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San Juan Bautista de la Concepción
Obras II – S. Juan B. de la C.

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CAPITULO 51 OCTAVA CASA: VALLADOLID

 

            Ahora a nos podremos volver a nuestra historia, donde dejamos arriba 1, para que prosigamos con nuestras fundaciones. Y llegamos a lo último o última casa, con que se habíe de echar el sello a la Religión, hacer provincia y quedar de por sí del todo separada y desmembrada de la jurisdicción de los padres del Paño y de los padres carmelitas descalzos, a quien nos habían dado por tinientes en el entretanto que nosotros teníamos ocho casas y gente para por nuestro pico, como dicen, valernos.

            Y, para proceder con mayor claridad, aunque arriba ha quedado dicho, se ha de notar que Su Sanctidad manda en sus letras apostólicas y propio motu que, en el entretanto que nosotros tenemos ocho casas y cada una con doce frailes, estemos y tengamos un religioso descalzo de otra orden, el que el señor nuncio nos señalase. Y habiéndonos señalado al P. Fr. Elías de san Martín, religioso descalzo de Nuestra Señora del Carmen, estándose él en Valdepeñas ayudando en lo que podía, se habían ya hecho, como de arriba consta, siete casas, que son: Valdepeñas, Nuestra Señora de la Bienparada, Socuéllamos, Alcalá, Villanueva de los Infantes, La Solana y la de Madrid, puesta en el estado que arriba digo antes de tener el apoyo y arrimo que ahora tiene, el señor duque de Lerma, sino estando en el Barquillo escondidos y con el Sanctíssimo Sacramento en secreto; y esto bastó para que la contásemos por sétima casa.

 

1.            Representación de ingentes trabajos

 

            Ahora salgamos a la octava casa, que, como habíe de ser la última y forma que habíe de dar el ser y perfección a nuestra provincia, bien podríamos decir de esta octava lo que dice san Ambrosio 2 de la octava bienaventuranza que Cristo predicó en el monte: pro octava multi scribuntur b psalmi c. Bien hay d que scribir de esta octava casa. Que, como en las obras perfectas los fines han de [345v] venir con sus principios, así los trabajos que por esta octava casa se han pasado han sido bien parecidos a los de los principios, y no sé si diga mayores. Que, en fin, en materia de trabajos, los mayores son los postreros. Y llámolos mayores también porque caían sobre más mojado y porque habíe más que habían de aumentar los trabajos y porque, llevando color de bien, se habían de quedar por tales, y porque el demonio ya allí le quedaba sólo aquel reparo o brevedad de tiempo, que, éste pasado, ya perdía todas sus cuyunturas. Y, cuando mucho, le quedaba puerta abierta para perseguir


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a los particulares, porque, esta casa hecha, ya la Religión quedaba entablada, hecha y acabada; y entonces sus persecuciones habían de ser frívolas y conocidas por del demonio, pues ya la obra había salido de duda, de cuestión y dificultad si era obra de Dios o no.

            Y así, yo confieso que, en el puncto que se enpezó a tratar de esta fundación y yo enpecé a entrar en ella, mi natural se conmovió y estremeció, de tal manera que, haciendo yo un capítulo en Alcalá a los hermanos en el puncto que me salía ocasión para esta octava casa, se me representaron tantas dificultades, tantos trabajos, que la consideración de ellos en lo de adentro hacía tanta inpresión en mí que me hacía coser con la tierra y parecerme que no había estiércol más hollado que yo estaba ni muladar más desechado y abatido. Y así, pienso dije allí palabras e, o me las hacía decir aquella representación, palabras de tanto sentimiento que, si fuera libre, no sé si con la obra dijera transeat a me calix iste 3; que con las palabras y lengua ya lo debiera de pronunciar f una y muchas veces. Y este parecer que yo tenía de los trabajos por venir, no sé cómo me diga, eran porque, aunque el conocimiento de ellos en semejantes ocasiones es pinctado, para mí era pinctura que sólo mirarla me hacía padecer.

            Y yo no sé de qué manera pueda poner exemplo de esto: ¿Cómo puede ser que la consideración tenga y haga el sentimiento de la verdad? g A mí ahora no se me ofrece exemplo. Basta entender a Dios nada le es inposible 4. Y ya se ha visto, antes de tomar un enfermo una purga y antes que entre en casa, hacerle dar arcadas y vomitar. Pues esto puede una representación sola, hecha con la imaginación del hombre, ¿qué do eso es muerto y sin consideración en comparación de una representación viva, causada quizá del mismo Dios, no para que se conozca, sino para que se sienta? [346r] Paréceme caía sobre mí un agua muy espesa, muy pesada, que me hacía coser con la tierra y me agrumaba. En cuanto me cogía de pies a cabeza, me parecía agua y, en cuanto pesaba, parecía carga tan pesada que apenas me dejaba menear ni rebullir.

            Pero cierto que yo no sé qué me diga de tales trabajos o tal conocimiento de ellos: que, aunque tenían la propiedad que digo de que a toda mi persona la enllenaban y cogían de pies a cabeza y me hacían crujir los güesos y suspirar en aquel capítulo y siempre dar quejidos, salidos de un alma bien cargada, con todo eso pluviera a Dios mi Dios hiciera este partido conmigo para siempre jamás: que siempre me tuviera en el conocimiento de tales trabajos, que, como yo no sé h por experiencia de otra gloria más gustosa, aquélla la tomara yo por gloria y premio de otros trabajos, ¿cómo podré yo dar a entender que fuese una representación que aflige por una parte y, por otra, enllena el alma de suavidad, dulzura, entretenimiento, gusto, contento? De suerte que


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me parece a mí de buena gana se debían tomar nuevos trabajos por nuevas representaciones de trabajos con tales dejos. No digo bien en decir lejos, porque, si lejos estaba el padecerlos, cerca el gusto en recebirlos; y si sentimiento con la carga, gusto con el abrazo de ellos.

