque, aunque lo tienen, están muy desasidos de ello y p viven en ello como si no lo tuviesen. Respondo que muchos sanctos podían estar bien acommodados, y temieron de su flaqueza y dejaron la commodidad y se fueron a los desiertos, donde, cuando querían padecer [128v] el trabajo, podían y, cuando no querían, hacían de la necesidad virtud; y así tenían tomados los puertos a todo el hombre, fuerte y flaco. Y aun el mismo Cristo: que, cuando Su Majestad viviera con todas las commodidades del mundo, no había de pegar su corazón a ellas, llano era. Y, con todo eso, no las quiso, antes nació en un pe­sebre q.

            Porque, ni en burlas ni en veras, yo no las hallo buenas para un religioso. La carne fresca, sana y que güele bien, ponerla al sol y olerá mal. Así, la meten en una cueva, para que allí se conserve. Un fraile sancto y bueno, acommodadlo, estimadlo, tenedlo r, honradlo, metedlo donde el mundo le haga grande aplauso s. Yo os prometo que, si no fuere hoy, que sea mañana cuando, si no oliere muy mal, güela algo o esté sentido. Y por eso digo yo que los varones penitentes han de estar metidos en cuevas, que allí se conservarán y no les nacerán gusanos que, muy sin sentir, les roan la vida spiritual.

            En verdad que, si un religioso no tiene túnica con que remudarse, que ha de dejar comer los piojos por amor de Dios; y que, si no tiene con qué de noche abrigarse y el frío le tiene dispierto, que será muy necio si no se va delante el Sanctíssimo Sacramento. En t verdad que, si no tiene el padre docto con quien tratar y comunicar sus cosas, que las ha de ir a tratar con Dios y a confesarse con él. En verdad que, si no hay señuelo que traiga seglares a casa con quien parlar, que ha de ganar tiempo para Dios. En verdad que, si entra el frío, [129r] el aire y el sol por el tejado vano, que se ha de recoger dentro de sí.

            No tratemos de esto, que de esta fruta buen peso ha dado Dios a nuestra sagrada Religión. Y si esto es de estima, como lo es, a los ojos de los justos, llano es que, cuando en nosotros no haya qué envidiar y emular, que esto ha de ser deseado y envidiado. Yo soy testigo que muchas veces muchos, y entre ellos, el P. Fr. Leonardo 10 me ha dicho muchas veces a mí: —Padre, que vuestras reverencias gozan del bien que gozamos; ¡pluguiera a Dios siempre corriera aquel tiempo! Y otras cosas semejantes a éstas. Luego, cuando no sea más de dispertarles la memoria antigua y amar para la comunidad la pobreza que ahora debe cada uno de tener, les hacemos provecho. Y más, que, siendo ellos sanctos, la humildad y virtud que ahora nosotros podemos hacer (si acaso) por necesidad, ellos no deben juzgar esa fuerza y la u han de imitar por voluntad.

           


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Sea por do quisieren, disimulémoslo con las retóricas y razones que lo quisiéremos colorear, a estos sanctos padres les es y ha sido de mucho provecho. Esto es cierto, yo no sé en qué ni cómo. Y este provecho que a ellos les ha venido, yo lo pagué en Roma y fuera de ella, perseverando y siendo perseguido. No estoy muy cierto si este pensamiento y presencia lo traté y comuniqué con el P. Fr. Juan de san Jerónimo y con el prior de aquel convento. Sé decir que lo he dicho y no sé bien a quién. Porque cosa por mí no ha pasado, no que la publicase, que de eso tenía muchos miedos, pero que a alguien en confesión no lo hubiese dicho, porque el tormento y aflicción no me lo dejaba disimular; y también para que me dijesen no fuese tentación o soberbia scondida.

 

6.         La reforma de los mercedarios

 

            [129v] Lo tercero, claramente, con la certidumbre que veía nuestra reforma reformada, veía que, si se hacía, era cierta e infalible la de los padres mercenarios. Y antes que ellos lo pensasen, contando un día mis trabajos a una monja sancta en Alcalá que llaman «la agüela» v, diciéndole lo que había padecido, no sé cómo le dije: que no había de padecer, que se han de reformar los padres de la Merced y otras muchas religiones, no digo bien, todas cuantas hay en la Iglesia de Dios.

