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San Juan Bautista de la Concepción Obras II – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
I. PRACTICA SANTA
[f.394r] Según esto, no me parece fuera de propósito tratar de cúanto importa a mis charíssimos hermanos llevar adelante las mortificaciones públicas que hasta el día de hoy se han hecho y acostumbran hacer, y que no nos cansemos de sacar la cruz de Cristo a cuestas [394v] por las calles. Sé decir que esto es sancto, lícito y justo.
1. Sin respetos humanos
Por todos lados es summa perfección llegar un alma a tal grado que jamás repare en el qué dirán las gentes, sino que, atropellando cualquier género de dichos y murmuraciones, salga atropellando y pisando lodos y arrastrando sus carnes desnudas, que no son lodos los que pisa, sino los finos brocados que el poderoso tiene en su casa; pues viendo semejante desprecio que el justo hace de su carne, de quien dijo [Isaías]: Et carnem tuam ne despexeris 1, que no desprecies tu carne, el otro, que tal espectáculo ve en el justo que desprecia lo que en precio se estima super aurum et lapidem pretiosum multum 2, lo que se estima sobre el oro y las piedras preciosas, él desestime lo que debe despreciar y dejar sobre todas las cosas.
Cuántas veces sucede ir un hombre por esa calle vestido de paño fino de a cuarenta reales la vara, y va el otro con su caballo por en medio del lodo a pisando cieno, salpicó y enllenó el rico vestido del otro que se le apegó b. Salga norabuena el religioso y siervo de Dios pisando lodo, que lodo será que enlode y salpique los brocados finos que el otro tiene en su recámara y como hombre que con tal exemplo vido poner del lodo lo que él así amaba, lo deje y desampare.
Pues digo que llegar aquí un siervo de Dios es summa y grande perfección, la que con tantas veras deseaba la esposa cuando decía: Quis michi det te fratrem, ut inveniam te, et deosculer, et amplexar te? 3 Dad acá, esposa, ¿no es bien que améis a vuestro sposo como a esposo? ¿Para qué lo queréis y deseáis hermano chiquito en la calle y a los pechos de vuestra madre? ¿Para qué los abrazos los queréis sacar en plaza y afuera? Es como si dijera: verdad es que le tengo amor de sposo y como a tal le amo y quiero en mi retrete y escondido y allí me las he con él, donde es lícito la esposa con su sposo tener sus conversaciones; pero quisiera yo pasar de esa raya suya y haber llegado a tal grado de perfección que en la calle y plaza besara yo y abrazara la mortificación
y penitencia de tal manera que, aunque las gentes murmuraran, yo no reparara en ello más que una doncella cuando en la calle topa a su hermanito a los [395r] pechos de su madre y allí le da mill besos y abrazos.
¡Oh mis hermanos, y qué gran cosa es en las cosas de Dios andar ya sin cumplimientos y respectos humanos! Sáqueme Dios, por su preciosa sangre, de entender con hombres del mundo y sólo me dé a entender con Dios del cielo. Tú, Señor, sólo quieres corazones desnudos y sencillos y no buscas ni guardas respectos humanos, los que los hombres llaman miramientos, pareceres y medirse con el antojo de los que siempre andan antojados. Y aun pudo ser que la esposa desease fuese el amor que tenía a su esposo c enderezado a niño pequeño, a los pechos de madre. Porque ésta es la diferencia que hay del d desposado al niño chiquito puesto en los regazos de su madre: que el desposado anda siempre vestido y adornado de ricas libreas y cada día saca la suya para que aquel adorno sirva a su esposa de sainete para le amar y querer, pero el niño chiquito en los regazos de madre es muy ordinario estar desnudo y cubierto con la halda y ropa de su madre.
¡Oh buen Dios! Pues dice la esposa: ¡Y quién, Señor, te buscase desnudo como niño, y quién llegase a amarte de tal manera que ya no hubiese necesidad de sainetes para dispertar este amor ni te buscase yo como se buscan los esposos, cargados de joyas, y con nuevos respectos, sino llana, sencilla y desnudamente en la cruz, en la mortificación y penitencia, en el pisar lodo y vivir despreciado! ¡Oh Señor mío!, y qué poquitos respectos tiene un niño y con cuánta llaneza se le pueden hacer e mill caricias. Muy diferente que a un hombre desposado, a quien es menester guardar mill respectos y comedimientos. Estos segundos, que así tratan a Dios, son unos hombres que es muy ordinario decir que Dios sabe los interiores y que Dios come corazones, como si no quisiera y comiera los esteriores y dijera tantas veces David que su alma y cuanto en él había bendijera al Señor 4. Temen estos tales no los llamen sanctos y beatos, como si eso fuera afrenta y menoscabo. Sirven a Dios, o lo desean servir, a lo pulido, a lo discreto, a lo honrado; y plega a Dios no sea como el otro, que llega a comulgar con los guantes puestos en las manos y las almohadillas en las rodillas. Yo no sé cómo llame a éste amor. Sólo se decir que el que debe tener [395v] un alma sancta ha de ser sin melindre, puro, sencillo, llano, y amor que todo lo atropelle. Y en ocasiones como las que cada día ahora se ofrecen, que por las calles y plazas anda Dios ofendido, por esas propias salga el justo publicando y pregonando la bondad de este buen Dios.