            Poner exemplo de estas dos cosas juntas, cómo pueda ser no lo sé decir ni lo sé explicar. Porque, si Cristo dice en el sermón del monte: «Dichosos los perseguidos y los que lloran» y, por otra parte, les i dice: «Holgaos, que vuestro premio y paga es grande y copioso en los cielos» 5, dales de contado las lágrimas y tristeza; y de futuro el premio, aunque de contado, el contento. Pero, en fin, este contento tenía por obiecto cosas por venir. Pero en esta consideración y representación de trabajos todo estaba junto: el sentirlos y el gemirlos y el gustar una dulzura particular. Y parece una propia cosa era obiecto de trabajos y de contentos, en un mismo tiempo gustados.

            Pongamos exemplo en el que va cargado con cuatro arrobas de oro: que el peso le hace gemir y el ser oro lo alegra. Tampoco me cuadra este exemplo, porque el peso y el gemirlo se siente y el contento de que es oro está sólo en la consideración, y la consideración es la que derrama el gusto. Pero acá, en j una misma cosa y representación hay sentimiento de trabajos y sentimiento de gustos. Si no es que decimos que esta representación es como la granada agriadulce: que se siente su agrio y se siente su dulce. Pero, como lo que [346v] vale a los ojos de Dios es el padecer, eso es lo que duraba y lo que siempre me duraba. Que k, siendo aquella representación de trabajos como la nuez —que, tiniendo cáscara por de fuera que quiebra los dientes, y por de dentro tiene tuétano que recrea el spíritu—, no l siempre un hombre tiene fortaleza para partir la nuez y comer lo que tiene dentro; y así siempre anda gustando de lo que tiene por de fuera. Así, digo de mí que siempre tuve delante los ojos esta representación de trabajos y que, para gustar o gozar del gusto que en ellos se encerraba m, había menester entrar muy dentro de mí y levantarme de las cosas de acá con la consideración.

            Podría ser, por esta palabra que ahora digo, fuese el gusto que en esta representación se tenía por ver los comunicaba Dios o algún sentimiento n que el alma tenía de que aquélla era comunicación hecha de Dios a un alma que no merecía sino los trabajos bien secos. Y, como salido de allí, me divertí en el padecerlos y sentirlos y el o cuerpo bien aperreado, los trabajos quedaron secos, perpetuos, solos y bien despegados de otros alivios, y yo bien pegado y asido a ellos para no me poder ir por parte ninguna.

            Dirán: Pues, hermano, si tan junto andaba la representación de trabajos con la de los gustos, ¿cómo dice ahora que se quedaron solos,


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secos y despegados de los gustos? Si esencialmente tienen aquellos trabajos desabrimiento y gusto, ¿cómo puede ser que se le despegue lo que así esencialmente le conviene? Respondo que el sentimiento p, disgusto y desabrimiento es en la carne q y parte inferior del cuerpo y el gus­to es en el alma. Y, como el alma, para gustar y gozar de este gusto, ha de estar quieta, sosegada, asentada a los pies de Dios, y en faltándole esto goza sólo la carne de sus desabrimientos con sus trabajos y inquietudes, y el alma pásasele de largo y pierde ocasión; pero no es de consideración ni cosa que, a mi parecer, al alma le inporta el estar gustando de aquel gusto que Dios pone en la representación de los trabajos, porque por entonces el gusto de Dios no está en que yo guste, sino en que con paciencia y igualdad de ánimo los lleve y sufra, que el premio y gusto se podrá quedar para la otra vida. Así, digo que me siguió esta representación de trabajos perpetuamente así descalzos y que el mayor alivio que tenía era ver que eran forzosos y que no tenía remedio el descargarme [347r] de ellos; y que, como tarea a que estaba atareado, la había de cumplir y acabar. Que es como el hombre a quien dan un castigo: que, no viendo puerta por donde escaparse de él, se anima y consuela con pensar que aquélla es su suerte y ventura y que por allí ha de caminar r

            ¡Seas tú, Dios mío, mill veces bendito! Que no sé qué se es ni yo me entiendo en negocio de sorber trabajos. Que, si hubiera de decir de las muchas maneras que los bebo y los he bebido, y pienso que hasta la muerte me durará el beberlos, pudiera scribir de esto muchos libros. Así, dejemos la consideración y representación y vengamos al hecho y la verdad.

 

2.         Intento fallido en Buenache de Alarcón

 

            Hecho s, pues, el sétimo convento, y ya que habíamos de entrar en el octavo, sabiendo esto, algunas personas devotas y amigas del bien de nuestra Religión moviéronse a nos


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ayudar y favorecer. Y, entre ellas, vino a nosotros, aquí en Madrid, don Juan Pacheco de Alarcón, sacerdote y caballero muy devoto y honrado 6. Y díjome que, habiendo sabido la cláusula del motu propio acerca del concluir nuestra provincia y que sólo nos faltaba un convento para hacer capítulo y eligir prelado y quedar del todo dismembrados de los padres del Paño y sin la tutela y procuración de los padres descalzos carmelitas, que él gustaba de nos ayudar y favorecer para que aqueste bien de la Religión tuviese este fin tan provechoso y deseado; y que para esto gustaba de que en un pueblo de un su sobrino, que se llama Buenache de Alarcón, en la Mancha t, fundásemos y hiciésemos este octavo monasterio; y que, si gustásemos de hacer allí nuestro capítulo, que él nos haría la costa de todo lo que fuese necesario; y que, gustando la Religión y el señor nuncio, si para ello fuese necesario, que él nos presidiría.