            Y porque concluyamos con estos sanctos padres que ahora tratan de eso en la orden de Nuestra Señora de la Merced, digo que, estándolo tratando un día en casa de la señora marquesa [sic] del Castellar 11, aquí en Madrid, los animé y les dije que, si era menester, iría yo otra vuelta a Roma por ellos w, y que era cosa llana el hacerse. Pero no sabía yo con qué medios. Y confieso que, el día primero que se pusieron el hábito en casa de la señora condesa del Castellar 12, de mis aprietos interiores se me quitaron a mí hartas arrobas, por ver que lo que interiormente padecía por nuestra reforma y por las demás no era mentira, pues ya los veía yo reformados.

 


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7.         Deseo de que se reformen los dominicos

 

            Pues no acaba en ésta x, que ya digo y protesto esta verdad, que así la entiendo delante de mi buen Jesús y: que se han de reformar todas. Y ahora entiendo que la primera que ha de entrar, ha de ser la de sancto Domingo.

            Esta la consideraba en esta forma: que, como frailes honrados y graves, decían: —¿Qué es esto? Frailes trinitarios, unos hombres, etc., que se levanten, los estimen, los quieran y reverencien [130r] sólo porque con veras se quieren llegar a Dios, ¡quién imaginara y z entendiera! Esto ¿no es afrenta nuestra?

            Y esto, aunque en lo esterior no lo confiesan, en lo interior lo mascan. Sacan fuerza de flaqueza y ponen ahora la gravedad en decir que una religión tan grave que no se ha de reformar. Yo confieso que es sancta y sanctíssima, pero qui justus est, ut justificetur adhuc 13. Ellos ya enpiezan por las monjas, que es la parte más flaca 14. Todo se andará. Y si yo estuviera desocupado, sabe Dios tenía intento de buscar dos frailes suyos y darles a un convento nuestro para que enpezaran, que medios tiene Dios para engañar la poderosa contradición que para esto tienen y tendrán. Lo que veo es que, leyendo su corónica, leí allí unos capítulos de unos sanctos que quisieron enpezar; y solos sus pensamientos y unas poquitas de diligencias que hicieron, son allí alabadas y estimadas 15. ¿Por qué no lo ha de ser ahora en los que Dios diere ánimo para que lo enpiecen?

            Todo esto he dicho b en ocasión que no parezca encarecimiento de lo que el demonio inventaba y hacía para estorbar nuestra sancta reforma, pues en ella había todos estos barruntos. Y para él no serían sino silogismos claros que él haríe: Si quien es nada y vale menos esto hace, ¿qué harán los que son mucho y pueden más? Y así, en nosotros no sólo vería su mal, sino en las demás religiones. Que, cuando ellas en negocio de virtud y sanctidad se lleven la gala y la delantera, bien puede Dios haberle dado a la nuestra el hallazgo y la incitación para las demás. Que el que toca el silbo en la guerra y suena la caja, no por eso deja de ser [130v] valiente, aunque no mate moros, que, en fin, animó e incitó a los demás y con su ruido acceleró y causó brío a los nuevos soldados; y así se le paga y da premio y honra como si fuera fuerte soldado. Visto se ha hallar c un pobre una mina y, por no tener caudal para beneficialla, entrar otro hombre rico y sacar grandes riquezas; pero no por eso le dejan de pagar el hallazgo y agradecerle


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su dicha. Esta debiera Dios de poner en el principio de esta sancta reforma, cuando el demonio le rechinaban los dientes y cercaba y rodeaba a la triste ovejilla mal vestida y desabrigada.

 

8.         Las asechanzas del demonio

 

            Y no paró en lo hecho, que, como digo, habiéndose sacado el propio motu día de san Bernardo d, yo no estuve para me poner en camino hasta demediado octubre; no obstante que, demás de ser yo causa de que luego no me viniese, muchos meses antes también lo había sido para que no se sacase. Que, ya digo, mi vida estaba e tan llena de variación de cosas, que no habíe quien me entendiese. Ni ahora sé cómo me acierto a scribir esto, ni sé si lo han de entender. Ello parecerá, senténcielo el que tuviere más atención que yo, que luego olvido lo que scribo.

            Ahora, pues, entre otros embrollos, los que en estos dos meses me sucedieron, muy suficientes, al parecer, para no me entregar el motu propio, fueron que ya el demonio me quería llevar por bien y por amistad y por otro camino. Que, si sólo las hubiera conmigo, hartas veces me engañara, y plega a Dios no me engañase, pero habíalas con Dios, que sabe [131r] los engaños. Y si algunos hizo a mi persona, Su Majestad los deshará por do él se sabe. Y si Moisés da lugar a que los magos de Faraón con sus hechizos inventen serpientes, la vara de Moisés se las tragó todas y quedó la victoria por de Moisés f 16. Y, en fin, en fin, sagitae parvulorum factae sunt plagae eorum 17. Son saetillas de niños, que por hierros tienen alfileles, que cuando mucho rompen el pellejo y se quedan muy por de fuera.

