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San Juan Bautista de la Concepción Obras II – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO 41 PROVIDENCIA ESPECIAL DE DIOS
1. Por qué venían niños a
Sólo se me ofrece, acerca de lo dicho, que parece traigo por alabanza de la Religión el haber habido tantas vocaciones hechas en niños de tierna edad. Que parece apoyaba y hacía Dios más si trujera gente granada y hecha a su Religión.
De esto creo he dicho algunas cosas en las pláticas que hacía cuando les daba el hábito. Ahora, en resolución, digo que los traía Dios niños para hacerlos a su condición y que en ellos no hallase cosa que desdijese de su querer. Y David dice que «de la boca de los niños infantes perficiona Dios su alabanza» 1. Y como quería alabanzas perfectas en esta sagrada Religión, traíalos niños que las perficionan.
También mostraba Dios en esto el amor que tiene a su sagrada Religión: que a ella trai la gente que más ama y quiere. Así lo dice él: Mirad, no me menospreciéis estos pequeñitos, que los quiero como las niñas de los ojos; y os digo de verdad b que sus ángeles están delante del rostro de mi Padre haciendo sus causas 2. Y una de ellas, que con solicitud debieran de hacer, fue [267v] que, pues eran niñas de los ojos de Dios, que, para que estuviesen bien guardadas, los trujese Dios a su casa y Orden de la Sanctíssima Trinidad.
Otra razón hallo yo harto provechosa para los grandes, y es que con ellos los enseña y acusa y no les deja escusa, porque parece que concluye más decirle a un grande que haga lo que hace un pequeño, que no a un pequeño decirle que haga lo que hace un grande. Pues, quiriendo para esta Religión grandes y pequeños, para que los grandes no tuviesen escusa con el rigor y desprecio que en ella ha de haber,
trai primero los pequeños, para preguntar, decir y persuadir a los grandes lo que deben hacer; y sin reparo ni escusa de que no podrán, pues lo hacen los pequeños.
También digo que es una grande misericordia de Dios, que usa con un hombre, accelerarle el uso de la razón para que abrace cosas grandes. Como se vido del glorioso Baptista: que de tan poca edad se vestía de pieles de animales y se salía a hacer monasterio y vida con los ángeles al desierto 3. ¿Por qué no tengo yo de estimar que envíe muchos niños Baptistas Dios a nuestra sagrada Religión, que imiten aquel grande sancto en el despego del mundo y penitencia en la comida de yerbas y vestido?
Si el otro estima el canto del jilguero y el del ruiseñor porque, siendo pájaro pequeño, tiene grande silbo y canto —y esta estima es propia de los animales: que, siendo pequeños, tienen gran fuerza, gran vuelo, gran virtud—, ¿por qué no se ha de estimar que Dios envíe en estos principios niños que, siendo pequeños de c cuerpo, tengan grande canto y den grande vuelo? ¿No estima en mucho la [268r] sagrada Scritura aquello que dice David: que era él pequeñuelo y venía el oso y lo mataba, y el león desquijaraba y le quitaba el corderillo de la boca? 4 ¿No celebraban los hebreos la paschua del pan sin levadura, en memoria y en hacimiento d de gracias de las mercedes que Dios les había hecho de darles tan grande priesa en la salida de Egipto, que no les dejó aleudar el pan? Digan, mis hermanos, si estas mercedes hace Dios con los que en tierna edad los saca de Egipto y del mundo y los trai a la tierra de promisión, ¿por qué esta Religión no lo ha de agradecer, siquiera con palabras?
2. Dos casos prodigiosos
Ahora, pues, como nuestro buen Dios traía gente nueva en la vida, costumbres, religión y hábito y edad, porque, como digo, pocos eran para trabajo, para buscar lo necesario al convento y para su sustento, yo confieso que nos sustentaba Dios y proveía. Como a los pajarillos del nido: que los padres vuelan, buscan y los hijuelos no hacen más que abrir los piquillos. Y así era nuestra casa: que, por muchos que venían, muchos comían y para todos había, sin saber de qué o cómo. Y confieso que, preguntándome un caballero en aquel pueblo de qué gastaba o comía o proveía lo necesario, no supe decir cosa de qué, sino parecerme que los rincones de aquella casa estaban llenos de Dios e —perdónenme, que digo lo que se me representó a la entrada de la puerta de la iglesia por la parte de adentro— y que, cuando nada tuviéramos, con nada nos sustentara Dios.
