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San Juan Bautista de la Concepción Obras III - S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO UNICO
1. Anteponer la observancia religiosa a los sermones externos
Yo soy muy amigo que se atienda al bien común de nuestra Religión y éste se anteponga a otro cualquiera. Y es menester advertir no nos dejemos llevar demasiadamente del celo de los de afuera y perdamos el que debemos tener con los de adentro, atropellando nuestro rigor por acudir al remedio de los seglares. Yo me declararé, porque tengo exemplo en las manos. Suele haber algunos predicadores que por hacer cuatro sermones es menester darles carne y que vistan estameña, que se salgan un poquito al campo y quizá -lo que Dios no quiera- lo que yo hacía en algún tiempo: hacer a que me hiciesen algunas visitas de entretenimiento. Decía yo que me quedaba la cabeza vacía y que era menester irme a parlar un poco. Bien sé, por la bondad de Dios, que las visitas que en aquella ocasión hacía no eranb malas, pero sé decir fuera mejor no hacerlas, porque si trataba de Dios en ellas era tratar lo que había predicado, alabando los buenos conceptos, gustando de ello y de que me los alabasen dando algunas puntadillas de los otros, donde pienso yo noc anda muy lejos la vanagloria y presunción.
Todas estas cosas háganlas los predicadores de afuera, pero ruego yo, por las entrañas de Dios, se repare mucho en esto en nuestra sagrada Religión. Que, pues el religioso tiene más obligación a sí que a los demás -pues dice Cristo: Quid prodest homini, si mundum universum lucretur, animae vero suae detrimentum patiatur? 1-, acuda primero a sí, a su perfección y rigor de regla. Y si, guardando esto, pudiere atender a lo demás, muy bien es; y si no, estése en su celda, que no faltará quien
predique, que no le han a él cometido solamente la conversión del mundo y no faltarán otros que eso hagan.
2. Ninguna dispensa en las cosas esenciales
No consientan los prelados, [208r] por amor de Dios, que en cosa esencial se dispense con ellos, que son inconvenientes perniciosos para toda la Religión. Para los propios predicadores, porque con la ocasión de predicar la quieren tomar para usar de aquella dispensación siempre y cuando no predican. Si les dan túnica para el día del sermón, ¿ha de ir luego el prelado y decir a la noche: Déme la túnica? No, por cierto. Y si va al campo porque le pareció le quedó la cabeza vana, cada día le parecerá que está de una manera. Y si cuando predica quiere carne, otro día la querrá para cuando [no] predique y quedarse ha con una costumbre diabólica, que tenga bien en qué entender el prelado en quitársela. Es pernicioso esto para los demás, porque los otros religiosos no les parece que es tanto el predicar, y que si con ellos con facilidad se dispensa, podrán o deben hacer con ellos lo propio. Y si no lo hacen, han de gruñir del predicador porque hace lo que a ellos no les permiten, y murmurar del prelado porque con los tales predicadores usan menos rigor.
Es cosa evidente, y tengo experiencia de esta nuestra naturaleza mal inclinada, que si atendemos a sus quejas, melindres y necesidades, jamás la tendremos contenta, porque unas necesidades remediadas y otras nacidas y engendradas, y las mismas necesidades que pretendemos remediar, jamás quedan bien curadas. Demos carnero al predicador porque trabaja y predica. Otro día dice que está desganado y que no puede comer el puchero (ahora hagamos cuenta que nos dejamos llevar de su antojo). Dice el ministrod, celoso de sus sermones: -Pues lleven el puchero fuera. Otro día dice que trai gastado el calor del estómago, que es comida recia. -Pues mátenle un ave y háganle puchero de gallina. Como guisan para uno, no pueden hacerlo tan pequeño, que es muy ordinario, por mucho que coma, que le sobre buen plato. Este tal no mira lo que ha comido, sino lo que sobra, y dice que de milagro se sustenta y que ha menester algún almidoncillo, potajillos y guisadillos, principios o postres, que si yo se los hubiera de dar bien sé yo de qué fueran. Es cierto que con el achaque y ocasión en las manos, inventa el diablo mill remedios con que hace hartos daños. Y hombre que así se deja llevar de sus fingidas necesidades, mejor se llevará de su presumción y vanagloria. Y yo se las remediaría con que no predicase y comiese yerbas y vistiese cilicio [208v] y siguiese communidad, que por mejor tengo el sermón que hace con el buen exemplo que no el que hace con palabras.
