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San Juan Bautista de la Concepción Obras II – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO 35 LA PRIMERA PROFESIÓN a Y LA PRIMERA FUNDACIÓN
Ya parece que, con este presente que esta sagrada Religión hizo al cielo, se enpezó a mostrar algo sereno y apacible y con alguna bonanza. Que, aunque el infierno no cesó, como ni cesará hasta la fin del mundo, y él tuviere barruntos [237r] de que ha de haber quien le quiebre la cabeza, pero, en fin, con las nuevas ayudas de costa que el cielo nos daba, la carne sentía menos los golpes y el spíritu los recebía con mayor alegría.
1. La profesión de Fr. Juan Bautista
Llegóse el tiempo en que enpezase a haber profesos y hijos de obligación. Y yo cumplí mi año de aprobación. Envió el P. Fr. Elías
a un padre, que se llama Fr. Pedro b de sancta María, a que me diese en su nombre la aprobación y renovación de mi antigua profesión, con que Su Sanctidad nos daba de nuevo obligados a nuestra regla primitiva. Y aunque para ella no se echó ni publicó fiesta más de una breve plática, enllenóse la casa de gente. Y enpezándose a decir las vísperas, sin saber por dónde enpezó la fiesta, se vido un ruido, un estruendo de fiesta, como si estuviera muy de acordado. Y esto no por el que la hacía c, sino porque era la primera, y la primera pedrada que al demonio se le tiraba. La fiesta fue bien nueva, porque los que estaban en el coro, frailes propios y ajenos, no dejaron almirez ni sartén que no tocaron, flautas y tamboriles que hacían de lo primero que se topaban en la iglesia; relinchos, voces, bailes. Que, aunque la iglesia estaba llena, entrándose en la capilla mayor gente muy honrada, enpezaron a bailar y a hacer otras señales de fiestas. Que parece había atado Dios al demonio y cerrádole las puertas, y abierto las del cielo para que lloviesen alegría y regocijo.
2. Cuando vino el P. Fr. Elías d
Tras esta ayuda de costa y bien, nos vino otro segundo, que fue enviar a nuestra compañía al P. Fr. Elías, nuestro visitador, el cual la había dilatado por más de un año: lo uno, por no entender sería necesario su asistencia, sino dende sus casas acudir a lo que a las nuestras se les ofreciere; ora sea por inpedirlo el demonio, que, siempre que se determinaba de venir, tenía cierta una grave enfermedad, como [237v] una vez la tuvo de suerte que llegó a la muerte, volviéndose dende el camino en que estaba para la casa de Valdepeñas.
Entró en ella año de seiscientos y uno por el mes de [febrero] 1. Fue bien recebido, porque, en fin, como hombre y varón cursado y descansado de los encuentros que por acá padecíamos, podíamos tener gran consuelo. Yo particularmente, que no tenía con quien poder descansar, hablar o consolarme. El, aunque en las cosas de la casa y Religión se estrañaba, yo no lo consentía, sino que le fui cargando poco a poco el cuidado de toda la Religión hasta lo e temporal de la casa. Y así convenía para que él no f sólo fuese padre con el título que Su Sanctidad le había dado, sino también madre, regalando y conservando los religiosos que allí había y habían de venir; y que yo me desocupase, que no se me había acabado el pan que había de comer con dolor.