            Yo hasta entonces había estado como muerto, acudiendo a hacer las siete fundaciones que arriba quedan dichas, sin me acordar de capítulo ni de fin de provincia. Porque, aunque deseaba yo ver nuestra Religión hecha, andaba tan absorto en trabajos interiores y en cuidados exteriores, que harto tenía que mirar por el día de hoy, sin discurrir ni me acordar del día de mañana. Pero, en fin, me dispertó este buen caballero y sus palabras y obras me sirvieron de un acuerdo y ánimo para que luego se empezase esta octava fundación.

            Con estos pensamientos fuime a Alcalá. Y, por una parte, lleno de contento del bien que se había de conseguir con esta octava casa, [347v] cuéntoselo a los hermanos todo lo que me había pasado con aquel buen caballero. Por otra parte, lleno de miedos, temores y asombros de la representación de cosas que sobre mí habían de venir en aquella fundación, hice mi capítulo a los frailes, incitándolos y provocándolos a más amar y querer a tan buen Dios, que así quería perficionar sus obras. La segunda parte del capítulo fue tratar de que todos nos armásemos con grande paciencia y ánimo para los muchos trabajos que sobre nosotros habían de venir en aquella octava fundación.

            ¡Seas tú, Dios mío, bendito mill veces! Que las cosas que tú estimas, buscas rodeos para que los hombres conozcan su valor, dándolas y descubriéndolas en medio de mill trabajos y dificultades.

            Las diligencias de esta casa, por parecerme en cualquier cosa habíe de haber trabajo y peligro, yo no quise cometerlo u ni encomendarlo a nadie, sino luego me partí a Valladolid por provisión de diligencias, sin dar cuenta a nadie más de con el poder común que yo tenía para poder acudir a las cosas tocantes a la Religión. En Valladolid escribo una carta a la Mancha al P. Fr. Elías de san Martín, visitador apostólico nuestro, avisándole con mucha simplicidad del progreso y bien de nuestra Religión y la charidad y ayuda que teníamos con el don Juan Pacheco de Alarcón; y, como ya aquélla era la octava casa, que su paternidad fuese dispuniendo las cosas del capítulo, así leyes y constituciones como lo demás, pues ya Dios iba concluyendo nuestra sagrada Religión.

            En este tiempo también fueron dos frailes, de los que en Alcalá se hallaron al capítulo que yo hice sobre esto de la octava casa, que también llevaron las nuevas. Y, ya que el capítulo no les sirvió para que ellos se armasen a sufrir trabajos, sirvió para que ellos y los demás se armasen y cargasen de pedradas para contra mí. Yo tengo de decir verdad en todo, quémenlo o rómpanlo o hagan lo que quisieren. Que


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bien veo esto es más para los religiosos que para otros. Y también es para todo el mundo, que sepa y entienda adónde llega la rabia de este adversario de las gentes cuando ve que ya está la Religión tan en lo último para parir [348r] obras perfectas.

            Y para que se vea y entienda la fortaleza de la tentación y persecución de satanás, se ha de presuponer v que, como yo había siempre ocupádome en tantos caminos y con tantas incommodidades de mi persona, todos los frailes en la provincia me tenían por un hombre riguroso, áspero y terrible. Y, como yo entraba poco w en los conventos, no tenía lugar de poder acudir a regalar a los frailes, para que por ahí me tuviesen alguna afición. Antes, como yo veía lo mucho que debían a algunos trabajos que había padecido, me parecía tenía más licencia para x castigar y reprehender cualquier defecto o falta que hubiese en los religiosos. Y, cuando iba yo a la Mancha, como hombre que juzgaban tenía ya los callos duros en trabajos, comíanse las maduras y dábanme las duras, de suerte que me estaban aguardando para que yo riñese los defectos que hubiese y para que quitase los hábitos que no convenían. Acerca de esto ya yo tenía tal opinión que, si en absencia mía reñían o quitaban algún hábito, yo lo había de pagar con hartas cartas afrentosas que a mí me enviaban y.

            A esta opinión nuestra había otra en contrario de los presidentes y prelados superiores que en la Mancha había: que, como ellos vinieron a nos ayudar, esto lo hacían regalando, acariciando y recreando los frailes que allí había; y esto era de suerte que los súbditos se hallaban bien y los prelados no se hallaban mal, porque el pan lo comían sin dolor y lo partían con contento 7, y sacaba agua de las fuentes del Salvador con regocijo 8. Y donde entra interés y gusto, no hay que espantar de cosa que suceda. Sabe nuestro Señor cuánto quisiera hablar con la claridad que sé y siento, pero no hay sino dejarlo a Dios, que sabe los corazones y pesa la gravedad de las cosas.

            Ida nuestra carta, pues, a Valdepeñas y a los conventos de la Mancha, y los dos religiosos que fueron de Alcalá y llevaron nuevas de la octava casa, no faltó quien a lo secreto y al disimulo pegó un hachón de fuego, con que si pudieran echarme bien del mundo y enterrarme vivo, lo hicieran. Tomaron ocasión de la carta que yo scribí al P. Fr. Elías para decir que yo me carteaba con los frailes calzados para celebrar mi capítulo y que me quería hacer provincial y prelado y luego dar tras los que habían venido del siglo, y que no les tenía afición.

            Hízose sobre esto una junta en Valdepeñas. Que me pueden perdonar, que la tengo de contar, pues la sé a la letra de todos los que se hallaron en ella [348v] y el P. Fr. Elías me lo concedió todo. Juntáronse en ella cosa de seis o siete niños con su comissario. Que el uno y los otros debían dolerse de mis trabajos y amarme por los buenos


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servicios que les había hecho en traer a los unos y a los otros a la Religión. Pero, como quiere Dios que esto se compre no con cosas corruptibles, sino con sólo favor del cielo, él permite cierren los ojos y se enturbie la vista más clara y más bien curada con beneficios. Hallóse en esta junta el fraile que en la fundación de Alcalá dejó dicho se le apareció el diablo en ángel de luz con una espada desenvainada sobre mi cabeza para darme, porque decía iba errado en el camino que llevaba 9. Y así este fraile, en esta ocasión, tomóle al diablo la espada de la mano y procuró, según sus fuerzas, descargarla. Halláronse en esta conversación y junta no sé cuántos niños, que su conservación eran unos poquillos de almuerzos y merendillas que les daban, que, viendo que esto se les acababa haciéndose el capítulo, también dieron su voto.