            Y en otra parte, a estos daños y males los llama navaja: Sicut novacula acuta fecisti dolum g 18. La navaja, aunque corta el cabello y rae la cabeza, déjala más hermosa. Y así hace el demonio con sus enredos: que sólo, de la obra que persigue, corta lo superfluo; y al cabo, la deja más limpia de polvo y paja y más hermosa.

            Quien ve trillar una parva y ablentarla, o avelarla que dicen, cuando la trillan parece la muelen, deshacen y desprecian. Y entonces la stiman, porque de aquellos golpes y apreturas del trillo y de aquel pisarla las bestias se apura el trigo, deshace la paja y despide el grano. Cuando se ablienta y levanta en alto, entonces que parece lo arrojáis y echáis al aire, entonces lo apuráis, ahecháis y apartáis del polvo y paja. Así, nadie se asombre, cuando vea obras grandes, que consiente Dios las bestias del infierno las trillen y pisen, que, aunque parece que se desprecian, entonces se apuran y quiebra la paja y aparta el trigo. Cuando


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parece que Dios la desfavorece, aparta de sí y arroja al aire, entonces la ahecha, apura y hace libre de polvo y paja.

            Miren cómo, por amor de Dios, nunca los malos ni lo malo es estable y permaneciente. Pues ¿qué hace Dios cuando los malos y lo malo está mezclado con lo bueno? Déjalo Dios con sus largas. Y en esa larga de tiempo se consume lo malo, se queda y permanece lo bueno. Las aves que crían sus hijuelos, no los sacan a volar aunque los ven vestidos del primer pelo, que llaman pelo malo, sino dan lugar a que les nazca otro verdadero y de dura. Así aguarda Dios en sus obras a que estén vestidas con circunstancias h y adorno que les sirvan de pluma, que vuelen, si fuere necesario, por todo el mundo.

            Y aun el agua [131v] turbia aguardáis que se aclare y asiente, y luego la tierra ella con su peso se va abajo, y queda el agua pura y clara. Pues el demonio con sus enredos procura, en medio de las obras de Dios, revolver y mezclar acechanzas, para que, así turbias, en ellas no se pueda ver el rostro de Dios ni si es obra suya y también para estorbarle tan suave y amorosa venida. Pues, viendo esto, nuestro sapientíssimo Dios da tiempo y lugar para que la tierra se vaya al suelo, que, en fin, como estas cosas de satanás son pesadas, ellas irán a lo fondo; y quedará el agua cristalina y la obra de Dios apurada, donde, como en agua clara y espejo cristalino, el sol de justicia hiera con sus rayos y sea bebida agradable al gusto de Dios. Que, en fin, como dice David: Omnia sicut vestimentum veterascent: tu autem idem ipse es, et anni tui non deficient 19. Son vestidos de poca dura las raposerías del demonio; y Dios siempre se está de una manera, los años i de Dios no se menoscaban j; y el tiempo, el que el demonio persigue, se acaba y fenece.

            Así, pienso yo que todo lo que el demonio ha hecho persiguiendo esta obra de Dios, ha de pasar y acabarse y fenecer como el humo. Que, si a alguno que no quisiéramos ha hecho llorar su persecución, cometiendo algunos defectos, permitiéndolo así Dios por su sabiduría, en fin es humo que, como cosa vana, se desvanece y acaba; como muchas de las cosas que ha hecho y obrado y estorbos que ha puesto se han acabado, y acabarán los que quedan.

 

9.            Tentaciones so capa de bien. Invitación para ir a

             Jerusalén

 

            Los que puso, pues, a lo último de mi partida sacado ya el motu propio, fue, como digo, llevarme por bien y quisiera amistad. Que, cuando no puede el desdichado por mal y a palos, como tiene de costumbre servirse de su gente, pone lo menos que puede y, cuando pone y ofrece mucho, es señal que interesa mucho. Y en esta materia


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no me alargaré respecto que no sé si esto lo dejo scrito arriba, y no puedo ni es en mi mano tornarlo a leer. Y tengo por más barato tornarlo a scribir que no mirar y leer si lo tengo scrito, porque confieso que esto que scribo lo scribo con más facilidad que lo leo. Testigos nuestros hermanos: que, para scribir siete u ocho pliegos de papel, lo hago en menos de un día, acudiendo a las demás ocupaciones. Y no me atreviera a leerlos en [132r] un día entendiéndolos. Porque, aunque me parece lo entiendo cuando lo scribo, apenas lo entiendo cuando lo leo, aunque lo lea dos y tres veces.

