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San Juan Bautista de la Concepción
Obras II – S. Juan B. de la C.

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CAPITULO 1 CONVERSIONES EN MADRID

 

1.            Conversión de unas prostitutas. Copia de una carta

 

            Y, para esto, quiero enpezar por unas conversiones misteriosas que Dios hizo en esta nuestra casa de Madrid, que, por no poderme detener a las decir porque pedían mucho tiempo, determino de poner aquí una carta que acerca de ello escribí al hermano fray Gabriel 2 a Salamanca, en que le daba cuenta de ello, que es la siguiente:

            «Sea b siempre con todos [nuestro Dios], dándonos aquello de que tenemos más necesidad para ser muy suyos. Con el correo screbí unos pocos ringlones, porque siempre deseo sepan de nosotros y que gocemos del bien de que gozaba Noé y sus hijos cuando terra erat unius labii 3; y que, habiendo una sola lengua, ésta sea para manifestación de nuestros bienes y consuelo de nuestros males. Pero, como nuestro Dios es tan padre desta particular Religión, como de su mano ha enpezado a correr bienes, cada día van haciendo mayor vertiente y quitando más los inpedimentos aclarando la madre por donde vienen y bajan con mayor ímpetu.

            Ha sido de tanta consideración el que ayer, domingo segundo de cuaresma 4, hemos recebido que, aunque me alargue un poquillo contra el poco tiempo que tengo, lo diré. Las mujeres de la casa pública han andado y las han traído por todos los predicadores desta corte. El


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hermano Juan dio en traerlas a casa este domingo. Hicimos que el hermano fray Francisco se preparase, ayudándole con algo, de lo que no quiere Dios que agora yo predique. Trujeron catorce c. A las ocho de la mañana ya fue necesario cerrar la iglesia, porque no se ahogasen y pereciesen todos, aunque, como por allí se tapó, rompieron la portería y no tuvimos fuerzas para que toda la casa no quedase patente a todo género de gente, hombres y mujeres.

            Enpezó su sermón el hermano fray Francisco, y enpezó Dios a descubrir lo que pretendía hacer, puniéndose el Spíritu Santo en su lengua. Hermanos, no es encarecimiento, que cosa semejante para semejante ocasión no la he oído en mi vida, porque él fue sermón de Spíritu Santo. Y sólo diré un punto. Fueles pintando a Cristo galán y enamorado suyo y cómo buscaba mil trazas y mudaba libreas para aficionar las almas. Y el que vistió en d el desierto cota y arnés para vencer al demonio 5, y otro día vestía poder para mandar a los vientos en la mar 6 y sanar los enfermos en la tierra, hoy en el monte Tabor mostraba otro vestido 7, en cuya librea descubría el plus ultra que hasta allí había descubierto, porque, si en esotras libreas había mostrado ser señor de mar y tierra, en ésta mostraba ser señor de la gloria, rico de bienes de acá y de allá, etc. Dijo aquí particulares excelencias de la gloria, visiones y vislumbres que della los santos habían tenido, y cómo la quería para los hijos de los hombres; cómo con ella convidaba y dotaba a aquellas almas. Y si con un Dios tan hermoso se querían desposar.

            Y, en esto, sacó una corona entretejida de hierbas y flores. Enpezó en el púlpito a pregonarla, si había quien la quisiera. Y, diciendo particulares cosas, levantáronse cuatro, en grande alarido de todo el pueblo y auditorio. Olvidábaseme que luego le pusieron a cada una su corona y se les dio e su palma, y sentáronlas en las gradas del altar, tomando la bendición del sacerdote que decía la misa. Enpezó el predicador a hacer una sclamación, diciendo: ¡Venga todo el mundo a dar el parabién a este buen pastor!, que, subido en el monte Tabor, dando un silbo y voz el Padre eterno que oigan a su Hijo, y el Hijo tirando a las ovejas perdidas el cayado de su gloria, en que sustenten f y fijen sus speranzas, ha hallado cuatro ovejas de las de su rebaño perdidas. Dennos el parabién, Señor, los cielos y la tierra, los ángeles, los hombres. Haya músicas acá y allá, y en todas partes se hagan fiestas y díganse cantares, suenen músicas.

