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San Juan Bautista de la Concepción Obras III - S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
XI. SER PRELADO EN NUESTRA RELIGION
1. Obra de caridad y agradable a Dios
No quiero decir mal de los que admiten el officio de prelado absolutamente, porque al presente está nuestra sagrada Religión de suerte que el que lo fuere y apeteciere (y a nadie le parezca esto imposible),
hace una obra de charidad grandíssima y agradable a los ojos de Dios. Y sé decir que, así como el demonio ha procurado acabar otras religiones multiplicando los supuestos que pretenden ser prelados, ésta nuestra la ha procurado acabar disminuyéndolos y haciéndoles aborrecer el officio. Y éste no lo juzgo por menor daño respecto que, si una comunidad es monstruo con muchas cabezas, deja de ser si no la tiene. No quiero decir de las diligencias que el demonio ha hecho para que yo no fuese prelado ni tratase de cosa, que, cuando yo no lo fuera, del polvo de la tierra levantara Dios millares de ellos muy mejorados. Pero echo de ver de otros que, aun sin serlo, por conocerlos el demonio con particular virtud para eso, les pone estorbos y hace argumentos, que a mí me tiene espanctado. De donde vengo a entender con particular evidencia que ser prelado como Dios manda que debe de ser muy meritorio y agradable a los ojos de a Dios, pues tan molestoso es a los del demonio. Dije que, como está ahora nuestra sagrada Religión, entendía ser meritorio y agradable a los ojos de Dios.
Ahora adviertan que ser uno visorrey de un reino pacífico, ganado, rico, donde el virrey sale con grandes acompañamientos y tiene grandes recreaciones, cercado de majestad y grandeza, cuyos entretenimientos son fiestas, recreaciones y saraos; pero si el rey hiciese a uno visorey de un reino que no está conquistado o que no está poblado, paréceme que, llevando el primero la paga consigo, el segundo, para admitillo, habíe menester grandes ayudas de costa en el pensamiento, pues todos sus premios habíen de ser sólo per operationem intellectus. Yo considero los prelados que ahora hay en las religiones hechas que gozan de lo que los otros ganaron, que son visorreyes acompañados con majestad y grandeza, officios que consigo llevan gran parte de la paga. Pero ahora, enb nuestra Religión, donde el prelado ha de ganar el reino, hacer los conventos y buscar los frailes y luego enseñarlos a ser súbditos, siéndoloc el primero [148v] para que ellos lo acierten a ser, y, siendo Religión donde los religiosos han de ser sanctos, humildes, mortificados, rendidos, despreciados, negados y verdaderos pobres, todo lo cual debe enseñar el prelado en estos tiempos a los súbditos y religiosos que granjeare para que de veras los gane para Dios.
Yo veo que, cuando se publica una guerra, que señalan de d ciento en ciento los capitanes y, al entrar en la batalla, entran de en uno en uno, porque para esto de "a la guerra voy" hay muchos, pero al desenvainar la espada, al recebir el golpe, al hacer el acometimiento e, disparar el arcabuz, recebir la pelota, para esto pocos. Y así digo yo que ser prelados en el tiempo que el ejército marcha y tienen buenos alojamientos, de en ciento en ciento los prelados, pero, al tiempo del conquistar el reino, hacer la casa, buscar los frailes, recebir el golpe, armarse con f humildad, paciencia y sufrimiento, esto de en uno en uno, y ése con hartos suspiros.
2. La carta de un hermano ministro
Cierto que me holgara, si fuera posible, poder trasladar aquí dos o tres cartas que un hermano ministro me ha enviado, deseando no ser prelado, dejarlo y renunciarlo, sólo para que vieran esta verdad bien probada: de ver cómo el demonio nos per sigue para que, en tiempo de esta necesidad, no haya capitán que gane; que, al tiempo de repartir los despojos, yo prometo que antes falten súbditos que prelados. Finalmente, ya que no escriba toda la carta g, pondré una sola cláusula, para que vean un alma afligida debajo del officio que h, fingiéndoselo i bien pesado el demonio, debajo de él clama como alma del profundo 1 y los sanctos debajo del altar de Dios. Dice así:
"¡Ah, hermano de mi alma! ¿Quién alcanzara dicha de ser empleado en una portería para siempre jamás o en una cocina con tal que ni aun missa dijera yo jamás, hecho donado más que con solas las obligaciones de donado? Hermano, dígame su charidad lo que quisiere por consolarme, mas mi gloria, si nuestro Señor misericordiosamente me la ha de dar, comenzara dende acá por la bondad de Dios, yo fuera bienaventurado desde acá. No puedo significar a su sancta charidad los inpulsos que tengo de recebir este bien por medio [149r] de su charidad. Todo el día se me va en esto. Dios me lo cumpla, Dios me lo cumpla, Dios me lo cumpla, Dios me lo cumpla, que no quiero, hermano, prelacías".
