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San Juan Bautista de la Concepción Obras III - S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO [3] a CÓMO NO PORQUE LOS DEL MUNDO COMAN, BEBAN Y SE REGALEN POR ESO SE PUEDE DECIR CONSERVAN Y ALARGAN LA VIDA, SINO QUE ANTES LA TIENEN MÁS CORTA
1. La otra parte de la réplica que se me habíe puesto era que los del mundo parece estimaban la vida y el tiempo, pues lo uno y lo otro lo procuraban guardar y conservar con regalos, gustos y entretenimientos, acudiendo al reparo yb menoscabos que la vida podía tener con médicos, medicinas, solaces y gustos, que lo uno destierra enfermedades y lo otro melancolías y tristezas, que es la gente que de ordinario baten el castillo
y terrepleno de nuestra vida. Es finalmente esta gente de quien nuestro argumento va hablando, que de tal manera adoran su vida que no se atreven a darle un mal rato, aunque sea con un ayuno, mortificación y penitencia, por pequeñac que sea, pareciéndoles que todo lo que no es regalo y blandura es enemigo de la d vida humana.
2. Bien entiendo pudiera responder a esta parte con sola la experiencia, que así está desmintiendo a los que con tales medios arguyen, pues vemos a los ojos cada día morir los ricos, [108r] los grandes y poderosos del mundo, mal logrados en su mocedad y en su juventud, que apenas hallaremos un hombre de estos regalos de que hablamos que viva 50 años y de esos cincuenta años cuatro días buenos. Que no tenía tantos ayes y lamentaciones y lástimas el libro que se tragó Eczechiel 1 (Eczech. 2) e como ellos tienen; y tanpoco tenía tantas amarguras el que san Juan, en el Apocalipsi, se comió, que habiéndole sido dulce en la boca le fue bien amargo en el estómago (Apoc. 10 2) f, que parece figuraba el buen grito que dan los del mundo al buen bocado que comen. Paréceme que contra esta experiencia no hay argumento que haga fuerza, pues, por el contrario, vemos religiosos y siervos de Dios descalzos, desnudos, hambrientos y llenos de penitencias, y por otra parte llenos de salud y de días, que parece la muerte no quiere llegar a su tajón, porque no venden sino güeso, y ella sólo come pulpa, que es la que le dan en casa de la gente regalada.
3. La muerte huye de quien la acomete y acomete g a quien le huye h. Como lo vemos en los mártires, que ofreciéndose una y mill veces a la muerte, la muerte huía de ellos, pues no habíe fuego que los quemase, bestias que los despedazasen y mar que los tragase; que parece la muerte se temía de entrar con ellos en campo, a semejanza de Cristo, de quien se dice que para dar el spíritu a su Padre inclinó la cabeza 3, como quien a la muerte la llamaba y dio licencia para que viniese. Bien al contrario de la gente del mundo, en quien con grande dificultad se halla causa u achaque de su muerte, que parece i dueño de casa j en tales personas según mata, rinde, avasalla a quien quiere, sin que le pidan razón ni causa; antes, mientras más puertas le cierran, más cerrojos quebranta, según aquello de Jeremías: Mors ascendit per fenestram 4; que no hay soldado tan atrevido que así trepe una muralla arriba como la muerte sube y escala la vida más alta y más pertrechada k de los poderosos y grandes de la tierra.
4. Otra razón hallo yo por donde no valga nada el argumento que se hace de los que en el mundo miran por su vida reparándola con cosas esteriores, como son regalos y comidas, gustos y entretenimientos. Y es que la muerte considerámosla como [108v] si viviera en casa de
nuestro vecino y como si fuera toro o bestia que, con darle con las puertas en los ojos o con subirnos en buena barrera, con eso nos defendiéramos de ella. Pero es la muerte como la carcoma que se cría en el madero, que poco le sirven las buenas aparencias y estar puesto por viga o cinblón en casa de los príncipes, porque dentro se cría y, sin verla o saberlo, va royendo poco a poco, hasta que da con el madero abajo. Lo propio tiene la muerte: que en las entrañas se l aposenta y siendo un principio de corrupción el que en el hombre está, éste va royendo su poco a poco hasta que da con el pilar más fuerte abajo. Y no hay que fiar de bien parecer ni de buenos enlucidos por de m fuera si dentro tiene sus escondridijos y a lo callado va minando la casa, dejando la superficie engañosa. Si esto es así y la muerte y el enemigo está dentro, ¿de qué me sirve cerrar las puertas y guardarme de lo de fuera? Que antes es eso arroparla y rogarle que no se vaya.
5. Digo más, que la puerta de la muerte, dice el Spíritu Sancto, es el peccado: Per unum hominem peccatum intravit in mundum, et per peccatum mors 5. Según esto, el que no tiene peccados no tiene puertas por donde entre la muerte, y el que los tiene trai la puerta abierta para que de rondón entre. Bueno fuera que entrara un ladrón a robar una casa o a hacer agravios a alguna persona por una puerta falsa o portillo derribado y que vos estuviésedes muy seguro porque la puerta de afuera y pública estaba reparada y guardada. Poco les sirve a los del mundo guardar la boca de la abstinencia y repararla con buenos manjares y fortificar el stómago con buenas bebidas, si el peccado es puerta falsa que nos mete la muerte en casa.
