Índice: General - Obra | Palabras: Alfabética - Frecuencia - Inverso - Longitud - Estadísticas | Ayuda | Biblioteca IntraText
San Juan Bautista de la Concepción
Obras II – S. Juan B. de la C.

IntraText CT - Texto
Anterior - Siguiente

Pulse aquí para activar los vínculos a las concordancias

- 298 -


CAPITULO 36 LA VIDA DEL HERMANO FR. CRISÓSTOMO a

 

            Este siervo de Dios era natural de los Arcos, pueblo de Navarra. Su padre se llamaba Felipe Thomás; su madre... (que lo dejo en blanco para que se saque [245r] del libro de las profesiones 1). El se llamaba en el siglo, como su padre, Phelipe Thomás; y, en la Religión, fray Crisóstomo del Spíritu Sancto b. Era hijo de padres muy honrados y ricos y virtuosos. Y así, mientras vivieron, acudieron a que en él se trasladase la propia honra y nobleza, procurándolo poner do estudiase y fuese hombre. Que yo bien poco puedo decir del estado de seglar que tuvo.

            Muertos sus padres, vino a Alcalá a acabar sus estudios c, donde con mucha virtud los prosiguió. Y así llevó un grado en la universidad muy honrado d. Estando estudiando su theulugía, habiendo nuestra sagrada Religión puesto un oratorio en una casa alquilada e y viviendo en ella con harta pobreza, pues aun no se alcanzaba para una lámpara en el oratorio, movióle Dios a que nos fuese a ver. No hablando palabras ni trabando pláticas, porque esta vocación la quería Dios toda para sí, viendo que el oratorio estaba sin lámpara, va y compra una y dícele al presidente: —Padre, ponga esta lámpara en el oratorio, y ve aquí para aceite y arda por mí esta noche. Y vuelve las espaldas y vase. La lámpara ardió delante de un Cristo; y f Cristo debiera de velar aquella noche delante de él. Que, si obras son amores y no buenas razones, por lo que a la mañana hizo el buen licenciado, se puede entender las buenas razones que Cristo crucificado le debiera de decir. Porque yo no dudo sino que la lámpara alumbró en su alma aquellas llagas que el Señor y Cristo nuestro tenía, todas por su amor y de todos los peccadores; y que asimismo le descubrió el summo bien de la g pobreza y cómo la verdadera sabiduría estaba encerrada en seguir los pasos de su Cristo, y que la honra y virtud la hallaría en compañía de aquellos pobres que con tanta pobreza reverenciaban a su Cristo.

            ¡Oh, qué dichosa lámpara! ¡Oh, qué admirable luz, que fue ocasión para que dejase las tinieblas del mundo! Que, aunque yo no sé [245v] que fuese hombre metido en muchos peccados por ser tenido por muy


- 299 -


honrado, pero, cuando veo por nuestros peccados que ya no se tiene por afrenta los muchos juegos h, gastos y distraimientos (aunque no sé que él lo fuese con mujeres); pero veo el mundo tan perdido por las universidades con juegos, comedias y otras cosas, que, por lo menos, gozando de algo de esto, bastaba para poder decir lo sacaba Dios del abismo de miserias. Y por una palabra que él, después de su conversión, dijo con grande fervor llamándose grave peccador y Madaleno vuelto, o buscando las entrañas de misericordia que la Magdalena había hallado 2, podré decir que fue dichosa lámpara encendida, bien parecida a las de las vírgines prudentes, que, por tenerla, merecieron recebir al esposo y esposa en las bodas 3.

            Así fue nuestro varón de Dios: que, habiendo hecho aquella pintura exterior de la luz y lámpara que aquella noche había Dios de encender en su alma, pues, en amaneciendo, vase al convento. No pide el hábito, ni dice: Quiero ser fraile; ni: ¿quién da esta licencia? Sino, como hombre que ya venía despachado y con ella 4 de Dios, que era el verdadero prelado de esta sagrada Religión, llega a casa y dice: —¿Cuántas varas de sayal entran en un hábito? Dícenle: —Tantas. Va a casa del mercader, sin reparar lo que suelen decir los compañeros en semejantes obras cuando las hacen públicas, saca sus varas de sayal y trailas. Y éntrase por casa y dice: —¡Ea, padres, háganme mi hábito! El presidente que a la sazón allí estaba, también le tocaríe Dios a lo propio, pues luego, sin más procurar conocer su vocación, pues para todos ya venía conocida de Dios, le dio el hábito, con otros muchos.

            A este hermano le duró el fervor hasta la muerte. Con él salió de Alcalá para la casa de noviciado, de suerte que, yendo a pie y, como nuevo y regalado, hiriéndole los hábitos en las piernas, las llevaba hechas llagas de disciplinantes; gustando de herir [246r] los pies que tantas veces habían caminado por caminos errados. En el propio camino llevaban por su presidente un sacerdote novicio, que entonces con ellos había tomado el hábito. Y todos, como varones humildes llamados de Dios, llevaban por su prelado un muchacho, que les iba a enseñar el camino. Pero, como ya a él Dios se lo había enseñado, pedía licencia para hacer sus mortificaciones: besaba los pies, echábase, como malhechor, sogas a la garganta, tomaba recias y terribles disciplinas. ¡Oh, mi hermano! Como de otros se dice que más vale a quien Dios ayuda que a quien mucho madruga, pero tú fuiste ayudado de Dios y madrugaste i. La noche para ti fue día, pues en ella tu lámpara te sirvió de sol. Madrugaste, pues la perfección en ti se acceleró antes de tener convento ni maestro, haciendo los campos y caminos retretes j y monasterios, y a los estraños, tus prelados.

