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San Juan Bautista de la Concepción
Obras II – S. Juan B. de la C.

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INTRODUCCION

 

 

            1.            Publicamos a continuación la segunda mitad, una sección compacta y autónoma, del tomo V autógrafo (ff.136r‑306v). Como otras veces, añadimos nosotros el título y subtítulos de todo el escrito. Explica de entrada el autor: «Un religioso de nuestro sancto hábito, en diferentes tiempos, hizo estas cinco preguntas a diversas personas de cuya virtud y sanctidad de vida tenía particular satisfacción». ¿Quién era ese religioso? Sin duda, a tenor del texto y del contexto, el propio Juan Bautista de la Concepción, que siempre anduvo tras el consejo ajeno a la hora de tener que decidir sobre cualquier aspecto de la vida de sus hermanos. Sin embargo, no es posible identificar a las «diversas personas» interpeladas, de las que, según se dice expresamente, una fue mujer (la que respondió a las dos primeras preguntas) y otras, algunos padres carmelitas descalzos (respondieron a las tres restantes). Tampoco se pueden precisar los «diferentes tiempos» de las consultas, si bien las dos primeras hacen pensar en la época precedente a la reforma y las otras en torno al año 1606, cuando el Reformador, siendo ministro provincial, se planteaba los temas específicos tratados1.

            He aquí el abanico de las «cinco preguntas». La primera concierne a la elección de estilo de vida por parte del interesado, ya que, «siendo hombre de oficio y estando en su mano y a su cargo el aprovechamiento y mejoro de muchas almas, le tiraban para la soledad, recogimiento y presencia de Dios muy a solas, sin admitir cuidado de otra cosa». En idéntico cauce se sitúa la segunda: ¿Qué hacer ante el dilema de «haberse de derramar el espíritu y menoscabarse el recogimiento» interior por culpa de «la vida activa y cuidados santos de afuera» que le absorben? La tercera versa sobre la conveniencia de fundar casas en Andalucía. Sigue la cuestión relativa a tener o no tener monjas en la descalcez. La quinta, por último, se refiere al uso de sedas y brocados en las iglesias conventuales.

            De haber ejecutado los consejos recibidos, nuestro autor ciertamente no habría concebido el presente escrito, o, al menos, no habría dejado correr tanto la pluma, limitándose a una alusión de pasada. Su esfuerzo y paciencia en razonar largamente sobre los puntos indicados obedece al hecho de que, en este caso, por fidelidad a la voluntad de Dios, se había «visto forzado y obligado a hacer en todas cinco cosas al contrario de lo que le habían respondido». Tal decisión le impelía a dilucidar, para sí y para los hermanos, la rectitud de su conducta.

 

            2.           Con objeto de quedar más velado y poder hablar con más libertad, reviste su respuesta a las dos primeras cuestiones, que son las que le afectan más íntimamente, con el ropaje literario de tres diálogos ficticios entre el hermano Pedro y el hermano Juan, ambos hermanos donados. Tanto el uno como el otro son, en realidad, la


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misma persona, esto es, el propio santo autor, quien, con la ayuda de ese recurso literario, nos facilita una cala honda y luminosa en la historia de su propia alma. Atraído, por educación y sensibilidad espiritual, hacia el recogimiento y la contemplación, la llamada de Dios a la vida activa o de trabajos por los hermanos, como él dice, le sumergió en zozobras y luchas interiores prolongadas. Y, aún después de optar por los trabajos, se fue agudizando ese contraste íntimo, hasta convertirse en un auténtico martirio. Martirio, eso sí, que se le irá desvelando poco a poco como su única vía vocacional y salvífica. Dios, nos dirá, le ha crucificado con Cristo para poder ser padre/madre de los trinitarios descalzos.

 

            3.           Su autoconciencia de paternidad espiritual despunta aquí con más nitidez que en otros escritos2. Se perfila incluso como madre espiritual, pues, a despecho de lo que le aconsejaban («mejor la soledad con Dios que no tener hijos y cuidar de otros»), al abrazar la reforma había escogido «ser madre y tener hijos», es decir, «hijos espirituales para Dios». Concibe su prelacía a manera de «un matrimonio espiritual» con Dios, en virtud del cual su tarea es «la fecundidad y multiplicación de los súbditos». De donde resulta que los «hijos que han nacido en esta Religión desde que empezó» son efectivamente sus «hijos herederos», los hijos que Dios le ha dado.

 

            4.            Algunos de los temas que se desarrollan han sido definidos certeramente como «cuestiones carmelitano‑trinitarias», en cuanto «surgieron primero entre los hijos de santa Teresa y luego pasaron a nuestra descalcez», a saber: la conveniencia de fundar en Andalucía, de asumir el compromiso de las misiones entre infieles y de constituir y asistir, en caso de que las hubiera, a las monjas3. Puesto que los consultores fueron carmelitas descalzos y los puntos debatidos comunes a las dos reformas, nuestro autor se dirige en sus reflexiones ora a los carmelitas, ora a los propios hermanos. A todos trata de persuadir, alegando, sobre todo, el testimonio de santa Teresa de Jesús.

 

            5.           Tras implantar a sus hijos en varios puntos del sur de España (Baeza, Córdoba y Sevilla...), tomó la pluma para justificar su postura y defender a santa Teresa de la acusación de antiandalucismo. Desconocía los textos en que la Reformadora del Carmelo manifiesta su desafecto hacia la gente andaluza4 y no podía creer lo que le decían: «que, fundando la santa Madre Theresa de Jesús en aquella tierra, profetizó que aquellos conventos se habían de relajar más presto que los demás de su religión». Se apoya en pilares teológicos, escriturísticos y vocacionales inamovibles, así como en razones de índole religioso‑ascética para deshacer las objeciones que ven en los andaluces propensión a la vida relajada y muelle. Es el Espíritu Santo quien trae los sujetos a la reforma y los transforma con su fuego irresistible. Según muestra la experiencia, a menudo Dios trasplanta grandes viciosos y herejes al seno de la


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Iglesia y de la vida religiosa. ¿Por qué hemos de desconfiar en nuestro caso? Confiemos en el poder del Espíritu y pongamos los bienes de la Religión a disposición de todos los hombres5.

