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San Juan Bautista de la Concepción
Obras II – S. Juan B. de la C.

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CAPITULO 48 LA FUNDACIÓN DE MADRID a

 

            Entre ringlones parece me he dejado de tratar de dos fundaciones, que parece habían ya de estar scritas: la una es la de Nuestra Señora de la Bienparada; la otra es la de Madrid. Pero hasta ahora las he callado porque, siendo la de la Bienparada de las primeras, yo nunca me había hallado en ella y con certidumbre sé poco, habiendo muchas cosas que decir de ella y aguardar a informarme despacio y con verdad. Y si esto no fuere, en adelante scribiré lo que supiere.

 

1.         Casita escondida

 

            La otra, de Madrid, enpezóse y tiene su corriente dende que vine de Roma, que nos dieron allí un sitio y posesión. Y dende aquel día hasta este en que estamos, ha sido perseguida y afligida y, como nave de alto borde aferrada con poderosas áncoras, defendida de las borrascas de todo el infierno, que hasta hoy duran. Porque, sin tener el Sanctíssimo Sacramento en público, sino estando allí encerrados y acorralados a lo secreto, el demonio rabia tanto de ver y conocer el tesoro abscondido, que ha intentado con mill modos perseguirlos, afligirlos, desterrarlos y sepultarlos.

            Y, por otra parte, como en el buen año que del costal del labrador se vertió el puñado de trigo, sin pensar y sin querer, cayendo en buena tierra, nació b y creció para dar fructo centéssimo, así aquella casita allí derramada, sin licencia de su dueño está borbotando, reventando y pululando los cogollos y el verdor de las speranzas que c promete. Y, como detenida contra la razón, está como el viento debajo de la tierra: que, por no ser aquél su d centro, [319v] está stremeciendo la tierra. Y, como nobleza escondida y fuerza forzada y detenida, está estrechada y ascondida a los ojos de los hombres.

            Pero, como no es posible sconder el fuego en las vestiduras, que no ardan, no les aprovecha cerrar las puertas al fuego, porque su luz por los resquicios se mostrará; y si mucho le aprietan, abrasará y quemará las puertas y se saldrá a la calle y levantará llamas. Que, como no se apagan las deste fuego con agua, antes más arde. Que es como en lo corporal el de la cal: que, echándole agua, se enciende y quema. Y en lo espiritual, como el del baptismo: que, baptizando con agua, enciende y da charidad. Así, este fuego no sólo no se apaga con esta agua de los trabajos y persecuciones e, antes se enciende y sale a defender su causa. Que es como de la calidad de la palabra de Dios, de quien dijo san Pablo que verbum Dei non est aligatum 1; que la palabra de Dios es


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noble, que no puede ser presa. Y debe de ser porque de suyo es tan rica, como dijo David: super aurum et lapidem pretiosum multum 2; más que el oro de tíbar y que los diamantes y piedras preciosas. Y así, no puede tener deudas ni hacer bajeza y la han de tratar con hidalguía. Y si alguna vez contra ella se descomide alguien f a no tratarla con esta nobleza, ella rompe cárceles y aun derriba murallas para dar paso y entrada al siervo de Dios. Y aun, si se le antoja tomar posada en los corazones de los príncipes y reyes, aunque más cerrados estén, ella los abre y allá hace su cama, asiento y posada. Y aun esto nos debieran de significar los ángeles que por los aires volaban cuando esta palabra humanada estaba en un pesebre: que ellos cantaban «gloria en los cielos y paz en los hombres» 3. Como quien dice a los pastores, reyes y demás hombres ignorantes del mundo: No penséis que está escondido ni tapado y encubierto en un pesebre porque sea flaco para conquistar otra más honrada posada. Está ahí porque quiere, que, a no gustar de ello, él es la gloria del Padre en el cielo, allá tiene esta palabra su asiento, en el pecho de Dios; y en la tierra, él es el que pacifica los corazones [320r] más alborotados, él es el que hace las paces entre las guerras más sangrientas, el que resiste los golpes más pesados. Y pues es tan noble que se asienta en el seno del Padre, tan fuerte que hace paz en la tierra para los hombres, bien se deja entender que quiere ahora estar ahí escondido.

            Escondida tiene y ha tenido hasta ahora Dios nuestra casita de Madrid porque él quiere. Que, a no querer, con sola una palabra, como digo, hubiera hecho camino, como lo hizo en medio del mar Bermejo 4 y río Jordán 5, por do pasase el pueblo de Dios. Pero, con estar así escondida, no le faltan a Dios sanctos ángeles que la manifiesten y descubran; y, allí encerrada, brote, nazca, crezca y haga sus asomos y meneos. Como se ve en algunas cosas que allí han sucedido, con que procura Dios hacer que los busquen, sustenten y den de comer.

 

2.            Vocación singular de un estudiante

 

            Un estudiante estaba en aquel pueblo sin pensamientos de ser religioso, el cual servía g a un hombre eclesiástico y muy honrado y rico. El cual, diciéndole algunas veces que si tenía deseos de ser religioso, dicen decía no le pasaba por la imaginación y que, cuando lo fuera o se inclinara a ello, fuera de una religión modificada y del paño. Todo esto digo para que se vea cómo Dios descubría aquella casita con una vocación enpezada y madurada para ese fin. Al cabo de algunos días, andaba el mozo pensativo y algo recogido en la vocación que interiormente Dios le hacía. Preguntándole qué tenía, decía que él tenía pensamientos


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de dejar el mundo y entrarse religioso, pero que no sabía dónde ni cuándo. Y afligido con este pensamiento que el cielo había puesto en su alma. Puesto caso que de allá venía que él fuese religioso, llano era que le había de afligir el no apretarle ni decirle dónde lo había de ser. Porque decirle Dios que fuese religioso y escoger él religión, parece que mezclaba él ya allí su voluntad; y había de quedar con pena y duda si acertaba.

            Andando siempre, pues, ocupado en este pensamiento, acostándose una noche en su cama a reposar [320v] —aunque el corazón siempre bien levantado hasta que Dios lo sentase dándole reposo h en la religión que él fuese servido—, estando allí con aquel pensamiento, oyó una voz que le dijo: «Fraile descalzo de la Sanctíssima Trinidad». El no reparó demasiado respecto de que tales frailes ni él los había visto ni oído decir en su vida. Bien se la obscurecería el demonio, enemigo de tanto bien como en obra semejante se le puede seguir al alma. Tornó otra noche y pasóle lo propio, diciéndole que fuese religioso descalzo de la Sanctíssima Trinidad. Y, junto con eso, le apretaron interiormente para que buscase si había tales frailes.

            Dio de todo ello parte a su señor. Y vase a los padres calzados y infórmase de los tales religiosos. Y acude a nuestra casita, que así estaba escondida, aunque pregonada del cielo. Recaba el hábito. Y, prometido, ofreciéronsele hartas ocasiones para lo olvidar y dejar, por haber acompañado a su señor a Valladolid y otras partes. Pero yo soy testigo (que pienso le di el hábito) con cuántas ansias venía a registrarse y a mostrar era siempre uno.

            Y así lo fue cumpliendo con su vocación y recibiendo nuestro sancto hábito. Y hoy lo tiene y se llama fray Juan de san Martín, de tierra de Galicia i. Esto se ha sabido porque, viniendo el hermano fray Ambrosio de Jesús a Madrid a procurar hacer información, según las ordenaciones de los sumos pontífices, preguntándole a su señor por él y informándose, me parece le respondió: «Vaya, padre, que no tiene que hacer información, que aprobado lo tiene Dios, porque esto y esto pasa». Y dice le dio cuenta de todo lo dicho. De la verdad y claridad, me parece se podrán informar del propio hermano y saberlo con más claridad. Ya doy el autor de esto.

            Pero no para ahí el querer Dios manifestar a sus siervos escondidos. Y si acobardados por su humildad y particular conocimiento para salir, publicarse y parecer a sacar sus licencias, como las tienen del que tiene los corazones de los reyes en su mano, no repara en sacarlos en público [321r] y a plaza. Y porque esta manifestación primera no tuviese alguna sospecha, por ser de hombre que, en fin, pasaba la calle y salía a la plaza —que, por sólo eso, le seríe más oculto, por estar tan fuera de calle y de plaza el convento y religiosos—, quiere Dios hacer otra manifestación por quien de suerte ninguna haya tal sospecha.