            Las penitencias que en estos caminos hizo, por no me haber hallado en ellos, no quiero decir. Procuraré decir a los compañeros que llevó


- 300 -


que los apunten a la margen. Sé decir que guardaron muy bien su regla, pues fueron sin dineros y, siendo muchos y ellos nuevos en el pedir la limosna, padeceríen grande necesidad; y, [con] esos pobres bocados de pan que comían, en llegando a la posada, se encerraban en los aposentos.

            Llegaron a su casa de noviciado, donde dende luego se enpezó a particularizar de los otros, de suerte que su maestro ya lo hacía maestro en lo público y celador para sus compañeros; y, en lo secreto, maestro para el maestro, para que todos aprendiesen de su humildad y recato.

            De las obras que hizo en vida, como yo no escribo para seglares sino para mis hermanos, puesto caso que en la Religión ahora hay alguna aspereza y rigor, y que nadie se ha de asombrar ni espantar de lo que yo dijere, paréceme lo puedo escusar. Porque decir de su desnudez k, de su singular pobreza y desasimiento, no sólo de lo grave sino de lo más pequeño, de su continua oración, del pasársele las noches [246v] o gran parte de ellas delante el Sanctíssimo Sacramento, continuos ayunos, estraordinarias disciplinas, dirán: —Hermano, gran parte o la mayor parte de la communidad hace eso. Así, lo quiero dejar. No digo más de que era tan amigo de rigor y pobreza que, entrando un día en una celda de un religioso, en quien de suerte ninguna no era inperfección ni culpa tener una silleta vieja de costillas, que allí deben de costar a real, cuando la vido, se estrañó, admiró y le pareció que aquello tan liviano desdecía de lo que él deseaba se guardase; y que, aunque fuese prelado, era buena silla el suelo para se sentar y descansar en el polvo, donde él tenía costumbre de llorar sus peccados pasados.

            Estas ansias de más agradar a Dios siempre le duraron, de tal manera que, enviándolo un día a Alcalá de Henares, do él había estudiado, me pidió licencia para hacer una mortificación pública por las calles que él había paseado. Y, dándosela, se despojó y descubrió sus espaldas y, tomando unas sordillas, se fue por las calles abriéndose l a azotes y dando voces a los compañeros que en el siglo habíe dejado. Como el que, habiéndose escapado de los cuernos del toro, subido en la talanquera, da voces a sus hermanos que se guarden. Y no sólo decía de los peligros que tenían, pero de los que él había tenido. Y, llegándose m gran parte de la universidad a la puerta de nuestra casa, allí hizo una plática con lo que el Spíritu Sancto le ditaba. Y, porque no se maravillasen de lo que él decía y hacía, daba voces y decía: —¡Yo soy un gran peccador! ¡Yo soy un Madaleno! ¡Yo soy aquel que n, si no fuera por las entrañas amorosas de Dios, ya estuviera ardiendo en los infiernos!

            En estas obras y dichos y hechos se ocupaba nuestro bienaventurado. Que, atento que siento mucho por dejar en lo que scribo corrales, se me hace lástima de no dejar lugar [247r] donde se pongan otras millares de cosas que, en vida y en muerte, a este bienaventurado le sucedieron. Lo cual yo no podré decir, porque no he vivido con él ni estado donde


- 301 -


sus compañeros me lo pudiesen decir. Sólo digo que, siendo su muerte bien envidiada, fue de toda la Religión bien sentida por faltarle un varón en quien tenía puesto los ojos. Porque él lo había de ser de toda la Religión y había de ser ojos de muchos ciegos que hoy caminan desenfrenadamente por el camino de la muerte.

            Espero en mi buen Dios, aunque nosotros con nuestros ojos no lo vemos, él nos ve dende el cielo y nos favorece con Dios, como se ve en lo que dejo dicho de la casa que quiso Dios honrar y acreditar con su muerte y con sus güesos. Llévenos Dios en su conpañía y abrásenos en su divino amor.

 

 




a            original al marg.



1         Se da por perdido el primer libro de profesiones.



b            y en‑Sancto al marg.



c            a acabar sus estudios subr.



d            muy honrado subr.



e         sigue nuestros frailes robáronle el coraçón de tal manera que tach.



f   sigue el tach.



g            sigue pobre tach.

 



h            corr. de guesos



2         Cf. Lc 7,37ss.



3         Cf. Mt 25,1‑10.



4         Es decir, licencia.



i            corr.



j            campos‑retretes subr.

 



k            de su desnudez subr.



l            ms. abriendo



m           corr.



n            corr.

 






Anterior - Siguiente

Índice: General - Obra | Palabras: Alfabética - Frecuencia - Inverso - Longitud - Estadísticas | Ayuda | Biblioteca IntraText

IntraText® (V89) Copyright 1996-2007 EuloTech SRL