            Enpezó la conversación en decir que yo era un fraile inobediente y que me andaba haciendo conventos a mi gusto y parecer; y que todo era ambición y soberbia y porque a mí me eligiesen por provincial; y que yo quería echar de la Religión al P. Fr. Elías. Decía el que vido al ángel con la espada que él ya entendió allí se verificaba y habíe de descargar el golpe y quedar por sancto de revelaciones; que el fray Elías tenía la culpa en no enviar por mí y meterme en una celda y castigarme gravísimamente z; que quién me mandaba a mí bullir ni entremeterme en hacer conventos. El fray Elías dio su voto —y así me lo confesó él a mí propio— y dijo que, aunque él fuese a Roma, no había yo de ser prelado ni provincial.

            Salió de la consulta que luego al punto enviasen por mí doquiera que estuviese. Y así me despacharon un fraile a Buenache de Alarcón a, donde al presente estaba haciendo las diligencias para sacar las licencias. Llevóme una carta que decía: «Conviene que luego al punto vuestra reverencia se venga y llegue aquí a Valdepeñas antes que eso pase adelante ni se vea con el obispo». Yo hícelo así. Pero sólo quiero que se pese lo que yo habría pasado b dende Alcalá a Valladolid y de Valladolid a Buenache, que hay setenta leguas, poco más o menos, en un triste pollino en medio el invierno, que me dejaba por esos atolladeros. Y lo saben los que ahora viven, que me sacaron [349r] en brazos muchas veces de lodazares, donde pereciera si estuviera solo. Y con la pobreza que Dios sabe y la desnudez; que, si Dios milagrosamente no gustara de darme vida, no sé qué fuera. Pues consideren, después de estos trabajos y caminos, que me envíe a llamar al que tengo por prelado para que todo cese y pare; y algunas sospechas que yo tenía de su disgusto. Pero fue Dios servido, a quien no es imposible per infamiam et bonam famam 10 hacer lo que él quiere, darme a mí gusto.

            Con él fui por aquellos conventos de la Mancha. Que ya los hallé a todos vestidos de pesares contra mí, pero fue nuestro buen Dios c servido de darme ánimo y brío para d volver por la obra de Dios; que,


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como vi todo aquello había de resultar en daño suyo, no reparaba en nada. Y así, enpecé a hablar y decir algunas palabras con algún rigor contra los que lo contradecían, pareciéndome no tenía aquello otro fundamento más que vanidad, antojo y propio interés y commodidad.

            Llegué a Valdepeñas de esta manera, donde no hubo hombre que me hablase ni me dijese «mal haces» o «bien haces». Sólo procuraron con buenas palabras reducirme a que dejase por algunos años el hacer la octava casa hasta que hubiese más sujetos hechos en la Religión. Yo en esto en lo exterior me mostré indiferente, sin decir nada. Que, aunque sea a costa mía, no soy amigo de engañar a nadie. Dije gustaba de volverme así. Tampoco hubo quien me lo impidiese. Y tornéme a Alcalá. Que bien sabe Dios, aunque los contrarios estén con las piedras en la mano, dejárselas yertas y que el desechado pase libre por en medio de ellos.

            Vuelto a Alcalá, ya no me atreví a tratar más de aquella fundación e. Aunque ofrecían más commodidades que f para ninguna de las hechas, todas no enllenaban ni hacían al caso para lo que el demonio pretendía.

 

3.         Intento de fundación en Toledo

 

            Procuré echar por otra parte y dar orden que, pues teníamos un cigarral propio en Toledo, rogarle al cardenal nos dejase poner allí a los estudiantes aquel verano y vacaciones, pareciéndome el nuncio daría luego aquella casa por octava fundación. Fui y hablé al señor cardenal, y hallélo como un ángel, gustando y quiriendo lo que yo le pedía. Torno otro día. Ya debiera de haber venido otro mensajero peor que el que fue a Buenache, porque me respondió palabras que llevé bien que rumiar y que sentir. ¡Sea todo por amor de Dios!

 

4.         En Valladolid. Agresión de los calzados

 

            Cuando yo vi que tampoco por aquí [349v] había remedio, determiné de irme a Valladolid a tratar con el lugartiniente del nuncio remediase esto, respecto de que, si a mí me impedían el hacer esta octava casa, no me servía cansarme; o que, si no, por allá habría algún remedio para hacerla; y que, si me la quisiesen estorbar, allí estaba el señor nuncio que me lo remediaríe. Hablé a un su lugartiniente, que habíe dejado Dominico Gipnasio 11, que era un su sobrino, y a su auditor, para que diésennos medios, pues ya estaban hechas siete casas y la octava bien trabajada, para que se hiciese nuestro capítulo.

           


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Después de bien cansado en esto y hecho hartas solicitudes, cual sabe Dios, no hubo nada, sino bien necesitado y compelido para haberme de tornar como me había ido. Pero, como ello era voluntad de Dios se concluyese, no le faltan a Dios trazas y medios extraordinarios para hacer sus obras, aunque sean los que el demonio toma para deshacerla y acabarla de todo puncto.

            Nosotros estábamos en los padres descalzos carmelitas. Y, como tanto tiempo hemos acudido a sus casas y cada uno es hijo de su madre, no todos lo llevaban con una igualdad, de suerte que cualquier cosa bastaba para me afligir y desconsolar y parecerme no veía su cara hoy como ayer. Y esto bastaba para procurar yo mi tornada sin hacer nada. Que hacerla, si Dios no buscara algún modo bien extraordinario para lo concluir, yo lo asegurara por muchos años quedarse muerto.

