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San Juan Bautista de la Concepción
Obras III - S. Juan B. de la C.

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CAPITULO [37] DEL SACRISTÁN DEL CONVENTO Y DE SUS OBLIGACIONES

 

  Yo confieso que este capítulo lo había regateado y dilatado por parecerme pedía más sciencia y experiencia de la que yo tengo de este officio. Que aunque es verdad a que por vía de especulación se pueden descubrir muchas de sus obligaciones, pero entiendo que la experiencia


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ha descubierto y enseñado las que más importan. Y no parezca encarecimiento de que scribiendo otros capítulos en éste me acobarde, porque, a mi parecer, es dificultoso hallar en cada convento religioso cual conviene para officio tan alto, para haber de andar, como dicen, cada momento envolviendo a Dios en trapos y pañales. Que su officio es el de una amorosa madre que cada día envuelve, viste y adorna a su hijo para que salga a vistas en públicob.

 

 

1.  Una visión intelectual

 

  Cierto, hermanos, que dende el día que enpecéc a scribir estos tratados se me ofreció este mismo capítulo con esta propia dificultad y que, mirando la grandeza del officio, me quedaba como suspenso sin saber qué poder decir ni scribir acerca de esto. Pedíle a un grande amigo mío lo encomendase a Dios y le pidiese a Su Majestad me diese lo que había de decir para que de veras avisase al que este officio hubiese de ejercitar. Este propio amigo me aseguró de una cosa notable que le sucedió en Madrid, donde yo se lo encomendé 1.

  Dice que, entrando en el coro y estando diciendo las horas, un día dice que se le ofreció una cosa d que, por las señas que me dio, era bien intelectual. Y hase de presuponer que a la sazón en aquel convento era sacristán un religioso desgraciado y en sus acciones y officio algo libre. Dice que en un instante, como Dios es servido -que yo pienso que estas visiones así intelectuales nunca se aciertan a decir del todo cómo son y pasan, porque, como Dios es el artífice y el que las hace y representa ante ojos tan claros y alumbrados con luz sobrenatural, por mucho que diga y haga el que las manifiesta, siempre le parece queda corto y anda lejos de lo que es-, pues dice que estaba pensando lo que se le había encomendado y hallaba la misma dificultad que yo, y que dentro de sí estaba diciendo ¿qué se ha de decir ni escribir de este officio?, pareciéndole que nada. Estando en esto e, dice que vido [135r] al sacristán, que digo que habíe a la sazón en el convento, que estaba con grande desenfado puniendo un frontal y manteles en el altar mayor, y el propio altar lleno de ángeles y espíritus divinos que el rostro y semblante lo tenían de admiración y que estaban asombrados y espantados de la grandeza del officio que aquel religioso tenía y que estaban temerosos no los echase de allí. Porque una parte de su asombro era ver que officio tan alto lo hubiese Dios hecho tan de aquel religioso que lo pudiese f obrar y exercitar con tanta libertad y desenvoltura, que si él viera a aquellos soberanos ángeles no hay dudar -como el que ejercita su officio- que les dijera se apartaran, como a gente que sólo


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había venido a mirar. Dice que, tras eso, tomó este propio sacristán su escoba y enpezó a barrer su capilla mayor por uno de los rincones de ella y que en aquel propio instante se le apareció la Madre de Dios en traje de unas dueñas que llaman de honor, que tienen unas señoras graves, y que, llegando al dicho sacristán, le quitó la escoba de las manos diciendo: Ese officio es mío, que por eso me hice y me hicieron sierva y esclava de este Señor 2.

  A todo esto que sucedía, nada dice que advertía el sacristán. Sólo cuando le quitó la Virgen la escoba de las manos, dice que le pareció se había quedado un poco suspenso. Y más suspenso y espantado dice este amigo que se quedó él de ver cuán en breve y con qué cosas le habíe Dios enseñado dónde llega este officio, pues los propios ángeles se admiran y espantan y se asombran de que officio tan alto lo haga Dios tan propio del hombre que los propios spíritus divinos delante dél estén como acobardados, asombrados y con miedo no los quiten o echen del lugar donde están mirando; y que la Madre de Dios, con ser reina en los cielos, se precie de ser sierva y esclava para barrer y quitar la basura de estos sanctos lugares.

