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San Juan Bautista de la Concepción Obras III - S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO [2 a] DE LOS MUCHOS MODOS QUE TIENE DIOS PARA DAR LUZ A UN ALMA PARA QUE CONSIGA LOS FINES QUE DIOS PRETENDE Y LA GRANDE MORTIFICACIÓNb QUE RECIBE CUANDO ESTA LUZ ES CONTRASTADA CON PARECERES DE HOMBRES DIFERENTES
1. Grande bien fuera que un alma fuera tan enseñada de Dios que tiniendo Su Majestad mill modos, o por mejor decir infinitos, de dar luz y alumbrar al hombre para que bien guíe sus pasos y haga sus obras, conociera dónde estaba esta luz que Su Majestad le da. Bien sé que esto fuera un extraordinario consuelo para la tal alma y un despenarla y satisfacerla, un enllenarla de gusto y gozo. Pero veo que es muy ordinario darla Dios esta luz tan tapada y encubierta que, haciendo muchas veces el hombre lo que debe y más conviene y lo que es voluntad de Dios, suele Su Majestad dejar la tal alma tan perplecxa y dudosa que, después de haber cumplido con lo que Su Majestad quiere, queda con una hambre y deseo de haber acertado que sólo la luz de la gloria la puede satisfacer del todo y quitarle esta hambre. Pues puesto caso que de quedar esta alma así suspensa y dudosa le vienen grandes bienes, nuestro buen Dios varía los sitios y lugares donde nos pone
[64v] esta luz, no para que su efecto se nos encubra, sino para que su incertidumbre nos tenga temerosos y recatados; y tambiénc lo hace Su Majestad para que sólo lo agradezcamos al dador de la luz, pues, no sabiendo las manos por donde viene, al fin obramos por donde Dios quiere.
2. ¡Qué de maneras hay de hacerse un hombre rico y venturoso! Unas veces por favor, otras por un buen consejo, otras por su solicitud y cuidado, otras por una buena compañía que tomó, y otras muy [a] caso que, sin pensar, arando en su haza o viña se halló un thesoro o mina; otras veces por buenos servicios que hizo a un grande, etc. Fuera inposible poder decir las venturas y aventuras que los hombres tienen, los casos y acasos que les suceden para venir a alcanzar sitios, lugares, honras y riquezas que poseen, siéndoles a los tales hombres los medios con que alcanzaron las tales cosas inciertos, dudosos y muy casuales, no tiniendo algo desto para Dios, pues a sus ojos e infinita providencia nada se le asconde. Pues si en cosas de tan poca importancia, como son las cosas de acá, hay tantos medios con que se varían, ¿qué será para alcanzar las del cielo, las virtudes y medios con que se alcanzan, pues en las cosas que poco nos inportan las endereza Dios por mill d diferentes caminos, porque si por unos no las topamos las encontremos por otros? ¿Cuántos caminos y cuántas sendas serán las que Dios tendrá abiertas y hechas para por ellas encaminarnos y darnos luz para que consigamos y alcancemos lo que tanto nos inporta, como es nuestra salud y vida spiritual y el hacer con perfección la voluntad de Dios?
3. Para que dejemos más claro lo que en el capítulo pasado hemos dicho, saco de aquí que los consejos y pareceres de los hombres doctos y siervos de Dios se han de estimar grandemente, como personas en quien muy de ordinario pone Dios la luz de que yo tengo necesidad para el obrar con acierto. Son los soles y estrellas que en el día y en la noche de nuestra ignorancia y tinieblas nos dan luz y son los ojos de este cuerpo místico de la Iglesia que reciben su luz de la que es luz verdadera, del sol Cristo. Son las antorchas, hachas y velas encendidas sobre candeleros con cuyas palabras y sanctos exemplos enseñan y encaminan los errados y llevan a fines prósperos a los que más aciertan.
4. [65r] Fuera blasfemia decir que los sanctos y buenos consejos se habían de despreciar, pues en tantas partes el Spíritu Sancto en la Scritura los encomienda 1, y aun el mismo Cristo, por nos dar exemplo, siendo la sabiduría del Padre y sabiendo muy bien lo que debía hacer en todas sus obras, con todo eso en la provisión y milagro que hizo de los cinco panes y dos peces preguntó a Phelipe y Andrés qué se había de hacer en el caso presente y de dónde se compraría pan para aquella gente 2.
5. Es de grande consideración el rendimiento en un alma al consejo y parecer de un hombre docto y siervo de Dios, es de grande mérito, acierto y provecho y por no lo tomar se han visto en el mundo grandes desastres y miserias. No quiero de esta doctrina hacer tratado particular. Ya se sabe cuánto a un hombre le ciega el amor propio y que en nuestros juicios nadie puede mejor acertar que la tercera persona que mira nuestras obras desapasionadamente, porque, así como el Philósopho dice que la potencia de su objecto ha de estar proporcionadamente distante e para que pueda ejercitar su officio 3, de esa misma suerte el que juzga ha de estar apartado de propio interés, amor y afición, porque ésta es como los antojos de larga vista que las cosas pequeñas las hace grandes.
