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San Juan Bautista de la Concepción
Obras III - S. Juan B. de la C.

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CAPITULO [24] CÓMO EL PRELADO, EN ESTAS RELIGIONES REFORMADAS, DEBE MÁS ENSEÑAR POR LO QUE DIOS LE ENSEÑA EN LA ORACIÓN Y DE ORDINARIO SU MAJESTAD TIENE CUIDADO DE INSPIRARLE, TINIENDO GRANDES DESEOS DE ACERTAR, QUE POR LO QUE HALLA EN LOS LIBROS QUE ÉL REVUELVE Y ESTUDIA

 

  1.  [112r] Es certíssimo muy pocas veces acaban de persuadirse los hombres a lo que hemos propuesto en este capítulo, pareciéndoles todo ha de ir por las máquinas y quimeras que allá forjan en su entendimiento. Las cuales son como la redomilla de miel que tenía el otro ermitaño colgada sobre su lecho: que, estándola contemplando, pensaba cómo la presentaría a una señora poderosa y que de la limosna compraría un par de ovejuelas y le pariríen y las criaría y vendrían a crecer y multiplicar y él ser muy rico y señor de posesiones y ganados, y al cabo desto fuese a levantar y, al tomar el bordón, quebró la redoma y quedóse sin nada. ¡Qué de veces paran en esto nuestros estudios y silogismos! Bien es verdad que hay ya muchas religiones que caminan más por estudio y razón de estado que por luz del cielo. Y esto es llano que, mientras una religión más tratare de las cosas de acá abajo, ha menester tener el gobierno muy conforme a su trato.

  La ciencia que se tiene destos cielos inferiores es una sciencia muy ordinaria y que de ordinario yerra, porque es acerca de cosas ordinarias de los planetas, eclipses, lluvias, guerras, muertes, etc., pero el conocimiento y ciencia de lo de allá arriba, de Dios y de sus sanctos, es ciencia soberana, divina, sciencia revelada y fee cierta e infalible, porque trata de cosas altíssimas. La religión que tratare de sola su conservación, de cosas de acá abajo, bástale sciencia baja, y ésa no siempre cierta, porque no siempre las cosas nos salen con aquella certidumbre que nos prometemos, pero cuando el trato de una religión sólo es oración, mortificación, penitencia y desprecio de sí propio, es cierto es ciencia la que es necesaria para el disponer estas cosas que la da Dios y la enseña en la oración y la descubre y, si es necesario, la revela, porque trata acerca de cosas altíssimas y de un cielo en la tierra y del ejercicio a y obras de ese cielo. Y así no se contenta Dios con que se dispongan esas cosas con sola la prudencia humana, la cual dice que no es llevadero traer sayal a raíz de las carnes y que es enfermo comer yerbas y beber agua y que es destemplado dormir en el suelo y cosa rigurosa estar siempre encerrados. Quiere Dios regir estas cosas por un conocimiento más alto y divino.

  2.  [112v] Sale un hombre de la oración. Si en ella ha estado como debe, endiosado, todo le parece poco lo que él hace y desea hagan sus súbditos. Si conoce ser cosas grandes lo que hacen, conoce que es mucho más lo que Dios a los hombres ayuda, cuánto más que el


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conocimiento de la grandeza de esas fuerzas que Dios da y desea dar a los que se disponen, todo le parece poco. De donde sale con un brío grandíssimo para animar a sus súbditos y que, todos a una, cada día se procuren mejorar en la virtud y en los medios con que se alcanzan esas virtudes.

  ¿Quién duda que, si en la oración pensó la inmensidad de la gloria y lo que Dios tiene para dar a los que le aman 1, que todo no le parezca poco? ¿Pues qué si pensó lo que Dios hizo por nosotros y lo que nosotrosb le debemos? Ahí será el parecerle poco todas las penitencias que hicieron los ermitaños. O si acaso pensó las penas eternas e inmensas de que nos libramos, commutándolas por estas temporales. Por el dicho que dijo el otro, que siempre traía delante los ojos el juicio, a un su hermano que tenía, porque andaba triste; pintóle el juicio y lo que él imaginaba; púsoselo de suerte que en las cosas temporales lo pudiese él echar de ver y púsole de suerte que cosas rigurosas le estuviesen amenazando y díjole: Ven acá, temerás ahora tú, vivirás asombrado y ¿hacérsete ha mucho la penitencia que yo hago?

  Por estos pensamientos y consideraciones se han de registrar y gobernar las cosas que se hacen en estas religiones reformadas, no por los libros que scribió Avicena, Galeno, Hipócrates, que enseñan que las lantejas son melancólicas, las coles tristes, los pescados flemosos y que cualquier niñería destempla el compuesto; ni tampoco por los discursos que hace la carne delicada ni por el consejo que da el que dice que hay obligación de conservar la salud, como si no fuese mejor emplearla en servir a Dios.

