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San Juan Bautista de la Concepción Obras II – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO 6 LA MUERTE DE TRES HERMANOS a
1. Las prendas divinas en la hora de la muerte
Demás de lo dicho, podríamos probar esta presencia y asistencia de Dios en esta su Religión con una particular merced que de esta soberana mano reciben los religiosos de ella. No son pequeñas las dichas ni de poca consideración, pero, como dicen que al buen pagador no le duelen prendas, quiriendo b la Sanctíssima Trinidad satisfacer al mundo de que ésta es Religión suya y que, para vaso que lleve este sanctíssimo nombre de la Sanctíssima Trinidad, la edifica y labra, gusta Su Majestad de captivar y prender los entendimientos y voluntades de los hombres con particulares prendas, no sólo las que Su Majestad ha dado y da a toda la Religión y a cada fraile en particular en vida, sino c que da otras muy copiosas, [531r] y las que se tienen por ciertas y verdaderas y las que prueban las demás, que son las d prendas que Dios da a la hora de la muerte.
Que, en fin, aquí es donde se suele torcer el edificio para dar con todo lo edificado en tierra, o donde se cierra e con particular hermosura y firmeza por la eternidad de Dios. Aquí es donde, al cerrar y poner la llave de este edificio espiritual, se echa de ver si fue bien zanjado y con firmes fundamentos de humildad y mortificación, si hace sentimiento o quiebras irreparables de desconfianza y desesperación por verse apartado y lejos del camino de la verdad; o si, por haber acabado jornada tan larga, trabajosa, molestosa y llena de peligros, a vista del deseado puerto que ha de tomar, se enpieza a regocijar y alegrar, como Cristo dijo de los justos, que aguardan aquel dichoso día como agosto de sus
acertadas simenceras: que se regocijan y alegran de que ven florecer los árbores, porque cerca viene el verano 1.
¡Oh mis hermanos, y qué dichosas prendas las que en aquella hora da Dios! Veremos acá que, si por algún enpeño da alguno alguna prenda, si está cierto la ha de quitar dentro de 24 horas, no repara en dar la mejor pieza de su casa, porque sabe que en tan poco f tiempo no se le ha de mal lograr ni echársele a perder. ¡Oh buen Dios mío, qué de veces en vida de los hombres detienes tus prendas y señales del crédito de los tuyos, temeroso no se te mal logren y, volviendo la tal persona atrás, queden por prendas perdidas! Pero, a la hora de la muerte, como ya el tiempo corto y la paga cerca, no reparas con los tuyos de dar g grandes señales de su virtud y salvación, porque dentro de breve las quitarás y darás la paga y premio esencial de tu gloria.
De aquí h vengo a entender un dicho que un religioso i nuestro dijo en la muerte del hermano fray Pedro de Jesús, el primer hermano que se nos murió. El cual, habiendo recebido de Dios aquella soberana merced que en su vida queda dicha 2, dijo aquel religioso: ¿Eso le ha pasado? (que fue que nuestra Señora le hizo un día la cama), presto morirá, no quedará él acá. ¡Oh qué dicho tan bueno y tan acertado! No eran aquéllas prendas que se habían de poner en peligro, para que con los muchos que tiene la vida se menoscabase, sino para que, con la j seguridad de la muerte, quedase a la Religión por prenda de estima.
[531v] Aquí entenderán, mis hermanos, las causas por donde muy de ordinario a los justos aquella hora los consuela Dios con particulares favores y cómo suelen tener grandíssima certidumbre las particulares visiones que en aquella ocasión suelen tener. Que, como gente que ya está tan cerca, aunque de vista corta, suelen ver o divisar a los cortesanos celestiales; y, como ya se va rompiendo este tabique y pared de nuestro cuerpo que está en k medio, ya se oyen voces y silbos amorosos de sus amigos y compañeros los sanctos.
Qué de veces sucede, y aun de ordinario, el niño, cuando nace, no haber acabado de salir del vientre de su madre y oírlo llorar; y, antes que descubra los brazos y cabeza, tener ya los piececillos l en las manos de la comadre; y, si es el parto recio, asegurarlo en el primer asomo con agua de Espíritu Sancto, puniéndole nombre, de suerte que de este tal podremos decir que, antes que saliese de aquel estrecho lugar, ya lo habían recebido manos ajenas m y lo habían asegurado con agua de Espíritu Sancto y se había oído llorar. Lo propio podremos considerar de la muerte de muchos justos, los cuales, antes que salgan de este estrecho lugar y angosta sepultura de este mundo, ya Dios tiene puestos muchos sanctos a su cabecera, que vienen a la fiesta del nuevo hijo que le nace a la Iglesia triunphante, los cuales ya tienen puestas sus
manos para lo recebir. Antes que aun del todo se haya despedido el alma de las prisiones del cuerpo, ya se oyen las voces de los del otro mundo; y escuchan los suspiros y n deseos del que nace. Allí, si hay necesidad, es donde a un justo le ayudan con grandes y particulares favores del Spíritu Sancto para asegurar en un trance tan peligroso, donde todos le ponen nombre de dichoso y bienaventurado o. Todo esto hace Dios con los que ama con gusto particular.
2. La muerte del mundano y la del justo
Verdad es que, por ciertos juicios suyos, suele muchas veces, en estas cosas exteriores y aparentes, a los ojos de los hombres hacer algunos trampantojos. Que no siempre hay que fiar de las cosas de por acá fuera. Bien podría ser, viendo Dios que el p justo, cuando muere, es fuerte soldado, entregarlo a fuerte guerra y batalla, de suerte que, no acostumbrado este nuestro [532r] cuerpo, a vista de tan crueles enemigos, hiciese tanto sentimiento, tantos visajes en aquella hora q que, no considerando que es guerra y pelea r, juzgase el hombre ignorante que es vencimiento de parte del soldado de Dios; y, por el contrario, viendo muchos morir con grande seguridad, aplauso y honra (que suele nacer del dinero), lo juzgase ya por bienaventurado.
Para probar esto, pudiera traer por exemplo (pienso que es san Gregorio el que lo trai en sus Diálogos 3) del otro monje: que, después de muchos años de ayunos y penitencias en los desiertos, habiendo muerto en la soledad, bestias le despedazaron su cuerpo y sembraron sus güesos. El que esto vido, entrando en Roma, vido que llevaban a enterrar un hombre poderoso, que más habíe seguido sus antojos y regalos que las penitencias del solitario. A éste, pues, vido que lo llevaban a enterrar con grande ponpa y aparato, acompañándole todos los paniaguados de la vida, cubiertos de luto y haciendo su debido sentimiento. Que más debiera de ser de parte de la gula, de la soberbia, presunción y usuras, porque perdían un tan buen aliado, amigo y conocido, que procuraba defender y tener en pie todo aquello, a que da traspié el que, dejándolo todo, se va entre las bestias a los desiertos. Vido que iban muchos clérigos y todo lo demás que se suele hacer en la muerte de los ricos, cuando salen las bolsas al aire.
