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San Juan Bautista de la Concepción Obras III - S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO [54] DE LO QUE EL RELIGIOSO DEBE HACER DESPUÉS DE PROFESO
Mi intento principal no es scribir libro ni dar doctrina o enseñar virtudes, que de estas cosas hay muchos libros y escritos de hombres eminentíssimos y sanctos, de quien se debe aprender. Sólo he pretendido decir las cosas que en nuestra sagrada Religión se hacen, dispuniéndolas por el orden que se deben ejercitar para que en todos nuestros conventos se guarden unas leyes y costumbres, un orden y un modo y a un propio tiempo. Que, si se hubiera de tratar la materia que este capítulo pide [202v] por modo de persuasión y enseñanza, fuera necesario hacer un libro muy grande de todos los officios, obras, pensamientos y virtudes que debe tener, hacer y alcanzar un religioso después de profeso. Sólo le repartiré las obras y officios en que se debe ocupar, según su edad y tiempo que tuviere de religioso. Y para que demos reglas generales a todos, a todos los hemos menester considerar de una propia edad, que si en el principio de Religión fuere uno viejo puede en materia de bien obrar ser mozo, aunque los tercios de vida que hubiéremos de repartir sean para este tal más cortos, lo cual se entenderá mejor de lo que fuéremos diciendo.
1. Tres tercios. Principio
Reduzgamos a tres edades en el religioso las muchas que tiene el seglar, porque las demás o las pasó antes que fuese fraile o no las vivirá siéndolo por los trabajos y corta vida que causa el rigor y penitencia. A estas tres edades no les quiero poner nombre por la acceleración con a que entre nosotros pasan, pues si a la primera la llamo mocedad, a vuelta de cabeza la tendremos por vejez y, a tabique en medio, por senectud, etc. Estos tres tercios de la edad de un fraile descalzo los llamemos principio, medio y fin: principio, cuando se siente con brío y fuerzas; medio, cuando ha llegado a algún grado de perfección y no se le han acabado las fuerzas para ejercitar algunas virtudes; fin y declinación, cuando ya no puede trabajar ni hacer penitencia como los demás religiosos.
Pues digo que, para que el siervo de Dios no se halle burlado o engañado, debe dar a cada edad y tiempo lo que es suyo. Al principio, cuando recién profeso se siente con brío y fuerzas, no dilate las penitencias ni las deje para cuando no pueda y el tiempo se las haya consumido. En este primer tercio de vida, procure trabajar y hacer su verano, adquirir virtudes por modo de hábitos que, siéndole buenas compañeras, las tenga siempre en casa para que le acompañen en su vejez. Use de cilicios, abstinencias y algún rigor con su persona en las disciplinas, en el estar de rodillas, en el dormir en corta y pequeña
tabla, y esto no sea a salpicones sino con alguna continuidad, hasta que alcance victoria de sus pasiones y vea que el brío natural lo tiene ya pasado y rendido. Que, puesto caso que nuestra vida en los más que train nuestro hábito, según ahora se usa, ha de ser lo más contemplación, medio muy necesario [203r] es quitar las fuerzas al cuerpo para que las tenga el alma y con más veras vuele y suba a buscar a su criador.
Procure en este principio ocuparse en algunas mortificaciones con que sujete las pasiones de honra, de ser y parecer; procure ocupar siempre bien el tiempo en los officios que le encomendaren, haciéndolos con mucho cuidado. En este principio ha de procurar tener la oración y presencia de Dios en los ayunos, disciplinas, penitencias y officios que le encomendaren. Ha de procurar, mientras tiene fuerzas para trabajar, en el trabajo y en lo activo tener lo contemplativo. No quiera huir el cuerpo al trabajo y a los officios en que la obediencia le pusiere que sean de cuidado, ni quiera en su mocedad por su gusto estarse siempre holgando en la celda pareciéndole que inmediatamente lo ha de hacer Dios grande hombre de contemplación, porque, si encierra en la celda a la naturaleza algo briosa, allí, cuando más segura esté, dará coces y lo pondrá en cuidado y peligro; y vale más, cuando busque reposo y quietud, llevar el enemigo preso, cansado y sin fuerzas, para que dé lugar a la contemplación y trato amoroso con Dios.
2. Medio
Cuando ya nuestro religioso se siente cansado, fatigado, con menos fuerzas para llevar adelante tanto rigor y que el cuerpo a lo divino ha enfermado, descanse de sus trabajos y haga lo que hace el arquitecto: que, para hacer las bóvedas y paredes altas del edificio, hace sus andamios, tablados y escaleras y, después de hechasb, quitac toda esa madera y la echa fuera y luego cuelga su casa y lo tercero se sienta a gozar de ella, a descansar y reposar. Esto propio debe hacer nuestro religioso, pues en su persona edifica un templo para Dios: que al principio haga tablados y andamios con que suba y pueda edificar. Estos andamios son las penitencias, mortificaciones, disciplinas y otras obras penales que el hombre hace. Con éstas sube y alcanza grande perfección y rendimiento. Cuando ya esto está edificado y está en la segunda parte de su vida, quite esos cilicios, esas cadenas y mortificaciones penosas, y cuelgue su casa procurando entablar algunas virtudes con que la adorne: humildad, mansedumbre, silencio, charidad ardiente, fee viva y speranza cierta. Todo esto se puede hacer y alcanzar con oración, petición y deseos en esta edad y dispusición que con tantas penitencias ha alcanzado.
