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San Juan Bautista de la Concepción Obras III - S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO [5] DE CÓMO UN RELIGIOSO SE DEBE HABER EN LOS CAMINOS
Este capítulo stá scrito en un tratadico que tengo hecho de los donados 1, por ser más común a su profesión el hacer caminos. Pero, por no dejar esto inperfecto, parecióme -por si no se encorporaba aquel tratado con esto-, habiendo tratado de los güéspedes, tratar en cómo se han de haber en los caminos, donde un religioso tiene más obligación que si estuviera recogido en la celda a mirar por su persona, pues con cosas muy pequeñas que en su persona no sean peccado puede escandalizar al seglar inprudente, que piensa que, porque uno se hizo religioso reformado, ya no ha de comer, beber, dormir ni hablar. Y así, respecto de este buen exemplo y de la luz que debe dar por los caminos, donde representa a una vela puesta encima de un candelero 2, debe mirarse de pies a cabeza nuestro religioso caminante y vestirse de grande compostura, modestia, recato, silencio y otras virtudes, de que tendrá necesidad según en la ocasión que el camino le pusiere.
El día que el religioso saliere de casa para ir camino a, si no es sacerdote, debe confesar y comulgar y tomar su patente, sin la cual no es lícito salir dos leguas del convento, y en ella scrito dónde va, cuándo sale, los días que ha de gastar en el camino y cuándo ha de tornar. El ministro o prelado de donde sale debe ayudarle, según la posibilidad de la casa y según las fuerzas que tiene el dicho religioso. Que, según ahora nuestras casas están pobres, tiniendo fuerzas bien es que vaya a pie y pida limosna. Si no las tuviere, el ministro o prelado se anime a darle un pollinillo y algún dinero.
Nunca enviamos un religioso solo, dásele compañero donado o corista, según el que camina y a la casa donde va. Si es verano, procuren caminar de noche; si invierno, deb día, que a religiosos desnudos el frío y el calor les hace daño. Por el camino jamás se junten con seglares, ni les den pie ni lo tomen para hablar. Si porfiare a que se vayan juntos, díganle cómo ellos tienen que rezar. A todos los que encontraren, salúdenlos con voz alta, diciendo: "Loado sea Jesucristo; sea Dios glorificado; sea Dios bendito", u otra palabra semejante. Si el caminante les dijere si quieren limosna o la han menester, respondan con mucha humildadc: "Sea por amor de Dios, religiosos pobres somos", [28v] y tomen de buena gana lo que les dieren.
Para rezar las horas del día, si algunas les faltaren, a su tiempo apártense del camino y siéntense en algún lugar apacible que los convide a más y mejor alabar a Dios, y allí recen las Horas, que así dicen lo hacía el glorioso san Francisco cuando caminaba 3. Tornen a tomar su camino y ándenlo con diligencia. Si fueren dos a pie o en pollinos, procuren no ir juntos, sino un poquito apartado el uno del otro, porque mejor puedan tener presencia de Dios y porque el trabajo del camino trai alguna melancolía. Podránse juntar algunos ratos a tratar algunas cosas sanctas, rezar el officio parvo de la Madre de Dios, decir algunos psalmos y versos en alabanza de Dios. Huigan de hablar palabras ociosas o inpertinentes.
Llegados a la posada, pidan un aposento, que si algún dinero llevaren es bien lo d ahorren y guarden para esto. Tomen alguna cama o ropa en él en que dormir aquella noche, que no es bien religiosos descalzos se queden a la lumbre, donde se baten mentiras y palabras ociosas de mill maneras de gentes que allí se llegan, ni en los zaguanes donde todos pasan, ni es bien que en las posadas duerman en el suelo húmedo; y bien es al cuerpo cansado darle un rato de descanso. Y cierto digo que tengo por más religión hacer esto que dormir en los mesones por los rincones ni pajares, donde la poca penitencia que allí hacen aquella noche durmiendo en el suelo les puede hacer mayor daño que la continua de su convento y celda, donde ya tienen su tabla conocida.
Pues, en llegando al mesón y tomando su aposento, pueden descansar un rato en él y luego ir el uno, si llevan necesidad, a buscar alguna limosna que coman, y el otro quédese para hacer lo que hubiere necesidad en el aposento, donde de suerte ninguna consentirán entre moza ni mujer a hacer la cama ni barrer; todo eso lo puede hacer el hermano donado o uno de los dos compañeros e. Den que les aderecen su comida o cena a la mesonera o ventera; huigan de hacerse ellos guisadores o cocineros haciendo potajes, ajos, guisados u otras cosas, que luego lo murmuran las mesoneras: si lo hacen mal, hacen burla y dicen que no se fían; si bien, dicen: mira los frailecitos si se regalan. Tomen su comida después de guisada y váyanse a su aposento, do la comen sin registro de güéspedes ni de otras personas. Jamás, por mucho frío que haga f, coman o cenen a la [29r] lumbre o al sol en el patio. Si algún hombre principal pasajero los convidare y su pobreza tuviere de eso necesidad, acéptenlo, mirando primero no sea mesa o persona donde su hábito haya de perder algo y que en la mesa no haya mujer. Cuánto más que sería mejor, cuando los convidase, agradecérselo y decirle que recebirán charidad de que se les dé alguna cosa que coman en su aposento.
