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San Juan Bautista de la Concepción
Obras IV – S. Juan B. de la C.

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EXHORTACION 4

Capítulo y exhortación a los hermanos en veinte y cuatro de setiembre

Prosigue la materia de la exhortación pasada. Y cómo las palabras vivas son soplos que conservan y avivan
el fuego de los carbones encendidos

1. En la exhortación pasada, procurando escusar al prelado en la continuidad destas pláticas, dije cómo el predicar era llover y que, así como Dios envía las lluvias sin peso ni medida, a nuestro parecer, estando en eso [11r] encerrada altíssima sabiduría de Dios, que en cosas encubiertas a nuestros juicios halla altíssimos fines, de esa misma suerte no debe el prelado andar haciendo peso y medida, según el juicio humano, de la doctrina evangélica, sino derramarla a todo tiempo y en cualquier ocasión. Que Dios tendrá cuidado, fuera de nuestras particulares intenciones, de sacar fructos celestiales de ella.

2. Ahora también digo que, cuando un religioso en sí no sienta necesidad de nueva exhortación ni gana para oírla, debe acudir a ella con particular afición, porque es como el a agua. ¡Qué de príncipes y señores se precian de tener fuentes en sus casas, que, sin tener necesidad para algunos fines particulares de ellas, sólo por la deleitación que consigo train de verlas correr, por eso sólo gastan en ellas muchos dineros y, en mirarlas y gozarlas, mucho tiempo! De aquí es que muchos varones prudentes buscan los arroyos, ríos y vertientes de las aguas sólo para mirarlas, que, cuando en ellas no entren las manos ni laven el rostro, aquel ruido, aquel correr parece les causa grande deleitación. No sé, hermanos, quién no se huelga y entretiene oyendo hablar y tratar de Dios, el oír verter y derramar palabras de edificación. Yo digo que no entre uno las b manos en obrar lo que se dice y en enmendar lo ya pasado; sólo este sonido y pronuciación, sólo este oír llover c bastaba para que nos sirviera de entretenimiento.

3. Hay hombres que se estarán una y dos horas oyendo cantar un jilguerillo, que no dice nada, ¿y no habrá quien con afición escuche los misterios de Dios? Que sea esta voz y palabra de tanto gusto para Dios, que diga en figura del sposo, hablando con su esposa (Can 2) d: Sonet vox tua in auribus meis; vox enim tua dulcis 1, etc.; suene tu voz, esposa mía, porque trai consigo grande dulcedumbre. Y, en el capítulo 4 e, dice: Favus distilans labia tua, sponsa; mel et lac sub lingua tua 2; tus labios distilan, esposa mía, un panar de miel, y debajo de tu lengua hay leche y miel. Parece que habíe de decir al revés: que sus labios distilaban leche y miel y que debajo de la boca se quedaba el panar. Que así sucede cuando en las vasijas echan los panares que sacan de las colmenas: que corre la miel líquida y se queda adentro el panar de la miel.

Digo, lo primero, que aquí quiso el sposo dar a entender que su esposa no era f en el hablar como los otros predicadores, que derraman lo bueno para los otros y se quedan para su aprovechamiento con lo no tal. Dice que su esposa distilaba panar de miel y se quedaba para sí propia y para hablar g consigo y con Dios con la miel pura y leche cándida.

