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San Juan Bautista de la Concepción Obras II – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
INTRODUCCION
1. Bajo el epígrafe enunciado, que, junto con la división y titulación de capítulos y demás secciones, hemos añadido nosotros, encontrará el lector el texto que cubre los folios 394r‑420r del tomo VIII manuscrito. Es la parte que, en el original, sucede inmediatamente a la memoria histórica y contextualmente engarza con ella.
2. Entre las prácticas observadas por los institutos reformados de los siglos XVI‑XVII, se contaban las mortificaciones comunitarias públicas fuera del convento1. San Juan Bta. de la Concepción las estimó mucho, recomendándolas a sus religiosos, sobre todo en los grandes núcleos urbanos. La cuaresma era el tiempo más propicio para ello. Los frailes recorrían las calles procesionalmente, cargados de cadenas, sogas, cruces, disciplinándose, cantando el credo y la doctrina cristiana, seguidos de mucha gente admirada y entusiasta. El 21‑XII‑1606, fiesta del apóstol santo Tomás, el puñado de trinitarios que había quedado en Baeza hizo una sonada penitencia pública, que «conmovió a todo el pueblo así eclesiástico como secular». Al tener noticia del suceso, el prelado de la diócesis suavizó su actitud de repulsa hacia la fundación. Mortificaciones similares se repitieron todos los domingos de la cuaresma de 1607, produciendo, entre otros frutos, una sorprendente floración de vocaciones. Después un nuevo vendaval estuvo a punto de terminar con la comunidad.
Es éste el motivo y el trasfondo histórico que movió la pluma del reformador trinitario para escribir el presente alegato en defensa de las mortificaciones de los religiosos en calles y plazas. Entre líneas se insinúa la opinión contraria a tales prácticas, que seguramente tenía adeptos entre los propios trinitarios descalzos. Ello explica la defensa misma y, en particular, la contundencia de algunas frases como: «Sé decir que esto es sancto, lícito y justo».
3. Nuestro santo expone brevemente, en primer lugar, los bienes y frutos que, sea para los mismos religiosos, sea para los espectadores, producen las mortificaciones públicas. Ahondando —como hace siempre al abordar cualquier tema— en su significado espiritual, descubre que el seguimiento de Cristo a través de la humillación y el sacrificio es su principal raíz justificativa. Se trata, en efecto, de una manifestación exterior de la opción radical interior de compartir el anonadamiento y la pasión de Cristo. Por eso el autor se desliza sin dificultad en el terreno de las mortificaciones interiores y personales, constatando una vez más que son éstas las decisivas y las que han de informar a las otras. Para ser gratas a Dios y fructuosas para los interesados y para la gente que las contempla, las mortificaciones públicas han de
ser hechas con espíritu de humildad, compunción y desprecio de las vanidades humanas.
4. Respecto al tiempo y al lugar de composición de estas páginas, el contexto general y ciertas alusiones internas inducen a emplazarlas en Madrid algunos días después de la pascua de 1607 (15 de abril), esto es, por los meses de mayo‑julio de ese año2.