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San Juan Bautista de la Concepción
Obras II – S. Juan B. de la C.

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CAPITULO 31 REGRESO A ESPAÑA

 

1.         Partida de Roma a

 

            Habiéndome, pues, entregado este motu propio y letras de Su Sanctidad, partí de Roma año de mill y quinientos y noventa y nueve b dos días antes de San Lucas 1. Enbarquéme en Civitavieja, do fui y vine de Roma muy bien encomendado y encargado de parte del señor enbajador al señor cardenal Guevara, persona que tanta parte tenía en esta obra, como antes en la hechura del motu propio y cuestiones que de él mandó ventilar nuestro muy Sancto Padre. Se dio por obligado a acudir a mi persona. Y el señor don Andrés de Córdoba hizo el mismo officio en género de recomendación al señor duque de Sarmoneta, sobrino del señor nuncio que al presente estaba en España, que se llamaba Caetano 2.

            Yo salí de allí muy bien encomendado. Pero, como las batallas que en el camino había de pasar no se habían de vencer con regalo ni con comer y beber, proveyó Dios que, entrando yo desapercebido por las grandes encomiendas que traía y arrimos, y también porque de mí no me acordaba según el cuidado que traía de mi motu propio puesto en la cinta en una c caja de lata. Pues, yo desapercebido de todo género de sustento, yendo en una galera del d duque de Sarmoneta, como los trabajos de la mar son tan grandes que cada uno tiene harto que mirar por sí, no hubo hombre que me dijese: «Ves ahí [220r] un pedazo de pan». De tal manera que Nuestro Señor sabe lo que el triste cuerpo pasó por algunos días. Que yo, como suspenso con otros trabajos, lo


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que menos pena me daba era la hambre y necesidad de comer. Un compañero enprestado que traía él salía y se andaba de mesa en mesa do remediaba su necesidad. Y me acuerdo que, viéndome comer una noche este religioso no sé qué, me dijo: —Hermano, si yo fuera que su charidad, eso no comiera, porque, dejando de comer cosa tan poca, podría decir que no come y se sustenta sin comer. Lo cual no era en mí milagro, sino suspensión de penas y trabajos con algún detrimento de la naturaleza; que, según lo que ahora siento, era eso.

            Pasé así hasta Marsella, donde yo me proveí con algunos dinerillos que llevaba. Y así pasé el golfo de Narbona con algún más regalo.

            A vista de tierra de España e y ya junto a Cadaqués, donde se había de tomar puerto en España 3, me sucedieron dos cosas, donde el demonio mostró bien la rabia que contra el motu propio y mi persona tenía.

 

2.         Una noche de borrasca

 

            La primera fue que se levantó tan grande borrasca y tempestad a la boca del puerto. Y habiendo tomado lugar seguro la capitana, que traía peor puesto que la nuestra, se quedó a la boca la galera en que yo venía con tan cruel tempestad que, pedido socorro en la tierra y distituido dél, no quedaba sino el del cielo. Porque ni bastaban áncoras; quitado el árbor, los galeotes remando toda la noche, no bastaba, porque el aire nos tornaba f a la mar.

            Cargó sobre mí tanta gente a que la confesase, que me hubieran echado en la mar echándose unos sobre otros sobre quién había de llegar primero. Viendo yo tanto miedo en todos los pasajeros, tanto asombro y temor, decía yo a mí propio: —¿Qué es esto? Pues ¿cómo no temo en tan grande peligro, sino estoy enbelesado sin pensar que me tengo de ahogar? [220v] Estando en esto, me decían una y mill veces: —No temes porque estás condenado (que ahora me da miedo el decirlo) g; echa ese motu propio en la mar y luego cesará la tempestad y serás salvo. Y esto muchas veces, no porque yo oyese palabras claras, pero sé que ése era el tema h de aquel traidor por toda la noche; y yo tiniendo el motu propio asido con la mano porque no me lo quitasen. ¡Dios de mi alma!, ¿en qué papel cupieran los enredos y torbellinos que en mí levantaba? Aquella noche no me atreví a dárselo a nadie. Que lo quise hacer pareciéndome [que], en el puncto que lo echase de mí, luego estaría bueno de aquella sugestión y cesaría la tempestad.