3. Fundación de Socuéllamos g. Inicio de diligencias
Viendo, pues, Dios nuestra casa de Valdepeñas ya algo abrigada y que ya los polluelos tenían alguna defensa del milano —que, aunque en el nido del infierno le estaban creciendo nuevas uñas y pensando nuevas astucias—, ya pareció a nuestro clementíssimo Dios y Padre que era tiempo de darnos otro rinconcillo. Y saliendo yo de Valdepeñas para Socuéllamos 2 a una cosa bien impertinente —y tanto que, al hermano que llevaba conmigo, porque no supiesen que un prelado salía de su casa para cosas de tan poca consideración, le dije al conpañero que no me llamase ministro y que no saliésemos en público, sino que nos fuésemos a alguna ermita a decir missa—, pero, como Dios nos llevaba a otra cosa, no fue tan secreta nuestra ida que no nos viesen los alcaldes. Y de sólo ver el hábito, aunque ya nosotros idos a nuestro convento de Valdepeñas, trataron de que seríe bueno hacer un convento nuestro; y que, habiéndolo deseado tantos [238r] años 3, sin falta lo había Dios guardado para descalzos de la Sanctíssima Trinidad, hábito y religiosos que de sólo verlos les habían contentado tanto y enllenado el ojo.
Despáchanme un propio con una carta, diciendo que me llegue allá, que ellos están determinados de tratar de hacer un convento nuestro y que, para ello, quieren dar lo que yo les pidiere y dijere. Yo me alegré mucho, porque, aunque Dios me daba sufrimiento para padecer, no me parece tenía ánimo o que yo había de ver segundo convento; que harto era poder h, con tan pocos frailes y fuerzas, conservar aquél. Fui allá y hecimos las scrituras 4. Y con los recados que allí se hicieron y una provisión que años había se había ganado para hacer diligencias sobre una fundación de padres franciscos descalzos, con ésta se hicieron las diligencias para nosotros. Con estos recados, y harta poca salud y penas interiores que cada día me iban creciendo, me partí a fin de julio para Valladolid 5 con crueles calores i. Que, de la lástima que me tenían, sé yo que de secreto se me procuró estorbar aquella ida.
4. Temores del Reformador
Pero, como era la primera licencia que su majestad había de dar para que se enpezasen a fundar nuestros conventos, y nuestros contrarios
podían resucitar cosas pasadas, porque nuestro motu propio, por no venir con daño de tercero, se había executado sin pasar por el Consejo Real, yo temíme grandemente no acudiesen al Consejo o a su majestad a estorbar y detener la licencia, con que de nuevo, me parece, podían levantar otros tantos pleitos como los pasados.
Ayudaban a estos temores j muchas cosas. Los padres calzados, que se estaban con el primer sentimiento y tan frescos sus enojos como el primer día, y mucho más, porque, tiniendo entre nosotros al P. Fr. Elías sólo para hacernos espaldas, reñir pendencias y por las razones arriba dichas, ellos lo habían [238v] hecho caso de honra y menos valer que a una religión tan antigua, grave, principal y honrada entrase fraile de otra orden a regir y gobernar. Que mañana querían levantarse en sus corónicas con la hechura de la obra y llamarse reformadores de lo que sólo Dios lo era. No considerando las razones arriba dichas del intento que para ello tuvo Su Sanctidad. Y que, si en una viña vieja se pone un sarmiento nuevo para enllenar las marras, no porque le arrimen una horquilla o vara que lo ayude a guiar, se ha de dar por agraviada la vid vieja. Ni porque al árbor nuevo o viejo, por estar cargado de fructa que no la puede sustentar, si le k echan un tiento que le ayude, tampoco se ha de vanagloriar ni atribuir a sí el fructo que sólo el árbor lleva, conserva y sustenta. Y si nuestros sanctos padres del Paño consideraran que, en esta nuestra reforma y con ella, Dios enllenaba las marras de las vides viejas y de viña lo quería Dios hacer majuelo, que no tenían de qué agraviarse porque de otra religión sacase Dios tientos que guiasen o fortificasen sarmientos delicados. Ni los padres carmelitas, siendo tan humildes, habían de querer atribuir a sí la fructa que los arbolillos llevaban ayudados con la fecundidad del cielo y influencias que toda la Sanctíssima Trinidad enviaba a su admirable jardín.
