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San Juan Bautista de la Concepción
Obras II – S. Juan B. de la C.

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II. RESPUESTA A LA SEGUNDA DIFICULTAD

 

            Lo 2.º, dicen que en la Religión hay tanto rigor y aspereza que parece cosa imposible que esto haya de ir adelante.

 

1.         Rigor contra el pecado y las malas inclinaciones

 

            Digo que, siendo cosa de tanta inportancia —como queda dicho— vivir sin peccado, es menester ese rigor y aspereza por las malas inclinaciones que esta nuestra carne tiene. Y que sabemos, cuando un señor tiene un sclavo y hace delitos y hurtos, lo castiga hasta que es bueno y no hace peccados; y mientras esta bondad no conoce en él, jamás


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afloja el castigo y, aun después de enmendado, siempre le amaga y trai a la memoria el propio castigo para si tornare a sus descuidos. Y lo propio debe hacer nuestra Religión, pues tenemos conocimiento de lo propio: que no a nos podemos fiar de nosotros mismos; y que, en medio de nuestra paz, sentimos en nosotros otras leyes —como dice san Pablo— que están contradiciendo a nuestro propio spíritu 1.

            Más, nos consta que nuestra propia carne jamás hizo nada por bien ni por halagos, sino que su bien obrar está encerrado en solo el castigo, rigor y penitencia; y así ahí hemos de buscar su virtud.

            Más, vemos que las leyes del reino mandan que al que hace un hurto de chalidad o comete un delito en la casa real, lo ahorquen y quiten la vida. ¿Qué cosa hay más grave b que los peccados y ofensas contra Dios?, ¿ni qué culpas más cercanas a la persona real que el peccado, que c es hecho contra el mismo Dios? Pues advierta, vuestra excelencia, que, por [188r] mucho rigor que tenemos, aún no nos damos la muerte ni hemos quitado la vida a quien tanto daño hizo. Cuando mucho, lo sentenciamos a galeras perpetuas y azotes, dándole lo uno y lo otro en cárcel estrecha que es la Religión; y esto usando nuestro gran Dios de misericordia con nosotros, de quien no quiere la muerte sino la vida para que nos emendemos 2.

            Tampoco se puede llamar rigor ni penitencia demasiada la que en esta Religión se hace, si consideramos los castigos que Dios hace y ha hecho por peccados muy pequeños; de suerte que, si consideramos los nuestros, hallaremos debíamos ser muy más rigurosamente castigados. Por un peccado de soberbia echó los ángeles que lo cometieron del cielo y los hizo demonios y entregó a penas eternas 3. A nuestros primeros padres, por otro peccado de inobediencia 4, hizo en ellos tal castigo que, dando en ellos el golpe, de sólo la resultida que alcanzó a nosotros padecemos y padecerá la naturaleza hasta la fin del mundo; y como si fuera pedrada hecha con terrón, a él descalabró y a nosotros como circunstantes cegó, y todos cuantos males de pena hoy sentimos de allí nacieron y aquella culpa los parió y engendró. Fuera nunca acabar referir los castigos que por culpas y peccados ya leves ya graves Dios ha enviado al mundo. Pues ¿qué rigor, aspereza o penitencia tomada por nuestra mano puede llegar a esos castigos?; pues, siendo el que castiga nuestro brazo propio, es el que mide nuestras fuerzas y corresponde al amor que tiene a su propia carne, haciendo muy de ordinario en semejantes ocasiones el golpe detenido y estorbado haciendo que el rigor quede en el aire y se pase la furia y enojo antes que llegue a ejecutar en la propia persona.

