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San Juan Bautista de la Concepción Obras II – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO 42 LA VIDA DE DOS HERMANOS
1. La santa muerte de muchos hermanos
Para concluir a con esta casa de Valdepeñas y salir a las demás fundaciones, pues hemos dicho de las singulares b mercedes que recebían de la Sanctíssima Trinidad los vivos, razón será que digamos de los muertos; y que se vea que no las echaba Dios en saco roto, sino que se bien lograban, guardándolas para las volver, en la muerte en la hora de la cuenta, con las nuevas ganancias que habían granjeado, diciendo con los sanctos confesores: Domine, quinque talenta tradidisti michi, ecce alia quinque superlucratus c [sum] 1.
Lo que sé decir es que, si los premios eternos que Dios da a los bienaventurados no sebrepujaran sin comparación a lo que los hombres en la tierra hacen, según aquello de san Pablo: Non sunt condignae passiones huius temporis ad futuram gloriam 2, no sé cómo entendiera aquello que el mismo Dios les dice: Euge, serve bone et fidelis, quia in pauca fuisti fidelis, intra in gaudium domini tui 3. Porque son tan grandes las mercedes que de Dios reciben algunos siervos suyos que, si a ellas se refiere aquel in pauca, no sé cómo se entienda. Y si se refiere a lo que ellos granjearon y ganaron, también por ver obras en ellos tan heroicas que asombran
y ponen grima a los que las miran y, después de vista y asombrados de su grandeza, que diga Dios in pauca fuisti fidelis, bien se entiende, mis hermanos, que lo que recebimos de Dios, según lo que nos desea dar si nos dispusiésemos, es todo poco. Y cuando te haya dado grande sabiduría, entendimiento y hecho propheta y sancto, es todo poco, porque, si tú alargases más el paso y ensanchases más la vasija, sin comparación está Dios aparejado a darte mucho más; y si él se estrecha, es por tu cortedad y poquedad en el recebir.
También, si se refiere a tus ganancias, son todas ellas pocas, porque, después que en tu cabeza hubieras puesto todas las penitencias de los d ermitaños y confesores, y sangre derramada de los mártires y limpieza de las vírgines, etc., todo eso junto no llegaba a lo que es y vale una gota de la gloria que gozan los bienaventurados e. Y desta manera y en este sentido, todo es poco lo que de los hombres podremos decir f. Pero a nuestros pensamientos, a nuestra cortedad, a nuestra flaqueza, a nuestra miseria, a nuestro juicio no será poco lo que ahora diremos de dos hermanos, entre otros, que en aquel convento vivieron [273r] y murieron debajo de nuestro sagrado hábito y regla. Entramos se han de introducir sin padre y sin madre. El uno g, porque, siendo de las montañas, yo no sé de qué pueblo ni de qué padres. El otro, aunque se saben, no se conocen. Que, para mí, digo que no los habían de tener en la tierra los que sólo parece eran del cielo y para el cielo. Y si dejados de sus padres, recebidos de Dios. Y pluguiera h a Su Majestad mientras uno vive fuese tan spiritual, que no sólo los que viven con él no supiesen sus abolorios, pero que él no se acordase que tiene padres ni quién fueron. Pero hay ya tanta miseria en el mundo que, aunque sea fraile (y plega a Dios no sea descalzo, y calzado con sólo la nobleza del mundo heredada de sus padres), la mejor pieza que ponen en su escudo es i como hijo de tal padre. Que, si cuando lo dicen o lo juran tuviesen en la imaginación sólo lo que Cristo dice: Nolite vocare patrem super terram: unus est pater vester, qui in caelis est j 4; no llaméis padre en la tierra, sólo os preciéis que tenéis un padre, que está en los cielos, sería en ese sentido dichoso blasón el decir como hijo de mi padre: que hablásedes, que obrásedes y pensásedes como hijo de tan buen Padre. Pero la miseria es tan grande que, olvidados del cielo y de esa espiritual generación que a los ángeles y spíritus divinos ennoblece, entra el diablo hasta en las religiones vistiendo, honrando, alabando y estimando (y plega a Dios no sea hurtando) nobleza ajena de padres; y antes que por la virtud se conozca quién ellos son k, ya toda la casa conoce sus abolorios.