  ¡Oh, si esto fuese ocasión para que en todas nuestras iglesias hubiese grande curiosidad y limpieza y que para este officio se escogiese un religioso a quien, si fuera posible, no sólo los ángeles le envidiaran el officio, sino la virtud, fervor y humildad con que lo ejercitaba y hacía! ¡Oh qué dignos son de reprehensión los tibios y descuidados en officio y cosas semejantes y los que no precian y estiman el officio en lo que deben!

  Según esta visión, paréceme a mí que, por mucho que nuestro sacristán madrugue a quitar el polvo de los altares g y la basura de la iglesia, ya estarán estos spíritus divinos y la Virgen benditíssima en su puesto aguardando cada uno a ejercitar [135v] su officio, deseando los unos dar sus soplos y limpiar, si fuera posible con sus lenguas, los polvos que por descuido cayeron, y la Madre de Dios que le traigan su escoba para hacer lo que su nombre de sierva y esclava profesa.

  Paréceme que, después que esto me contaron, no sé yo si me atrevería a hacer tal officio. Paréceme que ayudara y fuera como mozo de sacristán, porque de otra manera viviera muy acobardado y anduviera con temores de que, pisando suelo y tierra en el templo, había de pisar o hollar alguna de esta muchedumbre de gente del cielo que viene a mirar. ¡Oh Señor, y qué poco recato veo el día de hoy en estas cosas! Que entre un hombre en una casa principal y sala donde está el dueño y que muy despacio mire los zapatos si van limpios, no ensucie las steras, y no se atreve a escupir por parecerle que no hay dónde, y ¡que no se repare en la limpieza de los afectos con que se entra a hacer officio tan alto!

 


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No quiero yo aquí tratar de estas cosas h para fuera de los conventos. Que, si supiera habíe de servir de algo, un libro scribiera de buena gana, porque veo algunas iglesias y altares que están con más adorno y limpieza las mesas de los bodegones y casas de concejo. Sólo trato de esta materia para entre siervos de Dios y religiosos sanctos, que todo su cuidado lo tienen puesto en buscar modos cómo más agradar a Dios. Tampoco no quiero poner exemplos que, bien vivos y como los habíamos menester, los hallara en las madres carmelitas descalzas y en los padres de la Compañía de Jesús. Sólo quiero pedir con grandes veras a los prelados miren quién señalan para este officio y el que fuere señalado cómo lo ejercita, que es como maestresala y veedor de lo que se hace y come en aquella divina mesa del altar.

 

 

2.  Algunas cosas particulares

 

  Yo no sé por dónde tengo de enpezar a decir sus obligaciones y decender a cosas particulares. Y no me parece tratar de este officio en el estado que ahora está nuestra sagrada Religión, que está tan pobre para este ministerio que está bien asemejada al portalico de Belén y a los trapitos viejos con que la Madre de Dios envolveríe a su benditíssimo hijo. Quiero tratar de este officio absolutamente y para cuando nuestros conventos tengan las cosas cumplidas que pide el adorno que se debe a este lugar sagrado.

  Procuren los prelados y sacristanes, aunque en otras cosas [136r] la casa padezca necesidad, estén cumplidos en la sacristía los colores que el ordinario manda y, si no pudieren ser de seda, sean de paño limpio y bien hechos para que, según el rezado, se compongan los altares y vistan los sacerdotes. En esto hay tanta cuenta en Roma que, estando yo allí, le sucedió a un sacristán poner a un cáliz un pañito de diferente color que aquel día se usaba. Donde entró un cardenal y, acabada la missa, entró un capellán de este cardenal y dio en su nombre un jabón y corrección al sacristán con palabras tan ásperas que me parece de sólo habérmelas contado jamás las olvidaré yo. Y fue muy bien hecho porque, como le dijeron, si el galán que sale a vistas de su dama procura sacar hasta las ligas de las calzas y cintillas de los zapatos del color que aquel día sale su dama, ¿por qué el sacerdote, cuando sale a celebrar y a vistas de los ojos de Dios, no reparará y mirará el color que aquel día viste la Iglesia?

