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San Juan Bautista de la Concepción Obras II – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO 28 EL CARRO ATOLLADO
[201v] Creo a me divertí arriba cuando trataba del avieso que tenían en los consejos que me daban. Porque, como digo, lo que yo padecía aun yo propio no lo sabía. Pues ¿qué acierto habían de hacer los médicos que me curaban enfermedad que, por el propio caso que Dios quería que la padeciese, era cierto el desacierto en sus remedios? 1 Todos los que me trataban, decíanme cosas, cuando yo iba afligido, que digo cierto no sé cómo las piedras no tiemblan ni se arrancaron, ¡cuánto más mi alma!, al pasar tal torbellino.
1. Oráculo de una beata
Pues fui una vez a pedir a cierta persona muy de casa que me hiciese encomendar a Dios a cierta persona que conocía, que decía tenía grandes revelaciones. Díjome que ya lo había hecho. A cabo de dos o tres días, viene a mí y dice que aquella persona devota, a quien le habíe pedido tuviese cuidado de le encomendar a Dios, lo habíe hecho y que, yendo a San Pedro en novena por la tal persona, habíe tenido una revelación, en que Dios le había dicho que aquella alma iba perdida, pero que b él se la daría padeciendo entramos ciertas cosas. Aquí es donde yo perdí pie. Pues ¿cómo, Dios de mi alma, esta obra es obra perdida? Pues ¿cómo mi alma anda en [202r] manos de beatas? Ya me pareció que mi alma se la habían dado a la beata para que ella hiciera de ella lo que quisiera absolutamente. Aquí perdí pie y negué todo género de trato que commigo tuviesen. Arrojéme a me meter por picas c, a morir mill muertes, aunque fuese a mill infiernos. No tengo —decía yo entre mí— de dejar mi alma en manos de una beata. Yo quiero salvarme por la sangre del crucificado Cristo, y no por los novenarios de una beata, que no sé yo en qué se anda.
2. Impedimentos personales
Determiné de desandar dende entonces lo andado, pero la fuerza que habíe hecho el spíritu por aquella parte, dando crédito a algunas cosas que me decían, no me dio lugar para volver vía recta por el camino que convenía. Así hube de estar parado hasta que el poder de Dios desatollase el carro, y enviase el fuego que movió el de Elías y lo subió por los aires 2, o los cuatro animales que vido Eccechiel: buey con alas, león, hombre y águila, que todos tenían alas y debajo de las alas tenían manos de hombre 3.
Quisiera primero decir siquiera en cuatro palabras cuán atascado, zahondado y detenido estaba el carro y cuán imposibilitado de venir, para que se viese la necesidad del ayuda que voy pidiendo. Que, aunque ya lo llevo (creo) dicho, pero siempre deseo una y mill veces decir cuán desparecida estaba la obra a los ojos de los hombres y cuán estrecho y angosto llevaba su corriente el arroyuelo, que ahora va hecho mar.
En una palabra, se podía decir esta estrechura y angostura d estaba en mí, cuyas partes se las pregunten a los padres del Paño, que ellos las dirán. Y yo, si Dios es servido, pondré aquí el papel que imprimieron cuando yo vine de Roma, que fue necesario, para dar fuerza a su contradición, las scribiesen. Pues a esas pocas partes naturales e y sobrenaturales,
se juntaban otras millares de ellas: el ser solo entre estraños, el tener por contrarios los propios.
¡Oh buen Dios, y quién [puede], que es inposible, decir cuál yo estaba! Que, como hombre que podía servir de estorbo y tropiezo para lo que Su Majestad pretendíe hacer, se había commigo como el ladrón que quiere robar una casa: que lo primero que hace es apagar la luz y luego dar de puñaladas al que el robo le puede inpedir y, después de dadas, mira si se rebulle y si está del todo muerto. Pues quiso Dios hacer este soberano asalto de los corazones de tantos hombres como en esta sagrada Religión [202v] se han de salvar. Lo primero que hizo fue sembrar f tinieblas en los juicios humanos para que, dándose por vencidos, Su Majestad más al seguro, por los caminos y vías a él más parecidas, caminase la obra. Apagó las luces de las razones humanas porque reforma de la Sanctíssima Trinidad fuese en algo parecida a aquel altíssimo misterio de la Sanctíssima Trinidad, para cuya confesión no es necesario luz acá del hombre humana, sino de fee solamente con que se confiese. Así yo me asombro, cuando me acuerdo de lo que decía el otro cardenal: —No lo entiendo ni sé en qué ha de parar esto; y cuando el otro decía: —¡Qué desatino es esto, Fr. Juan, un hombre solo contra tantos poderes! Y decían bien, que desatino fuera si fuera obra de los hombres. Y yo tenía tan poca luz que decía era verdad, y lo tenía por mayor locura y desatino.
Esto era cuando me miraba a mí. Pero, cuando ponía los ojos abstraído de todo lo de las tejas abajo, antes me quitaran el ser que me quitaran el entender ser Dios todopoderoso y querer hacerlo. Y como veía esa certidumbre por una parte, veía por la mía que yo sólo lo desmerecía g. Y por esa vía se me volvía más cierto por qué sólo Dios lo haría; y que, haciéndolo Dios a solas, no tendría tropiezos.
