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San Juan Bautista de la Concepción Obras IV – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
EXHORTACION 10
En que se prosigue la materia de la exhortación pasada y se ponen algunas razones de nuestra poca perseverancia
1. Veo esta virtud de la perseverancia tan desterrada de nuestros términos el día de hoy, tan reñida con los hombres y tan a sombra de tejados en las religiones, tan menoscabada en los que la prudencia humana llama buenos —que no obstante que todos los hombres sepan que sin ella nada bueno pueden conseguir respecto que al fin es cuando se canta la victoria—, que no se habíe de predicar otra cosa en las iglesias ni amonestar en los conventos. Y aun en todos los cantones y encuentros de las calles y humblares de las celdas habíe de estar escrito esta sola palabra: perseverancia, perseverancia, perseverancia. Porque éste es común dicho de los sanctos 1, y particularmente de san Jerónimo 2: Coepisse multorum est, ad culmen pervenire paucorum. ¡Qué de ellos son los que enpiezan, qué pocos los que acaban! ¡Qué de ellos salieron de la tierra de promisión, pues fueron [seiscientos mil], y sólo entraron [dos] 3! ¡Qué de ellos salen del mundo y caminan por esta Iglesia militante, y qué pocos son los que entran en la triunfante, pues dice Cristo que «muchos son los llamados y pocos los escogidos» 4! ¡Qué de soldados tenía Gedeón y qué pocos los que acometieron al enemigo y quebraron sus cántaros 5! Todos quieren ser soldados de Cristo y armarse con su fee, pero muy pocos los que perseveran acometiendo al enemigo a, macerando su carne, [34v] haciendo penitencia y muriendo al mundo.
2. ¡Oh hermanos, y qué confuso me veo, qué lleno de miedos y de temores! No quiero ahora tratar en particular de mis mal logrados pensamientos y deseos, que, por no ser tan perfectos como deben en su duración, se quedan mal logrados. Y como los hijos de los hebreos en Egipto: que, en el punto que nacían en las manos de las parteras y comadres, antes de abrir los ojos y ver la luz del cielo, los mataban y quedaban sin vida 6. Bien veo pudiera tratar, puniendo los ojos en mí, de hartos deseos y buenos propósitos que, apenas son engendrados y han enpezado a nacer, cuando enpiezan a no ser, a morir y quedar sin vida. En que pudiera echar juicio no eran pensamientos legítimos, como los hijos que pare la adúltera, que el parir y pensar cómo ha de b matar la criatura todo es uno. No quiero tratar en particular, quédese eso para confusión mía. Y de lo que en común dijere en esta exhortación no será la peor parte la que a mí me cabrá.
3. Tratemos de lo que en muchos vemos y de la común lástima que el día de hoy se ve en todas partes cuando, mirando a los que tratan de virtud, todo se les va en cabos c, o por mejor decir, en principios. Aunque no dije mal en cabos, como mala hilaza que luego se quiebra, o tela cortada, que lo que deja son hebras sin provecho. Si preguntamos ¿qué es de la humildad del hermano Fulano? Ya acabó. ¿Su charidad? Ya acabó. ¿Su obediencia? Ya acabó. Y lo propio de las demás virtudes, que todos son cabos d. Las cuales, por ser tan delicadas, se cortan, como leche al volver la mano. Lo propio hacen las virtudes en el siervo de Dios: que, si vuelve la mano y tuerce el camino e que enpezó, todo queda cortado, deshecho y destruido. Lo que tiene la leche cortada es que no cuaja, todo se vuelve suero y agua. De esa misma suerte los que no perseveran en vivir según la mano con que enpezaron, quedan tan cortados que nada que sea de provecho cuajará, todo se vuelve suero, o suero f y agua derramada g.