Dije denantes que no se dispensase con ellos en cosas esenciales, porque otra cosa sería, por no haber podido comer a mediodía, darle algo más a la noche, añedirle según su flaqueza y trabajo algo más según su regla, que falte algo del coro por razón de su estudio, que entre alguna vez más en la güerta; y para el inconveniente que tienen de sudor predicando, si son tan flacos, por aquel rato se les dé un capotillo de lienzo, que se puedan quitar en predicando sin desnudarse.
Bien fío en nuestro Señor que los hermanos que ahora de nuevo se crían en la Religión no tendrán tantos melindres, que es gran cosa no saber ni estar en eso advertido de otras partes donde uno ha predicado, sin tener valladar de prelado que le corrija sus antojos más de su querer y voluntad. Para los que de fuera han venido ya hechos 2, yo digo que se reparta el trabajo, según la grandíssima necesidad que la Religión tiene, a quien del todo no podemos volver la cabeza: y es que los prelados los sobrelleven algo y ellos lleven otro poco con mucha paciencia, considerando que si algo más trabajan en la predicación más les pagarán. Y no porque hacen algo más en eso, quieran hacer mucho menos en lo que los otros guardan. Lo cual si se destantea, de lo que predican ni quedará sermón ni nada.
3. Alejarse de la erudición humana
En esto del modo de predicar, también voy experimentando otros muchos inconvenientes que hemos menester pedir a Dios los cercene. Suelen e dejarse llevar los tales predicadores del deseo que tienen de dar gusto, que de nada que leen lo reciben para haber de predicar. Y así, por buscar cosas extraordinarias, ni dejan guerra de romanos ni fábula de las enblemas, ni costumbres antiguas, ni historias humanas que no les quieran dar una vuelta. Y ya por nuestros peccados están más cursadas las leyes de los enperadores que la ley de Cristo. Ya parece que es galantería dejar holgar la Scritura y ocupar los versos de Virgilio y otros autores gentiles y humanos, esgrimiendo en el aire una hora con las autoridades, que no mataréis una mosca ni aficionaréis una mariposa. Porque todo se les va en coger florecitas de las yerbas campestres que no valen para [209r] un mínimo emplasto de un estómago relajado y desganado de Dios; no haciendo caso de la fructa de dura que la Sancta Scritura lleva, pareciéndoles fructa ordinaria o, por mejor decir, dejándolo de hacer por no f tomar un poco de trabajo de entrar en el güerto cerrado de la Scritura, pareciéndoles está vedada a su poco saber y flaqueza de spíritu.
Ahora pregunto yo: ¿no predicamos a Cristo desnudo en una cruz 3? Sí, por cierto. ¿Qué pretende un predicador: vestirlo con palabras ut
habeat unde teneatur 4, para que tenga de donde g vos lo podáis asir? Pues ¿no es yerro, tiniendo el Hijo de Dios vestidos propios en la Sagrada Escritura, que son figuras y autoridades que se cortaron y hicieron a su medida, ir a buscar la ley que hizo Rómulo y los versos que compuso Omero para quien a él se le antojó? Bien es verdad que todo cuanto hay en el mundo, natural y sobrenatural, omnia per ipsum et propter ipsum facta sunt 5, y que es bien todo le sirva y rinda vasallaje y descubra la grandeza de Dios, y que así como la publican los cielos 6 de esa manera eche yo mano de ellos y de lo demás criado para que me sirva de escalera para llegar a Dios y a su conocimiento. Pero hase de advertir que los tales vayan por esas cosas como por escalera de paso, depriesa, y no paren hasta estarse con Cristo y en él detenerse como obiecto de nuestros sermones. Lo que digo es que en esta escalera de estas cosas de acá abajo que no hagamos h descansos y paraderos en ellas tras cada escalón, que no nos quedará tiempo en una hora que predicamos para acudir al aprovechamiento de las almas.
4. "Predicar a lo llano con espíritu fervoroso"
Así digo que lo que yo aconsejaría a mis hermanos en estos principios que enpiezan a predicar, que, si Dios no les ha dado spíritu tan colmado que puedan por sí hacer su sermón, tomen un fray Phelipe Díaz, autor sancto y fraile descalzo, un fray Luis de Granada i, varón apostólico, y prediquen a lo llano con espíritu fervoroso, que eso es lo que importa y lo que convierte a las almas. No más que el domingo pasado salimos a la doctrina aquí j, en Madrid, y iban dos frailes cantando el padrenuestro y todos íbamos respondiendo. Y lo más que se cantó y dijo fue el padrenuestro, el avemaría, la salve y los mandamientos. Y siguiéndonos muchedumbre de gente [209v] se oían muchas voces de los que nos seguían que decían: Mal haya quien ofende a Dios. ¡Oh Señor!, ¿quién no te sirve y te agrada sólo con decir en voz alta: Padre nuestro, Dios te salve, María? Que oyendo los hombres pronuciar una palabra tal como decir que tenemos tan buen Padre y tal Madre como Dios y la Virgen María, eso bastaba para ablandar los corazones más duros que topábamos y para llevarnos tras nosotros a los más olvidados de Dios.
