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San Juan Bautista de la Concepción
Obras III - S. Juan B. de la C.

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CAPITULO [50] DEL MAESTRO DE NOVICIOS Y DEL MODO QUE HA DE TENER EN HACERLES CAPÍTULO POR LAS MAÑANAS

 

 

 

1.  Las virtudes que debe tener

 

  Quién ha de ser la persona a cuyo cargo ha de estar este officio, no pienso será necesario detenernos, pues está tan recebido en todas las religiones encargarlo a los religiosos más sanctos, más prudentes, benignos, misericordiosos, rectos, compuestos, mirados, cautos y templados que hubiere en la Religión. Fuera nunca acabar tratar de las virtudes y suficiencia que el tal debe tener y decir cosas para que me dijeran: Quis est hic? et laudabimus eum; fecit mirabilia in vita sua 1. Y es cosa certíssima que habíe menester haber hecho obras admirables en su vida y que, pues ha de ser padre de hijos que han de ser sanctos y han de imitar al glorioso Baptista en la penitencia y demás virtudes, es necesario se diga dél lo que el evangelista dijo de los padres de ese gran propheta y asombro del mundo a: que entramos eran justos delante los ojos de Dios y de los hombres: Ambo erant justi coram Deo et hominibus 2; justos para con Dios y para los hombres. Como si dijera: justos en el corazón, que mira Dios, y en la cara, que ven los hombres. Así han de ser los que son padres de novicios: Justi coram Deo et hominibusb, en lo interior


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y en lo exterior. En lo interior, hombres de grande oración y recogimiento, humildad, mortificación, mansedumbre, etc., y todas aquellas virtudes que se ponen en el catálogo para canonizar los sanctos. En lo exterior, modestia, compostura, humildad, gravedad, mesura, peso y templanza en todas sus acciones, como es en el comer, beber, hablar, mirar, etc.

  Llano es que si un rey tuviese un hijo que no lo habíe de entregar a un ama que le diese leche corrompida, enferma y dañada, sino que habíen de hacer, como dicen, cala y cata por muchos modos de ella. ¿Por qué no se ha de mirar más y tener más cuenta con los maestros, que dan leche spiritual [188r] a tantos hijos que ya son más de Dios que de los hombres? Y pues en su crianza hace officio de padre y de madre, debe tener las virtudes y perfecciones de entramos: el amor, la charidad y la blandura de la madre, la gravedad, señorío, aspereza y entereza del padre; que como madre consuele y como padre riña; como madre regale, cure, entretenga y como padre castigue, reprehenda y enseñe.

  Bien veo que todos somos hombres y que, por sancto que se busque, al cabo al cabo ha de ser hombre y que como tal ha de tener sus faltillas. Como no sea perseverante en ellas, como no sean graves, como sea dócil, pasarse tiene, que no hemos de buscar ángeles en el cielo que vengan a hacer estos officios, porque son y competen a los hombres. Debe él, muy de ordinario, pedirle a Dios le dé luz y le enseñe sus caminos para que con espíritu y verdad enseñe lo que más conviene a sus novicios. Denantes dije que habíe de ser sancto delante los ojos de Dios y de los hombres, en el corazón y en la cara, porque es de grandíssima consideración en los tales el buen exemplo, porque es certíssimo que, por mucho que enseñe con las palabras, enseñará más con las obras y más se imprimirác en el novicio lo que en su maestro viere que no lo que le oyere. Así no tiene que andarse encubriendo a sus novicios, sino que sepan, vean y entiendan sus ayunos, mortificaciones y penitencias, que, puesto caso que eso no se tapa por sólo enseñarlos, Dios le preservará esas obras de vanagloria y presunción. Las faltas que tuviere una y muchas veces las confiese a Dios y con sus súbditos las scuse por la parte que son scusables, porque en ellas no tomen algún mal exemplo o licencia para caer en lo propio.