Pero nuestros l dos hermanos, de quien ahora hemos de hablar, al que no se le conocían sus padres, era porque, siendo honrados de la montaña, no quería él otra honra más de la que le había de venir del
cielo. Y así, lo de la tierra lo callaba y encubría, y Dios se le descubría ser padre y gloria suya m. Al que se le conocían, fue no menos gloria, porque, pudiendo por ahí desdecir algo su estima, como no se estimaba sino de sólo Dios y la gloria que por la disciplina y cilicio n se alcanza, no se le daba nada que los conociesen y a él en la tierra no lo estimasen. Y en entramos a dos hallo ser acto particular de humildad: el uno en taparlos y el otro en descubrirlos. Pero yo, que sólo [273v] tengo de decir los bienes que de su Padre Dios heredaron, no hay para qué descubrir nada de la tierra ni detenerme en eso. Dejemos a los muertos que entierren o sus muertos 5, que los del siglo hablen del siglo y el que es de tierra hable de p tierra. Nosotros, que hemos de prophesar vida del cielo, tratemos de la vida celestial de nuestros hermanos.
2. El hermano Miguel q de las Llagas
El uno fue hermano donado. Llamóse r el hermano Miguel de las Llagas. Fue, como digo, de las montañas. Tomó nuestro sancto hábito año de 601 por Paschua de Flores 6.
Vínose de muy poca edad de su tierra. Entró en la Compañía de Jesús en Alcalá a pretender su hábito. Aunque no lo tuvo, fue pretendiente por dos o tres años. No se lo dejaron de dar porque no lo mereciese. Antes, como tan siervos de Dios, viéndolo tan aparejado para la humildad y tan dispuesto a caminar en lo próspero y adverso, no le debieran de querer quitar la ocasión de merecer. Y así, lo tuvieron guardando ganado aquéllos. Y que esto sea verdad —de que no fue el no darle el hábito por desmerecerlo, sino por la razón ya dicha— lo prueba el sentimiento que hicieron cuando supieron estaba en nuestra casa y que pretendía nuestro sancto hábito. Y yo testigo que lo enviaron a llamar muchas veces; y me dijo a mí: —Hermano, no me envíe, que Dios me llama para servir en esta sancta Religión. Gustando más el hábito de donado y traer por Cristo descubierta su cabeza, que no ocupada con bonete. Imitando a su esposo Cristo: que, por buscar su esposa la oveja perdida, dice en los Cantares que, en la madrugada que hizo buscándola, por traer la cabeza descubierta, la traía llena de rocío 7.
Creo le di yo el hábito, por ser allí prelado y dárselo a sus compañeros, los que en aquel tiempo lo recebían. El tiempo s que allí estuvo, se ocupó en la cocina. Viendo, a cabo de pocos días, que en él t nada se veía u de hombre, sino de ángel, deseando que todos los que viviesen en el noviciado fuesen sanctos, parecióme dárselo por la mejor dádiva y presente que había hecho a aquella casa.
Entrando en ella, le encomendaron el propio officio de la cocina, no de pequeño trabajo, no por tener mucho que guisar, sino por ser muchos los frailes y muchos los enfermos y poco lo que habíe de darles; que, para buscarlo, guisarlo, otro que él en aquella ocasión no sé cómo lo había de hacer. Pero, como yo entiendo a él le ayudaban los ángeles, con lo poco v cumplía y lo malo lo guisaba. Y yo soy testigo de que, estando en aquella casa, me sabía muy bien y mejor que en lo que [en] otras comía. Dícenme decía era contra la pobreza [274r] derramar ni aun el agua de fregar ni cosa que hubiese quedado de otro día de sobras del convento ni de los pobres. Y así, todo lo juntaba y lo echaba en la olla w. Pues díganme ¿quién podía guisar una olla que fuese buena, o supiese bien, puesta con agua de fregar, con las pobres coles cocidas y sobradas del día antes, y acompañada con las hojas de rábanos y de lechugas que la noche antes sobraban? No la guisaríen las specias, porque en toda nuestra orden no se usan; ni el mucho aceite, porque hartas veces se ha guisado sin ello. Pues los hombres no guisan sin aderezos, según mi cuenta, él y su sancto ángel debieran de hacer el officio de cocineros.
