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San Juan Bautista de la Concepción
Obras II – S. Juan B. de la C.

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IV. LA MORTIFICACION INTERIOR

 

            Aquí hemos tratado, en estos ocho o nueve pliegos, de la mortificación que un religioso debe hacer para buen exemplo de los que lo ven, y los provechos que de ahí resultan. Ahora fuera bien tratar de otra mortificación verdadera, no representada, no de la figura, sino de lo figurado. Que, en fin, esta mortificación es sombra y la padecida con veras es verdad. Porque si un religioso saliese por las calles haciendo estas mortificaciones de quien hemos tratado y después en negocios de verdad se hallase sensible, [408r] vivo y se quisiese sacudir de las ocasiones en que se le ofreciese padecer por Cristo, o ya que por no poder más las padeciese murmurando, gruñendo o con alguna inpaciencia, seríe cosa afrentosa al tal religioso, porque luego sería tenido por hombre engañador y mentiroso, pues no conformaba el traslado con su propio original y se podría decir de ellos lo que Cristo de los phariseos: que se suben en cátredas y enseñan al pueblo con mill filisterías y ceremonias, y ellos no los quieren tocar con el dedo, que es la obra de quien podríamos abrazar lo que enseñan y aborrecer lo que hacen 1.

 

1.         El caso de la comunidad de Baeza

 

            Háseme ofrecido de tratar de esta segunda mortificación y decir de cuánta inportancia sea que en un religioso entramas estén enlazadas y juntas y que lo interior venga con lo esterior porque, estando scribiendo esto de arriba, a mí se me ha ofrecido una bien grande; que, a no cogerme en esta ocasión y verme convencido de mostrar en el corazón lo que escribía en el papel, pudiera ser en esta materia hubiera hecho algún borrón borrando con la mano de la obra lo que escribía la pluma. Y atento que un exemplo vivo es muy eficaz, tiniéndolo en casa es yerro irlo a buscar a casa ajena.

            Y es el caso que, como tengo dicho arriba 2, los hermanos de Baeza habían salido a hacer una mortificación con la cual alcanzaron las victorias y fructos que tengo dicho. Y pues las cosas que se ofrecen por vía de contradición y mortificación verdadera no tengo de juzgar mal de la fuente donde nacen, sino recebir y llevar las penas que se me ofrecieren a con paciencia y scusar a los autores de ellas, pues es verdad y se debe tener por cierto que, siendo la persona que la da cristiana o religiosa, no debo entender tienen mal fin, sino que así como muchas veces suele Dios enllenar un alma de penas y sentimientos, los hombres, siendo de la condición de Dios, se han hecho todos a una b para mortificar a la tal persona por unos propios fines, y que entrando Dios en la compañía de la hechura de las tales penas, debo entender


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son los fines altos y buenos y en provecho de quien los padece. Y juzgando de la mortificación en este sentido, digo que, habiendo allí los hermanos hecho c aquella mortificación, debiera Dios de tomar por instrumento a los hombres para ver si decía, como digo, la figura y sombra con lo figurado y la verdad; y al tiempo que ya parece tenían el campo por suyo y los temporales favorables y seguían su viento en popa, se les torna a levantar una extraña mortificación d, [408v] persecución y trabajo de suerte que la cruz que habíen llevado a cuestas, que les servía de báculo y vara, ya se les habíe vuelto culebra e; y abrazando la primera mortificación representada, ya quisieran huir de la segunda viva; y las cenizas que iban postizas en la cabeza, haciendo con ellas obstentación de la miseria del hombre, ya las quisieran sconder debajo de los pies por ofrecérseles entre manos, con que estregándolas de dolor las sacaban vivas. Y fue que, según me f scriben, estando ya en posesión de muchos bienes, los pusieron en muchas penas porque dicen les quitaron las licencias de predicar y confesar y decir missa, puniéndoles pena de descomunión a ellos y a los curas si los admitían, y otras muchas cosas que, cuando se ve que llega a esto, bien se deja entender no se cifran en sólo ello. Dicen que nació de cierta religión —que ahora hago relación de lo que las cartas dicen— que g, viendo que a los frailecitos encogidos ya los sacaban a plaza y encomendaban los mejores sermones, ellos quedaban acobardados, strechados y sepultados; y que por ese camino les defraudaban sus limosnas y ya les podían decir eran de los de norabuena vais, pues había otros que eran de los de norabuena vengáis.

            Pudiera suponer este fin ser verdadero con algunas confirmaciones que para ello ha habido y reprehenderlo por no bueno ni justo, y aun no sé si diga mal sonante y no buena la cristiandad y virtud de aquellos que, porque la suya no quede acorralada, no quieren que salga otra en plaza ni parezca en el mundo, pareciéndoles que, habiendo muchos sanctos modernos h, no se darán muchos golpes en los pechos ante los antiguos. Luego, según eso, atento que un cristiano y siervo de Dios entre infieles es más tenido y reverenciado que entre nosotros, donde hay muchos, procuráramos que hubiera menos cristianos y contradijéramos i los unos a los otros, porque nos estimaran en más.

