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San Juan Bautista de la Concepción Obras II – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO 38 LA FUNDACIÓN DE ALCALÁ a
[249r]
Tornando a nuestra historia b —que parece nos ha entretenido un gran rato la conversación de nuestro buen compañero—, acabada la fundación de Socuéllamos en puniendo el Sanctíssimo Sacramento 1 —que parece hasta ese punto en todas las fundaciones he podido hacer pie—, pasado ese día, no era posible poder estar un instante c. Ni sé si Dios apretaba para lo porvenir o si el demonio me afligía por lo pasado. Lo que sé decir es que, pasado aquel día, ni para mí había más dormir ni reposar ni sosegar.
1. Propuesta al visitador y negativa de éste
Determiné de scribirle al P. Fr. Elías, a quien, demás de tenerlo por visitador por orden de Su Sanctidad, lo tenía por padre particular. Y cuando el propio motu no le diera mano en lo que yo había de hacer, se la diera yo y no me meneara a hacer cosa sin su licencia y consejo. Scribíle una carta en que le envié a decir sería bien irme a Alcalá a tomar un colegio, respecto que d, aun para aquellos dos conventos, no teníamos frailes ni estaban los conventos donde se pudiesen recebir; y, si algunos se habían recebido, eran muy pocos y no personas de quien se pudiese aguardar ayuda de consideración, porque eran niños y de poco saber; que un hermano donado que teníamos en Alcalá había enviado e. Yo no supe otra ninguna razón que poderle alegar f al buen fray Elías.
Y, aunque el sancto viejo era hombre de buen ánimo, que, siendo el general en su orden, pienso fundó más de 30 monasterios de monjas y frailes, pero va mucha diferencia de coger la fructa cuando se cai del árbor de madura o cuando está tan asida y alta que es necesario quebrarse los brazos; o, como dice la sancta Madre 2, regar con el agua que llueve o de río que corre, o sacarla a fuerza de brazos. Y así, digo yo que sus fundaciones ya se caían de maduras y las g llovía Dios por no haber quien las inpidiese. Pero las nuestras, que para hacerlas era necesario desbrazarse y con fuerzas del cielo y humanas era necesario remar agua arriba [249v] y todo lo que para cualquier fundación era necesario se habíe de buscar y sacar como quien saca agua de noria o de pozo trabajando. Séase esto, sea que el demonio también le pondría sus dificultades: el no haber frailes que poder poner en una ni en otra parte, querer colegio y no haber colegiales; que yo andaba afligido, cansado para me quedar por esos caminos y que, si moría, le dejaba,
como quien dice, las cabras y que de ayudador se había de volver fundador; y que ya su edad no pedía acudir a tantos trabajos h; que harto era guardarnos las espaldas, sin ponerse a los golpes de la delantera. Séase lo que se fuere, él me respondió estas palabras: «Váyase, vuestra reverencia, un poco más a spacio y no se dé más priesa que la que Dios se da. No tiene frailes para una casa, ¿y ya quiere tres? No hay quien poner sacerdotes y prelados, ¿y ya quiere colegios?».
Ese ha sido un círculo que el demonio me hacía, con que me ha perseguido en todas las fundaciones. Cuando había de recebir frailes, me decían que no tenía casas; cuando había de tomar casas, me decían no tenía frailes. Ello se ha de enpezar: o tengo de enpezar casas sin frailes o frailes sin casas, que no me han de dar las casas con frailes.
Finalmente, con el recibo de la carta que se me enviaba, tan conforme y medida con las fuerzas humanas y prudencia de acá, yo me desconsolé. Y viendo que aquel camino se i me tapaba j por allí, que era el divino, abríame el demonio otro humano y bien opuesto a lo que era voluntad de Dios. Y era decirme que ya yo había cumplido con mis obligaciones, que no debía más; que, pues mi prelado k me ataba las manos, que le dejase hacer a él. Y, con estos pensamientos, enpiezo a tratar de consuelos humanos y escríbole otra l carta, diciendo que m bien sabía su paternidad los trabajos que había padecido en Roma y en los caminos, cuán cansado y falto de salud había quedado y que, pues no era justo acudir a la casa de Alcalá, que me diese licencia para ir a ver mi madre, que ya estaba vieja, y para que me [250r] regalara allá algunos días. Yo confieso que, aunque decía esto, veía que no era voluntad de Dios ni había de ser, que no me traía Dios de Roma y sacaba de tantos trabajos para que me fuera a descansar y a regalar. Scríbeme que me llegue a Valdepeñas y que, en lo que fuere de su parte, acudiría a mis necesidades. ¡Oh Dios de mi alma, y qué sabio eres, y cómo previenes los quereres y no quereres de los hombres cuando han de ir contra el tuyo!
