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San Juan Bautista de la Concepción Obras II – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO 33 VENIDA A VALDEPEÑAS Y LAS DIFICULTADES QUE TUVO a
Dados estos hábitos, yo me partí a tomar posesión de la primera casa, que era la de Valdepeñas. Porque, ya digo, todas tres estaban rebeladas con los pocos frailes que tenían y muchos que habían los padres del Paño añedido para que sirviesen de defensa y resistencia para cuando yo fuese. Porque estaban puestos en ello, porque no habían querido obedecer el mandato del nuncio ni habían querido dar la obediencia al P. Fr. Elías, sino vuéltose a encastillar en sus conventos.
La gente que yo llevaba para estas batallas y pretender estas victorias, eran los dos novicios harto niños. Y una carta al ministro rogándole y señalándole por primer ministro de aquella casa; y junto con esto, otros recados para, si no quisiese, valerme de la justicia.
1. Toma de posesión de la casa
En entrando que entré por Valdepeñas en el convento 1, me dijo b el ministro 2 que ¿qué recados llevaba? Dije que del visitador. Mandóme me saliese al punto. Y que agradeciese el no echarme preso y quitar los hábitos a los novicios c, [225v] porque él no conocía otro prelado y visitador que el de su orden. Porque él no quería aceptar el motu propio de Su Sanctidad y reconocer cabeza de otra religión.
Y para que más se vea la fuerza del demonio y trueco de satanás hasta en los siervos de Dios cuando, volviendo las spaldas a la luz del cielo, abren la puerta y dan asentimiento o consentimiento a tentaciones sólo fundadas en respectos humanos, quiero que se note que este religioso, que al presente estaba en este convento, era nuestro vicario cuando yo me fui a Roma y el que con grandes oraciones y plegarias la tenía pedida y aguardada [la reforma], haciéndosele cada día un año. Y como el deseo no es lo propio que la obra, y en cosas semejantes no se le da nada al demonio de los deseos de reforma como las obras no se ejecuten, pues vemos que los deseos los consintió y las obras las estorbó con tan grandes veras.
Pues, habiendo llegado a mi convento, mandóme que luego me saliese y fuese con mis novicios, llevando por premio y paga el no prenderme, etc. Pedíle fuese servido de me dejar estar hasta otro día, en que haría mi deber para volverme o darle gusto o disponer las cosas como mejor me estuviesen, echando por achaque el venir algo cansado. No reparó en ello, sino dejóme estar. A la mañana fuime a la justicia y, presentando mis papeles, mandéles so pena de descomunión estuviesen
a las dos de la tarde en el convento con diez o doce hombres a me dar la ayuda que tuviese necesidad.
Bien d entiendo que no todos han de gustar de que esto lo lleve tan a la larga, pero yo no scribo más de por cumplir con lo que se me ha pedido y mandado; y por gusto de mis hermanos, que se lo hallarán en cualquier niñería de éstas e. Llano es que el herbolario o boticario repara, coge y estima una yerbecita que el rústico pisa: el uno porque no conoce su propiedad, el otro porque sabe su esencia y que puede con ella y otros simples hacer compuestos para su officio. Yo confieso que, si antes de ahora esto lo hubiera scrito, que, como quien tenía alguna speculación más de cosas o algún mayor conocimiento y peso de las cosas que acerca de esto han pasado, que scribiera muchas cosas que así las dejaré de scribir. Ruego al hermano que lo leyere lo lea [226r] con atención y consideración. Y advierta que hay libros scritos de propiedades de cosas bien pequeñas, que, si se notan, son de grande consideración. Y Salamón f scribió dende la propiedad del cedro alto que está en el monte Líbano hasta el hisopo, yerbecilla que está en la pared 3. Y si la hoja del árbor no se mueve sin la voluntad de Dios, ya algún fin particular, algún misterio o secreto hemos de sacar de una mezcla de bienes con tantos males, persecuciones y trabajos como permitía Dios cayesen sobre esta nueva planta. Que, cuando otro no se descubriera que verla hecha yerbecita humilde y ver tantos contrastes sobre ella, tantos que ponen diligencia para la arrancar, más de entender que sus raíces las tiene fondas y bien asidas, esto g bastaba para que nada se dejara de decir.