            Pues, andando ya para venirme, fuimos a los padres de la Sanctíssima Trinidad un rato. Acertó a hablar g nuestro compañero, que era fray Joseph de la Sanctíssima Trinidad, ministro de Madrid, con un frailecito que allí estaba, que era un ángel, un religioso que padecía muchos arrobos y enajenamientos. Y, como dicen allá, juntóse el codicioso y el tramposo a lo divino, y aviniéronse presto y concertaron de que yo le diese el hábito y lo recibiese. Y yo también, con la codicia del religioso, dispúseme a lo hacer. Y aquella noche sálese de casa el fraile y vase donde nosotros estábamos. Y tras él, sálese otro su condicípulo también para que lo recibiese. Yo, temiéndome de alguna pesadumbre por ser frailes que querían bien, di orden se sacase licencia del lugartiniente del nuncio. Y, decretada la licencia, aquella mañana dile el hábito al h uno, porque [350r] el otro no estaba hecho.

            Y, con esto, yo sálgome a decir missa, aunque algo temeroso, pero bien descuidado de lo que luego sucedió. Los padres calzados, como echaron menos sus frailes, luego dieron en decir que la tarde antes, que yo había estado allá, se los había sonsacado y traído. Y así determinaron que saliese i gran parte del convento en mi búsqueda. Llegando a la puerta de los Ingleses 12, donde iba a decir missa, topa conmigo el prelado 13 y otro fraile y los hombres que traía de resguarda. Pretendió llevarme a su casa para mejor cumplir sus deseos. Resistiendo yo y diciendo que no podía ir a su casa, apeóse de la mula en que venía; y entrándome yo entre las puertas de la portería del propio colegio de los Ingleses, se entregó en mi persona con manos y palabras, de tal suerte que me parece no tengo tanta fortaleza que ahora pueda decir lo que me dijo, que, aunque suffocabat me operibus 14, más sentía las


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palabras. Porque cierto que no sé qué me diga de esta mortificación, pero, como todo ha de resultar j en honra y gloria de nuestro Dios y bien de nuestra sagrada Religión, me parece yerro dejar de decir algo. Que, aunque se hizo proceso, causado por el señor nuncio, no sé yo si ya está hundido y perdido.

            Sé decir que no sé si en mi vida he tenido semejante aprieto interior y esterior que entonces tuve, porque, preguntándome el padre prior de los carmelitas qué hacía nuestro compañero 15 cuando a mí me pegaban, respondí por encarecimiento: —Padre, como él es un sancto, por no perturbarse en la presencia de Dios que traía, me dejó. Pero, sin encarecimiento: ¡El me dejó dentro con los tres que me cogieron entre puertas, y él quedó fuera! Díjome el prior: —Y vuestra reverencia ¿qué hacía? Respondí: —Padre, diome Dios dentro tal apretura que, si al infierno me llevaran, entendiera que era gran misericordia de Dios, porque fue tanta esta aflición interior y conocimiento de mis peccados que había hecho, que, demás que yo no tenía boca ni lengua para le responder, echaba de ver que en las injurias que me decía, decía verdad y tenía razón; y como un hombre convencido que enmudece, a todo callaba y le dejaba [350v] hablase y hiciese lo que quisiese.

            Estando en esta brega, salió un padre de la Compañía de Jesús, que era presidente del colegio, y dio lugar para que yo me entrase dentro, pero, como ya ellos encarnizados, entraron tras mí en mi seguimiento. Y entendiendo guardarme más, el buen padre de la Compañía llevóme a su celda. Y fue para que allí más a solas hablase el dicho ministro y hiciese lo que le faltaba. Que, aunque no puso manos en mí, las palabras fueron más sentidas, por decirlas ya delante de terceras personas. Vínose a encolerizar de tal manera en sus palabras, diciendo, entre otras: —¡Dá acá mis frailes k, mal hombre, enbustero, engañador, que yo diré al papa y al rey quién tú eres! Y diciendo esto y otras cosas, levantóse a mí; que yo entendí, según lo vi, que echara mano a los guchillos que traía y que acabara conmigo. No lo permitió Dios, porque luego yo le dije: —¡Téngase vuestra paternidad!, que yo le ofrezco de se los entregar y traer aquí. Y con esto parece se aplacó algo, no quiriéndome dejar a mí salir por ellos, sino que había de quedar en sus manos hasta el entriego de sus frailes. Aunque después, por no saber nuestro compañero do estaban, fue necesario fuese yo solo, quedando él en rehenes y con juramento que yo hice, puesta la mano en la cruz del pecho, que yo se los entregaría dentro de una hora.

            Y así fue: que luego se los envié, el uno con el hábito de descalzo y el otro con el suyo. Y luego, a la tarde, acudimos a casa del nuncio a dar cuenta de todo. Y mandó se nos tornasen a entregar los dos


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frailes, con censuras y descomuniones, agravándolas hasta publicarlas en los púlpitos y quererles poner entredicho.

            Bien se holgara el demonio yo dejara la pretensión y me fuera con mis porrazos, porque, para ello, cogió todos los caminos que pudo. Y uno de ellos fue que el compañero que había llevado, que era fray Joseph, se me puso tal, o por mejor decir, lo afligió de tal manera el demonio, que me vino a decir que, si no lo enviaba de Valladolid, él moriría muy presto. [351r] Vime convencido de su aflicción y apretura tan grande de corazón, que tuve por bien de enviarlo y quedarme harto solo, pero así debiera de convenir para que poco a poco se hiciese lo que Dios quería.

 

5.            Compra de una casa

 

            Tornáronme los frailes los padres calzados tercer día de Paschua de Spíritu Sancto 16 de 605. Y, dado l el hábito, los envié a Madrid a su casa de noviciado. Y yo me quedé en Valladolid sin saber a qué ni cómo.

