Índice: General - Obra | Palabras: Alfabética - Frecuencia - Inverso - Longitud - Estadísticas | Ayuda | Biblioteca IntraText |
San Juan Bautista de la Concepción Obras II – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
INTRODUCCION
1. Presentamos al lector el último bloque del tradicional tomo VIII. Se trata exactamente de los ff.493v‑541v del manuscrito, redactados, según ciertas alusiones textuales, en Madrid por los meses de junio‑julio de 16071. Respetamos su colocación original, en sucesión material con los escritos precedentes (Memoria histórica, Las mortificaciones públicas, La continua presencia de Dios). Ese medio millar de folios había fluido de la pluma del autor como un único torrente de noticias, reflexiones y exhortaciones. Iluminado por el faro de la intervención divina en la descalcez trinitaria, san Juan Bautista de la Concepción teje una especie de teología de la historia que transcurre ante sus ojos. Nos hemos permitido seccionar esa masa literaria en beneficio del lector, sin desbaratar su ensamblaje ideal primitivo (también La llaga de amor, que hemos desgajado por su elevado contenido doctrinal, se inserta, como veíamos, en esa visual).
2. El dinamismo expansionista de la descalcez, el fervor de noviciados y colegios, la propia acción ministerial y formativa en Madrid provocan al Santo a una nueva y fuerte toma de conciencia del protagonismo divino. Las zozobras vocacionales ceden el paso, una vez más, a la serena constatación de que se vive y trabaja en el hogar familiar y bajo el gobierno de Dios Trinidad.
La Santísima Trinidad demuestra a diario que la familia distinguida con su nombre es propiedad exclusiva y morada donde habita. He ahí la idea matriz y aglutinante de toda la reflexión. Desde el arranque de su itinerario el Reformador ha ido palpando, día a día, esa mano providente y rectora. «Esta plaza, este lugar, este sitio y fundación la quiere la SS. Trinidad para sí», pues la reforma es «hija de la SS. Trinidad», ha escrito en su memoria histórica. Ahora hace del tema objeto de reposada meditación, ahondando sobre todo en la respuesta inmediata que postula de todos los trinitarios descalzos.
Comienza por reafirmar la «obra de la SS. Trinidad», en el sentido cabal de que ella, la Trinidad, fabrica, protege, nutre la reforma. Dios es su «dueño». El «pone el todo de suerte que, por lo poco que tiene de los hombres, podamos decir en los fines de ella lo que de sus principios confiesan nuestros padres del Paño: Hic est Ordo approbatus, non a sanctis fabricatus, sed a solo summo Deo»2. Tal pertenencia, ese ser de Dios, no se aprecia únicamente en «los beneficios», sino también en la misma presencia fontal y nutricia de la Trinidad
en medio de sus «hijos». En la descalcez «está la propia fuente y el mismo Dios como en su obra, en su casa, en su Religión», garantizándole una «asistencia particular».
3. Tras advertir que «es lo menos lo que se dice de lo que Dios hace», nuestro escritor anota «algunos favores» divinos. Abre la lista con la conversión sonada de varias prostitutas en Madrid (cuaresma de 1607). Evoca luego algunas cosas internas a las comunidades, que, si en apariencia «menudas» y «de poca consideración», por su significado están llamadas a producir en los hermanos «fruto centésimo de devoción y deseo de un Dios que tan desde su principio quiso tomar a su cuenta esta sagrada Religión». El incremento de las casas y el hecho de que Dios traiga «en tan breve tantos frailes» predican la intervención especial de la Trinidad. A quienes le critican que va muy de prisa en fundar y acoger candidatos, encara frontalmente con el Artífice y Señor de esa «obra extraordinaria y sobrenatural»: «Si Dios no hubiera dado la priesa que ha dado en la Religión, ya yo me fuera a espacio. Si es tentación el caminar tan a priesa, yo no lo sé. ¡Mírenlo los que están a la mira, y deténganlo si para eso son poderosos!». Junto con la convocatoria, tan llamativamente copiosa, también la rápida transformación espiritual de los llamados acusa la acción divina.
«La particular providencia y cuidado que de nuestros religiosos tiene [...] acerca de las necesidades del cuerpo», es otro de los capítulos demostrativos de lo mismo. La mano paterna de Dios se transparenta en el hecho global de que la descalcez (más de 230 sujetos, casi todos jóvenes, sin apenas hombres de gobierno) funcione y prospere. Pequeñas cosas materiales, que hacen remontar la mente a las gracias superiores que Dios otorga «para remediar nuestras necesidades espirituales»; aperitivos y golosinas invitantes a gustar el espléndido banquete reservado al alma. «Prendas de amor», que acreditan ser la reforma obra exclusiva «de sus manos». Los oportunos castigos con que Dios censura a los descalzos la mínima falta cometida adquieren igualmente, a los ojos del Reformador, el valor de signos de la providencia divina.
4. Mayor fuerza apologética atribuye aún a las señales de santidad y predilección divina con que han muerto los primeros reformados. En cuanto acto resolutivo de la existencia, la santa muerte de los hermanos3 es, a su entender, «prenda más cierta» de que la Religión es de Dios y le tiene «muy presente».
Junto con señalarles el riesgo de quedar estancados en la contemplación de los reflejos sin acudir al sol y de los arroyos sin remontarse al manantial, alerta a sus hermanos sobre otro peligro más insidioso: el de confundir la santidad y el grado de perfección con los dones externos y vistosos. En lo espiritual como en lo humano las apariencias pueden ser engañosas, tanto más que se conocen santos sin estrellas o carismas patentes. Si hemos de estimar las mercedes visibles como manifestación del amor de Dios, con el mismo criterio hemos de estimar la oscuridad, ocultación y sacrificio con los que Dios distingue la senda de algunos hermanos.
5. No podían permanecer al margen de la presente mirada de fe las asechanzas del demonio. La toma de conciencia implicada no supone una tregua en la guerra mantenida por el maligno. Para el marco cronológico de julio de 1607, relata el Santo algunos «enredos de satanás y licencia que Dios le da para que use de sus astucias y se vea que nosotros [no somos] los que en esto trabajamos, sino la SS. Trinidad la que lo hace». Hace notar que tales ramalazos se producen en concomitancia con nuevos procesos fundacionales. Deducción lógica: Tienden a frenar el aumento de la descalcez; las fundaciones en curso «deben de ser de grande consideración ante los ojos de Dios».
La victoria en las tres líneas (flaqueza humana, oposición de los hombres comprendida la rebelión de los propios, enredos demoníacos) no hace sino consolidar en el Reformador su convicción de que Dios Trinidad es el único hacedor de la Religión. Su reflexión, intencionadamente didáctica, confluye en una encendida, paternal y reiterativa exhortación a los hermanos a vivir una comunión intensa y permanente («continua presencia de Dios», según su lenguaje) con las tres divinas Personas, inhabitantes en la morada/familia de la descalcez y en cada uno de los religiosos. Retoma, en este sentido, la exhortación del escrito precedente.