Índice: General - Obra | Palabras: Alfabética - Frecuencia - Inverso - Longitud - Estadísticas | Ayuda | Biblioteca IntraText |
San Juan Bautista de la Concepción Obras IV – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
EXHORTACION 34
Prosigue la materia del capítulo pasado y declárase cuán dichosas sean las penitencias del justo, con que se abrazó por amor de Dios
1. En la exhortación pasada nos divertimos algo quiriendo probar cómo la falta de salud en los religiosos que con algún rigor de vida cayeron y enfermaron más fue falta de virtud interior que sobra de penitencias. En otros tratados tengo scrito hartas cosas en orden a esto, probando cómo las penitencias bien guisadas y sazonadas a nadie hacen mal. Bien temía san Pedro comer aquellos animales vivos y ponzoñosos que se le mostraron en una sábana que bajaba del cielo, pero, después de puesta el glorioso [111v] sancto su dificultad y habiéndole Dios respondido a ella, ni dudó de comerlos ni le hicieron mal provecho. Mandáronle a que muertos los comiese y que no llamase inmundo lo que Dios tenía purificado 1. Hay penitencias y rigores vivos que no hay quien los trague ni quien los coma, y penitencias asquerosas que no hay quien las pase. Pero, si el rigor ya viene muerto y la penitencia baja del cielo, como aquel lienzo que, digo, vido san Pedro, bien se pueden comer, que buen provecho harán b.
2. Eso tienen las olas c de la mar quebradas a la orilla, que sirven de juguetes a los muchachos. Y las penitencias secas a los muy hombres los derriba y traga, como las olas en mar alta al bajel no bien pertrechado. Pero, si mis penitencias y mortificaciones quebraron ya su fuerza en el monte Calvario, donde tantas penas y trabajos anegaron la vida del mismo Dios, qué mucho que, pasadas de allí y puestas en mi orilla y cabo de todo ser, sean juguetes y entretenimiento. No quiero decir de esto, que bien sé que los sanctos por quien esto pasa no les será nuevo y aquellos que de ello no saben no lo han de creer.
3. Sólo ruego en esta materia, mis charíssimos hermanos, no huigan el cuerpo de nuestros primeros rigores, que no muerden, matan ni enponzoñan, sino son otra vara derecha y milagrosa de Moisés que, puesta en la mano, con ella obraba y hacía maravillas y, puesta en tierra, era culebra, de quien el propheta temía y huía; y a quien dice Dios: No huigas, Moisés, aprehende caudam eius. Et versa est in virgam, etc. 2. Son las penitencias en el justo una vara de justicia con que se abre el cielo, rompen los mares de lágrimas que estaban recogidas en nuestro interior y se derraman por nuestros ojos. Son nuestras mortificaciones quien escurece el tiempo a nuestros apetitos y descubre luz y nuevos resplandores al alma; quien el agua clara de nuestros gustos enturbia y vuelve sangre que clame a Dios y pida, no venganza como la de Abel, sino misericordia como la de Cristo. Son quien en mí producen y engendran suspiros y clamores para que, viendo Dios mi aflicción interior, venga a librarme. Son finalmente estas penitencias vara y báculo fuerte y derecho que sustenta a los flacos para que no caigan. Estas penitencias son las que, miradas dende afuera, son culebra tortuosa que asombra y atemoriza. No huigamos de ellas, hermanos, tomémoslas, como Dios manda a Moisés, la culebra por su estremidad y cola, consideremos los dichosos fines que tienen y veremos cómo no son animal ponzoñoso ni vara de castigo, [112r] sino vara como la de Arón d, que de repente y muy sin pensar se halló florida e 3.
4. No serán como la vara de quien dice Esaías [sic]: Alteram vocavi Funiculum, sino como otra que habíe dicho antes f diciendo: Alteram vocavi Decorem 4. No hay dama tan bizarra y hermosa que tanto le agrade a su galán como al justo la disciplina y cilicio. Es como la vara de Jonatás, en cuya estremidad estaba la miel dulce que le restituía la vista de los ojos 5. Es como la vara que Dios mostró a Jeremías que velaba 6, porque no hay cosa que tanto haga abrir los ojos al justo y volverlo alerta como la penitencia, porque es un divino dispertador que, aunque hace ruido sin cuenta, bien cuenta Dios las horas que un justo vela por su amor.
5. ¡Oh Dios mío y bien mío!, si tú fueses servido de quitar el antifaz y mala cara que por de fuera muestra tener la mortificación, y cómo el religioso vería en ella lo que la esposa dice de sí propia: Nolite me considerare quod fusca sim, quia decoloravit me sol. Filii matris meae pugnaverunt contra me. Nigra sum, sed formosa 7. Bien veo que, para nuestro mayor mérito g, Cristo, que es sol de justicia, puso eso negro y tostado en la mortificación y penitencia, para que hiciésemos algo por su amor casándonos con las lagañas de Lía 8. Pero es por de dentro hermosa, que h en sí tiene encerrados los tesoros del cielo, siendo ella el campo grande donde se halla la oveja perdida 9, donde se buscan las dracmas y perlas scondidas 10 y donde está Dios, como divino cazador, armando esas redes i con que nos ha de cazar y coger.