No es menor exemplo lo que les ha sucedido a dos hermanos donados, el hermano Juan de la Madre de Dios y el hermano Juan de la Cruz. Fue el caso que, viendo el fructo que se hacía k en la doctrina con tan cortas y poquitas palabras, determinan otro día de irse a la casa pública y juntar las malas mujeres y predicarles. Y confieso que
ninguno de ellos sabe hacer una razón entera que tenga dos o tres proposiciones juntas. Enpiézanles a decir que para qué l quieren ofender a Dios, que cuánto mejor es salir de su peccado, ser sanctas y rezar el rosario y confesar y venir a la iglesia y no andar entre gente perdida. Finalmente, ellos les dijeron cuatro razones rústicas. Que, preguntándoles yo lo que les habían dicho, no acertaré a decir más de lo que pudiera decir un rústico labrador a otro su compañero, que sólo eso dijeron. Cosa notable, y para mí exemplo maravilloso de lo que voy diciendo: que han traído toda esta cuaresma a aquellas mujeres de iglesia en iglesia y por todos los mejores predicadores, y que no han podido convertir ninguna; y que ellos en m breve rato convirtieron dos, que luego se salieron de la casa mala do estaban dando gritos, rompiendo las tocas, maldiciendo a quien ofende un Dios tan bueno, y todas las demás quedaron llorando y dicen que dispuestas para traerse hoy u mañana otras dos o tres.
Seas tú bendito, Dios mío, que bien dices que este negocio no está en palabras de persuasión conpuestas y ordenadas, sino en palabras vivas y eficaces, en que tú hables en el que habla. Díganme, siendo esto verdad, como lo es, ¿por qué no tengo yo de persuadir a nuestros predicadores que en los púlpitos digan y prediquen el padrenuestro y el avemaría, y que su tema sea persuadir [210r] a que todos sean sanctos? Ojalá todos entendiésemos esta verdad y qué pocas veces, echando por este camino, nos pondríamos en ocasión de comer carne ni vestir lienzo, quiriendo por este camino convertir los otros y pervertirnos nosotros.
5. Huir de la dureza y agresividad en las palabras
Suele haber otro inconveniente, que a mi parecer es bien advertirlo. Parécele a un fraile descalzo que, porque vista cuatro remiendos y que ya no ha menester agradar al otro y que no se le da nada de que le hagan aplauso, o por parecerle lo han de hacer mayor por ser en aquel lugar más libre y que predicando a cuatro viejas puede ocupar la media hora en dar tras el rey, tras sus consejeros, diciendo mill inpertinencias, que cuando el otro o los otros las supieran, de nada les había de servir, sino de murmurar n los que los oyen y no los oyen. Y éstos parécenme a mí unos hombres que hacen fieros dende afuera y, en llegándose un poquito, echan o a huir. Sólo porque los tengan por valientes, y sólo lo son en el hablar p en absencia, y la misma cobardía en presencia. Y si lo son valientes en presencia, suelen muchas veces ser temerarios en algunas veces que se arrojan, porque, cuando los reyes los tuvieran presentes, se les ha de hablar con summo y grande amor, con ruegos y persuasiones blandas, razones discretas, y no hechos torbellinos y nubes
de verano, que todo lo atemorizan sin derramar una gota de agua. A estos tales mejor les está q predicar a sus cuatro viejas el modo que han de tener en rezar el rosario y no maldecir que no en dar, como digo, tras los absentes. Porque poco le sirve al médico y boticario en su casa tantear las medicinas y emplastos que convienen para la enfermedad de el otro, si no son sus médicos y boticarios a cuyo cargo está el remedio de aquella enfermedad. Tengo lo demás por ramo de soberbia y presumción. Podría ser ellos lo hiciesen con otros fines de los que yo pienso, que los pudiesen escusar.
