Índice: General - Obra | Palabras: Alfabética - Frecuencia - Inverso - Longitud - Estadísticas | Ayuda | Biblioteca IntraText |
San Juan Bautista de la Concepción Obras III - S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
CAPITULO [2] DEL MODO CON QUE SE HAN DE CURAR ALGUNAS ALMAS QUE HAN CAÍDO EN PUSILANIMIDAD DE SPÍRITU Y HAN VENIDO A HACER ENFERMEDAD CORPORAL, MEDIANTE LA CUAL AUN SE DUDA SI SON LIBRES EN LOS TALES DEFECTOS; Y CÓMO EN ÉSTOS TAMBIÉN EL TIEMPO ES EL QUE LOS SAZONA Y CURA
1. Parece que de la doctrina de este capítulo pasado saco una como conclusión que servirá, para algunas almas afligidas y temerosas de Dios, de algún consuelo. Y cierto que cuando se me ofrecen tratar estas cosas y tan necesarias y tan según el gusto de Dios, echo de ver cuánta debe ser la sabiduría de un prelado y de todas las personas a cuyo cargo están almas, y cómo no es razón sea ciego quien ha de encaminar a otro de suerte que entramos caigan en el hoyo.
Digo, pues, que hay algunas almas que, permitiéndolo Dios así, se les deslizaron los pies de la fortaleza spiritual interior y dieron en el lodo de algunas faltas y flaquezas humanas. Y aunque es verdad hay de estos hombres en muchos grados, pero porque no hagamos muchas diferencias y distinciones, procuremos tratar de los últimos, en quien se encerrarán y concluirán los demás grados, en quién más, en quién menos. Pues digo que muchas veces entre los religiosos y siervos de Dios suele haber algunos que, habiéndose dejado llevar de alguna flojedad
y tibieza interior, vinieron a dar en algunos defectos y faltas. Que les parece quieren no caer y no pueden porque se enflaqueció en ellos la fortaleza interior y la naturaleza propia dejando unas culpas los portillos hechos para que se hagan otras, que parece se entran las que quieren sin dar licencia el que guarda la casa, o por ser ya tanta su flaqueza que no se puede en alguna manera levantar a echar fuera a quien le hace el daño. Plega a Dios acierte. Es una gente que, destemplando el a temor de Dios que antes tenían, viéndose caídos en faltas dieron en pusilanimidad y en tanta flaqueza interior que, no viendo [179r] lo que hacen, hacen muchas cosas que les pesan.
2. Querría acertar a pintar esta flaqueza. Y no sé si pudiese llamarla enfermedad que, privándole a un hombre de la mayor parte o todo el libre albedrío, algunas veces le parece que sin su querer ve que, como en un loco, se desenfrenaron sus apetitos y se levantaron contra la razón -que quizá en aquel tiempo carece- y hicieron muchas cosas que parecen desacatos y desconciertos, que no pudiéndolos enfrenar la persona por haber llegado a tal punto de flaqueza y pusilanimidad, sólo le sirven de tormento cruel. Porque, no estando siempre con una misma perturbación, los ratos que se le aclaran los ojos y los vuelve sobre sí y se ve persona flaca, de nuevo vuelve a temer y temblar para de nuevo aumentar su pusilanimidad y su ceguera.
A esta enfermedad pienso que David la llamó pusilanimidad de espíritu y tempestad 1, flaqueza de spíritu, como la que tiene el enfermo que puestob en pie no puede estar y por su grande flaqueza luego cai. Es una borrasca y tempestad que cai sobre un hombre, permitiéndolo así Dios para mayores bienes de aquella tal alma; que aunque quiere enderezar sus caminos el hostigo del agua y rezura de viento no lo dejan, sino que le hacen atolvar los pies y volver atrás, estorbado de sí propio para no pasar adelante.
