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San Juan Bautista de la Concepción
Obras III - S. Juan B. de la C.

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[CAPITULO 6 CÓMO DIOS CALIFICA NUESTRAS OBRAS]

 

  1.  Bien pudiéramos sacar de aquí algunos notables o declarar más algunas cosas que aquí quedan amontonadas. Lo primero, cómo purifica la obra el no mirarla yo, sino que la mire Dios, que es el verdadero calificador y en quien no cabe engaño. Que, en fin, los ojos de Dios no son como los de los hombres, en quien puede haber tanto veneno que mirando una cosa buena de sólo mirarla la distraigan, pierdan y ahoguen. [33v] Y ¡cuántas obras se han hecho que, siendo de suyo buenas, de parte del hombre han salido tan viciosas que en lugar de agradar con ellas a Dios le han ofendido! Como son aquellos ayunos de quien a los hombres se quedan diciendo: ieiunavimus, et non aspexisti 1, etc. Teníanlas ellos tan miradas y perdidas que no quiso Dios poner los ojos en ellas, porque lo que al hombre enllena y satisface eso queda vano y vacío para Dios.

  2.  Ahora pregunto yo. Si fuésedes por un campo donde viésedes muchas yerbas que conocéis, que muchas son de comer y provechosas, y que esta bondad la conservaban o perdían según la intención con


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que vos las cogíades de suerte que, no tiniendo la intención sana y buena, la yerba que era provechosa, por la malicia con que vos la cogíades, se volvía mortífera y dañosa, díganme por charidad, ¿con qué miedo y temor llegaríe este hombre a coger estas yerbas? ¿Quién duda que, sabiendo que aseguraba este peligro con no poner los ojos en las yerbas sino en Dios, que las crió para bien y sustento del hombre, que con una grandíssima continuidad no procuraríe pensar en Dios y quitar el pensamiento de las yerbas, pues ese pensamiento, como de criatura variable, se varía y unas veces saldría bueno, cierto y sin engaño, y otras turbio y errado y ocasionado a que la yerba buena no lo fuese o, por ser muy torcida su intención, fuese yerba mala? Ojalá yo supiese aplicar esto.

  Las obras que los hombres hacen cogen su bondad o malicia de la bondad interior con que se obran o de la intención torcida y depravada, de suerte que, llegando un hombre a ocasión de obrar, se le ofrecen muchas cosas buenas, como es -pongamos exemplo en las cosas exteriores- dar limosna y ayunar. Esta limosna y ayunos cobran su valor de la charidad con que lo uno se hace y del deseo de refrenar el cuerpo con que lo otro se obra. Pero, siendo el hombre tan flaco y tan variable, podría en breve torcer esta intención y dar la limosna con algún mal fin y ayunar con deseo de parecer bien a los hombres. Cata aquí las yerbas buenas y provechosas vueltas viciosas, dañosas y mortíferas. Pues ¿qué remedio para nos asegurar de la bondad de estas obras? Digo que el seguro nos vendría de poner la intención en Dios, que es firme fundamento por quien todo lo bueno se obra y de quien desciende el valor y precio de lo que hacemos.

  3.  Y si no, díganme, ¿dónde se le parece y está mejor un anillo de oro con una rica perla: en manos y dedos de un rústico o en manos y dedos de un príncipe? Es llano que la grandeza de las manos hicieron subir la grandeza y hermosura de la [34r] perla y anillo. Pues ¿quién no considera que vestirse el hombre a sí propio con las obras que hace que tendrá el valor y estima de quien se las vistió? Y así es yerro, en la hechura de nuestras obras, no enderezar la medida de ellas a Dios y para Dios. Si los officiales en sus officios sólo hubiesen de trabajar para sí y para sus casas, llano es que el albañirb, en haciendo una casa, no sería más albañir. Y el ropero en haciendo un paño y el carpintero en haciendo un banco y el platero en haciendo un aparador, no trabajan para sí, sino para venderlo, y con esto siempre están con codicia, porque el platero, que labra oro y plata y lo llevan fuera y se queda él con una jarra de barro en que beber, viéndose pobre, cada día trabaja con nueva codicia y deseo de hacer más. ¡Ay, hombres, y cómo el cesar de las obras de virtud tan presto pienso proviene de que trabajáis por vosotros, para sólo vuestro servicio y agrado, y así presto os enllenáis y dais por satisfechos! Pero el justo, como discreto tratante y mercader codicioso, labra y trabaja para Dios, que es el que compra


