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San Juan Bautista de la Concepción Obras III - S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
[CAPITULO 4 OTROS MODOS EXTRAORDINARIOS DE CONOCER LA VOLUNTAD DE DIOS]
1. Parece que en lo último de este discurso digo dos cosas que quisiera declararlas más. La una es aquello que digo que en las obras de Dios el spíritu se da por satisfecho y pagado, sin hacer otra cala y cata buscando nuevo conocimiento del spíritu que los mueve a la tal obra. Lo segundo, esto que digo: cómo las obras comunes las antepone Dios a las particulares, dejando muchas veces al particular por acudir a la obra común.
2. A lo primero digo -y quiera Dios no diga locuras- que decir que este spíritu en sí se da por pagado sin andar buscando conocimiento del spíritu de afuera que le mueve a la tal obra, digo que hay altíssimos modos para conocer la verdad de una cosa a que el spíritu del siervo de Dios es movido a obrar y hacer. Enpecemos por las a más dificultosas. Digo que a este spíritu a quien Diosb inclina al conocimiento de alguna cosa, por cuyo medio la quiere obrar, si es prática la cosa a que le inclina o si meramente speculativa, para que en él se quede quiriéndole hacer alguna merced interior de descubrirle verdades que le muevan a más amarc a un Dios que por vías tan secretas se descubre al conocimiento de la tal persona. Pues digo que decir que en sí se da este espíritu por pagado es porque en sí, sin salir fuera de casa, halló inpresa aquella verdad. Como cuando conozco yo el poder del rey en un papel firmado y sellado de su mano, sin ir yo al rey a preguntarle la verdad que aquello pueda tener ni salir de casa a hacer, como digo, cala y cata de quién será el spíritu [15v] que a aquello me inclina. De esa manera el spíritu en quien Dios puso su mano dejó en él inpresa su voluntad de suerte que sin ningún género de duda conoce en sí la voluntad de Dios, sin salir de sí a buscar a Dios a otra casa ajena para le preguntar si es él el que aquello manda o quiere. Y digo que conoce este sello y firma, que es una expresión que Dios hace de su voluntad en esta alma. Y quien dice expresión ya parece dice conoce en los efectos que este gran Dios obra en esta alma, como el que conoce en la firma y en el sello.
3. Pues pienso hay otro más alto modo de conocer. Y es cuando del spíritu del justo y el de Dios se hace un propio spíritu por una unión alta, secreta y admirable d, en la cual el alma tiene este conocimiento sin saber cómo conoce. Tiene en casa en quien conoce, sin salir de ella conoce en e Dios, pareciéndole conoce en sí, porque por la unión que en ella está hecha los bienes son comunes, y así el conocimiento que tiene en Dios lo ve en sí. Pongamos un exemplo. Mezclamos un poco de agua con un poco de vino. En el agua y en el vino hallamos fortaleza, porque en el punto que se mezclaron y hicieron una propia cosa el vino communicó al agua su fortaleza y lo que en otras ocasiones experimentábamos en el vino f ahora lo experimentamos en el agua. Cuando el alma no siente, no padece o ve en sí esta unión, va a buscar a Dios para en él conocer su voluntad, pero después que el alma conoció o sintió o, por mejor decir, después que en ella se hizo esta unión, ya el alma ve y conoce en sí, aunque flaca, lo que de antes conocía en Dios.
4. Es esta materia tan dificultosa que parece ha menester explicación cualquier palabra. Digo que hay algunas uniones que el alma las siente y las conoce y otras que las padece, que parece dije aquella palabra "por mejor decir que las tiene". Digo que pienso es muy más alta unión la que se tiene y no se conoce ni se siente, porque en ella no le dan lugar a sentir ni a que el entendimiento haga reflección y que vea que conoce, sino que conociendo no sienta ni sepa qué se hace, sino que, con un admirable modo, el alma toda es arrebatada y enajenada y transformada en Dios, pues hallan [16r] que entonces estará más transformada cuando g fuere ella menos, y entonces será menos cuando menos operaciones suyas tuviere y sintiere. Y saber que conozco, son propias operaciones del alma, y así será mayor unión cuando la tuviere y en ella por su grandeza no conociere ni sintiere, sino fuere arrebatada a un ser divino, en quien es todo Dios lo que se ve y se conoce, que es un altíssimo modo de transformación en Dios.