3. Es un estado éste que, cuando viéremos en él alguno de nuestros hermanos, no hemos de desconfiar del remedio ni quererlo sentenciar a eterna perdición. Debemos con grandes veras encomendarlo a Dios y procurarle el remedio en el cielo. Lo segundo, si esta alma estuviere a nuestra cuenta o por vía de confesión o subjeción siendo su prelado, guárdense de reñirle, afligirlo o desconsolarlo porque es cierto eso le aumentará su propia enfermedad. Si fuere súbdito, el prelado acarícielo, muéstrele afición, amor y voluntad; ríase de sus culpas y flaquezas, persuádale la poca culpa que en ellas tiene respecto de la naturaleza lapsa y caída. Procure divertirlo diciéndole: No haga caso de aquello, pretenda en él poner una voluntad e intención derecha deseando en todo agradar a Dios, servirle. Y que si, habiéndolo Su Majestad así permitídolo, ese hombre exterior se ha descompuesto -como cuando salió la puerta [179v] de su quicio quedando pesada y dificultosa de
menearse y torcerse a la parte que el portero quiere quien antes estaba con facilidad sujeta a su mandar- y que si este hombre exterior quedó derribado, caído, desencuadernado y apartado de la sujeción que tenía al hombre interior, no pierda la confianza, que Dios es poderoso y sabe cuándo tornará a su lugar el güeso desencasado y el hombre bestial exterior que quebró las riendas del amor y temor con que estaba sujeto y se fue y deslizó a los prados, o por mejor decir, como puerco, al cieno de su sensualidad.
4. En estas ocasiones débele aconsejar que, siempre que pueda y vea más libertad en el hombre interior, una y mill veces levante los ojos a Dios amoroso y le pida lo tenga de su mano y le dé su gracia y libre de la sombra de la muerte. Preséntele allí su voluntad entera para que le conste la poca que tendrá en las ocasiones que se le ofreciere tornarlo a mortificar con peccados, que cuando no tengan sino el nombre ése basta para quien es temeroso de Dios a asombrarlo y desmayarlo. Llame a sus devotos y compañeros los ángeles y póngalos por testigos de cómo protesta y dice que no quiere ofender a un Dios tan grande, inmenso y bueno, y que en las veces que su natural flaco y enfermo cayere, para no se desconsolar se debe acordar de las veras con que, estando libre en su juicio y algo más fuerte, protesta no ofender a Dios.
5. Digo, pues, que debe con grande discreción y prudencia divertirlo, unas veces en cosas buenas, otras en cosas diferentes, y siempre huir el cuerpo de lo afligir ni desconsolar, porque habiéndose ya enflaquecido su natural, vino a quedar como un vidrio que con un tris se quiebra; y como son pensamientos de desconfianza o temor desordenado loc que le aflige, más le aumenta la enfermedad cualquier cosita de pena que le dan. Yo tengo en estas tales personas por saludable remedio ocuparlas siempre en cosas de trabajos corporales y penas exteriores que los distraigan y saquen acá fuera, y procurar darles bien a comer de suerte que fortifiquen allá dentro.
6. [180r] ¡Oh buen Dios, y si los hombres considerásemos lo que somos y cómo este hombre interior no se diferencia de las bestias y animales!; sólo d en haberle Dios dado un jinete y caballero que es el alma, la cual unida y vestida deste cuerpo hace officio de jinete y caballero, que tomando las riendas de la razón en la mano del querer y voluntad, lo hace tener a raya y no desbocarse, despeñarse y caer en mill yerros y disparates. Y es cierto que mientras más brío tiene este caballero, mientras es más prudente, discreto, entendido, más sujeto tiene al caballo y bestia de su cuerpo, más rendido y lo rige y gobierna con mayor rectitud y mansedumbre. Y si el caballero que va encima enferma, pierde el brío y las fuerzas o muere en él el juicio y entendimiento, que era la llave y regla de los caminos derechos de este hombre exterior, es llano que se ha de quedar en lo que es, como dice
David: Sicut equus et mulus, quibus non est intellectus 2; en no tiniendo entendimiento, queda semejante al caballo y al mulo. Y aunque es verdad que, así como el caballo y el mulo no peccan ni pueden peccar porque no tienen alma, de esa manera el que cegó y perdió su entendimiento y quedó su cuerpo con libertad, no pecca en los desacatos que hace. Pero el demonio, enemigo del género humano, amador de la maldad, no obstante que no peque el que no tiene entendimiento, gloriándose y deleitándose siquiera con la sombra y pintura del peccado, procura e incita, a estos a quien les falta la razón y se les añubló el entendimiento, que hagan mill desafueros y desórdenes bestiales, lo uno por su particular gusto con el dibujo siquiera de la maldad, lo segundo por los asombros y tragantonas que con eso hace a los que ven y tratan a las tales personas. Yo he visto a cierta persona que, bien examinada, no peccaba en los yerros que hacía por los defectos dichos y, con todo eso, era peligrosíssima cosa confesarla, porque el demonio que incitaba y movía a las tales culpas, ya que no sacase provecho en la persona que se sujetaba porque le faltaba la razón, procuraba de resultida herir a las personas que con ella trataban.