Dos cosas diré que me parece se palparon. La una fue que, como nosotros no compramos vino, enviáronnos un jarro. Y como habíe poco y muchos frailes, el servidor fuese poco a poco [268v] porque no faltase para él. Fueron entrando poco a poco tantos, que le fue forzoso echarlo todo f. Cuando él vino a sentarse a comer y se levantó otro a servir, que no habíe hecho la speculación del jarro del vino, fue a echarle vino y hallólo lleno. Aunque él no lo advirtió, pero advirtiólo el que lo dejó vacío y le echaban vino de lo que él no dejó g.
En estos caminos que en este tiempo había hecho a Toledo, siendo el primero el de Valladolid sobre lo de las cruces, yo partí sin dineros de Alcalá, ni aun para tomar en la venta un trago de vino. En Madrid busqué dineros, y hallé treita reales de missas. El carro costaba h cuarenta. Díjome la señora condesa del Castellar qué dinero tenía y costaba el carro. Díjeselo. Respondió: —Pues sean esos treita para el camino, y yo daré los cuarenta para el carro. Con esta commodidad, nos fuimos nuestro compañero y yo. A estos treita reales debiera de haber añedido cosa de otros seis o siete de missas. Esta fue bolsa que, como mi buen Dios sabe todos éramos en el poco saber i e industria niños, duró: a la ida, a la venida; cuando llegaba a Alcalá, gastaba en la comunidad de ellos; y hice o fueron dos caminos o tres j caminos con ellos a Toledo. Que, si un día no me dieran priesa k en casa que les diera, de suerte que se vació el dinero todo, pienso llevaba Dios traza de proveernos nuestras necesidades en la pobre bolsa. Que cierto a mí me da ahora vergüenza el decirlo: que entonces yo andaba tan abobado, que no sentía lo uno ni lo otro ni reparaba en ello, si el gasto era mucho para tan grande bolsa.
[269r] De todo lo que aquí he dicho, hay testigos vivos. Si al hermano que lo leyere le pareciere comprobarlo, le ruego que lo haga. Y pues yo he l protestado de decir verdad, le ruego, como a mi confesor, como con quien mucho desto ya he parlado 5, que, si algo hallare contra la verdad, lo rompa; y si algo con mucho encarecimiento, lo borre; y si no ha de edificar, lo sepulte. Que sólo se debe pretender con ello que Dios sea glorificado y que entiendan, los que dejan el mundo y se abrazan con Cristo pobre, que no les ha de faltar a lo público o a lo secreto. Désenos Su Majestad a sí propio por quien él es.
3. Conexión de las dos casas, de Valdepeñas y Alcalá m
Y atento que esta casa n de Alcalá tiene y ha tenido tanta conecxión con la de Valdepeñas, por darle ésta los frailes y ella tornárselos criados. Esta los recebía y aquélla los criaba. Esta era como el padre o que lo
ganaba y aquélla como la madre que lo guardaba. Esta hacía la gente y los soldados, y aquélla los armaba para tornar a dar nuevos asaltos. Esta los buscaba y aquélla los gozaba. Esta se los quitaba al demonio de entre las uñas y aquélla se los ofrecía a los ángeles. Esta los sacaba de la cantera del mundo, aquélla los adolaba. Finalmente, son las que han llevado el pondus diei et aestus 6; y así, han sido p, como sposo y esposa, la una para la otra. Y así q, son ellas las dos más combatidas y han sido las más trabajadas y perseguidas. Y así, no será fuera de propósito, en este lugar que se ha dicho de lo bueno y de lo malo que Dios y el demonio han pretendido en esta de Alcalá, concluir con lo que nos falta de decir de la de Valdepeñas.
Para esto se ha de presuponer que, luego como yo salí de aquella casa para la de Socuéllamos y Alcalá, quedó haciendo officio de visitador y prelado el P. Fr. Elías y un su compañero r 7. Estos estuvieron allí hasta que, después de cuatro años poco más, se celebró y hizo el capítulo. Estos recebían los religiosos, que dende Alcalá enviábamos, con grande charidad y los criaban con entrañable amor, como si fueran hijos nacidos de sus entrañas; no sólo como si trujeran nuestro propio hábito, sino como si tuvieran para ello particular precepto del mismo Dios y revelación manifiesta de ser aquélla su voluntad. Acudían a lo alto y a lo bajo, a lo honroso y a lo humilde, como si para cada una de aquellas cosas de por sí los hubiera Dios [269v] criado. Que el ver su humildad y llaneza, los hacía y obligaba a los hermanos a los querer y amar como a propios padres. A estos dos sanctos religiosos yo les traía y enviaba los que en Alcalá recebían nuestro hábito.