 


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2.         La penitencia de la Religión frente al infierno, la gloria y la pasión de Cristo

 

            Respecto de tres cosas se debe considerar la penitencia y rigor de vida que hay en la Religión, para que por ahí veamos si hay algo que se pueda llamar demasiado. Respecto del infierno, que se da por un peccado mortal; y así se debe considerar nuestra penitencia como conmutación de pena por pena. Y considerando nuestras penitencias por esta parte, digo que todo lo que hacemos es menos que cuando el papa concede por un avemaría docientos mill millones de años de perdón, porque en este caso conmútase lo finito por finito d y en estotro las penas infinitas por penas finitas. Y si es verdad que, si Dios concediera a uno de los condenados que ahora están en el infierno que volvieran a esta vida y que hicieran penitencia, fuera tan extraordinaria y tanta la fuerza que la consideración [188v] de aquellas penas les haría, que sus penitencias y rigores sobrepujaran nuestros entendimientos si Dios les diera fuerzas para llevar las que ellos hicieran —como se ha visto algunas personas que, llegando a la hora de la muerte donde Dios les ha mostrado algunas cosas de la otra vida, han hecho penitencias y rigores que han asombrado al mundo—, si esto es así, ¿por qué ha de parecer grande el rigor y penitencia que en nuestra sagrada Religión se hace, pues los que en ella estamos somos hombres peccadores que muchas veces merecíamos el infierno, y Dios por su misericordia quiere poner en nuestro gusto y voluntad su conmutación y trueco?

            Lo 2.º, lo más o menos poco o mucho que nosotros hacemos de penitencia, se podrá conjeturar por lo que aguardamos, que es gloria, premios eternos, compañía de tantos millares de bienaventurados y gozar de Dios para siempre jamás, bienes que la oreja no los oyeron, los ojos no lo vieron ni cabe en el corazón del hombre lo que Dios le tiene preparado 5. Si san Pablo dijo que non sunt condignae passiones huius temporis ad futuram gloriam 6, etc., que juntas todas las penitencias de los ermitaños y confesores, las cadenas, cárceles, spadas, garfios, fuegos y demás tormentos que padecieron los mártires no llegan de condigno a una sola gota de la gloria que Dios tiene aparejada para los que le sirven, ¿por qué ha de parecer mucho todo lo que es nada después de pesado con ese peso, que es lo que se hace en esta sagrada Religión? Si es verdad que los bienaventurados, si les dieran libertad y les enseñara Dios ser su gusto, que tornaran al mundo y procuraran padecer otros infinitos trabajos por más agradar a un tan buen Dios y Señor y procurar dar algo por tanto como tienen recebido, ¿por qué a nosotros nos ha de parecer mucho lo que en sí es tan poco? Si la sancta madre Theresa de Jesús dice que, si Dios la dejara hasta la fin del mundo padecer infinitos trabajos por sólo un grado y pequeñita gloria de la que Dios


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tiene para los bienaventurados, se tuviera por dichosíssima 7, ¿por qué esta dicha la hemos nosotros de perder habiéndonos Dios ofrecido tiempo y ocasión?

Lo 3.º, se han de pesar nuestros rigores y penitencias por vía de agradecimiento, según lo que debemos a Cristo y lo que Su Majestad padeció por nosotros, que fue tanto que, padeciendo por todos los peccados del mundo y otros mill mundos que hubiera y hubieran cometido peccados sin peso y medida, [189r] dice Job: Utinam appenderentur peccata mea quibus iram merui! 8 Tenía delante los ojos todos los peccados de los hombres y la medida revertida de penas y trabajos que Cristo en su cuenta daba; como hombre sancto que sentía se le hiciese agravio a tan buen Señor, da voces y dice: ¿Qué es esto?, ¡qué rigor y justicia se usa con este hombre inocente!, pésense todos los peccados del mundo, por quien merecemos penas, y no se le consienta que pague con las setenas y lleve sobre sus cuestas trabajos que tanto sobrepujan a las ofensas hechas. Si esto es así, que Cristo por nosotros paga medida tan revertida que, llegando a justificar la causa, satisfacía con sola una lágrima, ¿por qué nuestras penitencias han de ser muchas? Que por e muchas que hagamos jamás llegan a pagar lo más mínimo que debemos por esas propias culpas y jamás por vía de agradecimiento alcanzará lo más en nosotros a lo mínimo que hizo Cristo por el hombre.