Cierto que es terrible cosa scribir historia con tantas obligaciones de decir verdad. Pero advierto que hacen los hombres obras que en ellos tienen fines altos y, a los ojos de Dios, pueden para sus obras ser encontrados; y, al revés, obras con fines bajos que, a los [ojos] de Dios, sean altos. Y así nadie tiene que juzgar. Y es también terrible cosa haber de satisfacer en cualquier cosita que toque a tercero, porque alarga la historia y la corta. El buen fray Elías, ya como comía nuestro pan y los frailes le amaban y querían, ya cobraba amor a la posada; y, a lo que yo entiendo, pesárale el irse.
2. Inesperado viaje a Madrid y Alcalá
Cuando yo llegué a Valdepeñas, hállolo con un cuidado grande, aunque, como prudente, lo mostraba poco. Y era que n había traído
tercera persona breve del papa para que el nuncio pudiera señalar otro comissario o coartarle las veces que él tenía 3. Finalmente, en cosas de su officio había novedad, aunque yo no lo sabía lo que contenía. Y, ya digo, el que lo trujo, [lo trujo] con buen fin, porque nuestro motu propio le daba jurisdición al dicho visitador para sacar frailes de dos religiones para nuestra ayuda 4; y los prelados de aquellas religiones pudiéronse temer no les llevase algunas personas que a ellos les inportase.
Cuando yo llegué a Valdepeñas, cuéntame lo que pasa. Y que será bien vaya a Madrid a oler qué es aquello o; y que, para mayor disimulo, me puedo entretener en Alcalá. Yo confieso que alabé a Dios: ¡cuán prevenida tenía Dios nuestra fundación! Y yo bien vi que iba a Alcalá y que todo lo demás era p cosa de burla, pero pudiera ser fuera veras si no fuéramos a Alcalá.
Yo partíme luego y llevé por compañero [250v] uno de los que habían de ser estudiantes. Fui a Madrid. Y, aunque era verdad lo del breve, sólo debiera de ser para resguardo y para hacer ruido para sacarme a mí de Valdepeñas y dar a entender a nuestro buen Elías que no había de guiar las cosas por su acuerdo, sino por el de Dios; y que, si le ataban al dedo la cuerda del pájaro que habíe de volar a hacer caza, no era para trabarla ni tirarla, sino para dar cuerda. Y, pues esto era lo que Dios quería, aquello luego cesó y no hubo más.
Determiné dende Madrid partirme a Alcalá.
Y ruego me perdonen todas las menudencias que en estos principios digo, que menos no sé llegar a lo que hay de más consideración.
3. Comienzo de las gestiones
Pedíle al general 5 una carta para sus frailes y para que nos dieran en su casa posada. Era en tiempo que andaba entre ellos la fiesta de la disparación que había entre mi persona y grandeza de la obra. Finalmente, el general por entonces no estaba afecto demasiadamente q. Danos una carta bien de cumplimiento. Que todo lo quería así Dios porque no nos enbarráramos en lo ajeno y dejáramos lo propio. Y también, como tan prudente, el general pudo ser ése su intento, como la madre que avisa a la vecina no reciba en su casa al hijo porque se vuelva a la propia. Tengo por terrible cosa a cada cosita haber de satisfacer. También lo pudo hacer porque me volviese a la de Valdepeñas
y me dejase de salir a volar, pareciéndole y mirando mi sujeto aún se estaba con el pelo malo. Bien pudiera considerar que el perdigón, en naciendo, aún sin pelo ni pluma, corre como el ave vuela; y que eso podía Dios hacer conmigo: que, ya que yo tenía el pelo malo y falta de pluma, que eran heroicas virtudes, pudo Dios prestarme pies y afectos tan accelerados en semejante ocasión que corriese como otros volasen.