4. Dos persecuciones de Valdepeñas s
Viendo el demonio que la gente del campo de Dios se aumentaba; y aunque soldados, bien asemejados a los scuadrones del cielo, donde, por la summa paz, tranquilidad y oración más era cielo aquella casa, comparada al que san Juan pincta en su Apocalipsi en la ciudad de Jerusalén que bajaba del cielo 8, no podía él dejar de tener barruntos, este enemigo de las gentes, que, aunque casa llena de niños, era nidada que, creciendo, habían de ser como las zorras de Joab 9: que con hachones encendidos in caudis eorum 10 habían de abrasar el mundo; y que, si entonces polluelos, no podían dejar de salir águilas caudales en la contemplación, y aves de rapiña para le quitar a él sus presas. Para esto inventó dos trabajos que enviar sobre aquella casa.
El uno fue como la treta vieja pasada. Y fue que, como dicen del cuclillo, que él no empolla t sus güevos ni saca sus hijos, sino que va a los nidos ajenos y en cada uno pone uno o dos; y, empollándolos otros, el propio padre y madre también sacan el suyo, porque entonces no conocen los propios padres sus güevos, por ser todos de una manera; pero, después que van creciendo, siguiendo los naturales al propio padre y madre, los pollos de los güevos ajenos son expelidos y forzados a buscar a su padre. Ahora, pues, viendo el demonio tantos ángeles u como se enviaban a aquella casa, parecióle entre ellos (que, por estar todos tan en sus principios, no se conoceríen los ajenos) deponer su güevo y que, entre los hijos de Dios, pareciese satanás disimulado. Y así envió, entre otros, dos en diferentes tiempos.
El uno, mostrándose en su aspecto y parecer al talle de los demás, a cabo de algunos días determinó de hacer su asalto v y llevarse los pollos ajenos tras sí. Determina de irlos sonsacando poco a poco, en color de llevarlos a ser ermitaños a Sierra Morena, y que allí harían sus chozas y alabarían a Dios. Como eran de poca edad, y las palabras y la obra que les proponía era buena y de rigor, con el deseo que cada día les crecía de más alabar a Dios, condecendieron con él. Ya todo concertado, y gran parte del convento hecho ermitaños en lo interior y de Sierra Morena, aunque en lo esterior frailes descalzos de la Santíssima Trinidad, la última noche w, haciendo el asalto de sus vestidos, no quiso [270r] la Sanctíssima Trinidad que aquello pasase adelante y x ni que el hijo ajeno y y de perdición llevase tras sí los de Dios, que tanto le habían costado. Y así, fueron descubiertos. Los novicios descubrieron su ignorancia y de ella pidieron perdón. Y el capitán, que en su hecho se mostró smerado, le descubrieron su malicia y castigaron su culpa en que fuese a seguir al que allí le había enviado z 11.
El otro a fue un hombre de cierta religión muy grave. Para tomar el hábito, buscó trazas y ardides para mostrar ser muy noble y principal y de lo mejor de España. Y como no es eso en lo que se ha de reparar en esta sagrada Religión, no curamos de verificar nada de eso. Procuró mostrar su persona ser de grande estima, trayendo consigo papeles que decía componía para un libro. Tampoco en esto reparamos para por ahí descubrir la verdad, porque, por docto que sea y tome nuestro hábito, sólo nos hemos de preciar sepan y entiendan y conozcan a Cristo crucificado; sciencia que el rústico b y sabio los iguala y hace de una manera. Este, a cabo de pocos días, aunque tenía engañados a muchos, a mí me tenía desengañado. Quise quitarle el hábito, no me dejaron. Parecióle que, antes que descubriese otra uña por donde los demás lo conociesen, que sería bien hacer su presa; y executar la rabia
de satanás, porque el demonio, revestido en él, quiso de una coleada deshacer aquella sancta casa.
Procuró algunos medios, que, como no le salían bien ni del color que él quisiera, los dejaba luego. Pero el que llevó más adelante fue que finge que la señora duquesa del Infantado, su parienta cercana, le había enviado un pliego de cartas de su majestad, con una cédula real en que le daban cierta dignidad con obra de diez u doce mil ducados de renta. Y la carta que le enviaba el rey era de grande estima que hacía de su persona, diciendo cómo, atendiendo a los servicios de sus padres y propios, le hacía merced de aquella dignidad; y que sólo era principio de premio y paga; que su majestad tendría cuenta de le premiar conforme merecía.