 


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3.            Inspiración de una monja

 

            Debe j de haber cosa de un año que en Madrid, en un monasterio de monjas jerónimas del convento que llaman la Concepción Jerónima k, estando una religiosa una noche en oración, inquietándola mucho un pensamiento de vender un poco de harina que tenía para sus gastos ordinarios, no pudiéndose valer del pensamiento —que podría ser fuese de Dios: que, para que hiciese lo que él le quería decir, primero le pusiese en el pensamiento una cosa contraria, para que de la oposición de un contrario más se manifestase la voluntad y querer de Dios en lo que él quería avisar—, estando, pues, con este pensamiento, hecha en la oración más molinera que vendía harina que persona que oraba —aunque, cuando Dios quiere hacer una merced a uno acerca de alguna cosa como si aquélla profesara, la pincta y pone en ella, llano es que, si uno que ora está pensando en casa de un zapatero y sin pensar se le fue allá el pensamiento y de allí saca calzar y dar zapatos a los pobres, que es admirable oración; así lo era la de nuestra monja con su pensamiento en su harina y qué habíe de hacer de ella—, estando en esto, oyó una voz que le dijeron: «No la vendas, sino dásela a mis pobres».

            La monja quedó espantada. Lo primero, porque así con habla, como con precepto (que así son los ruegos de los superiores), le dijese Dios o quien era que diese aquella harina en limosna, porque ella era monja que de muy buena gana daba lo que tenía a los pobres. Demás de eso, particularizar y decir que la diese a sus pobres, también le haríe razón de dudar, porque, tiniendo ella a todos los pobres por pobres de Jesucristo, bastaba decir «da esa harina a los pobres». Y pues con tanta claridad dijo «míos», sin falta debiera de haber algunos que en particular lo fuesen de Jesucristo, a quien le obligase el darla. Quedándose con esta suspensión, aguardando más claridad, interiormente le decía: Señor y bien mío, decidme quién son vuestros pobres, para que yo pueda hacer vuestra voluntad. [321v] Respondiéronle clara y distinctamente: «Mis pobres son los descalzos de la Sanctíssima Trinidad».

            ¡Oh Dios de mi alma y bien mío!, que ni la monja sabía tales frailes ni tal cosa hubiese oído decir, y tú, para los que dejan el mundo y sus haberes, andas desenvolviendo las alhacenas y retretes más escondidos de las monjas y siervas. Bien pudieras, Señor, mover los corazones de los ricos y manifestarles las stremas necesidades l de los que su cuidado y mira sólo la ponen en te agradar, y no quieres. Como quien dice: Si en el mundo no hubiera más sustento que estos polvos de harina, los supiera yo sacar para el que todo lo deja por mi amor. ¡Oh qué parecido milagro al de Elías, cuando, retirado en el desierto, a cabo de tantos años que no llovía, lo envía Dios a casa de la otra mujer de Sarepta m a que le sustente y dé de comer! Y entrándose por sus puertas, le dice: —Mujer, remedia mi necesidad y dame de comer. —Hombre


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de Dios, no tengo sino unos polvos de harina y una gota de aceite con que untarla. —Dame de ella un pan subcinericio, que paga bien colmada y revertida te dará Dios por esa limosna 6.

            Así le sucedió a nuestra sancta monja: que, saliendo de la oración, aunque pobre y menesterosa, cuya riqueza eran sus polvos de harina, procuró preguntar a las otras monjas si acaso habían oído decir que hubiese frailes descalzos de la Sanctíssima Trinidad. Finalmente, mi sancta monja los descubrió y halló y supo que, al cabo del pueblo en unas casas harto pobres y desabrigadas de vecindad, estaban cosa de catorce o deciséis religiosos n con summa y estraña pobreza, ocupados en amar y pensar en Dios. Ella luego determinó de masar su harina y hacer una cesta o de hormigos y enviársela a los religiosos que allí estaban, con otras cosas, cobrándoles tanta afición que el premio y paga que Dios le dio por la primera limosna de que en su casa y celda no le faltase esa paga la torna a dar al mismo Cristo, regalando con todo lo que alcanza a sus siervos. Y son tantas las ansias p que esta sancta monja tiene de nuestro sancto hábito, según lo que Dios le ha revelado y descubierto del amor que le tiene y misericordias que ha de usar con los que lo trujeren, que muere y revienta por ver monjas, para escoger entre ellas ser sierva y pobre cocinera de las que tanbién han de ser [322r] pobres de Jesucristo en este monasterio.

 

4.         Casa aceptada, pero no habitada

 

            Y, para hacer una breve recopilación de la q fundación de esta casa, advierto r que lo que hasta aquí tengo scrito de estas cinco fundaciones, se scribió en Salamanca año de 1606, pienso fue por principio de enero. Porque no deja de tener misterio en el tiempo que se han scrito algunas cosas, particularmente apuntado algunas palabras de esta casa y lo que después acá ha sucedido.

            Este rincón de Madrid se tomó luego como yo vine de Roma, cuando en esta corte en Madrid andaba solo, que ni tenía compañero ni rincón donde meterme, sino muchos hurones que había y me procuraban sacar del retrete más scondido que Dios me daba enprestado, para que, cogiéndome fuera los que andaban en mi caza, me pudieran topar en descampado.

            Saliendo un día de la Compañía de Jesús, encontróme un regidor de este pueblo llamado Diego de Henao 7 y díjome que otra vez me había visto y que tenía unas casas y que, si gustase de tomarlas, se tendría por muy dichoso s. Yo acepté la merced y quedó concertado


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las fuésemos a ver aquella tarde. Yo estaba tan pobre de cualquier cosa que, aunque ellas eran pobres y retiradas, me parecieron Scurial. Y, cuando no fuera sino una sepultura de siete pies, me tuviera por muy dichoso me metieran en ella, para morir y acabar. Que, aunque yo sabía la certidumbre, digo entendía y estaba persuadido a la infalibilidad de la obra de Dios, pero también estaba persuadido no valía yo para triste y pobre donado de la Religión. Y así, entonces, yo me contentara con la sepultura por casa y los gusanos por compañeros, hermanos y frailes.

            Yo acepté mi casa de palabra solamente y el buen regidor la ofreció con grande voluntad y con otras muchas cosas. Pero, como no era tiempo que Dios sacase tan a luz su obra, aunque bien en arrabal, no se efetuó por escritura ni yo reparé más en ello, sino fuéseme el pensamiento donde Dios quería sacarla como en borrón y primer bosquejo. Que, aunque Dios de una vez puede sacar sus obras perfectíssimas —según lo que la Scritura dice: Ipse dixit, et factum est 8; basta que él lo diga para que salga la obra perfecta y acabada, como se ve en los cielos y las demás cosas que crió—, pero, cuando la hechura y obra que Dios hace de parte de los sujetos acerca de quien se obra padecen algún género de contradición, no conviniendo a la sabiduría y suavidad de Dios, con que obra todas las cosas, violentarlos ni forzarlos, [322v] ha menester tiempo para disponer y ablandar los sujetos en quien se obra. De aquí es que la obra de la redención, deseándola y quiriéndola tantos siglos antes, la tuvo en sí scondida y t la hechura de ella. Y, después de nacido en un pesebre tapado y después a los treita y tres años, si faltaba un día de lo que Su Majestad tenía determinado, decía tempus meum nondum advenit 9. Y antes que esta obra eccelentíssima la acometiese, se fue al desierto, donde, como en borrón, estaba haciendo los admirables dibujos con u que habíe de hermosear el cielo y la tierra. Y esto no porque Su divina Majestad tuviese necesidad de sacar ni hacer de dos veces lo que con infinita perfección sacaríe acabado de una, sino para sernos en todo perfectíssimo dechado y leernos v la lición muchas veces: una cuando lo piensa y otra cuando en voz alta lo propone y otra cuando en su persona lo lee, obra y hace.

 

5.         Razón del retraso en la fundación

 

            Bien pudiera Dios de una vez, de un golpe plantar su Religión en medio de una corte y hacer que un poderoso príncipe le diera su mano y brazo, pero no conviene respecto de la misma obra que se hace: que, como está en sus principios y esta hija del rey es tan niña, es necesario que con ella se haga lo que con los demás niños, con quien cumplen


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con hacerle unos pañales de unos trapos viejos, que ésos son más blandos, y que la lleven a criar con un ama a la aldea, donde, siendo señora, no se diferencie de los siervos por ser niña, como dice san Pablo 10, y allí la dejen gozar de su edad. Que ella crecerá y, pues es hija de rey, a su tiempo no le faltará un brazo fuerte en quien se arrime para que alargue el paso conforme lo da su esposo, que atranca valles y salta collados, y es semejante a la cabra montés y al w cabritillo, hijo del ciervo 11.