5. Ahora, pues, digo, volviéndonos a nuestro modo de conocer h, que cuando Dios es servido que el alma esté gozando de este bien que le resulta de esta unión, el entendimiento está a raya -no sé, yo no sé de esto, adviértalo el que lo leyere-, digo está a raya sin discurrir, sin palpitar. ¡Oh qué gran cosa fuera si i supiera decir cómo! Temo no decir una grande ignorancia, poco inporta, que yo lo preguntaré. Cuando los ojos ven, ya se sabe que train a sí unas species de las cosas visibles y, representadas en las niñas de los ojos, viene aquella potencia a conocer, de suerte que para conocer ha menester hurtar algo y traerlo a sí. Y así veremos que los ojos, cuando miran, están naturalmente los párpagos j cerrándose y abriéndose. Y pienso eso es que, como los ojos en breve cogieron las species de que tuvieron necesidad, el párpago k se cierra por muchas razones. La primera, como quien dice que no se
le salgan aquellas species que hurtó. Lo segundo, que quieren digerir aquello que miró antes de tornar a mirar otra cosa l. Como cuando acá tomamos un bocado de pan: abrimos la boca y la cerramos hasta que aquel bocado está ya digerido y mascado y luego la tornamos a abrir para tomar otro. Lo tercero, digo que se cierran los párpagos, como quien cierra las puertas para que aquel sentido dé allá dentro en el entendimiento, donde las cosas se conocen con aquellas cosas vistas, porque es llano que cuando uno tiene cerrados los ojos percibe mejor el entendimiento lo que los sentidos le han administrado.
6. Ahora, pues, esto presupuesto, si esta potencia visiva para ver no tuviera necesidad de hurtar y abstraer aquellas species de lo que veía, sino que en la propia cosa lo viera y conociera, sin duda fuera mayor perfección. Y viendo en la propia cosa y no en la representación de ella [16v] que se hace en los ojos, es llano que los ojos para conocer siempre habían de mirar y no habíe de palpitar ni cerrar los párpagos, porque cuando los cerrase no vería, como antes decíamos, que después de haber mirado veía o conocía el color por la representación que en sí le quedó. Y así digo que me parece sería sin duda mayor perfección este segundo modo de ver.
7. Lo propio digo yo del entendimiento: que para conocer ha menester representaciones y especies, y mientras las masca y digiere, que es como quien cierra los párpagos, que no ve. Así, el entendimiento, mientras hace sus discursos, está m ocupado y no conoce, pero el alto modo de unión que yo voy diciendo, en el cual el entendimiento digo que queda aislado y sin palpitar, es que en él no tiene necesidad de cerrar los ojos para digerir o discurrir, porque sin enviar allá dentro especies o representaciones me parece conoce en la cosa vista. Y como entonces no conoce en sí, sino en lo que ve, no se atreve a palpitar, digo a discurrir, porque sabe que, en el punto que en aquello se ocupa, se ocupa de conocer y queda estorbado y detenido para no dar en el conocimiento que tiene un paso más adelante. Y así me parece que el alma que tiene esta unión y no la siente n en la forma dicha será mayor, y en esta unión el conocimiento que tiene en sí pienso es simplicíssimo, que no sabe ni cómo se diferencia de la propia alma, porque le parece todo es una propia cosa. Y por eso dije denantes que este espíritu y alma a quien Dios escoge para alguna particular obra conoce en sí y en su espíritu sin salir de casa a experimentar otro spíritu particular diferente que le pueda mover a aquello que ha de hacer.
