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San Juan Bautista de la Concepción Obras II – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO 58 FUNDACIÓN EN BAEZA
Partimos de los conventos de la Mancha con nuestra pretensión de las nuevas fundaciones que deseábamos en el Andalucía, que, por ser éste el fin que llevamos, fuimos cuatro 1. Aunque no sé para qué me
cuento yo, porque, aunque es verdad que salí con notable gusto, por la gran certidumbre que me parece tenía de las nuevas fundaciones, pero tan caída y vencida la naturaleza de la enfermedad pasada, en la cual tan sin causa me habían sacado la poca sangre que tenía, no habiéndole guardado siquiera dos días de convalecencia en el reposo, ni uno en el comer carne. Porque, si algún día los hermanos me la hacían comer a mediodía, era para ayunar y no cenar a la noche; y, según el aborrecimiento que yo le tenía, me parecía [384v] no debiera de ser voluntad de Dios que en la Religión los enfermos se curaran con carne.
Y, aunque el paréntesis sea largo, diré aquí lo que me parece fue prueba que en aquella ocasión quiso hacer el hermano ministro de Socuéllamos 2 conmigo, a la partida de Villanueva, do él había venido. Tenía cuartanas dobles y díjome, viéndome a mí tan indispuesto, que hacía la alforja de rábanos y otras cosas para enfermos bien de poco regalo a, dice. —Hermano, mándeme su charidad comer pescado, que, en fin, eso puede la obediencia, y yo lo comeré. A lo cual tuve repugnancia y me parece conocimiento claro que, si se fuera conmigo, sanara de las cuartanas comiendo pescado. Y la causa de el sanar en tal ocasión con ello, y no en otra, la saco de lo que le respondí: —Hermano, esto no se ha de mandar sino a religiosos que en la tal obra estén muy resignados en las manos de Dios. Y que no quieran dejar la carne y comer pescado por sólo parecerles que se obliga Dios a darles salud y quitarles b las cuartanas porque el prelado dice que coman pescado, sino que dejen el regalo de la carne y se acommoden con el rigor de la Religión, ora vivan ora mueran. Que eso ya era querer comer pescado porque luego se lo pagasen; y en eso su charidad era interesado y poco obligaba a Dios, siendo verdad que la perfección de la obra consiste en hacerla por solo Dios, porque es su gusto y su voluntad. Y así ha de querer que lo sea en que haga por la hechura de esta obra o resulte lo que él fuere servido: salud o enfermedad, muerte o vida.
Y así digo que, si se fuera entonces conmigo, me parece a mí que tuviera el dicho cuartanario esta resignación, porque fuéramos tratando de esta materia y se alegrara en Dios que todo lo puede. Y también le ayudara el exemplo de verme a mí tan ruin y que, guardando aquella vida, no me moría; y así el uno con el otro nos animáramos y sanáramos.
1. Primera entrevista con el obispo
Pues salí para mi viaje contento, y más para que me llevaran a enterrar que no para ir a fundar.
Desta manera, cual sólo Dios sabe, llegamos a Baeza. Y, luego al punto, pasamos a Jaén a hablar al señor obispo 3. Y diciéndole yo nuestro intento, que era de poner en Baeza una casa de enprestado con algunos estudiantes que fuesen a escuelas; y que el no tratar luego de fundación de monasterio era por las pocas fuerzas que la Religión tenía en lo temporal; que, creciendo, su señoría nos haría merced de ampararnos y recebirnos por hijos. Estas y otras palabras [385r] con que pretendí obligarlo le dije. La primera palabra que me respondió acerca desta pretensión, fue decir: —Pues ¿no ve que eso es engañarme? Dije yo: —No me pasa, illustríssimo señor, tratar con doblez a un prelado de la Iglesia de Dios como a vuestra señoría. Dijo entonces: —Así será, pero yo soy obligado a entender esto y a no dar lugar a la tal entrada. Y dio allí muchas razones para despedirnos, sin acudir a lo que le rogábamos.
Yo no puedo dejar de confesar aquí lo que yo sentí en mí. Séase tentación o inspiración, de lo que sucediere se conocerá lo que fue. Jamás me pude persuadir que de veras este señor obispo nos contradecía ni pretendía, con obras ni con palabras, injuriarnos ni agraviarnos, sino, como siervo de Dios, probarnos, tentarnos y ejercitarnos en la paciencia. Y lo propio me pareció del señor arzobispo de Granada en lo que después nos sucedió. Fuese esto así, fuese porque Dios con esos pensamientos me quiso consolar o animar y dar perseverancia en la obra comenzada; que pudiera ser, viéndome con tan pocas fuerzas y un frailecillo de tan poco valor, que luego volviera las espaldas y lo dejara todo. Y digo que de esto tenía, me parece, tal certidumbre que, cuando me decían hablase a algunas personas que me ayudasen y que hablasen al señor obispo, lo hacía tan de mala gana que era necesario esforzarme para ello, porque me parece habíe de ser sin fructo guiarlo por aquel camino, otro del que Dios tenía determinado: de que sólo fuese porque Dios lo quería. Pero, en fin, Ecclesia non iudicat de interioribus. Y yo que siempre he procurado, con el temor que traigo de no dejarme engañar del demonio, no regirme por lo que siento, sino por lo que veo; que, si otra cosa Dios quisiere, fácil le será a Su Majestad por otro camino ordenarla, como ordenó ésta, sin regirme yo por lo que interiormente sentía.
2. En Granada
Determiné c de partirme de Jaén para Granada, con una indispusición que allí me había sobrevenido del cansancio del camino. Que en realidad de verdad la naturaleza iba ya tan de vencida que no podía estar en sí, sino que ya parece deseaba dar consigo en la sepultura, porque allí
me dio una descomposición de sangre, la que no tenía, que nadie me miraba que no le pareciese era así, que la naturaleza no estaba en sí, sino en Dios, [385v] que, por lo que él se sabe, me quería dar vida.