  He amontonado y resumido algunas de las muchas virtudes que el maestro de novicios debe tener. Debía tratar de cada una de ellas acerca de qué cosas deben tener su exercicio: qué religiosos se han de tratar con blandura y mansedumbre, quién con rigor y aspereza, qué cosas se han de disimular o son llevaderas, cuáles se han de castigar, a quién se ha de ir a la mano en la penitencia y a quién se le ha de dar d licencia. Estas virtudes que decimos debe tener e, aunque son hábitos interiores, pero adquiérense con el ejercicio de muchos actos, como la blandura y mansedumbre se adquiere con el común trato amoroso que


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uno tiene con la persona que lo merece. Pues digo que el ejercicio de estas virtudes ha de venir del conocimiento de las personas o novicios con quien se trata. Y así era necesario hacer un tratado de las condiciones diferentes de los novicios y de sus naturales y otro del conocimiento de sus maestros; y por eso dije que ésta era materia [188v] que pedía un largo tratado. Por ahora quiero dejárselo a Dios, pidiendo con grandes veras a Su Majestad dé luz a los prelados superiores para que acierten a eligir y señalar la persona que más convenga en este officio.

 

 

2.  No reprender donde se comete la falta

 

  En tres partes se ofrece ocasión de enseñar, advertir o reprehender el hermano maestro a su novicio y súbdito: donde actualmente hace la culpa o comete el defecto, en la celda, donde a cada uno de por sí lo trata y enseña, o en el capítulo del oratorio, donde a todos reprehende, castiga y predica.

  En lo que toca al primer lugar, no lo tengo por bueno ni acertado que, en cualquier lugar que se ofrezca ocasión, el hermano maestro reprehenda o castigue a sus súbditos, que eso trai consigo mill inconvenientes, porque se ha de ser acto secreto o delante los otros novicios y esotro es lugar común para todos, y aun podría ser también para los seglares, y quien oye la reprehensión o ve el castigo y no sabe la culpa liviana podría juzgar otra cosa de lo que es y perder el novicio con las personas que ven la reprehensión o castigo.

  Lo segundo, digo que no es tiempo acommodado para el novicio ni para su maestro la reprehensión puntual en el lugar donde la culpa se hace, porque el novicio no está dispuesto para recebirla ni el maestro para darla, que entramos han menester tiempo y lugar acommodado: al uno, que se le pase la cólera, si acaso tuvo alguna cuando vido hacer la culpa, y al novicio, que le venga el sufrimiento, porque pudo ser que quien inadvertidamente hizo una culpa en aquel lugar, con esa propia inadvertencia no reciba la reprehensión. Pregunto yo, si un hombre colérico se subiese a trastejar un tejado cuando las tejas están húmedas, mojadas y está lloviendo, es llano que por quitar una gotera habíe de hacer muchas. Lo propio podría suceder al maestro que algo enojado quisiese trastejar o reparar las faltas de su discípulo cuando el ánimo lo tiene no dispuesto para la tal reprehensión.

  Podría el maestro en la tal ocasión advertir la falta al súbdito con mucho amor para que la tenga en la memoria y la esté premeditando hasta su tiempo y lugar debido, y él mandarla a la memoria para avisar o advertir lo necesario acerca de ella. Cuando así advierta alguna falta en alguno de estos lugares, no se la advierta con aspereza, con mal gesto, arqueando los ojos o haciendo visajes, porque se afligirá el novicio viendo que el jarabe es tan amargo, pareciéndole no podrá llevar la purga. Si viere que el novicio se afligió mucho cuando hizo la culpa y se la advirtieron con simplicidad o amor o sin decirle nada, paréceme


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basta aquella aflición por reprehensión, porque es llano es reprehensión más fuerte, viva y eficaz la de la propia conciencia que no la exterior por la grande parte que tiene Dios en la interior, y sabe mucho mejor que los hombres pesar, medir y acertar a dar a cada uno la increpación de que tiene necesidad. Y cuando uno sin decirle nada advierte su culpa [189r] y muestra pesarle, es llano no quisiera hacerla y tiene intento firme de no tornar a caer en ella; antes hay algunos tan temerosos y con tanto deseo de acertar que han menester, en lugar de reprehenderle, animarle y consolarle.

