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San Juan Bautista de la Concepción
Obras III - S. Juan B. de la C.

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IV. QUIENES HAN DE ESTUDIAR

 

  Y para que se dé en este acierto, y acierto de dura, es menester notar tres cosas. La primera, quién es el que ha de estudiar, qué ha de hacer cuando estudie y en qué se ha de ocupar a después de los estudios.

 

 

1.  "Escoger hombres de espíritu"

 

  No sería de pequeña consideración para una religión, en materia semejante, scoger aquellos que Dios tiene para ese bien y aprovechamiento, porque cuanto es de más consideración lo que a uno se le pone en las manos, tanto lo ha de ser de más aquel a quien se le da. Y ya hemos apuntado a decir los muchos bienes que están en las letras; no será razón que con poca consideración se depositen en quienb dé con ellas en el suelo o en el cieno.

  Por eso pone la Sagrada Scritura en la sciencia letra y espíritu. El spíritu es para los acertados, la letra para los desatinados; el spíritu que da vida, la letra que mata 1. Mire si hay poca diferencia de lo uno a lo otro: escoger hombres de espíritu que se vayan tras el spíritu de la letra para que a ellos les dé vida y con él vivifiquen y den vida a los demás, porque, a no serlo, serles ha guchillo y azote de muerte para los unos y los otros. Por eso los llamó Cristo sal y luz 2, que son dos cosas en que están encerrados grandes bienes y grandes males. Con la sal salan y conservan de putrefacción, que es decir que da vida la sciencia y sabiduría. Con la sal esterilizan los campos y los siembran de ella en señal de maldición, como lo sería la sciencia en un hombre perdido y malo. Lo propio tiene la luzc y la lumbre, que es el bien y alegría del mundo, y con la luz y lumbre hacen los ladrones d incendios, abrasan ciudades y trastornan pueblos y abrasan trigos e. Como hizo Sansón atando hachones encendidos a colas de raposas: que, si daban luz, destruían y abrasaban los trigos y mieses 3. Pongan las letras en un alma sancta: no hay luz del cielo que así consuele a los afligidos. Praeceptum Domini lucidum, illuminans oculos 4; la palabra de Dios alumbra


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y consuela; ponedla en un hombre perdido, será hachón encendido que inquiete, perturbe, abrase y destruiga los sembrados de Dios. Dios nos los depare buenos para que nos quitemos de estos peligros y nos sirvan de puerto seguro.

 

 

2.  El que tiene habilidad y no virtud

 

  [194r] Yo hallo para este menester tres maneras de personas y hermanos: unos que tienen grande habilidad solamente, otros tienen grande virtud y otros lo tienen todo. Ya se ve que, habiendo de buscar sujetos cuales conviene, que se ha de echar mano de estos terceros, en quien se halla la virtud y la habilidad.

  La dificultad es de los primeros. ¿Qué hemos de hacer cuando en uno conocemos habilidad y no virtud, y en otros al contrario? Respondo lo primero, absolutamente, que, atento que en este tal las letras corren riesgo, que le aparten de ellas y lo metan en una cocina o en su celda y procuren que salve su alma y busque virtud, que menos mal es perder letras que faltar en la virtud; y por ese camino, si él tiene buena habilidad, le saldrá Dios al encuentro y se hará su maestro y le enseñará mucho más de lo que por allá pudo perder. Y adviértase que el fin del religioso y el intento de Dios principal, cuando a uno lo trai a una religión, es que se salve y sea sancto, y no que estudie, que eso bien lo podía hacer en el siglo; y al prelado menos cuenta le tomarán si estudió o no estudió el súbdito que si dejó de ser quien debía. Y si eso fuera tan simpliciter necesario, no dejara Dios perder tantas y tan buenas habilidades como vemos que se pierden en el siglo, haciendo de ellas pastores y otros oficios para que se requiere bien poca habilidad.