            Tengo por tiempo muy trabajoso cuando se suena por todo el pueblo la vida de un solo sancto que en él hay. Todos saben su casa, todos lo conocen y todos hablan de él, lo cual no se hiciera si hubiera muchos y tras cada cantón se toparan j. Bueno fuera que aquel sancto que había, por no perder él su honra, crédito y alabanza, que contradijera a los que lo querían ser. No fuera buena sanctidad y virtud, pues sabemos que es propio de la charidad desear [409r] que todos alaben a un tan buen Señor como tenemos, de quien, si aguardamos los premios, hay


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para todos, sin tener celos que habiendo muchos que acudan a beber de esta fuente se agotará. Pero si aguardamos premios de nuestra virtud de los hombres, hacen bien de contradecir los tales sanctos con su tal sanctidad a los que pretenden serlo, porque los hombres tienen pocas fuerzas para pagar a muchos y mientras más k hubiere a menos les cabrá. Y a mí tiémblanme las carnes oír decir que haya religiosos que digan que hay quien tenga ditamen que es bien que no haya tantas reformas, porque se arrinconan las que ya estaban hechas y apoyadas.

            Padres míos, si buscamos a Dios, ¿qué nos tememos? No debemos temer el poder de Dios; que si hubiera otros mill mundos todos llenos de innumerables sanctos, tenía para todos premios inmensos; si honra y gloria en la tierra, estaba por maldecir tal virtud y sanctidad que le estorba su camino el llevar muchos compañeros. Cierto que si yo fuese de camino y topase a un hombre solo a quien ofreciéndole mi compañía y dijese que no la quería, que le tendría por salteador de caminos que por no ser juzgado y conocido se quiere ir solo. Que diga un hombre que dice que es sancto que no quiere la compañía de otros sanctos, y una reforma que no haya otra reforma, cierto que quien tal dice que entendería que es ladrón y que viste de camino para saltear bolsas y ganar al dissimulo honra y gloria, y que el tal pretende para su Religión más limosna y más estima; y que de los así solos que no quieren admitir compañía, que yo guardaría la bolsa.

            Juzgo a estos tales como unos hombres tan avarientos y codiciosos que, tiniendo sus trojes llenas de trigo, porque después llueve por abril y mayo y ven que asoma buen año y que todos han de tener trigo y ha de abaratar, ellos de rabia se ahorcan porque no quisieran hubiera más trigo que el de su cámara. ¡Oh maldita envidia, qué feo peccado y qué abominable oír decir cosa semejante: que se ahorque un hombre porque vea que anda Dios liberal con los hombres, etc.! ¿Qué tengo que decir del triste religioso que hace sentimientos porque envía Dios buenos años de sanctas reformas y ve que ya hay trigo de sanctidad y doctrina en todas las religiones y que abarata la que en su casa se vende porque, como hay mucha y se halla tras cada rincón, un sancto reparte las pagas? Esto baste para ver cuán abominable falta es ésta de que en un religioso entre semejante envidia l.

            Quieras tú, Dios de mi vida, abrir los ojos a estos tales, de quien supongo contradicen a las religiones que ahora entran con tales fines, para que vean que tú, Señor, no eres aceptador de personas y que a todos llamas, a todos quieres y a todos buscas y a todos ofreces premios; y si las vestiduras que a los tuyos das son blancas, lavadas en la sangre del Cordero 3, no hay que temer faltará tal piscina donde se blanqueen cuantos paños hay en el mundo, sino que para todos habrá gracia y gloria sin fin.

           


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No admitamos esta suposición de que tengan este fin, sino vamos con lo que denantes decíamos: que los tales religiosos y siervos de Dios se han hecho a una para probar y ver la mercaduría nueva que los tales relligiosos [409v] train, si es buena y verdadera. Como de ordinario convidáis a vuestro amigo que vaya a ver lo que de nuevo se vende en la plaza y allí estáis, lo probáis y gustáis, de esa manera Dios puede haber convidado a sus amigos a que prueben y tienten la verdad del exterior con pruebas y mortificaciones que lleguen al interior y así se les levantó aquella borrasca y trabajo en la cual mis hermanos me escriben afligidos y con particular sentimiento. No me espanto, porque en la primera mortificación sólo se ocupó el entendimiento y en la segunda el entendimiento se debe rendir y la voluntad mortificar y la carne sentir; y no es mucho que tema la carne la espada desenvainada, la que se mostraba atrevida jugando la espada negra. Yo sé decir que si en semejantes ocasiones no se aprovechase un siervo de Dios de los discursos que en otro tiempo ha hecho su entendimiento, le harían perder pie.