  Si la falta que el novicio hace es en algún acto de comunidad, como es en la iglesia, en el coro o refectorio, donde con la tal falta ofende a otros, fácil es, si está allí el hermano maestro o el que [ha] sido, llegarse quedito a él y con una o dos palabras muy cortas y bajas advertirla; y el novicio tiene obligación, si en el capítulo no le puso la tal falta el celador, levantarse él y acordársela, mostrando tiene deseo de recebir penitencia por ella.

 

 

3.  La reprensión en la celda

 

  El segundo lugar donde el hermano maestro enseña a sus discípulos es en la celda. Estas han de ser pocas veces y menos a solas. Cuando se ofrezcan las ocasiones que yo diré ahora, puede llevar dos o tres y entonces les puede enseñar o decir las cosas que tiene obligación. Esto sólo ha de ser cuando el novicio es muy nuevo y no está dispuesto para advertirle sus faltas en público, cuando las faltas que hace son ignorancias f y no malicias, cuando el novicio está desconsolado, cuando ha menester gastar más tiempo con él que con los otros, cuando tiene que comunicar alguna tentación o aflición, cuando las faltas no son para en público. Y éstas han de ser las menos veces que pudiere las que se ha de entrar a solas en la celda con el novicio, porque esto puede causar celos o envidia entre los demás, pensando tiene el maestro más secretos con aquél que con los demás o que le ama o particulariza más que a los otros. Tendré por mejor que, cuando se ofrezca esta ocasión, se baje al oratorio, pues lo han de tener en el noviciado o cerca de él, y allí pueden tratar, comunicar o enseñar g alguna de las cosas dichas.

  Jamás fui amigo ni juzgué por muy religioso las pláticas largas a solas, sea para enseñar o para consolar, que eso es cierto, si hay una poquita de prudencia, se puede hacer con cortas palabras que en sí encierren la medicina de que tiene necesidad el tal enfermo. Bien es verdad que no es posible a cada uno que viene haberle de enseñar los primeros rudimentos en el capítulo, delante de los otros que ya lo saben h y han pasado por eso, pero podrá darle un acompañador por


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algunos días que se ocupe en eso hasta que alcance a los otros en la teórica de las cosas que a los otros enseñaron.

  Nosotros no acostumbramos a cerrar las puertas de las celdas, y así menos debe cerrarla el maestro cuando está enseñando o doctrinando a alguno de sus novicios. Y aunque es verdad que al principio es bien acariciar mucho el novicio hasta que tome amor con la posada y tratarlo como a niño de escuela, pero con todo eso no tengo por bien par­ticularizarse con ninguno dándole libritos, estampitas [189v] o regalitos, que Dios tendrá cuidado, según su flaqueza, acudirle con cosas interiores con que le aficione y facilite en los nuevos trabajos. El tiempo en que ha de enseñar en su celda no ha de ser mientras los otros religiosos están en el coro o en algún acto de comunidad o mientras los otros están recogidos.

  Dicen que no es posible sino que los maestros se aficionen más a unos que a otros, según frisa más con la condición natural o humores en que conviene con el tal religioso y que, tiniendo a alguno alguna afición o amor más que a otro, que no ha de ser posible dejárselo de demostrar en algo, o en dádivas o palabras, trato o conversación. Yo digo que sí puede y que si el natural o la inclinación le lleva más a tratar con éste que con aquél, que sepa mortificarse y que trate y converse menos por evitar los daños o celos que entre los demás se puedan ofrecer. Antes por el contrario, si es tan siervo de Dios como debe, debe tratar más con la persona que tiene más oposición y contradición y pedirle a Dios con muchas veras le dé un amor igual para todos, una charidad y unas entrañas para chicos y grandes, buenos y no tales.

 

 

4.  Capítulo en el oratorio. La continua presencia de Dios

 

  El tercer lugar donde el maestro de novicios debe enseñar a sus novicios es el oratorio, lugar común para él y para sus súbditos. En este lugar se juntan después de haber salido del coro por la mañana de la oración y de prima, allí todos juntos dicen la letanía mayor de rodillas, haciendo la hebdómada el sacerdote o religioso ordenado de mayor orden y, en su lugar, el más antiguo. Tan y i mientras j el hermano maestro estos da una vuelta a las cosas más forzosas que tiene que hacer. Y los novicios, si han acabado su letanía, le aguardan de rodillas, yendo el celador a avisarle cómo ya han acabado. En entrando, el hermano maestro dales sónito y siéntanse todos por su orden.

