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San Juan Bautista de la Concepción
Obras II – S. Juan B. de la C.

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CAPITULO 57 VISITA A LOS CONVENTOS DE LA MANCHA

 

            Ahora, pues, vueltos a nuestra historia, venido yo de la casa de Salamanca a ésta de Madrid, estuve en ella dende la cuaresma 1 hasta a


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el mes de setiembre de 606 años. En este tiempo b yo no había salido a hacer visita ni cosa 2, porque se acabase de componer este convento de Madrid y acudir al gusto y obligación que la Religión tiene al excelentíssimo duque de Lerma.

            Después, por setiembre, ya parece muchas cosas daban voces para salir de casa: el visitar los conventos, el ver a los hermanos, que, después de nuestra elección, no los había visto, el ir al Andalucía a hacer una o dos [375r] fundaciones, que tanta gana y deseo tenía. Apresté nuestro viaje con buena gana y una carta del señor duque de Lerma para el arzobispo de Granada 3, que nos ayudase y favoreciese en que hiciésemos una fundación en la propia ciudad.

 

1.            Dolencia extraña antes de salir

 

            No se le pasó, entre ringlones, al demonio c el provecho que a la Religión podía venir desta salida, como se verá. Y así, no pudiendo estorbarlo al encubierto y disimulo, procuró estorbarlo al descubierto, porque, cuando no tuviera otro fin nuestra salida a los conventos más de visitar los religiosos, que d, como todos mozos, nuevos y afligidos con sus cuidadillos, eso bastaba para que fuera de gran consideración. Cuánto más que, siempre que se enpieza a poner en execución alguna cosa de virtud, basta para que el demonio rabie y lo sienta. Cuánto más que hubo, a mi parecer, infinitos provechos. Y así, procuró satanás fuesen sin número sus contradiciones.

            Pues, estando ya para irme a nuestra visita —no sé yo qué ojariza trai conmigo el demonio, que pudiera ser otro hiciera más provecho y él lo sintiera menos—, la tarde que me había de ir, yo me vi y me pusieron en un puncto, de suerte que es inposible poderlo yo decir ni los que me vieron padecerlo, porque yo no sé qué me tenía. Parece estaba muerto, sin saber de qué me moría. Preguntábanme qué me dolía; no acertaba a decir aquí me duele, porque tampoco lo sabía. Estaba como yerto, de suerte que, para me quitar las alpargatas, era necesario que un fraile a dos manos levantase el pie y otro quitase el alpargata.

            A ratos daba en llorar, gemir y sollozar, sin poder hacer otra cosa, de suerte que yo había harta vergüenza de los hermanos que lo veían. Ellos ya entendían había acabado y yo me veía morir sin entender hubiese de ser verdad, porque, aunque padecía, ni natural ni sobrenaturalmente no tenía temor de la muerte, lo cual en mí suele ser muy continuo. Y aunque me veía de suerte que mis continuas palabras eran decir «yo me muero, ¿no me ven que expiro?», con todo eso, no me podía persuadir que hubiese de dejar de ir a hacer [375v] nuestra visita.

           


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Estuve de esta manera cosa de dos horas, cercado de frailes. Estando desta manera, en un instante me vi bueno como de antes estaba. Y así, luego al puncto, dije «yo estoy bueno» con la brevedad que había dicho que me moría. Y pareciéndoles a los hermanos como increíble, pedí los hábitos y ropa que me habíen quitado y fuime por toda la ciudad a negociar lo que me faltaba e para irme aquella noche. Verdad es que el médico vino a la tarde y dijo que tenía calentura, pero yo no me sentí inposibilitado para nada de lo que antes hacía, sino que de el trabajo y tormento pasado debiera de quedar con aquella descomposición, que al médico le parecía calentura. Verdad es que, aunque en el cuerpo no sentía yo de esto contradición para las cosas de trabajo que de allí en adelante se me ofrecían, antes me parece quedaba más ágil y dispuesto para me ofrecer a aquello que fuese más voluntad de Dios, pero me parece me cansaba más presto y quería lo que, puesto en ejecución, no podía, porque las fuerzas no alcanzaban a lo que antes.

 

2.            Disposición interior

 

            Y así me puse en camino, bien dispuesto para padecer y querer todo aquello que yo sintiese ser mayor gloria de Dios y bien de nuestra sagrada Religión, aunque fuese menester morir muchas veces. Y así lo hice: que, conociendo yo esta inhabilidad de mi poco poder para cosas de trabajo, no reparé en que luego, la noche siguiente, me pusiese en camino y principio de obras, que muchos con muchas fuerzas les hiciera temblar.

            No quiero en esto alabar mi ánimo, pues el hacer yo lo que hacía no nacía de mí, que todo yo soy más apocado que una hormiga, sino del que me guiaba por aquel camino, sin ser yo más señor de mí. Si esto era causado de los temores que algunas cosas, contrarias a lo que yo hacía, me podían causar; si era nacido del celo que tenía de ver las cosas de la Religión puestas en orden; si era nacido de alguna particular inspiración interior, que por allí me abría camino y me cerraba los demás, no lo sé. Pudo ser que todo se juntase; y todo junto bien se deja entender que a una hormiga le pusiera ánimo y le hiciera cerrar los ojos a cualesquier [376r] penas y peligros que se pusieran o pinctaran delante los ojos. Que bien sabe Dios necesitar a un hombre para que sólo acuda a su querer. Llamo necesitarlo obligarlo de suerte que sólo ese querer de Dios sea el suyo. Pues vemos cuántos hay que, no sólo quieren trabajos, sino muertes despreciando vidas; y si les preguntan que cómo escogen aquello, no lo sabrán, porque sólo lo sabe el que acommoda y dispone las cosas de suerte que sólo aquello que él quiere se ponga en execución.

           


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Y así yo puse nuestro camino, no obstante que conociese nuestra flaqueza, cierta disposición para lo que iba a hacer. Porque, cuando fuese el demonio, siendo su fin malo, púdolo Dios tomar por instrumento deste bien para, tomando la grosedad del cuerpo, adelgazándolo y afinándolo con los golpes de satanás.

