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San Juan Bautista de la Concepción Obras III - S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
X. DESCUBRIENDO LOS CIMIENTOS
No me pongo a escribir bien de los presentes. Y si de la reforma o descalcez trato, no es en orden a lo que hay, sino a los deseos que se enpiezan para que vuelva el agua a su molino.
1. Tomar conciencia de lo que somos
Bien veo, mis padres, que ahora en nuestra sagrada Religión así reformada sólo hacemos lo que un niño que supiese era gusto de su padre ajobase 1 y se cargase con una carga pesada que, no pudiéndola traer ni cargársela a cuestas, la menease y hurgase, mirase y desease abrazarla por ver aquél era gusto de su padre; y con esto se daríe muy por contento y pagado. Lo propio digo yo después que haya dicho algo o mucho de nuestros hermanos: que, deseando Dios de ellos se carguen y ajoben con a aquella antigua cruz y regla según todo su rigor, no pudiendo por nuestra flaqueza y sub summo rigor, que se ha Dios de dar muy por pagado de ver la deseamos, meneamos [19r] y hacemos de nuestra parte lo que nuestras fuerzas alcanzan para su cumplimiento.
Padres míos, si nos preciamos de ser hijos de la Sanctíssima Trinidad y por blasón decimos hic est ordo approbatus, non ab hominibus fabricatus, sed a solo summo Deo 2, y el principio lo queremos en Dios y que nuestra comparación ha de ser ac aquellos principios, díganme ¿tengo mucha razón o hago agravio en decir que nuestra cruz es pulida, hermosa y con sainetes guisada en comparación de la que Cristo puso en sus spaldas? Si el mismo Cristo la levantó a ser divino por razón del contacto y representación, cuando en nosotros esté levantada y subida con todas nuestras fuerzas sobre nuestras espaldas, como todo es humano, se dice muy bien que la cruz, que estuvo levantada a ser celestial, está caída en tierra, pues cruz que estuvo en las espaldas de Dios carga ahora en las spaldas de hombres flacos y de tierra. Que, a no nos ayudar Dios y hacerse otro cirineo, o por mejor decir, hacerse hombre y, siendo Cristo Dios, llevándosela toda, ya nos hubiéramos echado con la carga y arrastrádola por tierra.
Yo espero en nuestro buen Jesús nos ha de dar conocimiento de esta verdad, de suerte que, cuando en la reforma y regla modificada hiciéremos y trabajáremos, al parecer de los hombres, como gayanes, que al nuestro hemos de entender y decir servi inutiles sumus 3, siervos sin provecho, pues los que ganaron y aprovecharon en la virtud d, mortificación y cruz de Cristo fueron los primeros que, tan sin melindre y tan a solas, los dejaba Dios trabajasen en su viña y la cultivasen con su cruz. Pero confieso, mis padres, a mi parecer, sin hacer agravio a nadie, sin que hiciéramos comparación de lo presente a lo pasado -que eso ya es poner lo flaco con lo fuerte, lo mucho con lo nada, la luz con las tinieblas y lo negro con lo blanco-, sino que sin ningún género de comparación, mirándonos a nosotros propios con la luz y conocimiento
que Dios nos da, nos hallaremos bien desaprovechados, bien en blanco y atrasados a lo que debemos hacer y bien atrás de do debemos caminar, de suerte que, sin agravio de nadie, podamos decir que en nosotros no ha quedado sino una señal de "aquí fue Troya", unas cenizas de que hubo fuego de charidad y amor divino.
2. Nuestros cimientos están en la Regla
Harto consuelo sería si en nosotros y en toda nuestra sagrada Religión se estuviesen en pie los antiguos cimientos y postreras cenizas. Que, en fin, lo más dificultoso en un edificio es sacar los cimientos, porque éstos son los costosos, los trabajosos y más penosos por se edificar debajo de tierra. Y, en ellos hechos los compartimentos, es fácil después el acertar y grande culpa el errar. Por muy dichosos nos podemos tener en nuestra sancta reforma, pues en nuestra regla [19v] primitiva hallamos zanjado nuestro dichoso edificio y todos nuestros acertados compartimentos por cláusulas y diferentes estatutos y constituciones, donde, si con cuenta y atención se tira la cuerda, muy ignorante será el que errare y dichoso el que acertare, porque será un soberano acierto en los medios más convenientes para acertar con el cielo.