8. Digo más: que, pasada la hora en que Dios fue servido esta alma gozase de aquel bien y el alma quedase más libre, conoció en sí, entre otras cosas, que en casa le dejaron una certidumbre y asentimiento de la verdad de la tal obra en que quiere Dios que se ocupe y ya entonces la ve y conoce con más distinción que primero. Yo me declararé. Entra el rey en nuestra casa, parece que todos los frailes se turban. Si llegamos a preguntar por alguna cosa, nadie sabe nada,
porque parece se llevó tras [17r] sí la presencia del rey todos los sentidos y entendimiento del conocimiento, sin que nadie supiese ni acertase a hablar, pensar ni decir, sino el rey. Pero después que se fue, según esta real presencia de que yo gozaba y veía, cada cosa parece se vuelve a su lugar: las narices que no olían ya parece que dicen qué buen olor dejó el rey; ¿no advertís qué nos dijo?, ¿no ven lo que nos quiere? -Pues, veamos, ¿cómo eso no lo echastes de ver cuando el rey estaba aquí? -Señor, cuando estaba aquí, arrebatóse toda el alma tras sí, y así parece que o no le daba lugar a pensar lo que ahora que ya no lo vemos ni lo gozamos. Lo propio digo yo: que cuando el alma goza de aquella unión y siente que allí está Dios, toda ella queda enbebida, enpapada en Dios. No hay que preguntarle nada ni al entendimiento qué sabe, que os dirá que nada. De donde algunos quisieron decir que, cuando el entendimiento padece esta suspensión, que no entiende, y sí hace, sino que fue tan p alta que no la conoce por no ser su ordinario modo de conocer, etc. Pero, después que cesó este gozo y sentimiento de esta real presencia de Dios, porque se escondió o absentó según esta operación, cada cosa se vuelve a su lugar y veréis qué de cosas conoce el entendimiento, qué de ello parla q, dice y enseña a la voluntad. Lo cual no lo dijera si primero, cuando el alma gozaba de aquel bien, no conociera. Pues digo que en esta ocasión conoce esta alma en sí r una certidumbre que dejó Dios de la consolación pasada sin salir a buscar ni escudriñar s fuera de casa el spíritu que nos mueve a hacer la tal obra.
9. Donde hay peligro y necesidad de gran cuenta en escudriñar el spíritu que nos mueve a hacer una cosa es cuando en un alma falta todo lo arriba dicho y que la lleva Dios por un camino muy ordinario y que, no tiniendo tantas ayudas de costa interiores, como flaca se podría dejar engañar de sí propia, a quien algún spíritu no bueno le moviese al ejercicio de la tal obra o de las cosas exteriores, las cuales es muy ordinario engañarnos, dejándonos llevar de su hermosura o afición. La cual dentro de nosotros mueve un gusto particular [17v] de acudir a ellas que nosotros llamamos celo. Y si a la hechura o ejercicio de estas obras nos mueven solas las criaturas, esta afición causada de su hermosura será celo de las criaturas. Pero si, abstrayendo de esta afición y de esta hermosura, sintiéremos en nosotros un deseo de acudir a aquello -el cual deseo no tiene su respecto y paradero en esas criaturas, sino que nos vino por otra parte-, será spíritu diferente, digamos que es spíritu bueno. Este puede ser en dos maneras: uno se manifiesta por sí, otro mediante las criaturas. El que se manifiesta en sí sólo parece que trai por fin y objecto de aquella buena obra el ser Dios glorificado. El que se manifiesta mediante el remedio y aprovechamiento de las criaturas, trai por objecto el t ser Dios glorificado en ellas, cuándo más, cuándo menos, según Dios se esconde o manifiesta
en las tales criaturas. Que trata Dios con los hombres según los halla dispuestos e inclinados. Que si los halla spirituales y dispuestos para el conocimiento de sí propio en spíritu, así se manifiesta y communica. Si los ve inclinados a obras exteriores y poco dispuestos para u el conocimiento de las spirituales, pónese Dios en las criaturas y en ellas mueve a la persona que quiere inclinar al reparo y remedio de ellas sentándose y puniéndose en ellas.
10. Ayer me decía una persona grave: "Padre, no sé qué se tienen sus frailes, que los amo y los quiero sin medida y les daría el alma". De manera que, según sus palabras, conocía y veía que el Spíritu de Dios se habíe puesto en las criaturas para que las v amaran, para sacar de aquel amor algún fin particular de que yo ahora no trato. Y así digo que a esta tal persona y a las semejantes no les tira Dios la piedra de golpe, sino de recudida, porque pudo ser no hallarlas dispuestas para enseñarles spiritualmente a amar lo que era bueno por razón de aquellos fines que Dios pretendía en esta persona, a quien movía que amase a nuestros frailes.