[De] éstas y otras muchas razones está llena esta carta de un pliego de papel. Que, a no dar Dios algún asomo, según se entiende, de su luz, amándole yo como le amo, paréceme me convirtiera a descolgarle de aquella pena, deshaogallo j y descargarlo. Justifiquemos ahora este pensamiento de parte de quien lo piensa y luego justificaremos el haberse de quedar con el officio.
3. Pensamientos de súbdito en el prelado
¡Oh, qué sancta cosa un prelado, cuando lo es, considerarse mill veces por indigno del tal officio, pareciéndole que ni aun donado no merece ser! Muy lindos pensamientos del que así está levantado y a vista de todos, mirarse k a sí primero y estar a la suya, para con ella considerar su insuficiencia para remediar y corregir sus faltas antes que los otros las corrijan y enmienden. ¡Oh, qué lindos pensamientos del que es prelado, pensamientos de súbdito! Que es lo que Cristo dijo: "El que fuere mayor entre vosotros, sea como el que ministra y sirve" 2. ¿Cómo se puede cumplir esta sentencia l si no es con pensamientos semejantes, con ansias y deseos de ser súbdito el que es prelado?
Cuántas veces sucede ser uno muy inclinado a pintar y su padre ponerlo a otro officio mayor. Y como la inclinación le está tirando de la capa, no repara en el officio mayor que tiene, sino que, unas veces advertidamente, otras inadvertidamente, suelta y sacude las ocupaciones principales y coge el pincel y lo hallaréis pinctando y dibujando. Seas tú, Señor, mill veces bendito, que eres tan devoto y amigo de la humildad y de los humildes que, haciéndolos prelados, gustas de darles pensamientos, deseos e inclinaciones de súbditos para que, una vez con acuerdo y otra al descuido, olvidados de sus prelacías y dignidades, los halles con la escoba en la mano, en el fregado y officio de humildad. Este tal labra a dos haces: siendo prelado, trabaja con sus súbditos; deseando ser súbdito, trabaja consigo. ¡Oh, qué lindos pensamientos! Pensamientos son éstos de a dos y obras de a tres, porque obra para el súbdito y merece para con Dios y no se olvida de sí propio.
De estos tales pienso yo que dijo el Spíritu Sancto, tratando de aquella mujer fuerte que torció y hiló bien delgado y vistió sus criados de ropas dobladas 3. Podría ser que, como rica, fuesen [149v] aforradas, que abrigan bien y defienden del sol y del agua, y por eso lo dijese. O porque fuese como la seda doble, que acá decimos, que es de más dura, o la tela doblada, guardando la de tres altos para cuando vean a Dios. Esta mujer fuerte es esta sagrada Religión y muestra su fortaleza en hilar el día de hoy delgado, pues aun no consiente en su regla comprar un poco de vino. Pues desta hilaza delgada viste a sus hijos de pensamientos doblados, de pensamientos que, siendo prelados, deseen ser súbditos. Es muy linda vestidura ésta, que no la calará el sol ni el agua de los pensamientos altivos y presumtuosos de verse prelado, porque está aforrado con deseo de ser súbdito.
A mi parecer, éste es vestido de dura. A éstos les promete el Spíritu Sancto paga doblada: Duplicia possidebunt in terra sua 4. Una paga porque fueron prelados y otra porque desearon ser súbditos. Y debe durar este tal prelado, porque hombre que, cuando pasa el agua, mira la ribera do sale y donde va, a mi parecer, no se le desvanecerá la cabeza. ¡Oh, qué lindos pensamientos para el prelado acordarse que era súbdito m como los demás cuando salió para aquella enbarcación y que va a ser súbdito! Yo os certifico a este tal por libre de cohechos y cosas injustas mientras le duraren estos pensamientos.