Vino, pues, el gobernador con otros muchos hombres a la hora que se le tenía puesta 4. Tañí a capítulo en el convento. Los que en él estaban turbáronse, como si fuera doble de muerto. Enpezáronse h a alborotar de suerte que, si de mi parte no tuviera la justicia, saliera con las manos en la cabeza. Había Dios sido servido i que aquel mismo j año había enviado a aquel pueblo a un hombre muy cristiano, letrado, prudente y en cosas de justicia muy resuelto, que se llamaba el doctor Gregorio López. Este, con buenas palabras, pidió al ministro y frailes fuesen servidos de oír leer los papeles y recados que yo llevaba. Persuadiéronse a ello, aunque, viendo iban enderezados a les quitar la casa o que fuesen descalzos al modo que Su Sanctidad mandaba, alborotáronse k y, maltratándome de palabra, alzaron un palo l para me dar de palos. Entonces el gobernador echóles m mano y yo mandé trujesen grillos y me los encerrasen n. Viendo que ya yo usaba de nueva jurisdición, apaciguáronse. Acabados de leer, dije si me querían dar la obediencia. Ninguno de los que estaban en la casa o, que tanto deseaban
el bien que tenían, la dio, si no fue un fraile lego p que se llamaba Fr. Pedro de la Sanctíssima Trinidad, los dos novicios 5 y el hermano Fr. Clemente de sancta María, que es el que me había q acompañado [226v] dende Madrid.
Mandéles se desnudasen luego mi hábito, pues no querían sujetarse a la obediencia y letras de Su Sanctidad, y se fuesen a su orden. Esto lo sintieron grandemente, porque ellos el hábito lo amaban mucho; y el rigor que a él se les pegaba no lo quisieran, o por mejor decir, quisieran sin tanto pecho como se le cargaba. Entonces pidiéronme les diese hábitos del Paño con que se fuesen, y que lo dejarían. Yo estaba tan pobre con estas valentías, que no debiera de tener cuales que 4 reales de unos pocos que me había dado de missas el P. Fr. Elías. Respondíles: —Hermanos, yo tomé este hábito y me descalcé r, entre otras cosas, por no gastar 80 ducados que gastaba en vestirme; ¿de dónde quieren tenga yo ahora tantos para vestir a sus charidades?
Dios, que veía que en semejantes ocasiones era necesario algún poco de brío, me lo había dado, de suerte que les dije se quitasen el hábito que tanto había costado y se fuesen en calzas y en jubón s. Allí nos concertaron en que, debajo de juramento que hicieron, se estarían en las celdas sin inquietar la casa por cuatro días, hasta que de t La Membrilla les trujesen hábitos que se poner. Dando crédito a la palabra que habían dado y entendiendo el juramento que habían hecho, yo dejélos estar. A la noche los más de ellos saltaron las bardas y fuéronse con mi hábito. Lo cual fue causa de grandes trabajos, molestias, peligros y combates que la Religión o pequeña manada tuvo dende entonces, como ahora se verá.
2. Trabajos de Valdepeñas u
En el convento quedamos por entonces cinco: los dos sacerdotes y dos novicios y el fraile lego. Yo enpecé a componer mi casa y en ella a hacer lo que deseaba y había visto en Roma v. Aumentáronse en cosa de cuatro meses otros siete frailes, cuatro que vinieron de Madrid a tomar el hábito w 6 y otros tres de la Bienparada 7, y un donado. De suerte que por todos conpusimos la casa con número de quince o deciséis frailes, aunque después recebimos otro que vino de Roma, fraile
[227r] del Paño. Todo esto digo por no tornar a contar los frailes que allí había por entonces.
En estas x ocasiones buscó el diablo nuevas trazas y ardides de guerra nunca vistas ni oídas que tal hubiese hecho para con alguna religión. Estos frailes que así huyeron con nuestro hábito, fuéronse al nuncio a quejar de mí y del modo que había tenido en les quitar la casa. Viendo que allí no hallaban recurso, vuélvense a Valdepeñas. Y tomando cada uno una casa de seglar, ocupábanse con nuestro hábito en cosas bien indecentes a él. Que, aunque ellos debieran de ser buenos frailes, el diablo los y instigaba a que hiciesen cosas que, si el nucio o el rey las supiera, juzgando sólo que frailes de mi hábito z las hacían, bastaba para deshacer veite reformas. Que, pues al demonio le echo la culpa, poco inporta declararme.
Ellos jugaban a los naipes públicamente. De día, con la scopeta al hombro y montera de camino, iban a caza. De noche paseaban acompañando damas, festejándolas por las güertas. Y esto sin recato para que fuese la voz al nuncio, al rey y al papa de la reforma que yo traía a España, para que desta manera no sólo me echasen del pueblo, sino del mundo. Esto a duró muchos días, sin poderlos coger con justicia ni sin ella. Allí, en estas ocasiones, hubo tantas cosas, hicieron tantos atrevimientos, que juzgo por mejor dejarlo. Que aunque el demonio a ellos no los dejó, pues los incitó a que hiciesen el disparate que después hicieron b, mientras los juntó para que todos y a una hiciesen gavilla. No holgó satanás, sino urdió y armó otra trampa, o por mejor decir, otras muchas, que de ellas no sé qué me aguarde sino lo que Dios va haciendo con esta su Religión.
