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San Juan Bautista de la Concepción
Obras III - S. Juan B. de la C.

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CAPITULO [33] DE CÓMO UN RELIGIOSO SE HA DE HABER CUANDO TRATA CON SU PRELADO

 

 

 

1.  La leche de la perfecta obediencia

 

  En este capítulo, si Dios es servido, poco nos detendremos, porque más pertenece su materia a lo que de ordinario enseña el maestro de novicios en sus capítulos, imprimiendo en el alma aquel sancto y casi divino respecto que a los preladosa les deben tener los religiosos; que éste es de tanta inportancia que es necesario dende el primer día se lo den desleído y deshecho a beber en la doctrina que les enseñan para que, como la leche hace y cría al niño, se críen nuestros hermanos con leche de tanto interés como es el respecto y honra que deben a su cabeza. Al cual respecto, muy sin pensar, llamé leche, propio interés y cabeza porque en el religioso que esto faltase me parece se criaría como los animalillos asquerosos, que en lugar de leche comen, se sustentan y crían con tierra. Y así lo sería el religioso en quien no se hallase aquella obediencia y divino respecto que debe a su superior: sería bestia,


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animal asqueroso y víbora ponzoñosa que come tierra y anda arrastrada por la tierra.

  Porque siendo el prelado como la Scritura sagrada lo compara al cuello diciendo: Collum tuum sicut turris David, quae aedificata est cum propugnaculis; mille clypei pendent ex ea 1, etc. Donde el Spíritu Sancto, considerando a los prelados como torres por ser los más levantados en este edificio spiritual, dijo que el cuello de su esposa era como torre. Que fue darles dos nombres y en una proposición darles dos epítetos, pues, quiriendo decir que son cuello, los llama torre y dice que el cuello de su esposa es como una torre, y la torre dice que es como el cuello de la esposa, descubriéndonos en esto mucho más de lo que vamos diciendo. El cuello es mediante quien la cabeza influye en los miembros, y los miembros gozan la vida e influencia de la cabeza. Luego si los miembros estuviesen cortados de la cabeza y divididos de su cuello, carecerían de este bien; es llano. Pues ahí, mis hermanos, podrán ver los bienes de que carece el religioso que no está junto y pegado con obediencia y respecto a su prelado, que es cuello por quien influye nuestra cabeza, Cristo, en sus miembros, que son los súbditos, y por quien ellos gozan de una nueva y celestial vida. Carecerán de cielo pues no hay pasaje para ellos por haber ellos con su malicia quebrado y perdido el respecto a su prelado, que es el conduto por do pasa; y estando sin cielo, ¿qué han de ser sino tierra y animales asquerosos?

  Miren, mis hermanos, cuando se cierran [121r] los puertos, que son medios por quien los reinos se comunican, qué faltos y menesterosos quedan por haber perdido la contratación, el pasaje y trato que de antes tenían, quedándose cada uno para remediar sus necesidades con solas las cosas propias que en su reino nacen y se crían. ¿Qué ha de ser un religioso sin obediencia y sin prelado, sino un pedazo de tierra sin Dios, sin cielo, tierra en quien sólo se halla lo que en ella se cría, que son trabajos, soberbias, ambiciones y altivez? Quid superbit terra et cinis?, dijo [el Eclesiástico 2]. La respuesta está en las propias palabras. Dice que: oh ¿por qué te ensoberbeces, tierra y ceniza? Y aun por eso se ensoberbece, porque es tierra, polvo y ceniza, sujeta a que el aire la levante y dé con ella después en un cieno y muladar, como hizo con nuestros primeros padres 3: que, perdida la obediencia y quebrantado el precepto, quedaron hechos tierra, polvo y ceniza, levantados en sus pensamientos y presunción a ser como Dios y luego caídos, abatidos y arrojados en un cenagar de miserias y en un muladar asqueroso, donde, si Dios no les proveyera, como a otro Job 4, de una tejuela con que rayeran tanta lepra como por la desobediencia les habíe venido, es cierto murieran, porque la consideración de tantas pérdidas y aprehensión de tantos males acabara con ellos. Y así, la bondad y misericordia de Dios determinó de aguarles y templarles tales pensamientos y consideraciones con darles a entender, debajo de palabras obscuras, que se habíe de hacer hombre 5 y por tal cabeza se habíen de recuperar los


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bienes perdidos y reparar los males ganados. Y así losb muchos duelos que tuvieron, con la consideración de este Dios que habíe de encarnar -a quien san Pedro llama piedra 6 y teja que rae y quita nuestra lepra, y él mismo se llama panc 7-, quedaron menos.