            Y así, digo que por entonces no quiso Dios que la Religión enpezase por esto que primero se le ofrecía. Que, en fin, como recién nacida, es bien que salga de Babilonia. Y no es bien, pues su esposo es pastor y ella ha de ser pastora, se críe donde la diviertan de los x puros y tiernos amores de su sposo querido las cosas esteriores. Porque en corte, en fin, las damas más se dan a componer para parecer bien, hacer sus juguetes, pensar cómo se harán sus enrizados, que no cómo han de curar y y aumentar su mayorazgo. Y, en el aldea y desierto, donde Dios la saca, sus cuidados son cómo engordará sus cabritillos, les dará leche. Y por la speriencia vemos que las madres, en las cortes, no tienen [323r] el amor a sus hijos que las labradoras en las aldeas, porque, como a la labradora le cuesta más trabajo, lo trai en brazos, lo envuelve por sus manos y le da siempre el pecho, es muchas veces nacido de sus entrañas, y así mill veces amado y querido. Pero, en corte, una vez nacido, y aun quiera Dios hayan tenido los padres ese sancto fin de que nazca nuevo hombre en el mundo z. Pues, quiriendo Dios entrañar un amor divino en esta sagrada Religión de sus hijos y súbditos, nacidos, no los quiere enajenar en manos de príncipes y poderosos, sino que salga a la aldea y ella, de su pobreza y con su pobreza, le dé el pecho y traiga en brazos y pase sus ciertos trabajos.

            Y esto que digo no contradice a lo de arriba, de haber dicho hubiese Dios encomendado a una de las dos religiones ayudarnos a dar el pecho 12, que eso no estorbó los a trabajos continuos que los propios padecieron porque esto fuese. Y ése fue un conduto muy de emprestado, que, si dio u ayudó a dar leche, no fue propia. Será Dios servido se diga y acabe de decir cuán poco han tenido todos los hombres en esta obra.

            Y así, trabajada y apartada de estos estorbos y inconvenientes, pueda con b más facilidad apacentar a sus cabritillos, que son estas nuevas plantas que en la Religión se van criando. Que, en fin, en fin, la que se cría para pastora bien es que haga el gusto a cosas desabridas, y no a dulce, no salga toledana. Y más, que, habiendo de ser tan pura, bien es que la aparten, no pise tierra y camino que la carne tiene corrompido y los aires menos puros. Salga de poblado c, donde Dios


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tiene cuidado de borrar la memoria de los malos, como el lodo de la plaza d. Salga y busque nuevos senderos, que, aunque en campo y desierto, no faltará ahí algunas huellas, que, aunque divinas, señales hacen en las piedras. Y fácil le será el topar el camino de la sangre que nuestro buen Cristo llevaba y topar con él donde está recostado, en la cruz, al mediodía de su edad.

            Y así, paréceme a mí fue altíssima sabiduría no dar con esta sagrada Religión de un boleo en las cumbres de los montes. Que, en fin, aunque tiene la cabeza de oro por ser de la Sanctíssima Trinidad y las alas plateadas, que son las letras del papa y vicario de Dios, y regla estable y permaneciente, que quinientos casi años no la han podido consumir, como si fuera bronce, en fin, las piernas las tiene de tierra. Y podría caer, no una china como a la otra estatua que salió del monte sin manos 13, sino algún peñasco que derriben [323v] los muchos canteros que para eso tiene puesto el infierno; que, como gente enviada de allá, no repara mucho en tirar la piedra y esconder la mano. Que, el caldero perdido, poco inporta vaya también la soga. Como claro se vido en unos papeles que en Toledo imprimieron a manera de libelo contra esta obra y mi persona, que se pondrá aquí si Dios es servido.

            Digo que esta grandíssima estatua —que así la llama aquel gran sancto fray Domingo de Jesús, fraile e descalzo carmelita, aunque tan en sus principios que aun mosca no parecía—, que el tiempo descubrirá su cabeza de oro y pechos de plata y vientre de bronce, fue bien apartarla del monte do podía salir f algún pedrisco, que, ya que no enpeciera en la cabeza ni en los pechos y vientre, pudiera en los pies, que eran flacos y de tierra, que eran los pobres religiosos que en los principios hubiese. Y así, no tomándose fundación primera en Madrid, llevónos Dios a un pueblo que se llamaba Valdepeñas. Que, en fin, no estando las piedras g en monte, no rodarán. Y si es Valdepeñas donde se fundó el primer monasterio, las piedras en valle mucho es necesario para levantarlas y tirarlas. Y aunque allí hizo el demonio cuanto pudo y procuró tirar hartas, como las piedras iban de abajo del valle para arriba, llevaban menos fuerza y a los de arriba no descalabraban h, sino a los que abajo en el valle estaban tirándolas; y ellos fueron los descalabrados.

            Y así, digo fue Dios apartando de esta ocasión y fundación a nuestra sagrada Religión, a quien, como Dios la quiere muy humilde, apártala en los principios de las alturas, no acierte, mirando abajo, a desvanecérsele la cabeza y tengamos algunos vagidos que sean necesario sustancias contra regla primitiva.

            Y, como digo, esto no es falta del artífice, que lo que de él tiene, oro fino es y plata, sino por lo que de nosotros para su obra toma, que es tierra y polvo y ceniza. Que, amasada con sus manos, poderoso


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es para hacer piernas a la estatua, que, aunque quebradizas, la sabiduría tiene del alcaller o barrero que vido Jeremías, que del barro caído hizo vaso rico para los aparadores i reales 14.

            Pregunto yo: cuando un pinctor toma un lienzo para hacer una imagen, ¿quién es la causa de tantos aparejos como le dan al lienzo: el bosquejarlo primero, el aguardar el enjugue de los colores? Llano es que no es el pinctor, sino el lienzo en que se pinta, [324r] que tiene necesidad de todas aquellas manos y dispusiciones. Porque, si el realce de la imagen lo diesen en el lienzo basto, todo saldríe basto, aunque fuese más primo 15 el pinctor. Esa fue la causa por qué, antes de nuestros realces, nos llevó Dios a Valdepeñas, donde con penas nos bruñese y con trabajos nos diese ciertas manos, para que, cuando los colores finos se asienten, no se sacudan y levanten. Porque Dios en esta sagrada Religión no es amigo de gente sacudida, sino de gente muy humilde.

            Y así, no fue contra razón que no admitiésemos por entonces el sitio que el buen regidor nos daba en el sitio que llaman del Barquillo. Que, en fin, la corte es mar y la Religión pequeña, pues entonces no había más de un fraile, y pudiera nuestro barquillo dar al través. Y más, que entonces más se caminaba a remo que a vela, no porque no tenía Dios gana de dar viento en popa, pero, como se camina por tierra de corsarios j, es bien abatir las velas y que todo vaya bajo, no acierten las atalayas que el infierno tiene a la mira a ojear alguna espía del campo de Dios; que, a pequeña reseña, se pondrán al arma. Y, como la Religión está como un gusanillo de seda, podría ser, con el ruido de las cajas y truenos de los alcabuces, morirse el gusanillo, y no labrarse la seda y brocado de tres altos de que se ha de hacer vestido a la Sanctíssima Trinidad. Que, aunque no tiene necesidad de nuestro ropaje, que tan grande le tiene que toda su casa enllena con las faldas de su ropa, como dice Esaías 16, pero no le parecen mal a ningún príncipe unos dijes de tierra estraña. Que, como dice san Pablo, en la casa grande todo adorna: el vaso de oro y el de vidrio y barro 17.

            Y así, determinó Dios que por entonces k no se tomase la casa del Barquillo que aquí nos ofrecían. Que bien es, para enbarcarse en la mar, hacer primero el flete y proveerse de bizcocho, que, en fin, en fin, en la mar pocas veces hay pan tierno. Y cuando yo me acuerdo que en las cortes pocas veces se adquieren nuevas virtudes, sino que es necesario traerlas de fuera bizcochadas, digo dos veces cocidas; porque, a ser virtud la que a la corte viene no bizcochada, sino solamente una vez cocida, como pan tierno l, a pocos días se ahitará y mohecerá. Y aun en lo temporal lo veo: que los príncipes [324v] se salen a ahorrar a las aldeas, para gastar y dar limosna en las cortes. Y así, quiso Dios que esta sagrada Religión, en sus principios, no se enbarcase hasta que los que viniesen primero a la Religión bizcochasen la virtud, que fuese


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de dura, y aparejasen lo necesario para cuando se enbarcasen; que trujesen ahorro para gastar ellos y dar limosna.

