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San Juan Bautista de la Concepción
Obras III - S. Juan B. de la C.

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XXXV. NUEVA APLICACION A LAS MONJAS

 

  Lo que es la aplicación de esta cláusula para nuestras monjas, no creo tiene ninguna dificultad, pues los propios fines que para los religiosos pretende, esos propios bien a la letra a puede tener para nuestras sanctas monjas, que por no cansar no les tornaré a aplicar aquí todo lo dichob sobre esta cláusula.

  Sólo digo una cosa para que se vea que a ellas les conviene tanto y más, porque, siendo ellas personas que, cuando dan en servir, querer y amar a Dios, lo procuran hacer con grandíssima perfeción, y así, siendo esta cláusula ordenada a grandes y altíssimos fines, será para ellasc el cumplimiento de sus deseos. Pues es cierto que uno de los mayores bienes que a un alma devota se le puede ofrecer, es topar ocasión en que hacer nuevos enpleos por la persona que mucho aman. Y así en esta cláusula hallarán nuestras charíssimas hermanas bien con que atizar el fuego que en su pecho arde, pues, quitándoles el regalo en la comida y dejándoles la mesa con solo pan y yerbas, queda su alma y corazón más enjuto, más dispuesto para arder y amar.

  Ven y conocen, en unos pequeños asomos, que d el privarles del regalo de la carne su querido esposo, es porque las bodas que se celebran con él son bodas castíssimas y puras, en cuyas fiestas el plato más acertado es el de la abstinencia. Que, a no serlo tanto, quien asoma el amor que las tiene y deseo de las regalar en permitir coman carne los domingos e, también lo hiciera entre semana si fuera lícito. Que, llorando el chiquillo por el guchillo de contino, viendo su ama que no le conviene, un rato se lo da tiniendo gran cuenta y asiéndole la manilla con que lo tiene para que con él no se haga daño. No hay que llorar por el comer manjares de regalo, que no nos conviene. Y para que entendamos que ése es el fin porque lo quitó, nos lo da el domingo. Y esa carne que permite que comamos el domingo, no la da y pone absolutamente f en nuestra mano, sino en la nuestra el poderla comer y en la suya el darla, pues por fuerza ha de venir de fuera. Que ése es el guchillo que le da el ama al niño asido con su mano, no quiriéndoselo dejar libre, porque con su libertad no se corte.

  ¿Quién duda sino que, pudiendo nosotros comprar [85r] carne los domingos, que cada domingo no quisiéramos hacer carnestolendas? Pues espera, que no ha de ser así, que, si vosotros las podéis comer, yo os las tengo de dar. Que, en fin, siendo guchillo en dos manos, cuando la una no quisiere, la otra no barajará. Y así se hará lo que vosotros deseáis, que es dar de en cuando en cuando algún alivio al cuerpo, y lo que yo quiero y deseo, que no haga daño al spíritu. Porque, si ese regalo está en vuestra g mano pudiéndolo comer y en la mía en dároslo, si yo viere que lo tenéis necesidad, fácil será el aflojar la mano y, si daño, el apretarla.

 


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Y esta permisión de poder comer carne los domingos, según las demás razones que quedan dichas, les conviene a nuestras charíssimas hermanas, particularmente tiniendo el natural antojadizo, heredado de nuestra primera madre Eva, que, pudiendo comer de todos los árbores del paraíso, se le antojó a comer de uno solo que le habían vedado 1. Así, permitiendo nuestra regla que se h pueda comer de todo dándolo de limosna y reservando sólo la carne porque no se les antoje y hagan algún disparate contra su mandato, mortifícalas en que no la coman entre semana y acude a su flaqueza y a remediar su tentación que pueden tener en permitir la coman los domingos.

  Y el mandar que este regalo venga de afuera, dijimos que para que se tomase a caso y no de propósito. Que, en fin, por nuestros peccados, han entrado en las religiones y conventos de monjas el hacer regalos tan de propósito que ya lo tienen por officio. Y así, dependiendo el regalo de nuestras monjas de afuera, andará el cielo a la haz y el mundo al revés; que, si ellas se han hecho regalo de sanos y seglares i, nuestras monjas se deshagan y hagan con la charidad y limosna de los de afuera.