En aquel tiempo c en la casa había summa pobreza, porque con estos alborotos en el pueblo no nos tenían devoción. [227v] No nos atrevíamos a hacer demandas, porque de tantos ruidos y alborotos el pueblo estaba escandalizado. Si teníamos algún real, lo echábamos en acommodar la casa. De donde, viéndome derribar lo desacommodado, dieron en decir, los procuradores de los que andaban a monte, que no quería más que derribar la casa y tomar lo que tenía y volverme a Roma. Los de ayuntamiento decretaron que me notificasen no les tocase a su casa. Los del pueblo muchos me querían apedrear por ver les había echado sus paniaguados. Los frailes que de otras órdenes allí pedían, eran los que más metían la lanza diciendo de mí muchas cosas y en mi cara hartas afrentas: de que yo, siendo de tan poca consideración, quisiese abrazar lo que era de tanta; sujetarme a religión ajena, desterrar los propios. Llamábanme loco d, desatinado, ambicioso y otras cosas. Que, si viendo lo que veía y estando libre no lo dejara, creo dijeran bien. Pero no podía, por tenerme Dios atado y como ayunque de herrero o blanco para que diesen en mí.
3. Enfermedad de los novicios e
Y porque en esta sagrada Religión se vea un santo Job tentado, perseguido de los de dentro y los de fuera y, al cabo, mejorado con las cosas dobladas que así se las vuelve Dios, no faltándole trabajos a nuestra pequeñita reforma por de fuera, no le faltaron por de dentro.
Uno de ellos fueron enfermedades f, porque, como la pobreza era tanta y nosotros de regla no podíamos comer sino yerbas, no habiendo quien nos diese de fuera pescado, habiéndose sustentado todo un verano con yerbas y habas y coles, los pobrecillos que habían venido del siglo todos enfermaron. Y con la poca commodidad, cada día los traíamos a cuestas, buscando y no hallando dónde mejor los pudiésemos tener.
El demonio, que esto investigaba y que quisiera que con tales trabajos yo me aburriera, pesábale de que yo anduviese en pie; [228r] y así ordenó una maraña, que fuera bastante para desconsolar u derribar un fuerte. Yo traía el gesto bien quebrado, debiera de ser de lo que interiormente padecía g y no sentía. Vino el médico y, mirándome a la cara, díjome: —Padre ministro, ¿está malo? Respondí: —Señor, no siento hoy más que ayer; estoy como siempre. Díjome que le diese el pulso. Dísele. Y, habiéndole tomado, dijo estas formales palabras: —¡Por el cielo de Dios, que se está muriendo! ¡No se muera de esa manera, mi padre, sino échese en la cama h y muera como hombre! Yo, que vi que siempre me estaba de aquella manera, aunque me turbé un poco, no hice nada.
Vase mi buen médico, que hoy es vivo, y envíame un fraile carmelita descalzo que me diga que, para descargo de su conciencia, me avisa que me estoy muriendo. Yo pienso que ésta fue particular traza de satanás, porque, no habiendo quien anduviese o curase los enfermos, yo en la cama, los novicios, que lo eran todos, habían de pedir sus vestidos y irse; y así él quisiera verme caído. Si no es que fue o quiso ser lo que del otro cuentan: que, haciéndose cuatro o cinco de concierto, cada uno se puso en su lugar por donde habíe de pasar otro amigo o enemigo; y cada uno le decía llevaba el rostro mortal y que sin falta se moría. Lo cual hizo tal aprehensión en él, que lo que no pudo la enfermedad que no tenía, pudo la imaginación que le dio de que se moría; y cayendo en la cama, murió del pensamiento. Esto quisiera satanás, ya que él veía que los tiros que me tiraba contra mi salud no acertaban y, si acertaban, no enpecían, quisiera él que, como necio, me muriera de sólo imaginación. [228v] Yo, de que vi a mi buen fraile que venía a descargar la conciencia del buen médico, temí un poco; y fui al cocinero y díjele me pusiese un puchero de carnero porque decían me moría. Aquel día comí carne. Y como vi que no me morí ni tenía más con la carne que sin ella, dije otro día no me diesen más que a la comunidad: mis coles o yerbas i.
4. La persecución del clérigo que vino a tomar nuestro hábito j
Aunque es verdad que el demonio hacía estas tretas, no por eso dejaba de pensar otras para cuando éstas acabase, que no se confunde con verse de una vencido, sino que, si una saeta se le pierde por alto o bajo, otra nueva saca de su aljaba. Que ésta no fue de las menores, sino de las mayores, que no sé cómo contarla.