Y si Esaías dice que no tiene que gloriarse la asierra contra el que asierra y la menea y hace cortar 6, menos tendrá que gloriarse el valladar de que guarda la güerta o jardín, pues suele suceder muchas veces ser él de cambrones y los árbores que están dentro ser de fructa preciosa; como ahora se ve en el fructo que dan mis hermanos de penitencia y mortificación y humildad, y tenerme a mí por su valladar, que, en lugar [239r] de uvas, llevo abrojos. Y así digo que, si hicieran esta consideración, no tuvieran que alborotarse y estar, como dicen, a matar candelas 7 por sólo mirar las cosas con ojos de carne.
Lo segundo, estaban muy alterados y enojados porque había mudado las cruces en la forma que ahora las traemos, como adelante se verá.
Todas estas cosas a ellos los alteraba y ponía de suerte que hicieran cualquier diligencia para que no pasase adelante y para que yo temiese mi soledad y entendiese me era fácil darme u en secreto o en público un traspié.
Con quien pudiera tener algún consuelo y reparo, era con padres carmelitas descalzos, por tener acá al P. Fr. Elías por visitador, fraile suyo, pero, como había sido general y había salido otro, aunque hechura de Dios, no creo con medios suyos o no muy conforme a su ditamen. Que no sé si digo bien, porque él es tan siervo de Dios que, cuando no lo fuera el que salía, lo fuera él suyo por ser su prelado. Lo que sé decir, que los que salieron por prelados fueron, en el modo de proceder, algo encontrados 8. Lo cual fue causa que, como dicen, en pasando la fiesta del buen fray Elías, no se rezó de él ni hubo octava, sino que había ya pasado en cosa juzgada. De donde tampoco yo no tenía reparo en los padres carmelitas.
Ayudaba a estos miedos que ésta era la primera vez que yo salía a volar de mi casa y que, habiendo sucedido lo del pleito de Valdepeñas y los que habían sentenciado a galeras, pudiera temer alguna venganza de ellos u de parientes de ellos, que eran honrados.
Con estas cosas y tantos miedos como yo llevaba, que no pinto más de los que se causaban de los hombres, yo iba tan helado que, con ser calor de julio, confieso no me calentaba. Y esto no es encarecimiento, que hasta hoy me ha durado el caminar el verano muy de ordinario la capilla quitada, y no hacerme mal, por la gran resistencia que el frío [239v] de adentro hacía. Con esto, pues, iba tan tonto, bobo, soportado o enajenado, que confieso, como por cosa de milagro, no me haber dado muchas veces de mano por tonto o por insensato. Pero l, con todas estas cosas y fundamentos que el demonio tenía para volver sobre la reforma, ya Dios le debiera de tener algo más atadas las manos, quitadas las plumas para que no volase; y si volase, fuese como la mariposa, quemándose en el candil que pretendía matar.
5. Cómo el demonio, en esta fundación de Socuéllamos, pretendiendo hacer algunas diligencias para la estorbar, eran apocadas y sin valor m
Partíme para Valladolid, como tengo dicho, en lo recio del verano, llevando conmigo al hermano Fr. Cristóbal de la Natividad, natural del propio pueblo de Socuéllamos, hombrazo que con sola una mano me pudiera echar por los texados.
En este tiempo guardaban de la peste con grande rigor. Y, por haber ya algunos días que el rigor de ella era pasado, yo temía entrar en los mesones por entender por cosa cierta sacaban la ropa ya de los
apestados, que, por gozar del barato, es ordinario comprar los mesoneros. No fueron en vano mis pensamientos, que, dentro de pocos días, me salió una apostema en una n parte secreta, que, por no haber visto peste, no la llamo landre. La cual me afligió de tal manera que yo no sabía qué hacerme: no me atrevía a decirlo o al compañero que llevaba ni en la parte do estaba y dó posé en Valladolid, porque no me echasen del mundo. Traía quebradíssimo el color, de tal manera que se llegaban a mí algunos religiosos y me decían que por amor de Dios les dijese qué tenía, que les parecía traía el color mortal. Yo siempre disimulaba p, diciendo: —Padre, no tengo hoy más que ayer. Que parece, según se andaban tras mí preguntándome qué tenía, se lo descubría [240r] el demonio, porque, a más no poder, con esto se contentara: con que me echaran de la corte. Cuando fue Dios servido, enpecé a mejorar de ella y a resolverse. Me descubrí a mi compañero. Y sin remedio nuestro buen Dios la sanó.