2. Contra el vicio público
Pregunto yo: ¿por qué ha de ser de más baja condición la virtud que el vicio? Si el vicio anda y trai la cara descubierta y se enpina en el lugar más alto donde todos lo vean, ¿por qué se ha de arrebozar la virtud, tapar y encubrir en los rincones, abrazándola en lo secreto? Salgan, mis hermanos, por esas calles, den voces, apeliden y digan: ¡Aquí de la virtud, aquí de la penitencia y mortificación; favor a la justicia de Dios, que anda huyendo y la train los hombres desterrada por los campos y retretes! Salga a la plaza, acredítese, favorézcase, levántese f por su parte bandera, tóquese caja, dense gritos y llámense todos estados de gentes para que todos amen, abracen y quieran a Cristo desnudo en una cruz; que el que nace escondido en un pesebre, disimulándole las tinieblas de la noche, muere en un monte Calvario g en medio del día, desnuda su carne. Y por si hay pocos en el mundo que así le vean padecer por el hombre, resuciten muertos que le vean lleno de afrentas, azotes y cardenales. Pregunto yo: Cristo ¿no era inocentíssimo cordero? Sí por cierto. No se avergüenza salir en público con una cruz a cuestas. ¿Por qué siendo yo tan gran peccador me tengo de avergonzar y tener empacho h de salir con una mortificación y penitencia por esas calles donde todos me vean y conozcan que soy el deudor, el malhechor y transgresor?
Este pienso yo que es el primer fructo que i esta virtud trai consigo: pagar yo las ofensas que tengo hecho contra este buen Dios; y la justicia ha de ser igual. Quiero decir que peccados públicos que salieron a la cara y no se avergonzaron por haber ofendido a tan gran Señor delante de Dios y del cielo que la justicia y equidad manda que sea castigado públicamente y que, pues Dios [396r] es tan benigno que el azote y castigo lo pone en nuestras propias manos para que hiramos con blandura, consideremos que para quedar Dios satisfecho tiene dos juicios, uno particular y otro universal, pues la misericordia de Dios ordena que mientras tú vives en este mundo te sentencies, que sea sentencia y castigo en otros dos juicios, uno en lo secreto, en tu rincón y aposento, y otro público, por esas calles y plazas. En estos dos juicios quería el amor que la esposa tenía a Dios satisfacer en el rincón abrazando sus penitencias y mortificaciones, como esposo en la calle y en la plaza, abrazando la desnudez y desprecio del mundo, como si fuera su hermanito, en quien nada se repara de lo besar y abrazar.
3. Siguiendo a Cristo
Seas tú, Señor, mill veces bendito, que no repara un paje ni un lacayo por seguir a su amo echar y entrar por en medio del lodo ni salpicar j el vestido precioso, ni tampoco repararon los sanctos de la
vieja ley, que como lacayos iban delante de Dios que había de venir, de echar por donde veían y Dios les k daba luz que había de echar su Señor pisando lodos, recibiendo afrentas en lo público y en lo secreto. Como se vido en muchos profetas: que salían por las plazas cargados de cadenas y cubiertos de ceniza y dando voces por las calles con grande gusto, porque el de su Señor veían que estaba puesto en echar por aquel camino.
