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San Juan Bautista de la Concepción Obras II – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO 53 LA INAUDITA CRUZ DE LA PRELACÍA
1. Por sólo hacer la voluntad de Dios
[357r] Y cierto que, si bien se advirtiese, según razón, cuando lo eligen por prelado, habíe él y sus amigos de hacer a lo que se hace en cualquier reino cristiano cuando se quiere dar una guerra y una batalla: que, temerosos y medrosos de los sucesos y victorias, hacen procesiones, plegarias, rogativas, disciplinas y mortificaciones. ¡Oh, qué yerro sería entrar un hombre a pelear con muchos y, siendo un hombre solo de carne, quiere que, antes que haga el acometimiento, quiere que le canten la gloria y le celebren la fiesta! Yo diría de esas tales fiestas que son fiestas según la carne y que celebran las victorias de la carne y sangre; que, deseando ser prelado, venció y salió con ello. Porque, si hubiera de hacer la fiesta según el spíritu que desea agradar a Dios, hacer su voluntad, regir y gobernar según su gusto y según conviene a las almas que están a su cargo, a mi parecer, los dos meses primeros habíe de estar postrado en tierra, haciendo sentimiento la carne de la carga pesada que se le da al spíritu. Los otros dos meses, que enpezase a tener acuerdo, se le habían de pasar en miedos y temores de la incertidumbre b de los buenos fines, sacando de esos miedos un grande rendimiento
a Dios: de que, pues él es tan para poco que sola la consideración lo agruma que él sea el prelado, que Su Majestad lo rija y gobierne; y que, con esta condición, él acepta el officio. Y que si, por sus peccados, algún día se descuidare de no andar medido con este querer y voluntad, hace protestación de dejarle la carga, para que la den y echen a quien mejor la lleve. Y, en entrando a ejercitar el officio, todo se le ha de ir en pensar qué querrá Dios, de qué más gustará.
Y si este pensamiento, de deseo de hacer lo que Dios quiere solamente, lo trujere suspenso y no libre para hacer su querer, y el de Dios le parece que no se le alcanza, no se desconsuele, que, así seguro y descuidado, en esa suspensión hallará hecha su obra, sin saber por dónde ni por dónde no. Y yo pienso que es grande misericordia de Dios, hecha sin que nosotros la entendamos, vivir y estar un prelado así indeterminado, con grandes ansias y deseos de que Dios le manifieste su querer para sólo hacerlo. Y Dios, encubriéndoselo, por otra parte no entendida lo está Dios obrando y haciendo.
La razón que puede haber, a mi corto entender, es que si, cuando un hombre desea hacer la voluntad de Dios, tuviese alguna manifestación de ella, ya quedaría satisfecho y contento y por algún rato procuraría descansar de su continua suspensión. [357v] Como cuando un perro tiene hambre, está abierta la boca gañendo para que le den. En dándole el amo un pedazo de pan, se va a comerlo por un rato y pierde el gañir y la ordinaria postura que tenía cuando pedía pan, con que daba gusto a su amo. Quién duda que esta que yo diré ahora no es merced y misericordia, si pudiera ser acá en la tierra: que, tiniendo vos hambre y pidiendo siempre pan a vuestro padre, estuviese vuestro padre sustentándoos allá dentro sin que vos lo supiésedes; y vuestro padre usase de ese ardid porque vos no os fuésedes de delante dél, porque gusta de que estéis allí suspenso pidiéndole pan. ¡Oh buen Dios mío!, qué de veces sucede que está un alma delante de ti hambrienta de hacer sólo tu querer y voluntad; y conservándole tú esa hambre para que sea perpetua, allá por modos y vías secretas estás tú sustentándola y dándola, que la esté haciendo sin que ella entienda que hace y come sólo tu querer. Porque, si fuese despachada y con claridad entendiese que es tu voluntad, por algún rato cesaría aquella suspensión, aquella postura de que Dios gusta, aquel tener la boca abierta, aquel tener enclavados los ojos en su buen Dios. ¡Seas tú mil veces bendito, y tus trazas y tus modos de tratar con los hombres y almas que tú quieres tenerlas así!