           


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Pero nuestro Dios, aunque ascondido muy bien —porque yo no podré decir era hombre ni me parece i tenía algo de Dios, porque los miedos y asombros de satanás no sé si diga más me parece me hacían j parecer, no sé qué me diga, antes que hijo de Dios—, pero ya digo, en medio de aquellos miedos y temores de que todos se confesaban y se ahogaban, me dio Dios, no sé cómo ni dónde, una seguridad con infalible certidumbre de que, aunque todos se ahogasen, yo no me ahogaría, sino que saldría libre. Así lo cumplió nuestro Dios: que, después de la mala noche, vino el día claro y k cesó la furia. Salimos a tierra, donde nos aguardaba l otra noche cual convenía para que, en medio de las tinieblas, se conozca la luz, se vea la rabia de satanás y poder de nuestro buen Dios.

 

3.         Con síntomas de envenenamiento

 

            Saltado en tierra, estuve bueno aquel día. Y me m acosté bueno. Pero, como a las once de la noche, yo me vi muerto con señales, a mi parecer y al de los que lo vieron, avenenado o atosigado. Algunas sospechas tuve, [las] cuales se pueden quedar para Dios. Con esto solo me contento, con que Dios haya n [221r] hecho su obra.

            Yo, pues, estando acostado, como a las once de la noche disperté, a mi parecer, más en la otra vida que en ésta, porque, si algún conocimiento tuve, no fue de o los dolores o trabajos que padecía, porque de eso no sentía nada, como no lo siente el cuerpo muerto. Y si no p pareciera encarecimiento y mostrar que Dios hacía mucho con un hombre tan malo, no sé si diga que fue resurreción y conocimiento el que tuve de que el cuerpo estaba sin alma y el alma aguardando su lugar. Pero, como no se había acabado la jornada q ni del todo mostrado Dios su poder, parece que todo hubiera sido en vano si allí me quedara yo sepultado y el motu propio detenido; y que era necesario con otros nuevos y tantos trabajos dispusiera Dios otro para que sufriera los que faltaban por pasar.

            Vuelto un poco en mí que pude decir «Jesús», pedí un sacerdote. Que, aunque por la bondad de Dios procuraba venir siempre confesado, no sé qué se tiene aquella última absolución, que con tantas ansias de todos así se pide. Debe de ser el amplius lava me 4 que dice David, y que nadie está tan limpio que r no pueda estar más, y el justo ut justificetur adhuc 5. Lo que sé decir de mí que, como siempre el demonio me traía con penas, siempre parecía traía culpas.

            Trujéronme al cura del pueblo. Dos mancebos que se habían juntado conmigo, que los teníamos en posesión de caballeros, pasajeros que


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decían venían de Nápoles, se levantaron y, buscando lumbre, cada uno vino con su tizón que hallaron a ver si me podían deshelar el rostro y huelgo. Fue Dios servido que, como, cuando la luna se eclipsa, poco a poco se va deseclipsando después de haber llegado al puncto último de la oposición s que hace la tierra entre el sol y ella, va su poco a poco apareciendo como nueva vida, así fui yo volviendo mi poco a poco en mí.

            Y aunque es verdad t que a la mañana ya no sentía yo ningún mal, pero el rostro y lo esterior estaba de tal manera que, visitándome el P. Miguel Vázquez 6, varón eminentíssimo, me juzgó por [221v] hombre que aquella noche había padecido y estado atosigado o avenenado. Como hombre de tanta charidad y prudente, envió u a su compañero por una poca de atriaca fina que darme. Y habiéndola de tomar, yo le dije: —Mi padre, Dios ha hecho esta noche el officio del atriaca y ha sido servido de me dar vida, de suerte que ya, a mi parecer, la naturaleza va tiniendo unas pocas de fuerzas; ¿parécele a vuestra paternidad que no tome medicina ni cosa alguna, no sea cosa que, tirando la medicina por otra parte, impidamos lo que ya Dios va obrando por medio de la naturaleza? Parecióle bien y justo; y así me dejó. Y yo me levanté.