            A este tiempo había mucha chirimía en el choro de secreto, aguardando lo que Dios hacía, y sonaron por un rato, mientras el predicador descansó. Y luego tornó a su sermón y enpezó a decir que él determinaba de sacar a Jesucristo de [494v] otra librea, pues aquellas que quedaban no se enamoraban de vestido y traje de gloria. Sacó entonces


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un cristo, diciendo cosas admirables. Que quisiera screbirles el sermón. Preguntó: —¿Cuántas son las convertidas? Dijéronle en voz alta, que todos lo oyesen: —Cuatro. Respondió: —Pues cinco son las llagas, dame, Señor, otra. Y aquí hizo y dijo cosas, no de fray Francisco g, sino de h un Cristo crucificado, porque me parece un ángel era poco. Enpezó a entonar una letanía, pidiendo a todos dijesen y respondiesen en sus corazones, dende kyrie eleison, etc.: Cristo, óyenos; Cristo, exaudi nos; Padre del cielo, ten misericordia de ellas; Hijo redentor, Dios, perdónalas; Spíritu Santo, Dios, alúmbralas; Santa Trinidad, Dios, recíbelas; santa María, ruega por ellas. Diole tres o cuatro títulos a nuestra Señora y luego fue por todos los coros de los ángeles y santos. El auditorio era un grito y un alarido. Que yo, que sabía el sermón, ayudé con mi parte. No fue posible que se levantase ninguna, porque dicen que una que se iba a levantar, la tiraron y detuvieron las demás. Después desto acabado, viendo el predicador que así estaban duras, enpezó a dar voces: —¡No queréis gloria, no queréis pasión!, etc.; venga una alma del infierno y dígaos el lugar que allá os está aparejado. En esto sacó una alma que agora se ha pintado a lo nuevo, de las que están en el infierno, vivo retrato de las que allá se queman. Aquí es donde ya la gente perdía pie. Enpezó a hablar con ella: —¡Dime cuyo retrato eres! —De una mujer deshonesta, etc. Aquí dijo, preguntó y respondió muchas cosas de gran sentimiento.

            Pedíales que se levantasen. No quisieron. En esto dijo el predicador que oía voces del infierno y que veía muchos demonios y gente que venían a celebrar su entierro. —Oigamos la letanía que os cantan. Enpezó a decir otra letanía en contrario: Cristo, no las oigas i, etc.

            Con esto, acabó su sermón sin que se convirtiesen más. Acabóse la missa con sus chirimías. Lleváronlas a una casa, aquí cerca, a comer, donde las regalamos, apartadas las convertidas de las otras. Sobremesa tocó Dios a una, y fueron tantos los alaridos que dio y los gritos de las convertidas, que vinieron por mí: ¡Que se hundía aquella casa! Fuimos a ella algunos frailes. Era más para llorar que para hablar. Quise decir yo algunas razones a las que quedaron por convertir. Y, como era inpresa de sólo Dios, todo no fue nada. Dije que les quería hacer un presente sobremesa. Mandé que les trujesen j el cristo grande, que será ése que lleva o otro de ese tamaño. Hice que se le pusiesen en las faldas y las dejasen solas, que el cristo las hablaría y que con él se lo hubiesen. Salimos todos y quedaron solas. En un momento, sale una con el cristo arrastrando, abrazada dél, dándole mil besos, dando mil gritos, que, para screbir lo que decía, era necesario muchos pliegos de papel. No le podíamos quitar el cristo para tornarlo a las que quedaban. Y, finalmente, tornámoselo a enviar. Y, en otro momento, sale otra abrazada k con él, haciendo cosas que ahora no lo puedo screbir. De sentimiento, los diputados que allí estaban y alguna gente


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era tanto lo que lloraban, que nadie sabía qué hacerse ni qué decirse, porque cosa semejante, decían, no habían visto en cuarenta años de diputados.

            Convirtiéronse allí, en aquella casa, sobremesa otras cuatro. Sólo quisiera que todo el mundo las entrara a ver. Fue tanto su sentimiento, tantos sus gritos y lágrimas y abrazos que daban a dos o tres cristos que tenían, peleándose por cuál se había de abrazar mejor, que unas se caían amortecidas, otras desmayadas.

            Parecióme que sería bien gozase todo el pueblo desta vitoria y vencimiento que había hecho Cristo. Determinamos de llevarlas o tornarlas a casa. Y, aunque ya la calle estaba tan llena de gente que había acudido a los gritos que no nos podíamos valer, pusímosle a cada una una guirnalda de hiedra y flores, y dímosle un ramo de oliva. Y el cristo que yo llevaba [495r] le pusimos [a] otra, y una palma. Y salimos, con la dotrina. Ellas iban detrás y hacían otra procesión, que una de ellas llevaba un cristo grande, como yo. Salimos por las calles. Movióse todo Madrid, que con diez o doce alguaciles no nos podíamos valer.