Llegamos a Valladolid. Fuímonos a posar a los padres carmelitas descalzos, porque a los calzados era inposible. A mesón no convenía, porque luego los padres del Paño tenían fundamento y ocasión para decir me había libertado de ellos para andar a mis anchuras y a mi gusto. Sólo nos quedaba este agujero de los padres carmelitas. Fuímonos a apear a su casa como a las nueve de la noche, bien necesitados de comer y más de sed. Como estos sanctos padres guardan tanto recogimiento, seríen las once de la noche y no nos habían abierto. Harta mortificación pasé yo aquella noche. Allá a las doce o las trece nos acogieron bien de enprestado hasta la mañana, cuando, ya despedidos, sin saber qué nos hacer sin caer en las manos de los contrarios, fue Dios servido de trocar el corazón del buen prior 9 para que por unos pocos días nos quedásemos. Pero, por una parte o por otra, no han de faltar tentaciones. Y no fue la menor que, viniendo el general, que era conocido mío, entró con grandes cariños, haciéndome regalar, hablándome, acariciándome y consolándome. Y ¿sabido dónde iba a dar el golpe? Era que había grandes fiestas entre ellos mirando estas cosas con ojos de carne q: ¿Cómo era posible que fray Juan Baptista quisiese abarcar cosas tan fuertes, tan grandes? Que, para que se descubran las obras de Dios, es bien que mis amigos y enemigos digan quién yo soy. Y así muy de ordinario se decía entre unos y otros: ¿Quién es fray Juan Baptista que esto enpieza? En cuya comparación resucitaban la vida y obras de la santa madre Theresa [240v] para, por un opuesto, sacar la bajeza del otro opuesto. No considerando lo que el otro buen r obispo respondió cuando, habiendo compuesto un rezo de un sancto y pidiendo aprobación de él, respondiéronle que s los himnos t no los recebían sino de sanctos. Y respondió que, cuando los sanctos scribían
himnos u, eran hombres; y que también podía Dios usar semejante maravilla con él si se dispusiese, que el mismo Dios tenía y tan aparejado para hacer obras grandes como entonces. Y lo propio digo yo: que, cuando se trata destas obras, no se ha de poner los ojos en lo v que son, sino en lo que pueden ser y en Dios que las hace; y habiendo w hecho Dios de una monja calzada a la sancta Madre, podría de un tan grande peccador como yo, fraile calzado, hacer un hombre al gusto de Dios. Pero, como no miraban sino lo que yo era, volvíame yo entremés y nuestra reforma comedia, pareciéndoles disparate. Que no era pequeño golpe para, sobre mis tentaciones, oler que gente tan sancta y tan siervos de Dios les pareciese ocioso tratar lo que yo trataba.
Ahora, pues, fundado en esto y preñado de tantas imposibilidades, el buen general cógeme x un día en la güerta, con su procurador que venía de Roma 10. Y pareciéndoles obra de misericordia dar consejo al que lo ha menester y encaminar al que va errado, enpiézanme a dispertar el amor que me habían tenido en Roma; y que cómo era posible no tener gana de tomar su hábito y volverme con ellos, que ya yo sabía el amor que ellos me tenían. Y con su prudencia tiraban la piedra y escondían la mano. Encarecíanme cuán perdido estaba el mundo, las pocas limosnas, los muchos [241r] monasterios, cuán fría la charidad, cuán a la postre venía yo con mi reforma, que ellos, con estar tan asentados, apenas podían vivir; lo que costaba cada licencia que se había de sacar. Que lo uno y lo otro lo encarecían y ponían de punto; y uno, por un lado, dispertando lo pasado de Roma y el otro, por otro, dispertando lo porvenir y yo en medio combatido. No le faltaba al demonio sino sacarme el corazón, si Dios no lo tuviera bien asido. Y cuánta verdad sea ésta y cuánto más largo, pregúntenlo a los dos, que son vivos. Aunque yo no me di por entendido. Lo más que respondí fue decir: —Ahora, padre nuestro, haré lo que pudiere y, en cansándome, lo dejaré; hasta entonces no tiene remedio. Y, con esto, se quedó la plática y la tentación rechazada.