            En este tiempo púsome Dios en el corazón acabase ya de hacer esta octava casa, que, en fin, menos peligro tendría la obra 17. Y yo de mis propios frailes quedaría más amparado que hasta entonces estaba, que, arrimados ellos al P. Fr. Elías, no sentían mucho mis trabajos, aunque, por otra parte, yo no quisiera que se fuera, pareciéndome que, en viéndome solo, los padres calzados acabarían conmigo, como públicamente decían algunos: que no los matase Dios hasta que viesen mal fin de mí. Pero, por otra parte, viendo que el comisario se estaba en Valdepeñas al gusto de él y de los demás y que yo a solas me llevaba mis injurias y trabajos, convencíme a no me ir sin que buscase orden o modo con que hacer esta octava casa.

            Diles un tiento a los padres carmelitas para ver si me ayudarían. Respondióme el prior y procurador que de suerte ninguna, puniéndome muchos inconvenientes en la tal fundación. Y éstos eran tantos que habíe bien que decir, pero a mí no me hicieron fuerza, por parecerme [que si] ellos eran sanctos y vivían en la corte y no hallaban inconvenientes, que tampoco los habríe para mí.

            Pues, a trueco de que siguiese su consejo, yo me vi obligado a salirme de su casa y buscar otra en la corte donde posase. Y esto fue causa para más presto buscar casa. Porque, dentro de muy pocos días, hallé un hombre honrado que me vendió una muy buena casa fiada a censo en razonable precio sin fiador 18. Que parece era una cosa de


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milagro a un frailecillo de poca consideración, sin ser conocido, fiarle cuatro mill ducados en unas casas, que pudiera yo desbaratarlas y dejárselas a su dueño. En nada reparó mi buen hombre, sino [que] me m las dio. Y, cuando se supo, ya estaban hechas las scrituras, para que ni el uno ni el otro se pudiese quitar de ello.

            [351v] Procuré tomar posesión de ellas. Y el diablo ya le parecía se habíe descuidado, porque el que las tenía alquiladas se pretendió defender en ellas. Con tener ya cumplido el año de su arrendamiento, quiso hacer fuerza y violencia para no salir. Y fue de tal manera que yo pensé que allí se perdieran muchas personas: hubo muchos porrazos, mojicones, tronpicones del alguacil, scribanos y otras personas, gritos, alaridos. Unos pedían testigos, otros favor. Dos hermanos que yo entonces tenía, un corista y un donado 19, de que vieron la pelaza y aguardaban algún mal suceso, enpezaron a se afligir y cuitar y dar tras mí, diciendo que yo tenía la culpa y que nunca hubieran entrado ni venido a la corte. Y yo harto tenía que despartir mojicones.

            Fue Dios servido que la riña se aplacó y se fue tal por tal, de los unos y los otros, compartido que los caseros por entonces no saliesen de casa. Y también fue Su Majestad servido de que saliesen aquella noche, dando hartos gritos y voces, infamándonos de malos frailes. Miren qué mal habíe en echar a unos hombres de mi propia casa, de que ya pagaba seis reales cada día de censo.

 

6.         Inicios de suma pobreza

 

            Con esto, yo me entré en mi casa con mis dos compañeros y procuré enviar por otros frailes que fuesen a la poblar, aunque no sacerdotes por no los haber 20. Nuestro caudal era cosa de catorce reales, que pedimos prestados, con dos mantas sobre dos puertas viejas, para cinco personas que ya estábamos. Que, aunque en corte, como no conocidos y acorralados de tantos trabajos, no habíe hombre que saliese a pedir un pedazo de pan 21. Así nos pasamos muchos días con pan y una olla de acelgas, que la había buena, y agua fresca de la noria. Que, como era verano y yo venía bien cansado de andar por la ciudad, sacando licencia del señor obispo y del consejo, bien se ve qué fuerzas podía tener.

            Pues esas pocas pretendió el demonio quitármelas, porque, dándome con la n crudeza del agua una cólica y un cruel dolor de tripas, yo estuve tres días con sus noches en un grito, cuando lo podía dar, porque lo más estaba, con la vehemencia del dolor, como sin ella. Cierto que


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éste fue un buen apretón, porque género de regalo no lo hubo más de nuestro pan y acelgas. Y los hermanos compañeros, según después confesaban, el mayor cuidado [352r] que les habíe sobrevenido era dónde me enterrarían y qué clérigo me haría los officios, que no teníamos sacerdote. Médico, como los calores eran grandes y algo apartados de la ciudad y muchos enfermos, no hubo hombre que quisiese ir. Determiné de enviar por un padre de la Compañía de Jesús, el cual me reconcilió y consoló y dolió de mi trabajo. Que yo pienso los mayores eran los que sobre los naturales o el demonio añedía, que gustara él bien en aquella ocasión acabar conmigo.

 

7.            Críticas del visitador y de los frailes

 

            Fue Dios servido que yo me levanté bueno, sin médico ni otros remedios. Y di orden de sacar nuestras licencias y escribir a Valdepeñas, pareciéndome a mí habíe muchas razones para que se holgasen de que ya tuviésemos casa en la corte y la octava, que era la que había de hacer y componer nuestra provincia. Tanta resolución nunca la habían sabido en los conventos de la Mancha, lo cual fue ocasión para nuevos trabajos, como ahora se verá p.

            Y quiero advertir primero, por no poner culpa grave en los que este fin y obra contradecían o perseguían, advertir algunos fines que pudieron tener para estorbar tanto bien como en esto estaba encerrado para toda la Religión. Pudieron fundarse en la razón que arriba digo de parecerles que, apresurando el capítulo, podía yo ser el electo. Y que a mí me tenían por hombre riguroso y que no llevaría la Religión con la suavidad y con los almuerzos y meriendas que hasta allí habíe habido en algunos conventos que yo no había entrado. Poder ser causa alguna estrechez de ánimo que tenían, pareciéndoles bastaba la Religión sólo se estendiese un poquito, como en realidad de verdad a mí me habían dicho muchas personas de las que pensaba que nos ayudaban, diciéndome que, en tiniendo seis o siete conventos, me contentase y los procurase componer; y que más bien pasaríamos así que no con multitud q de frailes y de conventos, que sería confusión.