Salidos de Jaén, hecimos noche dos leguas de allí en una venta, donde en toda la noche —como arriba dejo dicho puniendo en esto exemplo 4— no pude pegar los ojos, hablando conmigo y diciendo: ¿Qué haces, hombre de poca fee? ¿Dónde vas? ¿No ves que agravias y menoscabas las obras de Dios, y ésta en particular, en que tiene puestos los ojos? El irte tú y dejar esto así, es decir o que Dios no quiere llevar esta obra adelante o que no puede; lo segundo es grande blasfemia; lo primero, grande desconfianza y falta de fee que tienes de lo que Dios tanto ama y muestra amar d con tantas cosas como ha e hecho para poner esto en el estado en que está. Acordábame del contento con que había salido a ello, causado de la certidumbre que me parecía de la hechura de la obra. ¡Oh buen Dios, y en cosas semejantes cuál trais a un alma que desea con veras sólo hacer tu voluntad! Porque, aunque en mí reinaban estos pensamientos, pero bien combatidos con los que el demonio ofrecía.
Y deseando yo, para vencer estos contrarios, alguna ayuda de los compañeros, dispertélos y púseles el caso y díjeles f lo que pensaba y me parece claro veía, que si querían g nos volviésemos a Baeza. Parecióles que poco podía inpedir a esto llegar a Granada y dar otro tiento a aquella fundación. Y así, fuimos. Pero, porque, cuando quiera Dios que se h haga la fundación de Granada, se dirá lo que allí nos pasó, lo dejaré todo 5. Sólo diré que, como debiera de ser voluntad de Dios acudiésemos primero a lo de Baeza, aunque aquí en Granada estuve casi bueno, comí bien y descansé en casa de nuestros padres calzados, no fue posible; aunque andaba, miraba y procuraba sitio, lo hacía con algún género de afición; antes, con un despego, como si no hubiera ido más de a ver la ciudad, que parece me había dejado el corazón en Baeza.
3. Fundación en Baeza i
Y así no fue menester mucho para me volver a Baeza, donde ha enpezado a tener principio nuestra fundación. Procuré hacer algunas
diligencias a ver si podía alcanzar j la bendición del señor obispo para tomar [386r] una casa de enprestado y poner en ella los estudiantes. Que, aunque esto podía yo sin ningún género de licencia, por ser universidad y tenerla los reyes en su reino para que seglares y religiosos estudien, y no ser de más k baja condición los religiosos que los seglares para no poder hacer ellos lo que los seglares hacen, que es alquilar una casa para dende allí poder acudir a sus estudios. Pero, aunque esto podía hacer, deseaba hacerlo l con bendición y beneplácito del señor obispo y de todo el pueblo.
Pero, viendo que no fue posible, alquilé luego una casa 6; y yo y mis compañeros fuímonos a ella para dende allí ir guiando las cosas como más conviniese.
4. La primera vocación
Creo que fue al segundo día que entramos en ella, nos vino a pedir el hábito un caballerico, sobrino del prior de Jaén 7, grandíssimo amigo del obispo. Que por eso dije denantes, tratando de la vocación de aquellos dos niños de Toledo, cuán admirable era Dios en las obras que adentro obra en un alma, y cómo aquello se probaría o confirmaría con lo que en Baeza pasaba m. Y cierto que en esto no puedo dejar de ser inportuno, porque me parece hago agravio, si en ello no me detuviese, al modo que tiene Dios en escoger y apartar los sujetos que a Su Majestad mejor le parece, éste para aquí y aquél para allí, sin ver acá fuera otro fundamento más del querer de Dios.
Pues, para esto, digo que en Valdepeñas habíe estado un estudiantico, natural del pueblo, hijo de un fulano Almazán, que de noche y de día communicaba en casa y trataba con los hermanos, aficionado a ellos y al hábito grandemente. Envíalo su padre a Baeza a estudiar. Y júntase con estotro estudiante, llamado don fulano Negrón 8. Este estudiante de Baeza n jamás nos había visto ni oído decir, porque nuestro hábito no habíe entrado en el Andalucía, sino su común trato era con los padres descalzos carmelitas. El de Baeza lleva al de Valdepeñas al Carmen, donde él trataba, y el de Valdepeñas trai a casa al Negrón, que era donde él conocía. Pues, luego o que nuestro conocido fue al Carmen, pide allá el hábito, y la primera [vez] que el de Baeza vino a la nuestra,
pídelo, descubriendo cada uno sus intentos. Dicen que cada uno quería llevar al otro donde él pretendía tomar el hábito. [386v] Y Dios, que hacía aquella elección dando a cada uno lo que más le convenía, no quiso que ninguno concluyese al otro, sino que cada uno fuese donde el Spíritu Sancto lo guiase. Y así fue: que, con p grande firmeza, entramos tomaron el hábito, el uno allá y el otro acá; y cada uno donde no conocía ni sabía ni había visto.
¡Ah, Señor, y cómo tú mondas y apuras las vocaciones, que quieres se vean ser sólo tuyas y que se conozca que ni conocimiento ni afición ni trato, sino por sólo tu querer los niños dejen el mundo y se abracen con tu cruz!
Podránme preguntar si puede darse o conocerse acá alguna causa de este trueco que Dios hacía q dividiendo a estos dos, que así se habían hecho amigos, y llevando a cada uno a su religión. Digo a lo primero que quiso dividirlos para dar su parte a cada religión, mostrando el igual amor que las tenía y mostrando su hermandad y debida partición que en todo deben hacer. Y para que el amor que se deben tener sea por verdadero conocimiento y trato de las personas, quiere que los que allá tratan y acá se truequen, etc.
Lo segundo, digo que es traza de Dios, cuando a uno lo quiere para el rigor, disponerlo poco a poco, llevarlo donde no conoce ni sabe, que de esa manera se lo va ofreciendo poco a poco. Y si el conocido de nuestra Orden tomara acá el hábito, como cosa sabida, ya le ofrecía los trabajos, mortificación y rigor todo junto. Y r al otro allá, donde, como en vasijas de boca angosta, poco a poco les vayan echando el rigor y cumplimiento de la voluntad de Dios.