  Cuánto más que la buena habilidad, como digo, no queda perdida por quedar enpleada en la virtud. Así como, siendo uno de grande entendimiento y juicio para estudiar, acertó a ponerlo su padre con un pinctor; echó por ahí y aplicó su habilidad a la pinctura y salió estremado en aquel arte. Lo propio digo yo de un buen entendimiento: que si no tiene virtud para que estudie, lo pongan a que aprienda virtud y sanctidad, que no será habilidad perdida, sino bien ganada, pues, aplicándola en eso a que le ponen, saldrá estremado y consumado virtuoso y grande sancto. De donde verán con cuánta ignorancia hablan algunos que dicen: lástima que se pierda aquella habilidad, como si fuera perdido el enpleo que se hace en la virtud, en la penitencia y recogimiento. Que si él tiene buen entendimiento, atento que no sabe estar ocioso, quitándole [194v] los desaguaderos de las cosas de acá, en verdad que ha de buscar dónde hacerlos y no estar ocioso, y entonces le valdrán más dos verdades de las que Dios descubre a quien se le encubre lo de acá que todo cuanto pudo estudiar en la tierra.

  Digo, lo segundo, que si de éste que tiene buena habilidad hay algún seguro, algunos indicios o sospechas de que el tiempo o la edad le abrirá los ojos o el grande cuidado que en los estudios se pone para


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que se siga la virtud que lo han de trocar o volver, que bien se podría probar. Que nuestra sagrada Religión, me parece a mí, está ahora de suerte que no reparara yo mucho en que estudiara el que quisiere, porque en los colegios tanto se profesa virtud como letras y todo se procura ir mezclando. Y el que tantico en esto falta, luego se conoce y echa de ver para lo poder remediar. Y también tienen otro bien las letras: que ellas propias labran, enseñan y descubren a él propio la necesidad que tiene de virtud; y suele Dios, si ellos son agradecidos, por ese camino hacer f grandes sanctos. Oíle yo decir, siendo yo harto muchacho, a un theólogo que el hombre habíe de estudiar theulugía sólo para ser sancto, que él no podía entender cómo podía ser malo un hombre que hubiese estudiado aquella sciencia donde se da Dios a conocer.

 

 

3.  El que tiene virtud y poca habilidad

 

  De los segundos, que son sanctos y no tienen habilidades conocidas, digo que no inporta que a estos tales se les ha de compeler a que estudien, que poco inporta si no salieren tan consumados y agudos como los otros. Que en nuestra sagrada Religión no se han de poner a cátredas y con ciencia moderada pueden pasar. Que, como sepan salvar un alma, saben lo que han menester: hacer una confesión y predicar a Cristo desnudo, sin otras delicadezas y sutilidades de ingenio con que muchos predicadores se visten ellos a sí propios y, pensando que visten y adornan lo que dicen, más es adorno y apoyo de su persona.

  Acuérdome que un gran siervo de Dios de otra religión, que en el siglo habíe sido mi maestro, que en muchos años no me habíe visto 5, diciéndole yo que ya era sacerdote y que predicaba algunos sermones, me dijo: -Y ven acá, Juan, ¿y cómo predicas? Yo, no entendiéndole, no supe qué responderle. Díjome: -Pregúntolo porque, por mis peccados, en nuestra religión [195r] mis frailes enpezaron a predicar a Cristo desnudo, y ya lo van vistiendo y adornando.

  Y no ha muchos días que, oyendo un seglar un sermón harto curioso a un fraile descalzo, dijo el seglar: -Bien ha predicado, pero pudiera predicar como fraile descalzo. Dando a entender cuán lejos de este sancto hábito han de estar las curiosidades que divierten el spíritu de lo que se va diciendo. Y tanta agua se le puede echar al vino que no sea vino sino agua. Y tanta mezcla de palabras puede poner el predicador, que más sean palabras suyas que palabra de Dios. Y en los efectos y fructos que hacen se ve la mercaduría que venden. Que vemos


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unos frailecitos desechados con solo un breviario y una biblia g en la celda que, subidos en el púlpito, con cuatro gritos que dan confunden cuarenta peccadores y hacen temblar a los grandes del mundo. Y no otros que, a cabo de quince días que componen su ramillete de flores, lo llevan marchito, que ni güele a Dios ni a lo que Cristo manda h prediquen. Que más sirven aquellos sermones de entretenimiento de damas y galanes, que de conversión de almas.