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y lleva las hechuras de nuestras manos, de suerte que, después de haber trabajado el hombre meses y años, mirándose a sí se halla siervo inútil; y cuando mucho, después de haber hecho obras heroicas, dignas de Dios y de ser puestas y contadas entre los vasos y piezas que se ponen en los aparadores reales, halla en su casa un vaso de barro y pieza quebradiza, un hombre de polvo y ceniza; y viéndose a cabo de tanto tiempo así pobre, cobra nueva codicia, nuevo brío y deseo de aprovechar.

  4.  ¿De dónde les vino tanto mal a los arrendadores de la viña que dice el Evangelio 2, sino que labraban y cultivaban la heredad ajena para sí propios y ellos la desfructaban y se aprovechaban del fructo y principal, sin querer acudir a su dueño con lo que debían? Y así como se vieron ricos con la hacienda ajena, determinaron de hacer guerra, como poderosos, a los siervos y criados que venían enviados del dueño verdadero a cobrar los censos y réditos. Así a unos apedrearon, a otros maltrataron, y llegó la desvergüenza a tanto que hasta quitar la vida al hijo, heredero del mayorazgo y heredad que ellos tenían. De donde por justo castigo fueron perdidos y desolados y quitados del trato y heredad que habían tenido. ¡Qué de ellos hay en el mundo que, si considerasen que lo bueno que hacen es de Dios y a él se le debe el fructo de nuestra alma y de nuestras potencias -que son los sarmientos que proceden de esta vid, la cual en tanto da buen fructo [34v] en cuanto está pegada como sarmiento a su Dios, según lo que Cristo dice por san Juan 3-, llano es que nos humillaríamos como pobres y como tales granjearíamos y pagaríamos fructos dignos de penitencia ac cuyo es el principal! Pero ciegos y perdidos, queremos gastar en nuestro servicio y agrado lo que es ajeno y, no haciendo cuenta de lo mucho que debemos, sino llenos con lo poco que obramos, queremos luego holgar, descansar y triunfar con las obras que por ser de Dios son buenas.

  5.  ¡Qué de ellos hay perdidos en el mundo por haber tomado rentas ajenas y habérselas comido y consumido en sus personas! No se acuerdan del día de la cuenta, cuando no tiniendo hacienda con que pagar pagan en los cuerpos y mueren en perpetuas cárceles. ¡Oh mis hermanos (que no sé si acierto a aplicar esto), y cuánto nos importa conocer y saber que todo lo bueno que en nosotros se halla es hacienda ajena y rentas que las puso Dios en nosotros, de que se nos ha de pedir cuenta estrecha! Y si esto pensamos, cómo gastamos estas obras en nuestro servicio y agrado, ¿para qué las consumimos puniendo los ojos en ellas como propias, pareciéndonos estamos ya llenos, siendo verdad que siempre estamos pobres y menesterosos, pues así lo está quien de bienes y hacienda ajena se quiere adornar y componer? Demos lo que es de César a César y lo que es de Dios a sí 4. Lo que es nuestro tomémoslo por nuestro y lo que de Dios démoslo a Dios.


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Diránme: ¿Qué es nuestro? Digo que Dios es nuestro: Ego Dominus Deus tuus 5, y nuestras obras son de Dios. ¿Qué mayor bien quiere el hombre que tener a Dios? ¿Para qué quiere la poquedad de las obras de sus manos, y más que no son suyas, sino ajenas?