Suelen tanbién parecerles que, porque son frailes descalzos, en semejantes ocasiones pueden correr la cortina del temor y vergüenza y quedar con libertad y desenvoltura, para reprehender sin orden y sin concierto, echando por en medio, atropellando cuantos pasan, salpicando y enlodando cuantos topan y por allí caminan. [210v] Ponen exemplo con san Juan Baptista, que le dijo al Rey: Non licet tibi habere uxorem fratris tui 7, no considerando que éstas fueron palabras que las acompañaría con razones r celestiales, con muchas lágrimas, grande dulzura, como quien pretendía ablandar un corazón duro de un rey, que es llano le había de aplicar aceites y ungüentos desopilativos y moles. Y bien se deja entender, pues él del sermón donde eso dijo no fue él el que salió exasperado, sino la manceba 8 fue la que salió endiablada s, que las mujeres con menos se pican y más fácil se sienten. Es cosa certíssima, mis hermanos, que pienso yo se hace grandíssima labor en el púlpito cuando un fraile descalzo se sube allí y, junto con su rigor de vida y aspecto de penitencia, acarician las almas, las ablandan y enternecen y les ponen delante los ojos los méritos de Cristo, su sangre, su pasión y su gloria.
Lean todo el evangelio y verán cómo para una vez que Cristo tomó el azote en la mano 9, qué de veces habló con mansedumbre a los peccadores, los acarició y obligó con obras y palabras para que le siguiesen. Y cuando más se debía de enojar con Thomás por no creer a los compañeros que le decían de la resurrección de Cristo, entonces entra a puertas cerradas, sin dar golpes ni hacer ruido, diciendo palabras tiernas y amorosas 10, ablandándole su corazón cual sol derrite la dura cera. Bien podría ser que me dijesen que esto va en las diferencias de los naturales que predican. Así lo digo yo, pero si se conoce más y mejor el fructo en este de quien voy hablando, procuren reducir los demás a él y, si del todo no pudieren, mézclenlo y ágüenlo, que muy lindo jarabe se hace con agrio y dulce que dispone a un alma para que en la confesión, como con purga, vomiten todos sus peccados.
6. Prepararse con la oración
Este modo de predicar lo concede Dios en la oración y preparación que un religioso tiene antes de subirse al púlpito, de la cual no se consienta en nuestra sagrada Religión falte ninguno que tuviere ese officio, aunque urgiendo la necesidad falte de los demás actos de communidad. Lo cual muy bien lo enseñó Cristo cuando antes de su predicación estuvo en el desierto cuarenta días ayunando y en oración y cuarenta noches, no porque Su Majestad, [211r] como decíamos arriba, tuviese necesidad de hacer primero el modelo de sus sermones en la oración -que, como Dios verdadero y la misma rectitud y justicia, no tenía necesidad de medir y pesar primero; que como Dios cualquier cosa que hablaba y decía t o cualquier obra que hiciese salía hecha in pondere et mensura 11-, sino sólo por darnos exemplo y descubrirnos las dificultades del officio. Pues a Cristo, si no fuera Dios, le pusiera en ese trabajo y necesidad de que le precediera mucha oración. Ahí verá el religioso de cuánta importancia le será prepararse para esas ocasiones. Y más a un fraile descalzo, que, como en sus sermones ha de hablar su espíritu, es menester recogerlo primero. Que, aunque en cosas lícitas y justas, andará derramado y desperdiciado, aunque no sea sino con la lectura de los libros sanctos donde cogió su sermón. Y en la oraciónu que precediere al sermón es menester que hable primero consigo propio un rato y con Dios. Y hacer como el bueno y discreto soldado, que al puncto crudo se prueba con veras las armas y en su cuerpo y talle las procura de nuevo avenir y aun que sus amigos le den algunos golpes en su persona para cuando vengan sobre él los verdaderos de los enemigos.
Es cosa certíssima, en la oración con que antes un predicador se prepara, ajusta a su talle y medida aquel sermón que piensa predicar a otros. Allí con la consideración está dando golpes sobre sí de las cosas que por decir verdades después podrían venir sobre él. Allí le ofrece a Dios las ganancias diciendo que él no quiere más de su honra y gloria y con eso él queda bien pagado. Allí le pide fortaleza y blandura para disponer de su doctrina, según las almas lo han menester. Allí le pide profunda humildad, de la cual virtud tiene grandíssima necesidad un predicador. Porque, como el officio es de tanta consideración y con dar voces queda la cabeza vana, procura el demonio desvanecerlos y, apenas se han bajado del púlpito, cuando quedan las bocas abiertas y las orejas de un palmo para scuchar si hay quien diga: Bien lo hizo. Y por una palabrita que digan en su favor, ya les parece que vuelan; y es por el aire y la mentira, pues es verdad que, por bien que uno lo haga, siendo un officio tan dificultoso, tiene y ha de tener hartas faltas y quiebras.