            Dirán: Hermano, pues en la corte se gasta, ¿para qué su charidad ahora se viene a ella y trai sus frailes? Mejor estuvieran donde siempre ganaran. Digo y respondo que hay dos maneras de hacienda y granjeo: una es como la que tiene el mercader, sujeta a comprar y vender m, y como la del labrador, sujeta a sembrar y coger; la otra es la del grande y poderoso, que está en renta y en censos n, tributos y juros. Para la primera es necesario la aldea, porque hay más aparejos; para la segunda, buena es la corte. Quiero decir que el religioso, mientras granjea, se vaya a la o aldea, que para eso hay buena commodidad, que p allí no hay quien le estorbe su mortificación, sus ayunos y disciplinas. Que la pobreza a todo eso ayuda. No hay quien le inpida sus mortificaciones, que allí todos andan mortificados. Cuando ya rico, cuando Dios le ha enpezado a hacer mercedes, cuando ya corren los tributos, cuando la virtud ya habituada corre y ha hecho curso, cuando los ojos están tan enseñados a se abajar, la lengua a acallar y el corazón a pensar en Dios, eso que ya corre sin trabajo grande ni fuerza de brazos, entonces pueden venir a la corte, que hay ahí en qué hacer buenos enpleos. Que, si el religioso que viene es casto, hartas q deshonestidades hallará que reprehender; si es r humilde, hallará la locura del mundo; y así en los demás vicios, en quien, como en bancos del infierno, podrá hacer admirables enpleos con que corra su virtud. Pero, en el entretanto que estas almas no se hacen ricas, bien es que no guste Dios se enpiecen estas fundaciones en la corte. Y así, no fue voluntad de Dios que, cuando el buen regidor nos ofreció el sitio del Barquillo, se tomase.

Y también yo hallo por mi cuenta que hay dos o tres maneras de bajeles que andan por la mar: hay barquillos, galeras, etc.; hay naves de alto borde. Sólo las naves son las que se engolfan, que ésas caminan sólo a vela. Pero cualquier género de [325r] bajel que camina a remo, no puede perder la tierra de vista, que irá a fondo. Yo confieso que hay almas que son como navíos de alto borde: que, aunque las arrojéis do quisiéredes, por en medio de mares que no vean tierra, como van a vela y viento en popa s que el Spíritu Santo les hace, van al seguro. Pero otras almas hay que son como barquillos o galeras que van a remo y fuerza de brazo cortando el agua arriba, haciendo fuerza a su natural, que es necesario éstos no apartarse de tierra ni perderla de vista, so pena que en dos palabras darán al través con todo.

            Y, como Dios vido en aquellos primeros principios cuán a fuerza de brazos habíamos t de caminar, ya por nuestra poca virtud y mucha contradición de fuera y de dentro, no quiso Dios que en mar y corte nos metiésemos en barquillo, sino que la fundación se hiciese en Valdepeñas. Que, en fin, en fin, barquillo y con borrasca, mejor asirán las


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áncoras en las peñas, particularmente si la peña y piedra es Cristo, que en el arena, que son sobre quien de ordinario se edifica en corte.

            Y más, que debiera de ser voluntad de Dios que por entonces no tomásemos el sitio del Barquillo en esta corte, porque aún no tenía patrón tal cual convenía para que lo amparase, ayudase y favoreciese u, como después diremos se lo ha dado Dios ahora v.

 

6.            Primeros pasos y escollos

 

            Ahora, pues, tornando a nuestra fundación de Madrid, digo que el buen regidor nos la ofreció entonces, no se recibió por las causas ya dichas y yo me fui a Valdepeñas, donde se tomó aquella casa, como ya consta de su fundación 18.

            Vínose a algunos negocios y cosas que se ofrecían en esta corte el hermano fray Clemente de sancta María. Y él, como andaba de enprestado por los conventos ajenos, ofreciéndole segunda vez el buen Diego de Henao aquella casa, fue necesario tomarla para casa de hospedería 19, donde él estuvo algunos días. Y dende entonces siempre se tuvo con un donado. Y servía de buscar algunas limosnas para ayudar y sustentar los religiosos que iban camino.

            Pero el demonio, que tan a la mira estaba, aunque Barquillo sin patrón, sin mercaduría, sin jarcias que pudiesen campear, temióse de barquillo no se volviese barca y nave de alto borde, con que le hiciese alguna guerra naval sangrienta. Así, viendo hospedados allí dos o tres frailes y uno que habían recebido para luego lo enviar a Valdepeñas, levantó una borrasca con los frailes calzados, [325v] que, a no ser aquella pobre casita y hospedería como blanca y cornado que se desliza y cai entre las manos, pudiera ser tuvieran algún w peligro y trabajo los que allí estaban y los que estábamos en Valdepeñas. Porque los padres calzados parecióles que aquello les servía de una higa y afrenta. Que, aunque estaba ya hecho el convento de Valdepeñas, ojos que no ven corazón que no quiebra, no reparaban en ello y lo tenían olvidado.

            Así, movidos de esto, dispertaron sus nuevos enojos y acudieron al Consejo dando nuevos memoriales, como si entonces se empezaran los pleitos x, diciendo nos habíamos entrado en España con bulas y letras estranjeras sin las registrar en el Consejo; y que, en su cumplimiento, hacíamos en esta corte un monasterio sin licencia del Consejo Real, contra las leyes y premáticas del reino y sin licencia del ordinario; y que daban hábitos y hacían otras cosas.

            Mandó el Consejo fuese un oidor a visitar y ver lo que allí se hacía, que fue el señor don Diego de Ayala. Cuando él entró y vido unas pobres tablas, que no sé yo si alcanzaban mantas, y una cruz y calavera


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a su cabecera, y una olla de pobres yerbas, fue tan edificado que les dijo: «Esténse, padres, y encomiéndenme a Dios». Que, en fin, cuando Dios está en unos güesos vivos, como eran los vivos, y en otros muertos, como eran las calaveras, más puede que todo el infierno junto. Y aquellos güesos hablaríen y daríen un cierto desengaño al oidor que lo iba a visitar. Y si en algún tiempo se pudo llamar oidor, fue aquel día, pues oyó las voces mudas de los güesos y calaveras que a las cabeceras los frailes tenían, diciendo: ¡Qué dichoso barquillo donde, entre los vivos, va enbarcada la consideración y memoria de la muerte! Y sabe esta muerte robar los muertos y aun los corazones de los vivos, para que ayuden y favorezcan a los que, viviendo, mueren y desean morir mill veces por Cristo crucificado. Y para mí tengo por cosa muy cierta que, como la muerte es fuerte 20, como dice la esposa, el que quisiere hacer grandes inpresas y alcanzar grandes victorias no tiene más de hacer pacto y concierto con la muerte, que ella se las dará en las manos, como lo hizo en el corazón de nuestro buen oidor: que, viendo [326r] en aquella pequeña casita muerte viva en los frailes y muerte muerta en las cabeceras, o al contrario, los frailes muertos para callar y las calaveras vivas para hablar, se dio por concluido y les pidió lo encomendasen a Dios, pareciéndole que los demás tratos es y burla, sino el que se tiene con Dios y con la muerte.

            Con esta visita, quedaron los güéspedes que allí estaban algo consolados y temerosos de lo que después les podía suceder. Pero, si por esta parte guardaron y temieron el golpe, no se guardaron tan por entero como convenía. Porque el demonio muchas veces hace el amago a la cabeza y tira la estocada al corazón. Y así, ya que por allí no pudo, pretendió por otra parte deshacerlo.

Porque los frailes calzados que de Valdepeñas habían salido, no quiriéndose sujetar a lo que Su Sanctidad mandaba, como traían nuestro hábito, los que en aquella casita estaban, por hacer obra de charidad, recogíanlos en casa. Donde, ya con buen color y apoyo de los que de veras pretendían ser religiosos, salían a hacer sus contradiciones y a dar tras mí, formando nuevas quejas y querellas ante el señor nuncio. Que, aunque ellos no salieron con cosa y, antes, llovió sobre ellos, pudieran hacer mucho daño a los que eran inocentes de sus trapazas y enredos, y los prelados propios deshacer la casa y quitar los frailes.

            Pero, como aquella casita sólo había de servir de tiesto o jarrillo en que se plantase la nueva flor, para después trasponerla en los jardines del rey, no lo consentía Su Majestad, sino que en porfía Dios y el demonio se daban de las justas, uno para conservarla y otro para deshacerla. Que, aunque un guante vale poco, si acierta a ser de una dama, visto se han muy buenas guchilladas por quién lo ha de llevar.


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Y aquel pobre rincón se lo había de calzar la Religión y tenerlo para su abrigo, y era bien Su Majestad lo defendiese y ayudase.