  En el modo de componer los altares no digo más de que guarde lo que el ordinario dispone y nuestro sancto ceremonial ordena. Pídole grandíssima limpieza en las albas, amitos y todas las cosas de lienzo, que con facilidad se ensucian y con facilidad se limpian. Procure todos los días poner purificadores limpios.

 


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En Roma, en casa de los padres carmelitas descalzos, vi muchos días un sacristán muy cuidadoso. Este siempre, después de maitines, se quedaba a barrer su iglesia todos los días el verano y a regarla, sacudir sus bancos, lavar sus vinajeras, echar agua bendita a sus pilas y componer y ordenar todas las demás cosas que pertenecían a su officio, sin que otra ninguna persona le ayudase i. Y así, me parece ésta buena hora para el hombre cuidadoso y para que con tiempo, sin que nadie le estorbe, esté hecho; que si lo deja para la mañana, ya hay gente y, si no, religiosos que madrugan a tener oración.

  No creo será necesario decir aquí de todas las cosas que pertenecen a su officio, porque fuera nunca acabar decir de todas las cosas en particular, porque son muchas y muchas muy menudas y ninguna, por muy menuda que sea, que no sea muy necesaria. Sea muy amigo de la sancta pobreza, nada deje perder, que es officio muy ocasionado para que en él se pierdan muchas cosas o las hurten, por estar [136v] a su cargo y debajo de su mano todas las cosas de precio y valor del convento y ofrecerse muchas cosas que sea necesario estén tan a la mano que anden rodando, ocasión para que en muchos conventos haya habido muchas desgracias de cosas que hayan faltado. Procure los días que así hay mucho que hacer le den un compañero u dos según la parte, tiempo y lugar donde se celebraren los officios. Esle muy necesario tener muchos cajones o alhacenas donde cada cosa esté de por sí para que con facilidad halle lo que busca, sin andarlo todo revolviendo, de suerte que los cálices estén de por sí y los pañitos juntos y de por sí, y así de todas las demás cosas hasta los purificadores y las más pequeñitas menudencias que hubiere.

 

 

3.  Un episodio personal

 

  Y para de veras enseñarle esta sancta pobreza y limpieza, que es lo que más aquí he dicho, tengo de contar una cosa que andaba regateando por no scribirla, acontecida a un siervo de Dios 3 a quien yo encomendé me advirtiese algo deste officio j. Pero, cuando ella sea cosa extraordinaria por ser en reprehensión de mis descuidos, la tengo de decir, pidiendo al que la leyere la reciba y tome como un exemplo que le pide ame estas dos virtudes en este officio: pobreza y limpieza, porque yo no querría poner cosa que güela a revelaciones de nadie. El cual me contó lo siguiente k.

  En nuestra casa de Madrid habíamos hecho la fiesta del Sanctíssimo Sacramento este año de 607 día octavo del Sanctíssimo Sacramento 4.


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Que ese mismo día había yo venido de Alcalá l y muerto nuestro charíssimo hermano fray Lorencio de la Concepción 5. Estaba nuestra iglesia aderezada con grande curiosidad y riquezas. Estaban encima del altar mayor, digo a los lados, dos marmolillos o columnas plateadas y encima dos lamparones muy grandes y muy curiosos, cada uno con dos vasos, uno lleno de aceite y otro lleno de agua. En entrando que entré en la iglesia para la procesión sobre tarde para encerrar el Sanctíssimo Sacramento, me dio en ofenderme la lámpara m del lado de la epístola, de suerte que ni de rodillas ni en pie no podía reposar sino que quitase aquella lámpara de allí o la hiciese quitar. Resistí este pensamiento todo lo que pude, pareciéndome era tentación y como cosa ociosa pensar que Dios se había de meter en que yo quitase aquella lámpara. Pero la fuerza fue tan grande que, no sé si fue praeter n intentionem dije o a un hermano: Quitá p, hijo q, aquella lámpara de allí. El no me entendió o yo lo dije tan quedo que no me oyó. Al tiempo del encerrar el Sanctíssimo Sacramento, el sacristán habíe perdido la llave del sagrario, de suerte que fue necesario ponerlo entre los corporales encima [137r] del ara, buscando llave. Y al tiempo que ya el Sanctíssimo Sacramento lo habían allí puesto, llégase un hermano de los muchos que allí andaban y arrímase a la columna sobre que estaba la lámpara y da con ella encima del altar, mancha los manteles, salpica los corporales do estaba el Sanctíssimo Sacramento, echa a perder un frontal muy bueno de tela, scandalízase la gente.