Y quien x era tan pobre que hacía scrúpulo de verter el agua de fregar, sino que sirviese en otras cosas, y de las hojas de rábanos del suelo, ¡qué tan pobre sería en su persona, y en su pobre saco que traía vestido! Que, a no ser necesario cubrir el cuerpo con esta pobre mortaja, bien notorios fueran a nuestros hermanos los continuos cilicios que traía. Nunca se le caía una cadena aguda de puntas de las carnes, acompañada con y otros cilicios. Su comida, las fiestas y alguno entre semana, era algo de la olla que habíe guisado; porque lo ordinario era pan y agua. Y con tanta abstinencia y maceración de cuerpo, andaba siempre dispuesto para traer oración por dondequiera que andaba. Que, aunque mis hermanos dicen que la mayor parte de la noche pasaba en el coro, a mí no me espanta, porque muchas veces de día le veía tan enbebecido en Dios z, que, como a hombre que no me había de oír o entender, no le hablaba, sino dejábale y decía: —Vete con Dios, hermano, que tu corazón y potencias llevádotelas han. Pero no le faltaban para lo que la obediencia le mandaba a, porque eso lo hacía con notable cuidado. Como a él no le metiesen en cosas de mucho entendimiento o demasiados discursos, que tuviese necesidad de divertirse de la oración interior, todo lo hacía muy bien. Si habían de enviar a comprar algo que fuese necesario concertarlo y gastar cuales que tres o cuatro palabras, había de ir otro con él, porque él, por ahorrar las dos palabras, a la primera vez daba lo que le pedían por b la cosa que había de comprar.
Y en esto c del silencio era tan particular que, tiniendo en la cocina en una tabla scrito lo que cada servidor le pedía para guardar silencio y que con el dedo lo señalase, siendo uno de los que servían [274v] un niño muy pequeño, que no alcanzaba a señalar en la tabla con el
dedo, dejaba lo que hacía y lo cogía siempre en brazos para que señalase si pedía caldo o carne para los enfermos o otra cosa, según lo que había aquel día que darles.
El repartimiento de la noche (porque el de día ya he dicho bien tenía en qué entender en cumplir con su cocina). Dende prima noche hasta que se iban a acostar, aderezaba lo que otro día habían de comer. Cuando tañían a silencio, ya le parecía aquel tiempo era el más aparejado para que Dios hablase a su alma: íbase delante del Sanctíssimo Sacramento hasta que salían de maitines, que era a las dos de la noche, que por lo menos se llevaba cinco horas. Y porque era ordinario ir algunos novicios al coro a velar algunas horas, porque no le inpidiesen o estorbasen o le hurtasen su bien (que es ordinario de los que mucho aman y gozan celarse del sol que miráis y del polvo de la tierra y de cualquier ruido), así se celaba él de cualquier niñería o cosita. Y así, su celda y recogimiento ordinario era debajo de un altar de la iglesia, tiniendo cuidado de mudar rincón por disgregar o divertir los que, incitados del demonio, con liviana ocasión le podían divertir. A la mañana madrugaba una hora antes que el convento a levantarse y a buscar a su buen esposo y bien de su alma. Que, por la cuenta, sólo le quedaban para la triste tabla y tarima dos horas. Que no sé yo si esas dos horas las llevaríe el cuerpo reposando, porque quien tan endiosado andaba de día y dispierto, no sé yo en dos horas con cuánta facilidad se desasiríe de la vela interior para dar sueño al cuerpo.
Desta manera vivió el tiempo que estuvo entre nosotros, sin interrumpir un solo día de esta continuación, hasta que, quiriéndosele Dios dar al descubierto, lo llamó en lo mejor de su edad para que aquélla la enplease, gozase y tuviese en compañía de sus hermanos los ángeles. Y así murió de cosa de 30 años, me parece.