            Yo no puedo dejar de hacer aquí una confesión. Y es que cuando scribía esto de arriba y me vino esta nueva, aunque recibía mercedes de Dios con alguna luz que Su Majestad daba al entendimiento de los altíssimos fines de aquellas fingidas mortificaciones en que a nuestros hermanos los siervos de Dios los probaban, pasado ese argumento y silogismo que hacía y esa luz que se me representaba, era tan grande la polvareda que el demonio levantaba y los sentimientos que causaba, las razones que formaba, los encarecimientos que hacía para que yo formase pensamientos de aborrecimiento contra las tales personas o que aborreciese la obra, que le diese de mano o por demasiado de afligido desconfiase de lo que tantas veces he visto favorecido, que me parecíe me ahogaba y que no sabía de mí ni con quién consolarme ni a dónde volver el rostro, porque lo que había que me consolase era meramente spiritual y intelectual, lo que me afligía era sensible, ocular y permaneciente. Finalmente, veo ahora que todo era obra de satanás y que no era posible sino que docientos mill demonios acuden en semejante ocasión m.

 

2.         Los buenos fines de la mortificación

 

            Por eso es bien, mis hermanos, que para semejantes ocasiones estemos bien prevenidos de los altos fines que Dios tiene en las tales mortificaciones sensibles y verdaderas en que nos ejercita por medio [410r] de los hombres. Y uno de ellos es que entendamos que el reino de los cielos no se alcanza con solas representaciones, sombras o pincturas, sino con verdad y con sangre derramada y verdadera mortificación y rendimiento de la voluntad. Lo cual no sólo se alcanza con pensamientos,


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sino con ejercicios ciertos y verdaderos de la misma virtud. Y si Pedro dice: Si oportuerit me mori tecum, non te negabo 4, Cristo lo prueba para que se vea la verdad de aquellas palabras y con la misma verdad le enseña el asimiento a la cruz de Cristo, que no lo alcanzó con solo palabras y pensamientos. Y lo propio pasó a Thomás cuando dijo: «Vamos y muramos con él» 5. Es Dios muy amigo de verdades si, dichas, obradas. Y así esté advertido el religioso que saliere a hacer una mortificación que no se tardará mucho en buscar Dios ocasión en que pruebe si aquélla es vestidura de afuera, emprestada de sola su imaginación, de dura por el tiempo que se representa, volviéndola a su dueño en el tiempo de la tribulación. Y quiere el mismo Señor nuestro que se conozca quién es siervo fiel y verdadero que no se contentó con sólo decir: Domine, Domine n con la boca, sino que con las obras se dio y entregó por o siervo y esclavo, rindiendo p su voluntad en el tiempo de la mortificación verdadera 6.

            No se contentó Isac cuando su hijo Jacob le fue a pedir la bendición, dissimulando ser Esaú con sola la voz y las palabras en que dissimulaba, decía y fingía ser Esaú y que se le diese la bendición como a hijo de mayorazgo, sino que gustó de observarle y palparle las manos. Y a no estar allí encerrado gran sacramento en que el sancto viejo se dejase engañar del dissimulo de Jacob, pudo temerse una gran maldición, como el propio Jacob se temió y receló cuando le dijo a su madre: Témome no me conozca mi padre y entienda que hago burla de él y en lugar de bendición no me eche alguna maldición 7. Desta condición es Dios: que gusta, después de haber mostrado un religioso en las palabras y en lo de afuera ser hijo de Dios, pretendiente de su mayorazgo y bendición, gusta de palpar, atentar y ver las manos, que son las obras; las cuales, si no cuadran y vienen, como a hombre que ha burlado de su Dios y Señor diciendo q y fingiendo ser uno y ser otro, en lugar de bendición le eche alguna maldición, porque es Dios muy enemigo de hombres fingidos y dissimulados que dicen uno y hacen otro, gustando de lo fácil y volviendo las spaldas en el tiempo de la tribulación. [410v] Los cuales serían como los que Su Majestad dice que pregonan vino y venden vinagre y no traban sus enlucidos y jaharros con paja 8, sino con solas palabras que, como lodo suelto, no ase en los corazones de quien los oye y ve r, y para que sea lo que enseñan de dura, es necesario que lo que enlucen con las palabras y las demostraciones lo traben y liguen con sus obras; que a Dios no hay que echarle dado falso, que es como el fiel ejecutor que está en un lugar público donde registra, pesa y torna a medir lo que el otro pesó en su rincón, y no hallando el peso fiel, justo y verdadero, como a hombre mentiroso en su medida, él y el peso será castigado gravemente.