 

7.         Casa escondida, pero con el Santísimo Sacramento

 

            Ahora, pues, esta casita aquí puesta y fundado el colegio de Alcalá, eran tantos los que se recebían y tan llena la casa de Valdepeñas, y todas tan necesitadas, que nos obligamos a poner aquí un sacerdote que nos pidiese algunas limosnas para nos enviar a Alcalá. Y así lo hacían: que cada semana nos llevaban un costal de pan y otras cosas. Y como no les faltaba lo necesario, [326v] enviábamosles algunos enfermos, de suerte que, sin saber cómo ni de qué manera, se fue su poco a poco de rincón haciéndose casa escondida. Y, como creo digo arriba, como en el buen año las injambres se salen de las colmenas sin licencia ni saber de su amo y, metiéndose en el primer corcho que topan o cóncavo, allí hacen su labor, de esta manera, como Valdepeñas estaba tan lleno y Alcalá, sin saber nosotros y sin nuestra licencia, se vino a poblar y hacer aquella injambre y a meterse en aquellos cóncavos y hornillas. Que quisiera lo hubiera visto todo el mundo, para que alabaran a Dios y vieran cómo no es en lo que repara Dios las casas y ricos palacios de los príncipes, sino de que le amen y sirvan almas sanctas. Pues, entre terrones caídos, tuvo por espacio de seis años por tiempos treita frailes y muy de ordinario 24.

            Pues, como z estos religiosos aquí los íbamos enviando, como digo, como injambre perdida a los ojos del mundo, parecióle a Dios que seríe bien, entre tantas abejicas, venirse Su Majestad, como maestra de aquel corcho y colmena, para que las labores y provechos fuesen cual convenía multiplicándose cada día. Y así a, enviando un religioso a Valladolid, do estaba la corte, con una carta dando el parabién, en nombre de toda la Religión, del capelo que Su Sanctidad había dado a monseñor nucio 21, le preguntó el nucio si quería o gustaba de algo. El fraile no iba apercebido de lo que había de pedir, pero Dios, que lo estaba, puso en su boca le pidiese el poner, siquiera en secreto, el Sanctíssimo Sacramento. Y así se lo concedió.

            Y, viniendo con gran contento, víspera de la Natividad de Cristo, cuando el hermano fray Joseph de la Sanctíssima Trinidad andaba buscando invinciones para dejarse siquiera por aquella paschua escondido a Dios, como en pesebre, de suerte que no lo viesen sino unos poquitos pastores que allí estaban, volviósele b el contento lleno y púsolo para de contino c, aunque con cuidado de lo guardar y tapar y esconder, por parecerle que, así como Dios le enviaba aquel bien con medios estraordinarios, otros había de poner el demonio estraordinarios para lo procurar


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desbaratar. Que bien se deja entender aquella merced era toda de Dios concedida d: en el tiempo [327r] que él nacía en un pesebre, querer le sentasen en casa tan pobre. Que, en fin, cuando el sol está, por el mes de abril los propios efectos hace que hacía antaño en aquel propio mes y tiempo. Quién duda que, cuando llegase e aquel sancto tiempo en que Su Majestad nació en un pesebre, que, como sol de justicia verdadero, no se le irían los ojos tras aquel portalito de Belén, deseando lo pusiesen en él y hacer los propios efectos, comunicando gloria y paz a los pobrecitos pastores que allí estaban como en desierto.

            Y bien se echó de ver, pues este buen Dios y Señor dispuso el corazón de un nucio y cardenal para que recibiese a un hermano corista y un donado con tanto aplauso como si fuera algún gran prelado; y que él se convidase a decirle mirase qué quería; y él que no lo pensaba, allí pensase que seríe bien pedir lo que de allí no pudo pasar; y que estotro hermano ese mismo día tuviese aderezado para lo poner, aunque fuese a scondidas; que fuese f su auditor del nuncio y le dijese que no lo podía hacer, porque aquello era del ordinario, y que él dijese quod scripsi, scripsi 22, bien se ve, y no muy de lejos, quería Dios su poco a poco y sin ruido estarse con los hijos de los hombres.

            No se esconde Dios donde está; que, si para los del mundo se disimula, para los corazones de sus siervos se manifiesta. Y así, este soberano Señor, allí metidito, fue dando ciertas prendas de sí y de sus siervos a las almas que él bien quiere. Porque en este tiempo fue el descubrirse Dios a aquella g sancta monja que arriba decimos 23, y después se dirá, y al estudiante 24. Y si estas manifestaciones eran con hablas formadas, millares había con inspiraciones secretas: que acudían a hacer confesiones, de suerte que la iglesia ya no era posible defenderla. Y los religiosos, ya como casa hecha y formada, no reparaban en lo público, sino que con mucha llaneza salían y hacían sus mortificaciones públicas, con que acabaron de ganar los corazones de todo el pueblo. Y acabó de rabiar satanás y se enpezó a morder las manos por no las haber traído más ligeras en asolar y destruir cuanto allí había.

 

8.            Expulsión de los frailes

 

            Y así, determinó el infierno de hacer lo que pudo y alterar los corazones de muchas personas para que lo estorbasen y detuviesen. [327v] Lo primero, acudió a nuestro visitador, que h al presente estaba en La Solana. Y habiendo yo enviado satisfación de cuán ignorante había estado en aquel bien que Dios había hecho a la Religión, porque bien entendía que, por una parte o por otra, no podía dejar de caberme algún duelo del mucho bien que nos venía, por haberse quedado ya


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aquélla hecha casa tan sin pensar. Y así, el visitador, que allí se halló en La Solana, consultando el caso con los que allí había i, hubo votos de que yo destruía la Religión multiplicando los conventos y que aquel poner el Sanctíssimo Sacramento había sido sin orden del visitador que teníamos, y que no se hacía obra buena donde no iba la obediencia delante. Y confieso que estaba ya puesto cuando yo lo supe en Alcalá. Y el que lo puso, no reparó en que fuese necesario licencia del visitador, que nos habían dado para nos ayudar y hacer bien. Pues el mayor que se podía imaginar, era venírsenos Dios a casa. Y el hermano sacerdote que lo puso, pudo, para escusarse, acordarse de aquel refrán que dicen los muchachos: Necio es quien no lo toma, si algo le dan que coma. Y si lo que se da que se coma es Dios, ¡seas tú, Señor, mill veces bendito y bienvenido! Cada día quería yo, Señor, que os entrásedes mill veces por mis puertas con nuevos dones, que eso es cierto, que no trairéis las manos vacías si venís; ¡y ténganme por inobediente y por lo que quisieren!

Dende aquí se enpezó j a imaginar que seríe bien atarme las manos y quitarme el poder que tenía, pues tan sin orden y concierto yo hacía fundaciones, multiplicaba conventos. Echaban por escusa el haber pocos frailes y otras cosas, en que no se podía disimular era tentación del demonio, que él gustara dende el primer día haberme atado las manos para que yo no obrara. Y no consideraba el miserable que eran las de Dios y no las mías, que estaban harto mancas. Y así, esta contradición sólo se quedó en murmuración. ¡Y plega a Dios! que yo no quiero escudriñar cosas secretas, sino lo que palpo y veo. Y porque acerca de esto ha de [328r] haber harto que palpar y ver, que se quede ahí, avisando se acuerden los que leyeren esto, para que más claro se manifieste y vea ser obra de satanás, y verán, con lo que después pasó, no se contentó con persuadir a lo secreto, sino a lo público, hablando con alguno de los que en esta junta se hallaron.

            Tras esto, se vino k el demonio a alborotar al cardenal de Toledo y al vicario de esta villa y a la justicia seglar, de suerte que, por vía de piedad y buen color, dieron orden de deshacer nuestra casa y consumir el Sanctíssimo Sacramento, por decir estábamos sin su licencia y que, cuando la tuviéramos, habían de hacer lo propio, porque aquello era tanta pobreza que era deshonor de la Religión y religiones. Como si, en los que desean servir a nuestro Dios, fuese deshonor ser verdaderamente pobres.

            ¡Oh Dios eterno! Y ¿qué es esto, Señor mío, que ya se tenga por punto de honra tener buenos conventos y suntuosos edificios? Sabes tú, Dios mío, cómo, a mi ver, no entiendo hay mayor deshonor en el mundo como el fraile que prometió pobreza ser rico. Diránme: El fraile sea pobre, pero que la communidad tenga su buena commodidad. Pregunto yo, Señor mío, a tu colegio apostólico ¿qué edificios les dejaste?