 

3.         En el convento de Socuéllamos

 

            Yo llegué a Socuéllamos a principio de setiembre de 606 años a hacer la primera visita f que en la Religión se hacía, donde hallé la mayor parte del convento por aquellos suelos, enfermos, necesitados, bien faltos de regalo de médico y botica, que a cualquier persona moviera a compasión.

            Cierto que me da vergüenza cualquier cosa que he de decir en que entienda hay algún misterio o superioridad de la obra, pero a quien habla con llaneza y simplicidad Dios le ayudará para que en todo diga verdad, porque antes pasaría mill muertes que de propósito o con acuerdo dijese una mentira.

            Ofrecióseme, cuando vi aquellos hermanos así enfermos, que eran unos religiosos que, según me habían informado, no me tenían afición y voluntad; y no sé si con dichos y palabras g lo habían mostrado, de suerte que en mí había causado algún despego y desasimiento de ellos. De suerte que Dios sólo me parece era el que acudía a que yo los amase y quisiese y el que me daba luz a que, por amor y charidad, los llevase y obligase al cumplimiento de su regla y constituciones.

            Cuando entré en aquella enfermería y los vi de aquella manera, interiormente h me pareció buena ocasión para con obras mostrar el amor que los debía tener y tenía sobre mis fuerzas y natural. Y así, todo fue uno: que, viéndolos y deseando que Dios me diera [376v] la enfermedad de todos, fue uno; y deseo de que todos estuvieran buenos y tuvieran salud. Bien es verdad que se me ofreció el ver que cómo pedía o deseaba aquello en tiempo que llevaba tantas cosas de trabajo que hacer. Pero en nada reparé, rindiéndome a Dios, que todo lo puede y hace, sin que un contrario estorve los efectos del otro contrario.

            Con esto, estuve dos días en que hice mis dos capítulos. En el segundo, en que hube de corregir las faltas, trayéndoles algunas razones que les obligaban i a seguir con puntualidad las cosas de su Religión, vine a decirles j casi sin advertencia demasiada: Pues cuando no fuera sino por el grande amor que les tengo y bien que les deseo, esto bastaba para que sus charidades se procuraran conformar con mis deseos; y de que esto sea verdad, que los amo k, pongo por testigo al mismo Dios, delante de quien estamos, que con grandíssimas veras he pedido y deseado las enfermedades de todos y que todos estén buenos.

           


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Con esta visita, todos quedaron muy consolados y alegres, y deseosos de acudir l y abrazar de nuevo, si de nuevo fuese necesario, el rigor de su Religión. Y yo quedé muy contento de ver que Dios me había abierto buen camino para alcanzar y hacer lo que el mismo Dios deseaba, deshaciendo algunos pensamientos de los que, al principio de mi prelacía, decían había de hacer horcas y cárceles para los acabar por cualquier niñería que sucediese.

 

4.         Ocho días de insólita fiebre

 

            Aquel propio día que hice este capítulo, me salí m dél con calosfríos y alguna indispusición n que sentía en el cuerpo. Y puniéndome en camino para La Solana, luego me dio buena calentura, con que llegué y me vi tan apretado que ya sentía harto si aquello me venía de mi petición; no que de que yo estuviese arrepentido, sino que, en fin, uno es deseos, otro es obras, y uno es desear padecer y otro es padecer.

            Todo esto he dicho porque, según yo sentía en mi enfermedad, no lo fue como lo son las otras ni quiso Dios que yo la padeciese como se padecen otras, porque, para ella y mientras duró, [377 o r] me puso Dios de una manera que, con cuantas descomposturas de cuerpo yo he tenido, ninguna ha llegado a aquélla. Quiero decir que, por cosa de ocho días que duró lo recio de la enfermedad, yo estuve como enajenado, de suerte que, aunque hablaba y cumplía, bien veía yo que no estaba allí ni tenía querer ni voluntad para regirme en las cosas esteriores por ella, sino que en cualquier cosa, pequeña o grande, me regía por el parecer de cualquiera que allí estuviese. La enfermedad fueron primero cuartanas dobles, que así acudieron los primeros fríos; luego calentura continua, con tres cuatro crecimientos entre noche y mañana.

            Siempre tuve la imaginación que aquéllas eran las diferencias de enfermedades que dejaba en Socuéllamos. Los pronósticos de los médicos no fueron ciertos, como no lo debieran de estar en lo que yo padecía, porque, consolándome acerca del poco peligro, me animaban para la enfermedad larga y prolija que había de padecer, aunque yo poco asentía a ellos y menos me curara, si no fuera que me habían de juzgar y tener por temerario; y yo, escrupuloso de no sujetarme a los médicos y a mis hermanos. Y yo no estaba para otra cosa en la disposición que Dios me tenía.

            El médico mandóme jaropar y sangrar. Y, como no debiera de ser enfermedad de cura, sino que quería el que la daba quitarla sin ayuda de terceros, las sangrías que me hicieron me enflaquecieron y descaecieron de tal manera que, siendo desmayo o flaqueza o descaecimiento de la naturaleza el que yo padecía, juntando con ése el que las sangrías causan, claramente yo entendí quedarme en las manos del barbero a la segunda sangría. Tanto que, dispertando el corazón del sueño en


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que estaba y dando unos golpes o latidos sordos, lo veía con poca vida, descaecido tanto que no p sé si dije o propuse decir al hermano Fr. Antonio del Spíritu Sancto q que, después de muerto, no me enterrasen en dos días, porque me parecía no era posible fuese muerte verdadera, y que [377v] seríe bien aguardarme algún tiempo.

            Con estas medicinas y sangrías a mí me pusieron tan flaco y tan debilitado que me parece no era hombre, aunque el spíritu siempre se estaba de una manera, aferrado y fijo en lo que Dios era servido. Ayudaba mi flaqueza el poco comer, porque más era enfermedad de ayunar y no era posible poder comer bocado, porque ya se sabe el aborrecimiento que naturalmente tengo a la carne en los días que la regla lo prohíbe.