            Y yo no soy amigo de tomar pareceres que para sí no los toman los que me los dan, como alabarme los conventos y r fundaciones de la Mancha quien quiere deshacer las que ellos tienen, o decirme fuese a fundar a Valencia y a su tierra los que huyen de ella. Y así, esto a mí no me hizo fuerza, aunque me lo aconsejaban, antes me dispertaban para aborrecer lo que el consejo encerraba en sí. Pero los ánimos de los hermanos, que habíe cuatro días que habían venido a la Religión, [352v] bastaba eso para que ellos aborreciesen cualquier fundación apartada de la Mancha.

           


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Pudo moverles a los superiores el hallarse bien, el haber ayudado a criar tantos frailes. Que, si se atendiera se criaban por frailes y hijos de la Sanctíssima Trinidad, no sintieran el desasirse de ellos. Pudo moverlos otras mill cosas, que, sin echar juicios (con esto quiero andar corto), acertara en muchas cosas, por habérmelas dicho y comunicado; y otras se verán de los fines y sucesos.

            Y aunque de éstas y de otras muchas razones aparentes se puede entender el buen celo que pudieron tener, a lo menos no creo se podrá encubrir algunas tinieblas y obscuridad para no ver lo que era más claro que el día. Quién deja de entender que es buen día el que le quitan el ama y el pecho ajeno al niño y lo sacan de mantillas a que coma pan con corteza y ande por sus pies quien andaba en brazos ajenos; y que se le vuelvan al mismo Dios los que, como hijos suyos, se habían dado a quien de enprestado se habían enajenado. Y que, pues ya iba pasado el diluvio y las borrascas y abonado el tiempo, podía salir Noé con sus hijos, que era Dios con sus frailes, a poseer la tierra. Quién deja de entender que no es bueno que quien es solo usufructuario se quiera hacer dueño perpetuo. No digo bien «quiera», que pudo sin querer irse apropiando en aquello que sólo era de Dios.

            No quiero buscar de esto congruidades ni razones, porque, así como hallé muchas para que los padres carmelitas nos ayudasen, hallara muchas más para que se tornasen. Y quisiera que, como bastó una cuerda de lana para traerlos, no fueran menester tantos trabajos para enviarlos, etc. ¡Sea por amor [de Dios]!

            Ahora, pues, con razones y colores aparentes que tenían estos padres que nos ayudaban, sembráronlas por los ánimos de nuestros propios frailes que estaban en la Mancha. Y, como estaban dispuestos para recebirlas y creerlas, por lo que arriba digo, levantóse un fuego y una polvareda bien grande contra mí. Tornaron a segundar en las juntas pasadas. Ya habíe otro fraile s a quien, según parece por los sucesos, el diablo le hablaba 22. Y, siempre que se ponía en oración, dice que oía que claramente le decían que no era gusto de Dios que yo entendiese en aquello y que [353r] yo no había venido a la Religión para hacerla. Que el hablarle debiera de ser bien alto y claro, pues siendo sordo lo oía. Esto a mí propio me lo dijo, porque estas hablas le debieran de durar mucho tiempo.

            Tratóse enviasen por mí, por ser fraile inobediente y que echaba a perder y asolaba y acababa la Religión. Por la bondad de Dios, jamás tuve recado t ni obediencia en contrario. Pusiéronse tal mis propios frailes y los que más me habían de querer por aquellos nuevos trabajos, que hubo frailecito que me escribió carta con tales razones que, cierto, si hubiera yo hecho un mal recado, no se atreviera a hablar y decir lo que a mí me escribió. Envióme a decir diera un dedo de la mano por


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verse conmigo y que no sería tarde; y que él me diría, por tarde que fuese, su sentimiento; y que ya él, aunque era niño, hacíe pinitos para volver por su madre la Religión; y que habíen ido [a] tomar parecer y consultar sobre el castigo que me habíen de dar por haberme ido a Valladolid.

            Junto con esto, envió el P. Fr. Elías a su compañero a dar un tiento a los frailes, pidiéndoles parecer sobre si se haríe la octava casa y celebraríe capítulo. Miren, por charidad, si cuatro niños habían de tener mejor parecer que el papa, que en su motu propio dispone y ordena que, luego como haya ocho casas, se haga y en habiendo tanto número de frailes, que ya era pasado. Escribiéronme otras cartas, que fueron y sirvieron de buenas piedras u y causa de harto sentimiento sobre mis trabajos y duelos que yo allá tenía y harta soledad.

            Si de secreto se me hizo contradición, déjolo a sólo Dios 23. Sólo sé decir que millares de veces tuve las licencias dadas y concedidas y luego negadas y perdidas, sin saber de dónde nacía, acudiendo solo al trabajo de ellas todo un verano y en tiempo que morían como chinches. Fue Dios servido que, en más de cuatro meses o cinco de verano, no tuve un dolor de cabeza, no dejando día, con el resistero del sol v, de salir a negociar.

 

8.            Licencias e inauguración

 

            Estando w en medio de estas dificultades, es cuando se nos entró nuestro buen padre y patrón el excelentíssimo duque de Lerma por nuestras puertas, como arriba dejo dicho en la fundación de Madrid 24. Y como hombre que habíe de ser nuestro padre y señor, dende luego se dio por obligado del cielo y tomó la causa por suya. Y con tal favor, después de descubiertas mill nuevas dificultades, se vencieron todas [353v] y se nos dio nuestra licencia, con particular gusto de la ciudad y de todos los cortesanos, que cada día venían a celebrar las victorias a nuestra casa y a alabar a Dios de que tal convento y tal Religión hubiese entrado en el pueblo 25.