Entre los cuatro frailes que digo vinieron de Madrid, vinieron dos sacerdotes que enviaba el P. Fr. Elías. Que, como hombre que nos deseaba bien y dar algunos sujetos a la Religión, no reparaba mucho en examinar o mirar en principios de tanta necesidad. Así, entre aquellos cuatro, envió dos clérigos que, según lo que de ellos sucedió, los podré comparar a aquellas dos varas de Zacharías k: Unam vocavi Decorem, alteram Funiculum 8. Una la enviaba Dios por vara hermosa, que con su exemplo y virtud había de ser báculo a muchos, y a mí compañía y ayuda en muchos trabajos 9. El otro l lo enviaba m el demonio para que fuese azote, y azote cruel; que, a no se descubrir y poner remedio en ello, lo fuera muy grande y no sé si desolación de la Religión. Aunque no habíe de permitir Dios, después de tantos trabajos y cosas sucedidas, no sé si diga con un demonio humanado acabar con tanto bien como se aguardaba de la hechura y propagación desta sagrada Religión.
Ahora, pues, vino este clérigo que así digo enviaba el demonio [229r] para ver si con él podía dar traspié y en tierra con lo que era cielo. Dile el hábito y en la Religión llamóse Fr. Juan de la Magdalena n 10. Este clérigo se había apoyado en Madrid en casas principales, que fue lo que le hizo tener y dio crédito para que se le diese licencia con alguna facilidad. Y como él la traía de nuestro visitador, yo nada pregunté ni reparé. Este hombre traía fama de hombre de grande oración y que se arrobaba y de obras de hombre de grande spíritu.
Hizo su o demostración luego, mostrando que no comía. No quería traer sino p sólo un hábito. Daba en no hablar, en estarse en el coro toda la noche, pero huyendo siempre de la communidad. A las mañanas salía arañada la cara; publicaba y daba a entender había luchado con el demonio y que lo arrastraba por la casa. Hacía demostraciones y cosas que asombraba y traía enbelesados los frailes q. Oíase ruido muchas veces estando él en el coro. Y hubo religiosos que vieron cosas esteriores
que andaban cerca de él de noche, que me da vergüenza decirlo. Con esto tenía todo el convento tan suyo y de su mano, que el que alcanzaba licencia para se reconciliar con él hacía cuenta que aquel día le había Dios de hacer particulares mercedes.
Pero a mí, por la bondad de Dios, no me engañó. Y aunque vi que todo aquello era traza del diablo, aunque no sabía dó iba a parar aquel tiro, no me atrevía de golpe a desmentirlo o quitarle el hábito, porque luego se habían de escandalizar los poquitos novicios que había en la casa y se habían de ir y dejarme solo. No fue muy dificultoso el conocerlo, porque le hallé falto r [229v] muchas veces en la obediencia. El no sabía leer una lición en el coro de suerte que no dijera un ringlón sin muchas mentiras; y porque eso no viesen, decía velaba hasta las doce y, a tiempo de maitines, pedía licencia para se ir a dormir. El poco comer disimulaba con lo que de noche buscaba y comía. En esto y en otras muchas cosas lo hallé muy falto; y en decir que los novicios no les obligaba obedecer al prelado y que poco inportaba hiciesen lo que él les s decía, y no lo que la obediencia les mandaba.
Con lo bueno que este fraile mostraba, tenía enbaucado todo el convento. Y con lo que yo había descubierto, estaba yo bien desengañado, pero, ya digo, no me atrevía a quitarle el hábito porque parece era inposible satisfacer a los frailes que lo echaba por malo. Y más, que a mí me dieron unas grandes tercianas y calentura continua, con que el médico entendió que ya todo estaba ya rematado. Ahora, pues, como el demonio, que debiera de estar en este hombre así echado entre nosotros para nos acabar, vido por una parte que yo le iba entendiendo y que él tenía ya bien hecha la cama con la afición que los frailes le tenían y mi enfermedad, determina de hacer su salto 11 y ir persuadiendo a los frailes de uno en uno que aquélla no es religión y que todas aquellas penitencias y oración eran cosa de rissa; que se fuesen todos y tomasen sus vestidos y se fuesen con él, que les daría otro hábito en el desierto y harían otra religión y que allí serían a semanas, como edómada, [230r] el officio de prelado; y que él sabía por cosa muy cierta que yo había de morir muy presto ahorcado y desesperado y que era grande hereje; y que me mirasen al color que traía y echaríen de ver lo que él decía; y que todo aquello que él decía lo verían presto cumplido. Desta manera persuade a todo el convento para que se vayan con él y me dejen a mí, salvo a dos, que al uno no se atrevió a hablar, que era el clérigo compañero que traía, y otro que, hablándole y diciéndole estas cosas, como lo tenían por hombre que velaba mucho, entendió ser flaqueza de cabeza y, oyéndole, fue a mí y me dijo: —Hermano, el hermano fray Juan de la Madalena está loco, que pasa esto y esto con él. Cuéntame y descubre la celada que para aquella noche tenía concertada t.