7. Tiene otro fin e el demonio en la persona f caída y es que, como esta obscuridad y destemplanza que tiene en el entendimiento lo más le viene de una fortíssima sugestión y fuerza que el demonio hace tomando por medio la llaga y herida [180v] que tiene en la parte lesa, haciéndole en este estado caer cuando, sin saber lo que se hace, el cuerpo con sola su licencia se postra y desdice de la rectitud primera cuando el alma podía y era libre para lo refrenar, después de haber hecho estos disparates, el demonio que así estaba apoderado da lugar para que el entendimiento caído tome una poca de luz y allá como de lejos vea aquellas culpas fingidas y disimuladas, las cuales en esta persona, como es temerosa de Dios, engendran otros nuevos miedos y temores, con que de nuevo se torna a enflaquecer y el demonio a fortificar. De suerte que llega esta tal persona a un estado digno de compadecernos de ella y pedirle a Dios desarrime y eche demonio tan pegajoso y sane el tal enfermo, deshaciendo la cama de tan ponzoñosa serpiente como allí está aposentado. Y demás de estas oraciones se deben poner los remedios dichos, que es curar con amor, con regalo y medicinas suaves a lo interior, ya que a lo exterior sea necesario algunas veces aplicar algún castigo o algún rigor.
8. Digo que, si esta persona por trato de confesión fuere conocida g -no digo yo que haya llegado a tanto stremo como el que acabamos de decir sino que camine para allá y esté en cualquier estado más bajo- que debe el confesor decirle pocas palabras y ésas sean de consuelo, no encareciéndole la cura ni sus peccados, porque su conciencia temerosa tiene tanto cuidado de eso que antes debe el confesor reñir
a la tal conciencia porque es tan rigurosa contra la flaqueza humana, siendo tan grande la misericordia de Dios que se contenta con que nos pese de le haber ofendido y de tener propósito de no tornar a caer; y decirle que más consiste el remedio de aquellos males en obras que no en pensamientos; que no aflija el entendimiento ni imaginación, que ya aquella culpa se pasó y por el dolor la perdonó Dios, y que lo pasado y perdonado lo olvide pues por la penitencia h borra Dios y olvida todos los peccados del mundo; que sólo ponga los ojos en lo por venir para guardarse de ello. Pregunto yo, si un hombre hubiese caído en el lodo y mal paso de un [181r] camino, después de haber salido lo que éste haría seríe limpiar su vestido y recatarse para no tornar a caer en otro; porque fuera necedad ir siempre absorto y asombrado de la caída pasada y olvidado de otros malos pasos que podría topar en el camino que le falta por andar.
9. Digo más: que los confesores de religiosos y frailes descalzos, que tratan de Dios y tienen dos-tres horas de oración, que si alguna vez cayeren en algunas faltas desocasionadas, que no se les debe reprehender con rigor sino darles su penitencia, porque en los tales es cierto su propia conciencia está sobre ellos con tanto rigor que, si el confesor la ayudase, harían un grande castigo sobre la persona caída y le podría causar algún grande desconsuelo, principio del temor desordenado que acabamos de decir.
10. Y porque nos volvamos a la ocasión que tomamos para tratar y scribir este capítulo, en las tales personas se ha de fortificar el corazón y dar tiempo y lugar para que estas tales personas, ayudadas de Dios, truequen vida y muden estado. Y créanme que hay en las religiones grandíssimas ignorancias, porque hombres que saben poco, cuando topan con una persona así flaca, piensan que ya el mundo está perdido y la tal persona condenada, siendo lo cierto que permitió Dios aquella enfermedad en la tal persona para curarla y sacarla de alguna enfermedad secreta de soberbia, de presunción o falta [de] confianza. Y cuando un médico cura a un enfermo, por el propio caso que lo cura y con medicinas más exquisitas y extraordinarias, más gana y deseo tiene de su salud; que no lo cura para que con esas i medicinas acabe más presto y [tenga] muerte más desastrada. Bueno fuera que permitiera Dios culpas en una persona que se sabe que es temerosa de Dios para que con esas culpas más presto se le accelerara su perdición; no, sino que lo quiere Dios curar con medicinas exquisitas y extraordinarias, que siendo médico es nuestro padre, que quiere que vivamos y sanemos aunque sea a costa de otras nuevas ofensas.