11. Vamos ahora al conocimiento de este amor y afición que la persona toma a esta obra [18r] para conocer este espíritu ser bueno. Digo que ora este espíritu nos induzga a la tal operación en sí o en las criaturas, luego conoceremos y echaremos de ver si me busco yo a mí propio o si busco criaturas y su granjeo solamente sin otro respecto más alto, o si busco criaturas en orden a Dios, o si busco a Dios solamente, cuyo querer sólo deseo ejercitar y hacer, porque entiendo es suyo y en ello se agrada. Diránme: Hermano, ¿cómo podré conocer si es amor propio o de criaturas o de Dios? Digo que a estas personas que lleva Dios por este camino ordinario que no conocen en las causas, ha menester pasar a los efectos, los cuales suele el demonio encubrírnoslos cuando en ellos hemos de conocer su malicia y procurar nuestra enmienda. Y así, si a uno le parece que servirá a Dios ocupándose en algún officio, vaya con el entendimiento pensando y discurriendo en los trabajos que en él se le han de ofrecer y piense si en ellos tendrá paciencia y sufrimiento. Y cuando se vea muy afligido, si buscara sólo su consuelo en Dios y que tras estos pensamientos no se le descubren otros de gusto, de regalo, de vanagloria y presunción, haga cuenta que queda probado el spíritu y que será bueno.
12. Torne y haga otro discurso de parte de las criaturas que a esa obra le mueven y mire si, cuando las tenga obligadas con obras admirables en su provecho, si se encarnizará en ellas y querrá de ellas la paga y el agradecimiento o con palabras w o con obras, y luego juzgue que no es buen spíritu. Si por el contrario, después de haber puesto su vida por ellas le parece y x allá dentro Dios, fidelíssimo Padre, le da un conocimiento en que se ve desasido y despegado de ellas y que en ellas no halla premio ni paga y, antes siente en sí un recelo y temor de ver que se baja a tratar con las criaturas que le pueden pagar sus
miserias y aun acarrearle menoscabos de lo que él por otra vía podía alcanzar, entonces júzguelo por buen spíritu y procure desechar cualquier miedo, asombro y titubeación y pídale a Dios lo vista de nueva fortaleza y confianza en Su Majestad. Y con este sancto temor y desasimiento de lo de acá y puestos los ojos en Dios, acometa y enpiece su obra [18v] y esté cierto nuestro Dios, que le puso en la guerra y batalla, le dará la victoria de lo que comenzare, saliendo con muchos despojos y bienes, unos para las criaturas y otros para el criador, no quedándose sus manos vacías, sino con muchos aprovechamientos.
13. Dije denantes que anteponía Dios el bien común al bien particular en la hechura de las obras que Su Majestad enpezaba y que esto tenía necesidad de alguna declaración z acerca del propósito a que decíamos. Para lo cual quiero que notemos aquello que la Scritura dice de la hechura y dispusición de los scalones y gradas que tenía el propiciatorio a que estaba en el templo de Salamón. Que junto con tener de una parte y otra sus pasamanos, a que el sacerdote se asía para haber de subir, tenía en medio unos leoncillos 1, figura todo de la subida que hace el hombre a quien Dios escoge para alguna obra particular. Que siendo su vida buena, justa y sancta, como de templo y casa de Dios, y en propiciatorio por donde más se va llegando a Su Majestad y dándole pasamanos, que es la ayuda de costa que ha menester para no caer, hay enb medio leones, que son estorbos ec inconvenientes que le detienen y quieren estorbar para que no suba o que, si subiere d, que le perturben e. Pues digo, como arriba queda dicho más largamente, que en este viaje suele esta tal persona f desmayar y caer. Y estas caídas no han de ser ocasión para que Dios detenga toda la obra y que por defectos y culpas particulares haya de detenerse el raudal de su g misericordia h que venía envuelta en la tal obra. Decir que la obra común se ha de anteponer a la particular, eso de suyo está claro i, porque la tal obra en común no fue capaz de malicia ni culpa y no era razón que pagase quien no tiene culpa por el particular que la tuvo en no proceder y executar los pensamientos de Dios por el arancel y orden que se le había dado.