Ahora, pues, dame la carta. Y con ella iba yo muy ancho a Alcalá. Dila a su retor, entendiendo tuviéramos albergue. Díceme que no puede tener güéspedes, que estemos aquel día y nos recojamos r Yo confieso que la razón por qué en esto reparo, es porque, como yo no tenía otro reparo sino el de aquellos sanctos padres, cuando me faltaba, quedaba colgado del aire y solo como el espárrago.
Con esta respuesta, fui a dar una vuelta a la villa. Topéme un sancto hombre que [251r] siempre acostumbraba a se ocupar en obras de charidad s. Cuando él vido gente nueva, dice: —Bien vengan a la tierra; ea, mis padres, tomemos una casa alquilada y hágase aquí colegio. Dije yo: —¿Cuánto puede costar aquí una casa alquilada para unos pocos de frailes? Respondió: —Ochenta ducados, y de a sesenta las hay también. Yo asombréme y parecióme que era aquello inposible, porque yo no llevaba ni tenía ni conocía nuestros ni de la Orden más de cinco reales. Yo díjele: —Señor, por ahora no hay que tratar de esto.
Y no se espanten, porque yo venía de convento y tierra que, cuando alcanzaba una docena de reales, me parecía cosa grande; y quien no conocía a quién pedirlos ni de dónde sacarlos, ni conventos de dónde traerlos, que los dos que había no tenían otra tanta hacienda; y añedir a eso el sustentar los frailes, buscarles trigo y componer la casa. Como nuevo en el officio, parecióme que era hacer un nuevo mundo quien es menos que un scarabajo. Y yo confieso que, si dende el principio la confianza en cosas temporales yo la hubiera tenido grande, no hubiera padecido la mitad. Que no sé qué locura o tentación era tener confianza de que Dios había de hacer una religión grande y enviarnos a manadas t los frailes y, por otra parte, titubear en dineros para pagar alquile de casa. Era tentación baja. Y con ella querer Dios humillarme para que las prendas que Su Majestad me daba de la grandeza de la Religión, no me ensoberbeciesen.
4. Alquiler de la casa
Con esta poca confianza que en cosas temporales yo tenía, fuime a visitar a la señora duquesa de Gandía 6, que estaba entonces allí. Pregúntame mi venida, y doyle larga relación, y de mi poca confianza.
Ella, como señora de tanta charidad, díjome: —Pues alquílela, que yo pagaré la mitad, y busque la otra mitad. Ya con eso yo tuve media alma.
Salgo de allí y voy y alquilo casa.
Y vuélvome a Madrid, y cuéntolo a la señora condesa del Castellar, persona devotíssima y de gran charidad. Y dice ella pagará la otra mitad.
Salgo a buscar con qué componer mi casa. Debiera de juntar aún no docientos reales, con que compré un hato de candiles y unas mantas de tirillas. De donde, viendo la condesa que todo mi caudal había echado en candiles u, dio en llamar a aquella casa [251v] «la fundación de los candiles».
Con bien pocos trastos y algún aderezo para el oratorio que la señora condesa me dio, tornéme a Alcalá a mi casa v. El caudal era tan corto que, porque no nos faltase para comprar unas pocas de coles w, estuvimos más de un mes con tres scudillas y un plato. Los frailes éramos los dos que venimos y un donado que se nos había enviado y un ordenante por güésped. Yo envié a recoger los colegiales, que todos los que pudimos sacar fueron tres para que fuesen a escuelas 7, en reverencia de la Sanctíssima Trinidad. De suerte que nuestro convento lo compusimos aquel año con cosa de cinco o seis frailes 8.
5. Persecución en Alcalá x
Pienso que en este tiempo el diablo nos estaba mirando y riyéndose y haciendo burla, pareciéndole que, cuando nos diese un poco de cuerda, no le importaba, que pequeña presa era aquélla para él. Como el gato que se entretiene con el ratón: que no se le da nada que huiga un poco, que a él le parece tiene pies y uñas para lo alcanzar y coger. Así parece que el demonio no reparaba en este conventillo y junta de tan pocos y de tan poca consideración. Que el mayor de los tres estudiantes no sé yo si en gramática había llegado al género. No entraba nadie en nuestra casa, sino un buen hombre que de en cuando en cuando se y compadecía de nosotros y nos enviaba cualque libra de sardinas; y un estudiante que cada día venía como a hacer entremés y a pedirnos el hábito. El lo pedía y, sin responderle, lo pedía y despedía 9.