¡Oh qué grande pena le da a un buen criado estarse todo un día delante de su amo la boca abierta y que no le mande nada ni le diga nada! [El] cual está allí a ver si, por señas o por palabras, le dijese que hiciese algo a su gusto. Y, como el gusto del amo es que se esté así el criado, se está gozando con las penas y suspensiones del criado. Y, como es su gusto que se esté de aquella manera, porque no cese la postura y el gusto que él en aquello recibe, si es necesario hacer algo, de secreto lo manda a otros criados que él tiene que lo hagan. Y todo es hacer la voluntad del buen amo con aprovechamiento del
criado, que, así suspenso, está deshaciendo su querer, uniéndolo, pegándolo, conglutinándolo, derritiéndolo y haciéndolo una misma cosa con el querer de su señor. ¿Quién no ve el gusto que recibe el labrador de no tener ocupada la tierra, sino que huelgue y esté sin hacer nada, que entonces engorda, se vuelve más pingüe, [358r] más fértil para después dar en correspondencia ciento por uno?
Trazas de Dios que con tus ojos, Señor, riegas la tierra del alma que desea por momentos llevar fructo y hacer tu voluntad. Y tú, Señor, no la quieres sembrar ni mandar nada, sino que la tienes así holgando, al parecer, pues entonces engorda el alma y se hace fértil y pingüe y cobra nuevos bríos y fuerzas para arrojar con más vigor y fuerzas lo que en ella se sembrare.
Así, digo yo que siempre habíe de andar un prelado medido con sólo el querer de Dios. Y, como a este tal por momentos no le consta esta voluntad que desea cumplir, siempre vive con temores. Y a este tal, mientras le dura el officio, mejor le está hacer mortificaciones y cubrirse de ceniza, que no hacer fiestas y celebrar sus prelacías con banquetes y comidas.
Cierto que no lo acabo de entender. Vienen algunos ya a visitar al electo y dicen que vienen a darle el parabién y a decir la c buena dicha de la elección. ¿Saben cómo me parece esto? A lo que las gitanas dicen a tontas y a locas porque les den un pedazo de pan. Y como yo sé que un hombre quiso burlar una y le dijo que le dijese la buenaventura. Estaba en la cama y púsose una toca de una mujer; y la gitana, tomándole la mano, le dijo que se casaría muy bien y que tendría tantos hijos y que su desposado se llamaría Pedro. Y adviertan el disparate, que el que hacía esta ficción era religioso de cierta religión.
Lo propio digo yo que sucede en muchas elecciones: sacar un prelado que, siendo flaco como mujer, le ponen guarnición y hábito de hombre y de soldado; y, siendo hombre, su adorno y pensamientos quizá lo han disimulado en mujer. Entra el otro a decirle la buenaventura y su dicha y que con tal varón y esposo su religión irá adelante y crecerá y otras cosas que yo no sé. Que valdría más que él y sus amigos hiciesen procesión de disciplina y mortificación. Y plega a Dios, después de hechas, haya algunos indicios de que habrá alguna victoria así burlandillo [en] el negocio que enpieza y la carga que toma.
2. El prelado en cuanto «cabeza»
Yo no sé cómo al prelado lo llamamos cabeza, si no es en aquel sentido que dice d Cristo: «El que fuere [358v] mayor entre vosotros, sea vuestro siervo y ministro» 1. De manera que, habiendo de ser el
menor, el prelado se llama cabeza en ese sentido. Sea norabuena, porque al prelado yo lo considero como pies, sobre quien carga todo el cuerpo que a su cargo toma. Así lo dice David: Transivimus per ignem et aquam e et imposuisti super capita nostra 2. Un hombre cargado con hombres y que haya de pasar con ellos por fuego y agua, carga pesada y mal camino, ¡y que haga un hombre fiesta antes de entrar en él, sin saber si se quemará, si se atollará o llegará con la carga al fin!