  Descubrimos nuestro poco recato y quedéme yo tan asombrado, turbado, perdido, que, sin que nadie de fuera me reprehendiese, hallé yo en mi alma una muy grande reprehensión que me decía: ¿Parécete cosa r de poca consideración ésta, de que no es bien Dios y los hombres tengan cuidado? Estas lámparas y vidrios valían seis o siete reales, el aceite dos; los manteles manchados, el frontal sin provecho, la gente escandalizada y vuestro poco cuidado y recato conocido, y delante del Sanctíssimo Sacramento, es poca reverencia. Prometo, mis hermanos, yo poco sé de estas cosas interiores, pero s para mí ésta lo fue tal que la reprehensión de ella t me dura hasta hoy. Y querría -dice mi buen fraile u- que siempre durase para los hermanos sacristanes: que sean limpios, pobres, mirados y recatados. Que, si en aquella ocasión no hubiera perdido la llave del sagrario y él sólo estuviera allí revestido con su roquete o sobrepelliz, no fuera necesario que el donado o novicio anduvieran donde no debían ni obligaran a Dios (si lo fue) a que con medios extraordinarios diera avisos ni yo descubriera mi poca virtud.


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Porque eso tiene la falta de prudencia en quien tiene tales officios: que es causa de que se descubran y hagan otras muchas.

  Pluviese a Dios -si esto fue obra de Dios sucedida a este religioso v- éstew fuese aviso para que allí pusiesen los prelados un siervo de Dios tan discreto, inteligente, prudente y virtuoso cuanto el officio lo pide. Y no todos los que llamamos sanctos son para eso, que bien lo puede uno ser y ser ignorante x para este ministerio. Es llano que ha menester tener muchos ojos, andar muy solícito, cuidadoso, y el enbebecimiento que otras veces trai allá dentro con Dios lo ha menester en esta ocasión traerlo acá fuera con las cosas que el mismo Dios es servido. Y si no, díganme, ¿con qué se podría escusar el maestresala que puniendo la mesa del rey olvidase la sal o el guchillo? No se escusaría con decir había estado ocupado en otras cosas de más consideración en servicio del mismo rey, porque le dirían: Hermano, en esta ocasión sólo en esto me agrado, y que hagáis aquí falta no os escusará [137v] la obra y ocupación de más entidad en que os ocupastes, que no por eso habíe de perder esta obra el tiempo y cuidado que a ella se le debía. Bueno fuera que si al sacristán le faltase el agua para el asperges, el incienso o vino para la missa, que dijese que había estado rezando o puniendo frontales. No escusa lo más a lo que parece menos, que pequeñas faltas en tan gran presencia son muy grandes y y, si yo las hubiera de castigar, fueran inescusables.

 

 

4.  El mismo oficio enseña

 

  Cierto que yo pienso, si un religioso es un poco prudente y cuidadoso, que es ocioso el darle avisos, que el mismo officio está enseñando de cerca lo que no es posible yo sepa de lejos. Porque claro está que los cajones que tienen cosas de valor están pidiendo siempre estén cerrados y las llaves que siempre son menester estén en la cinta, y no rodando por los rincones para que después ande loco buscándolas, por ser fácil el olvidarlo con las muchas cosas a que acude. Los muchos que entran y salen están diciendo no es bien que nadie se ponga a confesar en la sacristía. El ruido que allí suele haber pide que no se prepare allí el sacerdote ni dé gracias. El estar este lugar ocupado con religiosos pide que no entren ni haya seglares. El decir missa de diferentes devociones pide que estén a mano los colores. La continuidad de las missas pide la presencia de los acólitos. Las muchas cosas que se ofrecen pide la cierta y segura provisión de ellas. Bueno fuera que, cuando el sacerdote z está vestido, se pusiera él a cercenar hostias, a ir por vino ni a buscar al dispensero y que, cuando se quiebra la lámpara o ampolla, hubiera de enviar a la plaza por ella. Fuera disparate porque se obligaba, mientras traían lo quebrado, a hacer lámpara de escudilla y ampolla


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de jarro. Ha de estar proveído de todas las cosas que son quebradizas muy al doblado, porque el descuido del acólito no descubra su falta de providencia.