  Ahora pues, si esto hizo la quiebra de la obediencia y falta de respecto que debía a nuestro Dios nuestro primer padre, hombre que, aunque súbdito de Dios, señor, prelado y cabeza de todo lo criado, con otros bienes innumerables, ¿qué puedo yo aguardar, triste gusano y estiércol asqueroso, cuando me aparto de la obediencia y quiero vivir sin respecto a Dios y a los hombres? Si un navío tan cargado como Adán, por faltarle o quebrarse esta virtud, que era el áncora que en Dios lo tenía aferrado, dio con él d al través, quien es barquillo vacío, suelto y sin seguridad, ¿qué aguarda? ¿Qué espera, sino que se vuelva juguete de las olas y gusarapo de los peces? [121v] Quien es tierra y ceniza, y ésa vil y baja y sin mistura o mezcla de obediencia que le dé alguna seguridad y firmeza, ¿qué aguarda sino que e vuele por el aire, que no será para subir al cielo, sino para caer en el profundo del infierno? No le faltarán miserias y trabajos f; y el mayor será el carecer de la tejuela, que decíamos g, que es Cristo, con que raya y limpie su lepra, y de los fructos del pan celestial, con que sus duelos serán menos. Y el carecer de esto será porque se cerraron los puertos y taparon los caminos h, que eran los prelados, por quien Dios se comunica a los súbditos verdaderos obedientes.

  Descubriendo también nuestro interés los llamó torre, que, siendo la más alta en una ciudad y el prelado en una communidad, otea, campea, mira y descubre los daños, males y enemigos que le pueden dañar y acometer. Y no dice es el prelado como cualquier torre, sino como la de David, que está llena de escudos a millares, dando a entender que el prelado no es como los demás hombres levantados del mundo, que, aunque sean torres, miren y atalayen los males venideros; no tienen escudos con que repararse a sí ni aquellos con quien viven, como los prelados, que, apenas ha asomado el trabajo o daño, cuando ya están ofreciéndose a su defensa.

  Y estos prelados que son como esta torre de David, no tienen sino escudos, no tienen otras armas ofensivas, como son arcabuces, lanzas, espadas, etc. Dando a entender que el prelado ampara al súbdito con el scudo del sufrimiento y paciencia en todos los trabajos que en la Religión se ofrecen. Y con esto i también el súbdito sale victorioso. Porque ¿qué es obedecer sino sufrir? Y ¿qué es enseñar el prelado obediencia, sino dar, de esta torre donde Dios depositó estos scudos, sufrimiento y paciencia al súbdito, con que sale con las victorias de los trabajos que se le pueden ofrecer en la Religión? Que los demás del


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mundo, siendo torres, son depósito no de escudos ni de paciencia, sino de armas ofensivas con que piensan librarse de los males que se temen. Y es cierto que con esas armas antes se daña, porque los enemigos son poderosos y se meten, como dicen, por picas y ofenden y maltratan a quien pretenden.

  Ven aquí, mis hermanos, del bien que carecen los que están sin obediencia: están sin torre, sin quien les descubra sus enemigos, sin escudo sobre quien den los golpes, sin paciencia que sufra los trabajos y, finalmente, sin interés. El cual también se nos descubre [122r] en el tercer nombre que le di j, llamando al prelado k cabeza. Que, por estar los libros tan llenos de excelencias de este título y nombre, no tengo que decir más de que, así como a la cabeza se retrujeron los cinco sentidos como a fortaleza y a castillo, de esa manera en l nuestro prelado puso Dios y depositó nuestra lengua, pues él es el que ora y pide a Dios el bien de sus súbditos. En él están nuestros ojos, pues nos mira y aparta de los malos pasos; nuestras orejas, pues oye y escucha a Dios para ejecutar m lo que Dios le inspira; en él están nuestras narices, que güelen lo bueno y lo malo para apartarnos de ello; y también está el tacto y nuestro sentimiento, pues ellos son tan vivos y sentidos n como las niñas de los ojos de Dios, diciendo el mismo Cristo: Qui tangit vos, tangit pupillam oculi mei 8. Luego si nuestros sentidos se recogieron al prelado como a cabeza y un religioso estuviese sin prelado, sin cabeza, sin obediencia y respecto que debe, estaría sin sentido, sin ojos, sin lengua, etc. Y así es cierto, porque el que no es obediente no tiene ojos y cai en sus antojos o, por mejor decir, tropieza delante sus ojos; no tiene lengua para pedir, pues sin la de su prelado, que es el intérprete, no es entendido, ni orejas para oír por haberse alejado y apartado de su pastor o, por haberse vuelto como la serpiente, puesto y aferrado la una oreja p con la tierra y la otra tapada q con la cola de su parecer y propia voluntad; ni narices para oler las cosas del cielo r; ni tacto para sentir, pues no siente que de hijo de obediencia s se hizo hijo de satanás. Y estando sin sentidos, ¿qué ha de ser sino un tronco, un palo y bestia muerta?