Estas virtudes se alcanzan, como el vidriero hace las piezas de vidrio, a soplos. Este religioso, que por sus penitencias quedó ya algo imposibilitado, [203v] métase en su celda d y pídale a Dios unos divinos soplos del Spíritu Sancto. Aquel aire divino acompáñelo con grandes ansias y deseos de alcanzar aquellas virtudes; fíe de Dios que se las dará Su Majestad y se las concederá sin otras acciones de más trabajo que pedírselas con perseverancia y confianza. Ocúpese en andar tras estas virtudes hasta que por algún camino tenga algunas premissas de que Dios le hará esa merced. Ocúpese en seguir con cuidado su comunidad en el coro y en los demás actos que fuera de allí se hacen.
Y el no tener fuerzas para ejercitar officios y hacer penitencia no ha de ser para estarse ocioso, andándose por las officinas mirando lo que otros hacen, parlando en la enfermería, paseando la güerta o rondando la casa. ¡Dios me libre del diablo, muy bien aprovechado saldría este tal del primer estado y de sus antiguas penitencias y officios regulares! Procure estarse en su celda. La parte del día que le sobrare de las cosas que hemos dicho, ocúpelo en leer summas de casos de conciencia y libritos de devoción. Huiga de libros inpertinentes de astrología, medicina y otros que no pueden servir sino de gastar y consumir el tiempo. Si es confesor, es muy sancta ocupación y para quien la hace de buena gana no es de mucho trabajo. Si no lo fuere, puede algún rato desavahar la celda con irse al coro, visitar los altares, cumplir sus devociones. Huiga cuanto pudiere de cualquier género de ociosidad, que [es la] más mala polilla que le puede roer y comer e en breve las virtudes que ganó y granjeó con tanto trabajo y mortificación.
3. Fin
En la tercera parte de su vida, me parece ya tiempo determinado para que un religioso coma del fructo de sus manos, digo f del fructo de sus obras 1, y que, si no hubiere fuego en aschuas, por lo menos quede el horno tan bien caldeado, que eso lo traiga y tenga en un continuo fervor y devoción.
En esta edad, ya no le hemos de pedir al religioso ayunos, abstinencias ni penitencias rigurosas, pues la edad no lo lleva y ésas se enderezaron, como medios, a alcanzar algunas virtudes y victoria de sí propio y ya se entiende tendrá y poseerá esos soberanos fructos. Si no tuviere fuerzas para en todo seguir communidad, levantarse a maitines, tener tantas horas de oración de rodillas, quédese con Cristo en la celda, repose y tenga quietud de spíritu. Si no tiene leña que quemar el fuego divino que el Spíritu Sancto en él produjo y encendió, consúmase a sí propio en sí propio y, pues ya no tiene qué dar, dése a sí propio mill veces a Dios, que tanto le debe, y más si más pudiera.
[204r] Esta tercera parte de edad no será vejez, porque nuestra vida no creo que dará lugar a eso, de suerte que sea necesario dar doctrina para estos tales religiosos en cuanto viejos, quitándoles las impertinencias que suelen tener. Que yo fío en Dios la gracia en ellos será sobre la edad, de suerte que si en los unos la edad los volvió amigos de hablar y saber nuevas, en los otros la gracia los haga amigos de dar sanctos y buenos consejos y saber cada día más de cosas del cielo, y que si la edad a los unos los hizo amigos de comer y beber, a los otros la gracia amigos de contemplar; los unos, amigos de andar y visitar los rincones de la casa, los otros, amigos de no salir de los rincones de la iglesia. Finalmente, en ellos ha de ser la vejez una vida toda trocada en gracia y sus inpertinencias trocadas en virtudes.
Si en este tercio de vida fuere Dios servido de enviarle enfermedades, que es muy ordinario, procure llevarlas y sufrirlas con paciencia, no siendo demasiado de inportuno y molestoso en ellas. Considere que es señalada merced que Dios le hace pues, no pudiéndose ya ocupar en castigar y azotar su cuerpo, Dios, por darle más a merecer, quiere hacer el officio como padre piadoso que hasta el último punto de vida gusta y quiere estemos trabajando y ganando. Al religioso que acudiere a su celda, trátele con amor y charidad tiniendo pocas pláticas con él, pues no es lícito hablar en g nuestros dormitorios. Esté haciendo sus cuentas muy a menudo, estése siempre acordando que presto se verá con Dios y sus sanctos, qué dichoso sería si al cabo de la jornada tuviese por paradero aquellos eternos descansos que tiene Dios guardados para los que de de veras le sirven y aman, etc.