Cierto, yo no me espanto que se le estremecieran las carnes a quien tal visión tuvo de dos cosas tan desiguales: ver que a las penitencias de uno le correspondiese semejante ignominia y desprecio, y a las risuras 4 y tratos s del otro, semejantes honras; a los ayunos y abstinencias
del penitente le correspondiese el ser manjar de bestias, y a los regalos del otro t, brocados y oros, con que u adornaban v y tapaban su cuerpo. En verdad que, si en semejante ocasión el juicio hubiera de ser humano, que se habíe de w dar la sentencia x contra el ermitaño por el caballero romano, pero, como Dios es fiel y verdadero amigo, donde están todos los desengaños de los hombres, luego mostró el premio y gloria del alma cuyo y cuerpo era así ignominiosamente tratado, y de las penas e infierno del que así en la tierra era honrado.
Y aun quizá por estos tales dijo el glorioso Agustino que muchos cuerpos de hombres son venerados y honrados en la tierra, cuyas almas son atormentadas en los infiernos. Y esto permítelo así Dios por muchas [532v] razones. Y, entre otras, es una el no saberla nosotros, sino ser secreto juicio suyo, que así pareció z convenir a su altíssima sabiduría. Pero, de las que acá se nos pueden traslucir, pudo ser que a cada uno le pagan conforme le deben; y, como tan deudor el mundo de la buena amistad que le había hecho el caballero romano, le quiso pagar juntando a sus amigos para que en muerte honrasen al que en vida había tan bien servido al mundo. Pero pregunto yo, ¿qué debía el mundo al ermitaño, que, dándole de mano, lo habíe despreciado, acoceado, dejádolo y irse a vivir entre las bestias? Debíale el mundo pagarle en la propia moneda, y así lo hizo. Porque, cuando él puede, ninguno se la va a pagar al otro mundo; y así quiso pagarse y pagarle a en éste, despreciando al que sólo se habíe preciado de solo Dios.
No es pequeña razón la fuerza que el demonio pone en semejantes ocasiones para desacreditar la virtud y apoyar las honras y gustos del mundo. Pudo ser la razón de parte de Dios: que, como es tan justo juez, pudo ser haber tenido algo natural bueno este hombre poderoso b, que, no mereciendo premio en la otra vida, se lo justificaron en ésta con aquel aplauso; y, por el contrario, si tuvo nuestro monje algún descuido que no merecíe pena en la otra, se le dio en ésta en el cuerpo, de quien dice el mismo Cristo que no temamos a los que lo maltratan, que esos agravios no pueden llegar al alma 5.
Pero, aunque es verdad que, por esas razones, suele en la apariencia trocarse el juicio que c de cosas semejantes suelen tener los hombres, pero lo ordinario, lo común es que en aquella hora cada uno tiene ya sus ciertas prendas y barruntos de lo que le espera. Y así entiendo yo aquellas palabras que dice Cristo d por san Juan: Qui non credit in Filium Dei, iam judicatus est 6. El que no es quien debe, ya trai su sentencia a cuestas. Y hartas veces se la debe de notificar su propia conciencia, sino que, como las cosas exteriores lo train tan divertido, no ve lo que le aguarda y espera hasta que ve el verdugo sobre sus hombros, que
le está ahogando para que no diga siquiera un ¡Jesús! en su ayuda. De lo cual pudiéramos traer hartos exemplos.
Y, por el contrario, una conciencia buena dende acá enpieza a oler los manjares y potajes de aquella cena grande. Que por eso debiera de llamar el Spíritu Sancto a la conciencia buena [533r] juge convivium 7; no porque acá se goce ni coma, sino porque, tiniendo conjeturas ciertas de que son convidados, güelen adhuc en esta vida, y particularmente en e aquella hora, los aderezos y manjares que en solo Dios los aguarda.
No tiene esto en sí dificultad, que bien se sabe que, si uno es noble y rico, por disfrazado que vaya por un camino, da en un no sé qué prendas de quien es; y aunque esté entre forzados y galeotes en una cárcel, en sus palabras y meneos muestra ser noble. Y, pues los justos lo son tanto que son hijos de Dios, aunque disimulados en la vida y en la muerte sentenciados con la pena debida a todos los hijos de Adán, ahí puestos, descubren un no sé qué que, con cortas y pocas palabras, dan satisfación de lo que son y presto serán; y, aunque en apreturas fuertes y en trances penosos, como son los de aquella hora, fieles.
Estoy por decir, en confirmación de esto, lo que mi madre me contó de la muerte de una medio hermana mía. Es cierto que la conocí y vi vivir una vida inculpable. A la hora de la muerte, los circunstantes, de las palabras que ella decía, entendieron que el demonio la debiera de apretar bien los cordeles y alegar algunas razones de las que él suele. Y respondiendo ella con grande entereza, últimamente dijo, hablando con el que Dios permitía que, para mayor bien suyo, entonces porfiase: «Mientes, enemigo». Entonces dio voces diciendo: «¡Tengan, ténganlo!». Y, en un instante, vieron que se le saltó un ojo y dijo a mi madre: «Ay, señora, ¿y no ve qué bofetón me ha dado este traidor?». Y luego murió, con esta entereza y firmeza de las cosas de su salvación.
No quiero en esto alargarme más. Basta saber que mill veces son dichosos en aquella hora los que, en la hora f que aguardan, han de gozar de Dios eternamente. Porque, si Cristo llama g dichosos y bienaventurados a los pobres de spíritu y a los que lloran y padecen afrentas 8, viviendo y estando días y años apartados de la posesión que les prometen, ¿por qué no lo han de ser h estando ya al desenbarcadero, al darles Dios la mano para saltar a la otra vida?
3. La vida del hermano Roque
De tres dichosos hermanos tenemos que decir ahora, que estos días han muerto con nuestro sancto hábito. No diremos su vida, porque fuera inposible acabar con el intento si, según pide cada cosa, nos hubiéramos de alargar. Basta de ellos decir siquiera una cosa de cada
uno, con que probemos el intento que llevamos, que es decir que, aunque es verdad [533v] que Dios hace singulares mercedes a esta Religión, mediante las cuales conocemos ser suya y tenerle muy presente, pero en las señales en que se conoce esta presencia, parece que no sé qué se train más las que Dios obra con sus siervos en la muerte y en orden a la muerte. Que, en fin, como queda dicho i, son señales que llevan más seguro y prendas más ciertas del logro de todos los demás bienes que en vida han recebido.