 

3.            Poquedad de las penitencias en relación con la gloria que se pretende

 

            Suplico a vuestra excelencia pase los ojos por los trabajos, penas, aflicciones y afrentas que los hombres del mundo padecen por solo el amor que tienen a las cosas de la tierra, a las que hoy son y mañana fenecen y apenas f han enpezado a ser cuando ya enpiezan a desdecir del tal ser, pues ya tienen menos aquello que en aquel breve rato fueron. Nadie hay que tenga y posea tanto bien en este mundo, que el mismo bien por mill partes no esté descubriendo mill menoscabos de sí propio, de quien fuera nunca acabar enpezar a murmurar. Y con ser cosas tan bajas, de tan bajo ser, que traigan consigo tan poca seguridad, que tan poco enllenen y menos satisfagan, hay tantos hombres en el mundo que por ellas abracen con summo gusto inmensos trabajos y, bien considerados, muy mayores que todos los que nuestros religiosos hacen. Pues, si por pequeños premios se escogen grandes trabajos, ¿qué mucho que por los eternos, inmensos e infinitos que no han de tener fin, nuestros religiosos con summo gusto, movidos por solo Dios, abracen el rigor sin que les parezca grande?

           


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San Agustín, en el libro 5 ff De Civitate Dei capítulo 18 9, dice que no se puede ni debe jactarse ni gloriar el cristiano de haber hecho mucho y padecido por Cristo y por amor de la patria celestial 10; y que con mayor razón se puede ufanear y desvanecer el que mucho ha padecido por el mundo y por alcanzar bienes perecederos, que los mártires y varones penitentes por los eternos, porque los bienes que los mundanos procuran —dice el sancto— son pequeños y fugitivos, y mayores mucho que ellos los trabajos con que se procuran, de suerte que el adarme de bien lo compran a costa g de millares de afanes y trabajos; pero los mártires y santos compraron tan barata la gloria que, siendo un precio incomprehensible de eternas riquezas, no les sale adarme de trabajo, y también porque el amor con que padecían y la esperanza que tenían se los desminuía y trocaba de trabajos en gustos h y deleites. Y así dice no tiene por mucho que haya el cristiano de qué gloriarse [189v] porque no hace nada.

            Gloríese —dice S. Agustín— el gran dictador Furio Camilo de haber puesto a peligro su vida venciendo a los galos i y echádolos de Roma, trabajos padecidos por Roma la ingrata que tan injustamente, debiéndole tanto, le desterró de la patria común; pero no tiene que gloriarse el cristiano que hizo mucho con vencer las persecuciones y domar su carne y apetitos por la patria celestial, premio que tan infinitamente excede a todo lo que el hombre puede ofrecer, que si Dios pudiera ser el engañado, lo fuera. Desvanézcase —dice S. Agustín— mucho j Cévola 11, que puso la mano en el fuego para que allí fuese abrasada porque había errado el golpe de la daga matando a otro por su rey, hecho famoso con que espantó al rey y ejército contrario y alcanzó la paz; pero ¿por qué se ha de gloriar san Lorencio, que ardiendo en las parrillas decía al tirano que lo volviese del otro lado porque lo comiese igualmente asado, si con este martirio alcanzó la gloria de que goza y vale más que infinitos millares de martirios semejantes?

            Gloríese Decio 12, caballero romano, que obedeciendo al oráculo de los falsos dioses, él mismo se arrojó corriendo en su caballo en la profundíssima sima, donde compró con muerte temporal y eterna la gloria del mundo vana; pero ¿por qué se han de gloriar los 40 mártires, que no ellos sino el tirano los arrojó en los estanques helados de agua donde murieron de frío k, comprando con el frío breve abrigo eterno? Atilio l Régulo 13 sí hizo muncho, que siendo captivo lo enviaron los cartaginenses para que persuadiese al senado que diera libertad a los captivos cartaginenses trocándolos por él y otros romanos captivos, y


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porque Roma no tuviese munchos enemigos poderosos, persuadió lo contrario y, por no quebrar su palabra, volvió a Cartago a padecer crueles tormentos, donde murió despedazado y a esta costa compró la opinión de la fe y lealtad m humana; pero los mártires y varones penitentes, que mueren y trabajan por lo que les enseña la fe y por la palabra que Cristo les tiene dada, ¿qué hacen?