            Híceme llevar a Valdepeñas en un carro. En el camino fui tal que ya me contentaba con llegar a morirme delante del Sanctíssimo Sacramento y alcanzar la strema unción. Y eso sabe Dios cómo uno es decirlo y otro acordarme de la manera como me vi. Pero yo no me entiendo: que, llegando a hacer cualquier cosa de mi officio, ni me acordaba de enfermedad ni de cosa que me diese pena. Y así, entré como sano en el convento y animado de ver mis frailes.

            A la noche yo estuve muy malo con una ardiente calentura y otros crecimientos. A la mañana, vinieron dos médicos ordenando, aunque lo principal les pareció acudir a mi flaqueza. Y no siendo posible poder comer cosa [de carne], convenimos r en que me diesen un buen plato de bacallao, lo cual comí yo de muy buena gana. Por esto digo yo que debiera de ser enfermedad de regla, pues eso comía y no me mataba. Y la carne, que no podía ver entre semana, la comía los domingos, que manda la regla.

 

5.         Al borde de la muerte, con especial alegría

 

            No obstante eso, otra noche me cargué ya tanto, que me pareció estaba muy poco distante de la muerte s con particular conocimiento de ella. Aquella noche echáronme seis o siete enplastos y hicieron grandes remedios, aunque, en llegando a eso, yo confieso conocía su insuficiencia para mí de todas las medicinas que me aplicaban. De donde me nació un grandíssimo deseo de que nuestros enfermos no usasen de médico ni medicina y que en el rigor de nuestra regla estaba el no darles carne a los enfermos. Y esto, después acá, lo he deseado y procurado asentarlo, primero por parecer de hombres doctos.

            [378r] Estando, pues, aquella noche así tan malo, parecióme era nada t lo que me faltaba para que me desahuciaran u los médicos y dijeran que aquello ya estaba hecho y que yo me moría. Yo confieso que, cuando no estuviera enfermo por otra cosa más de por lo que


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entonces engendró en mí aquel pensamiento de ver que era nada lo que me faltaba para despedirme de la vida, eso bastaba porque pudiera estimar la enfermedad. Porque, ya digo, aquel pensamiento, en que quiso Dios yo asintiese de que estaba tan cerca de la muerte, produjo en mí pensamientos v de grandíssimo consuelo, que sirvieron de medicina para algunas enfermedades spirituales que hasta allí yo padecía.

            Ahora, pues, viéndome con este pensamiento y ensayo verdadero de que yo me moría, sobrevínome un grandíssimo contento y tan grande alegría que me parece me sacaba de mí y ayudaba a que aquel enajenamiento que yo tenía fuese mayor. Y en él deseaba vinieran los médicos y me despidieran ya de veras de la vida. Deseé que vinieran todos los religiosos y cantaran allí delante un Te Deum laudamus dando gracias a Dios porque era su voluntad yo estuviese así. Pero no lo hice por aguardar el conocimiento verdadero de que aquello ya estaba hecho y por guardar aquella fiesta para el tiempo más crudo. Todo era representaciones alegres de cuando me viese ya en aquel punto, de cuando me había de despedir de mis hermanos, de lo que les había de decir. Vime muy lejos de cosas que me pudiesen dar pena y muy cercano de cosas que me podían dar gusto. Aunque no digo bien, porque cosas en particular yo no conocía, más del gusto y contento que podía tener en morirme entonces.

            Y digo que esta enfermedad me fue de gusto y provecho por haberme traído estos pensamientos y desengaños de cosas que yo en contrario hasta allí había padecido. Y son que, dende el día que me encargué de los trabajos que andan a mi cuenta, jamás ha sido posible poderme persuadir a morir con contento con semejantes enbarazos, porque, aunque es verdad que los abrazo como cosas en que entiendo está el gusto de Dios y bien de la Religión, como en ellos yo tengo tan pocos gustos, no me parece estoy tan quieto y sosegado para morirme como yo deseo. Y así no puedo tener pensamientos de la muerte sin que en mí causen grandíssimo temor. Y esto lo puede hacer Dios porque me dé priesa y trabaje siquiera por llegar al fin que para mí ha de ser de tanto gusto, que es verme desembarazado de cualquier género de cuidado. Y los miedos y temores que de esto que digo he tenido, no puedo decir en muchos pliegos, [378v] que podrá ser arriba quede algo de eso dicho.

            Pues verme, en medio de la primer visita, puesto en camino para tantas cosas como yo salí a hacer; las cosas tan en sus principios, que, cuando yo fuera tan malo como soy, sólo la mudanza del officio, capítulo y elección había de ser de grande estorbo y inpedimento para la quietud que los frailes, en aquellos principios, deseaban tener; y junto con esto, tener yo pensamientos de tanta alegría por morirme o desear morirme, téngolo por de Dios. Porque, en medio de las penas y trabajos que yo traía, nada me podía servir de contento, sino aquel w pensamiento en medio de tantos cuidados, mostrando Dios en él que los temores que yo traía de la muerte sólo servían de penas y asombros, pues tan fácil


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le era a Dios desenbargar el contento que los tales temores tenían detenido. O, por mejor decir, esas penas y temores eran las que, en semejantes ocasiones, paren y engendran contento. Y así, alababa yo a Dios de ver la diferencia de los pensamientos idos y de los venidos.

            Paréceme que, aunque la presencia del alegría de aquel pensamiento se me fue, se quedó su efecto, porque, siempre que me acuerdo del contento que en semejante ocasión yo tuve, no temo la muerte ni tengo aquellos miedos que solía tener.

            Este contento me duró toda la noche, aunque no el ver que estaba tan cercano a la muerte, porque esto segundo me debiera de durar cosa de dos horas. Porque, viniendo luego el enfermero x a ponerme pítimas y emplastos, si no fuera por obedecer al enfermero claramente no me pusiera ninguno, porque, estándome puniendo un ungüento y en el hígado, otro en el bazo, otro en el espinazo, ventosas y pítimas, yo me reía interiormente de ver que aquello era z como arrojarlo en un pozo, porque veía no tocaba a la enfermedad; y que la enfermedad era como un aire ambiente que no entra ni penetra donde ella suele tener su asiento; y que claramente me podría levantar a la mañana.