Cierto que, para mí, es terrible encarecimiento las tres cosas: carga de hombres, que, si fuera oro o plata, con encerrarla en un arca os podíades descuidar un poco, porque seguro f queda g como otro no os la hurte. Pero carga de hombres, que, cuando el campo está seguro, no lo están ellos, porque ellos se hacen ladrones de sí propios y ellos se pierden; y, por bien liada que vaya la carga, ellos se descargan y cargan al pobre prelado que los lleva. Yo he oído decir una cosa que se cuenta por de grande lástima: de dos hombres que nacieron pegados por las espaldas y vivieron algunos años con este trabajo; y mientras estaban entramos vivos, dicen que el uno a ratos traía al otro a cuestas y desta manera andaban y que en lo temporal tenían esta hermandad. Y aun no sé si dicen de éstos o de otros dos niños que nacieron así en El Campillo de Altobuey 3: que, cuando el uno comía, el otro callaba, dando a entender que la hambre de uno era la del otro y, estando el uno satisfecho, el otro quedaba contento. En lo espiritual, dicen que padecieron un grande trabajo, porque dicen el uno era muy casto y honesto y el otro torpe y deshonesto. Padecieron otro trabajo terrible: que dicen el uno murió algunos años antes y el otro quedó obligado a traerlo a cuestas, so pena que habíe él también de morir. Cierto que era terrible carga y aun de qué haberle harta lástima.
Pues díganme ¿qué diremos del pobre prelado, que trai [359r] asidos a sí muchos hombres, y no al cuerpo sino sobre su cabeza, que le agruman, y no son una misma cosa, de suerte que, si el prelado come, el súbdito calle y que, cuando el prelado esté satisfecho, por el propio caso ha de estar él h descontento y murmurando de la quietud y sosiego del prelado? Y que sabemos que cada uno sigue el natural que Dios le dio: el prelado melancólico, los súbditos sanguinos o flemáticos o coléricos. Y que ha de traer a estos súbditos a cuestas y es obligado a ello, porque, siendo cabeza, dice Cristo que ha de ser ministro y menor y pies. Y que estos hombres no son todos vivos, sino muchos muertos, tibios, flojos, de no tal vida, costumbres y fama. Ahora, norabuena, bien cargado va.
Veamos por do camina: por fuego y agua. ¡Brava cosa! Si vos camináis por tierra con una carga pesada, descargáisos un rato y descansáis y arrimáis la carga a un lado: y no hay ganapán que no descanse i un rato. Pero, si vuestro camino fuese por agua o por fuego,
¿qué remedio tendríades? Que, si os descargáis un rato, no tenéis dónde poner la carga, si no es en el fuego para que se queme o en el agua para que vaya a fondo. Terrible cosa es que sea la carga de tanto precio como son los hombres, redimidos con la sangre de Jesucristo, que vale más un alma que todos los cielos y la tierra, y de precio y valor infinito, y que, si el prelado que lleva la carga se pone a descansar un poco, se pone a peligro de perder la carga; que, si un ratico se descuida, o estará ya el súbdito en el fuego del infierno o en el profundo de la mar, donde no parezca.
¡Hacelde fiesta al padre, que a buen tiempo viene! Válame Dios, si viésemos a un hombre que caminaba por abrojos y cargado con un leño sobre sus fuerzas y le hiciésedes fiesta y música, ¿qué diríades? Podría él responder: Andad, señor, que esa fiesta me es molestosa; ayudadme salga con bien y rogad a Dios por los buenos sucesos, que antes con esa fiesta me quitáis el ánimo. Lo propio digo yo de los que veremos cargados con officios de prelados: que, mientras los tienen, no les [359v] hagan fiesta, sino los encomienden a Dios.
Cristo, en cuyas victorias había infalible j certidumbre, bien es que, cuando nos lo dan por cabeza, aunque niño y puesto en pesebre, se le haga la fiesta y cante la victoria, porque, aunque es niño k, es fuerte y poderoso para que sobre sus cuestas le carguen mill mundos que mill hubiera. Y, al tiempo de pasar en su pasión por el fuego y agua de sus tormentos con esta carga de estos hombres, sabiendo que por l su culpa de los propios hombres se le habían de caer muchos y, de allí descargados y caídos, no tenían dónde dar sino en el fuego del infierno y en el profundo de sus miserias, considerando esto el Hijo de Dios en el güerto, le hizo sudar gotas de sangre y le fue una agonía terrible 4. ¡Oh Señor, seas tú bendito mill veces! Que, cuando arrodillabas con la cruz, me parece que, considerando y viendo que eras nuestra cabeza, sobre quien se habían de cargar y poner todos los hombres, allí caído arrodillado, decías: Ea, hombres, no tengáis escusa, diciendo que yo soy alto por ser Dios y hombre grande por ser el sancto de los sanctos. Veisme aquí bajo, subid sobre estas cuestas; y los que estáis subidos, haced piernas, teneos bien, porque con esta carga pesada tengo de subir a la cruz y allí tengo de estar enclavado.