Antes, el confesor en estas ocasiones debe asombrarse y maravillarse [181v] y dando mill gracias a Dios, decirle: Sea, Señor mío, tal bondad, tal amor y misericordia bendita mill veces; que deseas, Señor mío, tanto bien que, si el enfermo no puede sanar si no es a tu costa, digo a costa de nuevas ofensas y culpas que de nuevo lo dispierten, no las
quieres sino las permites; porque es tan fuerte y grande el querer que tienes de nuestra salud, que atropella a lo que es permissión y disimulo, haciendo el querer que tienes de nuestra salvación disimule la justicia, cierre los ojos y dé cuerda para que el hombre haga según su voluntad y sepa una y mill veces por experiencia cuán mala y torcida es y cuántos daños le acarrea cuando está libre, sola y desacompañada de la divina gracia.
11. Y si, según esto que hemos dicho, estas culpas en estas tales personas temerosas de Dios son medicinales y de ellas nos barruntamos que ha de salir el enfermo con más salud que antes tenía, no hay para qué afligirse el confesor ni para qué afligir al penitente, sino consolarlo y decirle cuánto Dios lo ama y quiere pues, como queda dicho, busca para su remedio medios tan extraordinarios y exquisitos. Que espere y aguarde el tiempo que Dios tiene determinado para sacarle de aquellas penas, que le son tan pesadas y sensibles como las del purgatorio y no sé si en alguna manera más, pues en el purgatorio hay penas y libre y claro conocimiento que no se hacen ni cometen culpas, y acá son penas y a buen librar con sola imaginación de culpas, en los cuales atormenta la pena y la culpa cada una de por sí, aunque la culpa no lo sea más que imaginada como en el scrupuloso. Y pues éste es purgatorio en el cual unas culpas se castigan con otras, de la manera que Moisés procuró remediar la enfermedad de su pueblo, que perecía y era atormentado de las víboras y serpientes que les picaban, levantando otra de bronce que no era viva ni hacíe mal 3, de esa misma suerte suele Dios a hombres que en algún tiempo cayeron y se descuidaron, poner en su imaginación un retrato del peccado, pinctado o amasado o hecho con falta de libertad, según arriba queda dicho de los enfermos de cabeza, que de noche y de día los está atormentando cruelmente y se imaginan condenados y ya perdidos. Como yo he visto alguna persona llegar ya a tal tiempo y echarse a dormir con tal pena y tal imaginación, que cualquier ruido que lo dispertaba o cualquiera que llamaba a su celda después de acostado pensaba que era el demonio que venía por él.
12. [182r] Este es un tormento gravíssimo, un retrato y dibujo del infierno, un modo de curar almas con cauterios de fuego que, si imaginados, no son los menores por la aprehensión terrible que la tal persona tiene. Y si es verdad que, cuando un hombre duerme y tiene la imaginación dormida, derramada o desperdiciada y en ella dibujándose alguna cosa de pena de los retazos y sobras de las species que allí quedaron de cuando estaba dispierta, suele ser un hombre atormentado de suerte que no hay quien lo dispierte ni vuelva en sí; como en cierta ocasión yo vi un religioso que, habiendo visto en la procesión del Sanctíssimo Sacramento un hombre que, vestido y cubierto de stopas, hecho salvaje, se quemó, y a la noche, yéndose a dormir, soñó que se quemaba él, fueron tantos los gritos y asombros que tuvo que, no pudiéndolo volver en su acuerdo, entendimos estaba loco. Pues ¿qué
hará en un hombre dispierto una aprehensión y fuerte imaginación en cosas de pena, fundada en las culpas que su naturaleza corrompida o desordenada hace cuando, como hemos dicho, llega a estado de faltarle a tiempos el uso de la razón? Digo que en estos tales dentro de sí propios hay un scondridijo y rincón del infierno, en el cual siendo él el atormentado él también es el atormentador, estando su imaginación patente y abierta para que en ella el demonio ponga y pinte todo lo que quisiere.