Llamándole yo a la cama y examinando u si era locura, halléle muy cuerdo, que a mí me pesó; que mejor fuera enfermedad corporal v que no espiritual. Di orden de poner remedio aquella noche en mi convento y guardar al fraile. El, de que entendió que le quería quitar el hábito, me parece dijo muchas veces que, si tal cosa quisiese hacer, me había de dar de puñaladas o ahogarme. Finalmente, yo le quité el hábito. Y se quiso hacer fuerte, porque decía no se había de ir hasta que allí no quedase fraile. Y bien se vido, que, después de echado de casa, se fue a un mesón; y no lo podíamos echar del pueblo, diciendo que él no se había de ir de allí hasta que no quedase fraile; y fue necesario por fuerza echarlo.
Porque yo entendí, como muchas veces [230v] lo dije, él debiera de ser demonio o endimoniado, o le debieran de enviar los herejes a destruir aquella sancta Religión que entonces enpezaba, en que Dios había de ser grandemente glorificado. Cualquier cosa destas daba a entender, porque, si le trataban de Turquía, decía había estado allá y de allá parlaba; de cualquier parte del mundo parece daba cuenta. Y, después de echado de casa, llevándose un estudiante del pueblo, se puso título de graduado y, sin saber cómo, se le desapareció y escondió, de suerte que, aunque yo he tenido gana y deseo de saber qué se hizo, no ha sido posible hasta ahora que he sabido que la Inquisición lo tiene preso, pienso que es en Estremadura en Llerena, que así me lo ha dicho fray Juan de sancta María. Yo confieso que, para w bien de mi Religión, que me holgara saber quién le envió o qué fin tuvo, porque yo pienso no sólo debiera de ser lo que él hizo lo público, sino otros muchos enredos y males secretos. Que, no dándole Dios lugar, todo salió vano, como salió la rabia que públicamente tomó con la Religión x. ¡Sálvele Dios y ayúdele do estuviere! Y a nuestra Religión defienda de semejantes lobos.
5. Dos evocaciones bíblicas
Que, no sin particular propiedad, conparé esta pequeña manada al sancto Job, en quien el demonio no cesaba ni se cansaba con un trabajo y persecución. Sólo consuela que todas se quedan por de fuera y ninguna le llega al alma de ella, en quien Dios tiene puestos los ojos. [231r] Que, quedando con particular rabia de que le hubiese salido en vano un tiro como éste, acudió a herir y en z todos cuatro vientos la pobrecita casa, donde los hijos de Job comían y bebían spiritualmente a, para que los cogiese debajo y acabase con todo. Y así hizo con otro diabólico enbuste con que acometió aquella casa.
Que de estos acometimientos no hiciera tanto caso si tuviéramos más casas o más frailes de los que en estas o debajo de estas pobres
tapias caídas estaban. Porque b, siendo tres las casas, de sola ésta había tomado posesión; y los otros frailes, como no consentían ni querían sujetarse al motu propio de Su Sanctidad, ya habían dejado el hábito y vuéltose al Paño, y los padres dél apoderádose de las casas. De suerte que toda la Orden era aquella casa y aquellos poquitos frailes que en ella estaban. Y como el demonio la veía así —en lo material deshecha, lo espiritual a sus ojos caído, porque los que habían de seguir comunidad [eran] enfermos y niños, que apenas había quien supiese rezar— y que, por otra parte, se le defendía, no dudo sino que tendría algunos barruntos de sus prósperos sucesos y conjeturas de su gran fortaleza.
Que, según los combates que le hacían y su resistencia, bien la podríamos c decir lo que de la esposa: Collum tuum sicut turris David, quae aedificata est cum propugnaculis; mille clypei pendent ex ea, omnis armatura fortium 12. El cuello es lo más flaco de los animales, pues vemos que, en la pelea y lucha que tiene uno con otro, lo primero echa mano al cuello, como se ve en las aves de rapiña, el lobo y el oso para con el perro; de suerte que, sabiendo esto d, el cazador lo primero que repara es el cuello y pescuezo del alano puniéndole hierros y carlancas para su defensa. Esto propio hizo el sposo a su esposa: que, siendo el cuello parte flaca y por do pasa la vida e influencias de la cabeza, lo fortaleció, de suerte que era como torre de David, etc.
