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San Juan Bautista de la Concepción Obras III - S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
VI. BUENA SALUD
Ahora nos falta tratar de las fuerzas corporales que debe tener el que hubiere de ser prelado.
1. Para seguir en todo la comunidad
Y hablando de esto así absolutamente y en común, digo que es una polilla y carcoma secreta que hace grandíssimo mal en una religión reformada eligir a un prelado, aunque sea sancto, sin fuerzas para seguir en todo la comunidad y rigor de su regla en el comer, en el beber, en el vestir y en todo lo demás en que se debía asemejar a sus súbditos. Tenga la ocasión que quisiere para no ir a maitines y para diferenciarse en la comida, que nunca el súbdito siempre está preparado de escusas para escusarlo en aquello, sino que muchas veces le tentará el demonio diciendo que su prelado come y duerme, que quizá si no lo fuera se animara más al rigor y gozara menos del regalo.
Tenga cuantas escusas quisiere, que yo no sé cómo el que come carne por su indispusición puede animar y persuadir al que sólo come una scudilla de yerbas y reñir al que desea otra cosa; y el que anda arropado por su dolor de estómago, cómo ha de desnudar al súbdito de sus impertinencias. A mí me ha sucedido muchas veces tener necesidad de algo más que la communidad y parecerme era inposible a alguno dejarle de parecer que aquello comía porque era prelado o por antojo; y por remediar mi necesidad, quitando ocasiones, mandar se
diese y hiciese con el convento lo propio. Pues esto tampoco es lícito: que el convento coma sin necesidad lo que el prelado con ella, que ya fuera cura costosa y, por curar la llaga del prelado, hiciéramos otra en los súbditos dándoles aquello que no se debía.
Yo pienso que esta verdad es tan clara que no hay necesidad de explicación. Que creo todos la conocerán por cosa convenientíssima. Que cuando no hubiera otra razón más [134v] de la que queda apuntada, bastaba de que nada que el prelado no come no le puede saber bien al súbdito, y nada que no hace lo hace con el gusto que lo hiciera; y si la comida está mal guisada, dice el súbdito: Mi prelado la come; pues él se mortifica, bien puedo yo hacer lo propio; y pues él anda desnudo, no ha de ser él más fuerte con sus cuidados que yo. Tiene osadía y brío y da a sus palabras este prelado cierta vida que parece anima y resucita al religioso muerto. Y si eso no hace, todo lo que el súbdito lleva le parece carga pesada. La comida le parece poca, desabrida y mal sazonada, y necesariamente la ha de gruñir, diciendo: Yo seguro que, si mi prelado comiera esto, que nunca él lo consintiera, sino que riñera al cocinero o buscara otra comida; ojos que no ven, corazón que no quiebra.
Concluyamos con lo que san Pablo dice de Cristo: que opportuit in omnibus assimilari ut omnes lucrifaceret 1; que convino que nuestro Dios en todas nuestras penas y trabajos se nos asemejase para que a todos nos ganase: en la comida, en la penitencia, en los pies descalzos, desnudez y desprecio, para que con esas virtudes y en ellas ganase a los hombres y los facilitase a hacer lo que él hacía. Quiera nuestro Dios librar a los prelados de estas necesidades; que, a no ser libre de ellas, tengo por imposible no caiga en las propias toda su communidad; y al cabo del año, todos han de ser enfermos: unos porque los hizo Dios, otros porque se hicieron ellos, gustando de gustar de lo que el prelado come y gusta.
2. Excepciones a esa regla
Pregúntase si esta regla tendrá alguna esención a. Yo pienso que sola una puede haber, que es, a más no poder, que sea inposible hacer otra cosa, que no tengan a quién poder eligir o hacer prelado, sino que se ven conpelidos de la necesidad a haber de tirar por allí. Entonces deben fiar que nuestro Dios, que es fidelíssimo, acudirá dando fuerzas al prelado achacoso para que en todo siga communidad; y si no se las diere, dará tanta virtud al súbdito que se compadezca de él y le escuse y eso no sea causa para que él afloje en la virtud y penitencia, considerando por mayor la que el prelado lleva en no se poder asemejar a sus súbditos.