En este tiempo trataba de sacar mis licencias en el Consejo de Ordenes 11 y presentar mis recados. Fue Dios servido que en muy poquitos días se sacó nuestra licencia en cuanto toca a la concesión de parte del Consejo, pero, al tiempo de pasarla por el semanero, se nos mandó volver al propio Consejo y en él negarla de todo punto. Que, después de tantos trabajos y temores y no saber la causa del negarla, era una razonable apretura. Yo, como era nuevo en estos negocios, dime por concluido, aunque no persuadido que se hubiese de dejar de hacer. Las personas a quien podía acudir a tomar consejo de lo que haría, fundadas en qué sé yo —podría ser que me quisiesen probar,
aunque yo reniego de pruebas cuando a uno le dan una guchillada que le atraviesan la cara—, finalmente, cuando me aconsejaba, era decirme: —No se espante, padre, que está el mundo lleno de monasterios, religiones, reformas, demandas, que no se puede vivir. Y, como tocar esto era tocar y querer disputar de la providencia de Dios, respondía yo entre mí: No tañe, no es ésa la causa, que no es Dios [241v] tan apocado que cuatro frailes más habían de alcanzar de cuenta un poder tan inmenso. Antes me parecía que el que aquello me decía, se ahogaba en poca agua, no considerando que y, cuando a san Antonio le viene el güésped, el cuervo le trai la ración doblada 12.
Ahora, finalmente, aunque en el interior yo no estaba convertido, en el esterior no sabía qué hacerme. Y el demonio, por echarme de Valladolid, apretaba lo que podía, que, aunque yo no lo echaba mucho de ver en mí, un día conocí lo que yo debiera de padecer en mi compañero: que, siendo un frailazo z tan grande como hoy y mañana, hallélo en la celda llorando. Perdone si él en algún tiempo lo leyere. Díjele: —Hermano, ¿qué tiene? Respondió: —Pues ve cuál ando y lo que padecemos, y ¿dice qué tiene? Confieso que entonces volví sobre mí y dije: ¡Señor, mucho debe de ser lo que yo padezco o el mal que tengo, pues no siento lo que un hombre tan hombre y fuerte! Aquella noche yo me convertí para irme y dejar la licencia. En toda la noche yo no podía dormir: ¿Qué? ¿Es posible que me voy? Pues, si la primera licencia sale vana y la dejo, ¿con qué ánimo tengo de volver por la segunda? Esto quiere el demonio, cogerte de vencida, que le vuelvas las a spaldas; así dará él más recio golpe. Y quien te niega la primera no porfiando, mejor te negará la segunda. Toda la noche, me parece, me estaban haciendo grandes pláticas sobre esto y yo hablando conmigo: si esta licencia no llevo, bien puedo mudar officio. ¿Qué será de mí? Quien pudo quedar en Roma y estar recogido en un rincón, ¿dónde lo puedo yo tener, etc., ni hallar ahora? Estando en estas penas, a mí se me ofreció una razón y réplica que dar y hacer al Consejo en un memorial, que, mientras aquélla no daba o decía, ni ellos me habían negado [242r] la licencia ni yo había hecho lo que era en mí.