Después de haber tomado el hábito este caballerico, yo quedé muy contento por ver ya Dios mostraba el fin que podía tener nuestra ida a aquella universidad; y que, con aquel principio, se aficionaríen otros estudiantes. Estando en estos pensamientos, envíame a decir el tío del estudiante, hombre de gran consideración y muy amigo del señor obispo: que él tenía grande intento de nos ayudar y favorecer y dar casa, pero que, visto lo que con él hemos hecho de le haber llevado a su sobrino, que me da su palabra de [387r] que en él hemos de tener un grande enemigo, que con todas sus fuerzas nos ha de perseguir y contradecir con el obispo. Este fue el recado que de su parte me dio s un clérigo. A mí me dio un poquillo de pena, porque me parece era harto nuestro trabajo y contradición sin que le añidiéramos más. Respondíle que yo no acostumbraba, cuando recebía a uno, preguntarle por los tíos, sino por los padres; y que aquello ya estaba hecho, que en lo porvenir mirase su merced lo que gustaba yo hiciese por servirlo, que lo haría de muy buena gana. No sé si se aplacó por entonces o qué hizo. Ahora me dicen lo han visitado los hermanos. Y dicen que Dios, que movió a su sobrino para que viniese a la Religión, ablandó t, aplacó y pacificó
el corazón del tío, de suerte que, dicen, ha ofrecido el ayudarlos grandemente y que desea Dios conserve a su sobrino en religión tan sancta.
5. Persistente negativa del obispo
Vueltos a la negociación de nuestra casa y licencia, siempre el señor obispo se está de una manera. Y atento que para burlas, como dicen, son muchas y para mortificaciones, grandes y hechas a religiosos tan tiernos, no podré dejarlas de escribir. Que, si el señor obispo lo hace por nos probar y ejercitar en la paciencia, no será murmuración, que los fines descubrirán los u intentos que en esto ha tenido. Que, no porque Dios se burlase, si así se pudiese decir, cuando pidió el hijo a Abrán, se ha de dejar de escribir la mortificación y angustia que el sancto viejo padeció cuando llevaba a su hijo a sacrificar 9.
Ahora, pues, acudiendo algunas personas a servir de buenos terceros para que se nos diese la licencia, entre otros, fue el señor don Alvaro de Benavides, oidor de consejo real y tío del señor marqués de Sancta Cruz, persona que tiene v y deve tener particular afición a nuestro hábito. Lo más que pudo sacar, fue que él daría la licencia con condición que tuviésemos casa primero y congrua sustentación, y que con esta condición dende luego la daba.
Con esto, yo procuré buscar casa, pero no congrua sustentación, porque hasta entonces pretendía y iba con esto: de que ninguna casa nuestra tuviese renta. Todos los que vendían casas, querían luego dinero; y nosotros no los teníamos. Y esto era de suerte que tuvimos por bien de nos estar [387v] en nuestra casa alquilada; y procurar aplacar al señor obispo para que no disgustase de que estuviésemos de aquella manera hasta que Dios moviese el corazón de alguna persona que nos hiciese bien.
Fui yo a ver si podía hacer esto. Y aunque me recibió bien, me despidió cual Dios sabe sobre decir me había atrevido a tomar casa alquilada sin su licencia y porque —decía— habíamos engañado al estudiante, sobrino de su amigo. Yo tuve hartas razones, y entre ellas, que no lo engañábamos para que fuese a ser salteador a Sierra Morena, sino para que guardase una regla rigurosíssima y vida áspera. Estas y otras muchas le dije, que fuera largo el contarlas, pero ninguna me valió para no dejar a mi obispo bien enojado; y salir yo harto penoso, por ver que no podía yo, en burlas ni en veras, concluir tan presto aquella fundación para poder acudir a otras cosas.
6. Ante el pleno del ayuntamiento
Volvíme a Baeza y parecióme sería bien, para que de los enemigos fuesen los medios, atraer a nosotros el ayuntamiento, veite y cuatros y jurados. Y habiéndolos hablado a muchos de por sí, parecióme hablarlos a todos juntos en el ayuntamiento.
Y, para esto, quiero que se advierta que todo el hincapié que se hacía en nuestra contradición era fundado en que la tierra estaba muy pobre y alcanzada y que habíe muchos pobres, y que esto era para que muriesen de hambre los unos y los otros. Y quien estas razones, así por de fuera, las mira, le asombran y concluyen, de suerte que hará a todos de su bando. Y así me pareció hacer fuerza para las derribar, éstas y otras a este talle. Y, contra estas razones, yo scribí una carta al provisor que con el obispo andaba, que, si la tuviera, la scribiera aquí, que poco inportaba el alargarme, que algún día podía esto servir para quien aprovechara.
Lo segundo que hice fue entrar en el ayuntamiento 10. Y me parece poner aquí las razones que les dije y Dios allí me dio para reducirlos y acariciarlos a que nos ayudasen, que, aunque sin el obispo no son poderosos, serlo hían para terciar y favorecer en lo tenporal.
[388r] Pues, entrando en el ayuntamiento, habiéndome dado licencia para hablar, dije:
«Por allá fuera he hablado w a muchos de x vuestras señorías y ofrecídoles nuestra Religión y hábito, para les ser muy siervos y capellanes, pero parece no cumplía con mis obligaciones si aquí a todos juntos no pidiese y suplicase se sirviese vuestra señoría de amparar y proteger esta obra de nuestro convento y fundación, que, por estar tan en sus principios, tiene necesidad de que vuestra señoría nos sea padre y patrón.
Ofreciéndose algunas dificultades para esta fundación, me han preguntado en qué me fundo en acudir a este pueblo antes que a otros, donde menos estorbos y dificultades se podrían hallar. Yo digo que nuestra sagrada Religión, donde se guarda una y regla primitiva áspera, rigurosa y que pide mucha virtud y perfección, le es necesario para su conservación acudir a pueblos donde esto se trate y se use, que una cosa mejor se conserva con otra de su condición, que no con su contrario, como el fuego con otro fuego y la tierra en la tierra, y no en el aire, que la hará polvos, etc. La cristiandad de esta ciudad, virtud y antigua reforma en sus costumbres está pregonado en el reino y fuera del reino; y en los gestos, palabras y obras de los moradores de ella, dende lejos se conoce. Supuesto esto, ¿dónde mejor podía yo ir a sentar nuestro convento y traer nuestros frailes para que se conserven en la virtud y rigor de vida que donde hay gente de la misma condición?