           


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¡Oh mis hermanos!, si esto considerásemos con atención, y cómo ninguno se atrevería a salir en público ni hacer obstentación de virtud y mortificación que en lo secreto, cuando viniese, no la recibiese los brazos abiertos y con particular regocijo. ¿Qué otra cosa es un religioso vestido por de fuera de mortificación y ceniza, sino un hombre que se pone delante los ojos de Dios pidiéndole y suplicándole le vista de aquella librea que por su amor gusta y quiere padecer y verse según verdad, conforme sale dibujado por de fuera? Ahora pregunto yo: si un hombre anduviese vendiendo mapas o retratos de personas que no había en el mundo, demás de que no habríe quien los comprase, era digno de gran s castigo. Bueno fuera que me quisieran a mí engañar y sacar mi dinero con un papel y dibujo que, después de muy aficionado a él, preguntando yo qué edificio es éste, qué pueblo, qué ciudad ésta tan torreada, me dijese el que lo vende: No hay tal en el mundo. Pues ¿qué pintura es ésta, hermano, que vendéis? Respondiese: Esto es, señor, pinctar como querer. Que venido a resolver t, pudiera decir: esto es engañabobos y entretenimiento de un rato. Cuando sale un convento por esas calles dibujado y pinctado y hecho un mapa de un nuevo mundo que publican y pregonan de u humildad, de desprecio, de desengaño, bueno fuera que llegando el otro y diciendo: ¿Qué cimientos son aquellos tan profundos de humildad, qué torres de negación y desprecio?, les hubiéramos de responder: no hay tal humildad, no hay tal negación, esto sólo es un rato de entretenimiento. No lo permita así Dios en nuestros hermanos, sino que, como hijos fieles y verdaderos, lo seamos en todas nuestras obras, registrando primero en el corazón la obra exterior, a ver si le hallamos dispuesto para el tiempo del trabajo, que hará lo que muestra por de fuera, y avisarle de que esté preparado y dispuesto para cuando entren las aguas de las tribulaciones hasta el alma.

 

3.            Aflicción personal

 

            [411r] Cierto, hermanos, que cuando estos días yo me he visto así afligido con esta mortificación que arriba dejo dicha de las nuevas que me daban de que de nuevo en Baeza los tornaban a perseguir, viendo el sentimiento que en mí hacía y los asomos que querían dar los primeros movimientos, conociendo en mí aquella ley contraria a mi espíritu en tanto grado que me parecía que, si Dios me dejara que el agua corriera por do hacía su asomo y amago, poco fuera salirme por esas calles con una espada, haciendo mill locuras y desatinos contra los que así nos contradecían, y que sólo este pensamiento y representación interior me daba tanta pena que ya parece había caído en la que dejo dicho incurren los que engañan el mundo no conformando el interior con el exterior. De manera que era Dios servido de darme que sintiese


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la persecución en su quintaesencia y, aunque a todo callaba y disimulaba y se quedaba allá dentro, con sólo aquel sentimiento sentía las penas de los que publican uno y venden otro, porque a mí me parece no era dificultosa de sacar la consecuencia: tú gustas que se hagan y publiquen mortificaciones y así lo estás escribiendo; quien tanto siente ésta verdadera que se le ofrece, no anda muy a una y conforme la pluma y el corazón, pues tanto sentimiento hace en esta ocasión que se le ofrece. Y allí echaba de ver cuán malo era que todo en el hombre no anduviese muy conforme.

            Y éste fue sentimiento que, por mucho que hacía, yo no lo podía echar de mí. De donde pienso fue estratagema que Dios quiso usar conmigo para enseñarme esta verdad de manifiesto: que de suerte ninguna no consienta mortificación de religioso que no esté muy preparado para las verdaderas v, porque si sólo se hacen por cumplimiento, es profanar un remedio y virtud tan heroica como es la de la mortificación y que quien enseñaba lo uno enseñase lo otro, no dejando manca esta doctrina. Prometo, hermanos, que con sólo aquel sentimiento que en mí causaba aquella mortificación que por verdadera me la representaba el demonio, me veía para con Dios y los hombres tan afrentado que me parece no quisiera haber nacido en el mundo y que menos lo sintiera si me viera con un hábito de un salteador de caminos, que de él no hubiera que decir cuando sintiera los agravios y echara mano a la espada. Pero traer yo hábito de fraile descalzo w y escribir y aconsejar mortificaciones y hallarme vivo al sufrirlas, al recebirlas y llevarlas, ya parece que me corrían x por las calles y me silbaban como hombre mentiroso y engañador y digno que por esa falsedad diesen en tierra con lo edificado, pues el edificio exterior, que por de fuera parecía, [411v] no estaba tan bien cimentado como convenía, pues hacíe sentimiento este pobrecillo corazón. Y así como el edificio no está del todo fijo y fuerte hasta que los cimientos hagan asiento, así me parecía a mí no lo estaba el nuestro, pues el corazón, sobre que se fija y carga, no estaba asentado en una profunda humildad y desprecio de todo, según la cual virtud es muy ordinario no reparar el corazón en ningún género de trabajo o persecución.

