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San Juan Bautista de la Concepción Obras II – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
VII. VIDA PURGATIVA
Bien pudiéramos reducir este estado de vida a los que enpiezan, que llamamos vida purgativa, porque esto es lo primero que ha de procurar hacer un alma que de veras pretende llegarse a Dios y gozar de aquellos bienes eternos, inmensos y delicados que de suerte ninguna admiten mezcla ni compañía.
Y por parecerme ésta es una cosa de grande inportancia para este fin, me quiero tornar a la probanza de ella, y quiera Dios que después de muy dicha, enseñada y entendida, lo procuremos hacer con las veras que conviene. Y esto digo por ver muchos que hablan de esto y lo enseñan y en sus palabras muestran el entenderlo y nunca jamás lo obrarán como conviene ni se acaban de desenbarazar y linpiar de veras para entregarse puramente al trato con Dios. Y no sólo digo del que vive en el siglo, sino del religioso que está retirado. El cual a, sin saber por dónde ni cómo, se halla pegado a cosas que él no pensara. Yo confieso que hablo esto y lo digo por mí. Debe de ser la causa que, siendo lícito a los siervos de Dios algunos ratos asomarse a las ventanas
de los sentidos a ver y contemplar a Dios en las cosas de acá fuera, ellas propias le tiran la capa y lo detienen para que en ellas se esté más de lo que conviene, como quien determinó hacer una visita por breve rato y, en ella suspenso o olvidado de las cosas más propias y de mayor interés, la alargó y gozó más tiempo de lo que convenía. Lo cual no es pequeño el daño que hace a este género de gente, como ahora lo veremos. Y en lo que dijere, quedará todo probado.
1. Purificación y soledad radical
Lo primero, digo que, a mi parecer, sentía bien esto el glorioso Agustino cuando decía: Minus te amat, qui tecum aliquid amat, quod non propter te amat 1; menos, Señor, te ama quien contigo ama otra alguna cosa. Lo cual se ve claro en lo que dice san Pablo de los casados, con ser un sacramento divino y que Cristo manda a la mujer ame a su marido y al marido a su mujer y que por ella deje a su padre y madre. Con todo eso, tratando del amor y trato que debe tener con Dios, llama a los casados gente dividida: Quia cogitat quae sunt mundi, quomodo placeat uxori 2. Dividida el alma, pierde de su estima; los cuidados de otras cosas echan fuera los pensamientos que sólo son de Dios. Tomá una botija de agua llena, echadle dentro algunas pedrezuelas o arenas delicadas que a vos os parezcan cosa de poca consideración. Es llano que se ha de derramar, verter otra tanta cantidad, porque dos cuerpos no caben en un propio lugar. Lo propio digo yo del alma [447v] que está o pretende estar ocupada en pensamientos de Dios: que si vos le echáis cualesquier cuidados, por pequeños que sean, se ha de reverter otro tanto del licor divino que estaba dentro. Que es lo que dice san Agustín: menos, Señor, te ama quien contigo otra cosa ama, porque los pensamientos de tierra y pensamientos de cielo no pueden estar juntos, porque, como la capacidad de nuestras potencias es finita y limitada, los unos pensamientos echan fuera los otros.
A este propósito, se puede entender lo que dice Plutarco (tomo I, Virorum illustrium in vita Numae Pompilii). Mandaba en sus leyes que no se pudiese sacrificar a sus dioses vino de parras no podadas: Diis libandum non esse ex vitibus non putatis. Parece que sí lo hacía éste, porque el vino que se les ofreciese fuese bueno, que era más fácil mandar que no se ofreciese vino malo y no decir que no se ofreciese vino de parras por podar. Digo que el hablar de esta manera fue dar a entender lo que vamos diciendo: que el sacrificio que nuestra alma hiciere a Dios de sus pensamientos no será enteramente agradable sin que primero corte los ramos superfluos y cercene de sí el bullicio de otros pensamientos de tierra. Los unos a vuelta de los otros son vino de parras no podadas ni suave, agreste y no agradable a Dios.
Todo esto propio me parece lo que el glorioso san Gregorio dice en sus Morales (advirtiendo a el que esto leyere b que esto que ahora scribo, por parecerme muy conforme a lo que iba diciendo, me pareció ponerlo aquí, habiéndolo leído esta mañana. Y esto lo noto porque, como no pretendo trasladar libros, sino decir con llaneza y sinplicidad a mis hermanos lo que Dios fuere servido de darme como cosa más propia de la Religión, quiero avisar lo que es ajeno). Pues digo que dice san Gregorio —y, por no cansar, pondré las palabras en romance—: cuando el alma no la consientan derramarse fuera de sí, sube con más pujanza sobre sí de la suerte que los árbores, cuando les cortan las ramas con que se ensanchan, suben derechos y crecen más alto 3. Que es lo propio que la Sabiduría dice (Ecclesiastici 38): Qui minoratur actu, sapientia perficitur 4; el que más se cercena de obras, más se perfecciona en la sabiduría. Parece que habla al pie de la letra de la parra podada: que por más que de ella cortan y cercenan, lleva más y mejor fructo; y como las ramas cortadas al pie del árbor: que le hacen subir más.