No fue lo que menos inportó a nuestra sagrada Religión ni lo que menos costó lo que nuestros sanctos hicieron en sus primerías, pues labraban y trabajaban nuestros cimientos sobre que nosotros hemos ahora de fabricar, no en los poblados como nosotros ahora, sino, como firmes cimientos bien zanjados, debajo de tierra por las cuevas y escondridijos de los desiertos, donde andaban tan hondos y sumidos en la humildad que, si miraban abajo, hallaban y no veían sino tierra y, si arriba, tierra. Porque eso tiene el que anda debajo e de tierra: que para él todo es tierra. Y así, viviendo nuestros sanctos padres con tan grande y profundo conocimiento, viendo que todo era tierra y que do miraban no hallaban sino tierra -a ellos, si se miraban, por su humildad se veían tierra flaca; si miraban los que vivían y estaban enpinados y levantados encima de ellos, era tierra en polvo, que el aire se la lleva-, yo pienso que dirían: ¡Oh buen Dios nuestro, cómo todo lo de acá es tierra!
Pues fundar sobre tierra y no firme, harían y desearían lo que yo he visto en tierras que, por no hallar tierra firme, ahondando mucho fundan y cargan sobre madera echando muchos palos y sarmientos f debajo. ¡Seas tú, Dios mío, mill veces bendito, que tal virtud, tal conocimiento diste a estos sanctos padres! Ellos con su humildad ahondaron y, visto que no hallaron sino tierra y ésa no firme, procuraron en lo profundo de esta zanja y en el principio de la Religión cargar sobre ésta soberano madero y palo de tu celestial cruz que el cielo les dio, significadora del rigor con que enpezaba; y sobre ella armaron, edificaron
y sacaron el edificio de tierra. Que, como digo, es el más costoso y dificultoso, porque esta dificultad tiene la humildad: que, por mucho que se ahonde, hay más que ahondar y, por muy nada g que uno se considere, es más nada.
3. Necesidad del auxilio divino
Pues tanto puede uno ahondar y por tan nada se puede estimar, que se desparezca a los que estamos arriba. Esto es lo que yo digo, mis padres: que nosotros nos subimos arriba, como corcha liviana encima del agua, nuestros padres bajaron a bien zanjar, de tal manera que, por su grande humildad y nuestra mucha estimación, los hemos perdido de vista. De suerte que, no habiendo quedado [20r] más de las señales de los cimientos, hemos menester, para no errar, pedirle h a nuestro Dios, pues los aciertos son de tanta consideración, como son sacar y hacer religión y casa para la Sanctíssima Trinidad, que, pues el cielo envió en los principios el nivel y echó el cartabón y tiró la regla y cuerda por do esta sagrada Religión había de hacer sus cuartos y dichosos edificios que habían de llegar al cielo, torne ahora a hacer lo propio, pues tenemos el mismo Dios, Señor y Padre, y el mismo título y nombre de religiosos de la Sanctíssima Trinidad.
No ando, Señor, muy fuera de propósito, pues veo que, cuando a los padres de Sansón les enviastes un ángel que les diese receta de la vida del niño que les había de nacer y de lo que había de comer, después, al tiempo del parto y nacimiento, con profunda humildad sus padres, pecho por tierra, hablaban y decían a Dios: iterum veniat angelus tuus, et doceat nos (vide locum 4). Como quien dice: Señor, las memorias son flacas, vuestras palabras y documentos de gran consideración, y todo es en orden a una vida sancta, inmaculada que este niño que nace ha de tener; para que no haya yerro, para que todo sea acierto, vuelva el ángel y refresque nuestras memorias, tórnenos a decir y repetir la primera lición, que nosotros ofrecemos atención, cuenta y deseo de ponerlo todo en execución.