  Yo querría acertar a decir con mucha puntualidad cómo hace el hermano maestro estos capítulos y cómo se debe hacer este acto para que todos salgan de él aprovechados. Lo primero, se ha de enseñar cómo lo debe hacer y, lo segundo, cómo debe poner en ejercicio lo que enseña.

 


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De lo primero, el hermano maestro debe enseñar a sus novicios [a] traer continua presencia de Dios, avisándoles que dende el primer instante que dispiertan han de procurar tomar y traer presente a Cristo crucificado, algún paso de su pasión o algún atributo o grandeza de Dios en que aquel día ande premeditando. Y porque ya en otro lugar tengo scrito de esto 3, no me alargo más.

  Luego, les ha de persuadir y enseñar que cada semana han de procurar pedirle a Dios una virtud y alcanzarla procurando ejercitarse [190r] en ella, aplicando o tomando ocasión de lo que medita para pedírsela a Dios. Como supongamos que esta semana procuro con grandes veras pedirle a Dios humildad y que traigo hoy presencia de la corona de spinas que le pusieron a Cristo 4. Debo esta consideración enderezarla para que me mueva los afectos a humildad, diciendo: Seas tú, Señor mío, bendito, que seas tú rey grande, poderoso, magnífico, eterno, cuyo trono está sentado sobre tantos millares de spíritus divinos, donde los k vasallos que te sirven son bienaventurados y espíritus angélicos, tu corona es de majestad y gloria, etc., y, quiriéndome enseñar humildad, trocaste aquel trono por este de la cruz y aquellos criados cuyas perfecciones y nobleza es inmensa por tantos como aquí te están baldonando, y aquella corona por esta de spinas. ¡Ay, Señor mío!, ¿quién no es humilde?, ¿quién no te imita?, ¿quién no busca ser desechado y abatido? Ofréceme, Señor, buenas ocasiones en que yo me humille, aprienda de ti y te imite. ¡Oh rey y Señor mío, qué humillado te veo; oh Señor y gloria mía, y qué ensalzado me tienes! Alábente, glorifíquente todas las naciones y digan gloria de tu reino, y a mí todos los hombres me desprecien y baldonen por tu amor. ¡Oh Señor mío, y qué gran cosa sería si en este mundo a mí me cupiese una partecita de tu corona de spinas! Pon, Señor, sobre mi cabeza y celebro tus afrentas y trabajos para que no sienta yo los míos. Enlaza con esas flores mis espinas. ¡Ay, que no digo bien! sino tus espinas con mis flores, pues todos cuantos trabajos pasan los hombres, en comparación de los tuyos, se pasan en flores. ¡Oh Señor, y qué gran cosa es ser humilde por quien lo fue por mí hasta la muerte, y muerte de cruz! Si convino por mi bien y provecho que tú, Señor, tanto te humillases, ¿cuánto debo yo por tu servicio y por mi bien humillarme? ¿Qué es esto, Señor? ¿Cómo me veo tan soberbio y presuntuoso?, ¿cómo no soy humilde? ¿Cómo, Señor, no me concedes esta virtud? Quítame, Señor, los estorbos porque yo no la alcanzo. ¿Es posible que, viéndote yo en esa cruz, me atrevo a levantar los ojos, siendo tan soberbio? Dame ánimo, Señor, para te mirar y aprender de ti, que eres manso y humilde, etc.