            Sé decir que padezco grandíssimamente sobre lo que he scrito estos dos días, que creo son doce pliegos de papel: de que ya tengo todo esto scrito, que no lo torne a scribir. Y ha sido causa por más de ocho veces de tornar a hojear estos papeles y leer los principios de los párrafos. Y con no lo haber hallado, aunque me pese, ha de estar scrito en lo pasado. Hasta que digo yo: supongo que está escrito, yo lo quiero scribir dos veces, que el que lo leyere borrará la una y, si no, será señal que conviene lo lea dos veces.

            Pues, quiriendo el demonio probar mi natural por otro camino diferente, en diferentes tiempos me ofrecía grandes cosas. Entren las primeras k cosas de acá de la tierra. Y trairé testigos de las personas que me hablaban, aunque temo no acordarme de los nombres.

            Yo había mostrado gana de que, si no estuviera ocupado en aquello, fuera de buena gana a Jerusalén en romería a visitar los lugares sanctos; y que, si conociera ser voluntad de Dios que la obra no se hiciera, que me dispusiera a ello. El demonio me dispuso (ya digo, estas y otras cosas fueron en diferentes tiempos l) y la obra la inposibilitó cuanto pudo. Y envíame luego un fraile calzado de la Sanctíssima Trinidad, español, que entonces estaba en Roma m, y díceme: que él tiene grandíssima gana de ir a Jerusalén (y aun no sé si dijo voto) y que sería fácil ser de los que Su Sanctidad señala cada año (o no sé de cuánto en cuánto tiempo); y que cincuenta ducados que se pagaban de parias a los moros, que él tenía quien los diese y más dineros para el camino; y que no tenía compañero que le acompañase; que gustara de una persona devota, que se irían por Venecia n y podrían ir con algún desenfado. Esto y otras cosas, persuadiéndome a que lo acompañase. Nada de esto me entró de los dientes adentro o. Este fraile se llamaba tal Vélez, que ahora pienso está en Zamora, porque de allí me ha scrito para una fundación en Logroño.

 

10.       Otras propuestas tentadoras

 

            Otra vez vino otro. A éste no le sé el nombre. Creo era el procurador contrario. Y me persuadió a amistad con los padres calzados; y que no


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hay duda p sino que, si yo me quisiese volver a España, que me harían prelado de una de las [132v] mejores casas que ellos tuviesen. Tampoco trataba de eso.

            No pretendo aquí alabarme de fuerte, porque soy el hombre más miserable que tiene el mundo, que no sé cómo la tierra me sustenta y no se juntan a apedrear un tan mal hombre como yo, mill millones de veces malo y traidor; que, si Dios no me tuviese de su mano, haría mill desatinos conmigo propio. Ni yo entiendo a Dios para qué envía a un tan mal hombre q tanta materia de humildad, si no es para que vaya por esas calles dando voces y pidiendo a todos los hombres me maten y quiten mill vidas; y que, padeciendo mill muertes, se me prolongara la vida para que se dilatara más el padecer. No nos metamos en estos pozos hondos, que siempre sacan cieno abominable, que encalabrie 20 a todos cuantos olieren mi vida.

            El defenderme yo de semejantes tentaciones, no era porque en mí hubiese virtud, sino por haberme Dios puesto en dispusición para no lo querer. Bueno sería que, si a un enfermo le diesen buenos manjares y no los comiese, que lo alabasen de abstinente; que pudiera ser, si no tuviera la enfermedad, fuera grandíssimo goloso. Lo propio digo yo de mí: que, siendo yo criatura ambiciosíssima y muy soberbia, cuyos pensamientos son bien altivos, si Dios me tenía doliente de la enfermedad que yo no sabía, no hay que alabarme de humilde.

            Otra vez vino creo fue un clérigo, y me dijo que, habiendo movido una cosa como la que traía entre manos, no haciéndose, no me convenía volver a la Religión; y que sería muy fácil ponerme en hábito de clérigo y traer una calonjía honrada y vivir honradamente. Y yo pienso que a éste lo debiera de enviar quien lo podía hacer. Este me pareció a mí el mayor disparate, porque no dejara yo el hábito porque me hicieran señor del mundo.

