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San Juan Bautista de la Concepción
Obras IV – S. Juan B. de la C.

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EXHORTACION 3

Otro capítulo, en 23 de setiembre, a los hermanos.

De cuánta inportancia sean las exhortaciones y capítulos entre
los siervos de Dios, y cuánto ayuda a la perseverancia el oír de buena gana la palabra de Dios

1. Este mandar nuestra regla haya continuas amonestaciones y pláticas 1, es considerar nuestra flaqueza y olvido ordinario de nuestras obligaciones. Y quiere que el prelado, como capitán y maestre de campo, visite los soldados que hacen centinela, velan y guardan el lecho de Salamón 2; quiere que los dispierte y tenga alerta, porque son las vírgines que aguardan al esposo y no querría que fuesen de las necias dormidas, y que fuese tanta su desgracia que, después de muchos trabajos, por faltarles el aceite al mejor tiempo, se quedasen a escuras, privadas de las bodas y fuera de aquellos convites eternos 3. Bien echaba de ver el Spíritu Sancto, en la obligación que puso en nuestra regla, que no habíe enfermo letárgico que tan presto se duerma y le coja el sueño en tiempo que la salud le pide estar dispierto, como un religioso en carne mortal cada día a olvidado de sus obligaciones y las muchas cosas que están a su cargo. Y así quiere que el prelado sirva de enfermero, que con sus voces le llame, con b sus amonestaciones le dispierte.

2. ¡Ojalá, hermanos, una vez bastara llamar y avisar! Grande bien fuera para el prelado y para los súbditos que, el tiempo que se gasta en hablar, se volviera en obrar. Si eso fuera, fuéramos semejantes a los ángeles, en quien de lo que una vez aprehenden no puede caber olvido; siempre están dispiertos contemplando y mirando el rostro de Dios 4. Y aun por eso Su Majestad los puso, en su lugar, por guardas y sobre estantes de nuestra flaqueza y miseria. Y así convino, porque, si nuestro adversario no duerme, cercando y rodeando a quién tragar 5, razón era tuviéramos de nuestra parte quien nos defendiera con esa y mayor solicitud. Pero ¿qué diré? Que somos hombres flacos, débiles, cansables; y en traer este cuerpo con nosotros, parece traemos las adormideras en el c estómago, que están enviando humos al cerebro, [9v] con que ciegan el entendimiento y enturbian la memoria y dejan a un hombre olvidado de lo que más presente tiene. Las palabras del prelado, si son vivas, rayos son que proceden de la luz que deben ser, para dispertar. Que, si la noche se hizo para dormir y descansar, el día para dispertar y trabajar. Siempre quiere Dios que sea día, pues, llamando a sus apóstolos y en ellos a los prelados soles y luces 6, quiere que lo sean de la tierra y de los que en ella viven; y que estén en medio de ellos, como el corazón en el cuerpo, vivificando al hombre y, como el pastor, con su ganado. ¡Oh, mis hermanos, y si considerásemos las obligaciones de los prelados y nuestra flaqueza, cómo a ellos no los juzgaríamos por importunos, ni nosotros nos cansaríamos de tantos d capítulos!

3. Una cosa parece que algunas veces hace desmayar en semejantes ocasiones, y es ver que el que me predica y amonesta es hombre como yo, flaco y de tierra como yo. Verdad es y no quiero yo decir ahora que lo consideremos en ese officio superior, encimado sobre todos y honrado de la boca de Cristo con nombre de dios en la tierra 7. Digamos que es hombre y que es flaco. Considerémoslo mucho de norabuena como nuestro compañero y amigo, pues las palabras y razones que dice son de quien ama. Pregunto yo: Cuando una tapia se traba con otra y un edificio se ase y junta con otro, ¿no queda más firme y más perpetuo? Es cosa cierta que, cuando este edificio sea de tierra, asido con otro de tierra e, queda firme como si fuese de piedra. Hagamos esto nosotros, hermanos, cuando en este lugar consideráremos un hombre flaco, miserable y de tierra: que con sus palabras y consejos trabemos y juntemos nuestras voluntades, con su querer nuestros afectos, con sus deseos f nuestras obras. Que, como dice san Pablo, llevando unos las cargas de los otros, cumpliremos la ley de Cristo 8. ¿Qué cosa hay más flaca que la yerba majada de que se hace el vidrio, y un soplo que da el hombre? Pues, juntas entramas cosas, sacan un vaso y pieza digna de los aparadores del rey. Bien flectibles son nuestras voluntades, y más lo son mis palabras, pero, si se juntare el hablar y el obrar, saldría un alma perfectíssima y acabada.

4. Cuando esto se hace y hay esta conformidad de parte de los súbditos y prelados, ¡qué de cosas se podrían ahorrar, qué de pláticas y sermones escusar! Decímosle al otro labrador ¿por qué carga la mano en la semilla y trigo que echa a la haza, siendo tierra [10r] flaca? Responderá que se pierde la mitad y que es menester sembrar, que coman las hormigas, lleven los pájaros y quede que nazca. Estas han de ser las sobras y medida colmada que se ha de dar de la palabra, no obstante que nuestra flaqueza sea grande. Que, como el hombre tiene tantas mudanzas, hemos menester hacer cuenta que de esta divina semilla una cai sobre piedras, otra en camino y otra entre espinas 9; y quien quiere que la partecilla buena le dé ciento por uno, es necesario no sea escaso en el derramar su doctrina en todas partes, que, si de todas no coge, por todas le pagará Dios, a cuya cuenta exercita ese officio.