            Y así fue, siendo Dios servido: que, quedando con muy poca calentura, yo estuve a luego bueno y me levanté y dije missa. Y me dispuse para trabajar en las cosas que traía.

 

6.            Desconfianza en las medicinas

 

De esta enfermedad, como arriba toqué, a mí me nació algún aborrecimiento a los médicos, a las medicinas y al comer carne, aunque fuese b en enfermedad, que no [379r] lo podía disimular. No obstante que soy prelado y podía poner en esto alguna fuerza en que se fuese introduciendo, pero en nada quiero ni es lícito regirme por mi parecer, por no padecer algún engaño o que fuese tentación. Porque bien podía aquella enfermedad no ser de la jurisdicción de los médicos y medicinas; y gustar Dios, si a caso yo había enfermado sin causa natural, no fuese curado con cosas naturales, y en los demás ser cosa diferente.

            Verdad es que, cuando aquel aborrecimiento de médicos, botica y carne no sirviese in totum para los desterrar de los conventos, es bien lo haya en gran parte; y es necesario que Dios lo enseñe, por la lástima y confusión que de esto hay y ha entrado en muchos conventos y pretendía introducir en nuestra sagrada Religión. Y lo ha procurado c Dios en ella remediar, no sólo con haberme dado en aquella ocasión aquel aborrecimiento a esas cosas para que me vaya a la mano para con los súbditos, pero por experiencia lo ha mostrado Dios en mill ocasiones.

           


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Acuérdense de cuando Su Majestad curó los muchos frailes en Valdepeñas d de diversas enfermedades, a quien, según razón, las habían de curar médicos muy atentados, como arriba queda scrito en la fundación de Valdepeñas 4; y, con todo eso, los sanó Dios a todos sin médico ni botica ni aun comida de enfermos, habiéndolos llevado a todos a una ermita al campo, donde no subió seglar. Acuérdense de cuántos enfermos en nuestra sagrada Religión han sanado sin médicos e ni regalo ni medicinas, careciendo muy de ordinario de lo uno y de lo otro unas veces por la poca posibilidad que nuestros conventos tienen; otras veces f, por ser los presidentes nuevos y fervorosos, no hacen caso de enfermedades graves. Y a todo ha acudido Dios con su infinita providencia y sabiduría, de tal manera que, tiniendo diez conventos, en años tan enfermos como los presentes, en dos años no se nos ha muerto ningún fraile; y tenido mucha salud, tanto que, abrasándose este verano pasado esta corte de enfermos y muertos, preguntándome el señor duque de Lerma que cómo estaban nuestros frailes, le respondí: —Señor, esta semana he tenido cartas de nuestros conventos todos, y no tengo nueva de que haya religioso en la cama. Respondió: —Ahora Dios quiere [379v] hacer esta Religión, no hay sino dejarle; sea él bendito.

 

7.         Dios, médico y medicina

 

            Gusté de poner aquí estas breves palabras, que sirven de testimonio de lo que voy diciendo: que el vivir y el estar sanos no consiste en los médicos g ni en las medicinas, sino en Dios, que es la fuente de la salud y vida. Digan, mis hermanos —que con ellos quiero atestiguar—, cuántas veces, después de hartos h los médicos de curar los frailes, y aun quizá de enflaquecerles la naturaleza y destruirla, viendo que cada día van peores, con licencia de sus prelados se han entrado en el refectorio y comido una escudilla de coles, nabos y berenjenas cocidas con poco aceite y se han levantado buenos, digo han sanado con brevedad, sirviéndoles su prelado de médico y la observancia del rigor de su regla de medicina.

            De mí digo que, habiendo preguntado a algunos (y estaba por decir a muchos) de sus enfermedades y del poco remedio que en sus curas hallaban, los he mandado entrar en el refectorio y comer de la comunidad; y unos han sanado y otros no han enpeorado. Pues díganme, por amor de nuestro Señor, si Su Majestad nos enseña por tantas vías que él quiere ser el médico y la medicina en esta Religión, ¿por qué no, puniendo nosotros de nuestra parte más que un poquito de confianza, no acudiremos a este buen Señor, que es remedio de todas enfermedades?


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Dirán que esto es temeridad: dejarse de curar. Como a mí me lo ha dicho un fraile (Fr. Pablo i): que es obligado, en viéndose uno malo (y aun no sé si dijo debajo de peccado mortal), a llamar médico, botica y comer carne.

            Yo no sé en qué sentido ni cómo habló. Que yo, en el que hablo, diré y digo haber dos maneras de enfermos: unos, que, enfermando del cuerpo, están asidas siempre las almas con Dios, a quien Su Majestad enseña claramente que en él está la salud y, en el padecer por su amor, grande mérito. Digo, pues j, que estas almas pueden muy bien dejar de usar de remedios corporales. Antes, necesitándolas a ellas para que los usen, suele ser tentación y enpeorarse con ellos, porque el conocimiento que Dios les k dio fue o para que acudan a él o para que, tiniendo paciencia en su enfermedad, merezcan y agraden al que así las puso.

            He visto yo muchas almas sanctas padecer graves enfermedades. [380r] Particularmente en Roma, vi una padecer calentura continua y echada en una cama, que fue una beata dominica, junto a la Minerva, [con] fama de grande sancta, que ni trataba de curarse ni de medicinas 5. Así me parece lo oí. Pero he visto a dos religiosas en nuestro propio pueblo, grandes siervas de Dios —la una fue hermana mía y la otra prima hermana l—, que padecieron enfermedades que, pienso yo, los médicos del rey no las entendieran, cuánto más curarlas. Y unas veces m mejoraban sin médicos, otras sufrían con grande paciencia. Estas tales personas, no sólo no tienen obligación de acudir a los médicos, pero pienso que seríe contra razón acudir a ellos ni usar de medicinas n. Y yo pienso que a esto atendía el glorioso Bernardo cuando escribió la carta a [los monjes del monasterio de San Anastasio, de Roma], enojándose porque sus frailes usaban de médicos y medicinas o, concluyendo la carta con decir que en sólo Dios hay la salud y que vana est salus hominum 6. Ruego que lean esta epístola, que se hallará con facilidad en sus obras.