            Una piedra y, antes que la pongan en el edificio, anda rodando y con pequeña ocasión se mueve; pero después de asentada en su lugar y cimiento y cargado sobre ella el edificio, por golpes que le deis no la menearéis y sacaréis de su lugar, lo cual es buena señal de que ayuda, sufre y traba el edificio y muestra su perpetuidad. Pero cuando en los cimientos se andan y menean las piedras como dientes de vieja, no es buena señal. Así temía yo, y con mucha razón z, que mi corazón hiciese sentimiento y se menease o hiciese amagos, aunque fuesen de primeros movimientos, con los golpes de la persecución o mortificación a verdadera que me decían y me obligaban a creer, y que podría haber


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grande temor y miedo de que edificio que se asentaba sobre corazón medroso, temeroso o sentido, habíe de peligrar. Así como no es buena la mano que tiembla para tener una copa con licuor, porque seríe fácil el derramarla, y así no es acommodado para lo que vamos diciendo el corazón que con facilidad siente y mueve con los trabajos. Ha de ser un corazón quieto, asentado y fijo, de suerte que ninguna cosa lo altere. Que es lo que dijo [David]: Quia in aeternum non commovebitur 9; que eternamente no se mueva ni altere en lo próspero ni adverso, con carga ni sobrecarga. Que esto es lo que hace Dios con sus siervos: estar a su derecha para que no se tuerzan ni bamboleen.

            La razón por qué, entre todas las estrellas, sólo el norte es por quien se rigen lo mareantes y por quien se regulan los tiempos, es porque es estrella fija, que no se muda, tuerce ni mueve. Así ha de ser el corazón del religioso, y [en] particular el de el prelado: que ha de ser estrella fija y que, meneándose y temblando los demás corazones, el suyo siente esté en un asiento y lugar, sin hacer movimiento con palabras ni obras en el tiempo de los trabajos y tribulaciones.

            La razón por qué las mujeres no son para el trabajo es por la facilidad con que se mudan y alteran, y los trabajos train consigo grande inquietud; y si los cargásemos sobre cosas movibles daríamos con todo abajo. Así digo [412r] que estaba yo muy temeroso de ver la flaqueza y sentimiento con que mi corazón recebía estos trabajos. No quiero detenerme a decir de la manera que interiormente se me encarecían y se me sentaban, que bien sabía darles peso y carga el que en mí quería enseñar la doctrina que dejo dicho. Bastará decir una sola palabra, y es que me los subían de punto aquellos trabajos y persecución que ya me parecía todo estaba deshecho y la Religión acabada y yo solo; que como la hechura de la Religión parece tapa en mí mis muchos peccados y faltas, quitándome esa vestidura quedaba por quien yo me soy: por el hombre más malo de cuantos hay en el mundo.

            ¡Oh Señor mío, y cuando tú quieres y cómo hieres, mortificas y alcanzas de cuenta a un alma! Y si tanto se siente lo que es fingido, ¿qué será cuando tú quieras que de verdad sienta y se aflija el alma que no desea conformarse con tu querer y voluntad? Pues digo que con este sentimiento me b veía y estaba como afrentado y me parecía, aunque en lo de afuera dissimulaba, que todos los que me veían por la calle conocían el sentimiento que yo tenía en el corazón y que me juzgaban por quien yo era y me tenían por mentiroso y engañador. Y yo no sabía qué hacerme, que quisiera más no ser nacido que dar tan mala cuenta de mí; y como hombre indigno de el officio que tenía, teníame por desdichado por haberlo aceptado. Llamábame mal hombre por no lo haber estorbado, deseaba dejarlo y renunciarlo y no veía cómo, antes por mill partes me parecía imposible. Junto con esto —que


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cuando se abre la puerta para que entre una persona en una casa se entran otras muchas tras ella— abrió Dios la puerta a mi corazón para que entrase en él aquel sentimiento, y tras él se entraron otras millares de cosas que me pudieron dar pena: mis muchos peccados, descuidos, las grandes penas que por ellos merecía; y porque en esta aflicción no dejase el demonio de meter su cucharada, entraba con mill representaciones falsas, engañosas y torbellinos que, a no ser Dios el que de en cuando en cuando alumbraba el entendimiento, bien pudiera yo quedar ciego para hacer mill disparates. Pero como es Dios fiel amigo y no pretende más de enseñar verdades y aferrarlas en el corazón, cuando alcanza lo que pretende, cierra la puerta y echa la gente c fuera que aquel alboroto e inquietud mostraba.

 

4.            Amonestación para todos

 

            Ahora pues, mis hermanos, si así se siente un sentimiento que no conforma con lo esterior con lo que uno scribe o enseña, ¿qué será lo que Dios dará a sentir en la otra vida a un corazón mentiroso y engañador que hizo en lo exterior amago a la verdad y dio consigo en la mentira, enseñando uno y haciendo otro? [412v] ¿Qué fuera si Dios me dejara de suerte que aquello que el corazón sentía allá dentro y lo cargaba de penas, por quererlas aliviar, desfogara por la boca injurias o venganzas contra las personas que nos perseguían, y por justificar mi causa condenaba las ajenas, lo cual no se podía hacer sin grandíssimo d riesgo de la conciencia? Si las penas desencajadas de sus culpas hacen tal sentimiento que menean un corazón en tiempo que escribe y enseña los fructos de la mortificación y lo que inporta el rendimiento, ¿qué fuera si aquellas penas y sentimiento estuvieran pegadas y encuadernadas con sus culpas, no en lo secreto, sino en lo público, de suerte que pudieran decir los que lo vieran: Hic homo coepit aedificare, et non potuit consummare 10; empezó a edificar una torre y, por no tener el corazón rendido y bien sentado en la humildad, se volvió torre de viento que voló, se deshizo y desapareció, que a ser verdadera diera con ella en tierra porque no tenía el cimiento fijo? Allí fueran las penas, la mortificación, el sentimiento, la afrenta de ser hombres engañadores, fingidos, soberbios.