6. ¡Oh buen Dios mío!, puesto caso que te he ofendido y estoy lleno de peccados, véame escondido en la penitencia y no arrebatado al cielo, porque en la penitencia se lavó un Pedro 11, enriqueció j un David 12 y se salvó la Madalena 13, y en ella, aunque al cabo, te halló un ladrón 14; y del cielo, porque allá no había penitencia, cayeron los ángeles 15. Vístame yo, Señor, de la penitencia de un Bautista, y esténse los brocados adornando y vistiendo las paredes de los reyes 16. Ayune yo con un Antonio e Hilarión, y coma quien quisiere con un Herodes. Vele yo, Señor mío, derramando lágrimas con las Marías en el sepulcro 17, y duerma quien quisiere con Holofernes y Débora k en las camas regaladas 18 y regazos blandos l del mundo. ¡Ojalá, Señor, me dieses virtud para adornarme y ceñirme con puntas de erizos y cadenas de hierro, y compóngase quien quisiere con los galanes m del mundo de broches [112v] de perlas y cadenas de oro, que cierto estaré, Señor, ayudándome tu gracia, que serán cadenas con que, siendo yo libre, haré esclavo y captivo mi cuerpo! Y no habrá dama más vistosa a los ojos de su esposo que un justo cargado de esta herramienta a los ojos de Dios.
7. Cuando vemos a un Niño Jesús pintado con la crucecita que hacía cuando niño y con los clavos y martillo que le hacía el buen Joseph, ¡qué devoción nos pone, que parece se regocija nuestra alma!, aun no considerando los provechos que de allí n nos vino, sino pensando el amor con que por nosotros Cristo lo padeció. Pues ¿qué será vernos Dios cargados de penitencias y mortificaciones, no pintadas sino de veras, y que hacemos con nuestras manos cruces en que hemos de crucificar nuestra carne por su amor? ¡Oh Jesús mío!, y cómo me sospecho una y mill veces debes de tirar las cortinas de esos cielos, para que tú y tus ángeles veáis al soldado valiente salir armado contra sus enemigos. No le sufrió el corazón a Cristo, cuando apedreaban a Esteban, de estarse escondido en su cielo, sino que se abrieron los cielos o y se apareció a la diestra de su Padre 19 a gozar de la música que el nuevo capellán hacía al son de las piedras que sobre su cuerpo llovían. ¿Cómo no hará Dios lo propio cuando el religioso se disciplina y se hace otro Esteban apedreado y otro Laurencio abrasado y otra Catarina rompidas sus carnes con abrojos y cilicios?
8. ¡Oh, quién pudiera ver las fiestas y regocijos que los ángeles hacen en un refectorio, cuya comida de los unos son yerbas y de los otros son disciplinas con que los saborean; cuando los unos comen pan sabroso y otros comen pan de dolor y lágrimas p, y los unos y los otros piensan en Dios y comen porque Dios se lo manda! Y siendo eso lo necesario, sin quien nuestra vida no se puede pasar, ¡qué lindos paseos y entretenimientos tendrá Dios en estos tales refectorios! Dichosos platos y escudillas, que imitan a aquellos en q que Cristo y su madre comían y bebían en su casita y portal de Nazaret, como ahora se muestran en el Lorito. Dichosa y bienaventurada pobreza, que si llega, no llega a ser regalo ni aun a matar la hambre y sed del todo, sino que siempre queda un alma con actual mortificación. ¡Oh dichoso hacecillo de mirra, que de ti a mi amado no hay diferencia! ¡Oh dichosa cruz abrazada por Cristo, entre quien y el mismo Dios no hay sino tres clavos que [113r] lo juntan!
9. Aficionémonos, mis hermanos, a penitencias que tanto bien nos han de traer, pues nos han de ser carro triunfal que nos han de llevar al cielo, y nos han de servir de plumas que nos aparten del suelo y ponernos con Dios. Estas son las penitencias r que no dañan la salud al que las toma y hace como siervo y amigo de Dios y a s el que las abraza con lo interior del corazón, que es donde la purga más amarga hace provecho y da salud al enfermo. Son las que no derriban para destruir sino para mejor edificar; las que no descomponen para desnudar sino para mejor adornar; las que de hombres hacen ángeles y de ángeles dioses.
10. Dijimos al principio que nos habíemos divertido en esto en la exhortación pasada, y me parece nos quedamos divertidos también en ésta. Será Dios servido en la que viene nos tornemos a la raya de donde decimos no han de pasar los flacos, para no menoscabar la salud y dar en qué entender a la Religión y que toda ella pague con azote de todo el año los pocos que él se dio el viernes.