5. Por eso la palabra de Dios en la g Scritura, en muchos lugares, es comparada a la luz 10 y al agua h 11. Y éstas son dos cosas en que Dios no es mezquino, antes la envía sobre buenos y malos 12. Y si en los montes y collados, por ser infructíferos, no es de provecho el agua, a los valles corre, donde la frescura se conserva todo el año. No hay que notar a Dios de pródigo y disperdiciado, que su eterna sabiduría altíssimos fines tiene de mostrarse tan manirroto en el hacer [salir] el sol sobre buenos y malos y llover sobre justos e injustos 13. A semejanza de este gran Dios, debíen los prelados hacer sus amonestaciones, sembrar su palabra y predicar en todo tiempo, como san Pablo amonesta a su dicípulo Timoteo, diciendo i: Argue, increpa opportune et importune 14, con oportunidad y sin ella. Pues válame Dios, san Pablo, ¿no es bien aguardar sazón? Como si dijera: No, que para la palabra de Dios siempre es tiempo sazonado. Ella es la que mulle y hace la cama, dispone y ordena un alma para que Dios, que es la palabra eterna, se siembre en nuestros corazones. Es como el agua que otoña y resfría la tierra. Que, aunque es verdad que con esa primera agua no se siembre, resfría la tierra y la sazona para su tiempo debido. Nadie diga que no es tiempo de capítulos y amonestaciones, que, cuando no vengan en tiempo de sembrar, vendrán en tiempo de disponer y resfriar un alma de los fuegos y ardores que por tantas partes la encienden y destemplan.

6. Quédese, mis charíssimos hermanos, este capítulo aquí, que en él no tenía intento de tomar este asunto j, sino que lleváramos adelante nuestras continuas amonestaciones de cómo hemos de seguir a Cristo. No será mala ni vendrá fuera de propósito el ser religiosos aficionados a su palabra, factores et auditores 15, que éste fue el camino por donde [10v] los apóstolos y discípulos de Cristo quedaron hechos y constituidos en príncipes de la Iglesia. Dieron entrada a aquella divina palabra k que de los labios de Cristo procedía, como quien abre la ventana para que entre el sol y bañe el aposento obscuro. Con ella conocían su yerro y veían su desengaño, y así, sin más dilación, dejaban las cosas de la tierra y aun a sí propios, pues, desnudos de riquezas y de su propia voluntad, se l iban tras Cristo. Y no sólo de ellos nos dan cierta y verdadera fee los evangelistas, pero aun de la gente más rústica y popular, la cual, experimentando otra mayor virtud que en las palabras de Cristo estaba encerrada de la que por de fuera parecía, se iban tras él y dejaban sus pueblos y aun olvidaban sus menesteres, pues vemos que muchas veces, si Cristo no se acordara y proveyera de la comida, faltaran de desmayo en los caminos. Lo cual nos lo quiso dar a entender el evangelista san Lucas en el capítulo 5, diciendo: cum turbae multae irruerent in Jesum, ut audirent verbum Dei 16; que la fuerza de aquella palabra —irruere— quiere decir caer, despeñarse y como quien va más que de paso; así iban tras Cristo y tras su palabra las personas a quien Dios daba verdadero conocimiento del fructo que de ellas sacaba.

7. Este bien alcanzará el religioso a quien la obediencia lo hallare desasido y sin voluntad, que es los garabatos que hacen a un alma detenida en las cosas de la tierra. Caigamos, hermanos, en la cuenta y luego arrojémonos tras la palabra de Dios, en quien la hallaremos que ella es de tal calidad que no perderá su valor por estar en prelado flaco, como no lo perdió el pan que el cuervo traía a Elías 17, antes nos servirá de sustento y summo bien. El cual lo dé nuestro Señor a todos por quien Su Majestad es. Etc.




1 «Non solum fratribus sed et familie domus pro capacitate sua similiter singulis dominicis diebus, si fieri potest, exhortatio fiat et quid credere aut agere debeant simpliciter moneantur» (Regla primitiva, a.21).



2 Alusión a Cant 3,7.



3 Cf. Mt 25,1-13.



asigue obligo tach.



brep.



4 Cf. Mt 18,10.



5 Cf. 1 Pe 5,8.



csigue cere tach.



6 Cf. Mt 5,14.



dcorr.



7 Cf. Mt 5,14.



e de tierra sobre lín.



fcorr.



8 Gál 6,2: «Alter alterius onera portate, et sic adimplebitis legem Christi».



9 Cf. Mt 13,3-7.



gcorr. de las



10 Cf. Sal 118,105; Jn 1,9.



hms. algua



11 Cf. Is 55,10-11.



12 Cf. Mt 5,45.



13 Cf. Mt 5,45.



ial marg. vide



14 2 Tim 4,2.



jms. asumpto



15 Sant 1,22: «Estote autem factores verbi, et non auditores tantum».



kms. palabras



lsigue ip tach.



16 Lc 5,1.



17 Cf. 1 Re 17,6.






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