4. Pensamientos que no deben ejecutarse
No digamos más acerca de esto. Basta n para ver que nuestro buen fraile queda justificado en sus pensamientos. Pero advierto que, si éstos fueran bastantes para que yo le quitara el officio, digo, si a mí me
convirtieran, tuviéralos por grandíssima tentación. Y por la vía que esto es tentación, el demonio los aviva por las razones que ahora se verán. En cuanto causados de Dios, es por lo que arriba queda dicho y porque es muy ordinario de Dios, al alma que Dios quiere bien, no dejarla holgar en obra y pensamiento. Y pues con la obra está ocupada en los súbditos, estélo en los pensamientos, deseando serlo para que gane por dos officios y en el cielo le paguen paga doblada, como ahora acabamos de decir, que duplicia possidebunt in terra sua; paga de súbditos y paga de prelados. Pero estos pensamientos no se los da Dios para que los pongan en execución, porque eso ya fuera tentación.
Cuántas veces sucede darle Dios grandíssimos impulsos a un hombre casado de ser religioso y a la otra mujer cargada de hijos para ser monja, y no es gusto de Dios que lo pongan en execución, sino que quiere que o, mereciendo criando sus hijos, merezcan también deseando ser religiosos. Lo propio digo yo [150r] del p prelado que desea ser súbdito: que merezca en criar sus súbditos y en tener pensamientos de súbdito q.
Digo, lo segundo, para probar cómo fuera tentación en este tal quitar el oficio, porque estos deseos que tiene de más agradar y servir a Dios, estos deseos de donados, de portería y de cocina, digo que son efectos de los ahogos y mortificación que padece siendo prelado; y, dejando de serlo y quitándosele estos ahogos, es certíssimo que se le habían de quitar esos deseos, porque, quitada la causa, se quita el efecto. Y da Dios aquellos deseos y ansias de ser donado y portero por premio y fin de las afliciones que padece siendo prelado; y quitándole la prelacía y el trabajo, le habían de quitar el premio.
Ahora, pues, ¿de dónde nace que este tal religioso así desee no ser prelado r? Digo que, como este tal considera estos deseos que Dios le da de ser más sancto, más humilde, no como fines de los principios que dijimos, que eran las apreturas interiores, sino considera aquellos deseos s como medios de mayor quietud interior, mayor oración, mayor enbebecimiento, entonces, puniendo los ojos en esos deseos en cuanto medios para más altos fines, desea sacudirse y descartarse del oficio. Pero, si considerase que quitándole el officio le quitan los deseos, que son hijos nacidos de sus apreturas, y quitándoselos en cuanto fines tanbién se los quitarían en cuanto medios para mayor perfección. Ansí pienso sería muy cierto estos tales, cuando los hicieran porteros, se quedaran a la luna y se hallaran como los demás frailes. Porque en esta vida sustenta Dios con pan de lágrimas, y el día que a este hermano le faltaran las lágrimas que Dios le da porque es prelado, le había de faltar el pan, porque tiene Dios determinado que cada uno, mientras viviere, se sustente del pan de su sudor.
Yo quiero poner un exemplo que pienso ha de dejar esto bien claro. Veremos un hombre que está muriendo y con aquellas ansias y congojas
hace mill promesas: ¡Oh, quién estuviera bueno!; ¡oh, qué sancto tengo de ser, oh qué humilde! Un rato se piensa fregando platos en el monasterio, otro acompañando siervo de Dios, otro confesando y dando limosnas. No le oirá [150v] hombre que no le diera la vida y la salud sólo porque pusiera aquellos pensamientos en execución. Pero Dios, que sabe que aquellos deseos son nacidos de aquellas apreturas interiores, de aquellas aflicciones que padece, no repara demasiadamente en ellos ni condeciende con él, sino hace que pase adelante la enfermedad y la muerte. Y si no, miren esta verdad: que no hay hombre en aquella ocasión no esté lleno de estos pensamientos, miren qué pocos que los ponen en execución. Y es que faltó la causa y luego faltó el efecto. Ansí, muchos prelados de nuestro tiempo, ahora en nuestra Religión, como el officio de prelado, según ahora corre, es más enfermedad y muerte que vida, vense afligidos, apretados, y de esas apreturas nácenles deseos de ser porteros, sacristanes, cocineros; y en quitándoles del potro y sanándoles de la enfermedad, luego olvidarían todo lo demás.