4. Digo, lo segundo, que el distilar la miel envuelta en la cera y en panar es decir [11v] que, en sus sermones y pláticas h, mezclaba su doctrina y sentencias con parábolas y semejanzas, de suerte que, dando a cada uno lo que habíe menester, se lo daba tapado y encubierto. De suerte que, siendo la leche formada de sangre —por quien son significadas las reprehensiones y rigores— y la miel —por quien son significados los favores y estimaciones—, nada de eso parecíe acá fuera a solas, de suerte que el reprehendido se agraviase y el favorecido se ensoberbeciese, porque eso allá dentro se le quedaba, que no le salía de la boca, sólo sus labios distilaban unas palabras misteriosas. Como el panar de miel está lleno de casillas cerradas y selladas, así ella decía sus sentencias y a cada uno las daba cerradas y selladas, para que a solas cada uno entendiese lo que más le convenía, sin que su hermano y compañero tomase ocasión de la reprehensión de su hermano para desestimarlo, ni del favor del estraño para envidiarlo. Eran sus palabras todas carta cerrada con siete sellos, como san Juan vido aquel libro del Apocalipsi, que sólo el cordero era digno de lo abrir 3. Así estaba esta esposa sancta y alma devota, de quien vamos tratando i, en sus palabras y predicación j, concertada con este celestial y divino cordero Cristo para que, cerrando ella en lo público, como en k panar de miel, sus sentencias, consejos y amonestaciones, en lo secreto del corazón él abriese esos sellos y diese a entender a cada uno de los oyentes lo que más le convenía. Y, si no, digan sus charidades si han experimentado esta verdad una y muchas veces: decir el prelado palabras que de suyo están tan cerradas, que aun el propio prelado l no sabe a qué propósito habla, y en las orejas y corazón del que oye m representarse muy claras en orden a lo que cada uno ha menester.

5. Esta plática y conversación y este modo de hablar de la esposa es el que es tan dulce para su esposo y el que le sabe a panar de miel. Y aun la propia esposa, con confesar ella en el capítulo quinto que los labios de su esposo son lirios que distilan mirra 4, que de suyo es amarga —descubriendo por aquí el cuidado que tenía su esposo de amonestarla, reprehenderla y enseñarla, aunque fuese a costa de amarguras—, con toda esta carga andaba tan perdida por oír y escuchar a su esposo, que, en el capítulo 2, n.º 8 et 10, se pone de puntillas, se prepara [12r] y presta atención y, como asombrada del bien que recebía cuando su esposo le hablaba, dice: Vox dilecti mei; ecce iste venit, saliens in montibus, etc. En dilectus meus loquitur michi 5. Como si dijera: Gracias a Dios que mi esposo me habla, que oigo su voz. ¡Oh qué dichosa mujer que merece oír tales palabras y gozar de tal conversación n! De manera que la palabra de Dios consigo propio trai la salsa y el gusto de ser oída.

6. Cuánto más que, por muy desasido que un corazón venga y despegado de toda afición de lo que ha de oír, siendo, como hemos dicho, agua, por dondequiera que pasa moja y, siendo tan poderosa y haciendo tales efectos, como David dice en el psalmo 28, no habrá hombre que tan de pendencia venga que, si con ella se pone a reñir y en cuestión, que no le rinda las armas. En aquel psalmo enpieza David obligando a los hombres a que hagan grandes ofrendas a Dios, le ofrezcan honra y gloria. Y ¿sabido por qué está el hombre obligado a eso? Dice: Vox Domini in virtute; vox Domini in magnificentia 6; porque la voz y palabra de Dios tiene virtud y magnificencia. Es como si dijera: larga, repartida y dadivosa. En lo que toca a su virtud, dice grandes cosas en el propio psalmo que obra y hace, que allí se podrán ver. En lo que toca a ser magnífica, a nadie desecha, a todos admite, a herejes, infieles, descomulgados, de suerte que, privándolos de otros thesoros que en la Iglesia hay, a ninguno se le priva de la palabra de Dios. Y ésta tiene tal virtud, que de tajo o de revés derribará los cedros más enpinados del monte Líbano 7.

7. Suelen ya ser las pláticas y amonestaciones de los prelados a los súbditos tan pesadas, que es necesario gastar la mitad del tiempo en escusar la molestia del officio y carga que consigo trai la regla y constituciones mandando se hagan estas juntas. Podrían ser éstos temores míos o demasiada gana de descargar lo que está sobre mis hombros. No hay dudar sino que el predicador, a cuyo cargo está el enseñar al pueblo, cuando lo ve juntar con gana y afición y que de su boca toman la doctrina que oyen y la esconden en su corazón, que lo dejan como descargado, descansado y aliviado. Cuando Noé echó del arca la paloma y ella salió y no halló dónde sentar el pie, tornóse al arca donde salió, y Noé tornóla a acoger y a dar su antigua morada. Pero, cuando o después salió y halló campos floridos y tierra desembarazada, quedóse en nueva habitación, dejando desembarazada el arca. Y lo propio hizo Noé con los demás animales, cuando tuvieron campos para su habitación 8. El que predica no es otra cosa sino un arca cerrada, llena de conceptos, consejos y doctrina, [12v] levantada en alto sobre todos los oyentes. Deseoso de nuestro aprovechamiento y de que cesen las aguas del diluvio, que son nuestros defectos, echa fuera una amonestación, un discurso que, dando un vuelo, se entre por los corazones de los oyentes. Este, si halla acogida, fuera se queda, descargada deja el arca. Cuando mucho, vuelve con un ramo de oliva, como hizo la p paloma a Noé 9 en señal de buen tiempo y buenas nuevas, según a[quello] que dice q [Isaías]: que verbum non redet ad me vacuum 10. Pero, si esta palabra, que con simplicidad y llaneza sale del entendimiento del que predica, no halla dónde sentar el pie, tórnase adonde salió y deja al predicador con la primera carga, el cual no puede naturalmente dejar de desear descargarse r de sus deseos y obligaciones.