El j un hermano fue donado k, llamado Roque, natural de Trijueque. Tomó el hábito en Valdepeñas. Y, para alcanzarlo y perseverar en él, le costó harto trabajo, pues, entre otras cosas que padeció, una fue padecer por la justicia, porque, estando novicio, tapiando y trabajando en la casa nueva que se hacía en Valdepeñas, de dos o tres donados que había siendo él el más antiguo, quiso otro salir de casa algo ya tarde, aunque no a cosa mala. Estotro, diciéndole que no fuese, y porfiando a salir sin su licencia, fue tras él y echándole mano para volverlo, viéndolo algunos seglares, o por mejor decir, el demonio, que pretendía sembrar fuego para estorbarles el dichoso camino, fueron a informar al convento que salían entramos de noche y que los habían visto en la calle públicamente darse de puñadas y mojicones, y que debieran estar tomados del vino.
En sabiendo esto, el prelado que allí estaba, sin aguardar más información, pareciéndole l bastaba el sonido de aquellas palabras para quitarles el hábito y castigarlos gravemente, lo hizo así: que, habiéndolos muy bien azotado y m castigado, los puso en la calle con sus vestidos. Y me dicen estuvo determinado de subirlos en dos borricos y enviar dos hermanos que por las calles los fuesen azotando, pareciéndole habían dado algún mal exemplo a los seglares. Después lo dejó, por parecerle hacía pública en el pueblo la falta que dos seglares pudieron ver; o quizá, como digo, sólo el demonio.
Expelidos estos hermanos, el que habíe hecho la culpa, como cuerpo muerto, luego se fue y salió a su peligrosa peregrinación, pero el hermano Roque, como hombre inculpable en el caso —y sólo para mayor bien y prueba suya quería Dios que padeciese—, como hombre asido a la mano de Dios, [534r] no fue poderoso el demonio para apartarlo de lo demás del rabaño. Y así, con el vestido pobre que le dieron, se quedó a la portería muchos días, sustentándose con lo que daban a los pobres al mediodía, hasta que su poco a poco se fue arrimando a la obra donde los demás trabajaban, contentándose con un pedazo de pan, cuando se lo daban. Y así estuvo y perseveró muchos meses n con grandíssima paciencia y deseo de no apartarse de la casa de Dios, donde Su Majestad le tenía puesta su salvación. Hasta que su virtud y perseverancia obligó a los prelados de aquel convento a tener verdadera información del caso pasado y del testimonio que le inpunían, de que
él no habíe hecho caso en orden a lo que padecía, sino en orden a que no fuese ocasión de privarle de aquel sancto hábito. Y, sabida la verdad y la paciencia y virtud con que lo había llevado, se lo tornaron a dar y admitir a nueva aprobación. La cual tuvo con tantas ventajas, que yo gusté de aventajarlo a otros en que se le diese la profesión solene.
Después los pocos días que vivió en la Religión (ya digo, yo no me pongo aquí a escribir su vida, porque fuera nunca acabar) fueron tales cual Dios me los dé a mí; y sean muchos, acompañados de las muchas penitencias y mortificaciones que el siervo de Dios hacía.
Ofrecióse, yendo yo a visitar a La Solana el convento que allí tenemos, enviarlo a Valladolid, Salamanca y la Bienparada. Y, aunque en tiempo peligroso y enfermo, fue con particular gusto. Hizo su alforja de su cilicio y cadenilla, y su disciplina por báculo. Y, como ésta es más y mejor alforja para la muerte que para la vida, con el cansancio del camino, tiempo riguroso, que era a los primeros de setiembre o, y sus penitencias, en que no aflojaba, cuando llegó a Valladolid, ya llegó con calentura y bien indispuesto. Pero, como por blanco tenía el cumplimiento de la obediencia, y no el descanso ni regalo de su cuerpo, no reparó en ello, sino que con su calentura salió a pie, como siempre iba, a proseguir su jornada. Pocas leguas antes de llegar a Salamanca, le apretó de tal suerte que ya el tabardillo iba descubierto.
Encontrólo un hombre principal, que iba a la propia ciudad en su mula. Conoció el mal que el hermano llevaba y que le parecía se iba muriendo. Hase de presuponer que nuestra regla dice que, en los caminos p y ocasiones que se ofrecieren, que sólo caminen en jumentos 9. Viendo q, pues, mi caminante r [534v] al hermano Roque que más caminaba para la otra vida y celestial Jerusalén que no para Salamanca, pidióle encarecidíssimamente subiese en su mula, que él lo llevaría hasta la ciudad, o que subiese en las ancas. No fue posible tal cosa hiciese o admitiese, diciendo que su sancta regla le prohibía subir en mula, que sólo daba licencia para jumentos. El hombre que a esto le convidaba y rogaba, asombrado y espantado de semejante entereza de las cosas de su perfección y cumplimiento de su regla, se fue y lo dejó, escarbando y revolviendo bien en su pecho. Que no le sería mala lición para considerar la facilidad con que en el siglo se quebranta la ley de Dios y sanctos mandamientos, cuando un pobre religioso a la muerte no quisiese usar de una tan pequeña dispensación, que, cuando la quebrantara, en rigor no le obligaba a peccado; y, con todo eso, abrazó de muy buena gana la muerte, antes que en él se viese alguna cosa que tenía color de inperfección. Y quien gusta de dejarse morir por cosa tan liviana, díganme ¿qué hiciera si se le ofreciera una cosa grave,
en que hacer buen enpleo de los sanctos y buenos deseos que siempre debiera de tener por padecer por Cristo?
Cierto que, cuando topo en algunos de mis hermanos una cosa como ésta, pesándola con el contrapeso de la vida, que no me da gana de scribir otra ninguna de este tal s religioso, pues dice Cristo que la summa de la charidad es poner uno su vida por su amigo 10. Que, en fin, un amigo mucho pesa y por él se debe hacer cualquier cosa, y no puede pasar lo mucho que uno hiciere, de dar y entregar su vida por su amigo. Y esto es lo que Cristo aquí alaba: que, puesto un amigo en una balanza y la charidad que se le debe en otra, a lo que más se puede extender es a dar la vida por él, porque no reciba ofensa, y guardar la vida del amigo con la mía propia. De aquí es que, como el que pecca mortalmente, en cuanto es de su parte, quita la vida a Dios por guardar y mirar por esta vida, el justo gusta primero de perder la suya propia, que a eso le obliga lo summo de la charidad.