  Y yo confieso que donde he visto hacer más faltas en el altar y en la iglesia ha sido acerca de las cosas más menudas: que no hallan el hisopo, el caldero del agua bendita, que no hay lumbre para el incensario, que se murió la lámpara, que el acólito no halla el palo del cirial. Y esto parece poco, y son cosas tan enlazadas y asidas las que [138r] van unas con otras que la falta de una pequeña trai consigo la falta de una grande. Y si no, mírenlo: si falta lumbre para el incensario, que parece poco, no hay para qué llevar incensario a vísperas, porque llevarlo sin lumbre fuera hacer burla; si no se lleva incensario, no hay que tomar capa a vísperas, y con eso se le quita la solemnidad a la fiesta. Falta el hisopo, que parece de poca consideración, no hay para qué el sacerdote salga a hacer el asperges, y que se haga una falta tan notable contra el ordinario y que se les deje de quitar los peccados veniales a tantos como están en la iglesia.

  Estas cosas se ven y saben de cerca y ellas propias hablan y enseñan a quien tiene el officio, que yo, de lejos, ¿cómo me tengo de acordar si el aderezo y ornamento del altar a y missa está bien limpio y doblado?; porque, si está descompuesto, él propio pide que lo doblen. Si hay imagen devota ante quien hagan algún acto de contrición los que entran a celebrar; si tiene papeles que enseñan a formar actual intención; si tiene tablas o esteras sobre que se vistan, que no ensucien los ornamentos; si los missales tienen registros; si el canon está roto; si los altares tienen palias; si las aras están sanas y los purificadores limpios y la iglesia siempre con missa, esto y otras muchas cosas vense de cerca y ellas están llamando a su hechura. Que yo, de lejos, que no ejercité el officio, ¿qué puedo saber del frío de Castilla la Vieja, donde es necesario llevar al altar braserillo de lumbre para deshelar el cáliz sobre alguna tablilla limpia y un lienzo con que se tome, no se tizne las manos el acólito que administra? ¿Y en Andalucía el verano, donde ha menester dos pañizuelos el sacerdote para limpiar el sudor? ¿Y en Madrid, donde es necesario tener missa para los perezosos que se levantan cuando el sol va a anochecerb? ¿Y en la Mancha para los trabajadores una hora antes que salga? ¿Tenerc y echar mano del confesor discreto y sabio para el mercader, el prudente para el grande y el sufrido y compasivo para la pobrecita? Esto es cierto, que ello se dice, que si viene un alma afligida, desconsolada, pobre, menesterosa, que es necesario consolarle el cuerpo y el alma. Que ello se dice: que busque un religioso sancto y amoroso, no colérico ni enfermo, que se cansarán presto.

 

 


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5.  Algunas obligaciones particulares

 

  [138v] Cierto que se debe estimar y tener en mucho el trabajo del hermano sacristán, que no es el mayor lo que hemos dicho. Que, en fin, eso es lo más: tratar con Dios, que las más de nuestras faltas disimula. Y, como no oímos sus quejas, pensamos que no riñe y echámoslas en olvido. Yo tengo por mayor trabajo el entender este officio con tantas diferencias de personas que cada una quiere las cosas como ella pensó. La vieja quiere la missa de un sancto que tal no se leyó; el otro quiere que se las digan luego; si las quiere de requiem, no repara que sea fiesta solemne; y si las quiere de fiesta, no advierte que es domingo forzoso. Uno llega por una parte y pide confesión, y otro comunión. Y tantas cosas juntas se le ofrecen que ha menester tener grande paciencia, sufrimiento, gracia y expedición para enviarlos a todos contentos, enderezándoles las intenciones torcidas o ignorantes que train. Que si ellos no saben pedir, él ha de saber dar hablando con amor y charidad a los seglares y con grande sumisión y reverencia a los sacerdotes, haciendo que el uno se apresure y salga luego a decir missa y el otro se aguarde, antepuniendo siempre d los enfermos a los sanos y los que están ocupados en sus officios a los que están desocupados. A los acólitos adviértales siempre las faltas que hicieren. Si fuere falta del sacerdote notable, avise al prelado, particularmente si hubiere alguno que dende el principio y dende que entra en la sacristía no procediere con lo que el Romano manda, y particularmente si alguno fuere a hacer aquel officio con poco recato y devoción. Bien entiendo por la bondad de Dios e no lo habrá en nuestra sagrada Religión, pero bien es advertirle sus obligaciones.