14. Más: que estas culpas que suelen cometer estas personas particulares a j quien Dios escoge para esta tal obra, suelen ser culpas misteriosas k. Que ésta es doctrina llana, el dejarlos Dios muchas veces, para que se humillen y conozcan en la hechura de la tal obra qué poca parte de su parte tienen en ella, pues de su cosecha no tienen sino culpas y peccados y que [19r] allí sólo hay de Dios obras y
maravillas. Pero como la obra en común no tiene de qué ensoberbecerse, porque ella no se hizo ni se ayudó, sino que de fuera le vino todo el bien, quedando su hechura cierta e infalible y libre de culpa, decimos que queda antepuesta a la persona particular que en ella entendió.
15. Bien podríamos poner un exemplo. Toma un carpintero una hacha para desbastar un banco, en cuya obra la hacha se desboca y padece. No porque se melló la hacha, aunque fue de valor para aquella obra, se dejó de hacer el banco. Y podríamos decir que aunque la hacha es de valor y estima para el carpintero, antepuso la hechura del banco a la consideración de la hacha, pues, no obstante los detrimentos que habíe de padecer en aquel exercicio y trabajo, se hizo el banco y llevó adelante la obra. Lo propio digo yo que, aunque estime Dios a un hombre que toma Dios por medio para alguna obra común, estima y tiene en más la obra que al tal hombre, pues aunque se desboque y melle y caiga en defectos y faltas, no por eso deja Dios de llevar la obra adelante.
16. Dije denantes que suele Dios dejar caer a estos tales hombres que toma y escoge por medio para lo que Su Majestad es servido, para humillarlos y darles un verdadero conocimiento de lo que son. Ahora añado que, como el fin de Dios es humillarlos, siempre que esto lo puede Dios hacer a menos costa del tal hombre, lo hace. Como si un padre quisiese humillar y sujetar a su hijo, llano es que primero lo asombraríe, reñiríe y corregiríe, y, a más no poder, darle hía el castigo, unas veces fingido y otras veces verdadero. Es certíssimo que a estas tales personas hace Dios con ellas mill ensayos para humillarlas antes, como dicen, de venir a las manos, porque como fue Dios el que las puso en aquella ocasión, de la cual el demonio y mi mala inclinación sacan y toman otra ocasión, que es l de ensoberbecerse, compadécese Dios y procura atajar los medios por donde a la tal persona le puede venir esa ocasión de soberbia, sin que sea a tanta costa como es algún peccado y ofensa hecha contra Su divina Majestad.
17. El atajar y estorbar los medios por donde [19v] puede entrar aquella soberbia, lo hace m, como digo, humillando. Y esta humildad la ocasiona Dios de muchas maneras. De la cual pienso he hablado en otras ocasiones y así creo no será menester detenernos ahora más de apuntar los modos con que Dios humilla a esta alma. Digo que unas veces es con pensamientos muy altos de las mercedes que recibe de Dios y, juntamente, de cuán poco los merece, y que si Dios hace aquellas obras y usa aquellas maravillas por aquel camino es por secretos suyos que yo no los alcanzo y con acuerdo no me los descubre. Sólo muestra y enseña que da grandes cosas y que no merece recebirlas por su grande miseria y lo poco que es. De aquí le nace una grande confusión n, miedo y temor de dónde han de parar tales y tantas cosas como Dios o obra y hace con una vil criatura.
18. Demás del conocimiento de estas cosas, digo que también la humillan ellas propias porque las mercedes y bienes que Dios da y pone en un alma tienen ser y entidad. Pues digo que el peso de las cosas que se reciben apesgan y humillan a esta alma, que no se atreve a levantar los ojos a lo alto porque ellas de suyo son de tal calidad y naturaleza que en el alma hagan esa operación. Como el árbor cargado de fructa, lo primero, si fuera capaz de conocimiento, le había de humillar el haberle dado Dios tanta y tal fructa, que tiene tal valor, sabor y color, y, demás de eso, el peso de la propia fructa tiene tal calidad que ella propia abaja las ramas p y la abate al suelo. Es certíssimo que un siervo de Dios, cargado de bienes, sin andar siempre especulando lo que le dieron y recibió, los propios bienes engendran en él una humildad tan profunda que siempre anda deshecho y anichilado a sus ojos y desea estarlo a los de los hombres. Si me dicen cómo sé yo que estos dones recebidos de su naturaleza engendran y paren esta humildad, digo que lo sé no porque la virtud de la humildad la conozca yo en sí, sino porque conozco los efectos intrínsecos y esenciales de la humildad en esta tal alma, los cuales efectos nadie se los puede hurtar para obrarlos por ella.