  3.  Digo más: que la sciencia se debe conformar con las cosas que trata, porque poco valen las leyes y sciencia de los letrados para curar los cuerpos de los enfermos y la medicina para salir con un pleito, y la arizmética vale poco para saber contar [sic]. Hase de proporcionar la cienciac con aquello que se ha de tratar. [113r] Estas religiones tratan acerca de cosas celestiales, divinas y soberanas, cosas que, si no son cielo, son medio proporcionado para el cielo, y así es necesario que la sciencia que tratrare de esas cosas sea sciencia proporcionada con esas propias cosas, sea ciencia divina y celestial, sciencia que Dios communica a los que de veras desean agradarle y servirle, sciencia que si tiene su asiento en el entendimiento tiene de su cosecha derramarse y verterse por la voluntad.

  4.  Estas religiones que ahora enpiezan más deben estar en las obras y en el querer que no en el entendimiento y en el deseo, y así han menester sciencia proporcionada. Los letrados y catredáticos que en las escuelas enseñan theulugía a los oyentes, que en esa enseñanza su último fin es informar los entendimientos con nuevos hábitos de aquella sciencia, a estos tales bástales saber la theulugía scolástica simple y pura, pero


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hay otra theulugía, que llamamos mística, que parece que tiene mezclado con esa especulación las propias cosas que representa d y enseña la misma speculación. Yo pienso que theulugía speculativa es saber y entender cómo Dios es inmenso, infinito; la theulugía mística es conocer en Dios esa infinidad, es hallarse la prática con la speculación.

  Pues digo que, tratando estas religiones acerca de cosas que están en el entendimiento y voluntad, es necesario que se gobiernen con ciencia proporcionada, con ciencia mista, mezclada con prática y especulación, y ésta es la que Dios enseña en la oración y en el recogimiento, por quien yo digo que se ha de regir y gobernar una religión que enpieza con aspereza. Debe saber muy bien la theulugía mística para que sepa informar los entendimientos de los súbditos y aficionar las voluntades de suerte que con su especulación dispierte y enseñe al entendimiento y con su prática encienda y abrase la voluntad.

  5.  En la scuela y en los libros enséñase a hablar, en la oración a obrar. Los libros y las sciencias speculativas enseñan leyes muertas y de rigor. Y atento a que esa ley es muerta, no se puede torcer e sino que, grande o rigurosa, así como ella es se ha de ejecutar en el súbdito, pero en la oración trata un prelado con el mismo legislador que hace y amolda [113v] las leyes con las personas que las han de cumplir y executar. Unas saca enteras, inviolables, ásperas y rigurosas, porque así las ha menester nuestro mal natural; otras salen dispensadas porque no las puede cumplir nuestra flaqueza; otras templadas, dulces, amorosas, suaves, a medida de nuestras fuerzas. ¡Qué de veces castigaría un prelado con rigor que, después de haber tenido oración, sale con unas entrañas de padre, perdonando y acariciando! ¡Qué de veces se dejaría llevar de los súbditos acudiendo a sus antojos, que habiéndolos communicado con Dios sale con nuevo brío y ánimo para ejecutar lo contrario, aunque atropelle aficiones y voluntades!

  6.  Esto es lo que yo digo. El libro, por ser cosa muerta, siempre enseña una misma cosa y lo que se aprendió en las f escuelas siempre está de una misma manera, pero el prelado que en la oración studia y aprendió en Cristo, libro vivo que enseña haciendo leyes según la disposición g que cada día uno tiene, unas veces templa lo áspero y otras agría lo blando y dulce. Finalmente, mide conforme la capacidad de cada uno y allí toma el prelado la medida del sayo y vestido del súbdito para no tratarle sobre sus fuerzas.

  ¡Oh buen Dios, si siempre tratasen los prelados los súbditos por lo que Dios les inspira y enseña, y si siempre para el ejercicio de cada obra acudiesen a Su Majestad a que les diese luz de lo que deben hacer, qué pocos yerros se harían, qué pocos religiosos habría desconsolados, qué de ellos aprovechados, qué de inconvenientes quitados! ¡Qué de prelados veo atropellando mill cosas por sus humanos pareceres, por ser hombres enteros y h querer ser y estar siempre de una manera y


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regir i y gobernar por lo que una vez se les puso en la cabeza! Buena es la sciencia que se aprendió en las escuelas y buenas son las leyes por donde las religiones se rigen y gobiernan, pero adviertan que esas leyes y ciencia son como el hierro antes de entrar en la fragua, para nada acommodado ni proporcionado, pero en ella se ablanda y dél se hacen mill cosas como conviene. Así es la sciencia que estudiamos y aprendemos, que, si la metemos en el horno encendido del amor y charidad que arde en la oración, haremos de esa sciencia lo que quisiéremos y conviene para regir nuestros súbditos, etc.

 

 

[114r]     Jhs. M.ª

 

 




a  ms. egercicios



1 Cf. 1 Cor 2,9.



b  sigue solos tach.



c sigue acer tach.



d  corr. de representan



e sigue cer tach.



f sigue est tach.



g sigue d tach.



h corr. de q



i  ms. reguir






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