  Los missascantanos, hasta que muy bien y sin temor hagan sus ceremonias, digan missa por la mañana antes que venga mucha gente, porque suelen turbarse. En medio de la capilla mayor, donde los sacerdotes vestidos hacen la reverencia hasta el suelo, tenga f un redor, estera o alhombra, no ensucien la casulla y ornamento que llevan. No consientan tomar el cáliz por encima el tafetán, que lo ahajan y echan a perder. Tenga mucho cuidado de salir muchas veces a la iglesia, particularmente por la mañana, que se suelen ofrecer muchas cosas.

  Si el acólito fuere pequeño, salga con el sacerdote y, hasta que le deje las velas encendidas, no se aparte, porque podrá ser que por ser chico no pueda bajar la lámpara [139r] o no alcance. Si hay religiosos, no consienta ayuden seglares, que muchos no sabemos si responden en algarabía o jerigonce, y el seglar, si algo falta, no lo ha de ir a buscar.

  No aguarde que el acólito pregunte las personas que han de comulgar, salga él y sépalo y ponga recado; que el acólito, como de ordinario es novicio y le han enseñado a no scuchar ni hablar, en esto hacen mill faltas y dejan muchas personas desconsoladas. Si hay sermón, reparta


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sus missas de suerte que no sea inquietud por quedar muchas para después ni falta dejar pocas.

  Ponga mucho cuidado, particularmente las fiestas grandes, que no se abra la capilla mayor ni entre o se enllene de gente, que estorban los officios, salvo alguna persona grave que no ha de inquietar. Por la tarde tenga grande cuidado de visitar la iglesia, no esté parlando algún hombre con mujeres; y si lo estuviere, lléguese a él y, con mucha mesura y blandura, le diga: Mire vuestra merced que es lugar sagrado, donde no se puede parlar ni hablar. Y si fueren mujeres las que parlan unas con otras y viere que estorban, haga lo propio.

  Jamás llame confesor sin avisar primero al prelado y preguntar primero a quien pide el religioso qué es lo que quiere la persona que lo pide. Si dijere que confesarse o consolarse y lo pidiere señalado, decirlo al prelado con fidelidad y puntualidad. Si pidieren confesor, no lo señale él, sino diga al prelado: Confesor piden en la iglesia. Las confesiones siempre se hacen por confisionarios. Sin expresa y particular licencia, y expresando la necesidad que hay para ello al prelado, no se puede consentir se hagan confesiones fuera de aquel lugar. Los confisionarios siempre estén y tengan llave, porque podría suceder alguna desgracia y entrarse en ellos algún seglar desalmado a parlar. En aquel lugar sólo se consienta exercitar este soberano y divino sacramento.

  En otro lugar queda dicho 6 que, si la madre viniere a ver a hijo o hermano fraile, siendo raras veces, antes le daría yo licencia para que fuese a su casa que para que estuviese librando por la iglesia o por los confisionarios, que es fácil hablar la madre al hijo palabras de amor y no estar con él con aquella reverencia que estuviera con su confesor, y quien lo viere y no supiere la filiación y consanguinidad no juzgue tan bien como debe.

  Tenga gran cuidado de cerrar con tiempo su iglesia a mediodía y a la noche, mirando los rincones de ella, no se le quede algún perro dormido que después los inquiete o parezca alma en pena. Cuando la abra por la mañana o tarde, ya ha de estar barrida y regada en verano. No consienta que la hagan paso ni calle ni que por ella entren [139v] seglares ni frailes. Dígales que vayan por la portería y den cuenta de lo que quieren al portero. Si alguna vez faltare de casa por alguna justa causa, estando la puerta de la iglesia abierta, déjela encomendada a quien tenga cuenta de todo lo g que se ofreciere. No consienta que nadie responda a la iglesia a las personas que llamaren, porque en aquella ocasión y tiempo de sólo él hace confianza el prelado. En el verano, a tiempo que no acude gente a la iglesia, téngala cerrada para con eso estorbar la entrada a algunos hombres que, buscando el fresco, se van a parlar a ella. No consienta muchachos en ella, que sólo sirven de inquietar y ensuciarla. El dinero que recibe de limosna o de missas


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no lo ponga sobre los cajones ni lo traiga rodando por los suelos o arcas. El depósito de las missas esté fuera de la sacristía.