4. Buscando algunas causas de nuestra poca perseverancia en la virtud, me parece que una de ellas debe de ser que, así como los convalecientes que con facilidad tornan a recaer decimos que no quedaron bien curados de la enfermedad pasada, pues tan poco les dura la salud, de esa misma suerte el religioso y el siervo de Dios que, habiendo dejado el mundo h, vestido de Cristo y sanado del mismo Dios, tornase segunda vez a desnudarse y vestirse de tinieblas, decimos que en su primera reconciliación no habíe perdido del todo el afecto al mundo y a sus cosas, a que se vuelve. A esto tiraba el amplius lava me que dice David 7. Después de le haber perdonado ya Dios su peccado, deseaba que lo tornase Dios a lavar, para que no sólo [35r] quedase limpio cuanto al peccado y culpa, sino cuanto a cualquier inclinación, propensión o afecto que le hubiese quedado de las deleitaciones pasadas.
5. Así como un buen médico, después de haber curado un enfermo y sanádole de la dolencia pasada, le dice: Señor, ahora es necesario toméis una purguilla para que del todo quedéis limpio, por lo que sucediere y para quitar cualesquier rastras que puedan haber quedado. Todo esto por sólo temer la recaída. Y esto propio dice David después de su perdón y cura: Amplius lava me, Domine; Señor, una purguilla, otro lavatorio para quitar rastras y cualesquier afectos desordenados i, por lo que puede, Señor, suceder, que yo soy flaco, otro jabón. Echaba muy bien de ver que, así como cualquier mal humor que quede torna a alterar a un hombre y a tornarlo a la cama, esto propio digo yo del religioso que no persevera, sino que, habiendo dejado el mundo, se torna a él o a los defectos que en él hacía: que le quedó algún mal humor y no vino a la Religión tan bien curado. Lo propio decimos del enfermo que vomita, que tiene algo pegado en el estómago. Poco perseverar en la virtud, cada día bien obrar, cada día enpezar y tomar nuevos potajes y sustancias de virtudes y cada día trocarlas: sin falta hay algo pegado en el estómago, algún afecto desordenado se hay en nuestra alma. No hay, mis hermanos, sino un amplius lava me para que la salud vaya adelante y siempre seamos quien debemos. Después de haber adquirido la salud, otra purguilla que conserve y preserve; una penitencia y otra mortificación.
6. No contentarnos ni satisfacernos del todo, aunque el propheta, o el que en su lugar estuviere, nos diga: Transtulit Dominus peccatum tuum a te 8; ya Dios te ha perdonado tu peccado. De quien dice el Spíritu Sancto que jamás estemos sin miedo: De peccato propitiato noli esse sine metu 9. Y lo propio podríamos entender de aquello que j dice k a Moisén su l pueblo m: Peccatum tuum sit coram te semper 10; que lo traigamos siempre delante. Así como acá un hombre a su enemigo no se atreve a traerlo detrás ni dejarlo a las spaldas, no le haga alguna traición, sino traerlo delante de los ojos, donde veamos si nos acomete, así nos hemos de haber con el peccado: no olvidarlo para aborrecerlo y defendernos de él, que es traidor y se nos puede tornar a casa si nos descuidamos.
7. [35v] Así David no admite descuido de quien tanto mal le acarreó, sino que, aun después de lo haber echado fuera de casa, desea tornarse a lavar de él. Como la buena criada, que, temerosa de que no se le queme la casa, quitada la lumbre del fogar, echa agua sobre los ladrillos calientes por que no suceda alguna desgracia. Y, después de haber derramado el licor hediondo de una redoma, una y otra vez la lava. Ea, pues, Señor, amplius lava me. Ya se ha derramado el peccado, vos decís que ya está perdonado por vuestro propheta. Amplius lava me; mirad, Señor, que me parece que no basta haber quitado los tizones del fuego deshonesto pasado, estos ladrillos y afectos puede ser queden con algunas no tales inclinaciones y propensiones, podrían quedar cálidos de donde resultase algún fuego o desgracia. Amplius lava me; echad, Señor, agua, lavad esta redoma que tuvo licor tan malo para que tan mala vasija no nos vuelva el vino de la gracia que vos pusiéredes en ella.
