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San Juan Bautista de la Concepción
Obras II – S. Juan B. de la C.

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XVIII. MANTENER LA PRESENCIA DE DIOS

 

            Hemos dicho tres o cuatro cosas: la continuidad con que un religioso y siervo de Dios ha de estar asido a esta presencia divina de quien le


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viene su vida y conservación, como lo es del niño el pecho de la madre; lo segundo, que esta unión y junta ha de ser de afectos encendidíssimos; lo tercero, que estos afectos se han de procurar cebar y conservar con muchas obras activas y sanctos pensamientos.

 

1.         El espíritu como una vela encendida

 

            Todo lo cual se podría confirmar con la explicación a que esta mañana decía yo a los hermanos de aquellas palabras que san Pablo dice a [los Tesalonicenses]: Spiritum nolite extinguere 1. En las cuales palabras da a entender que el spíritu es como una vela encendida, pues dice que no lo apaguemos. Y lo propio parece da Cristo a entender en muchas parábolas que puso, pidiendo a los hombres el cuidado y vela que debían de tener mientras viviesen en el mundo, pues conparó esta Iglesia a diez vírgines que con sus lámparas encendidas salieron a recebir el esposo y esposa. Y por san Mateo dice que velen esperando a Dios, como quien aguarda a su señor que viene de bodas, con sus velas en las manos 2. De manera que, según esto, el alma unida con Dios no es otra cosa sino un spíritu encendido y abrasado con un fuego divino. Lo primero, la continuidad b de la presencia de Dios. Nunca es lícito apagar el spíritu, sino que siempre esté encendido, siempre arda y estas llamas [485v] claro es que no han de ser de palabras ni de sólo discursos, sino de afectos. La cera que esta vela gasta y el cebo que come son obras activas y alta conservación, y después de encendido este espíritu y puesto en este punto pide san Pablo que no lo apaguemos.

 

2.         Modos de perder la presencia de Dios

 

            Veamos con qué se apaga una vela, que esas cosas serán aquellas con que se perderá esta presencia de Dios, con quien el alma c está unida y con cuyo fuego arde.

            Lo primero, matamos y apagamos una vela pegándola en el suelo y volviéndola a la tierra. Y así se pierde esta soberana presencia, como arriba hemos dicho, pegándose el alma a las cosas de acá abajo.

            Lo segundo, puniéndola al aire y estando las puertas y ventanas abiertas, por donde pueda soplar. Y así consume y acaba un spíritu si en él entra presunción o vanagloria o se da lugar o se abren puertas o ventanas dando ocasiones por donde se pueda ensoberbecer.

            Lo tercero, se mata en el agua. Y así se ahoga nuestro spíritu en la muchedumbre de cuidados, etc.

            Lo cuarto, arrojando una vela al rincón no d dándole el candelero e que debe tener. Y así mandó Cristo que velásemos y tuviésemos las


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velas en las manos que sirviesen de candeleros. Hay algunas personas que sus spíritus los arrojan al rincón, no haciendo caso de ellos, donde con facilidad mueren y apagan la virtud que en otro tiempo hayan granjeado. Han de estar nuestras velas en nuestras manos, nuestros spíritus levantados f y enderezados en obras particulares en que se debe exercitar un siervo de Dios. Las cuales le sirven al spíritu de candelero para que esté derecho y arda en amor de Dios, que es lo que dijo David: Anima mea in manibus meis semper 3; mi alma no ha de andar a los rincones, siempre la tengo de tener en la mano. Acá solemos decir de las cosas que tenemos grande cuidado, memoria y advertencia para hacerlas y mirarlas, es decir: esto tráigolo o téngolo en la mano. Y así ha de andar nuestro spíritu en la mano, pues es vela encendida para que siempre arda, que no se apague, siempre se cebe y haya gran cuidado en despabilarle de las inperfeciones que se le pegan de parte de la carne.

            Lo quinto, se apaga una vela ahogándola de suerte que no tenga por dónde salga el humo ni pueda resollar o respirar. Y así el spíritu hémoslo de desafogar muchas veces y no ahogarlo, que suele la mucha carga aun a la bestia que coge debajo matarla. Y lo propio podían hacer con las obras elícitas al spíritu, como la mucha cera al delgado pábilo o mucho aceite a la delicada torcida. Llamo yo en otro sentido ahogar al spíritu cuando sus sanctos y buenos pensamientos no les damos lugar [486r] a que se pongan en execución. Como si uno tuviese grandes ansias por hacer grandes cosas y las reprimiese y no hiciese nada. Este spíritu se ahoga y consume y es necesario dejarle respiraderos, como la boca para que alabe a Dios y las orejas oigan sus alabanzas, las manos obren y los pies se ejerciten en cosas de virtud.