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Si tú no tienes dónde reclinar tu cabeza 25, ¿qué edificios y casas les mandarías en tu testamento? Pues, por morir tan pobre, los propios muertos te convidaban con sus sepulcros y se abrían las sepulturas 26 y salían de sus casas de comedidos, para que su buen Señor las tomase. No sé qué me diga de esto y este engaño que satanás por todos nosotros ha sembrado. Yo confieso, mis queridos hermanos, que, si casas grandes he enpezado, que he estado loco y sin juicio. Y eso ha interesado satanás, trayéndome como me ha traído para que no obre conforme Dios me dita l. Spero en ti, Señor, si yo no lo enmendare, trairás tú a tu Religión quien las cosas las ponga a tu gusto. Que bien, Señor, lo mostraste en la primitiva Iglesia, cuando de los desiertos hacían tus sanctos poblados y de las cuevas palacios reales.

            Ya me hacen caso de menos valor el estar en aquella casita pobre, sabiendo ellos [328v] que Dios reposa sobre los humildes y pobres. Y, cuando de veras lo son nuestros frailes, son tan ricos que son señores de las harinas y salvados que están ascondidos en los retretes de las monjas que no conocen este sancto hábito. Pues esta razón fue bien poderosa para los del siglo, pues, hablando yo un día a Silva de Torres para que nos ayudase, que al presente era alcalde mayor, digo corregidor (creo lo llaman), me dijo: —Quítese de ahí, padre, que es lástima y conpasión ver de la manera que allí están, las descommodidades y pobreza que pasan, que eso no se puede sufrir. Yo le respondí: —Señor, hácelo Dios por no negar a nuestra sagrada Religión lo que tiene concedido a otras; en sus principios, uno de los mayores thesoros que les dio, fue darles pobreza para que en la tierra no tuviesen a qué asir su corazón. Y en esta pobreza se enriquecieron, pues vemos que la gloria de san Francisco y sancto Domingo el día de hoy son aquellos sanctos remiendos que sus fundadores trujeron y las incommodidades que padecieron. ¿Por qué quiere vuestra merced que nosotros enpecemos por do otros acaban, y que no gocemos de este bien? Con mis razones me quedé y me vine tan seco como me fui.

            El vicario dio orden de consumirles el Sanctíssimo Sacramento. Y los frailes, por no tener ruidos, disimulando como si lo hubieran consumido, lo escondieron. Porque en rigor no tenían obligación, pues lo tenían con licencia del nuncio. Y fingiendo se salían de allí, se quedaron en su casa, en puerta cerrada y muy disimuladamente. Porque a la Religión le convenía conservarlo, por lo que después se dirá, y al diablo acabarlo, porque su rabia no era contra la casa solamente, sino m contra n la Religión, porque en número era la sétima o y, mandando Su Sanctidad que, habiendo ocho casas, hiciésemos capítulo y la Religión quedase con propia cabeza y ya hecha y acabada 27, él veía que, si ésta quedaba


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por casa, al primer golpe y treta de otra que se hiciese, él era concluido y muerto. Y así a esto tiraba el miserable.

 

9.            Buscando otra casa

 

            Y así, fundado en esto, [329r] en ninguna parte los dejaba sentar real. Porque, viendo que la razón que daban era la pobreza del sitio, procuraban buscar otro mejor. Y, para que se vea que no es la pobreza del sitio, se advierta p: envía la condesa de la Sumaria una carta q para que se nos entrieguen unos sitios y casas que tenía en la calle de Atocha. Y como, para semejante abono y traspaso, bastaba una carta de una señora tan principal, fuese luego el hermano ministro a tomar la posesión de la casa. Y como hombre que tenía licencia del nuncio para se pasar donde más cómmodamente pudiese, haciendo y diciendo, fuese y puso su altar día de la gloriosa sancta Cathalina.

            No hubo venido a noticias de los que aborrecían nuestra pobreza y poca commodidad, cuando mostraron no ser aquello lo que les movía, sino el demonio que los incitaba. Y así, vinieron luego de mano armada entramas justicias, clérigos y alguaciles, y arrastraron o arrempujones y con fuerza y violencia los echaron y arrojaron en la calle. Y hoy en día dura una cruz que pusieron a la puerta en la posesión que tomaron de ser aquello casa de Dios. Pero, disimulándose estas contradiciones y dándoles los colores que mejor al demonio parecía, eran fácilmente los pobres religiosos engañados con palabras blandas que les decían: que se compadecían de ellos y sentían su incommodidad. Y, con esto, los pobres andaban locos buscando sitio que agradase. Que era bien inposible hallarlo que le agradase a satanás, que era r a quien se le daba humanarices con esta fundación.

            Y así, tuvieron hechas scrituras de otros dos sitios s: uno a la puerta de Toledo y otro en Sancta Bárbula; y otros muchos concertados y en habla. Y con esto el demonio los suspendía y entretenía, para que corazón dividido en muchas partes, como dice el Spíritu Sancto, no tenga ni alcance sucesos 28.

 

10.            Negativa del arzobispo de Toledo

 

            Pues no era de menos contradición el poco gusto o mucho disgusto que el señor cardenal de Toledo tenía, cuando a él se acudía a que lo favoreciese y diese su licencia. Que fuera nunca acabar haberlo de scribir: los caminos que se hicieron, los favores que se buscaron. Que pienso que teníamos arrevuelto el mundo y no quedó en él príncipe


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que no lo pidiese. Despachábanos siempre con buen despidiente, diciendo nos amaba y quería y tenía puestos en su corazón, pero que no era tiempo.

            Y ¡cómo si decía bien! Si él sabía lo que Dios tenía guardado, o se lo había Dios descubierto, o sin saber lo quería t Dios que lo dijese, para tan con antes decir Dios el acierto y bien que Su Majestad había de hacer a nuestra Orden en este pueblo. Que muy ordinario es, cuando una persona que ama mucho a otra [329v] y sabe y entiende algún bien que le han de hacer, y por entonces conviene callarlo, no le sufre el corazón ver que el remedio de la persona que bien quiere se lo tenga encubierto. Y así, muchas veces habla y dice palabras equívocas y preñadas, deseando tenga algunos barruntos del remedio de su desvelo y desconsuelo. Que, en fin, palabras siquiera de mucho consuelo son para quien está afligido, como los hermanos lo estaban en esta casita, a puertas cerradas tanto tiempo y tantos frailes. Y así, el cardenal les decía: Vayan con Dios, padres, que no es tiempo; ello será cuando se llegue la voluntad de Dios.

            Los hermanos, por su parte, viendo que tantos favores, caminos, cartas, ruegos no bastaban, acudían al cielo, de donde acuden buenos despachos y el último desembargo y el his non obstantibus y la definitiva, sin grado de apelación, aunque sea con las mill y quinientas y pleito de pobres contra los más poderosos del mundo. Por esa vía eran todos sus conciertos y favores. Y así, en muchos meses, ellos no entendieron en otra cosa sino en hacer grandíssimos novenarios y muchas veces multiplicados delante del Sanctíssimo Sacramento, que en secreto tenían, pidiéndole que se manifestase coram Benjamin y Manasen 29, delante de su pueblo. Así, digo que fueron innumerables las disciplinas, los ayunos, las velas de las noches enteras ante aquel gran Señor que todo lo puede.

 

11.       Carta de una monja al señor arzobispo

 

            En este tiempo y en esta ocasión, dábase parte de todas estas plegarias a aquellas sanctas monjas de san Jerónimo, de la Concepción. Ellas lo ayudaban a llorar y suspirar y a hacer sus devociones. De donde una de aquellas sanctas monjas determinó de scribir una carta al cardenal de Toledo, que me ha parecido ponerla aquí para que se vea la fuerza que hace Dios con sus palabras: que, aunque arrojadas al corazón de una pobrecita monja encerrada, no cabía allí, sino que, como es de calidad de fuente que está saliendo y saltando hacia arriba, subió hasta caer a las orejas de un tan poderoso señor. Y parecióle, pues era martillo u, de ir a dar unos pocos de golpes en el corazón más ascondido. Y, como guchillo de dos filos, pues ya habíe cortado v el corazón de


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aquella sancta monja para nos lo dar [330r] a pedazos, sería bien ir a romper el del arzobispo y a hacer en él una puerta, por donde entren los ruegos de sus siervos.

            Y así, determinó nuestra buena monja scribirle la carta siguiente, cuyo traslado me envió el hermano fray Joseph, ministro desta casa, que es el siguiente:

 

 

Jhs. M.ª Joseph

 

            Ilustrísimo w señor, muchos días ha que me ando detiniendo de no hacer esto, mas la fuerza grande que siento en la oración todas las veces que me pongo a ella me hace ser atrevida. Que, si los gusanos como yo hablamos boca a boca con Dios y nos da lugar su bondad para esto y sufre y perdona nuestras ignorancias, lo mismo hará vuestra señoría ilustrísima y más sabiendo los casos.

