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San Juan Bautista de la Concepción Obras III - S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
XXV. TENER PRESENTE EL TIPO DE ABSTINENCIA
¡Ojalá acabásemos ya de entender que este jumentillo, aunque al principio siente, luego se hace [55v] y contenta con lo que le dan!
1. Poner el gusto en Dios
Ahora díganme ¿qué diera un hombre por ser semejante a los ángeles en no tener necesidad de comer, sino siempre andar contento y satisfecho? Porque cierto, si a la comida no le hubiera Dios puesto el gusto que le puso, es la cosa más asquerosa que se puede imaginar. Y, si no, mírenlo cuando, después de haber mascado un bocado y paladeádolo por la boca, si el hombre lo echase en la mano, ya tiene notable asco de tornarlo a la boca. Y, por cosa asquerosa, comparó el Spíritu Sancto la reincidencia del peccado al vómito del perro 1, que, como perro y bestia, no tiene asco de tornar a comer cosa tan asquerosa como la que ya ha vomitado. Ahora, pues, si en el comer no hay más de este gusto en el paladar y después sustentar estos pobres cuerpos, que, quitado eso, todo es asquerossísimo; si a un fraile nuestro con los continuos a manjares desabridos tiene ya el gusto destruido, que ya no tiene más comer malo que bueno, y con las continuas abstinencias tiene enseñado a su estómago a que se pase con poco o nada, y con eso anda tan bien sustentado como el que mejor comido, y aun podría ser que más y mejor porque mejor se aprovechab su estómago de lo moderado que de la superabundancia que le dan sobre sus fuerzas, y así más se parecerán nuestros frailes con sus abstinencias a los ángeles que no los demás hombres. Y puesto caso que ya el gusto está modificado, ahorrarse han de una cosa tan asquerosa como es comer.
Procurec un hombre, si quiere probar esta verdad, poner todo su gusto en Dios y apartar la imaginación de estas golosinas de acá y ponerla donde se aduerma a la mira de las representaciones sanctas de su Dios de suerte que no la dispierte el olfato de los potajes de acá, y verán cómo aborrece el comer. Mírenlo en un enfermo: que, como le falta el gusto, se dejaría morir antes que comer si lo dejasen. Lo propio digo yo de los que espiritualmente han enfermado: que, puesto todo su gusto en Dios, les faltó de las cosas de acá d, ya aborrecen la comida, de suerte que es necesario el prelado se haga enfermero y les relaje los ayunos y les mande que coman.
¡Oh Señor mío y bien mío! [56r] Que no sé qué me diga, no digo ahora de los bienes y provechos que trai consigo la abstinencia, sino del gusto y contento que recibe un alma de ver que su cuerpo se contenta con poco y que no se le da nada comer un poco tarde, un poco temprano, un poco más, un poco menos. ¡Seas tú, mi Dios, mill veces bendito!, que mill veces mereces tú, Señor, ser alabado y glorificado cuando tú concedes a un hombre algo de esto y que sea necesario que el prelado al súbdito le diga que coma, y dispense con él contra su gusto. No querría ser enfadoso en alargarme en esto, pero pienso que es necesario para entre nosotros decir esta doctrina y que la sepan los prelados, cuyos fines conocerán después de la haber dicho.
2. Considerar el tipo de abstinencia
Pues digo que hay muchas maneras de abstinentes, para que se vea a cuáles se ha de acudir con esta dispensación y de cuyas quejas y querellas no se ha de hacer caso.
Unos abstinentes hay que, como tengo dicho atrás e, van agua arriba, peleando contra su sensualidad y apetito que les está pidiendo más y está como perro ladrando y gañendo. Y, en estas ocasiones, unas veces el religioso toma un palo o la disciplina y dale para que calle, que, en fin, divertida al dolor de los azotes, podrá ser olvide sus inportunos ladridos con que pide más de comer.