De su muerte cosas particulares no he preguntado. Sólo, cuando vino la nueva en una carta, decía: «Nuestro querido hermano Miguel murió como vivió, con la misma paz, tranquilidad y presencia de Dios, sin perderla un puncto». Que quien en vida había servido tan bien y a tan buen Señor, siendo el tiempo de la paga la muerte, bien se deja entender [275r] que no había de ser muerte, sino tránsito de vida de cielo a vida de gloria, y de compañía de ángeles encarnados a compañía de ángeles spirituales. Désenoslo Dios ver en la otra vida y imitar en ésta.
Murió este hermano Miguel día de los Reyes año de 1605 a las cinco de la mañana d.
Estando un hermano, llamado Fr. Matías de ..., fraile lego, a la muerte y con grandes pensamientos de desconfianza por sus peccados, y tan afligido de esto que no había quien lo pudiese consolar, se quedó un rato como en éxtasi y volvió muy alegre. Diciéndole qué tenía, dijo: «He visto a todos nuestros hermanos muertos en la gloria y, en lugar más eminente, al hermano Miguel. Y me dijo: “No tengas pena, que
ya te ha perdonado Dios tus peccados y presto vendrás con nosotros”». Y con esta alegría y consuelo murió a cabo de poco e.
3. La vida y muerte del hermano Fr. Bonifacio f de la Presentación g
El otro hermano, de quien propuse decir, no será larga su vida, sino de cortas palabras; pero bien que pensar y meditar en ellas. Como cuando acá en un camino se ve un príncipe disimulado, que sin pensar descubre una señal o prenda de su grandeza: poco tendrá que decir de su camino, pero dará en qué entender su disimulo y la muestra; y si acaso fue hecha a personas rústicas, que no la saben pesar ni considerar, todo se les irá en conjeturas y adivinaciones. Bien disimulado pasó nuestro hermano mientras vivió, pero bien nos dejó Dios en qué entender de él de una particular muestra que al descuido hizo; que, después de muchas conjeturas y adivinanzas, no lo entenderemos y pesaremos como ello es, porque somos muy rústicos para conocer las cosas que son de tanto peso de la otra vida. Como ahora se verá en una singular merced y misericordia que Dios hizo a nuestro hermano, descubierta por medio y boca de la soberana Virgen María.
Y, para que procedamos con más claridad, nuestro hermano h fue natural de Valdepeñas. Y atento que arriba digo que el conocer sus padres le pudo hacer desdecir algo, parece en aquello digo más de lo que la gente del siglo tiene la falta que podían tener. Y atento que esto no saldrá tan presto, o se puede disimular aquello y esto, digo que poco importa hablar claro en cosas tan graves como es tratar historia.
Su padre fue muy honrado. Y él fue hijo natural, habido en mujer soltera. Su madre no fue de aquella tierra. Su padre fue rico y gastó muchos años de su vida en la guerra. Dejóle a criar a unos sus hermanos del mismo pueblo de Valdepeñas. Y en tiniendo edad, se lo llevó un su tío fraile del convento de Calatrava i y cura en Daimiel. Sirvióle en la iglesia y cosas de culto divino. Bien se coligirá cómo serviríe un alma tan pura, como luego se verá. En aquel propio pueblo estudió la latinidad y gramática suficientemente para pasar a otra sciencia. Pero, aunque sus tíos eran ricos [275v] y él tenía buena hacienda, digo suficiente, para pasar adelante con sus estudios y oír otra sciencia y facultad, no quiso sino estudiar la que Cristo enseña j dende su cruz a los humildes y aprender lo que no cuesta dineros sino sólo querer despreciarse y negarse. Que ésta es facultad que se enseña a los pobres verdaderos de espíritu. Y que, para estudiar esta sciencia, no es necesario tener dineros ni hacienda, sino haberla dejado.
Y así, viendo nuestros religiosos y hábito algunas veces en aquel pueblo de Daimiel y en Valdepeñas, determinó de tomar nuestro hábito.
Que las ansias y deseos con que él lo pretendió, bien se echó de ver en sus principios, pues, pretendiéndolo y siendo necesario tener licencia del superior, le costó ir a pie muchas leguas. Porque, como su hacienda estaba en manos de tutores, no reparó en inportunar por dineros, no fuese causa para en alguna manera se lo estorbar.