Porque el holgarse un semejante con otro semejante es porque en su semejante, como en su centro, se conserva.
Lo segundo, ésta es universidad tan antigua, tan principal y llena de letras. Estas, es notorio a todos, son madres de las religiones dos veces: una, cuando nos dan los sujetos, dejando el mundo y abrazándose con la cruz de Cristo debajo del hábito pobre, y entonces los engendran y paren; después nos los crían y dotrinan, cuando los enseñan z las sciencias, que es el fin para que su majestad tiene las universidades en su reino. Y así, estando ahora nuestra sagrada Religión en estos principios necesitada de estas dos cosas, habíe de acudir a ella, como a mar grande, a matar su sed.
Lo tercero, los sumos pontífices de nuestros tiempos, ha sido Dios servido ponga el Spíritu Sancto en sus corazones un deseo entrañable de la reformación de todos los eclesiásticos, como nuestro muy sancto padre Clemente VIII, de felice recordación, confiesa en el principio de sus letras que dio en favor de esta sancta reforma, diciendo que, dende el día que Dios le subió [388v] y puso en la silla del pontificado, todos sus cuidados fueron en cómo tornaría y reduciría todas las religiones a sus primeros principios y antigua vida 11. Este deseo del vicario de Dios y cabeza de la Iglesia lo ha favorecido y amparado nuestro cristianíssimo rey, como se ve llevando a su casa, donde asienta la suya, pies descalzos y frailes pobres; y, en su nombre, el excelentíssimo duque de Lerma, como consta a por cartas b suyas y por las obras que con nuestra sagrada Religión va haciendo. Y yo testigo de vista c, que uno de los contentos y gustos particulares que tienen, es acudir a nuestros conventos, tratar y hablar con los pobrecicos religiosos. Si esto es así, ¿a dónde pudiera yo traer nuestros frailes y convento con más justo título y razón que a una ciudad tan obediente a su d pontífice y sujeta a su rey, para que, viendo en lo que tienen puesto su gusto, con particular gusto lo abrace y favorezca?
Díchome han allá fuera y puesto un estorbo: de que esta ciudad está muy pobre y muy alcanzada, y los conventos de ella muy menesterosos, y que podríamos con nuestra fundación serles de algún daño y detrimento. A lo primero, digo que, si se hubiese de poner los ojos en la pobreza de los pueblos y cuán alcanzados están, que no sólo no se habían de admitir otros nuevos, pero aun los viejos se habían de despedir. Lo cual no se debe hacer, porque los religiosos y siervos de Dios son los nervios y güeso de la república; y cuerpo sin e nervios ni güeso, sólo sería carne no estable, firme ni permaneciente. Y sería causa para que Dios diese al través otra vez con el mundo, como en tiempo
de Noé cuando, habiéndose vuelto carne, dijo que le pesaba el haber hecho el hombre y que lo remediare con las aguas del diluvio 12; como quien en olla f sancocha carne para que no güela. Siendo, pues, los religiosos las basas, fundamentos y centro estable de los pueblos y de las repúblicas, y tan necesarios como Cristo lo significa llamándolos luz, sal y ciudad 13, que parece no lo son los pueblos que de ellos carecen, siempre se deben abrazar, amar, traer y favorecer en nuestros pueblos. Y, si la pobreza hubiera de ser causa para estorbar nuestra entrada, porque entramos doce frailes pobres que hemos de tener necesidad de las limosnas del pueblo, obligación [389r] tiene vuestra señoría a hacer guardar las puertas de la ciudad para que no entren pobres, porque serán docenas los que cada día entran. Y si para aquéllos hay entrada, ¿por qué se ha de vedar y estorbar a los que vienen y profesan ser verdaderos pobres de spíritu, imitadores del mismo Cristo? El cual dijo que siempre habíamos de tener pobres entre nosotros 14. Luego no será razón enmendar lo que Cristo tiene dicho y escusarnos de lo que nos promete.
Pregunto yo, señores, si es lícito a un padre pobre, que no tiene un pan que comer, engendrar un hijo pobre, y aun meritorio, guardando las condiciones concedidas al sacramento del matrimonio g, y esto le es lícito porque todos nacen debajo de la providencia del cielo, la cual nos hace confiar y no poner remedio por la pobreza de hogaño a que deje de nacer tantos como cada día nacen en este y en los demás pueblos. Pues hago yo este argumento: si los hijos del siglo no desconfían, sino que debajo de la providencia del cielo ponen los que nacen pobres y nacen ricos, ¿por qué este cristiano ayuntamiento, que estas cosas las mira con ojos de spíritu, ha de desconfiar que ha de faltar Dios a doce hijos de spíritu que h le nacen en esta fundación que se pretende? Ni es razón concedamos a la carne, hija de esclava, y lo i neguemos al spíritu, hijo de libre 15».
Acabadas estas palabras, respondió el corregidor, que al presente era don Luis Pacheco, lo que suelen en semejantes ocasiones: que lo procuraríen mirar con buenos ojos y responder. Luego el regidor más antiguo j tomó la mano por todo el ayuntamiento y, parece que satisfecho o contento de lo que yo había dicho por haber sido en favor de su ciudad, o por mejor decir, si había sido el Spíritu Sancto el que en mí había hablado persuadiendo, en el punto que yo cesé, se pasó a la lengua de mi buen regidor, tornando a coger mis razones, declarándolas y commentándolas en favor suyo y nuestro. De suerte que yo salí muy contento. Y, a la tarde, vinieron, en nombre de la ciudad, dos veite y cuatros y un jurado a ofrecernos grande ayuda y favor, según lo que k
sus fuerzas alcanzasen; y que ellos venían señalados por administradores para acudir a lo que se nos ofreciese con sus personas y haciendas 16.