  6.  ¡Oh traidor Lucifer, y si esto lo entendieras y lo obraras, y qué rico y bienaventurado quedaras! Quisiste hacer lo ajeno propio y, pareciéndote que estabas rico y poderoso, siendo falso -que no estabas, sino pobre, pues lo que tenías no era tuyo, sino de Dios-, quisiste hacer guerra al hijo heredero de Dios, quiriendo con bienes y hacienda ajena tener señorío y mando y levantar tu silla donde a sólo Dios se debía aquel asiento. De ahí vino que justamente te despojasen de lo que te habían dado y era ajeno, dejándote con tus propios. Los cuales no fueron bastantes para te valer en tiempo de tanta necesidad y guerra como contra ti se levantó en el cielo, sino que dieron contigo en los abismos y quedaste destituido de tanto d bien, pobre y miserable 6.

  7.  [35r] ¡Oh qué gran cosa es el propio conocimiento, hermanos! ¡Oh qué gran cosa es obrar apriesa y darlo todo a Dios, que él nos lo guardará con buen seguro y en el día del juicio pagará muy bien nuestro jornal y sueldo! ¡Oh qué gran cosa es no buscar nuestro agrado en nuestras obras, sino el gusto de Dios! ¡Oh qué gran cosa es la sancta codicia entre los justos, que les nace de ver que todo cuanto hacen es de Dios! ¡Oh qué dichosa hambre de los que con nada se dan por satisfechos, sino que obrando una cosa ya tienen la intención en otra, no viendo la hora de acabar una para enpezar otra! ¡Oh de cuánta inportancia es para religiosos de nuestra profesión pedirle a Dios eleve y levante a sí propio nuestra intención, que es fin y paradero donde han de caminar nuestros afectos! ¡Oh qué cuenta tan acertada pensar que es hacienda ajena la que traemos entre manos y que no somos señores de ella para desperdiciarla! Estas son las cuentas que apuradas salen en favor del hombre y el hombre queda mejorado en tercio y quinto, pues quedando rico queda por amigo de Dios.

  8.  Diránme: Hermano, ¿cómo es posible que, siendo cosa natural al justo, obrando bien, deleitarse y holgarse en el ejercicio de la obra -como dice Aristóteles 7: que todo agente haciendo se deleita, como los ojos mirando se huelgan y el entendimiento conociendo y la voluntad amando-, le hemos de querer quitar este gusto y contento que la obra e causa en el corazón del que la hace? Y este contento y deleitación engendra y produce una nueva codicia y deseo de más obrar y de más hacer, como al que le sabe bien una comida, por el propio caso que le sabe bien, desea comer más, y así será en el justo el gusto que recibe de lo que es bueno, que le dispertará el apetito para apetecer y desear más. Respondo que holgarse de la bondad de la obra que hace porque en ella hace el gusto de Dios, es bueno, y es lo que hemos dicho, pero


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holgarse de la obra como obra suya y hechura de sus manos no es bueno, que también queda dicho y declarado. Digo más, que en la obra hay algo de material y algo de formal. Holgarse en lo material es de hombres materiales, holgarse en lo formal, que es la bondad que esta tal obra tiene de Dios, es de spíritus angélicos. Digo más, que así como en la obra hay algo de material, que es la corteza y f parte exterior de la obra g, y algo formal, que es el ánima y bondad que Dios le dio, que es quien la vivifica y anima, de esa misma manera en el hombre hay un hombre exterior y otro interior. Este hombre exterior ahí para en su semejante y ahí se queda y en esto de afuera tiene su gusto. Pero el hombre interior no debe detenerse ni pararse en eso de acá fuera, sino pasar a lo formal de la obra y holgarse y regocijarse [35v] en Dios, de quien le vino la tal bondad.