  Todo el día ha de traer el novicio presencia de Dios de esta manera y de ella propia ha de tomar ocasión para hablar con Dios y pedirle


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la virtud que pretende. Esta pienso que se alcanzará pidiéndola con grandes afectos y éstos se mueven y enternecen con estas consideraciones. Y así en el capítulo debe el maestro enseñarles, lo primero, cómo han de traer presencia de Dios; lo segundo, cómo cada semana han de procurar alcanzar una virtud; lo tercero, amonestar y avisar cómo no ha de haber entre gente escogida ningunas faltas. Y de todo esto al principio del capítulo ha de hacer una breve plática, cuándo más, cuándo menos, según el tiempo que tiene, enseñando, amonestando, persuadiendo y moviendo a sus novicios para todo aquello que les dice para que lo hagan y obren con gana y gusto.

  [190v] Después de haber hecho esta plática (que, si procediera en estos escritos como debía, había también de poner una o dos pláticas de las que debe hacer el hermano maestro, para que todos y en todas partes procedan de una misma manera), hecho este brevecito sermón y plática, por el orden que estuvieren sentados les vaya preguntando de uno en uno qué presencia de Dios ha tomado aquel día y qué virtud pide aquella semana y cómo saca de la presencia de Dios motivo para pedir y alcanzar la virtud. Y después de lo haber dicho en breves palabras -y si no supiere, debe enseñarle el maestro, puniéndole algunos exemplos- y luego haga levantar y poner otro de rodillas y hágale la propia pregunta, y así a todos aquellos a quien diere lugar el tiempo.

  Hecho esto, avisa al celador que se levante y diga las faltas que el día antes se hicieron. Y el celador de rodillas, sus manos debajo del scapulario, los ojos bajos, con palabras cortas, humildes, moderadas, proponga las faltas que hubiere notado. Y cuando le ponen al novicio la l falta, al instante se postra hasta que le avisen se levante y entonces el maestro de novicios le avisa, amonesta o reprehende, según la culpa y disposición del culpado, y luego a otro. Y desta manera a todos los demás, dándole a cada uno la penitencia que su culpa merece. Después de esto, avisa el hermano maestro las cosas que ha notado que tienen necesidad de enmienda o de advertencia. Todo esto se puede hacer, tiniendo para ello el maestro de novicios la sciencia y experiencia necesaria, dentro de una hora; y si para ello no hubiere inconveniente, poco inporta se alargue dos.

  Acabado el capítulo, los que aquel día se sienten con disposición para comer pan y agua, tomar disciplina o hacer alguna penitencia, llegan y piden licencia a su maestro y él se la otorga o niega, según las fuerzas y disposición del religioso. En las disciplinas o penitencias que diere, sea muy templado, de suerte que la virtud del religioso pida y desee apriete y cargue la mano, porque de esta manera todos andarán contentos y alegres y deseosos de ejercitarse en cosas mayores; y si alguna vez el maestro sobre sus fuerzas diese alguna disciplina o penitencia, andaríen afligidos y desconsolados. También, en acabando el capítulo de la mañana, llegan a su maestro los flacos a comunicar sus


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flaquezas e indisposiciones: el que tiene necesidad de desayunarse, tomar algún trago de vino, comer algo más que lo que dan a la comunidad.

  Ha de ser en estas dos cosas el hermano maestro como Dios, de quien dice David que "en la mano derecha tiene longura de días y en la izquierda riquezas y gloria" 5, que fue darnos a entender cómo acude Dios con dos manos a los hombres: con la una le da lo necesario para que consiga gloria y con la otra regalos para que viva largos años. Y esto propio, con grandíssimo [191r] cuidado, ha de procurar y hacer el maestro: que si con mano llena castiga, enseña y reprehende, con otra mano ha de regalar para que los novicios se conserven y tengan salud para los tales ejercicios.

 

 




1 Eclo 31,9.



a  sigue que dijo tach.



2 Cf. Lc 1,6: "Erant autem iusti ambo ante Deum".



b Así-hominibus sobre lín.



c  sigue lo q tach.



d sigue querda tach.



e sigue interiormente tach.



f  ms. ignoracias



g ms. enseñal



h al marg. ojo



i  lectura incierta.



j ms. miestras



3 Parece aludir al tratado La continua presencia de Dios, escrito un año antes (II, 591 y ss.).



4 Cf. Mt 27,29.



k  sigue que tach.



l  rep.



5 Prov 3,16.






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