19. Otros caminos hay por donde Dios interiormente hace q a esta alma humilde, pero déjolos porque me he salido del intento, que fue tratar cómo Dios antepone el bien común al particular, permitiendo en el particular [20r] caídas y no consintiendo menoscabos en el bien común. Aunque podríamos decir que, si el permitir Dios caídas en este particular es para más humillarlo y mayor bien suyo, que no lo antepuso el bien común sino que a todos los amó y quiso en un grado, y que no quiso este bien común con daño y detrimento de esta persona, pues estos daños presentes en que permitió cayese fueron enderezados a mayor bien suyo. Y así, en orden al fin, el bien común y el bien particular fue siempre pretendido de Dios, porque su bondad y misericordia es tan grande que no quiere bien ajeno con daño particular nuestro, y si lo permite, como decimos, es para más humillarnos, conocernos y preservarnos de otros mayores daños que la soberbia nos podía acarrear.
20. Ahora, pues, digo que permite Dios, con estos fines que quedan dichos, defectos y faltas de muchas maneras en la tal persona, que quiere y desea Dios que sea muy humilde. Digo que los permite de muchas maneras porque, en estos males, unas veces aprieta o afloja la mano, según el alma tiene necesidad del remedio y atriaca para la preservar y conservar sin daño de soberbia. Y pues tratamos de azote y mal de culpa, digamos de las muchas maneras que esto puede ser y pongamos para la primera explicación un exemplo que el propio exemplo nos sirva y declare unas culpas que nos atemoricen y asombren, para que con ese asombro aborrezcamos el peccado. Está un hombre siervo de Dios -que de éstos vamos siempre hablando-, está este hombre
durmiendo y sueña que cai en un peccado y, como es sueño que en él no está libre, vese necesitado al cumplimiento de aquel peccado soñado, que de él no puede huir. En el propio sueño gime, llora, se acuita, recibe pena y, en el propio sueño, sueña cómo lo ha de confesar y hacer penitencia de él. Cuando dispierta apenas puede creer que fue sueño -porque lo mucho que se teme está lejos y parece que está en casa-, está dispierto y llora el peccado soñado envuelto y dissimulado en el sueño.
21. Pongamos de esto otro exemplo. Sueña uno que lo coge el r toro y que quiere huir y no puede. ¡Qué fatigas le vienen y toman el sueño! Y después de dispierto, ¡qué miedos le quedan del toro que soñó! Sólo mentarlo por muchos días le train el sueño a la memoria y le melancoliza. Pues esto hace Dios muchas veces [20v] con sus siervos para que teman y se humillen, que los deja que en sueños, cuando no son libres ni tienen culpa, que los coja el toro y que sueñen que pecan para que, llorando el peccado soñado y representado, huigan el toro y peccado verdadero. Como hacen las madres a sus niños, que los atemorizan con cosas fingidas para que no caigan en las verdaderas y les dicen que en el corral está un duende porque no entren allá y caigan en el pozo que está peligroso.
22. Pues digo que esto que hemos dicho que nos sirve para darnos a entender un modo poco costoso que tiene Dios para humillar a sus siervos. Esto propio nos puede servir para exemplo y declaración de otro modo que es más penoso y pesado (y no sé si tengo de decir algo, ya tengo dicho que todo lo sujeto a la fee, sancta corrección y enmienda). Pues digo que puede Dios dar un sueño o una ocupación interior tan vehemente, séase de bienes, séase de males de pena, que sin acuerdo del alma el cuerpo haga algún disparate que, por afligir Dios el alma, sin ser culpa, atormente Dios a la tal persona con cosa que tanto aborrece. Pues como este tal ve claramente en su casa un león y no echa de ver si es el pellejo solamente lleno de paja o si es león vivo, no le falta sino perder el juicio, y no hay garro que tanta pena le dé. Y este tal ha menester grandes ayudas para desechar la melancolía que percibe, si peccó o no peccó.