            Y fue Dios servido que, tornando a la tarde a caminar las galeras, me enbarqué y vine con ellas a Barcelona. Y dende allí vine por tierra, pasando unos pocos de trabajillos.

 

4.         Paso por Barcelona y Zaragoza

 

            En Barcelona había recados de los padres calzados para que, desembarcándome allí, me prendiesen v. Pero, como no me conocían, usaba de esta maña: antes que supiesen quién era, que les procuraba notificar el propio motu y enterar muy bien en la cláusula en que Su Sanctidad descomulga a cualquiera que estorbare, detuviere, molestare o inquietare a cualquiera que trujere este hábito, aunque no hubiese w hecho profesión 7. Y así lo hice x en Barcelona, preguntándome quién era y de dónde venía. Y como gente temerosa de Dios, no querían aprisionar su alma por prenderme a mí.

            Y lo propio fue en Zaragoza. Que las guardas de la peste me detuvieron un día 8, hasta que, entrando yo en la ciudad, me cercaron


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seis frailes del Paño y, pidiéndome me fuese con ellos, les dije que sí haría, pero que había de ser leyendo su prelado primero dos o tres cláusulas del propio motu que traía y Su Sanctidad había concedido en favor de nuestra sancta reforma. Y hízolo así. En el puncto [222r] que lo acabó de leer, yo alcé la voz haciendo testigos de cómo le había notificado las letras de Su Sanctidad y la separación y de su orden y prelados. Y con esto me dejaron. Y vine a Madrid.

 

5.            Llegada a Madrid

 

            Llegados z a la puerta de Madrid, donde con rigor guardaban de la peste, no quiso el demonio más ni mejor achaque para, ya que no podía en el todo, siquiera en el dilatar, molestar, cansar y procurar estorbar a por algunos días la entrada. A esto también se juntaba que los padres del Paño en la corte tenían mucho poder y crédito y pudieron tener hablados a los que guardaban.

            De tal suerte fue que, cuando yo llegué, ya había a la puerta dos recados: uno del señor nuncio para que me dejasen entrar, diciendo traía ciertos b recados de Su Sanctidad y cosas necesarias que tratar con su illustríssima señoría del bien de mi Religión. Esta cortesía c me había hecho su sobrino, en cuya compañía yo venía 9. Otro recado había habido del Consejo: que de suerte ninguna me dejasen entrar sin que al Consejo le constase el viaje y caminos. Los padres carmelitas descalzos, a quien yo había dado cuenta, se habían enviado algunos recados a algunos oidores y respondido presentase los testimonios y recados que traía para que en Consejo se viesen. Yo presenté los testimonios de la peste, de cómo había pasado por pueblos y lugares sanos, los cuales, luego como los di, los perdieron.

            En estos dares y tomares se pasaron 4 días. Y yo a la puerta molestado, aunque regalado. Porque el regidor que a la puerta guardaba me había cobrado afición y me daba a comer y de noche me dejaba ir a dormir a los padres agustinos descalzos.

            En este tiempo acudieron los padres del Paño a mí por una parte y, [por otra], los padres carmelitas descalzos, cada uno a hacer su demostración como ofreciendo medios en que poder mejor escoger. Que bien entiendo yo los padres del Paño tenían buen fin en lo que allí pretendían, aunque el demonio [222v] debajo de color de bien podía estar como culebra escondida debajo la yerba. Los padres del Paño ofrecíanme su casa, regalo, libertad para mis negocios. Poníanme delante la afrenta que se les siguía de que yo me fuese a otro convento y


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religión a posar y que era baldonarlos y despreciarlos. Pero diome Dios fortaleza para vencer aquella tentación tan en daño de lo que se pretendía. Porque era cosa cierta que, aunque ellos no ofendían sino usaban de nobleza con quien no lo merecía, pero era llano que, entrando yo en su casa, donde había amigos con quien yo me había criado, que con un golpe y otro, por bien y por buenas palabras, me habían de hacer volver atrás, ya que no en el todo en parte. Y así confieso que recebía de Dios este bien y misericordia, que era una representación del bien o del mal que a la obra se le podía seguir. Y siempre que pensaba de irme a los padres del Paño, veía un bien mío para el cuerpo, de descanso y alivio de mis trabajos y sugestiones, y por mill partes desaguado lo que de la sancta reforma se pretendía.