Digo, lo tercero, que se puede esto juzgar por tentación porque el demonio sabe mucho. Porque uno no haga cosa bien hecha, procura quitarles los ojos del oficio que tienen y poseen procurando divertirlos a otra cosa: a el súbdito le trae pensamientos que si fuera prelado había de hacer obras heroicas de humildad y de mortificación en que Dios fuera muy glorificado; a el prelado le trae pensamientos de súbdito puniendo grande t quietud, sosiego, oración y enbelesamiento; y esto para que ni sea súbdito ni prelado. Que ya se sabe lo que dice Aristóteles: que pluribus intentus, minor fit u quoad singula sensus.
Lo cuarto, por qué me parece ser tentación, es porque de mayor mérito es el bien común que el particular cuando no se atraviesa ningún azar ni ofensa de Dios. De donde alabamos tanto a san Pablo porque deseó ser anathema pro fratribus suis 5. Y pues nuestro hermano hace el oficio de prelado según sus fuerzas alcanzan y con tanto escrúpulo de si acierta, es cierto ser tentación v [151r] querer anteponer su propio gusto w y bien particular al gusto de Dios y bien común.
Lo quinto, yo tengo por más meritorio una cosa cuando está más descalza de propio interés. Y ser prelado con trabajos, cruz y mortificación y tantos disgustos propios, siéndolo solamente por la obediencia, díganme qué arrobo y enbelesamiento puede haber que a esto se pueda comparar. Díganme cuál es mejor en esta vida: ¿llevar la cruz de Cristo desnuda, pesada, padeciendo y solo sufriendo por su amor, o ser portero y donado con un rosario en las manos, enbebecido y gustando o gozando de los fructos de esa cruz de Cristo? Yo escogería la cruz y dejaría los fructos para la otra vida.
5. Cruz que labra la gloria futura
Nota san Agustín sobre aquellas palabras del psalmo [127]: Labores manuum tuarum quia manducabis, beatus es x et bene tibi erit 6. Y dice el sancto: ¿Qué hombre hay que no coma del trabajo de sus manos? Pues a todos les comprehende aquella ley que todos coman del y pan de su sudor 7. Dice el sancto que allí leen otros: Labores fructuum tuorum quia manducabis; comerás los trabajos de tus fructos, a diferencia de los del mundo, que comen el fructo de sus trabajos 8. Pero los escogidos comen z acá los trabajos y guardan los fructos para la otra vida. Los malos gastan acá los fructos de sus trabajos y cuando van a la otra vida llevan los trabajos desfructados y quédanles mondos y solos los trabajos. Los justos llevan los fructos destrabajados y así los gozan puros.
Ahora, pues, si nuestro prelado sólo goza de trabajos, de ahogos, fatigas, ansias, aflicciones y se come puros los trabajos, ¿por qué no hemos de decir que esto es lo que Dios quiere, pues este tal quiere guardar sus fructos para la otra vida? Como la moza pobre, que gusta de andar rota entre semana y cansada por salir compuesta la fiesta y no tener qué hacer. Más vale, mi hermano, que su charidad padezca, trabaje y esté afligido para que en a la otra vida esté descansado y pueda salir a vistas. No queramos descansar en la cocina y portería. Debajo de pensamientos humildes queremos dejar la carga [151v] para vestirnos de fiesta y poder mejor descansar.
Y tengo por cosa evidente que habíe de ser mayor la cruz que a este tal hermano le había de dar Dios en dejando el officio que la que ahora tiene, porque la que ahora tiene dásela Dios, que sabe medir las fuerzas de uno y da las lágrimas con su medida, pero estotra, como escogida y tomada por nuestras manos, que no sabemos medir nuestras fuerzas, es llano que no llevaría ese tanteo. Más, que la cruz que nos da Dios, por el propio caso que él nos la da, nos es obligado a nos la ayudar a llevar y ser nuestro resuello en medio de nuestro ahogo y en el trabajo está junto a nosotros que no nos pierde de ojo. Y si los trabajos son nuestros, aunque menores, como más solos en ellos, han de ser más pesados.
Y así tendría yo por mejor que nuestro hermano se esté con su officio y calle su boca para con los hombres y solo a solas se las haya con Dios, que Su Majestad, que le puso allí, le aliviará la carga cuando convenga.