Otras veces han cabado tanto f estos ruegos del cuerpo para que le den algo más, que este siervo de Dios, que así abraza los ayunos con tanto gusto, inadvertidamente diga algunas veces que le den más de comer, que dispensen en el ayuno. Y yo sé que, si entrasen en muchos de éstos allá dentro, que les pesaría que les mandasen quebrantarlo. Son voces esteriores del cuerpo esos deseos de comer, no siempre registrados por el acuerdo del alma. Como acá, si vos tapásedes la boca a un perro para que no ladrase, por entre los dientes y allá dentro sentís y oís unos gruñidos muertos, de que no hay que hacer caso, que aquello es natural; y como está violentado para que no ladre, procura en la forma que puede volverse a su natural. Lo propio digo yo del cuerpo del hombre: que le es natural ladrar, gruñir, comer, pedir, inportunar, pero el siervo de Dios con sus rigores y abstinencias procura cerrarle [56v] y taparle la boca para que calle y le deje. Pero, como le es natural el gruñir y el pedir de comer, aunque más sujeto algunas veces lo tengamos, parece que como perro unas veces por entre los dientes se le salen unos quejidos de que come poco; otras veces allá dentro parece se oyen g unos gruñidos de que quisiera más. Pero no hay que hacer caso de eso, que, si consultasen el interior de este tal, después de haber pedido de almorzar o de merendar, no se le daría
una arveja por ello, y halla cuando llega a comer que no lo decía por tanto.
Y así es menester en el prelado o prelada grande discreción, como dice nuestra regla, para relajar los ayunos. Que no siempre que el súbdito dice que quiere comer, se le ha de creer, porque puede ser que inadvertidamente se deje llevar de los ladridos h del cuerpo o que se descuide el alma de le cerrar bien la boca al cuerpo, o que, atendiendo algún gustillo o imaginación esterior, de la poquilla de hambre esterior se dejó llevar.
Quien sabe poco de labrador, saliendo al campo y viendo la superficie de la tierra un poco seca, ya le parece que es menester agua. Pero el labrador, que de eso sabe, dice: No, señor, buena está y sazonada la tierra, porque dentro tiene jugo; eso poco que parece seco por encima, el rocío de la noche lo humedece; el verdor de los panes ya criados le hace sombra; así no hay para qué sea necesario ahora el agua. Lo propio digo yo que, quien no sabe de religión, les parecerá que, porque un religioso en lo de afuera se muestre un poco desmayado, seco, que ya es necesario que llueva y se dispense con él en el ayuno. Pero el prelado, que con discreción i ha de relajar el ayuno, dice: No, señor, esa hambre, esa gana está muy por de fuera; jugo tiene el interior para sufrir esta abstinencia; y eso seco que parece por de fuera, con el rocío de la noche y sanctas consideraciones se humedece y queda lleno de jugo; y la sombra que le hacen las virtudes crecidas y aumentadas le quita que no le haga daño el demasiado calor natural consumiendo los manjares, antes con tal sombra pocos [57r] los conservan para que hagan y suplan el officio que habían de hacer muchos. Y así este tal bien puede pasar con sus ayunos, ayudándole su prelado con buenas razones a vencer sus tentacioncillas tan superficialmente.
3. La mala costumbre
Hay otros religiosos a quien Dios ha hecho ya merced de que casi del todo hayan alcanzado j victoria de este apetito, y se pasan con poco. Pero, como en todo no son perfectos, aunque ellos están contentos, no por eso dejan de gruñir tanta abstinencia, tanto rigor en el ayunar con tan cortos y débiles manjares. Gruñen y dicen: Yo, por mí, contento estoy, gloria a Dios, bien paso (y tienen razón, porque están gordos y con muy buenas colores), pero cierto que es terrible cosa que un hombre viva y pase con eso; que, en fin, el hermano Fulano predica, el hermano Fulano confiesa, el hermano Fulano es viejo y ha menester algo más.
Miren la mala costumbre y mal natural del hombre: que confiesa que él está satisfecho y contento y, por no perder del todo la mala costumbre del natural, se quiere volver vocinglero de la necesidad del otro. Que podrá ser, si el otro calla, que Dios le haya hecho la merced
más k que a él; y si no la ha recebido, déjele, que tras ella anda y será Dios servido la alcance, aunque sea viejo, predicador o flaco.
Suele decir también, por no perder esta mala costumbre: Por cierto los sanctos del Yermo no tenían ayunos más rigurosos; ¿qué más se puede decir que yerbas un día tras otro? Y digo que es verdad, que son como los ayunos de los sanctos del Yermo, pero, como este tal sólo ve el ayuno riguroso suyo y los premios que a los otros les dieron, y no considera el que a él le han de dar, gruñe su rigor, por una mala costumbre que le sería de harta importancia el mortificarla.