  Yo leí una vez que estaba un monje benito para predicar en una gran fiesta y cayó malo aquella noche, después de haber tañido al sermón. Y por no perder el demonio alguna ganancia que de allí aguardaba aquella noche, llama a la puerta en hábito de monje, fingiendo ser grande hombre, maestro y predicador. Inportúnanle que predique. Acepta el sermón y súbese al púlpito. Y hizo un altíssimo sermón de la gloria de Dios y penas del infierno, sin provecho ninguno de los que le oían, que todo fue entretenerlos y suspenderlos un rato. Dejó a los monjes maravillados de aquel sermón y confusos y obligados a saber quién era, por parecerles mostraba otra cosa más que hombre. A pocos conjuros, respondió que era un gran demonio. -Pues, ven acá, ¿qué te movió a hacer este sermón? Respondió: -Porque yo tenía persuadido a ciertos galanes con sus damas viniesen a entretenerse a la bolatería y curiosidad de palabras de vuestro predicador, porque yo sabía que no sólo no les había de aprovechar, antes habíe de ser ocasión para sus deshonestos conciertos; y, por no perder el lance, gusté de presidir por el enfermo. ¡Oh buen Dios de mi alma, qué sermón es el que gusta satanás de sustituirlo! ¡Desdichado predicador! ¡Desdichadas letras y habilidad mal enpleada!

  Por el contrario, vi en Roma a un hombre llamado Jacobo, que estando yo allí murió en opinión de sancto. Este fue un hombre rústico que, habiendo dado toda su hacienda por amor de Dios, se puso un saco a manera de fraile francisco descalzo y desnudo. [195v] Bien ignorante, que yo pienso todo su saber se había resumido en rezar el rosario y buscar qué dar a pobres. Porque yo le hablé y soy buen testigo de esto. Un día entró en casa de la hermana de Sisto Quinto, creo se llamaba Camila, mujer que daba algunas limosnas i moderadas, como era un pan, un real y cosas semejantes. Entró nuestro Jacobo en casa de esta buena señora y dijo: -Loado sea Jesucristo; vieja, vengo a que me des mill ducados para los pobres. La mujer, que temía tanto cualquier palabra en este siervo de Dios, enpezóse a cuitar y a decir que dónde tenía ella mill ducados que dalle. Torna y dícele: -Vieja, mira que hay juicio de Dios y has de dar cuenta strecha. Mi buena vieja ya entendió que estaban a la puerta los que venían por ella. No vido la hora de contar su dinero y enviar bien despachado a nuestro sancto pobre, en quien Dios puso tanta fuerza que, con unas palabras llanas y toscas, desencuaderna las arcas más cerradas y hace temblar a la mujer más fuerte.

 

 


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4.  La buena predicación del estudiante santo, aunque

  de pocas letras

 

  Para este saber, mis hermanos, basta una mediana habilidad con la virtud y sanctidad acompañada. Séame el estudiante sancto, que yo me contentaré con que, subido al púlpito, diga el credo con el spíritu que Dios manda. Y en esa cortedad de palabras suele Dios encerrar tal virtud, que sea grito que derribe los cedros altos del monte Líbano 6. Que, aunque parece que habla éste en el púlpito menos que el más parla, no es así porque mucho más habla con menos palabras el siervo de Dios que no el rectórico afectado con su tibieza de espíritu. Y esto por muchas razones -que fuera aquí largo decirlas- que los sanctos refieren de estos predicadores: que todo se le va en hablar y componer razones, que, como palabras sin vida, se las lleva el aire y no la dan a los j oyentes, que tanta necesidad de ella tienen k. Y siendo las l palabras como conviene dichas m medicina que sanan diferencias de enfermedades, si el médico Cristo viniera a visitar estas boticas, viera que con un cartapacio tal cual n se les deparaba pretendían curar toda diferencia de enfermedades. Y así por medicina sin fructo las echara en la calle todas, privara al boticario y lo metiera en la cárcel. Así me parece a mí habían de hacer a hombres que venden en los púlpitos medicinas que para nada valen salido de aquel sonido y grito que allí parece.