Ni tanpoco repararon los sanctos del nuevo Testamento, que como pajes iban tras Cristo en su seguimiento, de echar por do camina su buen Jesús, que por el rastro de sangre sacan y ven que sus caminos son públicos y manifiestos a todos y su cruz no es secreta l, sino levantada en alto. ¿Por qué yo me tengo de avergonzar de llevar este camino asemejándome a los del siglo, que, por no enlodar un poquito del zapato, buscan veredillas por donde van de punctillas y les es muy ordinario, por no sentar el pie con llaneza, dar de ojos; y el que no quiso enlodar el zapato enlodar las barbas, cayendo en medio? Esto propio les sucederá a muchos del siglo que, haciendo su penitencia a lo delicado y melindroso, buscando m nuevos y escondidos caminos por donde seguir a Cristo y por no enlodarse, toman mortificación [396v] como de puntillas, en lo secreto y a lo melindroso. A estos tales les sucederá el dar en un resbalaradero dando de ojos en alguna afrenta donde el que, por amor de Dios no quiso enlodarse en público el zapato, se enlode la honra y fama, y quiera Dios no caiga en el infierno. Que quien mira en puntillos en cosas que tocan al servicio de Dios, por lo menos les ha de suceder lo que al paje que echó por el rodeo y vereda torcida por huir del polvo o lodo: que le cobró ventaja su amo y lo perdió de vista, y, por habérsele alejado, se ve después obligado a dejar el paso ordinario y correr y poner haldas en cinta, y quiera Dios que le halle.
Cuánto mejor es, Señor mío, llevarte ante los ojos, echar por tus caminos manifiestos. Que si yo, por seguirte, me enlodare la honra y salpicare la vida, tú dices que limpiarás hasta las señales que dejan las lágrimas en el rostro 5, y en tu sangre dice san Juan que los justos lavan sus estolas y quedan blancas como la nieve 6. Cuánto mejor, Señor, es eso que no, por echar por lo limpio, ir por el rodeo y torcer el camino de suerte que yo te venga a perder de vista y sea como la esposa que, regalándose con su esposo en lo secreto y escondido, llamando una mañana a su puerta, temiendo no ensuciarse los pies porque se los había lavado, quiriendo echar por los senderillos que ahora decíamos, anduvo después perdida y trasnochada, buscando el que así amaba: Quia ipse iam transierat et declinaverat 7, porque mientras ella aguardó a que se le enjugasen los pies y secase el lodo, ya él se habíe ido.
Ea, mis hermanos, no hay que aguardar, no hay que buscar rodeos ni veredas escondidas. Echemos por en medio, miremos por dó va Cristo, sigámosle por el rastro de su sangre, por en medio de las calles anchas de Jerusalén, tome cada uno su cruz y la insignia que Dios le inspirase, salga por esas calles dando voces y preguntando por dó camina su buen maestro y el que es camino, verdad y vida 8, murmure el que murmurare, diga el que dijere. Que aquí viene [397r] bien decir digan, que de Dios dijeron; y si, puesto en una cruz, los que iban y venían blasfemaban y murmuraban 9, las hijas de Jerusalén se dolieron y enternecieron derramando muchas lágrimas 10; y últimamente, cuando estaba padeciendo más a solas y cubiertos sus ojos, los tuvieron los muertos y se ablandaron las piedras y se obraron grandes maravillas 11. Porque ése es el segundo fructo de la mortificación pública hecha sin pecados, por satisfacer a Dios por los ajenos: que todas las criaturas se avergüenzan y, viendo tal espectáculo, entran en sí, recogen su memoria y hacen examen de conciencia. Y con ser el sol y la luna n astros tan puros y limpios se avergüenzan de ver o salir en público a un limpio cordero así amancillado. Y parece que todas las criaturas quieren ir tras él, corriendo a le quitar de las manos y hombros su cruz, pareciéndoles que mejor estarían ellos clavados en ella p que el Hijo de Dios, que no tiene culpa; y así salen los muertos de sus sepulturas para ver si gusta que ellos hagan algo; el velo del templo se rompe para mejor correr y echarse encima de aquellas carnes desnudas.
Este es el camino, mis hermanos, por do hemos de echar. Que si saliendo por esas calles hubiere quien blasfeme y murmure, no faltarán hijas de Jerusalén que se compunjan y lloren, y si los hombres callaren las piedras hablarán y se ablandarán, deseando imitar una obra tan agradable a los ojos de Dios.
4. Algunos ejemplos
Ojalá pudiera, sin alargarme demasiado, probar estas dos cosas que dejo dicho del bien de la mortificación pública para el que la hace y para el que la mira, con exemplos vivos, presentes y pasados. Y así sólo pondré dos u tres en nuestros tiempos.