  9.  Pongamos un exemplo. Veis una mujer hermosa de buen talle y con particular h agrado aficionáisos de eso de afuera, quedáisos en lo que es carne, vais perdido. Vela otro que sabe filosophar lo que vamos diciendo. Pasa adelante. En mirándola, enpieza a alabar a su Criador que tal belleza y hermosura pega, da y comunica a sus criaturas. Este tal, olvidado del agrado de la mujer, pasa con su entendimiento y consideración a Dios, cuyo dibujo y retrato es el que tiene delante los ojos. Esto es lo que yo digo, que los hombres no sean narcisos que se enamoren de sí propios en las obras que hacen, sino que cuando las vieren buenas pasen los ojos al que les dio aquella belleza y hermosura y enamórense de Dios, que es el que da vida y alma a todas las cosas que las tienen. Que, en una palabra, es decir que sólo pongamos el corazón en Dios y lo tengamos desasido de todo lo criado, que el que esto hace en sola una cosa apriende y sabe todas cuantas tiene necesidad. Pegado a sólo Dios, el mismo Dios le enseña qué ha de amar y qué ha de aborrecer.

  10. Pienso es ya tiempo de volvernos donde salimos. Paréceme que todo esto hemos dicho con ocasión de la mudanza que un alma en sí siente, según diferentes tiempos, y que esta mudanza de verse a su parecer con menoscabos de los mejoros que antes sentía le pudo provenir de algún fundamento y grado admirable de perfección, porque siendo elevada y levantada o absorta en Dios, todo lo que en sí podría ver o mirar se le desapareció y deshizo, como decimos, entre manos. Porque ésta es doctrina ordinaria y de todos sabida: que cuanto uno más conoce de Dios menos ve, conoce y estima en sí propio, y viendo y conociendo a Dios se aflige y congoja viendo su poquedad y miseria. Y quien ayer, por no ser tan perfecto, le pareció que ya estaba rico con cuatro pensamientos buenos, ya hoy, que se ha levantado a mayor conocimiento de Dios, le parece que está pobre, menesteroso y que cada día va desdiciendo. Como el labrador que en su tierra parece rico y quiere que todos le honren, entrando en la ciudad y corte queda por un patán i, bordonero, villano y hombre de poca consideración.

 


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Así sucede al alma de que vamos diciendo: que mientras más está en sí más rica parece y más estima quiere que hagan de ella, pero saliendo de sí y entrando en Dios, conócese por villana, pobre, baja y despreciada. Y así digo [36r] que las quiebras y menoscabos que esta tal alma tiene, nacidas de este nobilíssimo principio, son admirables, son de grande estima y consideración y actos particulares de humildad.

  11. Y no sin razón los llamamos menoscabos, porque conocerse el hombre por el cabo proviene de conocer a Dios y conociendo a Dios siempre parecen menos. O si no, digamos que el hombre, considerándose en sí, parece pozo hondo y mar sin suelo y cabo, pero mirado este hombre dende lo alto de Dios vénsele muy cerca los cabos y parece ser menos de lo que pensaba. Como un hombre j metido en un barquillo, al pasar una laguna o brazo de mar, no le ve cabo ni descubre tierra, todo le parece mar profundo, sin suelo ni cabo, pero subido en lo alto de la gavia, bien cerca ve tierra, fin y cabo de su grande mar, y halla ser menos de lo que pensaba. De esa manera, el hombre enbarcado en sí propio, barquillo corto, si dende sí se mira a sí, a sus obras, pensamientos y palabras, ya le parecerá mar grande y que son obras que no hay quien las apee, pero si se enbarca en Dios y se sube con el conocimiento a lo alto de esta gran bondad y dende allí se mira, hallará que no es oro todo lo que reluce y que cerca de sí y en sí k descubre tierra y halla suelo, y finalmente halla l todo ser nada lo que antes parecía mucho. Y así digo, cumpliendo ya con esto, que la consideración de estos menoscabos en esta persona, nacidos de este m altí­ssimo fin, es llano que le son de gran consideración a esta persona y es señalada merced que Dios le hizo.