Ahora, pues, pregunto yo. Si en una balanza pusiesen, no nuestro amigo, sino un solo pelo de la cabeza de nuestro amigo y en la otra t balanza la charidad y vida del justo, y viésemos que, porque no se lleve [535r] el aire aquel solo pelito de la cabeza de su amigo —que, cuando se pierda, no se pierde la vida del amigo, sino una cosa tan liviana como es un pelo de la cabeza, que sólo sirve de una muy pequeñita parte de la hermosura de la tal cabeza—, fuese u la v charidad en este justo tan ardiente y encendida que, porque sólo aquel pelo no se pierda, gusta de perder su vida, diríamos que éste era verdadero amor, encendida charidad y cierto desprecio de lo que más en nosotros se ama, que es la vida.
Esto, pues, es lo que hizo nuestro hermano: que, pudiendo subir en un jumento, no quiso, estando a la muerte, subir en una mula. Lo cual no era inperfección, pues en semejante ocasión pudo ir también en un coche. De donde podremos decir que en la una balanza no había ni aun un solo pelo de nuestro amigo, pues no era inperfección en semejante ocasión caminar según la commodidad que hallase. Sino w diremos que en la una balanza estaba lo que era más bueno. Y así el obiecto de perder la vida nuestro hermano no fue evitar peccado ni falta, sino hacer lo que era más bueno, más rigor, más penitencia, más penoso y de mayor desprecio suyo. Que, en fin, como la charidad que arde en el pecho del justo es fuego, a trueco de ser mayor y levantarse más en alto, quema y abrasa y hace ceniza hasta la vida del propio justo.
Como lo hizo en este hermano, que caminó con su calentura y tabardillo hasta llegar a Salamanca, donde ya a su enfermedad no le hallaron remedio los médicos y murió como un ángel a pocas horas. Pero, como delante de los ojos de Dios debiera de ser de tanta estima la muerte abrazada con gusto por las razones dichas, no quiso Su
Majestad quedase sin paga en esta vida y en la otra. Y así, no tiniendo en casa dónde enterrarle, llevándolo a San Agustín 11, acertó a topar el cuerpo el caballero x que lo había querido traer en su mula; y, asombrado de ver que no le había inportado menos que la vida, o por lo menos algún alivio a la hora de la muerte, el subir en la mula (que esto muy lícito es en aquel tiempo a los más sanctos), enpezó mi hombre noble, allí en la calle, a publicar lo que le habíe sucedido con él y a pesar tanto en la consideración y pensamiento de los que lo oían que, tiniéndole dende entonces por hombre que, si habíe dado su vida por Dios, la había trocado por otra mejor. [535v] Y así, como a sancto, todos se arrojaban en tierra a besarle los pies, de suerte que me dicen que no habíe seglar ni fraile de otra religión que no procurase de parte de Dios agradecer a aquellos sanctos pies el camino dichoso que con ellos hizo, pues en tan breve corrieron y dieron con el alma en los cielos, donde vive y reina por los siglos.
Hiciéronle muy solemnes officios todos los religiosos de San Agustín, que, con ser un convento aquél tan insigne y de frailes tan calificados, tuvieron a grande dicha decirle todos missa y hacerle los officios como si fuera sancto de su propio hábito, gustando de tener en su iglesia este cuerpo humilde, que el día del juicio acompañará aquella alma bienaventurada y.
Un religioso, que fue el hermano fray z Francisco de san Joseph, ministro de Valdepeñas, diciéndole yo a caso dos días ha que apuntaba la muerte del hermano Roque, me dijo: —«Pues yo le diré una cosa de su vida que nadie la sabe sino yo. Y, por saberla en confesión, me diga su charidad si, siendo cosa de virtud, después de su muerte la podré revelar». Díjele que sí. Y él entonces dijo: «Yo le confesé dos años, que fue religioso, y me tuvo aquel hermano encantado, que jamás hallé en él cosa a de que determinadamente pudiese hacer materia de aquel sacramento. Y lo que más me espantó, fue que, siendo mozo entero y en lo mejor de su edad, no tuviese un mínimo pensamiento contra la castidad ni padeciese algún género de tentación acerca desta materia, sino que parecíe en esto ángel puro y alma limpidíssima, cual la busca Dios para reposar con ella».
Bien vemos y sabemos que el llegar un siervo de Dios a este puncto, suele ser señalada merced de Dios, que a uno hace después de grandes batallas y encuentros con el demonio, mundo y carne, como se sabe de muchos sanctos. Como sancto Thomás: que, después de la victoria que alcanzó de aquella mujer deshonesta que sus hermanos y parientes la entraron a que le pervirtiese y divirtiese del camino de religioso que llevaba, saliendo tras ella con un tizón y haciéndola huir, haciendo en
una pared la señal de la cruz, como quien sentía, como verdadero humilde, de allí le había venido aquel bien, sintió que un ángel le ciñó las renes y cintura. De suerte [536r] que de allí en adelante jamás sintió cosa que le diese pena acerca de la sensualidad, sino que, quedando la carne como afrentada, no se debiera ya de parecer con rostro descubierto delante de tal linpieza, sino que se debiera de vestir y tomar una admirable capa de continencia y pureza 12.
El otro sancto fue san Franco, a quien, después de muchos años de desierto, permitió Dios fuese entregado en manos del demonio para que lo tentase y probase en esta materia. La cual batalla fue tan fuerte como lo era el tentador, de suerte que el salir el sancto con la victoria no le costó menos que crueles disciplinas y echarse desnudo en medio de unas zarzas espinosas y luego en unos charcos de agua helada, que con las heridas y el agua fría se traspasó las entrañas 13. Que todo eso es necesario para tentación que penetra los güesos, como dice David: Quoniam tacui, inveteraverunt ossa mea 14. Pero, después de esta victoria, se le apareció la Madre de Dios y le ofreció seguridad para de allí en adelante.