            No fue pequeño el que tuve de parte del cardenal Sfrondato, que ahora se llama Sancta Cicilia 21. Tercero de sus recados y razones, el P. Fr. Pedro de la Madre de Dios, prior del convento do estaba. Que, habiéndome llevado por su compañero a una viña del cardenal 22, el demonio debiera de causar me cobrase alguna afición para que me quedase entre los frailes que en aquel convento estaban, a quien él quería mucho r Y así, según el P. Fr. Pedro me dijo, le significaba a él su sentimiento, y el P. Fr. Pedro a mí con grandes caricias. Yo dije que, como su señoría illustríssima se encargase de el bien de toda la orden de la Sanctíssima Trinidad, que yo lo haría. Y a esto respondió que, como no fuera en tiempo [133r] de Pheli­pe II, que no era amigo de que en su reino se hiciese novedad, que lo hiciera de buena gana. Respondí que yo tanbién.

           


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Este trabajo no me fue pequeño: verme favorecido de un cardenal y como rogado, y que es tercero el que había de ser mi prelado, y de una religión tan sancta, y de unos frailes con quien yo me había criado todos los días de mi vida; trueco de vida afrentosa que había de tener por vida gustosa y honrada. Que no me faltaban pensamientos de que en aquella provincia enpezaban y tenían necesidad de predicadores, y que, siéndolo yo, sería tenido, estimado, etc. Mi Dios sabe que, cuando ésta venció Dios, que en mí no hubo otra consideración sino decir: —¿Es posible, mi Dios, que por mi s apoyo, por mi gusto, por mi estima, etc., tengo yo de trocar lo que tú interesas en esta sancta reforma?; no lo quieras tú ni lo permitas. Y que hubo día cuando, estando en el cigarral, tuve enpezadas a formar las palabras y decir: esto es hecho. Que, por ser muy a su principio, pudiera ser, si una vez lo dijera, quedara hecho aquello y estotro deshecho. Y viendo que me despeñaba, me detenía y divertía plática.

            ¡Cómo le pudiera yo decir a mi P. Fr. Pedro las parábolas que me puso paseándonos por una calle alta del jardín! Que no fue para mí pequeña tentación. Y, por si él lo leyere algún día, acuérdese de lo que me dijo del padre maestro Avila, clérigo t predicador en el Andalucía 23, puniendo exemplo de mi persona en la suya, etc. u Otra vez me dijo el Fr. Pedro, arrimados a un corredorcillo que tenía la casa: —Mire, P. Fr. Juan, que, cuando lo tuviese por mi súbdito o por mi prelado, no me pesaría, sino que me hallaría bien con vuestra reverencia.

            De donde, contando estas cosas y otras al P. Fr. Juan de san Jerónimo, me dijo: —Cierto, padre, que no sé qué me diga ni qué se sea eso, que en nuestra orden no se hacen semejantes diligencias por hombre hoy en el mundo.

            Otra vez me dijo el P. Fr. Juan de Jesús v María 24, confesándome con él: —¡Acábese ya de desenbarazar, y entienda que lo quiere Dios para grandes cosas! Como haciendo asomo de grande dignidad en la curia romana y notable apoyo con Su Sanctidad y que había de ser medio por donde se hiciesen grandes cosas.

            De estas cosas cortadas fuera inposible poder acabar de las contar ni acordarme de ellas. Pero, aunque con la consideración me sabían a dulces, no las tragaba, porque no debiera Dios de quererme sustentar con dulce sino con amargo. ¡Dichoso yo si de ello me supiese aprovechar!

           


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[133v] Pero todo esto me parece cosa de poca consideración, porque la consideración estaba libre y quien desea agradar a Dios, más lo quiere acompañar en el padecer, cuyos premios son eternos; y estotros cómmodos de la tierra pasan y se acaban.

 

11.            Derretimientos corporales

 

            Lo que más me espancta, es lo que ahora diré. Que quizá ha sido voluntad de Dios esto que se pasó en Roma se dilatase para lo scribir después de las cinco fundaciones de atrás, porque yo esté más libre para juzgar algunas cosas que por mí pasaron entonces y aun quedaron dejos y rastros. Ahora, pues, sacado nuestro motu propio, ya el diablo iba de vencida. ¿Quién no dirá que ya había acabado? Pues aguarden w.