            Quien hizo muncho fue el famoso Fabricio por la reputación humana: despreciar las riquezas que Pirro, rey de los epirotas, le ofrecía, queriendo más vivir en Roma pobre que con él rico; y esto, hecho por vanidad, es más que haber dejado los apóstoles y los mártires los bienes terrenos que poseían y los que los tiranos les ofrecían por no carecer de los eternos 14.

            Quien merece admiración por haber hecho muncho es Enpédocles [y] Plinio, que por saber la causa del incendio de Edna, se entraron vivos en él y se quemaron 15. Quien merece admiración es Eráclito, que untándose todo con estiércol de bueyes, se abrasó. Quien hizo muncho fue Latica Romana, que por no descubrir los conjurados, siendo cruelmente atormentada se cortó la lengua con los dientes y la arrojó a la cara al tirano. Esto sí que le costó caro, esta falsa y fingida paciencia, el amor de la gloria vana. Pero los Bartolomés desollados, [190r] los Lorencios asados, los Estébanes n apedreados, los despedazados con garfios, los alanceados, los enpalados, ¿qué muncho que en ellos causase paciencia la cierta gloria que tenían de gozar de Dios y verle sin fin? Quien a mi parecer hizo más fueron los egipcios, que adoraban serpientes, gatos, cocodrilos, asnos y caballos y otras viles hortalizas 16 ­—como lo dijo el otro poeta: Felices populi, quorum dei nascuntur in hortis— y por una cebolla o ristra de ajos daban la vida. Estos sí que hacían muncho o, mas los Antonios, Arsenios, Ilarios y otros millares de sanctos que en los desiertos acababan sus vidas con estrañas penitencias por un Dios inmenso, eterno, infinito, que con gloria eterna ha de pagar, ¿qué hacen? Quien yo veo que hace mucho y goza de vida rigurosa, que no sintiendo los trabajos que padece con el enbebecimiento que trai de las cosas de la tierra, acortando su vida y accelerando su muerte, son los que surcan la mar y aran la tierra con viajes y caminos por unas pocas de riquezas, que, antes que las alcancen, topan con la muerte. Los que hacen mucho son los que p, confiando en los hombres, se andan tras ellos millares de años colgados de unas vanas speranzas; pero no los que atormentan sus carnes, los que trasnochan a la oración, los que ayunan y comen mal fiando en Cristo que les ha de ser eterna hartura y descanso.

           


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¡Oh, cómo confiesan esta verdad los condenados que están ardiendo en el infierno: Lassati sumus in via iniquitatis et perditionis! 17; cansados y fatigados por el camino de la maldad y perdición, ¡oh, qué caro compramos! Y si ahora les fueran a decir a los bienaventurados que q nos contaran sus mortificaciones, ayunos, penitencias y los demás trabajos que padecieron, cómo se hicieran de nuevo preguntando a quien se lo preguntaba: ¿qué trabajos?, ¿qué penitencias?

            Yo supongo que las penitencias y mortificaciones que hacen r los religiosos fuesen sobre sus fuerzas. Pregunto yo: ¿Quién hizo a Judas procurador de los pobres? ¿Quién le dio licencia al demonio para que se compadezca de los varones penitentes? ¿No es llano que pretende robarles lo que sin comparación vale más que todo cuanto hay en el mundo?, a lo cual no se le debe dar lugar.

 

4.         Rigor llevadero para los reformados

 

            Y si en particular se afirma que el rigor de nuestra sagrada Religión es mucho y que es necesario mitigarlo, no se dice una carga grande mientras la lleva la bestia sobre que se puso sin caer con ella. Ya ha diez u doce años que enpezó nuestra reforma, [190v] y siempre ha caminado con ella con summo gusto y contento, de tal manera que no sólo no ha habido quien se haya quejado del rigor sino quien haya murmurado de las más pequeñas faltas que en la Religión se puedan haber hecho habiendo alguna blandura o modificación.