7. Ninguna dispensa a los predicadores principiantes
También digo que a los principiantes, para los animar, por ser officio [211v] de tanto trabajo, y que no desmayen, que los prelados los procuren animar y decir cómo siendo sanctos prometen muchos fructos por aquel camino y grandes ganancias para Dios y provecho para su alma. Y junto con esto procuren mortificarlos con grandes veras en otras materias y no se les dé ningún género de licencia ni permisión más que a los demás. Porque con tantica dispensación que con ellos usen, luego se querrán tener por dómines y tomar, tras el pie, la mano. Antes, mientras el pájaro es mayor, mayor hilo ha menester para que no vuele sino que se esté bajo en la tierra. Y para esto digo yo que es muy necesario la mortificación en gente semejante, para que los iguale con los demás.
No se espanten, siempre que llego a tratar de gente que tiene algunas partes más, más cargo la mano en ellos, que veo claro los daños que hay en las communidades de cualquier género de singularidad. Inde lites et contentiones 12, de ahí salen las riñas y discordias, invidias y presumciones, quiriendo saber por qué el otro ha de ser más que él y por qué él no podrá tener las mismas ventajas, pareciéndole sus partes son mayores -porque, como las tiene ante sus ojos y más cerca que las ajenas, al amor propio le parecen mayores- y así desea lo que el otro tiene y algo más.
Quiso Jacob usar de alguna dispensación con Joseph, su hijo, fundado en algunas razones que el sancto viejo tenía muy suficientes, si la envidia de sus hermanos no las turbara, porque fueron de hermosura, gentileza, memoria, discreción, sabiduría y don de profecía. Con esto el buen padre entre los demás amábale terníssimamente. Dispensó con él en v que se le hiciese una vestidura polímita, guarnecida y bien labrada. Lo cual fue entre sus hermanos ocasión de discordia y envidia, la cual en ellos cegó las partes que el buen Joseph tenía, de suerte que ya les parecía sueño, enredo y enbeleco w la profecía que Dios le daba. Y le llamaban soñador y pretendieron echarlo de su compañía, aunque fuese quitándole la vida 13.
Esto es lo que yo digo: que cuando el súbdito tenga las partes que quisiere y los dones que Dios fuere servido de le dar, que el prelado no le quiera hacer nuevo vestido de preeminencias [212r] y dispensaciones. Déjenselas a Dios, que Su Majestad se las pagará y un don lo pagará con otro. Y en fin, el súbdito menos tendrá que murmurar y invidiar considerando que, si algo tiene más que él, Dios, en quien no cabe engaño y que es libre y puede hacer de su capa un sayo, lo hizo para aquel tal religioso para que con esa librea le sirviese y alabase. Pero si esto lo hace el prelado, en quien puede caber engaño, siempre
el súbdito juzga que se engaña en materia semejante de hacer algún bien mayor a uno que a otro. Y el menor jamás lo acaba de digerir y tragar, sino que le sirve de bocado atravesado para trocarlo y vomitarlo siempre que con otro se junta en ocasión de poder murmurar. Y así será bien que el prelado en esto se vaya a la mano y el predicador se mortifique en ver que trabajando más no lleva más premio que los otros, siendo todos parejos y iguales.
Y esta igualdad la encarga nuestra sancta Regla en muchas cláusulas de ella. Y causa grandes bienes y aprovechamientos, porque para igualar al grande con el chico es necesario le quiten y humillen y den a merecer y a no olvidar el siempre caminar, pues por una parte o por otra siempre se halla bajo. Al bajo, para lo igualar, han menester subirlo y levantarlo y darle ocasión de agradecimiento, que no mereciéndolo lo ensalzan y levantan. Y finalmente no hay ocasión de querer ser mayor, pues los moldes de aquesta sagrada Religión todos son de una manera y todos los sacan amoldados a un tamaño. Y es semejante a la gloria, donde todos los bienaventurados el día del juicio saldrán a la medida del mismo Cristo 14, pues dice san Pablo que cum apparuerit, similes ei erimus 15, que todos seremos semejantes, de suerte que al chico lo harán un poco mayor, estendiendo su propia carne en que ha de resucitar verdaderamente, y al mayor lo encogerán, de suerte que todos sean de un tamaño. Así parece lo entiendo, salvo si otra cosa quiere decir allí el glorioso san Pablo. Digo esto en cuanto a los cuerpos, que en cuanto a las almas serán semejantes al Hijo de Dios en las virtudes, etc., y no en la grandeza de ellas, pues no es posible que en ellas nadie vuele tan alto. Así digo yo [212v] que, si en esta sagrada Religión fuéremos todos iguales, que será un retrato del cielo, sacándolos todos a un talle y medida, sin querer particularizar a nadie en cosa ninguna, aunque sea el predicador más aventajado que haya en el mundo, etc.