            Lo sesto, se puede apagar una vela volviéndola lo de abajo arriba. Con su propia cera y cebo se apaga por no estar como debe. Y éste es uno de los mayores trabajos y miserias humanas: que dentro del hombre haya con qué se apague el spíritu. Porque yo considero un hombre semejante a una vela: el cuerpo es la cera, que con facilidad se derrite y deshace; el alma, el pábilo; la luz es el fuego del Spíritu Sancto, con que el spíritu arde. Pues para que esta vela no se apague, es necesario que esté derecha, que el spíritu esté levantado y el cuerpo humillado, la razón arriba y la carne abatida g. Pero si este orden se pervirtiese, antepuniendo las cosas del cuerpo a las del alma, y abatir la razón y levantar la sensualidad, echar por tierra el alma y levantar por los gustos el cuerpo, es llano que la misma carne ahogaríe el spíritu, y el cuerpo al alma, de suerte que viniese a perder toda la luz, fervor y devoción que tenía a las cosas de Dios. Y así como la cera es la que ayuda y sirve de cebo y como manjar y nutrimento para que la vela arda, de suerte que la llama para se conservar en el pábilo va


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chupando y comiéndose la misma cera, eso propio hace el spíritu encendido en amor de Dios: que se sustenta, vive y chupa la carne para se conservar y vivir él. Pero, como digo, este sustento ha de estar a la parte de abajo porque no ahogue la luz, que es la que san Pablo, en las palabras que arriba digo, pide que no se apague, sino que siempre arda 4.

 

3.         La imagen del fuego

 

            El fuego que san Pablo desea esté en nuestros corazones tiene en sí todas las propiedades y deseos puestos en execución del alma que pretende tener a Dios con las condiciones dichas. El fuego es el elemento más ligero, más ágil de cuantos hay; que para encarecer acá mucho eso, solemos decir que es un fuego o un rayo. Y de la venida de Cristo dice el evangelista que será como un rayo que sale del oriente y no para hasta llegar al occidente 5. Y así ha de ser un religioso en esta vida de perfección que pretende alcanzar: un fuego, un rayo incansable: Volabunt et non deficient 6.

            [486v] Esa es la razón por qué los cherubines, que son amor y fuego encendido, dice Esaías que cada uno tiene seis alas: Sex alae uni, et sex alae alteri 7. Seis alas tenía cada uno, como quien dice: Nadie sospeche que donde hay fuego y amor encendido hay cansancio ni fatiga, porque cuando las dos alas se cansaran de volar, mientras ésas descansan h hay otras dos que remudar y luego otras dos. Pregunto yo: si un hombre tuviera necesidad de hacer un camino largo en breve tiempo, ¿qué diera por tener seis pies, para que habiendo andado con los unos seis u ocho leguas, y habiéndose cansado, mientras descansaban estos dos pudieran otros dos andar y luego otros dos? Pues todo esto tiene el alma que está encendida en este soberano fuego: que el mismo fuego le sirve de seis alas, dos en el entendimiento con que le da conocimiento de las cosas naturales y sobrenaturales, y con este conocimiento vuela a su criador; y este fuego que al entendimiento da esa luz, a la voluntad la derrite y aficiona de suerte [que], engendrando en ella otras dos alas de afectos tiernos, amorosos, le hace volar y pasar mill dificultades; y en la memoria pone una presencia de lo divino y humano para que le sirva de otras dos alas con que, no perdiéndole de vista, siempre se vaya tras él.

            Y siendo fuego y con tantas alas, bien se deja entender que un siervo de Dios no se cansará, porque si alguna vez, por estar nuestro espíritu informando este cuerpo y para ejercitar sus potencias, siendo necesario aprovecharse de estos órganos corporales, alguna vez las dos alas se cansaren, puede volar con las otras dos, mientras ésas descansan.