            ¿Qué mayor argumento para ver y probar que Dios gusta de este rigor y aspereza que ver haya querido Su Majestad entablar esta Religión con solos niños, y niños tan tiernos que han sido un asombro del mundo ver gente que en tan tierna edad haya despreciado el mundo y abrazádose con la cruz de Cristo sin hacer paradas ni querer descansar, cosa muy propia de los que están en esa edad? Es certíssimo ha querido Dios afrentar en esta Religión la sabiduría humana puniendo Dios su carga —que así parece a los del mundo— pesada no sobre hombros de gayanes o gigantes, no sobre hombros fornudos ni fuertes, sino sobre niños delicados; y tanto que, por ser poca su edad, quien estas cosas las mira con ojos de carne dice no puede hallar quien sea prelado ni ministro, pareciéndole que en todas las ocasiones sólo los cabellos blancos de la cabeza son canas que suplen esas faltas, olvidando el premio de la virtud y sabiduría que Dios comunica a los que con él quieren y gustan de tratar dende los brazos de sus madres. Lo cual se ha muy bien experimentado en esta sagrada Religión, pues lo común que en ella ha pasado es que pocos o ningunos hombres han perseverado, sino que dentro de quince o veite días dicen no pueden llevar la carga,


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dejándola caer sobre aquellos que Dios tiene ya señalados, que son los que han de descubrir su sabiduría y grandeza mostrando la suavidad de su yugo.

 

5.         Rigor saludable para el alma y el cuerpo

 

            Bien sabemos que todos los edificios nuevos están más seguros mientras más cargados, y que no hay hombre que no desee servirse de las bestias en todo lo que puede para más provecho suyo. Pues, si un hombre puede llevar este rigor y es bien cargar a la naturaleza con esa carga para que camine con siguridad y en más provecho del mismo hombre, ¿por qué hemos de darle lugar que huelgue y lozanee? Cuántos caballos ha habido que, por criarlos con brío y no tenerlos tan domados como conviene, han despeñado a sus propios amos. Bien es que a este hombre se le ponga carga pesada que le haga inclinar la cabeza a mirar abajo a los pies y tierra de que fue formado, y le quite el regalo y cosas de gusto que le suben y levantan a mayor elación.

            Bien vemos los arbolillos tiernos les arriman unos palos y horcones que los aseguren de los vientos; y aun cargar los tejados no se vuelen las tejas con las borrascas y tempestades. Desto sirve al hombre la carga del rigor y penitencia: que asiente el pie y no se deje llevar de [191r] sus apetitos. Y si no, díganme, ¿cuántos hay en el mundo que, por ir sin esta carga, livianos, volaron por el aire y dieron en el cieno de sus vicios y peccados?

            Consta este rigor no ser mucho, antes necesario para la salud del hombre. Yo veo cada día morir millares de ellos por esos palacios y casas de grandes y no se oye otra cosa. Yo ha que tengo este sancto hábito de descalzo catorce años, y jamás me he hallado donde s haya podido ver morir religioso; y habiendo en la Religión más de docientos y cincuenta frailes, en nuestro trienio sólo se han muerto tres profesos; y yo he visto, cuando t de enfermedades se abrasan los pueblos, estar todos nuestros conventos sanos u. Pues, si es verdad que los poderosos por alcanzar la salud y alargar su vida derraman o gustan que les saque la sangre y toman mill purgas y brebajos, ¿por qué, por alcanzar la salud del cuerpo y del alma —que todo anda junto tras la penitencia—, no abrazaré yo los ayunos, penitencias y mortificaciones de suerte que todo junto no me parezca rigor demasiado?

            Digo más, que ésta no se puede llamar carga pesada ni rigor demasiado pues es de regla dada por Dios y confirmada por el Spíritu Sancto, cuyas veces hace el summo pontífice, pues ya sabemos que Dios a nadie da más de lo que sus fuerzas pueden llevar. Si esto que en la Religión se hace fueran sueños o invinciones nuestras, parece que pudiéramos errar y engañarnos; pero no Dios, que a cada uno da su medida conforme sus fuerzas y capacidad. Y así Su Majestad tendrá


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cuidado de scoger gente para la Religión conforme la tiene necesidad para poner la carga que en ella hay.