7. Marcha de la ciudad
Con este favor y consentimiento de la ciudad, a mí me pareció no gastar allí más tiempo, porque me pareció traza de satanás a más no poder tenerme allí ahogado gastando el tiempo y pleiteando contra la voluntad del señor obispo. Que, si ella era verdadera, [389v] de que no fundásemos, yo era nada para combatirla. Y que Dios, cuya era esta obra, tendría cuidado de tomarla a su cuenta y cargo para ablandarla y reducirla a su querer. Y que, si no lo hiciese, entendería no ser voluntad de Dios se hiciese aquella fundación. Y que, si aquel negarnos la tal licencia era por probarme o mortificarme, como siervo de Dios que era el obispo, por no estar enterado de la vida de los frailes y conocimiento de su perseverancia, esto también, me parece, se remediaba con mi absencia, que, no estando yo allí, no tendría a quién mortificar; y viendo los hermanos que allí quedaban tan niños 17, tan tiernos y incapaces de mortificaciones tan grandes, se movería a compasión y disimularía la asistencia de los religiosos.
Con esto, yo me vine para Madrid. Y el señor obispo entró en Baeza l. Que, pues ya digo: si en esto me alargare, el que lo pusiere después en orden, puede cortar lo que pareciere inpertinente, que yo, porque haya más claridad, pongo las cosas sucesivamente como han ido sucediendo.
8. Tres cartas del presidente de la casa
Llegando a Valdepeñas, me alcanzó una carta del presidente que dejé allí 18, que en summa es esto:
«Luego como su caridad partió de aquí, entró el señor obispo en la ciudad. Vinieron a casa dos padres calzados, diciendo que por qué no iba a aplacar al obispo, que tomaba el cielo con las manos contra nosotros y que todos los conventos y prelados de las religiones habían acudido a hacer contradición. Yo fui a verlo; y, dándome silla delante de un caballero de la ciudad, fue tanto lo que me mortificó y las cosas que me dijo, que yo no sabía qué responderle ni qué decirle, porque más bramaba cuando yo hablaba. El caballero que allí estaba quiso alegar cierta cosa con su caridad. Allí fue ello, allí fue la cólera y las palabras, diciendo que su caridad era un engañador, mentiroso, etc., y otras cosas semejantes a éstas. Que yo no sé en qué han de parar tantos enojos y contradición. Su caridad se dé priesa a ir a Madrid para que haga espaldas a las cosas que se ofrecieren».
La segunda carta, que vino del hermano presidente, fray Alonso de la Purificación m, dice así:
«Las contradiciones desta casa de parte del señor obispo van muy adelante. Está el fuego muy encendido. Dícense tantas cosas contra n nosotros, que sabe nuestro Señor cuánto me ha pesado a mí de no me hallar presente para gozar de tan buen rato padeciendo oprobios por Cristo, Señor nuestro. Porque el menor que se dice es llamarnos engañadores, soberbios, invincioneros. Y, por lo que yo siento no me haber hallado allí donde esto se trataba, [390r] era porque éstas eran palabras e ignominias dichas delante de la gente más grave de la ciudad. Pero no merezco yo me ponga Dios en tan buenas ocasiones. Esto llega ya a tanto que todo el mundo está espantado cómo no nos vienen a dar de palos. Yo estaba y voy aparejado para sufrir o una lluvia de afrentas, que estaba aguardando. Una indispusición ha tenido, y entendí lo hubiera ablandado al señor obispo. Pero paréceme no es alguacil que viene a hacer esta ejecución. Remédielo Dios como puede, que ya no sé qué otra cosa hacerme, más que dejarme en las manos de Dios a que Su Majestad obre lo que fuere servido».
La tercera carta vino, diciendo:
«El día de santo Thomás salimos a hacer nuestra mortificación, cargados de cadenas y de otras cosas, como acostumbramos. En el punto que salimos de casa, se conmovió todo el pueblo, así eclesiástico como secular. Los caballeros se peleaban sobre quién habíe de ayudar a llevar una cadena que un religioso llevaba arrastrando. Para que nos dejasen pasar, era necesario poner alguaciles en las calles. Hice una
plática en la plaza; hase visto hacer grandíssimo provecho para lo temporal y espiritual. A cabo de dos días fui a visitar al señor obispo. Recibióme los brazos abiertos. Hizo grandes caricias y regalóme con muchas palabras. Pedíle licencia para predicar p. Ofreciómela de muy buena gana. Espero en Dios esta casa se sentará muy presto y bien, porque Dios lo ha de ayudar todo, como obra de sus manos».
9. La sabiduría y el poder de Dios
¡Seas tú mill veces bendito, quia non derelinquis quaerentes te 19! ¡Oh Señor mío, y si acabásemos de entender que en tus obras la corona se la lleva la paciencia, la perseverancia, el sufrimiento, el sperar en ti! ¡Oh Señor, quién sólo hiciese tus causas, y qué bien las difines y acabas! No hay, mis hermanos, que q desmayar ni desesperar en nuestras fundaciones. Procuren siempre sanear la intención r: que en ellas no busquen sino lo que es honra y gloria de Dios. Que, en cosas que a él le va su gloria, no quiere que nadie se la defraude. Y, en causa que tan por suya la tiene tomada Dios, salga a la batalla un David mozuelo contra un Goliad 20 y un frailecillo contra un obispo, que, cuando más seguro esté, vendrá una sentencia difinitiva, un «fallamos y debemos condenar», no digo yo un obispo sino siete, [390v] como los condenó en el Apocalipsi, siendo escribano de esta causa el glorioso Juan.
Estoy por decir que ya me pesa de no haber scrito más a la larga las contradiciones de esta fundación, pues en ellas se muestra el poder y sabiduría de Dios, la cual, si no prende con ruegos, amonestaciones, y si una enfermedad no es alguacil suficiente, no le alcanzarán a Dios de cuenta. Que, para su saber y poder, un niño Daniel le basta s para que suelte a la inocente Susana y prenda los atrevidos viejos 21. Y si son alcaldes y justicia, otra hay superior que suelta al que en el tribunal de arriba hallan inculpable y prende al que en la tierra libre le hallan arriba deber ser condenado.