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Quiero decir que, si el entendimiento se cansare de hacer discursos, descanse y vuele con los afectos ya movidos de los discursos pasados y con el conocimiento ya aprehendido haga obras de manos. Y si desfalleciere y se cansare, como la esposa dice en el recado que envió a su esposo: Dicite dilecto meo, quia amore langueo 8, siéntese, como ella propia hacía cuando decía: Sub umbra illius quem desideraveram sedi 9, siéntese a la sombra de esta soberana presencia que siempre trai delante, y allí podrá descansar un rato. Que descanso es en que el alma aún i no para, sino antes más camina, porque si hasta allí habíe volado [487r] en la forma que queda dicho, cuando llega a este estado j queda hecha un pensamiento; y va tanta diferencia de ella en este asiento y descanso a cuando decíamos que volaba como la hay entre este fuego material al elementar, que sin ninguna comparación es mucho más ágil, por ser simple y sin composición.

            Y digo que, cuando el alma llega a hacer de sí esta entriega de su persona al mismo Dios y desfallecen sus fuerzas, entran otras sobrenaturales y los brazos de Dios, si le sirven de cuna do descanse, le sirven también de alas con que vuela. Y así allí ya el alma se zabulle y queda como el fuego elementar por la poca conposición que allí padece, porque todo lo que se ve es Dios. Y así queda muy más ligera y cumplido en ella lo que dice David: Viam mandatorum tuorum cucurri, cum dilatatisti cor meum 10; ensanchóme tu amor este corazoncillo que las cosas de acá abajo, por ser ellas cortas, me lo tenían estrechado y, como con tu amor quedó engrandecido, echó grandes pasos, de suerte que ya no andaba, sino corría por el camino y cumplimiento de tus preceptos y mandamientos. Esta es la razón por qué el Spíritu Santo se apareció en figura de paloma 11, porque es la ave que tiene más inpetuoso vuelo.

            Lo segundo que tiene el fuego es que, para que sea perpetuo, lo han de estar siempre cebando. Que era lo segundo que yo decía de los afectos: que, para que siempre durasen, se habíen de cebar con obras activas y sanctos pensamientos.

            Lo tercero, es el elemento que con mayor facilidad convierte y entraña en sí las cosas que le echan. La tierra echadle un canto y piedra k, lo conserva hecho canto; y lo propio el aire y el l agua. Pero el fuego, aunque sea un hierro, lo entraña y convierte en sí. Esto es lo tercero que yo decía que habíe de hacer un alma después de alcanzada esta presencia m de Dios: que lo habíe de procurar entrañar y unir consigo propio, que son las condiciones que decimos ha de tener un alma para se conservar en su perfección: procurar darle el asiento que debe tener, que es nuestro corazón.

 


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4.            Cuestión de voluntad

 

            Soy tan amigo que nuestros hermanos procuren caminar con estos afectos entrañables que no quisiera salir de aquí ni tratar otra cosa. Y confieso que lo demás, en comparación de esto, se me deslumbra y deshace entre las manos. De donde algunos hermanos han pensado no soy amigo de estudiantes, por ver lo poco que trato de entendimiento y que todo se me va en dar tras esta voluntad. No hay que espantar, [487v] porque ésta es la libre, la cerril, la que manda en casa; y si ésta no es fiel amiga derecha, todo va perdido. Esta n es la que descompone esta máquina interior y esterior del alma y cuerpo. Esta es la que gana o pierde el resto en un punto, la que hace los envites acertados o errados, la que sube o baja en un momento al cielo o a el infierno. Esta es la que ennoblece o infama a uno en un instante. Qué de ellos debe de haber en el infierno de que han tenido buenos entendimientos y han tenido altíssimo conocimiento; ninguno que de su voluntad haya hecho cierta y verdadera entriega a Dios.

            Pues si todas estas cosas tiene encerradas en sí una buena voluntad movida y llena de deseos de Dios, ¿qué mucho que se nos vayan los ojos tras ella y en su comparación no haya oro en el mundo? Esta es, mis hermanos, la que busca a Dios con presteza y ligereza, ésta es la que lo halla, la que lo prende y tiene cuidado de ligarlo y atarlo no se le vaya, y la que siempre se lo trai consigo. Esta es la que en el camino de Dios corre, la que hace millares de veces salir de paso al cuerpo, porque los suele dar tan grandes que suele atrabancar todo lo criado y con ansias y deseos subirse al cielo en un instante.