Llamábase en el siglo (que se me olvidaba) Juan Ruiz Tarasco k y, en la Religión, fray Bonifacio de la Presentación. Dile yo el hábito, y a otro su compañero, al fin del año de 600, si no me engaño. Fácil es todo de mirar en el libro de Valdepeñas. Su compañero no perseveró. Por donde se verá, según lo que sucedió, le cuadra lo de Jacob y Esaú, que dice san Pablo: Jacob dilexit, Esau autem odio habuit 8. Perseveró en la Religión nuestro hermano fray Bonifacio con tantas veras y ventajas entre todos que, viéndolo el visitador que teníamos, me dijo: «Este podrá ser buen maestro de novicios, para ayudar a criar frailes en estos principios». Yo pienso Dios le debiera de descubrir algo de su interior, porque en el exterior era un mozo muy cerrado y algo melancólico; el color, moreno, que tiraba algo a verdinegro. Llegado el día de su profesión, hizo confesión general conmigo. Y confieso, según la l protestación que tengo hecha de medirme con la verdad en cualquier cosa, que en toda su vida no le hallé peccado mortal m, sino un alma pura, sencilla, llana, tal cual Dios las anda a buscar para se comunicar y dar muy sin medida. Después de su profesión, debiera de vivir en nuestro sancto hábito cosa de dos años. En ellos no debiera de ser hombre solo, sino hombre endiosado, porque, siendo él callado de su natural y algo [276r] cerrado, no trataba con nadie; y debiera de ser para más atender a Dios. Guardó nuestra regla con summo rigor, que no sé qué más se puede decir de cualquier verdadero penitente, según hoy se guarda n y la pobreza hay, respecto de que la comida ordinaria es pan y yerbas y agua, por sernos prohibido el poder comprar pescado y vino y no poder comer carne. Pero a ese rigor añedía o muy de ordinario el quitar las yerbas y el poner en su cuerpo cadenas y cilicios p.
El traía de contino presencia de Dios, que para ello bien le ayudaba el natural, que le pedía soledad y poco trato y conversación con los demás. Conocíasele este trato ordinario con Dios por ver lo poco que le inpedían las cosas de la tierra para llamar a recoger allá dentro. Y esto era de suerte que me dijo el padre visitador un día q: «No vi tal en mi vida, que le acontece a este hermano venir de más de sesenta leguas de ida y vuelta a pie, y cansado y molido y hecho pedazos, y entrar del camino al coro a tomar la bendición ¡y quedarse en el mismo coro a proseguir con los demás las horas y la oración! Que, tiniendo nosotros un coro tan pausado y tan largo r, es necesario salir de la celda
descansado y recogido, y llamados y apercebidos los sentidos y potencias para que allí hagan su officio. Y este hermano, viniendo de camino, y de caminos tan largos, se halla presto y aparejado y quieto y recogido para acompañar a sus hermanos. No tiene este hermano más que salga de la celda que venga de camino». Todo para él debiera de ser uno, porque dentro de sí debiera de traer la celda y el templo, donde adoraba y conocía a Dios; y así, no haciendo mudanza en los tiempos, tampoco le debieran de alterar los caminos.
Llegóse el tiempo de que la Religión le enpezase a ordenar. El sintiólo harto s y ordenóse de epístola, porque, a lo que parece, él quisiera ser lego o donado y servir a los demás hermanos. Diósele licencia para ordenarse de evangelio. Ya, como con las órdenes más se acercaba a la dignidad del sacerdocio, para t la cual él se debiera de considerar por tan indigno, afligióse demasiado u. Y yéndose a ordenar y pasando por Daimiel, el pueblo do él se había criado, como él era tan cerrado y de pocas palabras con los hombres, determinó de tratar su aflición con Dios y con su Madre; y yéndose a la iglesia, [276v] donde él ya de seglar tenía sus sanctos conocidos, determina de descubrirle v sus penas al mismo Dios; y entrándose en una capilla do está una imagen de la Madre de Dios (que yo no sé cuál es de dos [iglesias] que hay; debe de ser la iglesia do su tío fue cura), y allí no le debiera de decir muchas palabras, pero con el corazón muchas razones y salidas bien de lo profundo del alma, bien humildes, pues tal mereció.