  Cuando se le encomendare alguna necesidad de algún bienhechor del convento h y a quien se tenga obligación, ponga una cedulita donde todos los sacerdotes que salen a decir missa la vean. En la sacristía no consienta se laven, si no fuere los sacerdotes y acólitos, y ésos no se laven en ese lugar con jabón o naranja, que eso ya ha de venir hecho de allá fuera. Con nadie se particularice en paños, ornamentos u otras cosas. No consienta decir missa con chanclos, tenga sus zapatos para que todos digan missa con ellos. Tenga la iglesia y sacristía con buen olor. Trate con mucho amor y gracia a los acólitos, que también su officio es de trabajo. Si fueren pequeños y las missas fueren muchas, avise a su maestro para que les haga desayunar. Jamás se ocupe con nadie a parlar ni confesar, porque su officio lo ha menester todos los ratos del día. Esto se entiende en los pueblos grandes, donde hay mucho que hacer. Muchas cosas de las que he dicho no se dicen a los sacristanes de los conventos que estuvieren en el campo, donde apenas acude gente, ni con los sacristanes de los conventos que están en pueblos pequeños.

 

 

6.  Cuidado especial en las pascuas y en semana santa

 

  Sabe nuestro Señor me holgara de scribir otro capítulo del modo y curiosidad con que ha de tener su iglesia las paschuas y fiestas grandes. Sólo le digo una palabra, y es que, si por alguna vía pudiera subir al cielo a bajar curiosidades y lindezas, todo eso había de hacer para que aquel día más que otro fuese Dios glorificado y los hombres provocados e incitados a más alabarle y darle mill bendiciones, porque nos puso en la tierra esta su sancta Iglesia, tan parecida a su reino, donde con tanta hermosura, gloria y majestad todos los spíritus divinos le están cantando hipnos y alabanzas. En esta ocasión por todas partes ha de estar nuestra iglesia riyéndose y convidando a que todos entren en ella a ver y tratar con Dios.

  [140r] Lo propio digo de los officios de la semana sancta y adorno de altares y monumento: que sea muy curioso y muy devoto. No digo que haga cosas que inquiete el convento y los frailes muchos días antes, sino que, tiniendo quien le ayude aparte, procure se eche de ver el cuidado y devoción que ha tenido para aquellos días. En los cuales debe ser largo, pero no desperdiciado en lo que fuere menester, par­ticularmente en la cera y en los olores. Busque ojos enprestados para que le ayuden a tener cuenta no se queme o maltrate algo. Si, lo que no quiera Dios i, sucediere: o quemarse algo o maltratarse, páguese a su dueño, que es mucha razón, pues no prestó más que el uso. Las cosas de estos días han de estar prevenidas de muchos días antes: la cera curada, las colgaduras prevenidas, porque si en esto hubiese descuido


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en el sacristán sería afligir al prelado que con él se ha descuidado y afrentar al convento.

  Luego la Paschua vuélvase todo alegría, contento, júbilos y placeres. No tengo que decir, que harto enseña aquel dichoso y felicíssimo tiempo y bien aguardando j lo estarán todos mis hermanos para, después de las muchas lágrimas, regucijarse con Cristo resucitado y la Madre de Dios.

 

 

7.  Si alguno viene a tañer o a cantar a la iglesia

 

  En nuestras iglesias ni coros no usamos de instrumentos músicos por manos de los religiosos, pero advierto a nuestro hermano sacristán que, si alguna persona viniere por la iglesia y fuere su devoción tañer o cantar delante del Sanctíssimo Sacramento, que lo consienta y deje.