            La disposición que yo entonces tenía, era poco comer, poco dormir y mis pensamientos, viéndome así afligido con la carga de una obra tan grande, bien enderezados a que en mí se hiciese la voluntad de Dios. Parecióle al diablo que seríe bien, pues no quería dejar la obra con ofrendas de futuro, que sería bien darme algo de presente. Y confieso que, si él hallara libre mi voluntad, que por mis x peccados y la mucha pena que merecen, que pudiera ser y engolosinara mi voluntad y me cegara con cosas de gusto, que en algo peligrara, aunque fío de mi buen Dios no me dejara engañar con ningún género de malicia mía.

            Pues, estando yo así dispuesto en el cuerpo, el diablo quisiera que yo me arrobara para robarme él, como los muchachos que, para le quitar las manzanas que tiene su compañero en las manos, le dice que mire al cielo. Así quisiera el demonio z que yo me elevara para quitarme la obra que traía entre manos. Pues sucedió (plega a Dios lo acierte a decir) que derramaba en mi cuerpo y parte sensible un derretimiento que lo sentía claramente. Pero, como el interior estaba ocupado en otra cosa, no se podía mezclar esta blandura esterior con la blandura interior, porque claramente veo que cada derretimiento iba por su cabo. Como cuando afinan plata: que el plomo va por su parte y la plata por el suyo (aunque no he visto cómo se hace).

            Por dos veces, me parece, me vino a dejar el cuerpo yerto, pero fue Dios servido que no me vido nadie, según yo creo. Dirán: Pues ¿cómo conocía yo esto era del demonio? Lo uno, en lo que arriba [134r] dejo dicho: que no se conformaban el cuerpo y el alma, y que aquello nacía de causa muy de fuera y que sólo estaba en lo sensible y parte inferior del cuerpo. Lo segundo, en que estos derretimientos jamás me venían cuando a solas estaba en mi celda, aunque me hincase de rodillas delante de un Cristo que digo tenía. Antes me parece que un día, yéndole a besar los pies, no sé si me hicieron caer por detrás; finalmente, con fuerza me detuvieron. Sólo me venían y daban cuando


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salía de la celda, con una complacencia en la parte inferior que me espantaba. Y más, que cuando estaba con alguno, me incitaba a que tratase con alguna ternura algunas cosas; y moviendo algo los afectos, luego sentía aquel derretimiento. Pero en la celda tenía esta parte inferior seca, desabrida, pero en el interior con mis deseos y rancho de por sí.

            Un día, después de comer, echéme sobre la cama. Verdad es que, siempre que me acostaba o echaba, me recostaba con algunos deseos de Dios interiormente. Pues, ya que no pudo el demonio, estando yo dispierto, arrobarme ni elevarme, estando dormido o medio dormido, quiso levantarme en alto. Y como Dios no le daba licencia, habíase como un niño que quiere levantar cosa sobre sus fuerzas y no sirve más que de cansarse y menearla y rodarla. Así me pareció hacía el demonio conmigo: meneábame. Y dándome una vuelta al otro lado, yo volví en mí y sin acuerdo dije: ¡Ah traidor!, ¿qué haces? ¿Por qué no me dejas? Y con esto conocí que el demonio andaba por engolosinarme a algún aplauso u honra esterior para que me fuese tras ella o para afrentarme.

 

12.            Flaqueza personal. Consejos desacertados

 

            Al tiempo que yo me había de venir con nuestro motu propio, esto que el demonio hacía, pegado con los miedos de lo porvenir de España y trabajos que acá se habían de ofrecer, pegóme y ligóme de tal manera que, en diciendo que me había de venir, mis ojos eran fuentes de lágrimas, de suerte que vine a enflaquecer el cerebro y a faltarme las fuerzas. De suerte que ya yo era causa de que me dilatasen el viaje, porque, en todos los acometimientos que tenía, se veía en mí summa flaqueza. Y confieso tenía necesidad de quien me confortase, porque, aunque «el spíritu estaba prompto, la carne estaba enferma» 25.

            [134v] Y en fin, yo era inpedido. Y al más estirado se la a diera de cuatro que lo juzgara, no digo en su persona, que eso lo tengo por inposible, sino para lo aconsejar. Que, cuando lo esterior fuera fácil de sentenciar, no lo interior, porque también se mostraba estar asido a la virtud, a la bondad, a la conversación, a la compañía y vida, que todo era sancto do yo estaba. Y los que lo habían de juzgar, no podían ellos saber nada de lo porvenir y de los sucesos y fines de la Religión. Sino veía exteriormente un papel de Su Sanctidad que no había a quién entregarlo, sino a un hombre que no quería, o mostraba no querer por decir mejor (porque, si de veras no quisiera, de veras lo dejara). Los demás eran contrarios y enemigos. ¿Quién podía haber que juzgara la victoria de batalla tan desproporcionada? Así los que me trataban, aunque con palabras me decían que era voluntad de Dios que viniese, con obras mostraban lo contrario. Y también eso me servía de tentación b.