Nosotros nos estuvimos gran parte del z invierno en nuestra casa cerrada, con las fiestas que Dios sabe. Pero, como no es lo peor el
encerramiento, la pobreza y el sufrimiento para obligar a Dios él haga de las suyas, enpezó a dar una preñez en la universidad de nuestro hábito, de nuestra Religión, de la aspereza de regla, un írseles los ojos a los estudiantes tras los tres que iban a escuelas, que ya andaba por las plazas y rincones paseándose el rigor y religión. Ya nos desencerraban, ya iban estudiantes, ya se trataba, ya preguntaban qué era aquello.
Ya al diablo le pareció que era muchas burlas y que podría venir a veras y costarle caro el disimulo. Como lo cogimos de repente, él no pudo buscar tan presto terceros con quien nos perseguir y inquietar. Determina de hacer el officio de tercero y poner las manos en los frailes, [252r] atormentarlos y asombrarlos de noche.
A mí no tenía que asombrar, que harto asombrado me andaba. Confieso que, por el tiempo que allí estuve en aquella casa, en todos aquellos principios, me parece traía todo el infierno sobre mí, que ni yo estaba para hablar ni tratar ni hacer cosa. Contentábame con sólo padecer. Entrábame en la celda y arrimábame a un rincón, y allí se me pasaban las horas sin saber de mí. Sólo vivía y me sustentaba el ver que, hecha la Religión, aquello se había de a acabar. Cuándo llegaríe la Religión a punto que aquello se acabase y Dios se diese por contento, yo no lo sabía, porque del fin que aquello había de tener y el cuándo se había de acabar se había Dios llevado las llaves de ello.
Bien entiendo yo era grande flaqueza mía el no pelear y luchar para vencer tan mal spíritu. También digo que Dios le debiera de dar licencia para más me humillar. Y que yo no era el que aquello hacía, digo la Religión, pues por lo menos, respecto de lo que padecía, me veía y conocía por imposibilitado a obrar, hacer, parlar y disponer de cosas. A esto se llegaba y lo aumentaba el no lo decir ni communicar. Porque, si yo dijera la más mínima cosa de lo que padecía, o me habían de tener por indimoniado o por loco o por hombre que de pensar traía gastada la imaginación o por lo que era ordinario decir: que la grandeza de la obra traía ahogado la poquedad de mi ánimo. Y cualquier juicio de éstos era en detrimento de la Religión, porque, si decían lo mejor de estas cosas, que era la falta de ánimo y mucha carga, para curarme habían de quitar de la carga y deshacer de la Religión. Quizá más de cuatro veces lo intentaron a hacer.
Y así yo callaba y apretaba, como dicen, los dientes y disimulaba, hablando sin gana y entreteniendo a los hermanos. Que no sé yo adónde puede b llegar estar un corazón apretado y, por otra parte, tener necesidad de hacer de sí potajes y fiestas para los pobrecillos frailes. Que, siendo pocos y niños, habían de tener harta necesidad; y a cualquier dificultad que yo les pusiera de los principios, habían de decir: —¿Quién me trujo a mí aquí, que pudiera yo irme a otra religión que estuviera hecha y quitarme de esto? Así todas mis pláticas con ellos era, para animarlos, de los premios [252v] que Dios da a los primeros y los
regalos y favores c. Esto hacía muy de ordinario, por responder a lo que tácitamente ellos podían dificultar o padecer.
Ahora, pues, llegado el tiempo, como digo, en que el demonio vido que tenía necesidad de alargar el paso y dar mate con propias manos, él claramente con las suyas pegó conmigo una noche, de suerte que en toda ella yo no sabía qué hacerme: por una parte, quería llamar a los hermanos, no me atrevía por no los poner miedo; por otra, veía no me habían de dar remedio; quería decir me llamasen un padre de la Compañía de Jesús, en achaque de comunicar con él algo por sentirme indispuesto, para que me conjurase o conjurase el aposento. No sabía a qué me acudir sin alborotar la casa. Determinéme a callar y estarme quedo y encomendarme a Dios lo mejor que pudiese, según la libertad tenía d. Con esto parece se dio el demonio por vencido. Porque él quisiera que yo alborotara la casa para poner miedo en los demás, y con esto desacreditar el sitio y alborotar a los pobres frailecitos.