8. Porque es certíssimo, mis hermanos, que cualquier rastro que quede de la tierra, de mundo, de peccados, de afectos torcidos y desordenados, eso basta para tornarnos a lo pasado y para dejar lo presente. Que es la causa por qué no quiso Sara que Agar quedase en su casa 11 siendo sólo Ismael su hijo el culpado en enseñar juegos ilícitos a Isac n, sino que quiso limpiar muy bien su casa y no dejar en ella cosa que le tornase a Ismael a ella. Y el tornar en nosotros las culpas pasadas y no perseverar, es llano que no quedó la casa limpia y nosotros tan desembarazados de nuestros torcidos afectos como debíamos, que son la madre a quien las culpas vienen a visitar.
9. Cuántas veces sucede al que juega a los naipes, por no se saber bien descartar, perder el juego, la mano y el resto. Particularmente si se quedó con alguna carta de más encartado, o encontrada al manjar de lo que iba, es cierta la pérdida del todo. De grande importancia es, mis o hermanos, para bien jugar y ganar bien, descartarnos del mundo y de sus ponpas y que no quede carta encontrada a nuestro juego. Vayan los oros y las riquezas, vayan las copas y gustos, vayan los bastos y nuestras ignorancias. Sólo queden las spadas, [36r] disciplinas y penitencias, con que hemos de tomar venganza de nosotros propios. Sólo quede aquello que es conforme a la cruz de Cristo. Porque no viene bien el oro con la cruz, los gustos y contentos con las penitencias y azotes de Cristo, que hemos de imitar. Esto es lo que nos conservará la vida religiosa y nuestra perseverancia, y lo demás será causa de perder la mano, errar el juego y no proseguir con lo comenzado.
10. El no perseverar en el bien comenzado proviene de no estar bien fundados y arraigados en la virtud. No importa que una torre sea alta y grande, si no tiene buenos fundamentos, que un viento recio y aun sólo su propio peso es bastante para dar con ella en el suelo. No importa que los ñublados sean grandes y atemoricen, si son nieblas vanas, que el sol en saliendo las deshará. ¿Qué importa que el árbor que vido Nabucdonosor llegue con su altura p al cielo y con sus ramas a los confines de la tierra, y que esté muy bien poblado de aves que lo habiten, si al pie tiene quien lo corte y dé con él en la nada 12? ¿Qué importa la cabeza de oro y pechos de plata de la estatua de q que trata r Daniel, si el fundamento es de barro y tierra, cosa tan flaca que una chinilla sin manos que rueda de un monte la derriba 13? ¿Por qué vemos todas las grandezas, majestades del mundo acabadas y consumidas, y lo que hoy asombra, mañana con un poquito de viento y liviana ocasión queda asombrado y anichilado, sino porque son cosas sin fundamento ni cimiento?
11. ¡Oh mis hermanos, si abriésemos los ojos y advirtiésemos cuánto nos importa lo que san Pablo dice, Ad Hebreos 13,9: Optimum est enim s gratia stabilire cor; fortalecer y fundar nuestro corazón en la gracia! Porque del no estar bien fundado le viene el ser tan variable, el enpezar hoy bien y mañana volver atrás, el parecer cada día de su color, el continuo afirmar y negar, decir y desdecir de nuestras obligaciones.
12. De aquí nace que el siervo de Dios que parece hoy edificaba una torre que llegase t al cielo 14, como la de Babilonia u, mañana se quedó o cayó, sino que trocamos lenguas, mudamos pareceres y no pusimos v al principio el fundamento en la gracia que debíamos, el haber al pie de nuestras obras y propósitos hacha que las corte y derribe, el tener pies de barro nuestra cabeza de oro. Optimum est enim gratia stabilire cor. ¿Por qué se cain las manzanas antes de tiempo de su árbor sino por estar gusanientas? Que las sanas y buenas bien sazonan y llegan a su última [36v] perfección. De esa misma suerte no hay virtud sólida si el corazón está vano. Si allá dentro hay algún gusanillo de presunción y soberbia w, de impaciencia o de amor desordenado, eso irá royendo y consumiendo el jugo y enflaqueciendo la sustancia y la fortaleza de la virtud, y pondrá en peligro la perseverancia 15.