Ea, padres y hermanos míos, los que son prelados, miren que les ha puesto Dios hombres a cuestas. Para que todos suban y se asgan bien, abájense, humíllense, póstrense. Y, cuando los elijan, tomen una cruz y mortificación y con ella se postren en tierra, pidiéndole a Dios le asgan también los súbditos, que ninguno se le caiga ni desasga. Porque, si con esa carga sube a la cruz y pasa por fuego y agua, sepa que con todos ellos sube al cielo. Así lo dice David: Imposuisti homines super capita nostra et transivimus per ignem et aquam, eduxisti nos in refrigerium 5.
Penosos m pasos, pero buen puerto; que, llegando en salvamento, llegamos al refrigerio, que es el cielo, donde al prelado le harán las fiestas solenes, ciertas y bien empleadas por ser ciertas las victorias.
3. Querer por sólo el querer de Dios
[360r] No sé si me pusiera a decir de lo mucho que pasa, padece, sufre y se mortifica el que por sólo Dios, sin ningún género de interés, se pusiese a ser prelado, si pudiera enpezando acabarlo. Digo sin interés, descalzamente, que sólo lo apetece por sólo entender que es gusto y voluntad de Jesucristo echarse aquella carga el que, estando sin ella, tenía espacio, tiempo, lugar y ventura para tratar con Dios sus males y penas y celebrar sus fiestas y tener sus gustos y despachar sus negocios y gastar el tiempo en presencia o con presencia de Dios con muchos solaces; y que, éstos dejados, se echa a cuestas muchos hombres, cada uno de su gusto, de su voluntad. Que, cuando a sí sólo se regía n, no se podía valer consigo propio y a sí propio se era molesto, pesado y grave; y, con amarse el hombre a sí propio tanto, nunca acaba de acabarle de remediar sus necesidades y se ve falto y defectuoso en mill cosas. Pues ¿qué será pensar que se ha de dejar y olvidar a sí por ser llevado de las obligaciones que tiene de sus hermanos? Y que, uno contento, tiene muchos descontentos. Y que, por mucho que haga, es más lo que descubre por hacer, porque, cuando se conforma con el flemático, enoja al colérico y al sanguino. Carga pesada, y de ordinario con poco alivio y refrigerio, porque para el tomarlo le falta el lugar y tiempo que decíamos y la ventura toda se la llevan los súbditos. Una bestia cargada y gimiendo, ¿qué ha de comer ni qué sabor ha de tomar de ello? Y un religioso con cuidado de hombres, de almas, ¿qué gusto ni qué refrigerio puede tener?
Pues ¿qué, si pasa adelante y se le descubren algunos malos pasos: el fuego y el agua por do ha de pasar con su carga, y tiene algún conocimiento de algún peligro en su persona, en su conciencia? Pues ¿qué, si Dios le descubre su flaqueza, su miseria?
Cierto que no sé qué me diga de este tal. Sólo sé decir una cosa: no de que quiera fiestas, sino que me espanto cómo no hace desatinos y dice cosas que él no las pueda oír. Ahora miren, si en o tiempo de agosto y la cosecha del labrador p, fuese un alcalde y le enbargase las mulas q y el carro con que ha de hacer su agosto y que, enbargado para hacer hacienda ajena, se le pierden sus mieses, ¿qué habíe de sentir? Paréceme a mí que este tal labrador le debían dos cosas: la primera, pagarle su trabajo; la segunda, restituirle los daños y menoscabos; y aun, lo tercero, sufrirle sus quejas y disimular sus hocicos. Pues ¿qué tengo yo de decir de que hagan prelado a un hombre cuando habíe de cultivar su viña, coger sus fructos y atender a sus necesidades?
Cierto, aquí no hay que decir sino que le deben buena paga y restitución de los bienes por eso perdidos; y, si gruñere, sufrirlo y llevarlo, que lo que hace [360v] se lo deben agradecer: privarse de Dios por el prócximo. Bien podrá ser que en el cielo le celebren sus fiestas, pero en la tierra le deben ayudar a llorar sus sentimientos.