13. Y pues ya hemos dicho que ésta es enfermedad que o la quiere o la permite Dios para mayor bien de la tal persona y que de este mundo salga purgada y mejorada, no hay sino aguardar el tiempo en el cual la enfermedad hace curso y tiene sus términos y fiar de Dios no será mortal sino que, así como la corporal al sétimo con un sudor, purga u obra de la naturaleza sana, sanará ayudado de la gracia con algún acto de contrición, derramar lágrimas u otras obras que le sirvan de particular remedio. Bien es verdad que aguardar y no saber cuándo ha de salir de un tormento tan insufrible lo hace mayor y como infinito en duración; como dicen de los que están en el purgatorio y ignoran el fin de aquellas penas y se las hacen calificadas.
Debe tener paciencia y considerar en él se cumple la voluntad de Dios. Y cuando en aquel trabajo no haya de estar más de quince días, no sabiéndolo, puede ofrecer a Dios penas de quince años, las cuales debe en su pensamiento ofrecerlas a Dios con deseo de padecerlas con gusto por solo su voluntad divina [182v] como en ellas no haya offensa suya. Y esté fiado tenemos un Dios sancto, amoroso y bueno que está deseando nuestro mayor aprovechamiento y mayor gloria suya, la cual resulta de librarnos de grandes males. Y cuando el que padecemos sea mal de pena en quien viene enbanastada y metida la culpa, quiere perdonar j y remediar la tal persona, que quede libre y sepa alabarle y bendecirle como a Dios poderoso que sabe librar al afligido de la mano de los pésimos e inicos.
14. Bien sé he querido aquí pintar un género de personas que jamás he acertado ni acertaré. Y por acertar he ido variando la plática, pareciendo unas veces trato de los scrupulosos, que sin culpas con sola su imaginación se atormentan; otras veces, de los que el demasiado temor los destempló, de suerte que, cometiendo culpas de desconfianza; como a la mala criada que delante de sus amos no sabe de miedo y temor hacer cosa, antes todo lo quiebra y se le cai de las manos, de esa misma suerte al que llegó a ese punto parece todo se le cai y pierde entre manos. Otras veces parece tratamos de los que ya en sus personas hicieron enfermedad, sea en la imaginación o sea en el cuerpo, de suerte que, no siendo libres, cai la naturaleza donde, si la razón estuviera en su puncto, no lo consintiera. Pues digo que de cualquier de estas personas que hayamos querido hablar, sé cierto y no puedo acertar a pintarlas ni dibujarlas para que, conociendo lo íntimo de su
enfermedad, pueda filosophar el modo que puede haber en curarlas. Porque cualquiera destos males los hemos puesto en personas muy temerosas, que más se ocupan en pensar en el infierno, en la culpa y las penas a ellas debidas que en la misericordia y poder de Dios. Así como un enfermo que tuviese una recia calentura y dolor de cabeza, no lo siente tanto -acordándose del médico, de los refrigerativos y medicinas que le ha de poner y hacer cuando venga- como el enfermo que, olvidado del médico y de las medicinas, todo se le va en pensar que le duele la cabeza, que tiene calentura y otros achaques y que, si con eso desconfía de la salud y que por fin ha de tener la muerte, ahí es el accelerársela él propio y aumentar su enfermedad con su propia desconfianza. Pues digo que un hombre justo y temeroso de Dios hacer peccado o pensar hace peccado es tan grande mal y pena que, no tiniendo la culpa más que privación de bienes y orden a males, parece sienten en sí un [183r] no sé qué que no lo saben imaginar como privativo sino como algo positivo que pesa, que duele, que da pena y lo trai un hombre a cuestas, que no le consiente ni deja levantar los ojos al cielo.