            Otros enfermos hay que no son tan spirituales, pero deben ser muy religiosos y vivir muy lejos de las prevenciones que hacen los seglares para alcanzar y tener salud. Y éstos hanse de contentar con la cura y regalo religioso. No porque duele el dedo han de querer cama ni porque se arromadizan, carne y porque el pulso se les altera, médico. Con estos tales es necesario traiga el prelado grande advertencia, que le destruirán la Religión en breve p, porque, como es gente que desea vivir, teme la muerte y q busca la salud. Con estos temores sueña de noche


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que está enfermo y imagina de día que le duele la cabeza, y luego quiere lo curen por enfermo y no seguir communidad, guardar su regla y ocupar un enfermero. Para estos tales r hay necesidad de un prelado absoluto, fuerte y muy desengañado, que les quite sus imaginaciones y los haga seguir communidad con rigor. Si dijeren que se mueren, díganles que a eso vinieron, que ofrezcan aquella muerte por amor a Dios y tómenla a su cargo, que Dios los sacará en paz y en salud.

 

8.            Enfermos fingidos y verdaderos

 

            Cierto que tengo de contar aquí lo que no ha ocho días que me pasó. Un religioso, en esta casa de la corte, andaba melancólico, de suerte que ni él podía ir [380v] al refectorio ni al coro ni a acto de comunidad. Esta melancolía debiérale de causar en la imaginación alguna ficción de enfermedad para poder tener escusa con el prelado, si lo enviase a llamar. Hubo lugar de que el médico lo visitase. Dícele que coma carne. Yo dije: —Vaya, hermano, y diga que no quiero que la coma. Llamo s yo al médico y declárole las melancolías que el tal religioso tenía; y dígole que me haga charidad de decirme qué enfermedad tenía aquel religioso para le mandar dar carne. No sabiendo qué decir, respondióme dos cosas: —Padre, hay muchas maneras de enfermedades; unas no conocemos los médicos, sino que nos regimos por lo que nos informan; y también t curamos por prevenir de enfermedades; y así, a este religioso yo le he mandado comer carne por lo que me informa y por prevenirle de la enfermedad que no tiene. Yo le respondí: —Pues vuestra merced, de aquí adelante, ha de curar sólo las enfermedades que conoce y de ésas ha de deslumbrar la mitad de ellas; y ¡para siempre en nuestra casa me ha de curar para prevenir!

            Allá en el siglo se usa eso. Que, si por prevenir se hubiesen todos de curar, todos comerían carne las cuaresmas y ayunaríen después de Paschua Florida. Y en esto, digo, nos hemos de avenir. Es muy gentil modo de ser fraile descalzo curar la melancolía voluntaria por enfermedad imaginaria, y la enfermedad imaginaria porque tenía necesidad de prevenirse de que no le venga lo que imagina.

            [Para] que vean lo que Dios ama a esta Religión, este religioso, no quiriéndole dar otro regalo más de lo que la comunidad come, ha muchos días que no come sino pan y bellotas. Y ha sanado, está contento y sin melancolía y muy desengañado. Y yo con esperanzas lo cría Dios para grande sancto y muy fuerte, pues lo sustenta con solo pan y bellotas u.

            Yo no trato de estos enfermos, que éstos sanan con un capítulo de culpas, una disciplina y otras cosas semejantes. De quien trato es de unos religiosos que, en realidad de verdad, están enfermos y los médicos


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les conocen sus calenturas y que es menester ayudar a la naturaleza; y que no tienen tanta virtud que sólo su confianza les pueda servir de medicina. A estos tales mucho de norabuena, no usando cosa superflua ni que güela a melindre de seglares, acúdanle lo necesario y hagan lo que el médico le mandare. Pero, si a este tal, alguna vez que se puede, animar a desechar su enfermedad, [381r] levantándose y encomendándose a Dios y siguiendo su communidad, hágalo y no cierre la puerta a Dios, que en estos principios se lo quiere él hacer todo.

 

9.            Confianza en Dios para sanar

 

            ¡Oh buen Dios!, y si yo pudiera persuadir a los religiosos de toda nuestra Religión cuán breve camino es, para todo lo que desean y quieren alcanzar, una verdadera resignación en Dios, un confiar de veras en él, un arrojarse con grandes ansias en sus manos, un no querer nada más de lo que él quisiere, un estar indiferente de la salud o la enfermedad, de la muerte o la vida, como si le dejásemos hacer a él, ¡qué de veces nos veríamos remediados y curados! ¿Por qué ha de ser Dios corto con un religioso que todo lo dejó por su amor? [Dejó] el regalo de la madre y enfermera, el poder del padre y cura del médico, con tanta puntualidad como se hace en el siglo, ¿y que se lo había Dios de dejar así olvidado en una cama padeciendo, sujeto a la poca posibilidad de un convento, que quizá no tiene para aceite a la lámpara ni un poco de carnero que darle ni un bizcocho con que moje la boca? ¿Dónde habíe de estar el ciento por uno que Dios promete? 7

            Yo lo hallo en los religiosos enfermos, en que, habiéndolo de curar hombre, lo cura Dios y, faltándole enfermera, lo regala la Virgen. Acuérdense de lo que hizo esta benditíssima Señora con el hermano Fr. Pedro de Jesús, nuestro novicio, cuando se vido necesitado de quien le hiciese la cama: que fue su gusto dejar su cielo y bajar ella y levantar mi enfermo y hacerla, como en su vida dejamos dicho 8. Quiriendo en esto desobligar a su hijo benditíssimo, que tiene dicho que el que de veras perdiere por él la vida, la hallará 9; y que, dejando nuestros padres, él nos recibe y toma a su cuenta. ¡Oh buen Dios, y quién pudiera decir los consuelos, contentos y entretenimientos que tú das a los enfermos que, faltándoles el v regalo esterior, confían en ti! Si tú, Señor, dieses este desengaño verdadero, ¡qué pocas quejas habría de enfermos y de convalecientes, porque en ti sólo hallarían todo lo que desean!