¿Quién esto no lo ve en esta sagrada Religión, cuando en sus principios estuvo preñada de aquellos dos sanctos patriarchas, que habíen de ser fuertes Sansones, más que fuertes columnas, pues sobre ellos el cielo edificaba edificio y casa para toda la Sanctíssima Trinidad; y aun, con las contrarias que el enemigo habíe levantado en el mundo contra los cristianos, las habían de asolar y poner por tierra con sus copiosos rescates y admirable predicación? Ahora, pues, para almas sanctas que han de ser varones tan fuertes, déles el cielo una soberana receta de lo que han de comer y beber. Y, como a verdaderos nazareos, les
quitan el vino, que no lo compren, y dan rigurosa abstinencia y baja el ángel trayendo i mantillas, que fue hábito para el nacido y muestras del officio que habían de tener. Pero, como entonces fue concepción y dichoso parto para el cielo, y la Religión j se quedó preñada de los que ahora nuevamente nacen según la propia regla, y la memoria es flaca y, como digo, los cimientos debajo de tierra, [20v] para no errar hemos menester con grandíssima humildad decirle a Dios iterum veniat ad nos angelus tuus, et doceat nos; vuelva, Señor, tu ángel y tórnenos a enseñar, que ahora nace el Sansón que ha de derribar columnas 5 y ser dichoso enamorado 6 -que eso tiene la Religión, que siempre es una y siempre nace-; torne, Señor, a dispertar aquel rigor de regla, aquella vida estrecha, limpie y aclare cimientos. No haya yerro en los principios de nuestra nueva reedificación, porque pequeño yerro en el principio será grande al fin. De nuestra parte, Señor, ofrecemos deseos de acertar, atención para aprender a hacer tu voluntad.
4. Asentar bien el nuevo edificio en la cruz
Y por esto digo yo, mis charíssimos hermanos, que no es poco bien para los que vivimos hallar o topar aquellos antiguos senderos, que, aunque algo muertos por el largo tiempo que no se pisaron con la aspereza de vida con que vivieron los primeros que por ellos caminaron, y por la mucha yerba que en ellos nació cuando k con nuestra tibieza y flaqueza hecimos que los que eran celestiales sembrados fuesen prados de nuestras concupiciencias, no es pequeño bien haber hallado en estos dichosos cimientos ya tierra firme sobre que enpezar a edificar.
Pero advierto que, como estos sanctos tuvieron necesidad de ahondar y cargar sobre el madero de Cristo por haberles Dios dado tan grande conocimiento de que todo lo de acá es tierra, hemos nosotros menester advertir que, aunque cargamos sobre estos soberanos cimientos, el edificio que hacemos es edificio de tierra y, aunque tenga buen cimiento, ha menester ir bien pisada si ha de ser de dura, porque, de otra manera, tierra mal pisada presto dará en tierra. Así digo yo que nosotros, que nos ponemos sobre aquellos dichosos principios, siendo tierra hemos menester pisar bien. Quiero decir que, tornando a tomar esta cruz que en los pechos traemos, por fuerte pisón con ella nos pisemos y apretemos, para que, levantados a tan alta dignidad como es el ser hijos de la Sanctíssima Trinidad, por nuestra flaqueza no nos desmoronemos y demos con la casa en tierra.
Esto, mis hermanos, significan nuestras continuas mortificaciones, nuestro besar los pies, nuestras ordinarias postraciones, el echarnos ceniza sobre nuestras cabezas. Señal que se pisa bien la tapia, pues piden más
tierra, y cabe tanta la tapia que cada día se pide tierra, tierra. Y, para pisar bien, digo yo que [21r] no es necesario cruz curiosa, de suerte que con pequeño golpe se quiebre.