Estando, pues, allí con estas fatigas de cómo él se había de ordenar de evangelio. ¡Oh buen Dios, y qué alto conocimiento le debieras de dar de la dignidad de sacerdote, a que se acercaba, y de la poquedad humana para merecerlo! Estando allí con estos pensamientos tan humildes, mereció que la Madre de Dios le dijese w: «No tengas pena, que mi Hijo te tiene escrito en el libro de la vida» x.
¡Oh palabras misteriosas! ¡Oh palabras y dichosas! ¡Oh fraile bienaventurado! ¡Oh Religión escogida! ¿Quién podrá hacer la estima que debe, ni pesar lo que son? Ni nadie lo puede saber, sino los que gozan del mismo previlegio y están en posesión de su hidalguía. Paréceme que, si Dios no quisiera honrar esta sagrada Religión con la manifestación de estas palabras, por algunas causas particulares, no se habían de saber en la vida, porque no se sabrán estimar ni considerar. ¡Oh, qué testimonio! ¿De qué? De su salvación, de su predestinación, de que nada le diese pena. Sólo esto puede quitar las penas a los que han dejado el mundo. ¡Qué bien dijo aquella soberana Virgen: No tengas pena! Porque, si ofreciera salud, con ella hay muchas cosas que dan pena. Si dineros, honra, dignidades, y otras cosas que se saben y han visto haber descubierto el cielo para siervos de Dios, pero ninguna enllena de suerte que se le pueda decir a un hombre «no tengas pena».
Sólo ésta, porque el que tiene este seguro, y por boca de la soberana Virgen, ¿qué hay que le pueda dar pena? No la falta de salud, no la deshonra ni las persecuciones y cuantos trabajos hay en el mundo. Pues vemos que los sanctos, por la confianza particular que tenían de Dios de granjear su amistad, no les daban pena sino gozos en sus tribulaciones: iban alegres de las juntas y concilios, donde los azotaban y maltrataban, porque Dios les había communicado una dignidad como era padecer por el mismo Dios.
¿Qué otra cosa puede en el mundo quitar melancolías ni tristezas ni poner gozo al que sabe lo que es Dios (cielo, tierra, mundo), sino tener alguna señal cierta de su salvación? Vienen los discípulos de Cristo a predicar [277r] y, dando cuenta de su viaje y de sus ganancias, enpiézanse a ufanear diciendo que hasta los demonios se les sujetan, que en el camino nada les ha faltado y que han sido grandes médicos de mill diferencias de enfermedades, y que los spíritus malignos están rendidos a su palabra 9. ¡Oh qué grandeza! ¡Oh qué majestad! que a un siervo de Dios se le rinda la naturaleza y, lo que ella no puede con su vigor y fuerza, que es espeler y desechar una enfermedad, que lo que no pueden tantas diferencias de yerbas, de simples y compuestos como hay en las boticas, pueda la mano de un siervo de Dios puesta sobre la cabeza de un enfermo: Super aegros manus imponent, et bene habebunt 10. Que unos rústicos z, que apenas saben hablar los términos de la barca y pesquería, hablen y prediquen a los príncipes: Linguis loquentur novis 11. Que se apodere un demonio de un hombre, de suerte que se vea desposeído de remedio humano y, al parecer, casi divino, según lo que aquella mala serpiente enroscada se ase de un hombre. Pues aguarda, que un rústico llegará hecho señor del infierno y lo encerrará: Serpentes tollent 12. ¡Oh qué poderosa es la muerte! y una traición, que no hay rey ni grande en el mundo que la pueda resistir, porque la muerte a todos acomete a a traición; todos tienen enemigos b y por ahí entra. Pues esperad, que yo os daré un remedio que la resista, un siervo de Dios: Si mortiferum c quid biberint, non eis nocebit 13. No hay atriaca como un corazón puro y limpio. ¿Podráse este tal ufanear d de suerte que le digamos que no tenga pena? No por cierto. El mismo Cristo lo dice: «No os holguéis sobre estas cosas; regucijaos y alegraos, porque vuestros nombres están escritos en el libro de la vida» 14.