            No quiero que de esto alguno saque o diga que esto será falta de amor y de charidad y contra lo que muchos sanctos dicen: que mandan vendan los cálices, si para ello fuere necesario. Lo propio digo yo y es muy bien hecho, porque hay w otros enfermos cuya enfermedad es muy


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conocida x, necesitada de médico, regalo [381v] y medicinas, como un tabardillo, un dolor de costado, una calentura ardiente, que de priesa pide el médico y el barbero —y otras enfermedades de esta manera—, con la vida y con el alma y con vender, si para ello fuere necesario, cuanto hubiere en la casa. Es muy bien y hay para ello grande obligación, porque esta enfermedad es muy humana y muy de las que tienen su remedio ordinario en las manos del médico y del barbero.

            Yo no trato de ésas, sino de unas enfermedades caseras, que unas veces las llaman dolor de estómago encubierto, otras calenturilla lenta, que está allá metida, otras cisiones noturnas. Esas son las que se curan con disciplinas, las que se adquirieron por mucho trabajar y quebrantamiento, o los rastros que quedaron de otras enfermedades largas. Estas digo yo que será bien procuren curarlas con el cumplimiento de su regla y confianza verdadera que Dios los ha de sanar.

            Ahora, pues, de mi enfermedad yo quedé con harta gana de que, en nuestra regla, según aquella cláusula que dice que para los enfermos puedan comprar pescado 10, me parecía que su intento era no comiesen carne los enfermos, sino que ahora lo quería Dios curar, que la Religión era pobre; y que, cuando pudiese, los curaría como los cartujos, que ni sanos ni enfermos no la comen. Pero, sujetándome al parecer de algunos letrados, a ellos les ha parecido, fundados en razones bien humanas, es bien que se coma. Y yo así lo digo, que, si otra fuere voluntad de Dios, Su Majestad lo enseñará.

            Ahora, pues, levantado de la cama, para que se vea que este camino debiera de ser voluntad de Dios que se hiciese, y el estorbarlo el demonio, es bien se vea el fructo que de él se sacó. Nuestros conventos quedaron muy contentos y alegres y muy deseosos de acudir a la observancia de su regla. Pero estaban todos con muy poquitos frailes, de suerte que, si no se hubiera salido a verlos y se remediara eso por donde se remedió, pudiéramos ir haciendo de dos uno.

 

10.       Dos vocaciones singulares

 

            En esta convalecencia, digo después de me haber levantado, yo fui por cuatro días a ver a mi madre a Almodóvar 11. Y más debiera de ser ir a hacer gente, porque algunos estudiantes cayeron luego y otros quedaron tocados y, de sólo ver nuestro sancto hábito, para haberlo de tomar. Entre otros, uno, cuya vocación no podré dejar de escribir: un mancebito [382r] de hasta diez y siete años estaba allí, que de Toledo


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había venido a ver ciertos parientes suyos. Muy buena habilidad y sujeto de quien me dijo un su tío sacerdote habíe más de dos años lo pretendían los padres de la Compañía de Jesús; y él con grandes deseos de ser carmelita descalzo. Y, como en cosas semejantes ni es del que quiere z ni del que lo busca, sino de Dios que reparte, a cuyo cargo están las religiones poblarlas y favorecerlas a todas y aun quitar de las hechas para levantar las que enpiezan. Que, cierto, cuando yo veo vocaciones semejantes, conozco el poder que tiene Dios sobre los corazones de los hombres. Que a este niño una religión lo quería, él quería otra; pues, aguardad, que no ha de ser ésa ni esotra. En el puncto que nos vido, se vino a nosotros, como polluelo desalado a meterse debajo de las alas de su verdadera madre, y nos pidió el hábito y lo puso por obra, de suerte que, no acordándose de cosa deste mundo, se salió con un religioso nuestro a tomar nuestro sancto hábito a nuestro convento de Valdepeñas.

            Pero el demonio, que así está a la mira de la certidumbre y verdad de estas vocaciones, no dejó de hacer sus diligencias. Como otro Faraón cuando vido que se le iba el pueblo sancto a la tierra de promisión a a ofrecer sacrificios, así al instante salió un su tío en un caballo tras él, que, a vocación tan presta y ligera, toda aquella presteza y ligereza habíe menester tener. Y, si el cuerpo de mi estudiante fuera tan ligero como lo había sido su alma en acudir a Dios, no lo alcanzara el demonio más ligero del infierno. Pero, aunque mi clérigo alcanzó el cuerpo y trujo y volvió del sancto camino y viaje que llevaba, pero, como no señor del alma, voluntad y deseos que interiormente Dios regía y gobernaba, sirvióle de poco b traerlo y encerrarlo en un aposento y enviarlo a Toledo y entregarlo a su propia madre. Que, por no tener otro y amarlo tiernamente, me parece era esa prisión o lazos los más fuertes que el demonio le podía echar para detenerle y darle traspié a c su vocación.

            Pero, como considera d, como dice san Pablo, que verbum Dei non est alligatum 12, que la palabra de Dios no la pueden prender. Y como dice David: Lex Domini immaculata, convertens animas; testimonium Domini fidele, sapientiam praestans parvulis 13 [382v]; la ley que Dios interiormente pronucia a los pequeñuelos, en que les declara su voluntad, tiene muchas excelencias, no tiene ruga ni doblez, dolo ni engaño. Eso dice immaculata. Y, por ser de Dios, tiene otra cosa: que convierte las almas de sus caminos y las lleva por otros, aunque sean más scabrosos. Este testimonio fiel e y verdadero, cierto e infalible, da sabiduría a los ignorantes y pequeñuelos.