Con esta cédula y cartas del rey y de las personas más graves que a él le parecía, enpezóse a descubrir a sus amigos los engañados y a subirles de puncto el rigor de la Religión; y que era [270v] terrible cosa la perseverancia en religión tan strecha y con tan poca ayuda de costa c de regalo para el cuerpo; y que cualquiera que gustase de se ir con él, le premiaría, regalaría y tendría con su persona. Y una tentación como ésta al que ha venido a servir a Dios, por ser tan grave y acerca de cosas honrosas, no es tan fácil de desechar. Fuese descubriendo poco a poco a los amigos. Decía que a la Religión le podía hacer grande bien y no, tratándole como su persona merecía, grande mal y disfavor. Con esto, a algunos con quien él se trataba, aunque no le daban el sí para lo acompañar, por lo menos adoraban el zancarrón de Mahoma d, temiéndole por lo malo con que amenazaba y amándole por lo bueno que ofrecía. Entre e los demás frailes repartía officios de su casa, de su iglesia y de su persona. El crédito lo hacía y daba la cédula real y carta de su majestad.
Pero, como todo esto era mentira, embeleco y viento, deshízose como el humo. Conociendo f el prelado de aquella casa la falsedad y engaño que traía, quitáronle el hábito. Y si él se aguarda un poco, pudiera ser que, castigándole conforme la gravedad del delicto, le dieran otros criados diferentes de los que él pretendía. Salió de allí. Con las propias cédulas pretendió engañar a algunas personas en el siglo, con que hizo dineros para poner tierra en medio, como la puso, de suerte que hoy no ha parecido. Quiera nuestro Dios hallarlo g, que es el que busca la oveja perdida y la trai sobre sus hombros 12.
5. Las enfermedades de Valdepeñas h
La otra persecución y trabajo que vino sobre aquella casa fue que, ora sea por ser prueba de Dios, acechanza del demonio o rabia de los
hombres, que no creo estaba acabada la que en sus principios había enpezado con tanto rigor. En aquel convento llegó a haber más i de cincuenta novicios. La casa, bien llena y bien vacía de regalo y aun de lo necesario. El demonio quísolos coger por demasiada pobreza; y con ella los quiso Dios purificar y mostrar su fortaleza. En mucho tiempo no tuvieron qué comer sino unas pobres yerbas [271r] sin aceite. Las cenas de la noche era una ensalada de pepinos y cohombros de la misma manera. Dios, que, para conservarlos con esta comida, habíe de hacer milagro en darles salud, dio lugar a la enfermedad y hacer el milagro un poco más tarde, después de haber llegado el agua a la garganta y estar para agonizar.
Enpezaron a enfermar 13 de tal manera que, dentro de pocos días, no había hombre que les diese una jarra de agua. La ropa para las camas: era conpasión la que les querían dar en el pueblo por amor de Dios. La comida: sé que tenían unos pollos, pero para entre tantos no podía ser cosa de consideración. Los médicos curábanlos como enfermedades ordinarias que Dios envía; y así, errábanlas todas y no sanaban hombre, por ser enfermedades extraordinarias. Unos llegaron a estarse muriendo, otros héticos ya confirmados; y todos, dende el mayor hasta el menor, en un grito. Que, siendo todos novicios, una j de las mayores muestras que me parece ha hecho Dios, fue en aquella ocasión que nadie se tentase, nadie se acordase del regalo de casa de sus padres, habiendo muchos ricos y principales, sino que todos estaban con una paz interior de ángeles, con una alegría celestial. Pero quien no reparaba en esto, sino miraba sólo lo corporal y temporal, era para quebrar mil corazones.