A nuestro e hermano quitáronle las penas y debiéranle de coger los contentos, no para gozarlos en la tierra, que no hay con quien celebrarlos ni quien los ayude a festejar, porque no saben lo que es, sino aquel a quien los descubre y los ángeles que los gozan. Así los libró para allá. Así, nuestro dichoso hermano fue sin pena a su camino f y órdenes de evangelio.
Vino ordenado del Andalucía. Cuando llegó, mostró ser otro del que fue. Nadie le entendía. [277v] Luego como llegó, diéronle unas recias calenturas. Dende el día que llegó, todo se le iba en cantar y decir psalmos. Tuviéronle muchos días por hombre que no estaba en su juicio. A cabo de ocho días, poco más o menos, que nuestro buen Dios no quiso que aquella singular merced quedase encubierta, sino que mis hermanos la supiesen para que le imitasen y la Religión se honrase. A cabo g, pues, de ocho o diez días, vuelve en sí y da Dios lugar a sus sentidos y potencias para que hagan su officio. Que, aunque es verdad lo debieran de haber hecho también hasta entonces, pero, como nuestros juicios no entran tan hondos, en viendo algo perturbado el hombre exterior, luego entendemos que el interior anda también enñublecido y perturbado; no considerando que una gran luz interior suele cegar al hombre exterior, como a san Pablo 15. Y una lucha grande con grande h ángel deja cojo a Jacob 16.
Y los hombres, como sólo miramos a lo de fuera, luego juzgamos que están locos, como muchas veces se ha visto y experimentado. En el beato Juan de Dios, que hizo tales obras, después de le haber asido su corazón Dios, que lo llevaron y tuvieron muchos días en la casa de los locos 17. Tal locura me dé Dios y a mis hermanos también. Que muy de ordinario nace de que el spíritu va a la posta y, como son lerdos los sentidos y tardos y van a pie, no pueden seguir a su amo; y quédanse atrás, como criados sin amo, desperdiciados y sin quien les haga la costa, porque el alma y el spíritu no paró en venta de la tierra y en breve subióse al cielo. Y quien así ve esto de acá fuera así descompuesto al juicio humano, la primera y más cortés sentencia es decir y llamar a un siervo de Dios tonto o insensato; y, al segundo escalón, lo llaman loco. Así nos pareció nuestro hermano: primero, que venía de las órdenes como tonto; y luego, nos pareció loco.
No quiero yo abonar su frenesí, aunque la causa la podría alabar, porque yo le vi y claramente lo tuve por hombre turbado. Pero, a cabo de ocho días, le envió Dios mucha bonanza, en que clara y llanamente se vido y conoció muy en su juicio. Llamó a los hermanos sus compañeros y díjoles: «Como me tengan secreto, yo les descubriré una cosa bien particular». Todos, deseosos de oílle hablar y que un alma tan sancta muriese con satisfacción de todos de que moría en su juicio, todos estuvieron muy atentos y escuchando. [278r] Díjoles todo lo que arriba queda dicho de la poca gana con que se ordenaba, la tristeza que llevaba, la consulta que hizo con nuestra Señora, el testimonio que la sancta imagen le dio. Que pido yo a mis hermanos procuren visitarla en todas las ocasiones que por allí pasaren. Que, si ello fuera posible, sacarla teníamos y llevarla a nuestros conventos y tenerle particular devoción.