8. No se contenta el tabernero que todos sepan que allí se vende vino, sino que, con todo eso, pone un ramo, y aun las fiestas paga al pregonero que a voces pregone el buen vino que salta en la copa. Todo esto es deseo de vender, hacer dineros y desembarazar sus tinajas. Nadie se espante de las palabras que al principio de esta plática hemos gastado, que todo es deseo de vender, de desembarazarse un hombre del peso que trai a cuestas y hacer dineros y premios de su vino. Así lo quiera la Majestad de Dios que lo que aquí se dijere sea vino que conforte a los que oyen, premio y ganancia para el que habla.

9. No me parece será bien dejar sueltas estas palabras que hemos dicho, sino asirlas y trabarlas con lo que ahora hemos de decir. Presten, hermanos, atención y volvámonos a nuestro primer tema que en estos últimos capítulos hemos tomado. Dice Cristo que «el que le sigue no anda en tinieblas» 11. Demás de lo que dijimos en el capítulo pasado sobre esta palabra: qui sequitur me, el que me sigue, ahora se me ofrece que, viendo Cristo en el hombre tanta flaqueza y miseria humana, quiso que siempre le estuviese siguiendo; que, en este camino de la perfección, no hubiese intermisión ni paraderos, porque el hombre flaco es fácil de enfriarse y entumecerse.

10. Es el hombre como el carbón del herrero: que el rato que lo dejan de soplar, se s amortigua y muere; y así tienen quien siempre tenga las fuelles en las manos. Ahora trabaremos lo de arriba con lo que ahora hemos de decir. Si respecto de nuestra flaqueza quiere Cristo que siempre le sigamos, respecto de esa propia y de que el fuego con facilidad se apaga, es necesario que los prelados siempre estén soplando, predicando [13r] y dando voces, siempre con la escoba en la mano para barrer, que son aposentos bajos en los que vivimos y levantan polvo y crían telas de arañas. Continuidad quiere Cristo en las cosas de su servicio. Que si un alma para, después de detenida grandes son t las dificultades que se ofrecen para tornarla a levantar.

11. Otras muchas veces he puesto en nuestros scritos este exemplo de la piedra pesada que u rodando cogió vuelo, que con un puntillazo, con un golpe y poca fuerza va adelante; pero, si para, es necesario grande ayuda para levantarla y hacer que torne a coger carrera. ¡Qué pesado es el hombre e inclinado a lo malo! ¡Qué dificultades tiene si para y se sienta en su flojedad y tibieza! ¡Qué de ayudas de costa, qué de golpes y puntillazos ha menester para correr por el camino de la verdad: qué de disciplinas, de ayunos, cilicios y consideraciones! Quien primero, cuando caminaba, le parece le era tan fácil que, con sólo hincarse de rodillas v, tenía oración, con sólo un buen exemplo acudía a sus ejercicios devotos, después, si paró y lo dejó, llorará y derramará lágrimas con las Marías, diciendo: Quis revolvet nobis lapidem ab ostio monumenti? 12 ¿Quién bastará a levantar un hombre tan pesado, caído y tan tibio? Por eso nos quiere Dios continuos y sin intermisión.