  12. Puede haber otra razón por qué permite Dios en esta persona que así toma por instrumento para lo que es servido, siéndolo de ocuparla en cosas grandes y de gran consideración, caiga en algunos defectos y faltas, según los cuales decimos, como queda dicho, la obra común antepuesta a la particular. Y es que, así como cuando un navío se engolfa en alta mar ha menester llevar más lastre y peso para su seguro, porque si sólo fuese el casco de navío en lo más alto dél, cargado con riquezas de los pasajeros y con la gente que hace el viaje, iría a grande peligro de trastornarse o que las olas y viento lo llevase por partes torcidas. Así, la industria y sabiduría humana halló este seguro para estos vasos en este tiempo: que en la parte más baja del navío le echan arena y piedra que apesgándole le afierra [36v] y asegura de muchos contrastes que le pueden venir de las mudanzas y alteraciones del mar.

  13. ¿Quién duda ni dificulta que este mundo es un mar tempestuoso, sujetos los que por él caminan a mill peligros, daños y perdiciones? Pues escoger Dios a un hombre para cosas grandes es cargarlo de riquezas para que, engolfado por en medio de este mundo, camine para Dios. Las cuales riquezas no hay dudar sino que van puestas en la parte superior del alma y entre estas riquezas van los pasajeros que


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puso Dios al cargo y cuenta de esta persona, según lo que dice David: Imposuisti homines super capita nostra 8; sobre nuestras cabezas, en lo superior de nuestras almas, que es el entendimiento, voluntad y memoria, potencias según las cuales siempre nos hemos de exercitar en el bien y provecho de las almas que Dios nos ha encargado amándolas n y quiriéndolas, tomando a nuestro cargo sus fatigas, alumbrándoles sus ignorancias y trayéndolas siempre delante de nuestros ojos, que son los ejercicios de todas tres potencias. Y junto con tenerlas a estas personas a nuestras cuestas, sus bienes, desengaños, aprovechamientos y virtudes, suele Dios hacer un depósito o resumpta o recopilación en el alma de la persona, que él es en quien como en barco pasasen. Pues Dios, cuya sabiduría es eterna y en sus obras no puede haber faltas que provengan de ignorancia, viendo que esta tal alma así cargada por en medio de este mundo, donde muchas veces se le han de levantar tormentas inopinadas y ofrecérsele peligros en camino de tantos contrarios, quiso asegurar este navío, aferrarlo de suerte que no se lo lleven las olas que le combatieren. Y para esto proveyólo de penas, trabajos y aflicciones y desconsuelos allá en lo fondo de su alma, que le sirvan de lastre y apesguen la persona. De suerte que quien la viere así atribulada y afligida sea mucho que no la juzgue por alma peccadora y menoscabada, según lo que de san Pablo dijeron los [nativos de Malta] cuando vieron que le habíe picado una víbora, que sin duda era hombre peccador 9.

  14. No quiero tratar de los bienes de semejantes trabajos, que dejo dicho mucho en muchas partes. Pero a nuestro propósito digo que, si esta alma con estas penas no la tiene Dios del todo segura, es cierto desea tanto su bien y el seguro de la cargazón que en ella hizo que, aunque sea [37r] a mucha costa, le acude a su remedio, como es permitir que caiga en algunas faltas y peccados. Los cuales le sirven de peso y lastre, la aferran y humillan de suerte que, si la presunción y vanagloria la quieren llevar a todos vientos, el conocimiento de sus culpas la tienen tan humillada que le hacen tener, como dicen, a raya y que esté segura. Porque, según razón y justicia, ¿de qué se ha de ensoberbecer y dejar llevar un alma que si se mira a sí lo que tiene propio es el arena y piedras que, decimos, echan los marineros en lo bajo del navío, peccados y culpas que la bajeza de este hombre con facilidad comete? Y si lo superior del alma mira y en ella halla riquezas, ve que son ajenas y allí van depositadas por el gusto y voluntad ajena aguardando su sueldo de tal pasaje y cargazón. Y así estos menoscabos de esta tal alma con este fin, son provechosos y mejoros, no obstante que losñ que están a la mira no juzguen más de lo que ven por de fuera.