Pues, en acabando de descubrir y manifestar esto, reconcilióse y recibió los sacramentos. La enfermedad fuele agravando, de suerte que dende allí todo fue tratar de su tránsito y descubrir las muchas acechanzas que el demonio le ponía. Pero todas las venció con un entretenimiento divino que Dios le dio. Y fue que, habiendo estado muchos ratos como recogido y poco hablar, no sabían en qué estaba ocupado. Entrando unos hermanos, enpezó a acuitarse y a lamentar, diciendo: —¡Ay, hermanos, Dios se lo perdone, Dios se lo perdone! —Pues ¿qué es, hermano? Dice: —Han estado hasta ahora i conmigo el Niño Jesús y el hermano j fray Pedro de Jesús. Que es aquel sancto de quien arriba queda dicho que la Madre de Dios le hizo la cama 18. Lo cual causó admiración, porque él no había visto en su vida al fray Pedro, y pocas o ningunas veces oído su nombre, porque, como en los principios había tanto en que entender, dejábamos los muertos. Quiriendo los hermanos probar si era antojo o imaginación k, dícenle: —No le dé pena, hermano, que con nuestro padre está el Niño Jesús y se lo trairemos. Dijo: —Vayan, por un solo Dios. Fueron y trujéronle un niño desnudo de buen tamaño, que estaba en la casa, y diéronselo. Y hase de advertir que tenemos nosotros una l cláusula en nuestra regla, tratando de la igualdad que ha de haber entre todos, que dice: Talis sit charitas inter fratres, quod eodem victu, et vestitu, etc., utantur. El buen fraile, cuando le trujeron el niño, atentólo y palpólo, y dijo: —Vayan a nuestro padre y díganle que talis sit charitas inter fratres, etc. Alegando la cláusula de la regla. Que fue decir que ¿para qué se me queda con el Niño Jesús y me envía a su retrato? Que use de perfecta charidad [278v] y me envíe el Niño Jesús verdadero y el vivo y el que es alegría y consuelo a los que están en este paso.
Y yo, para mí, tengo por cosa cierta que no se le fueron los dos compañeros, sino que, alejándose su poco a poco, lo incitaban y provocaban se subiese y fuese tras ellos, diciéndole el Sancto Niño a aquella alma tan bien desengañada aquellas palabras que dice m a su esposa querida: Veni, electa mea; vente conmigo, siervo bueno, quia in pauca fuisti fidelis, supra multa te constituam 19. Y así fue, porque en la visión que tuvo del hermano fray Pedro con el Niño Jesús, le decía: «Aguárdame, hermano, aguárdame».
Estando a la muerte este hermano, llegó a él un hermano donado, llamado Apóstoles, y le dijo: —Hermano, déme palabra que, cuando esté con Dios en el cielo, le ha de pedir que sea yo el primero que me muera y vaya en su compañía. Díjole que sí haría. Y fue cosa particular: que, a cabo de pocas horas, cayó en la cama de su propia enfermedad, y murió dentro de breves días con particulares señales de su salvación, por haber sido muy sancto, como después se dirá n.
Oh mis queridos hermanos, y si de veras considerásemos el poco que es todo lo que hacemos y lo mucho sobre que o Dios nos constituye y hace señores, ¡con cuántas veras haríamos p obras que pareciesen muchas y sirviesen de verdadero desengaño a los engañados del mundo! Oh mis hermanos, si pesásemos de veras el entriego que hace Dios a su siervo en aquello mucho, cómo, dándose a sí propio, da todo lo que el alma puede desear, ¡cómo no cesaríamos un punto de hacer cada hora mill entriegos de nosotros a este buen Dios, deseando ser mucho para tener mucho que entregar! ¿De dónde les nacía a estos nuestros dos hermanos el silencio, el recogimiento, la continua oración, el buscar el uno absencia de los hombres y el otro los cóncavos de los altares, debajo de donde claman tus sanctos, sino que, rompiendo sus entrañas con sollozos, suspiros, clamores, consideraban y conocían lo poco de acá y lo mucho de allá?
¡Oh buen Dios nuestro!, no merecemos tales prendas como a tus siervos diste, pero suplícote, por tu misericordia, que a los que trujeren este sancto hábito les des luz verdadera para que de veras, despreciando lo de acá y a sí propios y alejados de lo que es tierra, sólo busquen el consuelo y alegría en ti, que sólo la eres verdadera y reparo entero de todas nuestras quiebras. Amete yo, Señor, y quiérate y reverénciete, porque, siendo tú quien eres y la criatura tan baja, te precias en medio de sus apreturas consolarla y darle prendas ciertas y verdaderas de lo que le has de entregar en la otra vida, en compañía de tus sanctos ángeles, con quien vives y reinas in saecula saeculorum.