Yo confieso que he visto a dos o tres religiosos estos días de esta manera. Verdad l es que no [a] todos les movía esto que digo de mala costumbre, porque alguno lo decía porque no tenía su estómago contento. Pero a mí no se me daba nada, porque veía el poco fundamento que tenía el que veía yo estaba satisfecho y contento. Y el otro decía: Mortifícate, que, viendo que no te dan más de lo que la regla manda y no dispensando, tú te hartarás de gruñir y ladrar. Y más, que no m me parecía a mí [57v] ofendía a Dios ninguno en ello, por ser, como digo, asomos y ladridos de nuestro natural. Que ya se sabe que muchas veces n fuera de intención algunos ratos se deja un hombre llevar de los apetitos y cosas esteriores, no para ponerlos en execución, sino para mostrar que se es hombre y que aquellos apetitos están amortecidos y no muertos, adormidos y no absentes. Y destos tales tampoco hay que hacer caso, aunque gruñan la poca comida, ni por eso hay que darles más.
Verdad es que yo algunas veces me amohíno en ver tal plática o conversación, porque, así como ha de estar lejos del verdadero religioso la glotonería, ha de estar lejos el hablar y o tratar cosa que no güela a summa perfección. Pues digo que a estos tales no hay que amohinarse ni cansarse, que ellos perderán eso con facilidad. Que llano es que, si está una tierra muy seca y cain por encima unas gotillas de agua, que ellas se secarán presto. De esa manera estos que hablan o gruñen, tiniendo ellos con lo poco el estómago contento como si fuera mucho, cuando por de fuera remojan las bocas con palabras, estando ya el estómago satisfecho, enjuto y concertado, ellos lo perderán y echarán de ver no es bien hable la boca lo que el estómago no pide.
4. Otros tipos de abstinencia
Otros religiosos hay que ya han alcanzado victoria con su estómago con el interior y esterior, que ni el estómago lo pide ni la lengua lo gruñe, sino que con su poco están contentíssimos; antes se ocupan en dar gracias a Dios que les hizo semejante merced. Y de estos tales los prelados, ya que no les relaja el ayuno, tiene cuidado, a cabo de mucho tiempo o pocas veces, por mejor decir, con discreción darles o hacerles alguna fiesta, permitiendo coman algo más de lo que acostumbran.
Porque, como éstos todas sus obras las procuran dirigir p y ordenar a Dios, en eso que añaden, añaden alabanzas al que así con aquello poco sobradamente regala a sus cuerpos.
Hay otros -y he deseado saber la causa de esto- que, si les dan mucho que coman, todo les cabe, todo lo comen y todo lo han menester y nada les hace mal; y, si poco, con eso tienen harto y están tan satisfechos como con lo mucho. Y pienso en éstos debe de ser la causa que tienen amortiguado aquel apetito bestial, que, [58r] como bestia, quisiera estar siempre comiendo. Pues, este apetito amortiguado o muerto, sólo queda la mayor o menor necesidad del estómago o necesidad de sustento. Pues, perdida aquella ansiedad que el hombre tiene por comer, el estómago es como un odre encogido: que, si le echan poco vino, aquello recibe y desencoge q una parte para con ella ejercitar su officio, dejando lo demás encogido y suspenso para cuando se quieran servir de él r. Lo propio digo yo del stómago, que, como con las muchas abstinencias se encogió, desencógese para tomar y recebir lo que le dan. Y también para éstos también ha menester el prelado s tener discreción para no entender que un t fraile que unas veces come mucho que, porque se le pasaron muchos días en que comió poco, ha menester que le relajen el ayuno. A estos tales dejarlos como cayeren las pesas; estar siempre contentos ora les den poco ora les den mucho.
Yo pienso que los estómagos más bien concertados son aquellos que, puesto ya en fil, se contentan con lo poco y no tienen necesidad de dispensación ni relajación en ningún ayuno, sino que siempre caminan de una manera, como buenos correos que ya tienen sus jornadas hechas. Y no como otros, que sacaron de quicio su natural quince días andando a las quince y quedaron despeados, que sea luego necesario dispensarles y quitarles el rigor. Estos tales que, de una vez y en buena manera con nuestro poco, no procuran componer su estómago, es muy cierto enfermarlo. Y, cuando le dan poco, gruñe; cuando mucho, lo vomita.