Pues ¿qué, si con todos estos trabajos y no quereres y sentimiento de absencia de bienes y posición de males, saliese luego la consulta y sentencia del mundo, tiniéndolo por soberbio, ambicioso y otras murmuraciones semejantes r a éstas? Pues ¿qué, si a todo eso se juntase el convenir a la honra de Dios que haga alguna diligencia para alcanzarlo? ¡Seas tú, Dios mío, bendito!, que bien pesada es la cruz de los tales. Bien tienes tú, Señor, necesidad de la ayudar a llevar y dar fuerzas interiores y prendas ciertas del fin de la jornada.
Cargadle a una bestia ocho arrobas, que, aunque sean de oro y tengan el valor que quisiere, en verdad que ha menester regalo para acabar la jornada. Bien veo que la carga que los prelados llevan es de oro, pues oro es lo que oro vale, pero, si este oro no es de comer ni de suerte que con ello por entonces le puede ayudar a llevar la carga, si no es trocándolo s al fin de la jornada y conmutándolo en comida, menester es grande ayuda del cielo, porque los súbditos que un prelado lleva no son de comer, sino muchas veces bien contrarios al sustento ordinario que el tal prelado debe usar. Y así, no sólo no le entran en provecho, sino los trueca y vomita. Verdad es que, después del oficio y jornada, se truecan estos súbditos en Dios y el mismo Dios es la paga y refrigerio, pero en t el entretanto bien ha menester que el mismo Dios ayude, favorezca y remedie al tal pobre prelado u así afligido.
4. Desasimiento de los súbditos
Pues, a todos estos trabajos, se me ofrece otro, que, para mayor cruz del prelado, pienso que esto lo hace Dios muchas veces: darle un desasimiento de los súbditos notable. Pues adviertan este trabajo, si lo sé scribir. Por su contrario se esplicará.
Hay algunos prelados tan v asidos a sus súbditos, tan entrañados en ellos; con un amor que no siempre es divino sino muy natural y muy sensible, fundado en cosas naturales y sensibles que en los súbditos hay y otras veces nacido del w frisar en las condiciones; otras veces porque son nuestros súbditos, y las cosas propias amámoslas y querémoslas porque lo son. Y estos tales pasar trabajos por sus súbditos, es fácil y llevadero; y se andan tras ellos dándoles sus entrañas. Pero, si me diesen un prelado que estuviese mucho y muchíssimo desasido de sus súbditos, de suerte que, para hacerles bien, ni hay respectos naturales, aunque tengan las perfecciones de los ángeles, ni hay frisar en las condiciones,
porque totalmente le tiene [361r] Dios despegado el corazón de todas las criaturas, y que por criaturas tan desasidas dél pase y padezca todas las cosas que arriba quedan dichas, sólo porque siente ser voluntad de Dios o porque le han cogido todos los puertos, que no hay otro camino por do pueda vivir ni pasar.
Pues otro trabajo le queda, a mi parecer, y es el haberle Dios dado por officio el hacerles bien a aquellos súbditos y, por otra parte, ver que no lo merezcan; y que conviene, no sólo hacerles bien, sino mal y castigarlos, contra el corriente de sus entrañas, que es hacer bien a todos y que el hacer mal x es en él violentado.
Cierto que, en el corazón del pobre prelado, son tantos los trabajos que se le descubren, las ansiedades, las aflicciones, los no quereres, que, quedándole un solo querer, que es querer y el officio porque sólo entiende que lo quiere Dios, que me parece a mí que este tal, para sufrirlo, llevarlo, habíe de ser Dios o tener fuerzas de Dios y andar siempre abrazado con Dios. ¡Seas tú, Señor, bendito mill veces!, que no sé si fuera bien hacer otro tratado desta alma así afligida con cualquier officio de esta manera. Porque, como la z hemos ido puniendo desasida y desinteresada de las cosas de acá, ha menester en casa al mismo Dios que la esté instigando a, aguijoneando a lo que ha de hacer. Porque, como nada hay que a ello le mueva, no cosas de la tierra ni cosas del cielo, llamo intereses de gloria; porque, para que de veras la obra sea hecha al gusto de Dios, nada de eso se parece, sino sólo Dios, que de secreto tiene obligada la voluntad a que así quiera obrar por las criaturas (o como no sé cómo b es esta obligación).