6. Paréceme la muerte es como n unos ladrones famosos y discretos que, viendo las muchas centinelas y guardas que tiene una casa y que él no tiene lance para entrar a hacer el asalto o robo, meten a deshora un muchachuelo que, escondido en un rincón, después, a buen tiempo, [109r] le abra o la puerta y entre a pie llano. ¡Oh válame Dios!, y qué a la letra sucede esto con los que más se guardan de las ocasiones y peligros naturales, que descuidándose en lo sobrenatural meten en su casa un peccado y otro peccado, los cuales p abscondidos en el alma, sin que se echen de ver, a deshora abren la puerta y meten la muerte en casa. Y en esto veo un engaño en el mundo, que siendo esto verdad, y verdad dicha por el Spíritu Sancto, de cuantos buscan achaques q de la muerte jamás topan con este de la culpa y del peccado. Y si dicen murió, no dicen por qué peccado, sino porque comió, bebió; o buscan otras cosas en que culpan a quien no tiene culpa y disculpan al que la tiene, siendo verdad que si, como muchos en sus enfermedades acuden a los médicos corporales que curen el cuerpo, acudieran a los spirituales que remediaran el alma, es cierto se libraran más de los que se libran
de la muerte, como vemos que Cristo decía cuando sanaba a algunos enfermos: que les daba por remedio preservativo el noli amplius peccare 6, que no quisiesen pecar más.
7. Digo más, que cuando la muerte estuviera siempre en estas cosas temporales y corporales de que los hombres se guardan, es cierto en ellas propias la muerte los salteara cuando y como quisiera. El Spíritu Sancto dice 7 que la muerte es fuerte como el amor r, de suerte que unas propias mañas tiene el uno que el otro. Pues pregunto yo: cuando un hombre ama, ¿por dónde le entró el amor a aquel tal? Porque vido, oyó o habló, olió o gustó, por cualquier afición que cobre cualquiera de nuestros sentidos, por ahí entra el amor. Pues advertid que tan fuerte es la muerte. Y si porque Eva vido una manzana se enamoró de ella 8 y porque David a Bersabé la quiso y la amó 9, de esa misma suerte se entra la muerte en vuestra casa: porque mirastes u os miraron, porque olistes [109v] u os olió algún hombre inficionado. Por tantico de aire destemplado que os dio saliendo de vuestro aposento sin sombrero, os arromadizasteis y al tercer día fue dolor de costado y al sétimo fue sepultura. ¿Qué digo? ¿El quitarte el sombrero te arromadiza y da la muerte? Menos que eso lo hace, pues no quitarse Mardoqueo la gorra a Amán dio con él en la horca 10. De suerte que mal porque me quite la ropa, y mal porque no me la quite.
8. De donde inferimos que los que viven en el mundo no estiman y guardan la vida porque la regalan. Pues hemos probado que en esos propios regalos va muchas veces la muerte como enpanada y azucarada; y cuando no vaya, los propios regalos suelen ser s leña que mata el fuego; y no alcanzar el calor natural a consumir tanta broza como un hombre da a su estómago y se viene como t a entolvar el molino de suerte que no muela, aunque tenga cibera.
9. Pues si consideráramos la vida de los que viven regalados en el mundo respecto de aquello en que la enplean y para qué la guardan, ¿cómo pudiéramos decir miran por ella y estiman el tiempo y vida que viven? Vida vertida, arrojada y desperdiciada, dígola yo vida perdida, que no vida ganada. Yo quiero concederos, hombres los que vivís en el mundo y desquiciáis la vida para alargarla en u años y tiempos, que es así y que a vuestra cuenta vivís más que los que sirven a Dios, pero a la cuenta de los justos vivís mucho menos, pues de ese tiempo nada tenéis ganado en vuestro provecho v, sino todo perdido. ¡Oh, qué de años estrujará Dios y los apretará en su mano como en prensa y molino, que no darán jugo de una hora, pues ésa no tuvieron siquiera para servir a Dios y mirar por su alma! [110r] ¿Qué vida es la que no es mía? ¿Qué vida es la que más sirve al demonio, mundo y carne que
la que sirve a mi alma? Estos tales bien pueden decir: Ventus est vita mea 11; su vida es viento, que se la lleva el aire. De tal suerte que los propios que viven, aunque se hagan azores y aves de rapiña, no pueden dar un alcance siquiera a un día para se confesar y comulgar.
10. Y si no, entrad por esos palacios y casas de los reyes y veréis con qué aman la vida del cuerpo, de suerte que la adoran w; aun para él no tienen hora de reposo, comen a las tres y a las cuatro de la tarde, cenan cuando hallan tiempo y parece duermen en guayes 12 o duermen de suerte que más parece alboroto e inquietud que reposo, porque por mucho que fuera el sueño aun las imaginaciones y fantasías que train de la confusión del mundo no tienen lugar de asentarse y recogerse, de suerte que siquiera por aquel rato dejen a un pobre hombre, sino que hasta en el sueño les queda la imaginación y fantasía como la plaza después de haber corrido x toros y hecho juegos de cañas, toda ella llena de polvo y humo que no se ven unos a otros, y aun hasta las paredes tan atronadas que no se oyen. De esa misma suerte va un hombre a su casa después de apartado de sus negocios, que él a sí propio no se entiende ni se conoce en sí, ni en su imaginación, porque la tiene hecha ribera de río que salió de madre, llena de estiércol y confusión de lo que en sí dejaron los pensamientos que fueron y vinieron entre día. Pues quien aun no queda, después del enpleo que hizo en el mundo para comer, dormir y descansar, amando, como ama un hombre a su cuerpo, cuya profesión es acudirle y antes y después de sus necesidades, ¿cómo quedará para rezar, contemplar, encomendarse a Dios, que es officio tan delicado que quiere a un hombre entero? Si al cuerpo querido no le alcanza un mendrugo del mucho tiempo que el diablo y el mundo se lleva, ¿qué migajas alcanzarán [110v] al alma que no la dejamos hacer baza ni aun le inclinamos la oreja a escucharle una siquiera razón? z