            Hizo otra plática breve junto a Santa Cruz, en que dijo cómo Cristo salía a pedir el hallazgo de la oveja perdida y a que conociesen sus victorias. Dijo poco y muy bueno. Cuando veníamos a casa, vino llorando otra mujer moza y de buen talle y gesto y dando gritos: —¡Yo y todo soy mala mujer y me quiero convertir! Y, con ésta, fueron nueve.

            Hase de advertir —que me olvidaba— que una de las cuatro que sobremesa se convirtieron, que había sido la más terca y dura y la que en la iglesia en el sermón hacía a las otras que no se levantasen, que fue la que salió con el cristo arrastrando, cuando las dejamos a solas, fue tanto lo que predicó y dijo a las que se iban y volvían a la casa, que le prometo, hermano, que semejante spíritu (sin encarecimiento) yo no lo he visto en mi vida. Hincada de rodillas, daba gritos y voces, con un cristo en las manos, y decía: —¡Tómalo, Catalina mía, bésalo, abrázalo, mira quién es y cuál está! Decíale su Catalina que se levantase. —No me tengo de levantar hasta que le abraces. Y luego l íbase a otra y decía: —¡Conpañera mía, vuélvete a Dios y pídele perdón; mira cómo dice que él quiere! A ésta no le podimos quitar el cristo, y es la que lo llevó en la procesión. Ahora le han preguntado los hermanos qué le sucedió cuando la dejamos con las demás a solas con el cristo en las faldas, y dice que le miró una vez y que claramente le dijo: ¡Abrázame! Y que luego no fue más señora de sí m.

            Den sus charidades mil gracias a un Dios tan bueno, que con tales señales quiere honrar esta su Religión; y en ella, no sólo obrar maravillas con los de dentro, sino tanbién con los de fuera. Quieren el domingo tornar las que quedaron y buscar más. Y Dios, que ha enpezado y no acabado de remediar tantas almas, spero Su Majestad convertirá las demás para mayor gloria suya n».

 


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2.            Nuevas conversiones el domingo siguiente

 

            El domingo siguiente, que fue tercero de esta o cuaresma de 607, habiendo de tornar las mujeres de la casa al sermón, hubo quien se opuso, para que las llevasen a otra iglesia, de suerte que, habiendo de venir ocho o nueve, no trujeron sino tres. Nuestro hermano predicador hizo un sermón, quiriendo y pretendiendo convertirlas, haciendo un sermón con la traza del pasado ex oposito p, haciendo pastor de las almas perdidas al demonio, procurando oponer sus obras a las que Cristo había hecho el domingo pasado. Hizo al demonio enamorado de ellas y cómo, por haberlas a las manos, como galán perdido, no repara cualquier trabajo por alcanzar lo que pretende, escondiéndose en lugares asquerosos, como cuando pidió licencia para entrarse en los puercos por traer a las manos a sus dueños 8. Y cómo se había escondido en aquel hombre endimoniado del evangelio: cómo se disimulaba en el traje, vestido y librea, apareciéndose [495v] en tinieblas y obscuridad, pues no veía, como hombre arrebozado, y no oía, como hombre disimulado, no hablaba porque no lo conociesen, porque él es tal que de todo eso tiene necesidad para engañar y llevar tras sí gente perdida. Dijo de las miserias y trabajos que causa a las almas que a él se le entriegan. Hizo un muy admirable sermón. Convirtióse una sola.

            Y, para que con estas mujeres concluigamos, fue Dios servido de mostrar estas conversiones haber sido de Dios y por Dios. Su Majestad, como el dueño y señor de estas almas, que ya a sólo él convenía, pues tan suyas, el disponer de ellas, cubrirlas y ampararlas, fue servido de mover corazones de mozos honrados con officios que q se casasen con ellas. Y las que no tenían estado para se poder casar, las acommodaron y llevaron a sus tierras, de suerte que hoy en día soy informado están hechas unas sanctas y tratan de agradar a Dios y servir a sus maridos.