 

6.            Penitencia frente a la relajación del mundo

 

            Digo más, que el mundo se ha perdido y va perdiendo por relajación, y el remedio le tiene en su contrario, que es en el rigor de vida y penitencia, según lo que dicen los médicos: que contraria contrariis curantur. Y si un arbolillo se torció e inclinó hacia una parte, es necesario inclinarlo hacia otra, sin reparar sea algo más de lo necesario, para que quede derecho. Y acá se dice que más fácilmente se cercena y corta lo largo, que se añade lo corto y falto.

            Digo más, que jamás estuvo el mundo tan perdido y estragado de vicios y de peccados como el día de hoy está. Pues, creciendo las culpas, bien es crezcan las penitencias y mortificaciones; y quien pecó sin tasa y sin medida, sin tasa y sin medida haga la penitencia y guarde el rigor. No sé yo qué más licencia ha de tener la maldad para salir de madre, que el rigor de vida. Perezca sin ley quien sin ley ofendió y se apartó del camino de la verdad. Quiero decir [191v] que nuestra carne y apetitos perezcan sin medida y regla, quien tan sin ella se fueron por el camino de la perdición.

 

7.         Rigor sustentado por el amor

 

            Nunca jamás oí decir de los muertos, después de las singularíssimas y extraordinarias penitencias que hicieron, que fuese demasiado; y si lo han dicho no han acertado, porque este rigor se ha de regir y gobernar por el amor y charidad interior que un alma tiene a su Dios. Quien sabe lo que Jacob amaba a Raquel, no se asombra de que sirviese por ella catorce años 18. La mano del relox se vuelve y corre con la priesa o espacio que corren las v ruedas de adentro. Y si en el justo corre el corazón apriesa, que es el que rige y gobierna la mano que hiere, aprieta o afloja el golpe del rigor y de la penitencia, es fuerza y necesario que la mano y la obra ande accelerada y apriesa. Y así nada en los sanctos nos debe parecer desigual a sus fuerzas y a lo que Dios quiere, aunque sea la penitencia y desierto de san Antonio 19, la columna de los [37] años de san Simón 20 y todas las mortificaciones que hicieron los monjes y ermitaños de quien scribe san Jerónimo 21 y san Juan Clímaco 22. Pues, si esto es así, que de los muertos que hicieron penitencias tan revertidas no debemos juzgar por rigor exorbitante, ¿por qué


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se ha de juzgar de los vivos, gente tan necesitada de enmienda y trueco de vida?

            Si el fuego de la mortificación y penitencia así abrasa y quema, tuesta al sol y w curte al sereno, y heló al palo verde lleno de jugo de virtud y sanctidad, ¿qué debe hacer en un palo seco como los peccadores? Si x la tierra que mana y tiene fuentes ha menester lluvias y todas las enbebe en sí, ¿qué turbiones habrán menester los salitrales y sequeros?

            ¡Ojalá llegásemos a lo justo en esta materia de que vamos tratando y que se pesase la necesidad que tenemos de rigor y la penitencia que debemos hacer y que se ajustase lo uno con lo otro de suerte que nadie deba a nadie! ¡Ay, padres y hermanos míos!, que son los hombres de ordinario mentirosos en sus medidas, largos en las palabras y aparencias y cortos en las obras; y cómo de ordinario es más el ruido que las nueces y más lo que suena que lo que hacemos.

 

8.         Lícita la penitencia por Dios, aunque acorte la vida

 

            ¡Ojalá, como hay quien se duela de la penitencia y rigor de los religiosos, hubiese quien se doliese de las ofensas que se hacen contra Dios tan sin medida y tasa!