            Así la tuvo nuestro estudiante, pues se supo eximir y librar de las amorosas quejas de su madre y tiernos abrazos; y tuvo fortaleza, no de


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niño, sino de muy hombre, pues le dijo que aquello había de ser y que ya él habíe escogido estado y hábito que habíe de tener. Que parece también en esto quiso Dios mostrar la fuerza de una vocación, que permitió o quiso que padeciese y volviese a Toledo, donde estaban los padres de la Compañía de Jesús que lo pretendían y do estaban los carmelitas descalzos que él f quería g y do estaba un su tío religioso de los padres calzados; y que nada de esto le tire ni lleve, y que le trabe un pedazo de sayal que vido 24 leguas de su tierra en quien no conocía ni habíe visto en su vida; y eso baste para que preste su viaje a tomar el hábito a Valdepeñas, pueblo y tierra que él no habíe visto ni sabía.

            Y porque quedase desquito de lo que el demonio pretendió hacer con él, determinó de comunicar su vocación con un muy amigo suyo y buen estudiante h. En lo cual mostró Dios que el enviarlo a Toledo fue para que trujese a su compañero, que también amaba y quería para el propio estado, pues, aprestándose y viniéndose entramos juntos, llegaron en un carro a Almagro, cinco leguas de Valdepeñas. ¡Oh, válame Dios, y cómo es bien contar y escribir esto para que se vea cómo rechinan los dientes de satanás en semejantes ocasiones: de que le quiten niños así tiernos, que, puestos a los pechos de Dios, con tal leche han de engordar mucho en lo espiritual! Pues incita a la madre del segundo estudiante para que venga tras él en su seguimiento, de suerte que, siendo mujer honrada, no reparó en que estuviese lejos donde su hijo iba ni de subir en una mula, más caballería de hombres que de i mujeres.

            Y, para dar el demonio tiempo en la ventaja que los estudiantes traían j para que los alcanzase, hizo un enredo [383r] en Almagro particular, y fue que, hospedándolos aquella noche el carretero en su casa, por ser muy noche, dándoles de cenar se hundió y no pareció por entonces un plato de pleite o pleito o de estaño. La mujer del carretero da en decir que los estudiantes le han hurtado su plato; y, porfiando en esto, si fuera de día, dicen k, fuera cierto hacerlos echar presos. Pero, ya que eso no hizo, los molestó de tal manera que, a no ir convertidos y llamados con las veras que iban, era ocasión, según mundo, a darle un porrazo o hacer otra cosa, con que el demonio saliera con su intento. Pero no pudo, porque fue Dios servido pareciese el plato do la olvidada mujer lo había puesto o el demonio lo había escondido.

            Con esto, se fueron a Valdepeñas y llegaron, dicen, dos horas antes que llegase el correo que satanás enviaba para coger la presa. Metidos en el convento, llegó la apasionada madre, dando tantos gritos y voces que alborotó el pueblo y la siguió mucha gente; y vido hacer estremos que o los causaba satanás inmediatamente o se habíe de decir el afecto de madre la habíe sacado de sí. Dicen se arrojaba en la tierra y la


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mordía y daba recios golpes. Y, cuando veía que con esto no le sacaban su hijo, dicen se subió en el altar y, abrazada de nuestra Señora, daba gritos y decía: ¡Madre de Dios, dame mi hijo! Y, con esto, muchas lágrimas y gritos. Y aun ya por ahí parece llevaba mejor camino, que, si no se lo diere, darle ha cosa que la pacifique y enllene más que su hijo. Como luego se vido milagrosamente: que, habiéndole dado de priesa el hábito a su hijo y al compañero, se los sacaron allí y, en el instante que los vido, quedó tan trocada, tan otra, que, si fueran a buscar otra madre que en todo fuera puesta, no la hallaran en el mundo tan otra como ella fue de sí propia. Que cierto en esto no acertaré a decir tanto como me han dicho. Dicen que luego, allí en continente, lo abrazó y le echó mill bendiciones; limpió sus lágrimas; determinó de serle nueva madre spiritual para de allí en adelante, para ayudarlo y favorecerlo para que llevase adelante sus propósitos. Al otro estudiante, de quien primero decía [383v] mill males porque le habíe sacado a su hijo, lo enpezó a llamar santito y angelito. Esto fue de tal manera que, viendo estos dos estremos en tan breve rato en una mujer sin haber alcanzado lo que pretendía, dijo un regidor del pueblo que allí se halló, que, para labrador, parece más dicho del cielo que de la tierra. Dicen que dijo: Si no hubiera otra cosa que me enseñara que habíe Dios en el cielo, a quien se le rinden los corazones de los hombres, si esto no lo creyera fiel y verdaderamente.

            Y mostró el trueco ser de Dios y por intercesión de su Madre, a quien ella pedía el hijo, que se ha conservado l en esta voluntad hasta hoy, regalando dende Toledo a los frailes y quiriéndolos mucho. Y ellos perseveran en su Religión; y fío en la Majestad de Dios los ha de hacer muy sanctos, pues tanto ha puesto el mismo Dios de su casa para traerlos a la de la Religión.

            Esta vocación he querido scribir porque se vea, cuando Dios quiere hacer gente para su casa, qué poquitos estorbos halla. Yo pienso no fue falta de acuerdo del mismo Dios llamar a Matheo cuando estaba en medio de sus cuentas 14 y a Juan y Diego, Andrés y Pedro cuando pescaban 15; y la Madalena cuando vestía pulido y adoraba las galas 16; a Eliseo cuando araba 17. Que es decir: Cuando los tiene entretenidos la afición de sus officios y tienen asidos los afectos en lo que aman, es cuando quiero yo que se vea la fuerza de mi palabra y el trueco m y mejoro que yo prometo, pues con solo los ojos de fe desprecian lo que ven y abrazan y quieren lo que no ven. Clamen y den voces los becerrillos, que no han de torcer el camino las vacas que llevan sobre sí el arca del testamento hasta llegar al lugar de su depósito 18. Muestre la piedra imán su fuerza y virtud en levantar el hierro pesado del suelo, que con mayor grandeza levanta y lleva a sí nuestro Dios los hombres


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que están con sus aficiones asidos a las cosas de la tierra n, y no para hasta dar con ellos en la casa del refugio.