Pues díganme ahora, quien tanta tenía con este sancto hermano, que no le hallan ni un pensamiento ni acometimiento de satanás, ¿cuáles habrían sido sus disciplinas, penitencias, mortificaciones, ayunos, peleas y victoria? ¡Oh buen Dios, y qué dicha es llegar a este punto!: que un hombre tenga seguridad del ladrón de casa, del que está las puertas adentro. Que de los de fuera más fácil es de hacerlos tener a raya, pues de ello podemos huir y poner tierra en medio y dar lugar a su ira y rabia; y, cuando vienen, cerrar las puertas, que no entren. Pero del que está en casa, del que come con vos a una mesa y duerme en una cama, que con tanta facilidad puede armar zancadilla y hacer traición, como tantas veces se ve estar el justo dormido y adormido y sentir otra ley en nuestros miembros que repugna a la ley del spíritu, como dice san Pablo 15; y aun dispertar a deshora y a traición, sin ser vista ni oída, procura ensuciar, manchar o salpicar al alma pura, o por lo menos, hacerle trampantojos con b sus ilusiones. Pues a esto llamo yo singular merced de Dios: que ya esta nuestra carne esté en brete y en cadena, y tan pasada que nada le pase por imaginación que sea torpe, sucio o deshonesto, etc.
4. Fray Alonso de San Francisco
[536v] El c segundo hermano d difunto fue el hermano fray Alonso de san Francisco, natural de la Mancha, de un pueblo pequeño que se
llama Alcubillas, dos leguas de Villanueva de los Infantes. Yo no e tomo aquí de propósito a escribir su vida ni la de otros hermanos, de quien me he necesitado de decir algo en orden al fin que arriba propuse, sino tocar de paso algo de su vida y muerte, en [que] reverberaron los rayos de la infinita misericordia de Dios, mediante los cuales está mostrando y descubriendo cómo de esta su Religión él es el sol y luz verdadera. Luego, si nuestro intento es tratar del sol que es Dios, que con mano tan larga y dadivosa como la mañana rompe sus cielos f, descubre sus resplandores y communica sus bienes, no hay que detenernos en los rebatideros de estos soberanos rayos, sino irnos tras ellos al origen y madre donde salieron. Que, aunque son de ver y de considerar cuando hieren un jardín lleno de mill diferencias de flores, más lo fueran a quien los mirara en el propio sol g, o por mejor decir, en Dios, que es lumbre inmarcesible.
En verdad que, por mucha sed que lleve el caminante, cuando topa el arroyuelo que no se pare, sino antes la vertiente de aquel agua le convida a alargar el paso hasta llegar do nace y mana. Y allí, como ciervo sediento, mata la sed y se echa a buzas, como otros soldados de Gedeón, sin reparar en cosa 16.
Digo, cierto, mis hermanos, que, como no nos pueden satisfacer ni hartar las virtudes y obras de nuestros hermanos, por señaladas que sean, no querría que en ellas nos detuviésemos, sino que, guiándonos por ellas, nos fuésemos a buscar a Dios, fuente y manantial de donde todo lo bueno se vierte y derrama, y ahí, con san Pedro, dijésemos que se zabullesen pies, manos y cabeza, y todos nosotros 17. Que, en fin, no habíe allí que temer, pues es h mar grande y anchuroso, y todos cabemos para vivir en él con eterna perpetuidad.
Pues digo que de este soberano sol han salido algunos rayos que han reverberado en algunos de nuestros hermanos difuntos, descubriendo en ellos algunas cosas que bien mostraban ser el mismo Dios y sol autor de ellas; y, como mar, haber echado de sí algunos arroyuelos, que regaron y fructificaron los sembrados de estos hermanos, de quien vamos [537r] tratando. Y así no habrá que echarme culpa si yo con más claridad y distinción no i scribiere la vida y muerte de nuestros hermanos. Que, pues ellos ahora no se pagan sino con Dios y en él tienen su eterna holganza, no quiero yo tenerla en ellos, sino en el mismo Dios y de ahí salir a tomar de ellos lo que ellos tomaron del mismo Dios.
Este hermano me vino j a pedir el hábito a Madrid k; y, por no venir tan bien puesto en lo exterior, que es lo que el mundo mira, y traer las partes que en la Religión se piden, con facilidad se le dio el hábito. Pero, como no eran ésas las partes con que habíe de florecer y aprovechar en la Religión y más caminar a Dios, al punto que tomó
este sancto hábito, se le taparon y encubrieron. Porque podré decir: dende el día que lo vi hasta que por su muerte se me encubrió, no vi hombre l más despreciado, desestimado y deshecho a sus ojos y a los demás. Cierto, y protesto de no decir ningún encarecimiento, sino que confieso me quedaré muy bajo y no podré corresponder a lo que mi alma siente de este hermano en las cosas que de él tocare. Que en mi vida vi trapo viejo arrojado al rincón más despreciado ni desestimado que este hermano, que parece, si se sentaba, se cosía con la tierra; si estaba en pie m, se encogía n, resumía y abreviaba. Que parece se quería anonadar o a los ojos de los hombres, porque ese efecto debiera de hacer en él el pensamiento sancto de humildad que Dios le debiera de haber dado. Y así no fue fraile vistoso ni parecido, si no era en la cocina, fregando, barriendo o cocinando las yerbas que habían de comer sus hermanos.
Con estos pensamientos de humildad, se vino a encoger y a consumir de tal manera, que dentro de pocos meses me parece quedó no hombre de carne, porque si, como se le consumió y resolvió, se le consumieran también los güesos, dijéramos ser puro espíritu. Pero, ya que no fuese sólo espíritu, imitóle en tanto y en más que se pueda p decir en mi vida de hombre q. Dentro de dos meses como tomó el hábito, más comía por cumplimiento que por necesidad que tuviese.
Su oración fue sin pausa, pues con ella enpezó y acabó la vida, sin que de él se pudiese la Religión aprovechar para cosa exterior. En ella [537v] andaba tan elevado, que se le pasaban las noches sin hacer cuenta; había sido un pequeño rato. Un día llegó a mí en Valladolid y díjome: —Hermano, déme licencia para estar dos horas en oración esta noche, puesto en cruz (como él solía, levantados los brazos en el aire). Yo entendí que se burlaba, porque en mi vida tal cosa había oído decir de hombre ni de sancto, por ser una cosa [de] lo r más trabajoso que se puede imaginar; y que si no es estando elevado, yo no sé cómo se pueda hacer. Díjele: —Vaya, hermano, que se burla. Respondió: —Si su charidad quiere, yo las estaré de muy buena gana, porque muy de ordinario las estoy y me dan licencia mis maestros; y el hermano fray Joseph de la Sanctíssima Trinidad me daba licencia para más. Yo díjele que fuese. E, informándome cómo era aquello, me respondieron, y él me dijo mandándole me informase cómo habíe alcanzado una tan particular victoria de su cuerpo para tenerlo sin trabajo y molestia tanto tiempo en el aire, respondióme y dijo que, dende el principio que habíe tomado el hábito, se había acostumbrado a tener así oración y que, dejándose llevar de la presencia de Dios, se habíe ya divertido de tal suerte de los trabajos del cuerpo, que no los sentía; que sólo sabía le habíen quedado de aquel ejercicio los brazos destroncados para cosas de trabajo y fuerza, pero que, para cosas de la oración, si yo quería, se estaría toda la noche de aquella manera.