Viendo que por aquí no tuvo remedio, vase al aposento do estaban los cuatro o cinco hermanos durmiendo, y enpieza a meterse debajo de sus tarimas, a hacerlas rechinar y a enllenarlos de miedo. Y como siervos de Dios, luego reconocieron que allí andaba el enemigo de la verdad. Enpezaron a dar voces para que se levantasen a ver qué era aquello e. Dijo uno: —Hermano, levántese y llame al f hermano ministro. Respondió el enemigo: —Ya no hay ministro. Levantóse uno g para me ir a llamar, y el demonio lo cogió y lo tuvo atravesado en la ventana para lo echar por ella, si Dios le diera licencia. No se atrevían a salir del aposento, porque también les dijo que, si salían, los echaría los corredores abajo; ni tornar a las tarimas, porque parecía estaba una torre sobre cualquiera de ellas, según sonaban. Finalmente, salió uno y fue a nuestra celda y dijo así descalzamente: —Hermano, vaya a nuestra celda, que está el diablo en ella y han pasado cosas extrañas. Yo, por no meterles más miedo, deshíceselo y aquietélos lo mejor que pude hasta la mañana. Yo bien vi ser ello así, porque al tiempo que fue a su celda, yo quedé bueno y libre.
[253r] A la mañana fuime a aconsejar con el P. Fr. Leonardo, difinidor mayor de los padres descalzos carmelitas y gran siervo de Dios 10, que en todos nuestros trabajos ha sido padre, ayuda y guía con su consejo y sabiduría. Díjome: —No le h dé pena, padre ministro, tenga ánimo, que algún trabajo les quiere venir, que en nuestra orden era ordinario hacer esas alharacas i el demonio cuando nos había de venir algún trabajo; pero es buena señal que el traidor j se atreva y desvergüence en persona, de que saldrán con victoria.
6. Dos cuestiones preocupantes
Y fue así, que luego en continente, visitándome el vicario de los padres calzados, me dio unas nuevas fingidas, aunque con algún fundamento, y eran que el general había enviado un vicario general de los padres del Paño a todas las provincias de España y para toda la Religión, y confirmado por Su Sanctidad no obstante cualesquier bulas en contrario, y que no eceptaba 11 a descalzos ni a persona 12. Miren qué aflición ésta para un pobre hombre solo: ¡ver deshecho todo lo que estaba hecho!; porque, a ser verdad, todo nuestro trabajo pasado era en balde.
Tras esto viene k un mandamiento del nuncio: que, dentro de diez días, parezca en la corte a responder, o que quite luego la forma y hechura de las cruces que había puesto, en que nos l diferenciábamos de los padres del Paño. Yo confieso que, para mi poco ánimo y mucha soledad, fue harta confusión.
Determinéme a la mañana a buscar un clérigo que dijese missa a los hermanos, que no había otro sacerdote más que yo. Y creo que en toda la Orden no había sino tres o cuatro a lo más. Pero Dios no los tenía olvidados a los pobres polluelos que quedaban: que, en el punto que yo me partí, sin saber nada se partió, de estos pocos religiosos m sacerdotes que había, uno que estaba por prelado en Socuéllamos 13 y vino a estar en su compañía; y, en mi absencia, estuvo con ellos. Y quebró el ojo al diablo: que salió y hizo una mortificación, y acudieron muchos a pedir el hábito.
La rabia era conmigo y con los que llevaba por compañeros, de tal manera [253v] que, a la entrada en Valladolid (de mí no digo, porque pienso mi vida la guardaba Dios para que por su Religión padeciese), pero a la entrada nuestro compañero 14, sin saber de qué ni el saber lo que tenía, daba voces que se moría y que le quitaban la vida. Yo no sabía qué hacerme n por no saber él decir lo que tenía. A ratos estaba bueno y otras veces empeoraba, hasta que una noche estuvo muy perdido, que, como invinciones del diablo, a la mañana no parece nada, como ruido de duendes. Y el que de noche estaba encantado, muerto o atosigado, a la mañana, cuando iba el enfermero o el médico a ver qué tenía, no hallábamos nada.