Y si este Dios se escondiese y lo dejase así yerto y, al parecer, desnudo, quiero decir esta voluntad que así ama c a los súbditos porque Dios quiere que los ame, y escondiese d Dios ese querer, mostrando o dejando a la voluntad del prelado que viese y sintiese que aquel officio no lo quiere, no lo busca, no lo apetece, y que sintiese el desasimiento que tiene a los súbditos, el ver que quiere hacerles bien y ellos no van por camino que lo merezcan, ¡aquí es donde rechina los dientes, donde se deshace su alma! Aborrecerles, le parece mal; dejarlos, no lícito; quererlos, es necesario venga de arriba y, cuando Dios y ayuda, viene un vele despegado, desasido, desinteresado, desnudo, mondo.
¡Seas, Dios mío, bendito!, que yo no te entiendo ni sé qué me diga. Acerca de esto no se puede decir, porque no hay exemplos; ni se puede entender, porque no sé si sucede.
A ver, veamos si este hacer con este desasimiento se entendiese por aquí. Supongamos que diese Dios por afán a un hombre que todos los días fuese cargado de unos costales de paja y cebada cuatro leguas de aquí [361v] a unas montañas ásperas y allí echase aquella comida a unos animales. Digamos que no son buenos animales e ni son suyos y que el premio de estos trabajos no lo ve, sino que se ve necesitado a
no entender en otra cosa. ¡Qué sentimiento sería éste si fuera a llevar comida a hombres! El ser de nuestro natural y ser hombres como nosotros, eso mueve a hacer por ellos naturalmente, que una vez que otra se suelta algún agradecimiento f. Pero, por animales que no conoce, que no son suyos, que no hay jornal, sino officio solo sin sentimiento de paga ni sentimiento de amor, ¡terrible cosa! Pues entiendan que no digo nada en comparación de lo que siente el prelado sirviendo y trabajando tiniendo el corazón desasido de sus súbditos, por quien trabaja y por quien muere y quiere hacer bien porque sólo quiere Dios atienda a eso.
Y este querer Dios, ya creo he dicho que es un querer, una g obligación h, escondiendo su querer, que aun queda temeroso si quiere Dios.
5. Es el propio caso
Pues aun creo que hay más trabajo en este prelado, que es hacerle quiera todo lo que arriba digo sin que quiera. No digo ni por imaginación que le fuerce, sino que le ponga do quiera sin que quiera. Paréceme es como el transeat a me calix iste y el fiat voluntas tua 6; que quiere y parece que no quiere un prelado atender a las cosas de trabajo que quedan dichas.
Quizá me declararé. Y, para no andar por las ramas, que ya no sé exemplos, pongámoslo en lo que a mí se me ofrecía esta mañana. Quiere Dios hacer esta Religión a su querer y no al mío. Y habiendo de ser a su querer y gusto, háceme a mí que quiera ser prelado. Digo yo: Señor, si yo aquí no hago nada, ni aun querer no tengo, ¿para qué queréis vos que yo quiera y atienda a aquello en que aun querer no tengo? Que lo que hacéis conmigo, más creo que es cumplir con las gentes y disimular esta vuestra obra ser hechura inmediatamente vuestra. Considerábame yo tan sin querer y voluntad en esto que me pareció, estando en el coro y habiendo más de cuarenta hermanos, que estaba yo a una puerta las manos atadas y que Dios estaba metiendo toda la gente que va entrando en esta Religión. Ahora es la dificultad: ¿para qué me las atan? Digo que este atarme las manos, es quitarme el querer para que esto sea porque sólo quiere Dios y que parezca obra suya y yo vea esta obra no es mía. Porque quizá, si me desataran las manos, quizá con ellas estorbara, inpidiera y detuviera la obra. Pues no hago nada, ¿para qué me tiene Dios aquí? Para que yo padezca y quiera no quiriendo porque él sólo lo quiere. Y quiere que parezca una cabeza que sólo tiene parecer i, que él sólo es la cabeza de esta sagrada Religión.