Ha sucedido salir el otro comediante de vida de comediante a representar en su comedia un personaje de san Francisco y, cuando se vido en un tablado delante de todo el pueblo con aquel saco cerrado y estrecho, fue bastante para que, volviendo sobre sí y mirando su representación, se volviese, de comediante, Francisco, y dende el tablado se fuese a ser Francisco de veras el que habíe salido a representar a Francisco de burlas; y el que [397v] representaba q en verso entretiniendo
la gente, ya predica en prosa convirtiendo las almas. ¡Qué de ellos se han probado hábitos de burlas que se han quedado con ellos de veras! Porque esto tienen todos los agentes: que siempre obran en la materia más cercana dispuesta; y si yo, que soy religioso r, hago la mortificación y pública representación, ¿quién ha de haber más dispuesto que yo, que soy religioso y ya dejé el mundo y pretendo que sea representación viva y verdadera? ¿Quién hay más cercano que yo de mí mismo y así en mí obrará primero, alcanzando de mí que las cosas que de antes amaba en lo público y secreto ahora las desprecie y pise delante todos los ojos de los hombres?
Lo segundo, el fructo que estas cosas hacen a los que las miran y ven, no hay dificultad, que se pudieran hacer libros de esto. Pero yo no voy diciendo más de las cosas necesarias para persuadirles a mis hermanos que duren estas mortificaciones y que no se cansen. Díganme: ¿cuántas veces ha sucedido salir un hombre de una comedia convertido y compungido de ver al otro que fingidamente representaba a un mártir, derramaba lágrimas y se cuitaba? Pues ¿por qué lo que damos a las burlas no lo hemos de atribuir a las veras? Del P. Borja, duque de Gandía s y general de los padres de la Compañía de Jesús, se dice haber tenido principio su conversión de que quiriendo hacer entriego del cuerpo de una reina en Granada para que lo sepultaran 12, descubriéndole el rostro para dar fee de que aquélla era la que le habíen entregado y viva había mandado el mundo, y viendo aquel cuerpo muerto con tales mudanzas de las que había tenido cuando vivo, fue tan grande la que en él obró que no aguardó más, sino que en su persona viva quiso hacer otras tantas como habíe causado la muerte en aquel cuerpo muerto. Y así fue que luego se despojó y deshizo de su estado y vistió la ropa humilde de la Compañía de Jesús y dejó sus ricos palacios y escogió una celdilla por sepultura, tiniéndose por más dichoso ser compañero del cocinero que no acompañar a los reyes, cargarse de cilicios y cadenas antes que las que traía al cuello de oro, llenas de perlas y diamantes 13.
Ahora, pues, díganme: si una muerte natural de una reina que cada día se ve, sólo mirar el trueco que en ella hizo la muerte trueca a un hombre tan grave, díganme por charidad ¿cuántos truecos de éstos habrá hecho t la muerte [398r] viva de u este varón apostólico en los que le vieron así trocado y mudado y en los que lo oyeron? Que aquella reina
así muerta no hablaba, sólo por señas decía y desengañaba, pero nuestro varón sancto, así muerto tan de veras al mundo, vivo para Dios salía de su celda y sepulcro, iba por las plazas hablando con señas y con palabras lo que en él obraba no la muerte ordinaria, sino la extraordinaria que abrazan los justos. Qué de ellos dirán: si en este hombre poderoso hace esto sólo el pensamiento de la muerte corporal, ¿qué debe de hacer en nosotros una muerte viva que cada día traemos en nosotros ofendiendo a Dios? Si un pensamiento humilde en un poderoso es tan fuerte que le hace pisar lo que los reyes estiman, muy engañado ando yo estimando lo que los siervos de Dios desprecian.
¡Oh!, que es gran cosa, mis hermanos, que salgan los religiosos por las calles, que en fin son muertos que hablan, predican, enseñan y desengañan. Que esotros dura un rato su consideración y traspónense luego escondiéndose en el sepulcro, pero un fraile muerto, mortificado, pasa cada día por tus puertas, unas veces te habla con sus ojos escondidos y como quebrados, otras veces con palabras asombradizas. Y aun esto pudo ser lo que Abrahán respondió al rico avariento. El cual, estándose abrasando en aquellas llamas, pidió dos cosas: la primera, que bajase Lázaro y con el dedo mojado en saliva le refrescase sus labios y lengua. La segunda, que se sirviese el patriarca Abrahán, como padre de misericordia, de enviar algunos muertos que desengañasen a sus hermanos. Respondió el sancto: Allá tienen a Moisés y a los profetas, óiganlos 14. Que es como si dijera: tú quieres que enviemos muertos que sin hablar desengañen. Más hace Dios que eso con tus hermanos v, que les ha dado muertos vivos como son Moisés y los profetas para que salgan por las calles y prediquen por las plazas y desengañen a los engañados w; que en fin, son muertos éstos que están de asiento y viven entre ellos, pero estotros, si van, han de ir de paso y volverse luego; si ven estos muertos podrían scusarse con decir que ése es camino forzoso, pero no tendrán escusa delante los ojos de Dios viendo un propheta x muerto voluntariamente que le está amonestando cada momento con exemplo y palabras.