Acudiendo a casa del señor nuncio, hallamos que lo uno era ruido, hechizo para sólo afligir y desconsolar. Que, como dicen, al que se está muriendo una guinda basta a ahogarle. Así, le parecía al demonio que, con una guinda de una imposición no verdadera, bastaba a alcanzar de cuenta a un corazón afligido. Y así, digo no fue nada lo de decir nos venía vicario general de los padres calzados.
7. El pleito de las cruces o
Lo segundo que me llevaba a Valladolid, era el pleito de las cruces, porque pedían trujésemos las que ellos traían y no éstas 15. Alegaban ser aquéllas las cruces de la Sanctíssima Trinidad y estotras invinción mía. No tenían con qué probar, si no era la costumbre, que habíe más de docientos años que en la pinctura se conocía aquella forma. Y decían que, si éramos reformados de la Sanctíssima Trinidad y toda una orden, que trujésemos sus cruces, porque no nos conocían ser frailes de la Sanctíssima Trinidad. Finalmente, todo lo que allí se alegó no fue de consideración, ni me acuerdo alegasen otra cosa.
A lo cual yo respondí que de suerte ninguna debíamos traer aquéllas. Lo primero, por ser éstas las primeras, como consta del primer monasterio que hubo en Roma de la Religión, donde se guardó la regla primitiva 16. Y en el frontispicio de la puerta está a lo mosaico un scudo, y en él un Salvador con dos captivos y una cruz en medio desta manera, con p un rótulo a la redonda que dice: Signum q Ordinis Sanctissimae Trinitatis 17. Y si aquél no fuera el verdadero y propio, donde se enpezó la Religión, y en Roma no se habíe de consentir pinctar contra la verdad (que, porque de aquí a algunos años no sabrán los hermanos el motivo que hubo para poner estas cruces, [254r] es bien aquí lo digamos) y tiniendo aquel antiquíssimo convento de la Santíssima Trinidad de Roma, que al presente se llama Sancto Thomás de Formis,
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mucha renta y estando enajenada, las personas que tienen la renta, para sepultar la memoria que podía haber de sus dueños antiguos y propios, han querido borrar la cruz y título que está a la puerta, y la propia Religión lo ha defendido; y se ha mandado por sentencia esté siempre la dicha cruz y título en pie, para que la Religión, cuando más bien visto le fuere, pueda alegar de su derecho. De suerte que parece la propia Religión nos defendía nuestra insignia y cruz. Y por sentencia se manda guardar hasta que Dios resucitase su dueño y proprietarios. Y desta verdad consta a toda la Religión de los padres del Paño, por haber muchos entre ellos que la han visto.
Y cuando fuera aquella que ellos traían, habíemos de traer ésta. Y pues reformábamos el hábito, habíemos de reformar también la cruz. Y lo que decían de la costumbre, no nos importaba a nosotros, respecto de que el tiempo lo iba todo modificando y de sayal hacía hábitos de grana blanca; y que esta reforma, pues detenía el corriente de la costumbre en lo uno, la había de detener en lo otro. Demás de que esta Religión y reforma estaba dismenbrada y apartada de la modificada; que ellos no tenían ni eran parte para nos poner esos pleitos.
Sobre ello se causó proceso, el cual quedó en poder del padre procurador general de los padres descalzos carmelitas 18. Concluyóse r con mandarme el señor nuncio, el cardenal Dominico Gipnasio, no hiciese caso de ello, sino que me viniese a mi convento.
8. Varias consideraciones sobre las cruces
Y, por concluir, esto de las cruces ha sido una cosa que, aunque nosotros las pusimos sin reparar mucho en ello, nos ha hecho reparar la rabia que contra ellas ha habido. Que, al principio que yo vine de Roma, que se pusieron la primera vez, fue tan grande el sentimiento que hubo, aun en personas graves de la propia Religión, que se lastimaban y lamentaban sobre el caso, de tal manera que ya parece no sentían el habernos [254v] dismembrado y apartado de ellos en comparación del haber mudado las cruces. De suerte que fue forzoso el señor nuncio, que entonces era Gaetano, decirnos y pedirnos encarecidíssimamente pusiésemos la otra forma de s cruces; que, después de algo apaciguados, podríamos tornarlas a poner. Y así lo hecimos: que se pusieron hasta que, estando ya pacíficamente en Valdepeñas, se tornaron a poner las que ahora traemos.