En medio de estas tinieblas acudía el diablo con su candil, alumbrando por caminos aviesos, revelando y descubriendo cosas contrarias.
Después de esta poca luz, entra la muerte del que puede inpedir, que era yo, para que no fuese estorvo del hurto que Dios quería hacer de muchas almas a la medianoche. Y como yo estaba dispierto por haber puesto la mano en este arado, lo primero que h hizo fue dar lugar a mi muerte, causada por tantas vías como arriba dejo apuntado. Lo 1.º, por sentir que me faltaba la vida con quien vivía; y con absencia de tales entretenimientos, mill muertes se podían tragar antes que aguardar un día en duda si aquella absencia es de burlas o de veras. El cuerpo estaba tanto y más muerto, porque, demás de dolerse de las penas y trabajos del alma, él tenía los suyos bien presentes: cada día estaba con calentura; cada día me moría, cada día me arrojaba por los suelos; había más de seis meses que no dormía; el comer, no sé qué me comía, que, si las lágrimas que derramaba no me sustentaran, no sé yo qué fuera de mí.
3. Lanzadas de los demás y del demonio
A este moro muerto, no habíe soldado que no se preciase de dar buena lanzada. Que de esto fuera nunca acabar. Como yo [203r] estaba por novicio, entraba en los capítulos y cada día se mudaban los capitulantes; y cada uno entraba con brío nuevo, predicando contra los que toman obras sobre sus fuerzas, contra los soberbios y contra los que se asen en impertinencias y no buscan a Dios a solas. No considerando que yo estaba bien solo y que, pues no me desasía, no era en mi mano; y que la obra estaba tan descalza que sólo Dios podía ser su premio. Si salía fuera a pedir algún consejo, me decían dentro de casa: —Ate en un trapillo lo que trairá i.
El diablo me hablaba a las orejas y yo lo oía. No dejaba verso de rigor ni maldición que no recitase a mis oídos; y no sé si de otra manera. Esto del demonio casi ha durado hasta ahora. Yo de esta manera claramente me holgara que hubiera quien me matara y me diera de puñaladas.
Y si deseaba la vida, era porque con tales cosas no sabía cuál estaba mi alma. Porque me parecía, en lo que era sentimiento, que yo estaba enemigo de Dios pues así andaba; y que desear la muerte antes era desesperación, porque necesariamente había de desear otra vida para alcanzar otra seguridad. Y si deseaba la muerte, era por evadirme de aquellas penas. Pero, cuando me acordaba de las mayores del infierno y que, para librarme de ellas había menester vivir con esta golosina, procuraba la vida en todo lo que era de mi parte: hacía fuerza para dormir, procuraba comer y divertirme. Decía entre mí: Verdad es que yo deseo no comer ni dormir por amor de Dios y, por pensar en él, ahora se me da eso con tantos trabajos y penas que pierdo la vida y no sé mi seguridad; yo quiero conservarla y distraerme algún tanto (aunque no podía), que, después de estos males y penas, procuraré volverme a lo que deseo; yo no deseo ofender a tan buen Dios, pues ¡venga lo que viniere!
4. Agresión de Fr. Gaspar, hermano donado
Pues, como el demonio no hacía caso de mi vida ni muerte corporal, que sus tiros eran a lo espiritual, que le parecía al miserable que yo era el conduto por do esto pasaba, y así se le iban los tiros por bajo. Que por alto va hecho el de Dios, y así se le va de ojos j. Y así todos cuantos consejos, palabras y conversaciones me tenían, todas eran descubriéndome mill imposibilidades de la obra k. Pero, cuando no pudo hacer ese tiro por ahí, claramente determinó, si pudiera, matarme y quitarme la vida corporal.
Y, para esto, hase de notar [203v] que los padres carmelitas do yo estaba me habían dado por compañero al hermano Gaspar, donado, que era un sanctico 4. Este me acompañaba siempre y l, doquiera que íbamos, procurábamos tratar cosas de Dios. A este hermano dio en afligirle grandíssimamente el demonio. Un día, yendo juntos, me dijo: —Hermano, anoche me vi de tal manera peleando con el demonio m de suerte que, si no fiara en la misericordia de Dios, entendiera que se me había entrado el demonio en el cuerpo. Y así fue. Que, aunque no se conoció en buenos días, porque se procuró disimular el miserable para hacer su hecho, después se descubrió, como luego se verá.
Este hermano enpezó algunos ratos a hacer algunos disparates, que, como en breve rato n estaba cuerdo, no había quien lo entendiese ni sabían si era fingido ni si estaba loco. Disparaba de repente, como era decir algunas suciedades. Echábanle de la recreación en oyéndole hablar tal cosa. Ibase al maestro de novicios y llevaba en un papel un poco de salvado, y decíale: —Déme una «r» y darle he un salvador, porque salvador no es sino salvado con «r». A todas estas cosas no habíe quien lo entendiese, porque estuvo así muchos días. Y yo salía con él algunas veces, hasta que dio en amenazarme, de suerte que, cuando me veía, ponía el dedo en la frente y jurábamela, apretaba los dientes y los rechinaba, hacíame gestos. Y yo unas veces me reía, otras me atemorizaba o. No sabía si estaba tonto o loco.