23. Estoy por poner exemplo en un religioso que yo conozco, el cual, por enfermedad interior, habíe venido s a tanta flaqueza exterior que caía en algunas aparencias de culpas sin se poder ir a la mano, las cuales le causan tanto dolor y pena que si luego no se confesase acabaría. Pero pienso certíssimo lo permite Dios en él con falta de libertad para granjear su alma con particulares t grados de humildad u. Y el demonio, como tan astuto contrario nuestro, en aquella ocasión, ya que no le puede hacer perder el alma -porque juzgo que aquellas cosas en él no son libres-, aprieta los cordeles para hacerle siquiera perder el juicio y que no se aproveche [21r] en bien, sino en mal y detrimento suyo, lo que Dios permitió para su aprovechamiento. Este
pienso que es un caso muy dificultoso y muy metaphísico que nadie podrá juzgar más ni mejor de él que la propia persona, cuando Dios le haya soltado el alma de las prisiones en que estaba que le detenían y quitaban su libertad. Que es como el que sueña, que no sabe ni conoce si peccó o no peccó hasta que está libre del sueño y dispierto.
24. Bien entiendo que habríe alguno que ahora me preguntara qué sueño es este segundo de esta persona y qué ataduras las que le quitan esta libertad. Y no sé yo si acertaré a decir algo de eso. Lo que supiere. Digo que unas son enfermedades corporales, el cerebro perturbado, la cabeza desconpuesta, de suerte -digámoslo en una palabra- que está loco y él no puede persuadirse a ello porque hace muchas obras de cuerdo. Pues como se ve hacer obras de cuerdo y que los otros no lo llaman loco, piensa que está libre cuando comete y hace aquellos disparates y culpas y piensa que pecca. Y esta aprehensión lo aflige y maltrata y le sirve de azote y pena con que Dios lo humilla para otro tiempo.
25. Podrían estas ligaduras y falta de libertad en una persona ser v y venir de alguna causa extrínseca, la cual él no sabe ni conoce. Como, digamos, que permite Dios a esta tal persona, de quien decimos desea agradar a Dios y Dios la quiere humillar, que alguna mala mujer la hubiese ligado y atado w para que hiciese tales y tales culpas y que las hace y comete privado de su libertad. Díganme, ¿qué sentirá esta tal persona cuando se vea algo más libre y conozca que hace lo que tanto aborrece y Dios le ha dado a entender en otro tiempo era grandíssima ofensa contra Su divina Majestad? Y como este tal no sabe ni conoce las ligaduras que le han puesto y echado, más se le acrecienta su pena porque piensa haber más de libertad y voluntad, siendo verdad que no hay más de la aparencia, porque, si se x viera libre, mill veces perdería su vida antes que hacer una mínima ofensa [21v] contra Dios.
26. ¡Seas tú, Señor, mill veces bendito! ¡Y si valiera a hablar más y alargarme en esta materia, y qué dijera de cosas! Basta apuntarlas y decir que estos medios que toma Dios para humillar con cosas así fingidas y disimuladas, lo hace el demonio y pone gran solicitud en ello para que con semejantes representaciones a esta tal alma que así es temerosa de Dios la detenga en lo comenzado y le sirva de darle, si puede, traspié y que no pase adelante, pareciéndole que está dejado de Dios, pues en cosas semejantes cai; y es certíssimo lo dejaría todo, persuadido de esta diabólica tentación y traza, si la bondad de Dios, allá en lo escondido del alma, no le mostrase lo poco y y nada que en semejantes apariciones de culpas tiene. Y esto, dándole a conocer una ley allá z dentro bien diferente de la que acá fuera está en los miembros 2. Los cuales, por justos juicios de Dios, Su Majestad los ha entregado a
satanás para que con sus enbustes y hechizos haga de ellos a su mandado, tiniendo Dios por fin de todas estas cosas el afligir a la tal alma, penarla y humillarla con cosas aparentes.