Salen mis frailecitos con una cadena arrastrando y unas pobres calaveras en las manos y unas sogas a las gargantas, que, si miramos lo de afuera, parecen malhechores que los llevan a la horca. Y no es eso, sino que son Danieles que van a dar diferente sentencia de lo que hasta allí se había dado y notificar otra sentencia, que entran allí por desengañadores, por gente que ha de decir verdades, y no temer cadenas, pues ya ellos se las echan; y se dan por mártires voluntarios y que ellos se pondrán los grillos, si fuere menester. Hablen esas calaveras en favor y alegacía de lo que Dios pretende, que no es nuevo hablar los güesos secos y sin carne y la tierra y ceniza en las cabezas. Que buena fue la victoria que Jonás alcanzó escupido de una ballena y lleno de tierra 22.
Que la propia sabrá Dios hacer con unos niños mortificados; y su callar hablará en los corazones más secretos. Y si la cadena da en las piedras t, resonará en las entrañas escondidas y las rindirá a ser presas u de los siervos de Jesucristo. Y no digo yo cadena ni tanto espectáculo para mover a quien Dios quiere. De un cabello sabe Dios llevar a un profeta asido v, cargado con su olla, a que lleve de comer al siervo de Dios que está en el lago de los leones. Que quien por de fuera mira esto, se admirará cómo no se quebró aquel cabello de que llevaba el ángel asido a Habacú, siendo el hombre tan pesado y llevándolo tantas leguas como hay dende Jerusalén a Babilonia 23. Responderle hemos [391r] que bien sabe Dios de un flaco cabello llevar un hombre pesado y hacer que el cabello sea cadena fuerte y el hombre criatura liviana.
Y si tanto poder tienes, Dios mío, para las obras que tú quieres, ¿qué tiene el religioso que desmayar cuando tú lo tomas por instrumento? Que, si el tal religioso fuere flaco como un cabello, y pleiteare y contendiere contra un obispo y un rey, bien sabe Su Majestad al flaco hacerle fuerte como cadena, para que con poquitas palabras y señas prenda a los más poderosos del mundo y, siendo pesados, aliviarlos para que con facilidad w vengan de lo que parece estaban lejos y estén cerca. Y el profeta que va a dar de comer a los segadores trueque el viaje y se entre por el lago de los leones adentro y ponga la mesa al siervo de Dios, que allí está encerrado y acorralado; que, llegado cerca y viendo lo que pasa, dará por bien enpleado el haber torcido el camino, porque verá que los leones que se publica que allí están no son sino mansos corderos.
Oh, Señor mío, si cuando estos sanctos prelados hacen contradición a una cosa como ésta, si llegasen cerca de estos que llaman soberbios, engañadores, mentirosos, invincioneros, y los tratasen, conversasen, oyesen y probasen, ¡cómo se holgaríen de torcer parecer, volver el camino! Que, aunque les parezca está la puerta cerrada y que les falta a los tales pretensores suficiencia, méritos, hacienda y riquezas de que se haga la tal fundación, para Dios no es menester puerta. Que al profeta por los tejados lo entró el ángel y por arriba le vino el bien, de suerte que, levantando los ojos el que estaba olvidado y confuso, halló y vido su remedio. Las cosas de la tierra han menester puertas, pero las que vienen y son del cielo no por cierto. Y así deben estos tales prelados poner los ojos en Dios y mirar su gusto y voluntad; y no buscar por dónde entrar en lo que por acá se hace en semejantes obras, sino ayudarlo con ojos de fee. Y nosotros también, pues en la ayuda de cosas semejantes no aguardamos el socorro por las puertas ordinarias, sino que ha de venir de arriba. Conviene que siempre en semejantes ocasiones levantemos los ojos a lo alto y el corazón, que el que [391v] trueca el de los estraños, consolará el de los humildes.
Parecerles ha que de pequeña ocasión la tomo grande para alabar tanto una mortificación. Digo que no es pequeña, pues a ella se le atribuyó esta victoria, en que tan a la clara se vido un trueco de un corazón poderoso que estaba encontrado con lo que la Religión pretendía. Y esta contradición tanto es mayor cuanto con mayores veras los tales prelados se persuaden a que no conviene y que es conforme a razón y justicia contradecirlo. Yo le oí por mis propias orejas decir: «No he oído decir en mi vida cosa más contra la ley de Dios que esto, fuera de lo que es contra los diez mandamientos que se nos quieran entrar estos frailes a fundar contra mi voluntad en esta ciudad; yo tengo obligación a defender esto, so pena de grave peccado mortal, y a guardarles el derecho a las demás religiones». Seas tú bendito, Señor, que des tú lugar al demonio que cosa tan sancta, como es hacer un convento de pobrecicos frailes descalzos de tu Orden, lo pinte por el contrario, de suerte que quien lo contradice piense obsequium x se praestare Deo 24; que piensen que ofrecen sacrificio a Dios en llamarlos engañadores, mentirosos, etc., y que hacen grave peccado admitirlos.
10. Absurdo pedir «congrua sustentación»
Yo claramente escuso a los tales prelados y digo que, cuando esto digan y hablen de veras, ha dado y Dios lugar al demonio para que se conozca su rabia y enojo, sus ardides y mañas, pues a un prelado sancto, cuyos ojos son y deben ser de lince, juzga lo negro blanco y al contrario. Según lo que se entendió y con que el demonio lo matizaba, era que habíe muchas religiones, muchos frailes, y que todos morirían de hambre; y que, siendo así, el propio obispo debía salir al remedio de las necesidades de los unos y de los otros. Y, junto con esto, apretaríe el corazón apocando los cuarenta mill ducados de renta, y diciendo: Quid inter tantos? No les cabrá a mendrugo ni habrá para mí ni para ellos. Mejor es despedirlos y que se vuelvan ayunos 25. Y así todo su ahínco que ponía el demonio, era que llevásemos congrua z sustentación.