  Pero las palabras del varón justo y penitente, que como palabras vivas buscan el asiento que piden y han menester, buscan el corazón del hombre, do está la vida, para que una vida con otra se conserve [196r] y allá se las hayan. Porque la palabra viva de Dios dicha por su siervo, hospedada en el corazón do halla otra vida, procurará lo más convertir en sí lo menos, que es aquella vida de hombre en vida de Dios, vida de siglo por vida de cielo.

  También digo que predica más hablando menos el siervo de Dios, porque le ayudan a predicar todos sus sentidos: los ojos modestos, mesura de rostro y compostura esterior. De donde o veremos una razón, entre las muchas que dan, por qué el Spíritu Sancto bajó el día de Pentecostés en muchedumbre de lenguas 7, puesto caso que no habíen de hablar más de con una en los púlpitos. Y digo que fue para darnos a entender que, en el predicador y varón justo, todas sus potencias y sentidos se habían de volver lenguas que predicasen y hablasen: sus ojos, sus manos, su compostura, [su] vida, sus costumbres. Suele suceder que ha de predicar un siervo de Dios y, antes que se suba al púlpito, suele la otra señora preguntar quién predica, y estar a su lado quien conoce el predicador y dice: -Predica un religioso sancto, un hombre penitente, de grande rigor de vida. De suerte que, antes que se suba al púlpito,


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ya han hecho en la iglesia tres o cuatro sermones por él, con que le p disponen los oyentes para que él haga el cuarto. Y, después de haber predicado, hacen otros tantos, contando lo que él hace después de predicar, cómo se desuda en la oración, cómo su regalo es Cristo, y otras cosas con que no menos se edifican los oyentes que con lo que él ha predicado. Ven aquí cómo con menos palabras predica más y de más provecho. Y éstos son los que uno vale por ciento. De éstos son los que ha de buscar la Religión para sus estudios, no reparando en un poco más de ingenio, puniendo los ojos en un poco más de virtud, estimándola en más [que] cuantas letras hay en el mundo.

  Pues ¿cómo se conocerán éstos para darles la aprobación para las letras? Yo pienso que bastará una señal, y es que sean religiosos inclinados a saber o que tienen ingenios acommodados para eso y, con todo, viven tan resignados y tan negados de las cosas de su gusto e inclinación que no lo procuran ni lo tratan o negocian, sino que están muy dispuestos a todo aquello que la obediencia hiciere de ellos. Hay otros opuestos a éstos, que no tienen ingenio ni habilidad y la tienen grande para por caminos secretos procurar los estudios, quizá por lo que decíamos denantes: por no ser carne ni pescado, para no ser frailes ni estudiantes.

  Tengo por inposible que ahora entre nosotros se puedan encubrir los méritos de las letras [196v] para darlas al que conviene y lo merece. Cuánto más que, como en otras religiones examinan en gramática para artes, y en artes para theulugía, añadan examen en virtud, siendo testigos de esta información sus ministros y maestros de novicios, que con esto será Dios muy glorificado en sus estudios, ellos muy aprovechados y la Religión honrada.

 




a  corr.



b sigue sea tach.



1 Cf. 2 Cor 3,6.



2 Cf. Mt 5,13-14.



c sigue que es tach.



d sigue sus tach.



e sigue pero l tach.



3 Cf. Jue 15,4-5.



4 Sal 18,9.



f  ms. ser



5 Agustín de los Reyes, OCD, que había sido su profesor de gramática y artes en Almodóvar del Campo. El diálogo tuvo lugar en Sevilla por el año 1595. Cf. Carisma y misión, 38-39.



g  ms. bilia



h ms. mandan



i ms. limosna



6 Reminiscencia de Sal 28,5.



j  sigue qu tach.



k sigue llama tach.



l corr. de estas



m sigue que tach.



n sigue se les dep tach.



o sigue en tach.



7 Cf. He 2,3-4.



p  corr. de les






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