Así era aquella casita: cuello flaco en lo material, por ser tan menesterosa, y en lo espiritual, pues sólo había unos poquitos [231v] de novicios; y el pastor que los guiaba, también lo era, por haber sido así orden de Su Sanctidad que todos a una probasen la mortificación, penitencia, charidad y humildad de esta sagrada Religión, y a una la aprobasen y se aprobasen. Pero, aunque esta casa era así flaca, era cuello por do habían de pasar influencias de su cabeza Dios a las demás partes del cuerpo, y de do le dependía la vida y el ser. Y así el demonio acudía con tantas veras a echarle mano al pescuezo para ahogarla. Pero nuestro buen Dios acordó de ponerla unas fuertes carlancas y hacerla torre de David, pertrechada con mill scudos para su defensa. Que no le cuadra mal a lo que allí pasaba los e scudos por armas, pues no son armas ofensivas sino broqueles do se reciben los golpes, y éstas eran las armas con que aquella pobre casita se defendía: con callar y sufrir golpes y afrentas. Todo lo cual se verá con lo que ahora sucedió.
6. La entrada que hicieron los contrarios en Valdepeñas f
Para lo cual se debe notar, como dejo dicho, que no había ningún fraile profeso, porque yo, que era el más antiguo, había dado la obediencia
al visitador de Su Sanctidad el día de la Puríssima Concepción y cumplía ese día; y luego los demás iban cumpliendo. Y al demonio se le iba acabando el tiempo de combatir el todo, porque, habiendo frailes profesos, habíe menester volver los tiros a los particulares, y no a toda la Religión, que, enpezando a profesar, se había de dividir por muchas partes y tener muchos desaguaderos. Así, en esta ocasión, apretó más la llave y alzó más la mano este enemigo del género humano para dar mayor golpe, por ver si en aquel último estrecho podía derribar a esta esposa de Jesucristo.
De donde nacía que tres almas sanctas las movía Dios g a que me dijesen una y muchas veces que, por aquellos pocos días que faltaban h [232r] a mi profesión, mirase por mí, por mi vida y convento, que en la oración y fuera de ella traían una grandíssima apretura de algún mal acaecimiento en aquella casa. Y estas personas eran de fuera de casa, mujeres honradas, las dos casadas y la otra religiosa i 13, y siervas de Dios. Y confieso que, aunque esto me lo decían con palabras de grande encarecimiento, no me alborotaba, porque entendí no tenían fundamento para ello. El que ellas tenían eran algunas cosas que venían j por dichos o rumores. Y eso, para que no nos cogieran los contrarios desapercebidos, Dios las apretaba para que ellas dijesen. Y no sé si diga —que parece en estas cosas es apurarlo mucho— que la una, hablándome sobre ello, profetizó el fin que en todo había de haber, porque, después de me haber avisado, me dijo: —No tenga miedo, padre ministro, porque no han de poder contra esta obra de Dios y vuestra reverencia ha de salir con la victoria y Dios le ha de entregar sus enemigos a que de ellos haga lo que quisiere.
El caso de ello fue que aquellos frailes calzados que huyeron cuando yo tomé la posesión de la casa y después procuraron afrentar y acabar con su mal exemplo, viendo que no tuvieron reparo en el nuncio ni otra persona para que les volviesen su casa, determinaron de cartearse y hacerse con otros dos o tres que de su jaez había dentro de la que yo tenía, los cuales k no estaban bien con tanto rigor y aspereza y menudencias como yo les ponía, y así poco hubieron menester para volverse de su bando y guardarles las spaldas para el hecho que quisieron hacer.
Vienen una noche 14, día sétimo de noviembre, infraoctava de los Sanctos, y en una venta l que está dos leguas antes de Valdepeñas se hizo la junta y concilio; y lo hicieron convento para hermanarse en su
hecho. Y para más disimular y que todos fuesen con nuestro hábito, dieron allí hábitos y partieron los que ellos tenían y vistieron a no sé cuántos que consigo traían. Y desta manera fueron y saltaron las bardas del convento, hablaron dentro a los que lo sabían y ya sospechaban el hecho. Vanse a mi celda, do yo me estaba vestido y arrimado a mi tarima. Oyendo algún ruido a la puerta de la celda, levantéme y hallé tres o cuatro a la puerta de ella que estaban desenmarañando unos cordeles. Cuando me vieron salir, apechugaron conmigo y me dijeron [232v] fuese preso. Decían traían para ello recados del nuncio. Yo respondí: —¿Recados de nuncio, y a media noche, y saltando las bardas? ¡Favor a la justicia! ¡Frailes, aquí! Entonces tapáronme la boca y trujéronme casi rastrando donde en la calle no se oyesen las voces. Entráronme en la sacristía.