Cuando amaneció, viendo la fuerza que aquello me había hecho, hice lo que mi compañero quería, que era irnos, y lo que yo había pensado, que de camino diésemos el memorial. Fue Dios servido que se dio en tan buen punto que, a pocos días, se tornó a dar y conceder la licencia.
Esta licencia hecha y firmada de los oidores, el demonio con ella se quiso hacer b como hurraca, que todo lo esconde. Que, por eso, dije arriba cuán apocado es; que quien había hecho lo que arriba se ve,
no habíe de hacer poquedades. Escrita la licencia y llevada a casa del secretario c González de Heredia para que la llevasen d a firmar de su majestad, donde hay tanta cuenta con los papeles que del Consejo se llevan por ser cosas de grande inportancia, yendo a encargarlos y a pedir la brevedad, ésta fue licencia que, habiéndola dado y entregado el official del secretario Tapia al del secretario González (creo se llama), no fue posible poderla descubrir ni hallar. Y, confusos por ver que la habían recebido, decían que no era posible sino que el demonio la había escondido. Y así pareció, porque se e halló debajo de un cajón, do parece era inposible haberla podido poner nadie. De donde nuestro compañero, cuando la licencia vino firmada 13, decía: —Hermano, no la meta en el seno, que se la sacará el diablo; hermano, vaya en la mano, do no se pierda de vista.
Con nuestra licencia y mucho contento, que era razón tuviésemos por ver ya su majestad enpezaba a firmar nuestras licencias y que aquello había de ir muy adelante, venímonos. Y como estas cosas las juzgo por sí de grande entidad y ser y que, si el bien que train consigo se pesase y considerase, podría hacer daño a la poca capacidad del hombre o ensoberbecerse o parecerle hía que ya basta para quien el hombre es, no deja nuestro buen Dios que tanto dulce se coma a solas, sino que se agüe [242v] y mezcle con algunos disgustos. Nuestro buen Dios sabe que para mí no ha aguardado Su Majestad al día de mañana, sino que vienen los bienes con las mortificaciones tan asidos, tan amasados y mezclados que, siendo los propios, mirados por un lado, los veo de gozo y, por otro, de tristeza. ¡Sea su nombre bendito!
Yo salí de Valladolid y, en el coche que yo venía, truje un hombre por compañero solo seglar. Y, a la primera conversación que enpezamos a tratar, me dijo: —Yo soy, padre, scribano de la visita que se ha de hacer en la encomienda de Calatrava; y vuestras reverencias tienen un monasterio en Valdepeñas y, por no estar con licencia, lo hemos de quitar ahora. ¡Oh, bendito sea Dios, que no tenemos más de aquel pobrecito rincón y, ahora que yo iba consolado que tendríamos dos, se me agua desta manera! Consoléme con decir: Esta es prueba y no es posible, aunque tenga algo de verdad, sino que Dios te envía o hombres te han echado para que me mortifiques f. Que bien sé que, si algunos de los que me han tratado leen esto, que se han de espantar [que], a cabo de tantos años, me acuerde de tantas menudencias; que ellos las confiesen por verdad, por haberse ellos quizá hecho autor de ellas.
6. La posesión del convento de Socuéllamos g
Con esto víneme a Valdepeñas. Y fuime con dos o tres frailes a Socuéllamos a tomar la posesión y acommodar casa; y, por no estar del todo determinado dónde, se hubo de acommodar una pobre casa alquilada. Y, para que se entienda hay algo más secreto y adentro que parece por de fuera, no sé, la noche antes de la fiesta y poner el Sanctíssimo Sacramento 14, la que en el pueblo nos hicieron h. Aquella noche antes hicieron muchas lumbres por las calles, pusieron luminarias, salieron en carros enramados con muchas músicas, cantores. Venían los alcaldes y principales del pueblo cada uno como podía o tenía en qué: caballo o mula, aunque fuese de arado. [243r] Cada uno disfrezado como mejor podía, daban carreras por las calles, y decían: ¡Viva el monesterio de la Sanctíssima Trinidad! ¡Vivan los descalzos!