Oh traidor demonio, ¿cuándo se ha visto levantar Dios religiones con seguro de congrua sustentación? ¿Cómo había Dios de criar sus soldados fuertes para hacer fuertes acometimientos, si los hubiera de llevar cargados de vitualla y congrua sustentación? Díganme, ¿qué Francisco o qué Domingo enpezó con su dispensa bien proveída? [392r] De los sanctos fundadores de nuestros tiempos, podremos decir lo que casi vimos. De un Ignacio, a quien en Alcalá lo vestían de por amor de Dios con unos pobres zapatos viejos y calzas, porque así debiera de convenir para los venideros 26. A una sancta Madre Theresa, cuyas fundaciones fueron tan pobres que la que se enpezaba y hacía en el
invierno, se ponían en peligro de perecer y helarse unas pobrecitas mujeres, hospedadas muchas veces en los camaranchones y casas, que quizá parecían más corrales de vacas que no monasterios de monjas, como se ve en la letura de la fundación de Toledo y de Medina del Campo 27. Y así la previno Dios muchas veces, diciendo: No desconfíes, hija, entra como pudieres, que yo soy poderoso para trocar los tiempos. Y, una vez que estaba afligida por la cortedad del sitio en que edificaba, le apareció su buen Señor y esposo a enojado y con zuño, diciendo: Oh, hijos de Adán, que aun de tierra no os veis hartos 28.
Pues ¿qué, si hubiéramos de poner exemplo en los sanctíssimos fundadores antiguos? En las pobres chozas de nuestros sanctos y en el desasimiento que a todo lo de acá tuvieron, pues, poseyendo mucho, no tenían para sus personas nada, pues lo guardaban y ahorraban para sus pobres y captivos. Yo he visto b algunas casas de las que edificaron Francisco y Domingo, y las pobres paredes y estrechos atajos nos descubren bien cuán estrechos corazones tenían para admitir cosas de la tierra. No hay que detenernos en esto, que fuera trasladar y escribir c libro.
Pues, si esto es así, ¿quién vido que lo que quiere Dios para las religiones de sus sanctos lo habíe de negar a la suya, quiriendo que entrásemos en los pueblos con antepuestos? Si eso hiciéramos, Señor, ¿dónde se hallará la confianza que en ti se debe tener sola y puramente? ¿Dónde la ocasión del merecer los ricos, a quien Dios obliga con la estrema necesidad de sus siervos? ¿Dónde el vivir desasidos de todo lo de acá? ¿Dónde lo que tú mandas: que los ojos del justo estén puestos en ti, de quien todo lo bueno viene? Si el seguro de los buenos está en solo Dios, contra razón será tenerlo en la dispensa y antepuesto. Si esto se debiera hacer, no quisieras tú a tus siervos Antonio y Pablo, fundadores y pobladores de los desiertos, sujetos a la venida de un cuervo con un poco de pan en el pico. El cual lo traía tan tasado que nada sobraba para otro día, porque, en negocio [392v] de corazones desembarazados y limpios, aun de un pedazo de pan tiene Dios recato, no inpida y estorbe a que ese poco de pan siquiera lo abaje y abata. Porque es gusto de Dios que sus siervos todo lo que hubieren menester se lo pidan, y esto tantas veces como la necesidad les compeliere a ello.
¡Oh Señor, y qué afrentado me veo de que, obligado con estos dichos y cosas que en aquella ciudad se decían, de que no pidiésemos,
que estaba pobre, que nos contradecían los monasterios, interesados en las limosnas que les defraudábamos, obligado con la contradición del obispo, procuré buscar a mis hermanos algunos dineros, con que comprasen algún trigo y no pidiesen y que tuviesen para algunos días de suyo! Yo confieso que me parece hice un grande agravio a la providencia del cielo, a cuyo cargo están buenos y malos, que hace salir el sol y llueve sobre justos e injustos 29. Pero pudo ser traza de Dios entonces que nosotros hiciésemos alguna diligencia buscando algo de afuera, para que no se ahogasen los que contradecían con tan pequeño garbanzo, como era un pobre fraile descalzo, cuya comida había de ser unas yerbas; y que eso no fue más que dorarles la píldora por de fuera para que la tragasen, viendo que ya se enpezaban a proveer de fuera sin les ser molestos. Pero lo que se llevó fue tan poco, que bien d se puede decir era dorado por de fuera con cuales que docientos reales, que por de dentro pobres y menesterosos se quedaban para que la pobreza de esta fundación no desdijese de las demás.
11. Lugar y recursos para todas las religiones
Respondamos ahora a la razón aparente en que se fundaba la contradición y quitémosle el rebozo, y veamos cómo es güevo que el demonio puso en nido ajeno para que e, con el calor de la charidad fingida, sacasen un pollo que fuese escorpión y demonio. Decía que, entrando más frailes, todos morirían de hambre y que no habría para todos; y que el obispo quedaba obligado con la poquedad de sus cuarenta mill a proveer de congrua sustentación a los unos y a los otros. Ahora, pues, pregunto yo: Esta Iglesia militante ¿no es semejante a la triunfante? Sí, por cierto, que mill veces se ve en el evangelio. Pues f torno a preguntar: ¿Cuándo en el reino de los cielos se ha visto g que unos siervos de Dios sean tropiezo a otros [393r] y les sirvan de piedra de escándalo para que no pasen adelante? La esposa ¿no deseaba que su esposo le diese buen puesto en su seguimiento para que ella llevase en pos de sí a las demás sus compañeras 30? Cristo ¿no llama a todos? ¿No busca a muchos? ¿No dice que todos le sigan? Todos ¿no somos hijos de un Padre? Todos ¿no servimos a un Señor? En el cielo ¿no hay summa paz entre los que son llamados hijos de Dios? Así lo dice el sancto Job: Qui facit concordiam in sublimibus h suis 31; a todos sus siervos los tiene Dios con particular concordia.