Díganme por charidad cuál estaría el alma en oración, cuando no sentía una tan penosa y larga postura del cuerpo. Que vemos muy grandes sanctos, para estar de aquella manera el spacio que tardan en decir cuatro o cinco veces el psalmo de miserere mei, lo tienen por tan penoso e insufrible, que más lo gastan en hacer actos de paciencia y sufrimiento que no en entretenerse en elevaciones. Seas tú, Señor, mill veces bendito, que bien parece vienes lleno de misericordias y bienes a esta tu Religión, pues tan en sus principios y tan de balde, como si te [538r] hicieran enbarazo, buscas con quien deshacerte de ellos y darlos a los primeros que los quieren coger. Pues oración, a quien ya el trabajo y molestia del cuerpo no inpide las tres horas en que, estando el cuerpo crucificado, se subió el alma al cielo, que parece pudo decir alma tan sancta en aquella ocasión: consummatum est lo inperfecto y pesado del cuerpo, quia in manus Dei iam tradidit spiritum 18. Espíritu entregado y puesto en las manos de Dios, es muy cierto no sentirá los brazos descoyuntados ni manos enclavadas.
De esta oración le nacían dichos y hechos notables: una obediencia que es vergüenza en no decir cosas particulares, que parece me quedo suspenso en las virtudes de este hermano, pareciéndome que no tiene la virtud s en t abstracto sino en concreto (así creo lo llaman los artistas), que no era virtuoso, sino la misma virtud; no obediente, sino la obediencia, porque yo lo vi darle tanto contento cuando veía al prelado que, sin poderse contener, se arrojaba a sus pies y se los besaba u, diciendo palabras amorosas y regaladas.
Estando aquí en Madrid, estaba él en una celdilla que había, do tenía harto un hombre que caber dentro, haciendo los ejercicios que en nuestra Religión se acostumbran a hacer: que, por ciertos días que allí están, no salen a cosa, ni aun a comer, ni hablan con nadie. En este tiempo diole al hermano fray Juan de los Angeles un achaquillo de garganta, de suerte que, sin que él lo supiese ni entendiese, no sé si dentro de veite horas, sin haber hecho caso de la enfermedad v, se les quedó muerto. Nuestro hermano, que en aquella ocasión se halló en su celdilla de sus ejercicios, llamó al hermano ministro fray Joseph de la Sanctíssima Trinidad y le dijo: «Hermano, ¿qué será que he visto w al hermano fray Juan de los Angeles que se había muerto y ha estado un breve rato en un lugar muy obscuro y estrecho penando, y luego salió de allí y se fue al cielo?». Díjole entonces el ministro: «Hermano, encomiéndelo a Dios, que se nos ha quedado muerto en muy poquitas horas». De donde los hermanos entendieron la salvación del uno y la virtud y oración del otro.
De este hermano me dio el hermano fray Sebastián de san Atanasio, que vivió con él, dos o tres pliegos de papel, y los he perdido. Cuando
scriban su vida, que yo no tengo ahora lugar para nada, los podrán buscar. Sólo concluyo con una cosa: [538v] que, mientras vivió, fue padre corporal y espiritual de pobres. Siempre les daba de comer, se lo guisaba, buscaba y juntaba, y después, hincado de rodillas, les enseñaba la doctrina cristiana; y, al despedirlos, les besaba los pies. Y así quiso Dios los mismos pobres se lo pagasen en muerte, porque, dándole la enfermedad en un convento de desierto que teníamos, llamado Nuestra Señora de la Bienparada, me contó un hermano que allí se halló que, dende el día que cayó en la cama, no pareció pobre a la portería y, el día que murió, se halló la puerta y el entierro lleno de pobres. Que x los y enviaba Dios, en nombre de los que en el cielo lo estaban recibiendo en sus tabernáculos 19, y a que besasen y pagasen a aquellos sanctos pies los pasos que en su servicio habían dado y los besos que, con sus labios que distilaban mirra de doctrina sancta, habíe dado en los pies de los pobres menesterosos.
Cierto, hermanos, que gusto de no decir ni hablar de este hermano, porque lo quise terníssimamente y sentí su muerte, porque el día que yo envié por él para ponerlo ante los ojos de los príncipes y reyes, ese día me trujeron la nueva: quedaba acabando. Y así siento la pérdida que la Religión tuvo de un sancto, cuando enpezaba a florecer y a alumbrar a los demás con su exemplo y virtud, con su humildad, paciencia, sufrimiento en los trabajos, obediencia, oración, penitencia y un puro amor de Dios. Que en z estas y otras muchas más virtudes floreció y se señaló, sin saber en cuál más, porque en cualquiera de ellas parece que habíe llegado a su estado. Plega a Dios a mí y a mis hermanos nos lleve al que él tiene ahora, que yo sé seríamos dichosíssimos. Porque, siendo él ángel, ¿dónde habíe de estar sino entre los ángeles a? Y si estando en cuerpo se iba su alma con Dios al cielo, ahora que lo dejó ¿dó habíe de estar sino donde están los humildes, los limpios de corazón? Que es viendo a Dios por los siglos de los siglos.
Lo demás, si quisieren scribirlo, pregúntenlo. Etc.
5. Fray Lorenzo de la Concepción
[539r] El tercer hermano b, de quien propuse tratar para mostrar el apoyo y asiento que tiene Dios en esta sagrada Religión, fue el hermano fray Lorencio de la Concepción. Fue natural de Ciudad Rodrigo, tierra de Salamanca. Fue muchos años fraile calzado de los padres de la propia Orden.