Esto he dicho para que vean: si no hubiera algo más secreto en este convento más de lo que se veía en público, parece no se habían de celebrar tantas fiestas, que, en fin, fueron las que sus fuerzas alcanzaron.
Ya hemos pesado las fiestas. Pesemos el monasterio: una pobre casa alquilada que tenían unos moriscos. Los frailes, cosa de cinco o seis de nuestro hábito, todos niños y novicios; ni había frailes profesos, sacerdotes, predicadores, sino una manadita de niños, que todos los podían cubrir con un harnare 15. Y la voz era: ¡Viva el convento, viva el monasterio, vivan los frailes!
Y bien se echa de ver que lo decían con buenas entrañas y que los movía Dios a lo hablar y decir, pues ha ido adelante y está en pie y con suficiente número de frailes; y al presente casa de noviciado, gran parte edificada. Que no ha sido bastante para que nosotros lo dejemos la summa pobreza que estos años atrás ha habido en la tierra, pocos y pequeños principios; ni tampoco para que el pueblo del todo se haya desgraciado con ellos, por no haber habido hasta ahora en aquella casa más de un sacerdote y unos poquitos frailes. Que, como la Religión los enpieza a criar, es harta paciencia la de un pueblo llevar y tener frailes para que los confiesen y prediquen 16, ¡y carecer deste bien aguardando a que la Religión haga hombres! Yo espero en nuestro Dios que, quien así ha pagado adelantado, que la Religión ha de tener con que entriegue medida muy colmada, como ya lo va haciendo, dando a aquel pueblo de lo que Dios nos va dando. Désenos a Sí propio para que le amemos i.
7. La paga de Dios: la tumba de Fr. Crisóstomo
Aquí se me había olvidado j de decir en la paga que Dios k daba a la fee que en aquel pueblo l habían tenido de las cosas no vistas, cuando [243v] decían ¡viva el monasterio!, no habiendo más de lo que arriba digo: de una casa alquilada m y cuatro o seis frailes, que, siendo novicios, eran hombres enprestados y compuestos de trapos, que no sabíamos si n, por no aprobar, se puede decir ajenos.
Pagó, pues, Dios esta fee, porque les dio en el convento o el cuerpo de un gran varón. Porque, habiendo vivido allí algunos días, fue Dios servido de honrar aquella casa con su muerte; y que, quedando allí sus güesos, de nosotros quedase y estuviese amada y querida; y que estos güesos muertos tirasen y llevasen a sí los de los vivos. Y yo oí decir p a un religioso q, y no sé si ha muchos años, no tiniendo tanto crédito aquella casa, por ser el pueblo algo enfermo y lugar do está sentado alagunado, por do los religiosos iban allí de mala gana, enviando allí una vez algún número de ellos, decían: ¡Vamos, que está allá enterrado fray r Crisóstomo del Spíritu Sancto, y sacaremos sus güesos! Y si ellos fueron por él, yo creo verdaderamente que él se lo pagó en lo que otros temían. Porque, habiendo habido hasta su muerte muchos enfermos, que estaba hecha la casa un hospital, tanto que, para haberlo a él de enterrar, estaban todos en las camas y curándose en los pueblos, fue necesario traer clérigos que lo enterrasen, y de su muerte acá hay tanta salud en la casa, que no saben qué sea haber dos enfermos juntos. Y no se puede decir ahora más de ella que, cuando se hacía y edificaba, hacían burla de nosotros diciendo hacíamos s sepultura de vivos; y después de la muerte de este sancto, se ha vuelto resurrección de muertos, porque, viendo con cuánta salud allí viven los frailes, la Religión envía muchos enfermos a curar y convalecer a aquella casa. Y sabido con qué regalo sanan o quién los cura, se espantarían.