Nuestro buen padre Elías, que tanta parte le cabía de la lástima y dolor de ver así el rebaño de Jesucristo, y no menos parte a él y a su compañero de haberles cogido la enfermedad propia y estar en la cama con señales de muerte, envióme a llamar do estaba para que viese un retablo de duelos tan particular. Pero, junto con eso, como sancto, estaba consolado y me consolaba, diciendo él y yo aquello era obra de satanás y resistida de Dios, pues, habiendo tantos enfermos, ninguno se moría ni desconsolaba ni quería dejar el hábito. Yo fuilos a ver. Fue Dios servido de poner en mi imaginación que, como aquélla no era enfermedad ordinaria sino extraordinaria, se había de curar extraordinariamente. Y así, [271v] consolándolos, sin decirles nada, di orden de sacarlos de casa y llevarlos a una ermita que está en un cerro, que se llama San Cristóbal, algo apartado del convento y del pueblo k. Truje carros y pollinos en que llevarlos. Y habiéndoles dado a cada uno un güevo a cenar, los subí y echaba en mi carro unos vestidos y otros desnudos, como si fueran cestos de vendimiar, porque era tanta la
flaqueza que tenían l y las recias calenturas, que aun no eran señores de levantarse al servicio y, por no vestirse, se dejaran morir en la cama do estaban. Y obligándolos a ello, parecía la enfermería que estaban enemigos a la puerta, según unos se levantaban, otros lloraban, a otros los llevaban desnudos y arrojaban en el carro. La ropa de los unos se echaba sobre los otros. Yo, por poderlos despachar a todos, no me fui con el carro, sino que, yendo el carretero con los enfermos y medio muertos —que sanos no habíe qué les poder dar—, fue Dios misterioso en sus obras: que, no pudiendo subir las m mulas cargadas la cuesta arriba, se apearon muchos y fueron por su pie. Cuando llegaron a la ermita, como allá no habíe nada sino el casco n de la ermita y por barrer, todos se enpezaron a animar y cada uno a hacer su cama, a conocer su ropa, a escoger rancho, a barrer su lugar. Yo, cuando fui y los hallé aliviados y casi a todos en pie, dije que diésemos gracias a Dios y al sancto se le dijese o cantado aquel responso del común de los confesores: Iste homo ab adolescentia sua meruit infirmos curare; dedit illi Dominus claritatem magnam 14, etc.
A la mañana dímoslos de almorzar p. Y hágolos levantar a que officien una missa cantada del sancto; y el que se quedare en la cama, que no le alcance q para él salud. No quedó hombre que no se levantase. A mediodía se puso la mesa en medio de la ermita; y se les advirtió que el que no se levantase a comer, que no se le llevase a la cama. Todos con esto cobraron ánimo. A la tarde, de que les vi aliviados y que por allí Dios les daba salud, hecimos unas constituciones contra los médicos y barberos: que, si alguno se atrevía a subir allá, que le estorbasen [272r] el paso; y que, si porfiasen a querer ir a visitar algún enfermo, les pudiesen tirar muchas cebollas que allí se habían llevado; y que, si alguna beata fuese en achaque de visitar la ermita, que fuese gravemente castigada; que el r fraile que tomase en la boca cosa de s botica para la pedir o nombrar, fuese echado de la compañía; que el que se quejase, otra pena.
Con estas constituciones se alegraron. Y como eran ángeles sin discurso, todo lo que su prelado les decía lo creían; y su fee los hacía salvos. A las noches nos salíamos al cerro a decir cantada una letanía a la Madre de Dios. Esto fue de suerte que, dentro de ocho días, los que de héticos no tenían sino sólo los güesos y que los vestían y levantaban, bajaron por su propio pie a la casa, a visitar al P. Fr. Elías, que no subió arriba, por lo cual le duró más su enfermedad. Creo que, dentro de 20 días, fue cuando todos bajaron por su pie, buenos y sanos. Y dieron en casa gracias al Sanctíssimo Sacramento. Y se les hizo un capítulo de los intentos que Dios había tenido en haberles dado noviciado con enfermedad. Que quisiera acordarme de las razones que entonces
les di, pero de sola una me acuerdo, y es que aquel se llama noviciado más perfecto en que se prueba y experimenta todo lo que en el discurso de la vida ha de padecer y sufrir un religioso. Y cuando todo esto no lo experimenta, no es buen noviciado.
Una de las cosas más trabajosas que hay en las religiones es padecer los religiosos enfermedad, porque, como les faltan los padres, el regalo de la madre y caricias de la enfermera y otras mill cosas; que, aunque haya charidad de frailes descalzos, es una cosa de grande prueba una enfermedad larga. Pues, como ésta era Religión de la Sanctíssima Trinidad y el maestro de novicios el Spíritu Sancto, parecióles hacía agravio si a todos los novicios no se les daba a gustar de todos los trabajos que, en el discurso de su vida en la Religión, habían de gozar y sufrir. Y habiendo aprobado también en ellos, como aprobaron, sufriéndolos con paciencia, alegría y contento, los aprobó también toda la Sanctíssima Trinidad para que se quedasen en su casa y profesasen su regla. Y así, luego fue Dios servido, sin que se mal lograse hombre que yo me acuerde, [272v] hicieron profesión. Y el diablo fue muy corrido y avergonzado. Y Dios quedó muy glorificado en sus obras y sus sanctos.