            Ahora, pues, habiendo este día de traer, como digo, todas estas mujeres al sermón, habiéndose estorbado para que no trujesen más que tres, puesto caso que Dios ya debiera de tener ración preparada para más de la que se convirtió, no quiso su Majestad que se perdiese, sino que le sucedió lo que le sucedió al otro rey padre de familias que hacía bodas a su hijo: que, tiniendo aderezada la comida, envió por gente que la gozase; escusándose los que para ella convidaban, mandó a los criados que llamasen por los caminos a los que topasen, cojos y mancos, que no era razón que comida tan subida se perdiese. Y así fue, que enllenaron las mesas de gente, que tal no se entendiera 9. Esta es condición del mismo Dios, que no quiere que sus gracias, dones y misericordias se le pierdan, sino que, si de uno desbarran, otro las coge. Como los que, en el juego de la pelota, la aguardan: que, si a uno se le va por alto y a otro por bajo, a otro le va a la mano y gana las


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quince que el otro perdió. Está Cristo predicando a los phariseos y dispara el tiro, que Cristo con su palabra hacía de aquellos corazones duros y enpedernidos, que a boca llena lo llaman endimoniado, y va a dar a una simple palomilla, a una mujercita y alma devota; y, sintiéndose herida, cual simple palomilla, bate sus alas [496r] y empieza a graznar, dar voces y a decir: Beatus venter qui te portavit, et ubera quae suxisti 10. Está Cristo en la cruz rogando a su Padre r por los que crucifican, y su Padre aparejado para oírlo, pues, por acudir a su oración y al remedio de aquellos por quien ruega, desampara a su Hijo, como él confiesa diciendo: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me desamparaste?» 11. Y no estando dispuestos los corazones duros de los que le crucifican para recebir aquel bien y perdón de peccados, no consiente que se pierda, sino s que lo coge un ladrón puesto en un madero, cogiendo y hurtando t el fructo de la oración, que se hacía por todos los que estaban crucificando 12. Y se abren los sepulcros de los muertos y salen 13, porque ven aquella copiosa agua y lluvia de misericordias que cain de la cruz; y que hay pocos que las cojan y reciban en sus corazones. Y así, como quien a las canales de los tejados saca sus vasijas y cántaros para coger el agua de mayo, salían los muertos y descubrían sus sepulcros y los abrían y manifestaban ellos y sus corazones, para que en ellos cayese el agua que de aquellas cinco canales se vertía. Que no era razón que semejante licuor se perdiese.

            De esa misma suerte este tercer domingo debiera Dios de tener preparada cena grande y grande lluvia de misericordias, las cuales no quiso Su Majestad se perdiesen. Ya que no volvían aquellas almas necesitadas que, así en publicidad, vivían en peccado mortal, ganáronlas y cogiéronlas otras muchas que en el auditorio secretas se convirtieron. Y fue de suerte que me decían los confesores: —Hermano, es cosa de rissa lo que se ha hecho por de fuera en comparación de lo secreto, porque son sin cuento las que, conocidas y convertidas, han venido a nuestros pies estos días, con grandes ansias y deseos de dejar su peccado, que a todos nos tiene espanctado.

 

3.            Conversión de un moro

 

            Y porque en todo esto sea semejante a estas figuras que hemos puesto y a lo sucedido del domingo pasado, digo que u en este domingo hubo una cosa que no es lícito se pase entre ringlones. Y fue que los hermanos salieron a la doctrina con el cristo que el domingo antes hizo la riza y el galán enamorado de las mujeres convertidas. Y, yendo por la calle, acertó a topar un moro o turco de nación, el cual, aunque tenía algunos principios y deseos de ser cristiano, no estaba baptizado


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[496v] ni yo sé qué tan puesto en esto. Dios, que andaba en aquellas ocasiones buscando almas y obrando misericordias, porque es rico en ellas 14, y no quería que se le perdiesen, puso dende aquella cruz los ojos en este moro; y sin poderse contener, este hombre arremetió v al que llevaba el cristo y, quitándoselo de entre las manos, fue delante de todos con él cantando la doctrina en la forma que él sabía; y sin podérselo quitar, vino con él a casa, hasta ponerlo en el altar. Este fue un acto de grande maravilla, devoción y edificación para los que lo vieron. En sí fue heroico por ser en un infiel, que, aunque es verdad que tenía antes, según me dicen, deseos de ser cristiano, cuando él lo fuera ya y bautizado y muy devoto, era obra heroica delante de una corte correr desalado y furioso a quitar a un religioso el cristo que llevaba en las manos y meterse entre los demás religiosos; y cualquiera que lo mirara, viera que lo traía borracho y embriagado la gracia del Spíritu Sancto.