  Yo vi en Madrid que el día de la Acensión de Cristo una doncella honrada tomó su arpa y se vino delante de aquel gran Dios, ante quien los ángeles y viejos en el cielo no perdonan mill diferencias de instrumentos músicos 7, y se estuvo tañendo grande rato. Vi una niña que, descubierto el Sanctíssimo Sacramento, se estuvo bailando y saltando, trayéndola su madre para eso muy bien aderezada. Tendría cosa de cinco o seis años al parecer. Vi que un hombre pobre se venía con unas flautas a tañer delante de la Madre de Dios. Que todo esto, como nosotros no lo buscábamos ni procurábamos, parece que, como hallado, engendraba en los pechos de los hermanos un alegría y contento extraordinario. ¿Quién no se había de alegrar de ver que niños, pobres y doncellas viniesen a alabar a Dios y que no pudiesen disimular en su pecho el alegría que aquellos tales días habían concebido?

  Vi otra vez en nuestro convento de Valdepeñas, el día que en nuestra sagrada Religión se hizo la primera profesión, tanto relincho de los labradores, tantas palmadas [140v] y bailes, sin que persona tuviese tal intención cuando entonces entró en la iglesia, señal cierta de que Dios gusta haya tiempos se haga algo más, particularmente por manos de los seglares, que no saben tanto celebrar estas fiestas con júbilos y movimientos interiores. Pues digo que, cuando se le ofreciere algo de esto en nuestras iglesias, se reciba con condición que no ocupen los divinos officios ni a quien hiciere estas fiestas se le muestre mal rostro.

  En tiempo de invierno, cuando hace grandes aires y hay lodo, quisiera yo tuvieran nuestros sacristanes la curiosidad que yo vi en muchas iglesias de Roma, gran cuidado que las ventanas tengan encerados, las puertas canceles y unas antepuertas de eneas, aforradas por los lados en angeos y levantadas por un lado, lo que sólo da lugar para que entre una persona; y con esto están las iglesias muy abrigadas y con


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la commodidad necesaria para que se pueda decir missa sin perturbación de que el aire les apague las velas o les vuele la hostia. A estas puertas suelen tener unas steras viejas en que estriegan los pies los que entran para que no enloden toda la iglesia k.

 

 

[141r]     Jhs. M.ª

 

 




a  ms. verdar



b  sigue y no solo hombre para tratar tach.



c sigue a tratar tach.



1 Según se desprende del contexto, fue el propio san Juan Bta. de la Concepción quien tuvo la visión que va a relatar.



d corr. de ocasión



e sigue con la visión que digo tach.



f sigue os tach.



2 Cf. Lc 1,38.



g  sigue y a los ángeles tach.



h  sigue fuera tach.



i  ms. ayudasen



3 El protagonista del episodio es a todas luces san Juan Bta. de la Concepción. De hecho, ha intentado encubrirse con algunas correcciones y añadiduras al texto, que inicialmente sonaba como una confesión personal. Reponemos las palabras tachadas, señalando en nota las superpuestas.



j acontecida-officio sobre lín. y al marg.



k porque-siguiente sobre lín. y al marg.



4 La octava de la fiesta del Corpus Christi cayó el jueves 21 de junio.



l  había-Alcalá tach.



5 Le dedica unas páginas en Asistencia de Dios a la descalcez trinitaria, 6,5 (II, 821-826), donde refiere: "Diole la enfermedad este año de 607, viniendo de la procesión general del Sanctíssimo Sacramento... Murió día octavo del Sanctíssimo Sacramento, día en que hacíemos en casa la fiesta a Dios".



m sigue y linterna tach.



n tach. y sust. por fuera de



o tach. y sust. por pedí



p corr. en quitase



q tach.



r sobre lín.



s Prometo-pero tach.



t de ella sobre lín.



u dice-fraile sobre lín.



v  si-religioso sobre lín.



w tach.



x sobre lín., en lín. grande tonto tach.



y sigue para tach.



z ms. sacristán



a  sigue está tach.



b corr. de anochecerse



c sigue el tach.



d  sigue a tach.



e sigue q tach.



f corr. de tengan



6 Cf. supra c.1,7.



g  corr. de los



h  sigue ya tras tach.



i sobre lín.



j  sigue es tach.



7 Cf. Ap 5,8-9; 14,2-3; 15,2-3.



k  sigue espacio de 21 lín. en blanco.






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