  Por eso dije yo al principio que los súbditos y religiosos se han de criar con esta leche de la perfecta obediencia, que es la que vivifica, la que a los niños da vida, crecer y aumentar. Y así, la obediencia da vida y hace crecer los méritos a las obras que por ella se hacen. Y puesto caso que esta virtud se tomó en leche, es llano que los que con ella se hubieren criado les habrá infundido y connaturalizado sus sanctas propiedades. Y así, en este capítulo no tendré yo que tratar de la obediencia ni de sus propiedades, sino descubrir algunas cosas que en


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el trato y conversación del prelado se pueden ofrecer, para que en todo el religioso esté bien advertido.

 

 

2.  Modo de tratar con el prelado

 

  Lo primero, la obediencia sea simple, llana y sin réplica, de suerte que al aviso y voz del prelado no haya un "sí", "no", más de bajar la cabeza y obedecer. Y no sólo sin réplica, sino, como en nuestros noviciados se enseña, sin discurso, que de esa manera no descubrirá lo que del cumplimiento de la obediencia se puede seguir, para que, obligado de algunos inconvenientes y sucesos [122v] del tal cumplimiento, no tenga que proponer nuevas dificultades, sino que en sola fee la obediencia alcance sus victorias. Porque no hay dudar sino que es más perfección captivar su entendimiento a lo que puede suceder de la obediencia que, por discurrir y hallar nuevos inconvenientes, proponer y hacerse nuevos bachilleres con su prelado.

  Tampoco quiero tratar aquí desta perfección y del modo que ha de tener el siervo de Dios en obedecer, que los libros están llenos y fuera nunca acabar. Ni hemos de tratar de la gravedad del officio y excelencias de la prelacía, ni de la honra, respecto y reverencia que el súbdito le ha de tener. Sólo algunas cosas que en nuestra sagrada Religión se guardan y otras que pertenezcan a crianza.

  Es orden en nuestra sagrada Religión que con el ministro de los conventos todos los novicios, sacerdotes y no sacerdotes, le hablen de rodillas; los sacerdotes profesos en pie y, cuando llegan, hacer una grande humillación y, cuando se despiden, lo propio. Jamás se sientan delante de él hasta que lo manda, y él tiene cuidado de mandarlo cuando la conversación es algo larga. En la t hora de quiete -que se tiene después de mediodía o a la noche- donde está el prelado superior, cuando viene uno tarde a ella, se hinca de rodillas hasta que le digan que se siente. Cuando se ofrece salir de la parte donde está su prelado, se hincan de rodillas a él y le besan el scapulario. Cuando está en algún lugar público con la comunidad, como en el coro, en la quiete, en alguna junta, siempre se le ha de hablar de rodillas por cualquier religioso que sea. Cuando alguno le encuentra, si no es sacerdote, se ha de hincar de rodillas mientras pasa y no se ha de levantar hasta que se lo mande. Si es sacerdote, pararse bajando su cabeza y haciendo humillación mientras pasa. Si el prelado está parado y pasa algún religioso delante de él, ha de hincar las rodillas, como quien pide licencia para pasar adelante y, si no [sic] es sacerdote, vuelto a él, hacer una profunda humillación. Si pasa la communidad por la parte donde el prelado estuviere sentado, el prelado se pone en pie y todos los religiosos van quitándose sus capillas y bajando muy bien las cabezas.