Ahora, pues, el demonio aquí disimulado algunos días, ya se acercaba mi venida. Vine un día de fuera un poco tarde a hacer colación y, estándola haciendo, toma un guchillo p del refectorio y vase a mí y pónemelo a los pechos y dice que él me quiere hacer mártir, que no se me dé nada. Yo, como le vi, confieso que, como algo lo tenía por loco, tomé otro y púseselo también a los pechos y díjele: —¡Hágase allá, hermano Gaspar, que le mataré! El miserable, de que vido que allí no habíe tenido rancho ni dádole Dios licencia, con el propio guchillo vase a la cocina. Y yo, como le vi salir, fuime tras él, temiendo no fuese a hacer algún mal recado. Y en la cocina [204r] acometió al cocinero a le querer dar. Llegué yo y otros hermanos y asímosle y metímosle en una celda, cerrado por de fuera. Y luego, dejándole el demonio, enpezó a llorar y q a llamarme a mí: que le diese este sancto Cristo que yo traía al pecho; que no sabía lo que se tenía, que me compadeciese de él. Pero yo no se lo quise dar, porque dije que más lo había yo menester que él.
5. Explicación de su estado
Con estas cosas y otras muchas, yo estaba bien muerto. Y Dios que había dado buen lugar para ello. Tanto que una vez dije yo al P. Fr. Pedro, sobre no sé qué pena que yo recebí, dije: —¡Válame Dios, que Dios y los hombres y todo el infierno se han juntado contra mí! Cogió la palabra y dijo: —Si todos son contra vuestra reverencia, ¿por qué no se desase y lo deja? Y era que no lo entendía de qué manera todos eran contra mí: el demonio estorbando, los hombres pensando que acertaban, yo contra mí por mi flaqueza, Dios permitiéndolo por quedarse él a solas a la hechura de la obra.
Llano es que, cuando el demonio persiguió a Job, que fue concierto entre Dios y el demonio y los caldeos y todos aquellos que maltrataron a Job. Pero no por eso habíe de dejar Job el camino comenzado, porque el fin que en aquel concierto tuvo Dios fue ser él glorificado, que levantó a Job del muladar lleno de lepra para darle hijos, hacienda, poder y señorío. Finalmente, pretendió hacer su hecho muy a solas. Y que no entienda que la victoria de aquellas labores que obraba Dios en el sancto Job, era el haberle Dios dado riqueza y bienes temporales, como el demonio confiesa, sino Dios en Job, que allá dentro tiene scondido un ánimo invencible. De la propia manera en esta obra hizo Dios que parece se concertó con todos para que me persiguiesen y la obra la contrastasen, para que se echase de ver que no era yo el que hacía los dibujos que en esta Religión se habían de labrar, ni los hombres pues la contradicen, sino sólo Dios, que del polvo de la tierra levanta al pobre 5.
Y así yo bien muerto y Dios hecho ladrón: que, cuando quiere, siembra tinieblas y en ellas [204v] pone su tabernáculo, según lo que dice David: In tenebris posuit latibulum suum 6. Y en ellas mata: Ipse occidit et ipse vivificat 7; mata porque conviene para dar vida a quien a él le parece. Tinieblas y muerte de quien lo puede inpedir con su flaqueza r, es indicio de robo y hurto cierto. Y así lo va Dios haciendo de tantas almas, sin que haya quien se lo inpida a este buen Dios.
6. Dios, carro y carretero
Volvámonos a lo que decíamos. Con tantas cosas, estaba muy bien el carro atollado y hundido s. No valíe el grito del ¡arre, mulas! de los hombres, porque a mí no había quien me persuadiese que viniese. El motu propio no habíe a quien lo diesen. Ello era necesario se hiciese Dios carro y carretero y viniese hecho buey con alas y león: que, como fuertes, sacaran el carro y, como ligeros con alas, lo llevaran volando
de suerte que no tope en el suelo. Y si los primeros que trai a la Religión son niños, que no saben volar, también trai el carro águila, que volará sobre sus hijos para los defender y provocar a volar. Y si en la tierra carecemos de hombre, como lo tiene la religión de san Francisco en Francisco y la de sancto Domingo en Domingo, también tiene el carro hombre que bajó del firmamento. Para nos dar a entender que Dios ha de hacer todos estos officios: buey, sobre quien ha de cargar el peso de la Religión; león, que la ha de defender del león rabioso; hombre, que ha de consolar y entretener a los que en ella estuvieren; águila, que la ha de hacer volar y caminar con ligereza a la posta. Y así no hay que temer t barrancos ni atolladeros u, tropezones ni malos pasos, que Dios, que es poderoso en todas sus obras, sabrá sacar ésta a luz, que parezca ante los ojos de los escogidos.