15. Digo, mis hermanos, que no hay que espantar que yo no sepa en esta materia pintar ni dibujar este mal, qué sea k culpa o traiga retrato o pintura de ella. Porque estoy certíssimo que, si Dios diera licencia y tal calidad al entendimiento que sin desfallecer pudiera pensar o comprehender qué es un peccado aunque fuera de los más mínimos, fuera imposible poderlo explicar ni aun sufrir sin poderosa mano tenencia de Dios. Y si el peccado fue tan poderoso que de ángeles tan bellos y hermosos hizo demonios tan feos y abominables que no hay hombre tan fuerte que los pueda ver en su propia figura, ¿qué será el mismo peccado y ofensa hecha contra Dios? Si tales hijos pare, ¿cuál será el padre que los engendra? Y así digo que no hay que espantar sea aflicción y pena sobre toda pena, en un alma temerosa de Dios, peccar o haber peccado o pensar que peca. En quien considero tres males diferentes: o sólo mal de pena, que nace del peccado; o mal de culpa; o entramas a dos cosas; de manera que hay pena y éste es menos mal, o hay culpa sin que Dios dé pena y castigo con ella, o que esté todo junto. Cualquiera destas tres cosas siente a par de muerte el hombre justo y temeroso de Dios: las penas que ha contraído por los peccados, porque, aunque es verdad que el justo desea padecer, pero no por peccados sino por amor de Dios y por lo mucho que debe a tan gran Señor; pero cuando ve que padece como culpado o malhechor, las penas son más penosas, más calificadas y sensibles, lo atormentan y afligen sobremanera. La segunda pena, que es mucho mayor, es la de la culpa, pensar que ofendió a Dios y que hizo algún particular desacato; esto solo le aflige de suerte que, sin enviarle Dios otra alguna pena más de el conocimiento de la culpa que hizo, eso basta para lo atormentar sin peso ni medida. Lo tercero digo que hay pena y culpa, que
habiendo un hombre cometido algún peccado, el mismo peccado y culpa vino todo junto, culpa y pena, que en sí enpezó a sentir.
16. Bien podríamos poner exemplo de muchos que peccan y cometen culpas y parece no se hicieron las penas ni trabajos para ellos, sino que las culpas con su deleitación van por un camino y las penas [183v] van por otro. Y en otras personas parece está la pena entrapada en la misma culpa, de suerte que apenas han enpezado a deleitarse en la culpa cuando ya enpiezan a sentir la pena, sus tristezas, aflicciones y desconsuelos; y en género de pena y sentimiento, es mayor éste postrero en que culpa y pena andan juntos. Quiero poner un exemplo en que se vea la diferencia de estos tres males: de pena, de culpa, y de pena y culpa. Ahora considerad que riñen dos hombres y el uno echa mano a su espada y desenvainándola diole con la vaina de la espada de spaldarazos; estos golpes no hieren, pero entre otros males que train son de afrenta. La culpa es la espada l y la pena es la vaina. A los justos algunas veces saca Dios la spada, quita la culpa y con la vaina que es la pena dale en los hocicos; que si no m hieren aquellos males n por no o venir en ellos la culpa, afrentan porque son males de culpas que pasaron o imaginaron, cometieron o pensaron que cometían.
Otras veces el que riñe desenvaina la espada y, arrojando a un lado la vaina, da muy buenas guchilladas, estocadas, y hiere de muerte. Este es el mal de culpa solo, que hiere el alma y, aunque parece que la herida no siente por la suavidad y sutileza con que entró, es herida de muerte y, mientras menos se siente p, menos remediable es por el descuido; y éste es sin comparación mayor mal y daño que el primero, con que hirieron con sola la vaina.
El tercer mal, de pena y culpa, es como si el que riñe con spada y vaina se le metiese por las entrañas y le pasase. En género de pena y sentimiento no hay dudar sino que es mayor que las primeras porque todo duele: duele la herida que hizo la espada y lo que ensanchó la vaina. De esa misma suerte, cuando viene culpa y pena todo junto, siente el justo la culpa que cometió y hizo y siente como hombre de carne la pena que por ella padece. Y así en el hombre temeroso de Dios todo es pena en habiendo olor de peccado, venga como él quisiere, sea pensado, imaginado o hecho, sea su pena a solas o con el mismo peccado; como quiera que sea, hay pena y aflicción en casa del justo, de suerte que es imposible poderla decir ni explicar, sino dejarla a su propio sentimiento y a Dios, que sabe muy bien compadecerse de semejantes males y ponerles remedio a su tiempo debido y determinado.
[184r] Jhs. M.ª