 

5.         La «ligereza» de los afectos

 

            Y aun quizá por eso el esposo comparó a su esposa a la caballería de Salamón, diciendo: Equitatui meo assimilare te, amica mea 12; no hallo a quién asemejarte, esposa mía, sino a mis caballos ligeros, que, por serlo tanto, gusté de traerlos de tierra de Egipto y de los que de esta ley tenía Faraón. Bien sabía Salamón el gusto que tenía Dios de almas así ligeras, apresuradas y prestas, pues con tanto gusto hizo y puso esta semejanza de la esposa no tiniéndola por uno de los menores requiebros que le pudiera decir. A este propósito vemos que, siempre que los sanctos tratan del caminar Dios, dicen que sube y camina sobre alas de serafines: Qui sedes super cherubim 13 et ambulas super pennas ventorum 14, qui ascendis super equos tuos et quadrigae tuae salvatio 15. Fuera nunca acabar traer los lugares que desto hablan. Basta saber que Dios es muy amigo


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de andar a caballo, que corre bien y tiene o paso muy ligero; y con serlo tanto y tan brioso, lo detiene un bocadillo de hierro que le ponen en la boca, que significa la propta obediencia p.

            Así ha de ser un alma que ha de caminar a buscar a Dios [488r] con afectos, los cuales, como digo, son tan ligeros que los podremos llamar vientos, serafines, pues siendo abrasados en amor de Dios no será fuera de camino q hacer esa conparación. ¿Qué diera un hombre, si hubiera de hacer algún camino largo, tener una buena posta, ligera, que con grande presteza hiciera su camino? Pues ¿qué si sintiese que el tiempo que tenía para hacerlo era breve y la jornada larga y el premio grande? Pregunto yo, ¿habría algún hombre desatinado que en esta ocasión quisiese caminar en un jumento cojo, matado? No por cierto, sino aligerarse cuanto pudiese y caminar, si le fuese posible, en un pensamiento. Por eso digo yo que, siendo nuestra jornada larga, pues puso Dios muy alto nuestro refugio y el tiempo de nuestra vida muy corto y los premios que se alcanzan al fin y paradero son grandes e inmensos, y así es bien caminar con afectos encendidos, que son ligeríssimos y no se contentan con menos que con la posesión del que aman y quieren, en quien están librados todos nuestros bienes, con quien no se compadece presencia de males. Que si acaso alguna vez los hubiere en tal presencia de este buen Dios, pierden el nombre y el ser males, pues allí se derriten y deshacen como la nieve y el hielo en presencia del sol. Y si alguna vez se conservan, como la nieve entre la paja, es para que con esas penas y males, como el que bebe frío, mitiguemos nuestros ardores, concupiciencias y deseos desordenados y de nuevo nos ejercitemos en materia de nuevos méritos.

            Que si ofreció Dios la paz a Noé r, la ofreció y prometió dando por señal el arco de las nubes del cielo 16, mostrando en esto que la paz que se da en esta vida a los que train s presente a Dios, es paz con apercebimiento para ejercicio de guerra. Y que nadie se tenga por tan seguro y en tan pacífica posesión de paz y absencia de males que no esté dispuesto para los haber de recebir siempre que se le ofrecieren y salir a la guerra cuando conviniere. Porque ese Señor que posee y trai en su presencia, si es dador de la paz, sabe fingir guerras. Y mientras a mí no me consta ser guerras fingidas, he menester arco y armas de veras.

 

6.            Siempre en actitud de combate

 

            Y si al que vido san Juan en el Apocalipsi subido sobre un caballo blanco se le dio y puso corona sobre su cabeza, como el mismo Juan dice: que data est ei corona, también dice que habebat arcum in manu sua,


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[488v] et t exibit vincens ut vinceret 17, que salió venciendo para haber de vencer. En las cuales palabras bien claro se ve lo que vamos diciendo. Dice que le pusieron corona en la cabeza y que tenía un arco en las manos y que salió venciendo para haber de vencer. Ahora pregunto yo: la corona ¿no se da a los que han ya vencido? Pues ¿qué necesidad tenía ya de arco en las manos, si decimos que era en señal de que con él habíe alcanzado la victoria, como se dice de los bienaventurados: que tendrán los guchillos en las manos con que los martirizaron y ellos alcanzaron aquel bien que poseen? Digo que no es para eso, pues dice que salió venciendo para haber de vencer. Que fue decir que, aunque tenía corona y arco, era para más pelear y vencer.