Que cierto no quisiera yo hablar ni contar esto. Debe de ser voluntad de Dios, porque yo procuré se guardasen los papeles que sobre ello se habían causado, por no tener que escribirlo, por ser en mi persona en quien sucedió. Tómolo y téngolo por mortificación. ¡Sea por amor de Dios!
Pues, allí en la sacristía, delante de una imagen de la Madre de Dios, tiniéndome tres asido, como si yo me defendiera o fuera mío m o no me tuviera ya Dios enajenado y hecho escudo para sufrir y callar. Y pues la honra y gloria es de Dios, a él todo lo bueno. Y para que nadie entienda que yo allí ponía algo de mi casa —digo «algo» sólo lo que Dios quería y yo no sabía ni entendía, que así convenía a su sabiduría y a la flaqueza de mi natural; que, viendo yo había hecho algo, me ensoberbeciera—, y así, para quitar la ocasión de decir y n de mí de entender, digo, según lo que siento que entonces sucedió, que mal haya yo si entonces fui libre o ni señor de mí ni de mi lengua ni palabras ni acciones, sino que otro me regía y gobernaba dando consentimiento a mi persona para que las estrañas y ajenas hiciesen en mí lo que quisiesen.
Y así, allí puesto delante de aquella soberana Virgen, que a sus frailes nos los había dado por defensa —quiso ella ser nuestra protectora siendo testigo de lo que allí pasaba—, derribáronme en tierra, o por mejor decir, caíme de la fuerza que hicieron apretando las partes por donde me tenían asido. Y, volviéndome las manos atrás, un fraile lego que llevaban para el caso 15, de buena fuerza, maniatóme p con tanta fuerza que, para hacerla, puso las rodillas en mis espaldas. Estos cordeles yo no los sentí, aunque por el efecto que hacían debieran de estar bien apretados, porque me cortaban las manos; y así fuera si por dos horas duraran las ataduras.
Así atado, lleváronme a meterme en una cueva, que era más pozo por estar con mucha agua y bascosidades [233r] que habían derramado
del fregar las tinajas. Estando a la puerta para entrar en la cueva, yo entonces, viendo que claro expirara q en breve rato porque yo me estaba con summa flaqueza y, de los miedos y asombros y penas interiores con que el demonio me traía, no estaba, a mi parecer, para sufrir un soplo que, por pequeño que fuese, como luz de candil no me apagasen, díjeles entonces: —No tienen razón, mi vida no les debe nada; tomen el convento y frailes y lo demás que hay en él, y dejen mi vida, que aquí se acabará en breve rato. Entonces temieron no les pidiesen y achacasen mi muerte, que Dios no quería allí se acabase mi vida, aunque traían intento de rematarla, como después dijeron personas do se hacían los conciertos. Pero trocóla Dios por otra harto mejor que la mía, porque murió y acabó del asombro y pena una persona que pide tratado de por sí.
Ahora, pues, entonces determinaron de meterme en un aposentillo bajo y en él lodar la ventana a piedralodo y asegurarse de la puerta con buena cerradura r Y temiéndose de aquel religioso sacerdote 16 que había venido en compañía del que dije arriba envió el diablo por azote, temiéndose no se fuese éste a la justicia por ser hombre, determinaron de encerrarlo conmigo, para que me hiciese officio de vara hermosa 17 y báculo de ayuda. Este me desencordeló y desató; y estuvimos allí hasta la mañana.
Confieso que, como este alboroto había de ser el postrero y el que había de hacer la Religión, fue Dios servido de que lo sufriese y padeciese con muchas circunstancias. Que no fue pequeña que, estando allí metido, debía estar con hartos miedos de lo que habían de hacer de mí, de lo que era de los pobres poquitos novicios, de ver ya acabada la Religión que tanto costaba. Las polvaredas que el diablo en mí levantaba: —Ves aquí, invincionero, en lo que paran tus presunciones y negocios, de [que] quiera una hormiga pelear contra un elefante. Y esta batalla y pleito que dentro de mí andaba, era mucho mayor que lo de fuera. Pues, estando [233v] en este conflicto y tan necesitado s de consuelo, se me quedó dormido el compañero encarcelado, de suerte que, dispertándole muchas veces, el sueño le era tan grave que apenas podía hablar una palabra o responderme sin se tornar a quedar así dormido. Que de todo esto que se va contando están todos los terceros vivos. Pasóse así la noche.