  Y esta virtud de la confianza, que en esto pretende nuestra regla levantarla, no tiene necesidad de menos desahogos en las mujeres que en los hombres. Y para que en las cosas del alma sepan confiar y echar sobre el Señor sus cuidados, es bien Su Majestad las enseñe en cosas pocas, que son las necesarias del cuerpo, que, si pocas, bien apretadas en las manos de los hombres. Y si por nuestro regalo y gusto, la hace Dios aflojar y estender j mano tan corta y apretada como la del hombre, sepan nuestras monjas de ahí ensanchar su corazón apretado y confiar que Dios les dará con grande abundancia los bienes del spíritu que están en su mano larga, estendida y dadivosa.

  Y si con esto pretende nuestra sancta regla que los religiosos no andemos hechos compradores, que quiere Dios honrar a los que son tan suyos, [85v] ¡cuán a pelo vendrá esta honra y estima con nuestras monjas, que, siendo como son mujeres y encerradas, ni por sí k ni por sus donadas anden comprando cosas de regalo! Que, si necesario fuese dárselo, como a personas que dejaron el mundo para sólo tener a Dios, bien sabe este Dios, ante quien están de ciento en ciento los millares, aguardando a que los ocupe en cosas de su servicio, y le es fácil mandarlos las honren y sirvan. Cuánto más que a los del mundo por eso y para eso los tiene en él, que, así como por los escogidos el día del juicio se les abreviarán los malos días porque no padezcan tantos males de pena, de esa manera ahora por los escogidos se los alargan porque se enmienden de los males de culpa; y pues viven por los buenos, razón será que los sirvan en aquello que fuere más voluntad de Dios.

 


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Dijimos que habíe Dios reservado este pequeño regalo de un poco de pescado y carne los domingos porque tuviese mucho que darnos y nosotros mucho que pedirle y mucho que agradecerle, no sólo de los bienes del alma l, sino de las niñerías del cuerpo. En esas dos cosas se particularizan bien las mujeres: en el pedir y el agradecer. Y así muy bien les cuadra, en este sentido y en los demás que arriba quedan dichos. Que, como ésta es privación, y privación dada por medicina de males m, para haber de decir cuán bien cuadra a las mujeres, es necesario descubramos la flaqueza y mal a quien se ha de aplicar la medicina; y n parece se nos volvería murmuración lo que sólo se pone por aviso y desengaño.

  Bien entiendo que las monjas, atento que han de estar encerradas y no poder communicar con seglares su necesidad, ha de ser necesario buscarles algún modo con que la puedan remediar, porque lo demás parece fuera crueldad. Aunque yo fío en el crucificado Jesucristo les ha de dar a nuestras sanctas monjas tanta o virtud que no sólo no han de ser flacas, sino que a boca llena las hemos de llamar mujeres fuertes. Y ésta ha de ser más fortaleza del cielo que de la tierra, adquirida y alcanzada con oración y con nuestras ordinarias legumbres. Pero, atento que es de mucha estima la obra con más partes de voluntad, pienso que, para que en la demasiada abstinencia no haya fuerza, que seríe bien dar algún remedio por donde tuviesen algún pescado, sin ir contra nuestra regla; y éste podría ser que, pues todos los conventos de monjas se han de fundar con patrones o han de tener fundadores, que, entre la renta que les dejare, deje explicado que sean obligados [86r] a les comprar tantos quintales de pescado o tanto para p cada mes. Y aquellas cosas de que la regla tiene total privación para las comprar, que, atento que ellas están encerradas y no pueden salir a ganar voluntades, contentándose con la que tienen granjeada, que es la de Dios, procuren también tener la del patrón o fundador para que les remedie su ­necesidad.

 

 




a  sigue tend tach.



b corr.



c ms. ella



d rep.



e corr.



f corr.



g sigue poder tach.



1 Cf. Gén 3,1-6.



h  sigue com tach.



i y seglares sobre lín.



j sigue y tach.



k sigue y tach.



l   sobre lín., en lín. cuerpo tach.



m sigue di tach.



n sigue así tach.



o sigue fortaleça tach.



p sigue ord tach.






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