            Si cuando el otro me dice esos títulos y nombres entendiendo yo que me mortifica de prueba o de burla, y si de veras, estando yo recogido, hecho cuenta con mi conciencia que no deseo engañar ni mentir y que eso se me da valer y ser que ser despreciado, siento tanto que me digan y llamen de aquella manera y me pongan tales nombres, ¿cuál sería el sentimiento que se tendría si ellos lo dijesen de veras y


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yo conociese clara y llanamente dicen verdad, porque veo yo que no hago interiormente o no tengo el corazón mortificado como hago la demostración por de fuera? Si el que se piensa muerto y trata de eso muchos días y a eso endereza sus obras, palabras y pensamientos siente tanto una mortificación en que Dios hace el ensayo de otras verdaderas que le ha de enviar con verdaderas persecuciones, ¿qué sería si el corazón estuviese vivo e con vivos sentimientos y sin procurar rendirlo, humillarlo, amansarlo? Si vos tuviésedes un sclavo con quien gastásedes todo el día en f enseñarle rendimiento a su amo, unas veces por bien, otras por mal, y con todo eso en una prueba que su amo hiciese con él le levantase unos ojos airados, ¿qué sería si lo criase al dicho esclavo libre, sin rendimiento, doctrina ni castigo? Este tal vivía con peligro en su compañía de hacer [413r] muchos disparates y desacatos.

            Díganme, mis hermanos: si un Pablo, después de haber subido al tercer cielo 11 y castigar su cuerpo, como él dice, y rendido con tantos trabajos, cárceles y prisiones, etc., dice que siente otra ley que allá dentro le está repugnando y contradiciendo los altíssimos fines que pretendía 12, ¿qué puede aguardar el religioso que en esto tiene descuido y no gasta el día y la noche en hablar con su corazón, en humillarlo y aplacarlo, rendirlo y sujetarlo en el tiempo de la bonanza para el tiempo de la tribulación? A esto, mis hermanos, van enderezadas nuestras mortificaciones y ensayos públicos cuando salimos por esas calles desnudos o con ceniza a andar las calles de cumplimiento: que de verdad andaríamos, si fuese menester, una y mill veces padeciendo con gana por este buen Señor nuestro y por satisfacer nuestras culpas.

            Yo tengo por cierto que el sentimiento que Su Majestad me dio a sentir en semejante ocasión mostrándome las raíces vivas de mi propio corazón —no que Su Majestad diese lugar brotasen ni naciesen, porque eso sólo fue misericordia suya, sino que entendiese que allí habíe algo que en todo no decía con lo que iba escribiendo— que sólo fue enderezado para que una y mill veces pida y encarezca a mis hermanos esta doctrina y persuada esta verdad. Que si queremos ser verdaderos hijos de Dios y que nos ame y tenga para lo que nos ha escogido, que en cosa de tanto interés no haya descuido ninguno, sino continuo estudio y desvelo en g cómo estaré preparado para sufrir un trabajo, una persecución, séase del jaez que se quisiere. Y que esto lo pretendiese Dios con este sentimiento que en mí causaba, es fácil el entenderlo por la necesidad que al presente se ofreció. Que llano es que si hay un enfermo en una casa y vemos entrar el médico o medicinas, que debemos entender va ordenado aquello a la cura del tal enfermo.

            Pues digo que a este tiempo, en el propio Baeza donde están los tales religiosos y hermanos nuestros, y que todos ellos habían salido en una pública mortificación que habían asombrado el pueblo, hubo un


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religioso h que dentro de muy pocos días se levantó contra su prelado a no le querer obedecer y a decirle palabras pesadas. Pues dime, desdichado religioso, ¿qué pretendías cuando públicamente salías por las calles predicando penitencia [413v] y enseñando mortificación? Quien con tanta facilidad se mostró vivo, entero o, por mejor decir, mentiroso y engañador, que publicabas cielo y el camino de la verdad y vendías infierno y andabas por el camino del engaño. No quiero decir más de esto, que basta la pena que a mí me dio, pareciéndome que si aquello se sabía bastaba para que ellos probaran i ser verdades las cosas que quizá por cumplimiento decían y que eso fuera bastante para echarnos a pedradas de su pueblo. Sólo digo que, pues tan a mano se nos ofreció el enfermo a tiempo que Dios enseñaba y descubría la llaga y mostraba la medicina, dándome a mí a sentir cuán malo es que un religioso que por de fuera enseña mortificación por dentro esté vivo, que me enseñaban debía aplicar a tal enfermedad esta medicina que con esta viva representación me enseñaban; y es que no hay otra para no desagradar a Dios que rendir el interior y conformar lo interior con lo que se muestra por de fuera.