12. Los cielos siempre se mueven, siempre andan, jamás pararon dende que Dios los crió; y si un momento parasen, cesarían todas las cosas en la tierra, todo acabaría, porque todo depende de los movimientos de los cielos. ¡Qué de bienes de que esos cielos anden, y qué de males y acabamientos de que pararan! Esto propio debe considerar un religioso, que de caminar siempre y de seguir a Cristo, su primer motor y maestro, proceden tantos bienes y ganancias para su alma que fuera imposible el decir las generaciones y producciones nuevas que se hallan en sus potencias y sentidos interiores y esteriores. Todas las cuales cesan en parándose el hombre, en cesando este movimiento y secuela de Cristo. Y no sólo cesa lo nuevo que se produce, pero fenece lo viejo y ya producido, pues todo muere y acaba en absencia de Dios y queda este mundo pequeño del hombre en tinieblas.

13. [13v] Rara cosa es que, por sólo una pesa que se caiga de un relox w, para todo cuanto artificio haya allí dentro: tantas ruedas, tanto concierto y armonía. Y aún más, que rigiéndose todo un pueblo por las horas y concierto del relox, queda todo desconcertado y parado, a juicio de regirse cada uno por la hora y tiempo que a él le pareciere. No hay que soltar, hermanos míos, la cruz de Jesucristo, que es el peso que mueve toda la armonía de nuestra alma, la que nos hace que le sigamos, la que concierta y mide nuestros pasos, la que trai bien regidas nuestras potencias. Si ésa se deja y cada uno quiere regirse por solo su juicio y parecer, tan a lo malo inclinado, todo queda detenido, todo desconcertado y sujeto a que la gente que vive dentro de cada uno de nosotros haga lo que le pareciere. ¿De qué piensan que nace que siempre diga la carne que no es hora de hacer penitencia, que no es tiempo de ayunar y que siempre es tiempo de comer y regalo? De que vivimos sin relox, sujeto a que cada uno dentro de nosotros diga que es la hora que se le antoja.

14. Por eso es bien que nadie suelte la su cruz, nadie se detenga y pare en el seguir a Cristo, que, andando un hombre bien concertado en estos pasos, dará a cada tiempo lo que es suyo: al comer, al beber y a la penitencia y mortificación. Según aquello que dice el Spíritu Sancto: que omnia tempus habent 13, que todas las cosas tienen sus tiempos, a nadie se le ha de quitar el suyo. Muy ciego andaría el labrador que quisiese sembrar en el verano y coger en el invierno, y pidiese a sus hazas yerba y flores en el estío. Ya tiene Dios señalado a cada cosa su tiempo, el cual no se les ha de trocar. Este es tiempo de seguir a Cristo, de ayunar y hacer penitencia. Después vendrá, siendo Dios servido, el tiempo de la cosecha, cuando nos quiten la cruz de los hombros y que pare el relox, porque en la otra vida siempre es un tiempo sin variación, una eternidad sin mudanza, una hora dichosa x de ver a Dios sin esperanzas de que venga otra que nos lo quite y esconda; cuando no será necesario que estas ruedas de nuestras potencias rueden y discurran, sino que siempre estén paradas: el entendimiento en ver a Dios, la voluntad en amarle y la memoria en tenerle presente. Llévenos Dios a ese tiempo que no tiene fin, por quien él es. Etc.




a como el sobre lín.



bsigue p tach.



csigue esto tach.



dal marg. 



1 Cant 2,14.



ems.



2 Cant 4,11.



fsigue como los tach. 



gms. habrar 



hms. palticas



3 Cf. Ap 5,1ss.



isigue que tach.



jsigue estava tach.



ksobre lín.



lsigue aun tach.



mcorr. de oyen



4 Cant 5,13: «Labia eius lilia distillantia myrrham primam».



5 Cant 2,8.10.



nsigue q tach.



6 Sal 28,4.



7 Sal 28,5: «Vox Domini confringentis cedros, et confringet Dominus cedros Libani».



osigue es tach.



8 Cf. Gén 8,6ss.



prep.



9 Cf. Gén 8,11.



qal marg. vide



10 Cf. Is 55,11.



rms. descarcarse



11 Jn 8,12.



ssigue muere tach.



tcorr.



usigue rond tach.



vms. rodilla



12 Mc 16,3.



wcorr.



13 Ecl 3,1.



xsigue sin tach.






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