Por el natural tan rendido a las cosas de c virtud y perfección, se le pudo echar de ver cuál sería la vida que allá tendría. En materia
de defectos y faltas, tengo por cosa certíssima fue inculpable. En cosa de virtud y penitencia, nada he preguntado. Sólo sé una cosa que descubre muy bien la limpieza con que debiera de vivir y cuán lejos y apartado de hacer cosa que fuese ofensa de Dios d. Cierta persona, estando él en Nuestra Señora de la Bienparada, requirióle de peccados de torpeza y persuadióle a ello. Y él dijo: —Mucho de norabuena, póngase vuestra merced. Y, cuando se hubo descubierto, sacó unas sordillas y con un espíritu de Dios enpezó a dar en ella tantos azotes, que debiera muy bien de quedar reparada y vencida su tentación; y él se volvió libre y victorioso a su convento, dando gracias a Dios e por una tan singular merced como Su Majestad le había hecho. Esto lo supe estando en Valdepeñas, confesándose él conmigo y diciéndome que en esta f materia jamás padecía cosa que le diese pena, sino que, antes, vivía con temores de que el demonio le traía algunas tentaciones de presunción o vanagloria, por haber salido con el favor del cielo con semejantes victorias.
Habiendo yo ido a Roma, a lo de la confirmación de la regla y separación de la Orden, tomó nuestro sancto hábito en aquel convento de la Bienparada, donde estuvo con grandes deseos de su perseverancia hasta que yo vine con las letras de Su Sanctidad. Volviéndose los demás, que en aquel convento estaban, contra mí y contradiciendo el motu propio que yo traía, él sustentó cabeza de bando por la parte de Dios y de la reforma. Y así, en los capítulos que juntaba el ministro que allí estaba, para que los frailes diesen poder para contradecir, él siempre lo resistió y permaneció en ello, diciendo que él quería dar la obediencia al protector que venía señalado de Roma y caminar según el orden que tenía señalado Su Sanctidad.
Y esto fue de suerte que le obligó al ministro a echarlo g preso. Y, como él hacía las partes de Dios, en fin, verbum Dei non est alligatum 20, no hubo para él puerta cerrada. Que, aunque las tenían suficientemente [539v] guardadas, la muerte, de quien dice Jeremías que sube por la ventana para quitar la vida a quien no la merece 21, y le guarda la puerta a tiro de escopeta a quien merece la vida y la sabe enplear en servicio de Dios, sabe muy bien, para que la tenga y goce, descolgarse la muerte por una ventana, para dejar el tal h viva vida de gracia. Así lo hizo nuestro hermano: que, ayudándole, como a otro Pablo, algunos ángeles, se descolgó y echó por una ventana 22. Y él y otros dos hermanos se vinieron a Toledo, do estaba el visitador que teníamos 23, con hartos miedos y temores de los padres calzados, que hacían grandes diligencias por cogerlos. Y se deja entender lo que con él hicieran, si lo cogieran, pues, viniendo a sus manos uno de los tres en el convento de Talavera, le dieron muy gentiles disciplinas por pasaporte.
El visitador, que estaba entonces en Toledo, los envió a Valdepeñas, que era solo el convento que había, donde este religioso estuvo y vivió guardando su regla primitiva con summo rigor y rendimiento. Y esto fue de tal suerte que, mandando Su Sanctidad en sus letras todos los que tuviesen nuestro hábito guardasen año de noviciado 24, haciendo i en aquel convento de Valdepeñas el officio de maestro de novicios un fraile carmelita descalzo 25, fue novicio con la humildad y rendimiento que uno de los niños del siglo, sin reparar que tenía él de antigüedad en su primer hábito más de 38 años j. Sino que de esa manera tomaba disciplinas, y se ejercitaba en ellas dándoselas otros, con la humildad que pudiera una criatura, que así lo era él para más aprovechar y abrazar lo que tanto amaba y deseaba.
En aquel tiempo llegó a haber en aquella casa de Valdepeñas cincuenta frailes k, con solos dos o tres sacerdotes; y él, como dicen, el obligado para las confesiones de dentro y fuera de casa, abrazando en esta materia trabajos que, si los hubiéramos de pesar, pesaran sobre todas las palabras con que se pudieran encarecer. Porque, como habíe tantos frailes y no alcanzaban para su sustento más que unas pobres yerbas, por ayudarse de algo, se obligaban a ir a decir missa dos leguas de allí por alguna limosna que les daban. A todo lo cual acudía el buen fray Lorencio con alegría, gusto y admirable paciencia, no reparando en el ir a pie con los calores del verano y heladas del invierno; [540r] y esto por ganar alguna cosa para el sustento de los demás religiosos. Que, a mi parecer, no es pequeña mortificación ni pequeño amor el que a sus hermanos tenía, que, mientras ellos se estaban en casa criándose como niños chiquitos, él anduviese por los caminos y pueblos buscándoles el pedazo de pan.
Pues para la carne no era muy buena la paga que le daban, porque, como los otros religiosos eran pequeños y de los que habíen venido del siglo, usábase (pudo ser, no quiero juzgar: qui judicat me Dominus est, et ipse est qui judicet 26), usábase entonces, al religioso que habíe venido de la regla modificada, baldonarle y traerle como abortivo y estraño. Que, según he visto el sentimiento acerca de estas cosas, pienso que les es de la mayor mortificación que se puede imaginar. Y desto no quiero decir más. Sólo digo que ésta no era bastante para quitarle el gusto que tenía en l servir a sus hermanos. Joseph en casa, regalado y estimado de su padre, soñaba que sus padres y hermanos le adoraban, lo cual, dice la Scritura, fue causa de odio y aborrecimiento; y vino a romper en obras, en enpozarle y venderle 27. Pero a nuestro hermano ayudóle Dios, en el caso semejante, con paciencia y humildad, de suerte que, tiniendo muchos hermanos chiquitos, que en casa se quedaban regalados
a la sombra del padre, soñándose reyes que los demás m los adoraban y reverencian, aunque más soles y lunas fuesen —lo cual entonces lo permitía Dios para mayor prueba y humildad de los que Dios quería verdaderamente humildes y obedientes—; y, en fin, como sueño, que no era revelación sino ilusión y soberbia, pudiera causar en nuestro hermano desabrimiento y enojo; y, como hombre viejo, pudiera resistir estos golpes, puniendo tierra en medio. Y, con todo eso, quiso más sufrir una muerte perpetua que no ir contra el consejo de Cristo: que el que pusiere mano al arado, no debe volver atrás 28. Y así perseveró, continuando su mortificación y ordinarias penitencias.
En una sola n cosa quisiera acertarle a alabar, que fue en la continuidad que tuvo en acudir a los actos de communidad, particularmente en los del coro, que jamás hasta que murió no fue notado de faltar siquiera un día a maitines, aunque estuviese con calentura continua. Sucedióle a él decir, habiéndose estado quejando toda la noche, que, cuando sentía pasar al prelado por el dormitorio, callaba porque no le mandase estar en la cama aquel día y dejar de decir missa. Y esto era de tal manera que, cuando se quiso morir, porque un día no dijo missa, dijeron los hermanos: «El hermano fray Lorencio se muere, pues no ha dicho missa». En lo último de su vida, acudió al coro de noche y de día o, y a los demás actos de communidad, con calentura continua, como el médico dijo: que habíe más de seis meses que no se le quitaba.