 

5.            Cuándo son penas causadas por Dios

 

            Ya queda dicho el parecerme cierto era esta medicina para aquella enfermedad. Lo segundo, digo, para acreditarla, que me parece evidente cosa fue de Dios, porque el demonio no puede dar a sentir tan en lo vivo y en el alma una cosa j, y es menester advertir cuándo estos sentimientos o penas son causados de Dios y cuándo del demonio. Verdad es que dejo dicho arriba que, cuando en semejante ocasión el demonio tiene barruntos de la aflicción de aquel alma, aprieta él por su parte los cordeles, por ver si con la añadidura pudiese acabar con la tal persona. Pues digo que es necesario saber hacer diferencia de sentimientos a sentimientos. Los de Dios son fáciles de conocer, y aun los del demonio. Y si este conocimiento no se lo dan luego, no se tardará. Los de Dios entran allá dentro. Que como tan bien sabe los rincones, aprieta y enllena el alma de la pena que Su Majestad gusta que padezca sin dejar cojugón vacío. Echase de ver que son penas muy secretas que a la tal persona solamente se las manifiesta. Son penas que, demás de mortificar a aquella alma, paren mill pensamientos buenos y descubren particulares fines enderezados a nuestro provecho. [414r] De ellos no se infiere ninguna cosa que sea mentira; y si acaso algo se ofrece inferir que no sea verdad, eso hácelo nuestra propia imaginación, temerosa de lo por venir, y en eso pone compañía el demonio.

            Pero las penas causadas del demonio cain muy por de fuera, que muy pocas veces le da Dios licencia k para que obre más adentro.


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Conócese el alma muy libre, suelta y desatada para todo lo que quiere. Verdad es que ve lo de afuera turbado y añublado, pero anda sobre esas tinieblas y espinas como los sanctos mártires sobre las brasas, y finalmente lo que pretende con aquellas penas l el demonio no tiene su efecto lo que en ellas pincta y sus obiectos son falsos y mentirosos.

            Cierto que tengo de poner un exemplo que a mí me pasó en semejante ocasión que bien muestra esta verdad. Pudo ser que viniese en esta ocasión y diese Dios lugar al demonio para que ex oposito de penas a penas se conociesen cuáles eran de Dios para que las estimase y tuviese como obra de su poderosa mano, procurando los fines que en la tal pena y mortificación interior Su Majestad pretendía. Y para contar esta m pena que así digo exteriormente el demonio causaba en mí, siento mucho el no poder decir el fundamento tan aparente que el demonio tenía, que cierto causara admiración y espancto y no es bien decirlo. Sólo digo que aquel propio día se lo conté algo de él al hermano fray Pedro de la Madre de Dios en la güerta, diciéndole que aquello habíe tomado el demonio por instrumento para me inquietar en la missa. Pues digo que estando diciendo missa debiera de dar Dios licencia a muchos demonios que en mí dibujasen y pintasen en la imaginación que, antes que me quitase del altar, me habían de matar y dar de puñaladas ciertas personas que allí estaban y que sólo habían venido a eso de lejos, y que eso sería infalible con grande crueldad y venganza sobre cierta cosa que yo había dicho quiriéndome eximir de cierta petición, en la cual no habíe habido defecto pero que habían tomado por caso de menos valor cuando vino a sus oídos. Y esta persuasión era en tal manera que cuando me volvía a decir: Dominus vobiscum, les miraba al rostro a ver si los hallaba demudados. Y para [414v] cualquier cosa que pensaba o veía, hallaba argumento en confirmación de esta tentación. La cual en mí estaba tan viva y tan sensible y juzgada por tan cierta que no pudiese ser más. Pues veamos en qué se veía ésta ser del demonio meramente.

            Lo primero, digo en que estaba muy por de fuera, que veía yo que no entraba ni le daban lugar a que entrase adentro. Como si uno se mojase bien n: echa de ver cuándo el agua que cai sobre sí y la repara con la capa, si se queda en la propia capa o si se cala y entra adentro. Parecíame a mí, cuando lloviera de aquella manera cuantas penas hubiese en el mundo, no me daríen la más mínima congoja de las que recibo con la otra diferencia de penas y sentimiento que arriba digo.