            Y así, entonces y otras muchas veces, les respondí que, en executándose el propio motu y en señalando el nuncio cabeza, yo iría de muy buena gana. Que entonces la reforma se podría hacer sin mí, cuando muriese o me acabasen. Con esto, yo despedíme de ellos. Negocióse la entrada y fuime a los padres descalzos carmelitas 10, do me recibieron con grande gusto y voluntad. Y yo traté de verme con el señor nuncio y notificarle los papeles que de Su Sanctidad traía.

 

 




a            título del autor al marg.



b            de mill‑nueve [ms. nueva] subr., al marg. prosigue de 2m.



1         16 de octubre de 1599.



2         Pietro Caetani (1562 ca.‑1614), III duque de Sermoneta, sobrino del nuncio Mons. Camilo Caetani. Cf. RAFAELLI CAMMAROTA, M., Caetani, Pietro: Dizionario Biografico degli Italiani 16 (Roma 1973) 217‑219.



c    sigue lámina tach.



d            sigue una destas personas tach.

 



e            al marg. do tomamos puerto en Spagna



3         La flotilla en que viajó (ocho galeras) zarpó de Nápoles el 14 de octubre, el 18 pasó por Civitavecchia, se detuvo varios días en Génova por indisposición del cardenal Niño de Guevara, de allí prosiguió la travesía el 23, llegó a Cadaqués el 29 y, finalmente, entró en el puerto de Barcelona el 2 de noviembre. Cf. NICOLÁS DE LA ASUNCIÓN, Los compañeros del Beato Padre en su viaje a Roma: ActaOSST VI/11 (1964) 643.



f          ms. torna



g         al marg. ojo de 2m.



h         ms. tempa



i         sigue me tach.



j            ms. hacía



k            sigue cesó tach.



l            ms. aguarda



m           sigue as tach.



n            sigue su tach.



o            corr.



p            rep.



q            ms. jornado



4         Sal 50,4.



r            rep.

 



5         Ap 22,11.



s            corr.



t            ms. verdar



6         Jesuita. Cf. lo dicho en p.218.



u         sigue p tach.



v         al marg. llega a Barcelona de 2m.



w         ms. obiese



7         «...non permittentes eos ... aliosque praedictos quomodolibet indebite molestari, contradictores quoslibet et rebelles ac praemissis non parentes per sententias, censuras et poenas ecclesiasticas, aliaque opportuna juris et facti remedia, appellatione postposita, compescendo...», dice el breve. Cf. Carisma y misión, 733‑734.



x            ms. hiço

 



8         En España, especialmente en el norte y en el centro, se registraba entonces una terrible peste bubónica (1596‑1602). En los accesos a las ciudades se exigían a los viajeros las llamadas «cartas de salud» o certificados médicos.



y            sigue y tach.



z            al marg. quando se entró en Madrid



a  ms. estorvarvar



b            ms. cierto



c            ms. ortesía

 



9         El duque de Sermoneta había llegado a Madrid el 23 de noviembre, según carta del nuncio al card. Aldobrandini: BAV, Barb. lat., vol. 5843, f.403v; ASV, Nunz. di Spagna, vol. 50, f.450.



10        Convento‑noviciado de San Hermenegildo. La iglesia antigua (inaugurada en 1605) corresponde a la actual parroquia de San José, en la confluencia de las calles Alcalá y Gran Vía. Cf. FRANCISCO DE STA. MARÍA, Reforma de los descalzos de Nuestra Señora del Carmen, II, Madrid 1655, 205‑220.






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