¡Oh, si supiesen estos tales hermanos que enb medio de esas apreturas está Dios y que con esos golpes golpea Dios su corona y labra su vestido de gloria! No sé yo por qué quiere hurtar el cuerpo a esta ocasión. Bien veo yo que el portero y el donado tienen más lugar que
el prelado, pero ese lugar es bueno para coser un hábito, para rezar un rosario y barrer la casa. Pero el que tiene el prelado es lugar de martirio, es lugar de trabajo y de aflición.
6. Más razones que hacen pesada la prelacía
Busquemos otra alguna razón por donde este hermano se ve tan compelido a dejar este officio, puesto caso que ahora en la Orden no tiene ni trai los inconvenientes que en otras, sino millares de trabajos que, cierto, si los dijera, asombrara respecto de como están las cosas. Y sólo digo que ha habido día que yo me he visto tan necesitado de no seguir communidad que me parece había de quedarme muerto siguiéndola, y verme forzado en muchas maneras a perder la vida y seguirla porque no perdiera algo la communidad, que fuera de más consideración que mi vida.
Pues digo que la razón de estos impulsos continuos de nuestro hermano para dejar el officio es porque mejor vemos lo cerca que lo lejos, lo propio que lo ajeno. Y como en el trabajo del officio está el bien de la Religión y de nuestros hermanos, menos lo vemos que el propio [152r] que vemos cuando nos consideramos rezando o siendo porteros o cocineros.
Lo sextoc, mientras la cosa es más espiritual y abstraída de nuestros sentidos, menos la conocemos. Pues ¿qué cosa más espiritual que considerar nuestro bien en la ganancia de mi hermano, que yo con tanto trabajo la procuro, que parece que es menester hacer un grande acenso para venir a topar algo para nosotros? Pero, cuando inmediatamente procuro para mí, veo mi bien cerquita, más pegado a mí propio, y así más me muevo por esto, que así está cerca y al ojo la paga, que no la que tengo de sacar de dos o tres silogismos.
Demás de eso, los hombres más nos movemos por lo sensible que no por lo espiritual; y nuestro bien propio, como cosa que cai en casa, sentímoslo y vámonos tras él buscándolo. Pero el prelado, que sus trabajos los pone en sus hermanos, no los siente porque son muy spirituales; y así éstos le son molestosos, pesados, cargados y desea dejarlos para se ir tras los sensibles, tras los propios, no considerando que, si tiene cuenta de los hijos de Dios y en eso se ocupa, que Dios tendrá cuenta con él y con sus necesidades.
Bien veo que este tal prelado ha menester una gran luz del cielo para se abrazar con esta cruz así sola desnuda y que allá, aunque sea a lo lejos, le dé Dios un conocimiento de que aquélla es su voluntad y que ahí hay grandíssimos bienes encerrados. Porque, aun tiniendo esta luz, aún le será martirio privarse del bien propio que siente por el común que entiende ser gusto de Dios, porque, faltándole este conocimiento y sintiendo propias ganancias en el ser súbdito y obligándole la
obediencia a ser prelado y siéndolo porque sólo la obediencia lo manda, digo que es una obra muy heroica y que tengo por cierto a este tal le contará Dios entre los mártires.
¡Oh trazas de Dios, que así gustas que el hombre obre por solo tu amor, descalzo de todo género de interés! ¿Qué digo? Descalzo de cualquier género de gusto. Pues ¿qué hace para que el hombre d obre de esta manera sin premio, descalzo de su interés y sin gusto particular? [152v] Para que trabaje sin interés e, al parecer hácele trabajar en viña ajena, olvidado de sí propio, ocupado con sus hermanos. Para que trabaje sin gusto particular, ¿qué hace? Inclínale el corazón a su interés, a su soledad, a su quietud, a una portería, a un officio de humildad, y cuando ya el corazón está ahí, entonces lo lleva a que trabaje en otra parte, para que la voluntad vaya desnuda, descalza y con privación de cualquier género de gusto y que trabaje porque sólo Dios lo quiere así. Estas son, pienso yo, obras heroicas, altas de consideración, obras en que, a mi parecer, tiene un religioso necesidad de grandíssimo consuelo por el mucho f desabrimiento con que trabaja.