13. Este párrapho es del padre Alonso Rodríguez x.
Alberto Magno declara muy bien de qué manera nos hemos de fundar en las virtudes para poder durar y perseverar en ellas. Dice 16 que el verdadero siervo de Dios ha de estar tan fundado en la virtud y la ha de tener tan arraigada allá dentro en el corazón, que siempre esté en su mano exercitarla y no dependa de lo que otros pueden hacer o decir. Porque hay muchos que, mientras las cosas les suceden y vienen a su gusto, parece y son humildes y conservan la paz, pero, en ofreciéndoseles cualquier ocasión, por liviana que sea, da todo en tierra. Y entonces —dice Alberto Magno— no está z la paz o a la humildad en ellos, sino antes está en los otros, pues, cuando quieren, con una pequeña ocasión la quitan y, cuando dejan a la tal persona, le hacen la gracia de la tal virtud. Podremos decir que eso es ser bueno por virtud del otro. Como suelen decir los del mundo cuando los alaban y honran: Eso será por virtud de vuesa merced. Y dicen bien b. Pero más valiera ser bueno y honrado por su propia virtud y no por la virtud ajena, por la que está en mí y no en mi vecino. Que hay de religiosos no bien fundados en la virtud, o por mejor decir al propósito que vamos hablando, que, pareciendo c que en ellos está la virtud, el fundamento de ella está fuera de casa, pues vemos que, mientras las cosas andan a su gusto y a su paladar, se conservan en ella, pero, en ofreciéndoseles la mortificación del prelado, el rigor de la regla y la ocasión contra su gusto, todo pereció. Esto no es estar la virtud en mí, sino en aquella persona que, compadeciéndose de mi flaqueza, no quiso mortificarme ni mandarme cosas dificultosas. Estos parece que son como las lagunas, que, estando reposadas, están claras, pero, si las revuelven y menean, están turbias, de suerte que la claridad la tienen porque no las menean. Y la virtud la tienen estos tales porque no los tocan, sino porque los dejan en su reposo y sosiego y para que hagan lo que ellos quisieren 17.
14. [37r] Parecen estos tales hechos de mantequillas o cuajados como pellas de nieve, que sólo duran mientras el sol no sale a derretirlas y herirlas. Son de «véasme y no me toques». Son retratos de sanctidad, que, si ahondáis en ellos, hallaréis lo que en un sancto pinctado en la pared o en un lienzo, que detrás está un trapo viejo y pared de tierra. Son como las azucenas, lirios y otras muchas yerbas que se nacen en el campo, que son agradables a la vista y, si las llegáis a coger y a tratar con las manos, güelen mal. De esa misma suerte es la virtud que no dura en el religioso, y en muchos que viven en el mundo, de quien la común prática dice que quieren ser sanctos a su modo. Y en quiriéndolos d enderezar a modo perfecto, son como los palos viejos torcidos, que, si los queréis enderezar, luego quiebran y crujen. Son como los vestidos de tafetán para el buen tiempo y como la saya nueva de la criada, que es para el domingo, que no hay que fregar. Harta lástima es que sea virtud que haya de estar en el buen tiempo, en el hacer su voluntad, en el caminar por do ellos quisieren y en el hacerles fiestas, porque, en torciendo el aire y venido algún agua de tribulación, o necesidad de que su oración e que llama de reposo o recogimiento la trueque en llevar piedras o ser cocinero o hacer alguna otra cosa de trabajo, no vale su sanctidad ni su virtud. Que por fuerza ha de ser como la moneda de vellón, que sólo vale por el cuño y molde que le echaron, que, en dándole un golpe, queda hecha chapa de caldera.
15. No son de esa manera los sanctos. Hechos y deshechos, siempre perseveran en una misma virtud, porque ésta la procuran tener muy bien arraigada en el corazón y fundada en Cristo, no en el tiempo apacible ni en el día de la fiesta ni en las cosas exteriores. Siempre son una misma cosa per infamiam et bonam famam 18, a todo muestran un rostro y una cara: en las tribulaciones, en las cárceles, etc. Siempre aparejados para dar gracias a Dios. Acá solemos decir de una cosa que vale cuando está deshecha que es plata quebrada. Y la razón que hay es que, así como la plata siempre tiene un valor, entera o quebrada, de esa misma suerte el sancto que de veras es bueno, entero vale y deshecho tiene su mismo precio.