           


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¡Oh Dios de mi vida y de mi alma mil veces! Y si tú no fueses lumbre de mis ojos, ¡qué llenos de tinieblas se quedarían, qué pocos aciertos se harían! ¡Oh sancta madre Teresa!, y qué bien dices que las personas con quien tratabas, por no te entender, te perdían, atormentaban y mortificaban y crucificaban 26.

            Y c como, cuando un hombre llega allí, de suerte ninguna sabe hacer su voluntad, deseoso de sólo hacer la de Dios d, es certíssimo que, si a la tal persona la mandasen echar en un pozo y hacer disparates, los haría, no entendiendo ser tales ni que en ellos se ofendía a Dios e. Bien podría Dios librarla de ellos milagrosamente, como a persona que no tiene culpa (si a su saber no conviniese otra cosa).

            Estas personas en nuestros consejos no pudieron dejar de entender poco, porque entendía Dios mucho en hacerla abscondida. Y como dijo el otro cardenal, viéndose obligado a la hechura de obra que no le hallaba fundamento f, dijo g: —Hágase, pero no tiene otro segundo en la Iglesia de Dios h. Y así, no tiniendo otro dechado ni exemplo por quien se regir en los consejos que me habíen de dar para obra que en el mundo había de ser sola, habían de echar el jabón sin regla y el plomo sin cartabón; y así necesariamente i la raya había de salir tuerta.

            Pues ¿qué tormento se puede comparar a un alma que desea hacer derechos y se ve forzada a hacer otra voluntad j tuerta o derecha, y que le está a Dios necesitando a que enderece el avieso, supla las faltas y cercene las sobras? k 27

 

 




a         sigue nuestro san tach.



b            corr.



c            corr.



1         Estaba allí el P. Miguel de San Nicolás, quien estipuló en Ferrara un acuerdo con el procurador de los calzados (18‑VIII‑1598). Estuvo en Roma hasta abril del año siguiente, juntamente con el P. Francisco de la Cruz. Cf. FERNÁNDEZ, J., Bullarium O. Recollectorum S. Augustini, I, Romae 1954, 111‑112, 120‑122.

 



2         Primer prior de la casa de Madrid (1596), comisario de la congregación (1597), luego, una vez creada la provincia autónoma, definidor provincial (1602‑1605) y, sucesivamente, provincial (1605‑1608). Su espíritu y talante de gobierno dejaron mucho que desear. Cf. MARTÍNEZ CUESTA, A., OAR, Historia de los Agustinos Recoletos, Madrid 1995, 197‑231.



d            ms. venca

 



3         Esta pregunta presupone una respuesta afirmativa a la precedente, esto es, que nuestro santo habló al papa. Es la única alusión a un encuentro personal del reformador trinitario con Clemen­te VIII.



e            sigue y tach.

 



4         Jn 9,11.



5         Con el breve Apostolici muneris (11‑II‑1602), Clemente VIII les concedió dicha autonomía constituyendo una provincia aparte. Cf. el citado Bullarium O. Recollectorum S. Augustini, I, 186‑192.



f             sigue p tach.



g            corr.



6         S. AGUSTÍN, Confesiones, 8,8 (CCL 27,125): «Surgunt indocti et caelum rapiunt, et nos...». Cf. Mt 19,14.



h            ms. pierde



i            ms. se



j            ms. train

 



k            ms. crismata



7         1 Cor 12,31.



l            sigue me tach.



m           sigue que tach.



8         Francisco Gómez de Sandoval y Rojas (1574‑1625), V marqués de Denia, duque de Lerma desde 1599, valido plenipotenciario de Felipe III.



9         El primogénito, Cristóbal Gómez de Sandoval, duque de Uceda.



n            ms. quies



o            rep.

 



p            sigue co tach.



q         antes‑pesebre sobre lín.



r         ms. nenedlo



s         corr. de ablauso



t          corr.



10        Leonardo del Espíritu Santo, OCD. Cf. FLORIÁN DEL CARMELO, El reformador de los Trinitarios y Leonardo del Espíritu Santo: El Monte Carmelo 23 (1919) 204‑210.



u  sigue a en tach.

 



v            sigue le dije tach.