 


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Siempre que el prelado dice al súbdito: ¿Cómo ha hecho esto?, con palabras que parece le arguye de alguna falta que ha cometido, póstrese delante dél y no responda, humillándose y dándose en todo por culpado, hasta que el prelado le diga: Levante la cabeza y responda. Entonces, con pocas y cortas palabras, dirá la razón y causa de lo que le preguntan. Cuando el prelado pone alguna culpa o defecto, [123r] nunca es lícito mirarlo, porque parece en aquella ocasión atrevimiento, ira y enojo, sino tener siempre los ojos bajos, como quien del todo está rendido a su prelado. Es gravíssima culpa responder a su prelado en cualquier juicio que esté con él puniéndole alguna culpa, si no es que le dicen que se descarte, que entonces lo podrá hacer con cortas y pocas palabras. Cuando estuviere con él a solas o acompañado, jamás saque las manos de debajo del scapulario, mostrando habla con energía y eficacia, ni tampoco esté debajo del scapulario jugando con ellas con alguna cosa que tenga colgada de la cinta. Nunca vaya a la celda del prelado si no fuere llamado o tuviere alguna cosa de consideración que tratar con él.

  Si alguna vez el prelado pareciere tratar más con un religioso que con otro, jamás lo deben notar, porque es hombre y muy de ordinario tiene necesidad de divertirse de trabajos interiores y esteriores que siguen al officio y ha menester desavaharse mucho más que los otros religiosos y, otras veces, communicar cosas que, por ser el tal religioso más conforme a su natural o más u virtuoso, gustó más fuese aquél que otro; y otras veces, como y en cuanto hombre particular, se le ofrecen cosas que communicar, como hacen los demás religiosos. Ya digo, esto no se debe notar, murmurar ni envidiar, diciendo: ¿Por qué aquél más que otro? El religioso que para esto el prelado escogiere, no por eso le parezca tiene ya licencia para atreverse a más que los otros delante o detrás de él, pues el tenerle el respecto y ser quien debe lo hace por Dios, porque Su Majestad lo manda, y no por los hombres.

  Si alguna vez, en algún camino a solas o en alguna recreación, el prelado se burlare con él, no le parezca tiene él ya licencia para tomarse la mano y en otras ocasiones parecerle ha de ser lo propio. Suele suceder en un camino, por alegrarse o desenfadarse, hablar o cantar, dar voces, correr o tirar un canto, que en una soledad todo se puede hacer para desencoger el alma y desavahar el spíritu; y esto lo puede hacer el prelado en compañía de cualquier siervo de Dios. En pasando aquel rato en que el prelado se humanó y igualó con él, torne cada cosa a su lugar y él torne a su debida compostura y respecto exterior que le debe y, pasado aquello, olvídelo para no decirlo, [123v] contarlo o quererlo hacer en otra ocasión.

  De manera que ésta es regla general: que jamás se ha de tomar ocasión de los lugares donde el prelado se muestra humilde y llano para perderle algún género de respecto. Bueno será poner un exemplo. En nuestra Orden tenemos costumbre que en los capítulos de los domingos,


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después de haber tomado las faltas a los religiosos, dice el prelado: "Sus charidades, si saben algunas nuestras, me las adviertan, que estoy aparejado, con el ayuda de Dios, a enmendarme de ellas". En un capítulo donde el prelado habíe castigado a algunos súbditos de algunas imperfecciones, cuando vieron a su prelado en aquel acto de humildad, hecho súbdito y ellos jueces, dicen me lo pusieron como nuevo. Lo cual yo juzgué por atrevimiento y desenvoltura; y aunque no castigué por entonces, mandé que el prelado jamás con aquellos tales usase de semejantes actos de humildad, pues usaban mal de ellos y le perdían el respecto.

  Si alguna vez vieren que su prelado hace alguna falta, pídanle a Dios le abra los ojos y se la dé a conocer para que la enmiende, porque la corrección fraterna ha de ser entre v iguales o de superior a inferior, y no de inferior a superior. Y atento que en nuestra sagrada Religión hay tanta hermandad y charidad entre todos, fácil será, si del prelado son conocidas las entrañas del que avisa, entender w que no le mueve pasión, sino charidad y amor; cuánto más que el tal defecto se le puede proponer por pregunta, duda o advertencia en tercera persona.

  En nuestra sagrada Religión es culpa muy grave entrar en la celda del prelado no estando él en ella. Y bien se deja entender, si por tal se tiene entrar en las otras celdas particulares, mayor culpa será entrar en la del prelado, donde están las cartas, papeles y secretos -si hay algunos en la Religión- y x puede haber peligro o tentación de parte del súbdito para leerlos o escudriñarlos, que, demás de ser contra nuestras constituciones, seríe grave peccado querer saber los secretos o culpas que están en papeles y cartas de tercera persona. Si dice un súbdito que entró por el guchillo o pliego de papel u otra cosa de poca consideración, eso no lo puede hacer sin licencia, y no es bien que el prelado después busque a ciegas lo que tiene en su celda.