Pues, si esto es así, ¿por qué hemos de entender que, en cosas tocantes a fundación de religiosos, ha de hacer Dios en la tierra mayorazgos, que a unas religiones dé toda la tierra con los buenos pueblos y a otra la arroje y eche por los muladares como abortiva? Que yo me escandalizo cuando oigo
decir: Señor, tal religión repugna que entremos en el Andalucía a fundar, hace contradición que entremos en tal ciudad. Digo yo: Válame Dios, ¿fue manda de testamento la que se hizo cuando a tales frailes se les entregó la tierra del Andalucía o la entrada en Toledo, etc.? No, por cierto, que no dio Dios tal poder a sus fundadores ni los hizo sus testamentarios, sino que, por pobres, les dio allí una parte en aquella tierra, guardando lugar para los que viniesen más tarde. Que no es Dios tan corto como Isac i: que, porque le cogió la bendición su hermano Jacob, se vido confuso dónde le sentaríe su mayorazgo a Esaú; y ya que los bienes de la tierra se los habíe hurtado su hermano, acudió a poner los ojos en el cielo y le dijo: Det tibi Dominus de rore caeli, etc. 32 Poderoso es Dios para enviar rocío doblado y acrecentar la grosura de la tierra y que haya para todos. Pues, si un hombre corto hace esto, ¿qué es lo que hace Dios con sus siervos? Que es tan poderoso como dice David: Qui extendis caelos sicut pellem 33; que sabe Dios estirar sus cielos como una piel. Ahora, adviertan que las pieles ordinario son cortas cuando están encogidas y, cuando las estiran, están grandes y son mucho mayores. Pues, si esto sabe Dios hacer, ¿qué le cuesta estender este cielo de acá abajo, de quien podemos entender allí hablaba David? Y siendo corto, que sólo alcanzaba a una religión, tirarlo y estenderlo j, como piel, para que alcance a muchas.
Adviertan, [393v] por charidad, que la razón que dio Isac, cuando vino Esaú k a pedirle la bendición y le dijo que l ya no tenía qué darle, fue decirle: Tu hermano vino primero que tú y te hurtó la bendición 34. De donde da dos razones: la primera, que vino primero; la segunda, que la hurtó. Pero, para con Dios, fallan estas dos razones, pues sabe Su Majestad y puede y quiere hacer de su capa un sayo, repartiendo por igual igual jornal a los que llevó a su viña tarde y tenprano; y no reparar en los que murmuran, diciendo que hace iguales a ellos, que vinieron temprano, a los que vinieron tarde 35. Y pudo ser, demás de constarnos haber sido aquella su voluntad, que la obligasen a hacer aquélla largueza la buena codicia y diligencia que pusieron los tardíos en cabar apriesa su viña; y estar ya mohíno o melancólico con ver que los primeros ya estaban cansados y que todo se les iba en merendillas. Y así podemos entender ahora en la población de las religiones: que, en el darles tierras por igual, quiere y puede, y ser ése su gusto, porque es hacienda suya; y lo es que sea cláusula de testamento que parta por iguales partes. Y puede ser también que en algo le obligan las religiones que ahora se reforman, en tratar las cosas de penitencia y trabajo con codicia m y solicitud.
Lo segundo, por qué Jacob se alzó con el mayorazgo y tierras de Esaú, es porque dice su padre: Surripuit tibi; disimulóse y hurtóte la bendición 36. Pero, para Dios, no hay disimulo ni hacerle hurto, porque oculi eius lucidiores sunt super solem 37; todo lo ve y lo penetra, y gusta y
quiere que a sus siervos les quepan partes iguales y que no haya postreros y primeros en las raciones que Dios libra acá abajo. Y así no hallo ni veo justicia porque quieran defender esotras religiones las entradas a n las que ahora se reforman o, pues dice el refrán, y se ve muchas veces cumplido: que, no por mucho madrugar, amanece p más aína.
En lo que alegan de decir que las cosas de acá son limitadas y cortas y que no habrá para todos, verdad es que son cortas y limitadas. Y respondo ahora una razón que dije entonces, y es que las religiones antiguas coman lo que ahora comen las modernas y abracen [394r] la abstinencia que abrazan las reformadas, y verán cómo todo les sobra. Y yo para mí tengo por cosa evidentíssima es traza de Dios entrar las religiones que ahora guardan sus reglas primitivas, tan llenas de ayunos y medidas en el comer y vestir, para que a esotras les sobre y, moderándose todas y reduciéndose a lo que san Pablo dice: que habentes alimenta, et quibus tegamur his contenti simus 38. Cierto es que, si todas las religiones nos enparejásemos y moderásemos con unos pobres sayales y una comida de pobres viandantes y unos conventos religiosos, que habríe para todos. Pero, si ya unas religiones hacen conventos como alcázares y visten fino como grandes y comen como duques, claro es q que les han de hacer estorbo unos frailecillos, por baratos que sean. Y así el demonio, como sabe que el exemplo de los unos ha de moderar el exceso de los otros, estorba y inpide, porque le parece entra premática nueva de ahorro que obliga, como lo hace el exemplo vivo y eficaz. Y, demás de eso, ya también queda respondido arriba cómo eso es tentación, pues Dios no es manco ni tan limitado y corto que no sabrá, añidiendo pobres, alargar el rocío del cielo para que crezca la grosura de la tierra y haya para todos.
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De lo dicho se verá, como arriba digo, no haber sido pequeña la ocasión que había tomado para tratar del fructo de la mortificación, pues tan grande la había tomado para contradecir y colorear la parte contraria para que nuestra Religión no entrase en aquella universidad, de donde se le van siguiendo tantos provechos. Y cuanto es mayor la ocasión y fingimiento que el demonio tuvo para contradecir, tanto mayor es la victoria r que alcanzó la mortificación que los hermanos hicieron. Y tampoco se puede decir poco lo que obró porque sólo el obispo hablase, acariciase y acudiese a los religiosos con amor, que puerta es que, quitada la aldaba o mostrando un resquicio abierto, sabe Dios por ahí meter la mano y arrempujar la puerta para que lo sea de grandes bienes celestiales que quiera Dios communicar a su Religión y, por medio de ella, a todo el pueblo.