            Lo segundo, digo que estas penas que así vienen causadas del demonio, que cain por de fuera, dejan al alma muy libre para que haga y obre lo que o Dios fuere servido. Y así confieso que estando en esta aflicción me volvía a Dios y me holgaba que acabasen conmigo. Y pues yo no tenía culpa ni aun venial, me parecía en aquello que sería muerte padecida por el mismo Dios. Allí se la ofrecía y hacía actos de perdón y de paciencia. Paréceme aquí que no tiene esta libertad el alma cuando


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Dios la da a sentir alguna pena o mortificación interior, porque queda como un hombre a quien acá le dio alguna enfermedad con que se le trabaron los nervios y quedó clavado de pies a cabeza, que no puede menear pie ni pierna ni brazo. Así debe de quedar (no sé si digo bien) el alma a quien entraron hasta sus interiores y güesos las aguas del sentimiento que Dios guisó: que dejó esta alma trabada de tal manera que sólo le queda un cruzar las manos y decirle a Dios que descargue a su gusto y voluntad, porque aquel sentimiento interior parece que se sorbió y tragó todos los discursos que le p podían ayudar y favorecer. Debe de ser [como] cuando a uno le aprietan q un cordel y le atormentan o tiene un dolor vehemente y agudo: que allí parece que se le recoge el entendimiento, memoria y voluntad; sólo aquello sabe, ve, entiende y percibe. De esa misma manera, ese sentimiento interior que Dios envió a un alma todo se lo llevó tras sí y allí está [415r] toda recogida y unida sin saber ni entender otra cosa, porque así debe de ser voluntad de aquel que lo ordena. El cual, como señor de la casa que tiene las llaves de los aposentos más cerrados y escondidos r de aquella persona, abre y da lugar para que aquellas penas entren hasta los interiores de suerte que aquella tal alma quede bien empapada y enbebida en aquella aflicción espiritual que yo decía. Pero como el demonio no es así señor de la persona que tienta, anda por de fuera: Sicut leo rugiens circuens, quaerens quem devoret 13.

            Lo tercero en que se conocen estas penas segundas ser del demonio es en que lo que persuadía por ellas es falso y mentiroso y no sucede tal. Y Dios, aunque finja penas en un alma s, sólo por ellas persuade verdades y cosas que son en provecho de aquel alma.

            Lo cuarto, que los sentimientos interiores que suele Dios dar para mediante aquellas penas persuadir algunas cosas en bien y provecho nuestro, siempre queda un no sé qué, un recuerdo, una señal, así del dolor y sentimiento interior como de lo que por él pretendía Dios; pero las segundas penas, pasado aquel torbellino, luego se pasa la memoria de ellas y lo que con ellas el demonio pretendía. Y estas dos diferencias de cosas las he visto en mí clara y llanamente en estas dos diferencias de penas y mortificaciones que estos días he padecido, y es bien que se consideren y apriendan para cuando un religioso se viere en ellas: que sepa hacer diferencia para no dejarse llevar de las segundas que así causa el demonio, para sólo inquietar un alma, y que conozca las primeras para que, aprovechándose de ellas, procure hacer aquello que en ellas Dios le enseña.

            Así he procurado yo. Entendiendo que por aquella mortificación interior era gusto de nuestro Dios que nuestros hermanos acudiesen de veras a mortificar sus interiores y a disponerse para padecer de veras por su amor, lo he procurado persuadir por estos pocos ringlones.

 

 




1         Cf. Mt 23,2‑4.



2         Cf. pp.531‑532.



a            sigue scusándolas tach.



b            sigue y de la cond tach.

 



c            digo‑hecho subr., al marg. ojo de 2m.



d            una‑mortificación subr.



e            sigue de suerte que tach.



f             sigue di tach.



g            sigue q tach.



h            sobre lín.



i            sigue nos tach.



j            sigue fuer tach.

 



k            sobre lín.



l            Juzgo‑envidia al marg.

 



3         Cf. Ap 7,13‑14.



m           corr.

 



4         Mt 26,35.



5         Jn 11,16.



n            sigue sa tach.



o            rep.



p            corr.



6         Cf. Mt 7,21.



7         Cf. Gén 27,6‑23.



q            sigue que tach.



8         Cf. Ez 13,10: «Et ipse aedificabat parietem, illi autem liniebant eum luto absque paleis».



r            ms. vee

 



s            sobre lín., en lín. tal tach.



t            sigue se tach.



u            sigue la tach.

 



v            de suerte ninguna‑verdaderas subr.



w           yo‑descalzo subr.



x            que me corrían subr.



y sigue que tach.



z            sigue de ver tach.



a  sigue de tach.

 



9         Sal 11,6.



b            sobre lín.

 



c            sigue que tach.



d            sigue riesgo tach.

 



10        Lc 14,30.



e            corr. de vivos



f             sobre lín.



11        Cf. 2 Cor 12,2.



12        Cf. Rom 7,23.



g            sigue q tach.

 



h            al marg. ojo de 2m.



i            sigue las verdades tach.



j            sigue que pasada aquella borrasca tiene en sí tan poco hierro tach.



k            sigue que tach.

 



l             sigue penas tach.



m           sigue sentimi tach.



n            sigue vey tach.



o            sigue yo tach.

 



p            sigue so tach.



q            ms. abrientan



r            sigue qu tach.



13        1 Pe 5,8.



s            sigue no tach.

 






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