            Y, con esto, pusimos el Sanctíssimo Sacramento con mucha solenidad, ayudándonos a la celebrar los padres del Paño, dejando ya en esto el demonio afrentado y vencido, aunque no cansado para nuevos acometimientos.

 

 




a            al marg. prosigue historia de 2m.



1         Cf. p.434.



2         Expositio in Lucam, 5,49: ML 15,1734‑1735.



b            sigue psal tach.



c            ms. spsalmi



d            corr.

 



e            sigue de tach.



3         Mt 26,39.



f             sigue y tach.



g            sigue y tach.



4         Cf. Lc 1,37.



h            sigue que tach.



i          ms. le



5         Cf. Mt 5,5.10.



j            sigue letra tach.



k            sigue no tach.



l            sigue siempre tach.



m           ms. encerraban



n            sigue de tach.



o            sigue alma tach.

 



p            sigue es tach.



q            corr.



r            al marg. ojo de 2m.



s            al marg. fundación del convento de Valladolid de 2m.

 



6         Conocido también como Juan de Alarcón, de Buenache de Alarcón (Cuenca), al enviudar había optado por el sacerdocio y por servir a la reforma de los regulares. Fue nombrado visitador general de las monjas. Reformó las bernardas y las mercedarias. Amigo del P. Gracián y de la condesa de Castellar, quienes probablemente lo presentaron al reformador trinitario. Cf. GRACIÁN DE LA MADRE DE DIOS, J., Peregrinación de Anastasio, diál. 14, Barcelona 1966, 214‑215; PÉREZ‑MÍNGUEZ, F., La condesa de Castellar, 57‑58, 62.



t             en la Mancha sobre lín.



u            al marg. ojo de 2m.

 



v            al marg. ojo de 2m.



w           corr. de pocos



x            sigue g tach.



y            al marg. ojo de 2m.

 



7         Cf. Ecl 9,7.



8         Cf. Is 12,3.



9         Se trata de Fr. Juan de la Magdalena. Cf. pp.333‑334.



z            ms. gravisamente



a  corr.



b            al marg. ojo tach.



10        2 Cor 6,8.



c            sigue dar tach.



d            sigue p tach.

 



e            sigue qu tach.



f             corr.

 



11        Domenico Ginnasio, elegido cardenal, al recibir noticia de la muerte de Clemente VIII (5‑III‑1605) había salido para Roma. No participó en la elección de León XI (1‑IV; † 27‑IV), pero sí en la de Paulo V (16 de mayo). En junio, le sucedió como nuncio Giovanni Garzia Millini. Cf. PASTOR, L., Storia dei Papi, Roma 1943, 6, 23‑31.



g            sigue con sin tach.



h            corr.



i            sigue la mayor tach.

 



12        Colegio de los Ingleses o seminario de San Albano, regido por los jesuitas.



13 P. Rafael Díaz (o Díez), que fue superior del convento de Valladolid desde el 18‑VII‑1604 hasta el 26‑III‑1606 (ActaOSST VIII/3, 1972, 271). Siendo ministro de Alcalá, había recurrido al nuncio contra el reformador, recién llegado éste de Roma (cf. supra, p.265). Futuro obispo de Mondoñedo, desde el 30‑XII‑1618 hasta el 23‑IX‑1630, fecha de su muerte. Cf. ANTONINO DE LA ASUNCIÓN, Diccionario de escritores trinitarios de España y Portugal, I, Roma 1898, 229‑234.



14        Cf. Mt 18,28.



j             corr.



15        Fr. José de la SS. Trinidad, que da también su versión de lo ocurrido en PAT, 434v.



k            sigue perro tach.

 



16        31 de mayo.



l             ms. dados

 



17        La licencia del P. Elías de San Martín, OCD, visitador, lleva la fecha del 4 de junio. Véanse los documentos fundacionales, bajo el epígrafe Valladolid: VIII.ª casa de los Trinitarios Descalzos (1605), en Trinitarium 4 (1995) 207‑223.



18        Era una casa, con su huerta, extramuros al otro lado del río Pisuerga, cercana al Puente Mayor, junto a la cuesta Marruquesa, en el barrio de «las once casillas». Fue comprada por seis reales diarios de censo.



m           rep.



19        Fr. Pedro del Espíritu Santo y Fr. Juan de la Cruz: Ramillete, f.33.



20        Fueron dos, fray Justo de Jesús, su futuro biógrafo (lo dice él mismo en Ramillete, 34v), y fray Martín de San Cristóbal (lo declara en PAT, 475r).



21        Al no disponer aún del Santísimo y de otras licencias, no se atrevían a pedir limosna: Ramillete, 34v; Fr. Martín de San Cristóbal en PAT, 475r.



n            sigue q tach.

 



o            corr.



p            sigue levantaron gran polvareda tach.



q            ms. mutitud



r            sigue fund tach.

 



s            corr. de frailes



22        Fr. Juan de la Magdalena.



t            al marg. ojo de 2m.

 



u            ms. pedras



23        Según Martín de San Cristóbal, «contradijo sólo la ciudad y algunos conventos» (PAT, 475r). Los papeles originales (cf. nota 17) documentan un largo pleito con los frailes mínimos del convento de la Victoria. Justo de Jesús insinúa que también se opusieron los carmelitas descalzos (Ramillete, 34r).



v            sigue para tach.



w           subr. de 2m.

 



24        Cf. p.435.



25        La autorización para el Santísimo fue dada el 19 de julio; el ayuntamiento dio su aprobación fundacional el 26 de agosto (confirmada el 11 y 19 de septiembre), mientras que el prelado de la diócesis, D. Juan Bta. Acevedo, la firmó el 10 de septiembre. Esta última fecha es la que indica el cronista para la solemne entronización del Santísimo (Crónica I, 65).






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