Volvamos a mis buenos jueces y pesquisidores, a lo que están haciendo en la casa. Juntan a los pobrecitos novicios y muéstranles unos papeles cerrados diciendo eran recados del señor nuncio. Hácenlos jurar en una ara consagrada que los obedecerán y no irán contra ellos. Y aseguran el convento. Van a una celda do estaba el arca del depósito
y una imagen y pinctura de la madre Teresa de Jesús; y, porque no se fuese sin parte del ruido y pleito, pues la tenía en ayudar a esta sancta Religión, hartáronla de Theresona, que ¿qué hacía ella allí? Abrieron el arca del depósito y rompieron muchos papeles y tomaron quinientos reales que estaban para un vestido a la Madre de Dios. Y, con esto, aguardaron el día, en que así el cielo les había de dar luz.
Pues al amanecer, viendo lo que habían hecho y que ellos no se habían de poder conservar en la casa, porque había de venir gente del pueblo y se la habían de quitar y volver por mí, determinan los dos capitanes 18 de decir a los otros se queden guardándome a mí en la cárcel, que ellos van a hacer ciertas diligencias con la justicia. Engañados de esta manera, vanse a casa de un conocido del convento y escriben un papel para los compañeros que dejaban engañados, que dice así: «Por algunas diligencias que el P. Batista ha hecho, entendemos que, si nos aguardamos un poco, no nos ha de ir bien. Así determinamos de coger el camino en las manos y poner tierra en medio (que ésta es la sustancia). Vuestras reverencias hagan como buenos y miren por sí».
Las guardas, cuando esto vieron, que esta traición les habían usado, cogen sus capas y tiran en su [234r] seguimiento. Cuando los pobres novicios vieron la maraña deshecha y que todo había sido traición y maldad y mentira, y que no t me habían ayudado aquella noche ni favorecido —el demonio encarecióselo mucho, haciéndolo caso de afrenta y menos valor— y que yo les había de quitar el hábito por el hecho, determinan los más de coger también sus capas y irse tras ellos. A la fuga que todos hacían, llamé yo a la puerta y, llegándose un fraile a mí, me dijo: —Hermano de mis entrañas, ¡que han huido todos y robado la casa!
Entonces, como no había quien lo inpidiese, abrimos nuestra puerta. Y acudiendo a la justicia, espantada del caso, a voces en la plaza u, llamando alguaciles y escribanos, se despoblaba el pueblo corriendo por aquellas calles en seguimiento de los frailes: unos a caballo, otros como podían y los encarcelados tras ellos. No pudimos alcanzar los primeros y principales. Alcanzamos los que huían por no me haber ayudado y uno de los principales, y trujímoslos a casa. A los que no pecaron de malicia consolamos. Al principal y malhechor metímosle en la cárcel que para mí v habían hecho.
Y por dejar este caso concluido, no entremeteré otras cosas que sucedieron. Di poder a la justicia para que tomase juramento a los frailes y hiciese información del caso. Hízose proceso y envióse al señor nuncio. Y hase de advertir que fue tan grande el alboroto y ruido que después la justicia, sin pensar, hizo en la búsqueda de los frailes, que se decían mill cosas en los pueblos comarcanos y ventas de Sierra Morena: nos decían que habían muerto a los frailes y otras muchas
cosas, con que el demonio, siquiera de palabra, hiciera bueno lo que él deseaba.
Hízose el proceso, envióse al nuncio. Y luego su señoría illustríssima dio su poder cumplido y comisión al P. Fr. Elías de san Martín, nuestro visitador, para que conociese de la causa o hiciese nuevos procesos y sentenciase y w ejecutase. Y así lo hizo. Y hallándolos culpados en cosas graves, sentenció a cuatro a galeras. Sólo uno se entregó, y [a] ése después se le commutaron en que sirviese 4 años en el hospital de Guadalupe. Los otros huyeron y, a cabo de algún tiempo, se presentaron [234v] y se les dio penitencia que cumpliesen en su religión. No permitiendo ni quiriendo Dios ninguno se quedase sin castigo. Sino que, si quisiéramos cogellos cuando andaban huyendo y escondidos, se nos venían a las manos los papeles que escribían, y sabíamos y entendíamos dónde estaban. Y esto era de suerte que, tiniendo uno preso los padres del Paño en Ubeda y dándole algún castigo grave por otras cosas que allá había hecho, apelaba para mí diciendo yo era su legítimo prelado. Y así me los traían y entregaban. Y se cumplía lo que la devota mujer había dicho: que con nada habían de salir, sino quedar confusos y rendidos a nuestras manos.
El que quisiere saber todo lo que este caso contiene, en el arca de Valdepeñas está el proceso original que sobre esto se causó 19. Y los frailes están vivos que se hallaron presentes, y podrán dar más larga relación.