16. De los contrarios parece dice David, en persona de Cristo: Verumtamen pretium [37v] meum cogitaverunt repellere; ego cucurri f in siti 19. Puse yo el precio del cielo en la hambre, en la sed y trabajo. Así como lo dejó acensuado en el sudor de nuestro primer padre, cuando le dijo Dios: In sudore vultus tui vesceris pane tuo 20, nuestro sustento en nuestro sudor; y lo propio es el sustento del alma. Pero hay hombres que quieren quitar de esas cosas el precio y ponerlo en las cosas de su gusto y contento y en las que se hacen a su paladar. Como los que venden azabaches a gente ignorante, que se lo encarecen más que si fuera oro, y todo su valor para en un golpe con que se quebró, de suerte que todo su precio le quedó en la lengua del que vendía y no en la cosa que vendían g. No es de esa manera el oro, porque en sí tiene su precio y valor h. Y la virtud lo tiene en la hambre, en la sed y tribulación. Ahí muestran sus quilates, ahí es donde siempre valen.
17. El Spíritu Sancto dice que los justos y hijos de Dios en el fuego y en el horno tienen su prueba y muestran su valor 21. Aun acá decimos, cuando a un hombre se le ofreció una cosa dificultosa, una contradición o trabajo, que allí mostró su valor y ánimo. Esa es la virtud que dura. Y ésos son los que perseveran, los que no tienen fundada la virtud en el aire que corre, sino en Dios. La cual virtud está arraigada en su corazón, que, para sacársela, es necesario sacarles el corazón. Y en el muerto quedará la propia virtud bien scrita y dibujada, como lo estaba Jesús en el corazón de san Ignacio y el amor de Dios en san Agustín, que al uno le quitan la vida y las palabras de la boca, pero no le pueden borrar a Jesús del corazón; y el otro lo tiene herido y llagado, para que, si alguna vez las ocupaciones le quitaren la muestra del amor de Dios de la lengua, no se lo puedan quitar del corazón. Destos parece dice David: Transivi per ignem et aquam, eduxisti nos in refrigerium 22. Que ni el agua los deshizo ni el fuego los consumió, sino que era gente que sacaban la virtud, como acá decimos, del lodo. Gente bien parecida al mismo Dios, de quien decimos semper idem esse, vivere et intelligere; siempre tiene un ser, un vivir y entender; un ser invariable e inmutable, que ni los tiempos lo truecan ni los años lo envejecen, ni otra alguna cosa le puede quitar la vida ni estorbar el entender.
18. Concluyamos con decir que esta gente [38r] variable y de poca perseverancia son como los gusanos de la seda, que sólo tienen vida cuando los entran en el seno y allí i les dais calor; y como los gusanos y lagartos y otras sabandijas, que nacen con el calor y mueren con el frío. No son estos tales para religión rigurosa, para regla áspera, para vivir donde siempre se trata de una cosa, adonde el coro ha de ser continuo, los ayunos son de un año y el duro suelo ha de ser perpetuo.
19. ¡Oh, mis hermanos, y si el demonio conociese de una vez nuestro deseo de perseverar y que siempre hemos de ser unos, y qué de males, qué de ahogos y tentaciones nos ahorraríamos dejando al justo por invincible! Como hizo a Cristo en el desierto, que a la tercera tentación, viéndole tan incontrastable, reliquit eum diabolus; que lo dejó y se fue. Y luego llegaron los ángeles a coronar el triunphador 23. Pero, si el demonio echa de ver que a una fingida calentura queremos carne y a un dolor de cabeza, descanso y a un trabajillo, holgura y con liviana ocasión, como los muchachos del escuela, cada día punto y disancto nuevo, ¿qué ha de hacer quien tales ganancias siente sino acometer, fingir y disimular trabajos, sembrar ahogos y apreturas, para que el poco firme y constante afloje en la virtud y desahogue en la libertad?
20. Dénos Dios, por quien Su Majestad es, lo que tanto nos importa para que de la mano, no de los ángeles, sino del mismo Dios, recibamos la corona inmarcesible que no se marchita 24. Porque ésa es la que corresponde a nuestra perseverancia: un premio y galardón que no se ha de acabar por los siglos de los siglos. Amén.