Dice Job, como cosa de gran bonanza: Cui dedit in solitudine domum, et tabernacula eius in terra salsuginis 5; que su casa sea en la soledad y sus tabernáculos y moradas que sean salitrales. ¡Válame Dios! Pues ¿esto es bueno? Sí, porque esta tierra es estéril y no lleva fructo. Y así quiere Dios el alma del justo: estéril de pensamientos de la tierra.
2. Tres escalones
Escribió a este propósito Hugo de Sancto Víctor unas palabras de harto peso. Y por ser tan a nuestro propósito, las pondré en latín y romance: Homini data est mens ut per intellectum intus ingrederetur, et contemplaret Dei Sapientiam, et per sensum foras egrederetur [448r] et contemplaret opera sapientiae: intellectus intus illustravit, sensus foris decoravit, ut in utroque refectionem inveniret, intus ad felicitatem foris ad jucunditatem, sed quia bona exteriora diu stare non possunt, vissus est homo ab exterioribus ad interiora vacare, et ab interioribus ad superiora ascendere (Hugo de S. Victore, 3 De claustro animae, capítulo 9 c). Y porque esto sea para todos, pongámoslo en romance: Puso Dios el alma en este cuerpo, diole d no sólo retretes y aposentos secretos donde se retirase, sino tanbién casa de campo fuera, donde saliese a recrearse. Quiso que mediante su entendimiento se entretuviese en sí mismo en contemplar la sabiduría de Dios y algunos ratos mediante los sentidos, que son como ventanas o puertas de su aposento, se asomase y saliese a espaciarse fuera y a considerar las obras y efectos de esa misma sabiduría. Pero estas salidas habrán de ser por poco tiempo, porque poco duran todas las cosas exteriores, y así la mandan que
presto dé la vuelta y se recoja a las cosas interiores y de ella suba el pensamiento e a las superiores y celestiales.
Hasta aquí son las palabras de Hugo 6. El cual parece pone tres scalones o tres jornadas del alma. La una, salir fuera por las puertas de los sentidos a considerar los efectos maravillosos de la sabiduría de Dios que resplandece en todas las cosas visibles o corporales, que son obiecto de nuestros sentidos. Pero esta jornada (como es salir de casa) conviene ser breve, y así entra la segunda, que es volverse presto a recoger de sus puertas adentro, a tratar lo cumple dentro de sí mismo. Tras lo cual se sigue la tercera, que es subirse de sus retretes interiores a pensar en las cosas altas y celestiales. Este es el camino y no hay dar saltos de la primera jornada a la tercera sin pasar por la segunda, que es tocar a recoger allá dentro. El que trai el pensamiento vagueando fuera de sí, no es posible levantarle con veras a pensar en Dios y las cosas celestiales sin que primero le recoja en sí, porque éste es el orden y medio por donde se ha de pasar. De suerte que de la ocupación de los sentidos al recogimiento del alma y del recogimiento a la contemplación.
Y porque hay cierta inclinación natural en nuestra alma, por la cual gusta de spaciarse fuera de sus retretes o, a lo menos, cierta manera de golosina en las cosas visibles, con la cual, cogiéndola fuera, pegan de ella y la convidan a que se detenga y no se retire tan presto, por esta causa (aunque todas las criaturas son efectos de la sabiduría de Dios) estorban el camino para el mismo Dios, de lo cual se lamenta san Agustín en sus Confesiones [448v] con unas palabras sentidas: Illa me tenebant longe a te, quae non essent, si non essent in te 7; desvíanme, Señor, de ti las cosas que no fueran, si no fueran por ti y en ti. Dice que estas cosas esteriores acarician y detienen el pensamiento; que, siendo cosas que tienen el ser por el mismo Dios, nos desvían del mismo Dios, porque hay un scalón en medio que es apartarse de ellas y recogerse el alma en sí.
Celio Rodigino (lib. 17 De las Antigüed., cap. 11) 8 dice que las leyes de las doce tablas disponen que los que plantan árbores en sus heredades estén apartados de la heredad ajena cinco pies y, si fuere nogal o higuera, más lejos: nueve pies desviada de los tales límites. La razón de ello es porque éstas se estienden y ensanchan más sus raíces y chupan el jugo bueno de la tierra ajena o le pagan el malo de sus raíces; y la que contra este arancel se plantare, se arranque con violencia. El rato que el alma se entretiene en estas cosas corporales que mira y siente y se ocupa en pensamientos de ellas, habiendo de tratar de
pensamientos celestiales, que ya es otra jurisdición, conviene que haya tierra en medio, que es el segundo scalón o stado que el alma se recoge, porque de otra manera esos pensamientos de las cosas de acá fuera, si se acercasen a la heredad ajena, chuparle hían el jugo y divirtirían el alma de la atención que entonces debe tener ocupándose en cosas celestiales f.