            Pues digo, mis hermanos, que ésta es la diferencia que hay de las victorias y guerras de la casa de Dios a las del mundo; que las guerras materiales acá son como las que u venció David con el gigante, que, en cortándole la cabeza, ofreció el alfanje con que se la había cortado en el templo in anathema oblivionis 18, como dice el sagrado testo v. Y como hizo el sancto rey don Fernando w, el que ganó a Sivilla: que ofreció la espada con que alcanzó la victoria a la propia ciudad, y hoy la tienen guardada en aquel sancto templo. Pero las guerras spirituales han de ser en eso al revés: que, después de haber alcanzado una victoria y puéstonos corona en la cabeza, nos hemos de quedar con las armas en las manos, porque siempre hasta la muerte hay que vencer y Dios tiene muchas coronas que dar. Y si ya nos ha puesto una en la cabeza, hay otras que alcanzar y ninguna se acaba de labrar según su última perfección hasta que estemos en su presencia y lo gocemos y veamos así como es. Y nadie, por sancto que sea, deja de poder añedir a su corona innumerables perlas y piedras preciosas. Y así tiene necesidad, después de puesta la corona, quedarse con el arco en las manos. Y el que alcanzó la paz, que la tenga y posea con la posesión del mismo arco que a Noé se le da en las nubes. Porque no hay paz tan subida y de tantos quilates que no pueda ser mucho mayor. Y por mucho que haya vencido, entender que exivit vincens, que entonces sale y enpieza para haber de vencer, y que es nada lo que ha [489r] hecho para lo que le falta. De suerte que, por mucho que gane y venza, no tendrá la pena que dice tenía Alexandro Magno, de quien dicen sentía mucho que su padre conquistase todo el mundo, aunque él hubiese de ser heredero de él, porque no le dejaba que pudiese él ganar. Y él propio, dicen, gustaba de llevar la conquista de las tierras a espacio porque no le faltase el ejercicio de la guerra y qué poder ganar. No tendrá que tener el justo este cuidado en la casa de Dios, que, por mucho que gane y conquiste, puede decir que exivit vincens, que enpezó a vencer


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para proseguir sus victorias x. Las cuales, por grandes que sean, ha menester, para las muchas que le quedan, traerse el arco en las manos.

            Lo cual nos significaron aquellos sanctos viejos, de quien dice san Juan en su Apocalipsi que vido a Dios en un trono alto, que le cercaban cuatro animales llenos de ojos, dentro y fuera, y que daban voces y decían: sancto, sancto, sancto; y que a la voz de los animales los viejos se postraban por tierra y derribaban las coronas que tenían puestas en las cabezas 19. En lo cual entiendo, si bien se quiere considerar, que aquellos cuatro animales: león, toro, águila y hombre, son a quien en la tierra son y concedidas las coronas entre los demás animales, por tener muchas perfecciones en summo grado en que sobrepujan a los demás.

            El león es rey por su nobleza y fortaleza; el águila es reina por su vuelo, vista, ligereza y también fortaleza; el toro también, pues de él dice z Moisés, tratando de el Mesías prometido: Quasi primogeniti tauri pulchritudo eius 20. Donde a la fortaleza con que habíe de vencer el Hijo de Dios en su muerte, la llamó hermosura, pues dice: Cornua illius cornua rhinocerotis 21, porque en los cuernos de la cruz es donde Cristo mostró su fortaleza; y ésta la llama hermosura, porque allí donde le miran tantas almas, se enamoran de él y les parece speciosus forma prae filiis hominum 22. Y así como el toro tiene en el cuerno la fortaleza con que vence, conparó a esta fortaleza la que Cristo había de tener en los cuernos de la cruz. Pues el cuarto animal, que era el que tenía figura de hombre, bien se entiende que entre todos es el hombre el que se lleva la corona, ya por su fortaleza, por su prudencia, por su sagacidad y porque él es el que de todo alcanza victoria y lo postra a sus pies, [489v] pues es el común dicho que no hay a quien a el hombre no sujete.