6. De manera que hemos de entender es muy ordinario darnos Dios luz de nuestros aciertos por terceras personas, por padres y maestros spirituales. Pero, como en los capítulos de arriba hemos dicho del sentimiento y mortificación de un alma cuando ve o conoce que estos juicios de los hombres se quedan cortos para lo que muchas veces Dios pretende hacer, hemos de notar que en estos casos f en que esta alma se mortifica, hemos de entender le puso Dios la luz de que vamos hablando en otra cosa, o decir que habiendo dado Dios una luz ordinaria en el buen consejo, dio otra luz extraordinaria por caminos extraordinarios con que subió de punto la primera g. Y también no siempre hemos de entender que los juicios de los hombres dan alcance a los secretos de Dios. Y tanbién podemos decir que, en fin, somos hombres y que no siempre hablamos y aconsejamos conforme Dios y el Spíritu, en los cuales casos tiene lugar la mortificación del alma de h que vamos hablando.
7. Pongamos un exemplo que, pienso, nos lo volverá claro. Está un arbañir haciendo un pilar de ladrillos. Llegan cuatro o cinco hombres [65v] a mirar. Dice uno: Aquel pilar va torcido a esta parte. Dice otro: No, sino a la otra. Y cada uno da su parecer y alcaldada. El arbañir, que no pone ladrillo sin echar la regla, ríese de los que hablan y dan parecer, porque en tal caso fuera necedad y yerro regirse por el ojo i tuerto del que mira y querer torcer el pilar según cada uno diese su parecer. Es cierto no sólo no haría, sino que el ladrillo que sentase una vez lo levantaría j cuatro. Pero por lo menos tantos pareceres y grita dan a este pobre albañir que su pilar va tuerto, que ya que no se debe dar por rendido y obligado a lo desbaratar, a lo menos por temeroso y obligado a tomar su regla y tornarla a echar, verter agua encima y ver hacia adónde corre, que son dos cosas más ciertas que no los juicios de los que miran. Pues véase esto en lo spiritual. No hay vida de hombre, por perfecto que sea, que si se ponen a mirarla que cada uno diga va k torcida por su parte: unos murmuran si come, otros porque
no come; unos porque ayuna mucho, otros porque ayuna poco; otros porque habla y otros porque calla. Está el pobre religioso que no hace acto ni dice palabra, que no procura tomar la regla en la mano una y dos veces pensando lo que debe hacer y obrar. Fuera bueno que anduviera tomando pareceres y consejos de todos los que los vienen a dar.
8. Pues he puesto exemplo en nuestra Religión, hemos sido grandemente perseguidos con variación de consejos y pareceres: unos, que crecíamos mucho; otros, que edificábamos muchos conventos y recebíamos l en poco tiempo muchos frailes. Causa que, por oír y escuchar a todos, la obra se ha detenido, lo cual lo juzgo por grandíssimo inconveniente, y que los officiales se rindan a tales consejos y pareceres; que en tal caso más sabe el prelado, que nada hace sin primero acudir a Dios y echar el cartabón y la regla, que todos los que miran dende afuera. Lo que se debe hacer en tal caso, cuando muchos hablan, es temer y tornar a tomar la regla y medir. Y cuando vea que aquí se hacen rigurosas penitencias, se cumple su regla y otras cosas más sobre las fuerzas de los hombres que según pareceres humanos, [66r] callen los tales prelados y pasen adelante, que en tal caso la luz que Dios ha de dar no está en los consejos de afuera, sino en el cumplimiento de lo que Dios manda adentro.
9. Acuérdome que me dijo un día un gran siervo de Dios que en las hechuras de las religiones de Dios que habíe más alta providencia que la humana y aun más alta que la ordinaria divina. Pues si esto es así, luz hemos de buscar más alta que la ordinaria que dan y comunican los hombres. Ahora pregunto yo: si ahora hubiera Dios de sacar los ríos que corren por la tierra a m la mar y que ninguno conociera sus vertientes y se juntaran todos los hombres y los que más saben y entienden de pesar y medir la tierra, pregunto yo: ¿hubiera quien con acierto le diera, no digo yo a todos los ríos, sino a uno sólo, su corriente y camino por donde habíe de ir y tornar a la mar? No, por cierto. Fuera inposible. Que, cuando lo hubieran guiado una legua, aquí toparán con un valle, allí con una sierra, y así se quedarán en breve todos sus juicios detenidos. Pues miren lo que hace Dios, de la manera que pesa las aguas y mide la tierra, dando paso al más pequeñito charquillo y al río más caudaloso, rompiéndose los cedros, montes y collados; y si alguno por su alteza no se rinde, abre sus entrañas y por ellas da paso, recibiendo en sí el río con todo su raudal, tornándolo a volver entero donde ya halla paso abierto.