            Aconteció a una sierva de Dios, la cual su vida es tal que más es de admiración que para imitar. Y sélo por habérmelo contado ella. Estando la cuaresma passada en oración, con deseo de vender un poco de harina que tenía para remediarse de algunas cosas, oyó una voz que le dijo: «Véndemelo a mí para mis pobres». Y no habiendo ella visto a los trinitarios descalzos ni saber si los había, declarándole que a ellos se la diese, y ella dixo a nuestro Señor: «Sea norabuena, Señor». Y les hizo luego unos hormigos y se los envió; y de allí adelante todo cuanto podía.

            Otra religiosa de la misma casa, estando en oración en el mismo tiempo, le robó Dios la voluntad y, estando ansí, le dijo nuestro Señor que todo cuanto tenía lo diese a los descalzos trinitarios, los cuales jamás esta religiosa jamás había visto. Y ella solía dar limosna a los agustinos descalzos; y le pesaba si veía dar a otras partes, pareciéndole que nadie tenía más necesidad ni la merecía mejor. Y, como esta segunda daba más que la primera, ella, afligida, fue a nuestro Señor y le dixo: «Señor, no tengo qué dar sino mi trabajo». Y le fue respondido: «De ése como yo y me sirvo de aquellos mis pobres descalzos».

            He andado días ha escusándome de dar cuenta de esto a vuestra señoría ilustrísima. Y agora no puedo, porque me hace fuerza interior lo diga y encargue la conciencia a vuestra señoría los favorezca en todo y anpare, porque son muy de Dios. Y si vuestra señoría ilustrísima quiere tener este pueblo concertado, procure los vean todos y anden en público, porque son gente de grande exenplo y pobres verdaderos y de los tales se agrada mucho nuestro Señor; y quien a ellos enoja, llega a las niñas de los ojos de Dios. A vuestra señoría ilustrísima le corre obligación de conpadecerse de los humildes y anparar x los pobres.

            Dos años ha que supliqué a vuestra señoría, por un memorial, me diese licencia para hacer fiesta al Santísimo Sacramento, y lo remitió vuestra señoría a su consejo; y, por miedo de los gastos, no se ha


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puesto por obra. Yo sé, después que lo han hecho [330v] algunos, les ha Dios favorecido y aumentado en lo espiritual y tenporal. Lo mismo ofrezco si vuestra señoría favorece a los sobredichos.

            Y, por no cansar a vuestra señoría, besa sus pies una esclava de Jesucristo y de toda la Santísima Trinidad. Y, la boca en tierra, pido y suplico a vuestra señoría ilustrísima de parte de Dios torne estos descalzos a Madrid, que inporta mucho. Ellos, como hijos de Dios, han obedecido con alegría, etc.

 

            Y no la firmaba. Yo la dije que firmase, porque no sospechase el arzobispo que era carta echadiza. Y ansí lo hizo y la envió en el pliego del vicario y.

            Yo he deseado saber del recibo de ella, respecto de que deseo cualquier cosa que aquí se diga en cualquier tiempo, se verifique en todo con la misma verdad, no sólo en lo sustancial, que [es] el haberle sucedido a la dicha monja lo aquí dicho, sino que el señor cardenal la haya leído. Lo que desta carta y las demás que se llevaron al señor cardenal resultó, yo no lo sé. Porque, si en algún tiempo nos pretendió hacer algún bien, bien disimulado lo tuvo, mortificándonos harto a lo continuo con sus largas, viniéndonos como siempre nos íbamos.

 

12.       Los fines de Dios en la dilación

 

            Yo sé decir que, aunque otros hermanos venían bien descontentos y afligidos sobre el caso, jamás le hablé sobre esta fundación, que respondiese como quisiese, que yo no viniese muy consolado. Si mi consuelo estaba en lo que el cardenal decía o en lo que Dios se sabía, yo no lo puedo entender. Entendía convenir así. Pues una vez, trayéndole una carta del señor duque de Lerma dende Valladolid para el efecto, en diciéndome que él lo miraríe, yo no le repliqué cosa z acerca del caso, antes le dije que me dijese qué gustaba hiciese. Y respondiendo que me tornase a mi convento, me despedí con mucho gusto.

            Porque en realidad de verdad tuvo Dios altíssimos fines en dilatar esta obra. Y lo que el demonio hacía para la estorbar, lo hacía Dios para mayor bien de la Religión y gloria suya, como ahora se verá. Y lo que tan de ordinario sucede: que, juntando y prestando un exército munición y aparato para hacer el acometimiento, sucede ser por su mal, porque, ganándole el contrario las armas, con las propias suyas que él habíe juntado le hacen guerra. Como vemos que le sucedió al demonio, pues pretendió hacer guerra a Cristo con cruz, muerte, azotes, etc., y con eso quedó él vencido. Y si pretendió hacernos guerras con la justicia secular y eclesiástica, esa propia ha de servir de justicia que justamente dé y entriegue lo que es suyo a la Religión, como luego se verá. Y con esa justicia la Religión le ha de hacer guerra justa, de


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suerte que lleve quebradas las varas sobre su cabeza que contra las de esta nueva planta había levantado.

            Lo segundo, quiso Dios dilatar con estas contradiciones esta fundación [331r] para, como dicen, moler de represa y enviar de golpe sus favores. Porque quiere hacer buena harina, aguarda que se enllene la represa para echar el agua a su molino a.

            Lo tercero, que llegue el tiempo determinado por su sabiduría, tan lleno de infinitos acuerdos como los que hoy Dios ha enviado a esta sagrada Religión.

            Lo cuarto, quiere que aguarden los religiosos en aquella pobreza, porque primero quiere hacer a todos unánimes y conformes, para que todos juntos honren y estimen la esposa de la Sanctíssima Trinidad por no conocida, detenida en un pobre rincón.

            Quiere apurar los favores del mundo para que se vea no es del que quiere, sino sacada de los thesoros de la misericordia de Dios. Y que, como esta Religión es y ha de ser tan parecida a aquella ciudad que vido san Juan que bajaba del cielo limpia como el cristal 30, que poco inporta lo que los hombres hacen hasta que el mismo Dios echa sus plomadas y cartabones. Que, como obra de rey poderoso sobre todos los reyes de la tierra, si inportare a su edificio y fábrica que se pase por en medio de los palacios reales y por los corazones de los grandes, por allí pasará Dios la cuerda. Que, como es obra tan inmediata del mismo Dios, a trueco de que vaya derecha b, si fuere necesario que pase la cuerda y el fil derecho por el corazón de un poderoso rey Philipo, Su Majestad lo allanará. Y si fuere necesario que ese corazón, que Dios lo quiere y pide entero, que se parta para que a esta nueva planta se dé parte, lo hará. Que, como todo se cai en casa, siendo Religión de la Sanctíssima Trinidad, no tendrá celos de que se le dé parte de aquello que el mismo Dios lo quiere a solas c.

            El haber Dios dilatado esto en tan grande pobreza, puede también ser lo que acá decimos: que gustaba Dios de buenas esperanzas para su Religión; y lo que se suele decir: que hambre que espera hartura, no es hambre. Y como, habiendo Dios satisfecho a su Religión d en cosas spirituales, aguardaba tiempo en que la había de satisfacer y enllenar de bienes temporales, los cuales debían servir de disimulo de la primera hambre.

            Puede ser la razón por exercitarnos Dios en paciencia. Que, como ésta es la que, como dice san Pablo, tiene y pare obras perfectas 31, ésas son las que Dios quería para su sagrada Religión. Y, de parte nuestra, en estos trabajos nos fue esa mortificación de grande consideración. Y en nada parece podían padecer esta mortificación los religiosos que allí estaban como en esta dilación. [331v] Porque, cuando Dios los mortificaba en el comer, viendo su provecho en la hambre, se holgaban; y de la misma manera en todos los trabajos que se les ofrecían. Pero


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dilatarse Dios de venir a su casa; que fuese necesario esconder el fuego, que tiene por inposible el Spíritu Sancto estar en el seno y no quemarse las vestiduras 32; que fuese necesario acudir a Dios en lo secreto y disimular lo público, tan contra las ansias y acertados deseos que la esposa tenía cuando deseando a su esposo se le volviese niño chiquito y puesto a los pechos de su madre, para que doquiera pudiese dar mill besos y abrazos, aunque fuese en la calle y plaza 33; que viesen Dios se tardaba en se dar en público y al descubierto a unas almas que tan sin melindre le deseaban agradar; y que de esto no sabían las causas, si acaso eran sus pecados y poco merecimiento, si acaso fuesen enojos de Dios o algunos estorbos que de parte de los dichos religiosos hubiese: ésta era la mortificación, ésta la tribulación, aquí donde se ejercita la paciencia, aquí otros nuevos provechos del alma a quien Dios le dilata cosa de tanto gusto y consuelo suyo, aquí es donde en esta mortificación, como en peñasco, se quiebran las olas de las vertientes de los deseos de los justos, para que estos deseos sean más puros y como agua quebrada más delgada, que en esto de desear es Dios muy amigo que estos deseos sean por sólo Dios.