  A ninguna celda se puede entrar, con licencia o sin ella, sin primero llamar y que le respondan; mucho menos en la del prelado, sino que el súbdito que a ella llegare tenga sufrimiento y sépase aguardar. Cuando llamare a la celda, sea bajo, a espacio y con modestia. [124r] Cuando hablare con el prelado, no sea alto ni haga visajes, gestos, señas o saque la mano de debajo del scapulario; que, aunque en otras ocasiones le pueda ser lícito, en ésta jamás lo es. Si alguna vez el prelado le diere cuenta de algún secreto o en cuanto amigo por amistad o como a religioso de cuya sanctidad se fía por vía de communicación, guárdelo, encúbralo, que seríe peccado y culpa grave descubrirlo y causa de otros daños. Que, aunque es verdad que siempre lo que se sabe en secreto hay obligación a guardarlo, particularmente lo que el prelado dice o comunica, quia secretum regis abscondere bonum est 9. Por dos cosas se ha de esconder el secreto del rey: porque es secreto y porque es del rey. Y


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al que esto quebrantase habíe de ser castigado gravíssimamente y de allí en adelante desechado para cosas de consideración.

 

 

3.  No murmurar del prelado

 

  Si el religioso siervo de Dios se hallare en alguna conversación donde se trata del prelado propio o ajeno, digo de otro convento, si se alaban virtudes, ayude la conversación y diga lo que supiere, pues eso es causa para que el tal prelado sea más amado de sus súbditos. Si fuere alguna cosa no buena o paliada y entremetida -que fácil es conocer si es murmuración-, estórbela, deténgala y reprehenda ásperamente a los que tal cosa hicieren, que es una grave culpa y bien semejante a la que Moisés encarece de aquel pueblo desconocido: que, después de haber recebido de Dios tantos beneficios, dice que male locuti sunt de Deo 10; que murmuraron y hablaron mal de Dios, que se les habíe hecho pastor y guía en el desierto. Lo propio podríamos nosotros decir del que murmura de su prelado: que, siendo su dios, su pastor y guía, hablan mal dél. Y estos tales merecen castigo y la maldición que echó Noé a su mal hijo Can, que le descubrió sus vergüenzas, debiendo imitar a los otros buenos hijos que, volviéndole las spaldas, lo cubrieron y echaron ropa encima 11. No hay que encarecer cuán grave culpa es echar en la calle la pequeña que tiene el prelado; que fuera necesario tratar y escribir muchos pliegos de eso. Basta saber que son innumerables los castigos que Dios ha enviado a los tales y particulares las trazas que Dios ha dado y obrado para taparlos, que con facilidad los hombres podían saber el prelado siempre ha de ser escusado en todas ocasiones y entender que hombre que va tan cargado, una vez que otra ha menester detenerse, resollar, parar o descansar, y que persona tan ocupada y en muchas cosas divertida pudo no tener advertencia [124v] para aquello que en nuestros ojos no parece tan puro y tan sin culpa.

  Si alguna vez el religioso viere que en esta culpa de murmuración de su prelado y han caído algunos, no se lo vaya a decir ni a parlar, que será darle pena e inquietarlo, que es grande ocasión saber un prelado que los súbditos, que le deben amar, querer y reverenciar, le murmuran. Si es su amigo u hombre de quien el prelado tomará bien cualquier cosa, avísele de que podría algún mal religioso notarle o maliciarle tal o tal cosa. Procure no ir a acusar a nadie, que esto pocas veces se puede hacer con tanta pureza que no lleve algo de pasión, envidia o amor propio. Ya tiene la Religión señalados celadores que avisen a su prelado de las faltas que pasan en el convento. Si viere alguna falta de las ordinarias, vuelva sobre sí y considere las propias suyas cuán mayores son y han sido en el discurso de su vida y que,


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si Dios no lo hubiera tenido de su mano, hubiera hecho aquéllas y otras mayores.