  15. Otra razón podríamos dar y ésta será la postrera, no obstante que sea ordinaria siempre que en los púlpitos se trata de caídas y faltas


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de prelados. Y es que, cuando Dios escoge a una persona para alguna obra común, en ella deposita Dios todos los bienes y remedios de que tiene necesidad aquella communidad. Y cuando es posible que estos remedios que están depositados por speculación o se le dé la sciencia de ellos por práctica, según la grandeza de esta sciencia, se los da Dios. Porque llano es se aplica un remedio con más eficacia y se toma con más confianza cuando está aprobado y esperimentado que no cuando el otro halló en su libro que tal yerba es contra tal enfermedad. Por eso llamó Cristo a sus apóstoles, discípulos y prelados, entre otros nombres, ciudad puesta sobre monte 10 alto p: ciudad que tiene los q remedios y menesteres para todos, alta que con su vista dende fuera está llamando y convidando con ellos.

  16. Pues, entre los remedios eficaces que en esta persona o prelado se han de hallar, ha de ser, uno, consuelo para peccadores, enseñar a confiar, a pedir perdón, a no desesperar por graves peccados que haya hecho, porque eso pide y enseña el officio para que Dios lo escogió: sacar de peccados, enseñar mudanza de vida. Pregunto yo, ¿sería de poca consideración, para confiar y alcanzar lo que digo, a r [Timoteo] cuando [37v] san Pablo le s scribía y decía que él era el primer y mayor peccador del mundo? 11. Díganme por charidad ¿qué peccador tan grave habríe que se fuese desconsolado y sin remedio de los pies de un Pedro que, oyéndole este sancto sus culpas, no revolviese su memoria estándoselas el otro confesando, que no estuviese él diciendo: mayor peccador he sido yo, tú llevarás buen despacho, pues yo lo hallé? ¿Qué hombre tan soberbio y ambicioso volaríe tan alto que, puniendo los ojos en un Juan y Diego 12, no cobraríe confianza de abatirse, abajarse y humillarse?

  17. Perdón de los peccados es el que Cristo, Dios y hombre, vino a publicar 13. Y si por ser Dios en él no se pudo hallar peccado, hallóse semejanza de peccador: In similitudinem carnis peccati 14. Y esto es lo que deben publicar aquellos a quien Dios escoge para obras comunes, donde no sólo ha de haber inocentes que con encendida charidad ardan y amen, sino peccadores que llenos de peccados lloren, no sólo afligidos y desconsolados que busquen alivio, sino cargados que busquen consuelo y recreo. Y así nuestro buen Dios, a cuyo cargo está hacer su ciudad sobre monte alto, esta tal alma procuró poner en ella toda esta diferencia de remedios no sólo por especulación, sino permitiendo cayese y supiese el dolor de un peccador por prática y experiencia. Y así decimos que en cuanto éste cayó quedó el bien común antepuesto al particular; pero, en cuanto esta caída fue de tanta consideración, todos quedaron aprovechados, el común y el particular t.

 

 




a  sigue los hebreos tach.



1 Is 58,3.



b  ms. arbañir



2 Cf. Mt 21,33ss.



3 Cf. Jn 15,5.



c  sigue quien tach.



4 Cf. Mt 22,21.



5 Cf. Is 41,13.



d  sigue p tach.



6 Cf. Ap 12,7ss.



7 Cf. Ethica Nicomachea, X,5.



e sigue obra tach.



f  sigue ex tach.



g sigue de esa tach.



h corr. de partigular



i sigue p tach.



j  sigue subido tach.



k y en sí sobre lín.



l sobre lín.



m sigue altis tach.



8 Sal 65,12.



n  ms. amándola    ñ  ms. a los



9 Cf. He 28,3-4.



o  sigue se es posible tach.



10 Cf. Mt 5,14.



p sigue que tach.



q sobre lín.



r ms. a los de.



s ms. les



11  Cf. 1 Tim 1,15.



12  Cf. Mt 20,20-23.



13  Cf. Lc 24,47.



14 Rom 8,3.



t sigue notable quarto






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