            Digo más, que es lícito en la penitencia apretar la mano aunque se accelere y acorte la vida, que no es mucho, si Dios me ha dado cuarenta años de vida, si por hacer penitencia acortase yo cuatro. Y si no, digan, ¿por qué ha de ser lícito al otro que corre a la posta [192r] correrla con notable peligro de su vida?; y que confiesan ellos que viven poco los de aquel officio, y no sólo los de ese officio sino de otros muchos, que sólo tienen por fin ganar cuatro reales; y ¿no ha de ser lícito al siervo de Dios, que por officio tomó el hacer penitencia, ponerse en peligro de que su vida sea algo más corta?

            ¿Qué quiso decir Cristo en aquellas palabras: Qui odit animam suam in hoc mundo, in vitam aeternam custodit eam 23? Aborrecer ¿no es desperdiciar, perder y destruir? Todo esto deseamos y procuramos de la persona que aborrecemos. No hará escrúpulo el otro glotón de comer, con que se ve cada día con la vela en las manos, y beber en cualquier ocasión y no dormir por sus antojos, y harán scrúpulo de que el religioso se azotó recio y de que ayunó un y día tras otro. A éstos los llamo yo crueles y enemigos de sí propios, que se aborrezcan de suerte que den su vida y la pongan mill veces a peligro por solo un gusto, un deleite o breve pasatiempo, como arriba queda dicho; no un siervo de Dios que en sus penitencias y por sus mortificaciones pretende un cielo entero, una gloria eterna e inmensa.

           


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No tengo que alargarme en esto porque de mi parte está toda la doctrina de los sanctos, tantos libros scritos, tantos exemplos y la misma verdad que a cada uno está desengañando que, por mucho que haga, no hace lo que debe y es obligado.

 




a            sobre lín.



1         Cf. Rom 7,23.



b            ms. graves



c            sigue tiene tach.

 



2         Cf. Ez 18,23.



3         Cf. Ap 12,7‑9.



4         Cf. Gén 3,1ss.



d            corr. de infinito

 



5         Cf. 1 Cor 2,9.



6         Rom 8,18.



7         Cf. Libro de la vida, 37,3.



8         Job 6,2.



e            sigue p tach.



f             ms. apenar



ff         ms. 15



9         Cf. De Civitate Dei V, 18: CCL 47,151‑154.



10        El título del capítulo en ML 41,162: «Quam alieni a jactantia esse debeant christiani, si aliquid fecerint pro dilectione aeternae patriae, cum tanta romani cesserint pro humana gloria et civitate terrena».



g            ms. corta        



h            ms. gustostos  



i            ms. gallos        



j            sigue Ceveo tach.



11        Mucio Scévola.



12        Curcio en el libro de Agustín, donde a continuación se nombra a los Decios.



k sigue con que tach.



l            inicia un párrafo de 2m.

 



13        San Agustín escribe M. Régulo.



m           ms. lealtal



14        Hasta aquí, la evocación parcial, con añadiduras propias, de SAN AGUSTÍN, De Civitate Dei V, 18.



15        Sólo del poeta siciliano Empédocles se cuenta que murió arrojándose al volcán Etna. Cf. I. RAVISIUS, Officina, Basilea 1566, 578, 1162. De Plinio segundo se dice que «periit in Vesevi montis [= el Vesuvio] incendio dum rationem vellet inquirere» (Ibid., 657).



n            ms.Estébanos



16        Cf. I. RAVISIUS, Officina, Basilea 1566, 19.



o            aquí concluye la 2m.



p            sigue si tach.

 



17        Sab 5,7.



q            sigue conos tach.



r            sigue a tach.

 



s            ms. dond



t            ms. cuand



u            ms. sanctos

 



18        Cf. Gén 29,20. Jacob sirvió por Raquel siete años.



v            sigue pesas tach.

 



19        San Antonio Abad.



20 San Simeón Estilita († 459), que pasó los últimos 37 años de vida sobre una columna (stilos).



21 Cf. De viris illustribus: ML 23,631‑760.



22        Cf. Scala paradisi: MG 88,631‑1164.



w           sigue en tach.



x            sigue el sin tach., agua q tach.



23        Jn 12,25.



y            corr.

 






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