  Si su prelado le preguntare en aquella materia algo, diga la verdad, o lo que hubiere visto, con llaneza y simplicidad. Si el prelado le diere entrada en la celda o hablare más en particular con él que con otro, huiga de no llevar y traer nuevas del prelado a los frailes y de los frailes al prelado, que se volverá y hará odioso y se inquietará a sí y a los demás. Tampoco por ser más querido de su prelado o haberse más particularizado con él que con otro, dándole cuenta de sus cosas o de sus aflicciones o trabajos, se ha de estimar y tener en más y parecerle tiene más licencia para hablar o mandar en casa o ser tiniente de prelado. Y si, por el contrario, el prelado no tratare con otro y no se particularizare tanto, tampoco hay que desconsolarse ni que quejarse, que el prelado es hombre y pudo más agradarse de la virtud, entendimiento o natural de éste, ser más conforme al suyo, porque se inclinó más al trato de éste que al del otro.

  No te hagas, hermano, fiscal de las vidas y trato de los religiosos, particularmente de las de los prelados. Que en religiones reformadas hay algunos que, con celo de virtud, los engaña satanás con facilidad, notándolo y calificándolo todo, pareciéndote que si tú z fueras prelado las cosas las encaminaras de otra manera y que, si por tus peccados, esto lo dijeses a otras personas, es evidente motín contra la obediencia. Y es al pie de la letra lo que hizo Absalón cuando se quiso levantar con el reino que tenía y poseía su padre: que se ponía a la puerta y decía que no se hacía en el reino justicia y que no habíe quien oyese para alterar y descomponer los pechos y corazones de los del reino y que le siguiesen a él 12. Es traza de satanás en pechos soberbios y ambiciosos querer descomponer la virtud de su prelado con mayor celo de sanctidad. Y esto porque su corazón no está tan recto como debe con su prelado o porque no hizo tanto caso de él o porque ya el demonio, como dice Cristo de Judas 13, le ha puesto en el corazón que entriegue a su prelado y maestro y lo descomponga. [125r] Esta es culpa gravíssima y a esos tales no los habíen de castigar con penas ordinarias, sino enpozarlos y señalarlos para que todos a los conocieran.

  Al que Dios hizo súbdito, séase quien se quisiere, no se quiera hacer prelado ni se entremeta, como dicen, donde no lo llaman o para aquello que Dios no lo ha escogido. Acuérdese lo que sucedió a los otros que quisieron ofrecer incienso ajeno: que se abrió y los tragó la tierra 14. Considere que si un hombre estuviera pintando o cavando y llegara otro cuya profesión no era aquélla y le dijera: "Dad acá ese pincel, señor, que no sabéis pintar"; y: "Vos el azadón, que no sabéis cavar, de esta manera lo habéis de hacer", que esto era afrentarlos y darles ocasión de ira y enojo porque, como dicen acá, era dar al maestro


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guchillada y guchillada afrentosa, pues se la daba aquel para quien Dios ni la naturaleza no lo habían scogido para aquel ministerio. Si le parece que él hiciera mejor aquel officio, téngalo por clara y manifiesta tentación del demonio y resístala y conózcase por súbdito indigno, que aun para serlo es inútil, pues no se sabe rendir y sujetar a lo que su prelado dispone y ordena sin juzgarlo o murmurarlob.

 

 

[126r]     Jhs. M.ª

 

 




a  sigue se tach.



1 Cant 4,4.



2 10,9.



3 Cf. Gén 3.



4 Cf. Job 2,8.



5 Cf. Gén 3,15.



b  sigue m tach.



6 Cf. 1 Pe 2,4-7.



c sigue de 2m. con que



7 Cf. Jn 6,35.



d corr. de ello



e qué-que sobre lín.



f sigue lepra tach.



g que decíamos sobre lín.



h sigue por donde tach.



i corr. de estos



j  sigue de tach.



k al prelado sobre lín.



l sobre lín., en lín. a tach.



m sigue y poner en execución tach.



n y sentidos sobre lín.



8 Zac 2,8: "Qui enim tetigerit vos, tangit pupillam oculi mei".



o sigue ni narices para oler las cosas del cielo y tach.



p sobre lín.



q sobre lín.



r ni-cielo sobre lín.



s sigue se la tach.



t  corr. de las, sigue recreaciones tach.



u  corr.



v  sigue isg tach.



w sobre lín.



x sigue si entra tach.



9 Tob 12,7: "Sacramentum regis abscondere bonum est".



10 Sal 77,19.



11  Cf. Gén 9,18-25.



y  de su prelado sobre lín.



z  sobre lín., en lín. él tach.



12 Cf. 2 Sam 15,2-6.



13  Cf. Jn 13,2.



a sigue el mundo tach.



14  Cf. Núm 16,6ss.



b  sigue espacio de 3/4 de f. en blanco.






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