Yo no quiero tratar de los médicos si son buenos o malos, que, en fin, son viandantes y en pueblo menesteroso y pequeño; y que pocos se pelearán por el partido. En lo que toca [244r] el regalo, es el pueblo el más corto para eso que t se puede imaginar. Pues la posibilidad del convento para sanos y enfermos es la pitanza de una o dos missas, que no habíe más sacerdotes. Ahora, pues, díganme por charidad, ¿quién aquí podía curar o sanar los enfermos? Yo tengo por cosa muy cierta que Dios por intercesión de su siervo, que el sitio y lugar do estaba enterrado lo habíe purificado y trocádolo. Pues díganme ¿quién conservaba la salud y preservaba de enfermedad en un año como en el que ahora estamos, que, habiendo enviado a todos los colegiales de Alcalá a que pasasen allí el verano, donde valía una fanega de trigo cuatro ducados, y ellos no tenían cuatro blancas con que comprarla?
El poco trigo que el convento tenía, porque al buen presidente del convento le durase, pedía muchas libras; y la buena panadera, por la golosina de ahorrar los salvados, daba todas las libras que le u pedían. Y, para mejor poder cumplir, era fama que, para que el pan pesase, le echaba yeso. Y lo daba tan negro y malo, que se holgaran ellos de trocarlo por de cebada v. Díganme, ¿a quién no bastara a matar esto y a derribar un toro?
Ahora, el regalo de la vianda lo podría suplir. El regalo todo el verano era una olla de berenjenas en agua a mediodía y una cazuela de berenjenas a la noche, no espesada con güevos sino w con pan rallado o con yeso amasado. Y, cuando variaban el manjar, era de berenjenas en coles, sin alcanzar un güevo o un poco de pescado para una fiesta grande. De que esto sea verdad, todos a una voz me lo han dicho; ¡y no digo la tercera parte!
Ahora, pues, díganme por charidad, ¿qué médico se atreviera a conservar la salud de unos niños, que en el siglo vivían regalados x, con cosas semejantes, desnudos [244v] y en tierra, donde los muy arropados y regalados, y que no entienden sino en mirar por sí, mueren como chinches? Yo para mí pienso y que el hermano que decía: ¡Vamos, que allá está enterrado el hermano Fr. Crisóstomo!, que él no hablaba sino Dios en él. Que parece decía: ¡Vamos!, que convento do está sepultado aquel varón de Dios no puede ser enfermo ni triste; que, por su intercesión, sanará Dios a los enfermos y conservará a los sanos.
Que, siendo esto así, parece que, antes que él muriera, podíamos decir de aquella casa lo que los hijos de los profetas de la olla que les amargaba, que dieron voces al sancto profeta diciendo: Mors est in z olla, vir Dei 17. Y el sancto, echando en ella unos polvos de harina, se le quitó lo amargo 18; y no fue muerte, sino sustento y vida. Así de antes, cuando a esta casa enviaban algún fraile a, afligíase como si estuviera la muerte en la casa —y no b andaban muy engañados—, pero, en la muerte de este sancto, echó Dios sus güesos en aquella tierra, y endulzóse lo amargo. Y no fue muerte sino era vida, pues decían: ¡Vamos, que allí está enterrado nuestro hermano!
Y bien se echa de ver haberlo dicho y salídoles del corazón aquellas palabras, pues la afición y agradecimiento que tenían a aquellos sanctos güesos les hizo hacer un disparate, si fuera hecho con malicia: que un día se determinaron de abrir su sepultura y desencajarle los güesos, y hacer mill invinciones para se los traer y esconder. Algo habíe cuando, en corazones de niños, que todos lo eran, pone Dios afición de unos güesos que están debajo de la tierra.
Parece que hemos dicho deste siervo de Dios algunas cosas que se pueden conjeturar ser así y haberlas Dios obrado por su intercesión, sin decir nada de su vida. Yo creo que, aunque la abreviemos, será testimonio verdadero que pruebe lo ya dicho.