            Pues siendo estos cuatro animales los que delante de Dios estaban, por las muchas victorias que habían alcanzado, pues eran hombre, león, toro y águila, tiniendo b muchos ojos dentro y fuera c, con que veían a Dios en aquel trono alto, vieron que todas ellas se quedaron muy bajas, muy cortas, pues con aquellos ojos descubrían tanta bondad de Dios que a él sólo lo llaman sancto, sancto. Como quien dice: tú sólo, Señor, eres sancto, que nosotros, aunque con fortaleza de león y ligereza de águila y hermosura de toro y prudencia de hombre hayamos vencido, hémonos quedado tan cortos que tú sólo eres el sancto, etc. Y a esta voz derribaban los viejos sus coronas, como quien dice, y en aquella palabra de sancto les descubren tierra que pudieran haber ganado. ¡Oh Señor, y cómo pudieran estar estas coronas d con más victorias adornadas y subidas de quilates! Estas, Señor, no son coronas, en comparación de la e vuestra, pues vos sólo sois aquel a quien a boca llena podemos decir sancto.

           


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Pues esto propio digo yo de la otra visión en quien voy representando al varón justo, que si le ponen corona en la cabeza advierta que ha de tener arco en las manos, porque siempre es tiempo de pelea y siempre hay que ganar. Y por eso digo yo que, aunque es verdad que en presencia de nuestro Dios se deshacen nuestros males, pero algunas veces deja hagan su oficio y sentimiento para que el tal justo lo tenga de las cosas que le faltan por ganar.

            Y éste es otro bien que esta divina presencia de Dios nos causa: que, junto con tenerla y poseerla, nos da hambre y sed de él mismo f. Y por esos nombres lo splica y llama la Scritura 23, porque cuanto más se ama tanto más crece el deseo de amarle, y cuanto más uno ha caminado por ese camino entonces dice: Nunc coepi 24; entonces le parece que enpieza. Y esto propio es lo que dice el Espíritu Sancto: Si dederit homo omnem substantiam g domus suae pro dilectione, quasi nihil despiciet eam 25. Cuando el hombre haya dado cuanto tiene y posee, todo lo desprecia y estima por nada, porque todo le parece poco para lo mucho que tiene que amar y poseer en la presencia de este buen Señor, y se holgara de tener más fuerzas, más victorias, haber padecido más trabajos para tener más premios.

            Y por este camino, si este buen Señor [490r] consiente que en su presencia haya penas, trabajos y males, no se pueden llamar tales, sino bienes, pues sirven de escalera con que se alcanzan, de arco y flecha con que se vence.

 

 

 

           




a            sigue de un lugar tach.



1         1 Tes 5,19.



2         Cf. Mt 25,1‑12.



b            sigue p tach.



c            ms. ama



d            sigue y tach.



e            sigue o puesto tach.

 



f             ms. levantado



3         Sal 118,109.



g            corr.

 



4         Cf. 1 Tes 5,19.



5         Cf. Mt 24,27.



6            Is40,31: «Ambulabunt et non deficient».



7           Is6,2.



h            corr.



8         Cant 2,5.



9         Cant 2,3.



i          a sobre lín.



j            corr. de estando



10        Sal 118,32.



11        Cf. Mt 3,16.



k            y piedra sobre lín.



l            sigue fu tach.



m           sigue que tach.

 



n            ms. estas

 



12        Cant 1,8.



13        Sal 79,2: «Qui sedes super cherubim».



14        Sal 103,3: «Qui ambulas super pennas ventorum».



15        Hab 3,8: «Qui ascendes super equos tuos, et quadrigae tuae salvatio».



o            ms. tienen



p            que significa‑obediencia al marg.



q            sigue con tach.



r            sigue en tach.



16        Cf. Gén 9,12‑17.



s            ms. trai

 



t             sigue est tach.



17        Ap 6,2.



u            sigue alcançó tach.



18        Jdt 16,23.



v            sigue pero en tach.



w           sobre lín., en lín.Alonso tach.

 



x            ms. victoria



19        Cf. Ap 4,4‑11.



y            corr.



z            sigue David tach.



20        Deut 33,17.



21        Deut 33,17.



22        Sal 44,3.



a  sigue a tach.



b            sobre lín., en lín. les dieron tach.



c            sigue para que con ellos tach.



d            sigue ma tach.



e            corr. de las

 



f             de él mismo sobre lín.



23        Cf. Eclo 24,21.



24        Cf. Sal 76,11.



g            sigue se tach.

 



25        Cant 8,7.






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