            ¡Oh buen Dios y bien mío, si un alma supiese o tú de veras la enseñases el gran bien que tiene encerrado en esta mortificación interior!: que las cosas no se han ni las alcance cuando ella quiere, procura y las busca, sino cuando el mismo Dios ordena. Bien es verdad que gusta Su Majestad se canse el alma en su busca y traerla ansiosa y cansada. Y también se esconde, para que no lo halle cuando ella quiere, sino cuando Dios ordena, que, en fin, hay entonces conocimiento más claro de que el hallarse Dios es porque él se manifiesta y se aparece; es el hallazgo más estimado y agradecido.

            Y más, que con aquellas ansias que la esposa tiene, está algo alborotada e inquieta. «Pues cansaos —dice Dios—, esposa mía, que, después de cansada, os sentaréis. Que yo soy muy amigo de mucho reposo [332r] y asiento. Que mis gustos y entretenimientos no valen para de paso. Es menester, esposa mía, cuando me buscáis, que os deis por vencida, para que de mí y por mí os deis por ganada». Dichosas ganancias, pues no son menores que ganar y hallar a Dios. Es menester que se entienda que no consiste en echar llamaradas, sino en quemarse y consumirse dentro de sí deste amor divino.

            ¡Oh buen Dios eterno! Yo creo que muchas veces he puesto este exemplo y lo torno a poner, porque me da mucho gusto. Cuán ordinario es no meter la lumbre en el palacio real, donde la ha de gozar su majestad, hasta que se ha pasado aquella llama y hasta que los leños estén hechos aschuas. Que, cuando el leño arde, tiene algún humo y gasta grande humedad. Y así se aguarda, para se gozar, que pase la llama y que el fuego esté tan entrañado en el leño, que él se vaya consumiendo su poco a poco. Así, digo yo que, cuando un alma obra, hace, arde, como entonces el fuego se va apoderando de lo combustible,


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algún humillo tiene. Gaste la humedad y cualquier cosa que en sí haya de inperfección, que, cuando el amor y deseo de Dios esté bien entrañado y el fuego reposado, y un alma que en sí propia se está de este soberano fuego consumiéndose, entonces vendrá Dios, entonces a la clara se manifestará.

            No quiero aquí detenerme, que parece tocaba aquí una materia que pedía mucho de la diferencia que hay en las aciones que el hombre hace con ayuda del cielo —que, en fin, omne datum optimum de sursum est 34— y las pasiones que padece cuando, sentado a los pies de Dios, no hace más que escuchar, oír y recebir y enllenar sus senos. Que, cuando obra, las mismas aciones parece que por entonces le ocupan de escuchar y oír el silbo delicado de la boca de Dios. Como, cuando uno anda o corre, bien se ve que no puede comer con el gusto y reposo que él querría, porque, para recebir ese bien, el cuerpo ha menester estar parado y detenido. De esa manera, me parece a mí, ha menester sosegarse el alma sancta a su tiempo para que le entre en buen provecho esta cena que Dios da y hace a los que él convida. Llano es que, para echar un licuor en una vasija, es necesario sosegarla, tenerla y reposarla.

            Así, quiso Dios a nuestros hermanos: que se le rindiesen las armas de tanta e solicitud y cuidado como ellos ponían y que, arrojados a los pies de Dios, [332v] conociesen esta obra estaba a su cargo y que de ella sólo a su nombre habían de dar la honra y la gloria; y que allí, puestos a aquellos sanctos pies, harto tendrían que pensar, y recebir un nuevo asombro que Dios había de hacer en esta su sagrada Religión. Que obras grandes, como digo, quietud y reposo quieren para las considerar.

 

 




a            orig. al marg.



b            corr. de renació



c            rep.



d            sigue el c tach.



e            al marg.Madrid de 2m.

 



1         2 Tim 2,9.



2         Sal 18,11.



f             ms. Alguie



3         Lc 2,14.



4         Cf. Ex 14,21.



5         Cf. Jos 3,16.



g         ms. sirviendo

 



h            al marg. ojo tach.



i          fray‑Galicia subr. de 2m.



j subr. de 2m.



k            al marg. ojo milagro nota de 2m.



l            corr.



m           corr.

 



6         Cf. 1 Re 17,9‑16.



n            al marg. nota de 2m.



o            sigue de o tach.



p            ms. ansisas



q            ms. lla



r            ms. advirtiendo



7         Diego González de Henao, abuelo materno de Calderón de la Barca. Cf. NICOLÁS DE LA ASUNCIÓN, En la calle Barquillo: Madrid: El Santo Trisagio XIII n.144 (1925) 183‑185.



s            encontróme‑dichoso subr. de 2m.

 



8         Sal 32,9.



t             sigue desp tach.



9         Jn 7,6.



u            sobre lín.



v            sigue y tach.

 



10        Cf. Heb 11,23.



w           sigue ciervo tach.



11        Cf. Cant 2,8‑9.



x            sigue puros tach.



y            sigue aumen tach.



z            Sic.Período inconcluso



12        Cf. c.30.



a  sigue pro tach.



b            sigue p tach.



c            corr. de plaça

 



d            ms. plazo



13        Cf. Dan 2,31‑35.



e            ms. fraleile



f             sigue as tach.



g            ms. piendras



h            ms. descalabraba



i          corr.



14        Cf. Jer 18,3‑4.



15        Primoroso, excelente.



j            ms. cosarios



16        Cf. Is 6,1‑2.



17        Cf. 2 Tim 2,20.



k            ms. estonces



l            sigue que tach.

 



m           el mercader‑vender tach.



n            sigue y tach.



o            sigue corte tach.



p            sigue ya tach.



q ms. hastas



r            sigue la tach.



s            ms. poca



t            ms. habías

 



u            sigue como tach.



v            al marg. ojo de 2m.



18        Cf. c.33.



19        El Santo la aceptó el 20‑VIII‑1600 (Crónica I, 64).



w           sobre lín.



x            al marg. ojo de 2m.

 



20        Cf. Cant 8,6.



y            sigue es burla tach.

 



z            sigue est tach.



a  sigue y tach.



21        Monseñor Ginnasio fue hecho cardenal el 9‑VI‑1604. Cf. P. GAUCHAT, Hierarchia Ca­tholica, IV, 7.­



b            subr. de 2m.



c            de contino subr. de 2m.

 



d            sigue de tach.



e         sigue di tach.



f          que fuese subr. de 2m.



22        Jn 19,22.



g         subr. de 2m.



23        Cf. pp.415‑416.



24        Cf. pp.413‑414.



h sigue letra tach.



i          al marg. ojo de 2m.



j            Dende aquí se enpezó subr. de 2m.



k            se vino subr. de 2m.

 



25        Cf. Mt 8,20.



26        Cf. Mt 27,52.



l             conforme‑dita subr. de 2m.



m           ms. si



n            corr. de con toda



o            era la sétima subr. de 2m.

 



27        «Postquam ... octo saltem domos seu monasteria habuerint ... Nuntius eos ad capitulum celebrandum convocari faciat ... ac ministrum provincialem, caeterosque ministros domorum ... eligant». Cf. Carisma y misión, 732.



p            sobre lín., en lín. aguarda tach.



q envía‑carta subr. de 2m.



r         sigue el tach.



s         de‑sitios subr. de 2m.

 



28        Cf. Mt 12,25.



t             corr.



29        Sal 79,3.



u            sigue de tach.



v            sigue y tach.

 



w           toda la carta de 2m.



x            ms. anpar

 



y          ilustrísimo señor‑vicario de 2m.



z            sigue respecto tach.

 



a            sigue que tach.



30        Cf. Ap 21,10.



b            sigue pasará tach.



c            sigue y aun acá tach.



d            sigue de tach.

 



31        Sant 1,4: «Patientia autem opus perfectum habet».



32        Cf. Prov 6,27.



33        Cf. Cant 8,1.



34        Sant 1,17.



e            corr. de tantas

 






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