11        Doña Beatriz Ramírez de Mendoza, condesa de Castellar, viuda del conde don Fernando de Saavedra. Su apoyo a la reforma mercedaria fue decisivo. Fundó ella sus primeros conventos. Cf. PÉREZ‑MÍNGUEZ, F., La Condesa de Castellar, fundadora del convento Las carboneras, Madrid 1932; PEDRO DE S. CECILIO, Anales del orden de Descalzos de Nuestra Señora de la Merced, I, Barcelona 1669 (facsímil, Madrid 1985), 270 y ss.



w           por ellos sobre lín.

 



12        El 8‑V‑1603, fiesta de la Ascensión, en el convento de la Merced de Madrid fueron vestidos los tres primeros hábitos, que habían sido confeccionados por la condesa y sus criadas. El mismo día y al día siguiente (en que tomaron el nuevo hábito otros tres religiosos), visitaron los mercedarios descalzos a doña Beatriz en su casa. Cf. PEDRO DE S. CECILIO, Ibid., 316‑321.



x            al marg.V.



y            al marg. ojo tach.



z            sigue quis tach.



13        Ap 22,11: «et qui iustus est, iustificetur adhuc».



14        Cf. BELTRÁN DE HEREDIA, V., OP, Historia de la reforma de la Provincia de España (1450‑1550), Roma 1939, 78‑143.



a  ms. darle



15 Más adelante (p.323) recordará mejor esa historia, narrando algún episodio concreto. Se trata del camino de observancia, abierto por el P. Juan Hurtado de Mendoza y un puñado de seguidores en Talavera de la Reina (1520‑1522). Cf. BELTRÁN DE HEREDIA, V., OP, Ibid., 143‑183.



b            al marg. V.



c         sigue cura pues el de tach.

 



d            al marg. prosigue de 2m.



e            sigue lle tach.



f             sobre lín., en lín.Faraón tach.



16        Cf. Ex 7,9‑12.



17        Sal 63,8.



g            Ps 51,4.

 



18        Sal 51,4.



h            corr.



19        Heb 1,11‑12: «Omnes ut vestimentum veterascent: [...] tu autem idem ipse es, et anni tui non deficient».



i            sobre lín., en lín echos tach.



j            ms. menoscaba

 



k            sigue las de tach.



l            ms. tiempo; sigue me disp tach.



m           al marg. ojo de 2m.



n    ms. Venencia



o            sigue pero tach.

 



p            corr. de dudadar



q            sigue ma tach.



20        Encalabriar o encalabrinar, «henchírsele a uno el celebro de algún mal tufo y olor fuerte que le turba el sentido» (Covarrubias).



21        Era del título de la basílica de Santa Cecilia.



22        Cf. pp.194‑195, donde se refiere al mismo episodio.



r            al marg. ya está dicho de 2m.

 



s            sigue apos tach.



t            sobre lín.



23        San Juan de Avila (1499 ca.‑1569).



u            sigue sea por amor de Dios tach.



v            sobre lín., en lín. sancta tach.

 



24        Ven. Juan de Jesús María (San Pedro), conocido también como Calagurritano por haber nacido en Calahorra (1564). Carmelita descalzo desde 1582. En Roma, fue primero vicemaestro (1598‑1601) y luego maestro de novicios. Prior general de la congregación de San Elías (1611‑1614). Murió el 28‑V‑1615 en Montecompatri. Místico y fecundo escritor espiritual. El 23‑III‑1996 se ha abierto en Roma el proceso histórico para su canonización. Desde 1994 se está llevando a cabo una nueva edición de su vasta producción literaria. Cf. FLORENCIO DEL NIÑO JESÚS, El V. P. Juan de Jesús María, prepósito general de los carmelitas descalzos (1564‑1615), Burgos 1919; DHEE II (1972) 1249‑1250.



w           al marg. prosigue de 2m.



x            corr.



y            sigue me dejara Dios tach.



z            al marg. ojo tach.

 



25        Mt 26,41.



a            sobre lín.



b            al marg.V.

 



26        Cf. Libro de la vida 23,14‑15; 25,14‑15; 29,4‑5.



c            sigue q tach.



d            deseoso‑Dios al marg.



e            no‑Dios al marg.



f             al marg. ojo de 2m.



g  sobre lín.



h            Hágase‑Dios subr.



i            sigue o tach.



j            corr.



k            al marg. digressión asta folio 201 de 2m.

 



27        Sigue en el ms. La llaga de amor, ff.134v‑201v, ya publicado en el primer volumen de la presente edición (pp.129‑240).






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