 

            6.            Partiendo de una consideración ocasional sobre el celo de conversión de almas que ardía en el pecho de santa Teresa a la par de su entrega al recogimiento y a la oración, el autor enlaza con la cuestión andaluza el tema de las misiones, que, según él, deben asumir tanto los carmelitas como los trinitarios descalzos. Defiende con sólidas razones bíblicas (aunque, extrañamente, silencia el mandato de Jesús: «Id y enseñad a todas las gentes...»), teológicas e históricas esa relación íntima entre oración e impulso evangelizador. A este respecto, le parece muy aleccionador el ejemplo de los jesuitas y, sobre todo, el de los carmelitas descalzos de Italia. Es una larga «digresión» (239v‑274r), como la llama, poco estructurada y bastante confusa, en la que formalmente dialoga con los hijos de la Reformadora, pero dando a entender a los propios hermanos su pensamiento favorable al inicio de la tarea misionera en la descalcez trinitaria6.

 

            7.           Con tres folios escasos (280r‑283v) despacha la cuestión de las monjas trinitarias descalzas, cuya institución venía acariciando desde los primeros pasos de la recolección7. Hacía ya más de tres años (primavera de 1606) que había redactado un comentario parcial de la Regla primitiva «para cuando las hubiese» (se incluirá en el vol. 3.º). Ahora, ante el parecer contrario de algún carmelita, quiere sentar por escrito su profunda convicción: «Es certíssimo, evidente e infalible verdad, al parecer de personas devotas y grandes siervos de Dios, que importa, conviene y es necesario haya sanctas monjas debajo de nuestra regla y sancto hábito de descalzos de la Sanctíssima Trinidad». Y se ampara de nuevo, preferentemente, en la irrefutable autoridad teresiana: la gran Reformadora empezó por las monjas. Por otra parte, «si no hubiera monjas, es cierto que no hubiera habido en el mundo la sancta Madre Theresa de Jesús». Hay indicios de que se han perdido uno o más folios de esta sección. No se lee la respuesta del autor a una de las objeciones que le habían planteado: que san Pedro de Alcántara no había querido ocuparse de las Descalzas Reales, de Madrid. La última palabra, provecho (f.283v), que está escrita fuera y bajo la línea, anticipa el inicio del folio sucesivo (inexistente) en que proseguía el mismo tema.

 

            8.           Aboga, finalmente, por el uso de sedas y brocados en las iglesias de los descalzos de la Santísima Trinidad, quinta y última cuestión, pero no con la contundencia anterior, ya que «cualquiera de las dos opiniones la tienen sanctos y siervos de Dios, cada uno juzgando por mejor aquello que su spíritu le inclina y lo que más le ayuda». El oro, la plata y las telas preciosas —es su criterio— son para el servicio de Dios. Fustiga con dureza a los poderosos y eclesiásticos que, mientras viven sobrados de riquezas y comodidades, abandonan las iglesias de su cargo, teniéndolas sucias, sin imágenes ni ornamentos. Particularmente escandaloso le


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resulta el comportamiento de «los sacerdotes, curas, beneficiados, canónigos, dignidades, prebendados y obispos, que llevan sus rentas y tiran sus gajes de las iglesias y con ellas triunfan, gastan, edifican casas y hacen mayorazgos, y dejan las iglesias hechas caballerizas».

 

            9.           El texto de los ff.284r‑286v, que presenta dos fragmentos extrapolados de otros tantos escritos, lo hemos desplazado al final del presente volumen, donde el lector hallará más datos sobre el particular.

 

            10.            Respecto al cuándo y dónde del escrito, el examen interno permite determinar que hasta el f.276v fue compuesto en Madrid a lo largo de los cinco primeros meses de 1609 (incluida la parte primera del tomo V); los folios restantes fueron redactados en Sevilla el mes de agosto de ese año, salvo los ff.280r‑286v, datables poco después en Madrid8. Era el tiempo en que el Reformador, concluido su trienio de ministro provincial, andaba errante por los conventos sin cargo alguno.

 

 

 

 


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[f.136r]                                                            Jhs. M.ª




1         Véase el análisis de todos estos puntos en NICOLÁS DE LA ASUNCIÓN, Apuntes críticos al tomo V de nuestro Reformador: ActaOSST V/2‑3 (1954‑55) 114‑140.



2         Cf. Carisma y misión, 553‑590.



3         NICOLÁS DE LA ASUNCIÓN, l.c., 121.



4         Había compartido la idea de que los andaluces eran perezosos, pendencieros, insinceros y, por todo eso, poco idóneos para abrazar los rigores de las órdenes reformadas: «Esta gente de esta tierra no es para mí» (carta, de Sevilla, 29.4.1576). En el Libro de las Fundaciones, 24,4, declara, como arrepentida, que las fundaciones de Beas de Segura y Sevilla no habían sido de su agrado.



5         Para esta cuestión, cf. Carisma y misión, 324‑328.



6         Materia analizada por PUJANA, J., Los trinitarios y las misiones según su reformador san Juan Bta. de la Concepción: Trinitarium 1 (1988) 23‑68; Carisma y misión, 661‑674.



7         Cf. Carisma y misión, 506‑511.



8         Cf. NICOLÁS DE LA ASUNCIÓN, l.c., 142‑146.






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