Y éste es pleito que hasta hoy dura: el serles duro que nos diferenciemos en estas cruces. Y así es muy ordinario darnos vaya y llamarlas y decir que parecen señales de costales. Y, cierto, dicen bien, que, siéndolo nosotros de trapos t viejos, señales hemos de traer de costales
que somos. Y cruz es con que Dios señalaba sus siervos en la frente para que fuesen libres de su enojo y ira 19. Y trayendo esta cruz llana u, seremos libres de muchas cosas de alguna vanidad que puede haber en la demasiada curiosidad de otras cruces, de otros gastos y superfluidades v, que ésta w se ahorra.
Y mientras la cruz está más desnuda, está más asemejada y conforme a la que Cristo trujo en sus espaldas. Y pretendiendo por la cruz que bajó del cielo darnos en ella una significación y recopilación de lo que había de ser nuestra vida, convino fuese así. Porque en esta cruz llana pide Dios mucha llaneza en el religioso; cruz pobre, pobreza; cruz desnuda de curiosidad y gallardía, desnudez y simplicidad en el religioso. Y siendo más asemejada a la de Cristo x, hará a los que en su corazón la trujeran más semejantes a Cristo. Finalmente, concluigo con lo que un frailecito de los nuestros dijo de repente: Que, pues nuestra cruz bajó del cielo, no podía él entender que de allá bajase con garabatos.
También digo que, para un hábito tan vistoso como el de los padres del Paño, que dice muy bien aquella sancta cruz. Digo lo segundo, considerando la antigüedad que tiene aquella pintura y la antigüedad de la nuestra, que, puesto caso que [255r] bajó del cielo y como las cosas de allá son preciosas, pudo serlo ésta tanto, que a los que la miraban deslumbraba, y a unos pareció de aquella manera y a otros desta. Pueden aquellos lados sacados y estirados significar los rayos que de sí echaba cruz bajada del cielo. Puede también significar aquella cruz la curiosidad y hermosura que tiene en el cielo. Puede esta cruz significar cuán desnuda se ha de llevar en la tierra para gozar de aquélla en el cielo. Puede aquella cruz de los padres así extendida significar cuánto se habían de extender por charidad. Puede significar ésta así estrecha cuánto nos hemos de encoger y estrechar en nuestra reforma por amor de Dios y. Puede significar aquella cruz z curiosa ser cruz galana, que significa el premio y la hermosura. Puede ésta significar la penitencia y mortificación para alcanzar aquel premio.
Lo que mucho se estima y vale, hacemos de ello mil potajes y diferencias de cosas, dando a entender que, como quiera que esté y parezca, parece bien y es de estima y valor. Lo propio hace con la cruz esta sagrada Religión: que, como la estima y tiene en tanto y se la dio Dios por divisa, scudo y amparo, como quiera que la traiga y guise, la estima y parece bien; y la pone en su corazón y en su pecho, como hacecillo de mirra, para se abrazar con ella. Y si a alguno acaso no le ha parecido, habrá sido al diablo, que a de ninguna manera guisada le está bien, sino siempre y de cualquier manera la aborrece. Y como ya no pudo ni tuvo de qué asir, quiso asir y echar el diente a la sancta cruz que traíamos. Que fue b los dientes con que Cristo le mascó y
comió la vida. Y habiéndole ido mal y tan mal con ella entonces, no sé yo para qué se atreve a tomarla en la boca, si no es para escupirla. Y así, el miserable quiso escupirnos a nosotros, diciendo no traíamos buenas cruces. Que, como quiera, son malas para él, como lo será esta que nosotros traemos, si Dios es servido.
[255v] Concluido este pleito, yo me volví a Alcalá, donde tuvo el demonio otros muy bellacos pleitos con nuestra sagrada Religión, como ahora se verá.