[540v] Las enfermedades y penitencias jamás le quitaron el alegría del rostro para con sus hermanos y del corazón para con Dios. Tenía en su celda una flauta, que los p días de grande recreación la sacaba, con licencia de la obediencia q, para alegrar los novicios y demás hermanos. Y, con ella tañéndola, solía dar algunos gritos que le servían de desahogos del r alegría grande que tenía en el corazón. Solía él decir algunas veces, porque no les pareciese que aquello lo hacía desordenadamente: «Sepan, hermanos, que esto lo he hecho por alegrar a los hermanos, porque, cuando lo hacía, me estaba abrasando con una recia calentura». Y bien se le echó esto de ver, pues, un día antes que se muriese, llamó a todos sus hermanos y a los s novicios más chiquitos los comparaba t con apodos y dichos a los sanctos del cielo, como decir: Fray Fulano y fray Fulano se parecen a san Crispín y san Crispiniano. Y otros dichos, que descubrió la pureza de corazón que tenía y el deseo de que sus hermanos perseverasen con alegría en la Religión.
El último año de su vida, con las enfermedades y penitencias, se vino ya a asentar en las cosas de virtud, de tal manera que no lo sabré decir. Fue padre spiritual de pobres. No habíe contento igual para él, aunque estuviese enfermo, que mandarle ir a confesar algún pobre enfermo o ayudar a bien morir a alguien. Y esto era de suerte que apenas
nos lo dejaban entrar en casa de noche ni de día, sino que para todos era él obligado. Muchas veces, viendo el trabajo que traía tan sobre sus fuerzas, solíale yo mirar al rostro, a ver si iba con contento a ayudar a bien morir a los pobres o confesarlos, y veíalo tan contento que no me atrevía a quitarle la ocasión de su u mérito.
Jamás le oí tratar ni decir palabra con que ofendiese o agraviase persona presente o absente. Y bien se le echaba de ver cuán lejos estaba de cometer faltas quien, haciendo officio de celador, cuando en el refectorio ponía v las culpas, ponía algunas tan pequeñas que parece eran necesario ojos de bienaventurados para hallar cosas tan pequeñas que reprobar en los que hacíen vida de ángeles, deseando que el que era justo se tornase a justificar 29.
Para tratar de su humildad y de otras singulares virtudes que tenía, era necesario tratar de las obras acerca de qué las ejercitaba, que fuera largo. Y, como tengo dicho, yo aquí sólo tengo intento tratar de estos hermanos aquello que hace a nuestro intento.
[541r] Vivió con esta entereza y pureza de vida hasta que le dio la enfermedad de la muerte. La cual, antes que le diese, en la recreación, no sé si fue un solo día antes, me pidió donde deseaba lo enterrásemos y lo que pedía hiciésemos por él. Diole, pues, la enfermedad este año de 607, viniendo de la procesión general del Sanctíssimo Sacramento. Estuvo en la cama siete días, con una admirable paciencia y alegría en ver que ya se le llegaba su dichosa hora, donde con w velas tendidas y a boca abierta se habíe de estar regocijando y alegrando con sus compañeros los sanctos.
En la propia cama no aflojó el cumplimiento de las virtudes en que se ejercitaba, porque, viéndose molestar de los muchos que le preguntaban cómo estaba, por no padecer x aquellos últimos ratos, que suelen ser de tanto provecho para un alma y la continua presencia de Dios que tenía, hizo scribir en un papel tres ringloncitos que decían: «Mejor estoy, malo estoy, más malo estoy». Y, puestos en la pared, tenía un palillo en la mano y, cuando le preguntaban cómo estaba, como niño del scuela, apuntaba a uno de los ringlones, según estaba y.
Diéronle los sacramentos y, al recebir el de la strema unción, como él era tan buen sacerdote y eclesiástico, ayudaba a dárselo de muchas maneras, respondiendo y avisando en las z ceremonias que faltaban. Desta manera acabó, cercado de sus hermanos, diciendo psalmos y antífonas para que toda la Sanctíssima Trinidad recibiese su alma.
En su entierro sucedieron dos o tres cosas maravillosas. Murió día octavo del Sanctíssimo Sacramento, día en que hacíemos en casa la fiesta a Dios. Este día una señora le dio gana de enviar mucha música para la fiesta, de chirimías y cantores, y más la que el convento tenía.
Como sacaron a enterrar y a hacer los officios a mi buen fraile, quítanse todos de ruido y vuélvese toda la música y cantores a hacer la fiesta al religioso muerto, agradándose Dios de honrar su siervo en aquel su día y prestarle su fiesta, y hacer una reseña de la que en el cielo le harían los ángeles. Esto fue de suerte que admiró, porque semejante entierro no se ha visto en el mundo, con danzas y chirimías; y que los versos los dijesen repartidos con la música.
Representóseme en este entierro una cosa que la sancta Madre Theresa de Jesús [541v] cuenta de una visión que tuvo 30, viendo enterrar un hombre de no buena vida: que, al tiempo que lo llegaron a echar en la sepultura, fueron tantos los demonios que entraron dentro a tomar el cuerpo, a pisarlo y echarle tierra, que quedó asombrada y espantada y como fuera de sí, pensando que, si con aquel triste cuerpo acá en la tierra hacían aquello, ¿qué seríe lo que harían con su pobre alma en el infierno? El propio argumento, por la parte contraria, hago yo: si con este siervo de Dios y sancto religioso en la tierra se hace esto con su cuerpo, que le da Dios su música, su fiesta y le presta sus cantores en día que él está en público, ¿qué hará con su alma en el cielo? ¿Qué fiesta, qué música, qué cantos, qué recebimiento, donde los que le alaban y sirven son tan sin cuento ni par? Y, si así honra al cuerpo, que se queda en la tierra, ¿cómo a honrará y premiará al alma que sube al cielo?
Lo segundo que sucedió, fue que la persona que envió la música este día, era una señora que tenía unas grandíssimas cuartanas y, porque no se quedase sin paga del servicio tan agradable que aquel día habíe hecho a Dios en b enviar la música que habíe de honrar a su siervo, le faltaron este propio día y quedó muy buena. De donde yo colijo que en el cielo nuestro hermano paga y pagará el bien que en la Religión recibió mientras vivió, pidiéndole a Dios nos lleve en su compañía. Etc.