10. ¡Oh, inmenso y eterno Dios! Y de cuánta más consideración es la hechura de una religión, en quien corren almas para Dios. Pues ¿cómo aquí ha de tener lugar la sciencia y sabiduría humana para dar paso a cosas de tan grande ser sin que a los primeros pasos no dé quince de corto? No digo yo en obras tan grandes como ésa, los hombres y juicios humanos faltan; que, en fin, si el hombre cuando más sabe
aún no sabe dónde llega la providencia ordinaria de Dios, mal sabrá dónde llega la extraordinaria. Quiero decir que si al hombre le preguntasen, al que más sabe, que diera un arbitrio cómo se podrían sustentar todas las hormigas que hay en el mundo si se las dejara Dios a su cargo, es certíssimo no supiera, pues siendo el hombre el quanto magis que Cristo dice en comparación de los pajarillos del campo 4, ¿cómo ha de saber [66v] y alcanzar eso? Pues digo que no sólo para eso es corto, sino para millares de cosas que a él se le ofrecen en el discurso de su vida, se n ahoga con ellas y no le dejan tragar saliva, en las cuales él propio conoce que sólo Dios es el que dio salida a las tales cosas sin pensarlo él ni saberlo. ¿Por qué en las cosas graves que no se interesa menos que salvación de muchas almas hemos de querer medir la disposición de esas cosas o con sólo el juicio y parecer humano? Aquí es el sentimiento de quien está a la mira mirando cómo se miden cosas grandes con cosas tan pequeñas como son los juicios de los hombres. Aquí es donde, si valiera hablar o decir, se diera una muy buena reprehensión de quien, en tales casos que se les van por alto a los hombres, no se acude a sólo Dios, como si no hubiera hombres.
11. ¡Oh sancto Dios! Enséñalo tú para que los hombres, por una parte, confíen y, por otra, sepan abrazar y aprehender obras grandes, porque si se miran a sí solamente y sus flacas fuerzas, flacas y pequeñas han de ser las obras que toman a su cargo. Han de mirar en tales casos a sólo Dios, en quien todo se puede. El es el que a todo da paso libre y salvoconduto para que nadie estorbe a las obras que él quiere y salen de sus manos, aunque sean montes grandes los que se ponen de través, de suerte que si, como decíamos ahora, ellos no se humillaren y dieren lugar porque así convenga, bien sabrá Su Majestad pasar la tal obra por lugares secretos y escondidos, aunque se hunda a nuestros ojos, y sacarla cuando estemos más seguros, como si entonces naciera debajo de la tierra.
12. ¡Oh, si yo supiese declarar aquí lo que deseo y cómo pienso sería de grande inportancia! Quiero decir, mis hermanos, para cuando se les ofrezcan cosas graves, que hay otros consejos más altos que los de los hombres y hay otro plus p ultra que la sabiduría que acá se apriende; que no nos ahoguemos en poca agua, que donde el hombre no llega Dios alcanza y donde el hombre acaba Dios enpieza; y que si Dios a los hombres, para dar consejos y tomarlos [67r] quien los tiene menester, los hizo luces y velas encendidas, advirtamos la grande diferencia que esas luces tienen de la que Dios tiene en sí encerrada, que es luz verdadera, propia y esencial; y si vemos que aquí el sol escurece esotras luces y las apoca y en su comparación son nada o a lo más luces que alumbran debajo de medio celemín y lo que cabe en un pequeño retrete, el sol alumbra un mundo entero.
13. ¡Oh, buen Dios mío! Yo confieso, Señor, que los hombres que tienes puestos en el mundo participan de esta celestial y divina luz que en ti infinitamente se encierra. Pero confieso, Señor, que es grande su cortedad y la limitación que tienen, pues tantas veces los vemos a ellos a escuras y a las personas que rigen y gobiernan en muchas cosas. Por eso, Dios mío, te debe suplicar cualquier tu siervo que pues te precias de alumbrar a todo hombre que viene al mundo 5, no dejes ni desanpares al alma que a ti te desea y ama y querría en sus obras acertar y hacer lo que a ti más te agradase. Desea tanbién no apocarse y amilanarse dando vuelos cortos sino que, siendo tú la guía, abrace grandes cosas sin temer la dificultad de ninguna de ellas.
14. Ojalá nosotros escuchásemos y oyésemos y abriésemos los ojos, que no está lejos la bondad de Dios, que quiere al hombre para que siempre pase más y más adelante, sin le poner fin ni término en los bienes para que de él hace elección.