            ¡Oh buen Dios!, que una y mill veces no puedo dejar de confesar tu saber y amor que tienes a los o hombres, pues, andándote tras ellos p, siempre es para ti tiempo acommodado, sin que en ti haga nada estorbo para conseguir lo que pretendes: [384r] ni los regazos de las madres, ni la afición de los estudios, ni el gusto del dinero, ni la honra de la dignidad. Sino que pareces dejas correr a los hombres q tras las cosas de su gusto y, cuando tienen el bocado en la boca y se enpiezan a paladear con él, procurando tomar el sabor de la cosa, haces que lo escupan; y a ellos propios, en semejante ocasión —que para ti ninguna hay mala como sea para nuestro bien—, los haces manjar tuyo y que sirvan a tu gusto y voluntad.

            Hoy, en este día, ha venido a pedir el hábito un mancebo natural de Laredo, puesto como para salir a una boda. Preguntándole el estado, dice: —Padre, yo soy un hombre rico, que tengo r lo que he menester, y vengo aquí a colar en mi persona una scribanía de mucha cuenta y valor. —Pues ¿qué le mueve a ser religioso? —Padre, no más de haber visto este mundo y Babilonia de Madrid y haberme Dios abierto los ojos, él. ¡Tú, Señor, seas glorificado!, que podría ser que estotro le hubiese s costado mucho trabajo, solicitud y cuidado su pretensión y, cuando está en ella, le abres los ojos para que conozca el mundo y lo deje y a t ti solo te ame; y que tú debes de ser escogido entre millares de cosas que a uno se le ofrezcan.

            Bien se vido en nuestros dos estudiantes, a quien puso Dios en presencia de lo que amaban y querían; y de ahí los saca y desase, como quien saca de las entrañas ajenas lo que para otras fue criado. Y así, no les fueron estorbos sus madres ni las demás cosas que quedan dichas. Pues es verdad gusta Dios de que se vea él es el que quiere hacer la gente y población de su Religión. Lo cual más claro se verá en lo que ahora empieza a pasar en Baeza.

 

 




1         La cuaresma comenzó el 8 de febrero.



a            sigue este tach.

 



b            al marg. Madrid de 2m.



2         El 20 de agosto tomó posesión de una nueva casa en Torrejón de Velasco, a cuatro leguas de Madrid. Cf. Crónica I, 87‑88.



3         Don Pedro Castro y Quiñones.



c            al demonio sobre lín.



d            sigue como tach.

 



e            corr.

 



f             al marg. ojo de 2m.



g            al marg. ojo de 2m.



h            ms. iteriormente



i            ms. obligaba



j   ms. decirle



k            que los amo sobre lín.

 



l             corr.



m           sigue convento para La Solana tach.



n            ms. dispusición



o            corr. de 378

 



p            corr.



q            del Spíritu Santo sobre lín.



r            al marg. ojo de 2m.



s            al marg. ojo de 2m.



t  sigue para tach.



u            corr.

 



v            ms. pensamiento



w           corr. de aquello

 



x            al marg. ojo de 2m.



y            sobre lín., en lín. emplasto tach.



z            sigue p tach.



a  sigue p tach.



b            sigue enf tach.



c            ms. procura

 



d            Acuérdense‑Valdepeñas subr.



4         Cf. p.273.



e         Acuérdense‑médicos subr.



f          sigue que tach.



g         sigue y tach.



h            Digan‑hartos subr.



i          al marg.



j          corr. de puestas



k         corr.



5         Se refiere a Maria Raggi da Scio, madre de familia, terciaria dominica (1552‑1600), que consumió los últimos años de vida, casi siempre en la cama, al lado de la basílica de Santa Maria sopra Minerva. Muy conocida y visitada por sus prodigios, revelaciones y predicciones. Nuestro Santo leyó su vida (II, 104r). Cf. MARCHESE, D. M., Sagro Diario Domenicano, I, Napoli 1668, 43‑51, semblanza extractada de la biografía publicada en Barcelona (1606) por Fr. Miguel Loth de Ribera, confesor de Maria Raggi.



l          hermana‑hermana subr.



m         corr.



n            corr.



o         al marg. nota de 2m.



6         Epistola 345 (Ad Fratres de Sancto Anastasio), 2: ML 182,546‑547.



p            que le‑breve subr.



q            sigue dase tach.

 



r            sigue tiene tach.



s            corr. de llamóle



t            sigue p tach.



u            Para‑bellotas al marg. con algunas pal. cortadas por el borde de la hoja

 



7         Cf. Mt 19,29.



8         Cf. pp.284‑285.



9         Cf. Mt 16,25.



v            corr. de en



w           sigue to tach.

 



x            al marg. ojo de 2m.



10        «Neque carnes neque pisces sive vinum liceat emere, nisi ad necessitatem infirmorum...»: Regla de 1198, art. 13.



11        Probablemente, en esta ocasión (no consta de otra) fue Miguel Sánchez Sacristán, vecino de Valdepeñas, quien llevó en carro propio a nuestro santo de Valdepeñas a Almodóvar, «siendo religioso descalzo» y «su madre siendo viuda»: ASV, Congr. SS. Rituum, Processus, vol. 611, Proc. inform. de Valdepeñas, 55v.



y            ms. todados

 



z            sigue de tach.



a  ms. promistión



b            ms. po



c            sobre lín., en lín. de tach.



d sigue que tach.



12        2 Tim 2,9.



13        Sal 18,8.



e            corr.

 



f             corr. de ellos



g         ms. querían



h         corr. de estudiantes



i          corr.



j          ms. traía



k         sigue fla tach.

 



l             ms. conservadodo



14        Cf. Mt 9,9.



15        Cf. Mt 4,18‑21.



16        Cf. Lc 7,37ss.



17        Cf. 1 Re 19,19.



m           ms. truejo

 



18 Cf. 1 Sam 6,12.



n            ms. terra         



o            sigue os tach. 



p            ms. ellas          



q            sigue sobre tach.



r            ms. Tendo



s sigue q tach.



t            corr. de así

 






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