Lo otro que pedía era que fuese Lázaro con el dedo mojado. Y le respondió: Ya es tarde para que entre en vuestra casa Lázaro, porque hay entre nosotros y vosotros un caos grandíssimo. Que es como si dijera: hartas veces tuviste a tu puerta a Lázaro mortificado [398v] y hecho un espectáculo y sombra de muerte, no lo quisiste mirar ni con su vista refrescar tu fuego; ya es tarde para quien, cuanto pudo, se pudo aprovechar de esos exemplos. No hay dudar, mis hermanos, sino que siendo nosotros quien debemos, son grandes y muy eficaces para los que en medio del mundo viven olvidados de Dios.
Bien pudiera traer exemplos de esto, sucedidos en las mortificaciones que nuestros hermanos han hecho. En Alcalá sucedió —y confesado
por la boca de la persona a quien le aconteció— salir dos hermanos de casa llenos de ceniza y con sus calaveras en las manos y dos sogas a las gargantas y toparlos un hombre que iba de camino a hacer una maldad; y en el puncto que los vido entrarse en la iglesia más cercana y enpezar a derramar lágrimas y a decir: ¡Qué diferentes pasos éstos de los míos! Y con esto derramaba lágrimas y pedía perdón de sus culpas. No le y sufrió el corazón, sino que, como dicípulo ya bien enseñado que en lo secreto de la iglesia había pedido perdón, sino que salió en público y, yéndose a la plaza, en medio de un corrillo principal y honrado, confesó su peccado y el provecho que habíe hecho el tal espectáculo, gustando ya de mortificarse en público el que quería ofender a Dios en lo secreto.
La primera mortificación que nuestros hermanos hicieron en Alcalá pensaron despoblar las escuelas, según la priesa que se dieron a pedir hábitos. Estas victorias las alcanzaban unos niños cubiertos de ceniza y con unas mordazas y güesos de difuntos, sin otros sermones ni pláticas. Y esto era con tanta presteza lo que Dios obraba en los corazones de los que lo veían, que venían con tanta priesa al reclamo z y caían en la red tan ciegos ya al mundo que no se daba vado a que les cortasen y hiciesen el hábito. Otra vez salieron en Villanueva y fue tal el fructo que pensaron que aquel día acabaran los frailes a gritos y a voces pidiendo confesión, no reparando en los copetes y sedas que traían, sino que ya ellas querían hacer también su mortificación.
No ha ocho días que recibí una carta de Baeza que dice: «Salimos el día de sancto Thomás (de 606 años) en una mortificación, cargados de cruces, de calaveras y de cadenas. Conmovióse la ciudad de tal suerte que no quedó eclesiástico ni secular que no nos fuese siguiendo, tiniéndose por dichoso y peleándose los caballeros que les daban lugar para ayudar a llevar una cadena que yo llevaba rastrando». Todo esto hace y puede un exemplo vivo y eficaz: que no sólo obra en quien lo da, pero [399r] a los que lo miran los hace bajar de sus caballos y echar por en medio de los lodos, arrastrando sus sedas y puniendo sobre sus cabezas las cadenas a que de antes servían para los galeotes y forzados.
No nos detengamos en esto más, que fuera nunca acabar b [y] gastar tiempo en probar lo que de suyo se está tan claro. Sólo sé decir que jamás leí libro que me enseñase las mortificaciones de los sanctos que no las desease hacer y imitar, y que el primero que en mi vida leí fue la vida del padre fray Nicolás Fator 15. Que viéndola así tan llena de mortificaciones que el sancto hacía, deseaba imitarle; y Dios lo debiera de querer, porque si de él se decía que cuando topaba un pobre le besaba los pies y lamía sus llagas, no lo hacía yo, pero jamás veía pobre que no desease hacer lo propio. Y viendo la contradicción que para ponerlo en execución en mí sentía, deseaba, para la vencer, irme
a tierras estrañas, donde no conociera a nadie ni nadie me pudiera servir de estorbo para obra tan sancta. No quiero esto probarlo conmigo, que por ser yo tan malo puede ser incitarme este deseo a alguna presumción o vanagloria. Meta cada uno la mano en su pecho y dígame qué siente cuando lee la vida de los padres del yermo, qué es lo que Dios le dice cuando considera aquellos espectáculos que san Juan Clímaco cuenta de aquellos cuya vida es asombro y atemoriza a los más olvidados de sí 16. Lean ese libro del padre maestro Arias de la mortificación 17, y verán sus copiosos fructos y aprovechamientos.