            Esta gracia la manifestaron las cosas que de allí en adelante en él sucedieron. No hubo quien lo echase de casa, porque él era libre, para que así se viese cuánto lo había sido y sin sospecha su vocación. Pues, si fuera sclavo, pudiera haber alguno que dijera que por hurtar el cuerpo a algún maltratamiento. Y así, digo, no hubo quien lo echase de casa. Tomó su rosario y disciplina, y trataba con tanta crueldad su cuerpo con disciplinas y ayunos que, tiniendo un día muy bien llagado y sentido su cuerpo, le sucedió una cosa maravillosa con grandíssimos indicios de la verdad de ella. Y fue que una noche, en un camaranchón w donde él tenía su tarima, habiendo tenido una gran disciplina enderezada a grandes fines, mereció, no que le enviase Dios el ángel que curó a Tobías 15, sino que, quedándose absorto y de los impulsos interiores fuera de sí, sintió que la Madre de Dios se le apareciese y lo consolase y curase sus carnes, de suerte que, dispertando, se halló sano y libre.

            Dije que esta aparición habíe sido con indicios x de la verdad que pudo tener y que su oración y del hombre convertido había sido con altos fines, porque otro día el moro z salió y, con su simplicidad e ignorancia que destas cosas tenía, enpezó a publicar y a decir que aquella noche había estado la Madre de Dios con él [497r] y le había curado y sanado sus espaldas. Diciéndole el hermano fray Bernardo, sacerdote novicio que le cathequizaba a, que aquello era burla y mentira, respondía el moro b con grande simplicidad: —Pues yo te la enseñaré en la noche. Díjole el fraile: —Pues mucho de norabuena. Llegada la noche, dijo el c catecúmeno y convertido: —Estáte tú aquí a la puerta. Y él entra en su aposentillo y pónese de la suerte que habíe estado la noche antes, cuando decía que la había visto, que le parecía a él que, haciendo lo propio aquella noche, tanbién vendría. Desnúdase y toma


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sus sordillas y enpieza a abrirse a azotes y a hacer la oración de la noche antes y a decir: ¡Ea, Madre de Dios, consolá a Juan (que era el nombre que ya él había escogido)! ¡Ea, Señora, consolá a Jan y perdoná a todo lo peccador; matá a Jan y convertí a mi padre y madre! Ea, Señora, ¿no queré venir? ¿cómo no consolá a Jan?, etc. Tuvo en esto grandíssimo rato. Y, maravillados los que le escuchaban, echaron de ver d haber sido de aquella manera la oración de la noche antes y la disciplina, cuando esta benditíssima Señora se dignó de venir a mostrar a este hombre cuánto era de la Madre alma que su precioso Hijo hubiese convertido.

            Este hombre se bautizó 16 y vive hoy en esta nuestra casa de Madrid con grandíssima humildad, mortificación y penitencia, de suerte que yo espero y aguardo hará Dios dél un alma tan pura cual Su Majestad las busca y quiere.

 

 




2         Fray Gabriel de la Asunción, que será el tercer ministro provincial y el primer ministro general de la descalcez. Las noticias que siguen son confirmadas por dos testigos de vista en los procesos: Basilio del SS. Sacramento (Proc. inform. de Valdepeñas, f.86v) y Ambrosio de Jesús (Proc. inform. de Madrid, en PAT, f.486v).



b            comienza de 2m., al marg. ojo de 2m.

 



3         Gén 11,1.



4         11 de marzo de 1607.



c            ms. quatorce



d            sobre lín.



5         Cf. Mt 4,1‑10.



6         Cf. Mt 8,23‑27.



7         Cf. Mt 17,2.



e            corr. de dios



f             corr. de sustentaren

 



g            no de fray Francisco sobre lín., en lín. que bien fuera decir no que las dijo Fr. Francisco tach.



h            sobre lín.



i            ms. oyas



j            ms. trujen



k            ms. abrazado

 



l             sigue d tach.



m           corr.



n            hasta aquí de 2m.

 



o            sobre lín.



p            sigue hacie tach.



8         Cf. Mt 8,28‑33.



q            sigue se q tach.

 



9         Cf. Mt 22,1‑10.



10        Lc 11,27.



r            a su Padre sobre lín.



11        Mt 27,46.



s         corr.



t          sigue la oración que se tach.



12        Cf. Lc 23,42‑43.



13        Cf. Mt 27,52‑53.



u         al marg. ojo de 2m.

 



14        Cf. Ef 2,4.



v            sigue aq tach.



w           ms. camarancho



15        Cf. Tob 11,7‑12.



x            ms. indición



y            sigue avíe tach.



z            sigue letra tach.



a  ms. catecicaba



b            sigue pues yo te tach.



c            sigue moro tach.

 



d            sigue así tach.

 



16        Fue apadrinado por el duque de Lerma y recibió el nombre de Juan Bautista. Cf. Basilio del SS. Sacramento en el Proc. inform. de Valdepeñas, 87r.






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