Y cierto que, si se quiere considerar, es grandíssima, particularmente entre nosotros. Y yo lo he probado alguna vez que a caso he tenido necesidad de algún güevo que el convento no comía, y tener por menos mal el no comerlo que comerlo con vergüenza de qué dirán los frailes, y tener [135r] fortaleza para pasarme sin los güevos y no tenerla para comerlos delante de los súbditos. Y viendo Dios mi flaqueza y que no tenía ánimo para me mortificar en aquello, me ha sustentado Dios con el rigor de los demás.
Pues a esta mortificación del qué dirán, añádase la causa por qué se usa de aquella dispensación, que es dolor o enfermedad, que cuando admite el regalo es más penitencia que regalo, como lo son las medicinas, aunque sean cuan dulces quisieren. Pues digo que, en ocasión que no se pueda más, sino que se ha de eligir un prelado con alguna dispensación, remediará Dios los daños que pudieron hacer sus dispensaciones con el particular conocimiento que Dios les dio.
Pero, sin esta ocasión, digo que podría haber otra exención, y es cuando la virtud, la doctrina y el celo del prelado sobrepuja tanto y es tan conocido que esto escurece, tapa y encubre todo esotro. En tal caso, bien se podría escoger un prelado aunque tuviese algún achaque, como un hombre que siempre le han conocido por hombre de gran penitencia y que ésta le tiene estragada la salud, que no puede pasar sin un colchoncillo; que fue tan abstinente que estragó el estómago y ya tiene necesidad de un poco de vino. Este tal nada le inporta, que ya está conocida su necesidad y su celo y que aquello lo hace porque Dios lo quiere así. Y que quien siempre vivió con celo de penitencia, bien se deja entender se mortifica cuando no la hace. Y en virtud de la que hizo cuando tenía saludb, puede reprehender al súbdito y antes tener más brío diciéndoles que nada vale el súbdito que por su Dios no pone en peligro mill vidas si es necesario, que, después de enfermo y no poder más, se le dobla la corona, una por la voluntad tan fervorosa que tiene de querer hacer más de lo que hace, otra por la mortificación y disgusto que recibe tomando el regalo que los otros no toman.
Y este tal, siendo sancto, le da Dios ocasiones en que muestre que, si en aquello hace menos que sus súbditos, en otras millares de cosas hace más, que sobrepuja a todas las ventajas que le pueden llevar. Y he visto yo prelados tan derretidos en amor de Dios y con unas palabras de vida, que de muy buena gana los tuviera yo por prelados comiendo yo yerbas y ellos faisanes. Que bien se deja entender las ventajas que nos llevan, pues gozan [135v] el fin para que fueron ordenadas y son mis penitencias. Claro es, debec quedar el prelado bien escusado, a quien Dios hizo merced de darle el fin y premio de sus penitencias, que es un corazón muy conforme al suyo, un grandíssimo desasimiento, un amor encendido y entrañable. Todo lo cual es más que cuantas penitencias se pueden imaginar en el mundo.
Entonces el súbdito, aunque sea un palo, echa de ver que es más dichoso aquel regalo que admite en semejante ocasión el prelado que la penitencia que él hace, porque su penitencia aún no ha alcanzado el fin que pretende y las penitencias de su prelado sí; y que el regalo que ya admite no es sino una medicina con que procura conservar la vida para más amar y servir a Dios. Y hace cada momento demostración de que gustara fuera voluntad de Dios no tomar aquel regalo, sino acabar la vida con otras nuevas penitencias para salir de este destierro y verse con d el que tanto ama. A este tal, bien al seguro pueden escogerle y echar mano de él para su prelado, que no me parece inconveniente que en algo se particularice.