El rato que estuvieren en la posada descansando, no se anden por el mesón ni se salgan a la puerta de la calle. Procuren rezar lo más que pudieren de las horas canónicas en su aposento recogidos: a la
tarde, cuando llegan, vísperas y completas; después, antes de se acostar, tendrán un poquito de oración, ofreciendo a Dios aquel trabajo y perturbación exterior. Servirles ha de grande alivio para no afligirse, viéndose distraídos por los caminos. A prima noche dejen en el aposento lo que fuere menester para sus necesidades, que no es bien anden de noche perdidos por los corrales. Si es invierno, tomen luz a las dos o las tres y entonces recen maitines y tengan otro rato de oración, que no ha de haber mayor obligación de madrugar a echar de comer al pollino que a sustentar y alimentar al alma con las divinas alabanzas. A la mañana procuren decir su missa, dejando hablado de prima noche al cura y sacristán. Y si no son sacerdotes, no llevan sus jornadas tan grandes que no podrán aguardar missa o alcanzarla en el pueblo donde fueren. En la posada que llegaren, a mediodía recen las horas que les faltaren. Y con esto llevarán su camino bien gobernado.
Si fueren ventas donde llegaren, han de hacer lo propio que en los mesones, salvo que, no habiendo aposentos donde recogerse, deben huir el cuerpo a la trulla y conversación de los güéspedes. Si oyeren jurar, con mucha humildad les pidan que no juren el nombre de Dios en vano, que es grave culpa. Según el spíritu que Dios le diere al tal religioso, así se lo diga de rodillas besando el suelo. Si hubiere g allí algunas malas mujeres, delante de la ventera o mesonera, si viere que dan mal exemplo, les diga cuatro palabras de Dios, diciéndoles con mucha blandura, sin descubrirles sus peccados ni mala vida: "¡Ay, hermana, y si tú gustases de Dios y de sus dones, y cómo dejarías este lugar y te irías a esos desiertos a alabarlo! Grande desgracia es la tuya, hermana, que te haya caído tan baja suerte en este mundo que estés aquí sirviendo de sclava con tan poco descanso [29v] y tan ruines pagas como tendrás. ¿Ves cuán pobre, miserable y afligido trais el cuerpo? Mucho más lo anda tu h alma, pues aun una pequeñita ración no le das en este pobre lugar". Persuádale que sea devota de la Madre de Dios y que cada día le rece el rosario, o que cada noche piense un rato en las penas del infierno. Si la mujer no lo escucha, déjela, que no va a convertir a nadie por fuerza. Y más, que, como estas mujeres no están dispuestas para semejante plática y doctrina, podrían decir algún atrevimiento con que mortificase o escandalizase.
Cuando hagan la cuenta de lo que deben a los mesoneros, no porfíen en el cuánto. Sólo le podrán decir: Mire vuestra merced que somos religiosos pobres. Si conocieren algún engaño en las cuentas, digan con palabras muy blandas: Tornemos a la cuenta, si vuestra merced manda, no haya algún olvido.
Siempre lleven en el camino consigo una cruz o Cristo que puedan colgar en el aposento donde fueren hospedados en el mesón u otra cualquier parte. En el pueblo donde llegaren, no quieran ir a ver los edificios y cosas nuevas que en él hubiere. Sólo se podrán ir algún rato delante del Sanctíssimo Sacramento. Jamás por los caminos, en las iglesias
donde entraren o monasterios ajenos, se pondrán a confesar a nadie, pues ellos van tan depriesa y ese officio quiere espacio. Si alguna vez se vieren compelidos a ello, no lo hagan sin licencia del cura o prelado del convento, porque no pueden ni es bien hecho; y yo he visto por ello causarse algunos ruidos.
En nuestra sagrada Religión no se usa ir camino ningún religioso que come carne, por el mal exemplo que se puede dar en los caminos: religiosos abstinentes tener necesidad en la venta o i mesón tratarse con regalo respecto de su enfermedad. Y de ahí podrían otros relajados y no tan observantes, con pequeña ocasión, comer carne, no habiendo quien los juzgue, vea ni mire su enfermedad. Y habiendo esta regla general, de que nadie en los caminos pueda comer carne, cualquiera que la comiere sea castigado sin tener disculpa: si fuere enfermo, porque camina necesitado de comer carne contra esta ley; si la comiere sin necesidad, será cogido en su delito sólo con saber que la comió, sin poder tener disculpa.
De los caminos que hacen los predicadores y los que van a hacer [30r] demandas, se dirá en su propio lugar.
En llegando al convento donde van por moradores, lo primero toman la bendición del Sanctíssimo Sacramento y luego la de su prelado. Danle la licencia que train de su superior, y en ella el ministro o prelado scribe el día y la hora que llega. Y estas licencias se guarden en el arca del depósito para cuando viene el provincial a visitar, para que le conste cómo se han cumplido sus licencias a la letra, sin andarse los religiosos vagueando o detiniendo en los caminos. Lo que después el prelado debe hacer con él, y esta misma materia está scrita en otro lugar más largamente, donde se podrá leer 4.
Jhs. M.ª