27. ¡Oh buen Dios, y qué aflición es ésta tan grande! No sé a quién poderla comparar sino al demonio que se le dio al glorioso Pablo que le atormentase y abofetease y que le fuese y sirviese de estímulo de carne 3 y que pueda decir un tan gran sancto que siente leyes diferentes en lo de afuera que repugnaban y contradecían a las leyes y querer de adentro 4. Y lo que yo voy diciendo de falta de voluntad y querer que en lo de afuera puede tener esta tal persona, también parece que nos lo muestra san Pablo en aquellas palabras que dice: Datus est michi stimulus carnis, qui me colaphizet 5; un demonio que me abofetea. Esta palabra a, bofetón, arguye dos cosas: la primera, falta de libertad y poder defenderse deb los bofetones el que los recibec. Porque a los niños castigan con semejantes penas, darles bofetones, los cuales, por ser niños, no pueden escusarlos. Y así san Pablo, para estos bofetones que el demonio le daba, era niño que de ellos [22r] no se pudo defender, pues rogó a Dios tres veces que le apartase y quitase tal demonio; y no se lo quiso quitar, sino que le mandaron sufriese y tuviese paciencia 6. Lo segundo, dar un bofetón dice afrenta, deshonra. Y no hay cosa que más se sienta en el mundo que un bofetón, porque es cosa que toca a la honra, la cual se estima en más que la hacienda y la vida. Y decir san Pablo que aquel ángel de satanás le abofeteaba nos dio d a entender cuánto sentía aquel estímulo de carne, que no sintiera tanto perder la vida, pues lo pesaba con lo que se puede pesar y sentir un bofetón. Pues lo propio digo yo. Cuando Dios quiere humillar y mortificar al que Su Majestad es servido, dale un demonio que le abofetee, vuélvelo niño imposibilitado de su defensa, pues permite Dios y consiente que a la tal persona, de quien vamos hablando, la liguen y aten de suerte que no se pueda defender de los tales bofetones, que los siente más que si perdiera la vida, pues son bofetones que llegan y se sienten como perder la honra.
28. ¡Seas tú, Dios mío, bendito, que esto se puede hacer para mayor bien de esta alma y son modos exquisitos y estraordinarios para humillar y extraordinariamente a la tal alma que Dios es servido de tomarla por instrumento para cosas particulares! Digo aquí otra palabra, y es que estos males de pena se pueden causar siendo sólo el ministro de ellas satanás, que, invidioso de nuestro bien, procuró acometer por aquel camino a ver si por allí podía divertir del viaje que Dios pretende. Puede también ser alguna mala criatura humana, la cual con pactos de satanás, pretenda hacer estas cosas. De todo esto pudiera poner particulares exemplos, pero no quiero cansar ni declararme más.
29. También suele Dios humillar a esta tal persona con los peccados ajenos, puniéndole en la consideración una relación y respecto a ellos. Que siendo ajenos los juzga y piensa que son propios suyos. Como si e la tal persona es prelado y hace su deber, viendo por otra parte peccados [22v] en los súbditos, piensa que él es causa y que por los propios suyos deja Dios caer a sus súbditos en otras culpas y peccados. Y de esto suele venir a tomar tanta pena que si por otras vías Dios no lo consolase o remediase, el demonio, que esto aviva, saldríe con la suya, que era estorbar en el camino comenzado a esta tal persona, no sólo con los tropiezos fingidos que hemos dicho, sino con los tropiezos ajenos.
30. Otras veces humilla Dios a esta tal persona dejándola caer en culpas verdaderas, no para dejarla en ellas, sino para que de ellas se levante con más fervor, más y mejor se conozca cuán poco es de su parte y cómo, si Dios no anduviese de por medio, no se haría nada de lo que en materia de bien se pretende, pues de su parte en aquellas caídas se conoce no sólo no ser poderoso para el bien, pero, si Dios no le ayudase, tampoco lo es para evitar el mal.
31. Pues, en todos estos sentidos, digo que es muy ordinario anteponer Dios el bien y obra común al bien particular de la persona que escoge para eso, no porque Dios no lo pretenda este bien particular -pues es cierto cuando Dios toma a una criatura por instrumento para alguna obra la deja mejorada y levantada-, sino que la persona particular tiene necesidad por su flaqueza de llevarla por aquel camino, como queda dicho f.