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San Juan Bautista de la Concepción
Obras IV – S. Juan B. de la C.

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EXHORTACION 37

Prosíguese la materia de la exhortación pasada y dícense algunos de los fructos de las enfermedades que
padece el justo

1. No fuera poco bien recebir una gracia nueva y grande para poder decir algo de las enfermedades que vienen de las manos de Dios, para que, conociéndolas por a venidas de tal fuente y heredadas de tal vida, después de pasadas, aguardásemos una vida eterna y libre de todo mal. Porque intento es de Dios con esas enfermedades dejar soldados daños y quebraduras para siempre. Ahí es donde Dios echa las bizmas y pone los enplastos a nuestra pierna quebrada y brazo manco, para que entramos salgan fuertes cada uno a hacer su mandado b.

2. No es Su Majestad cruel que habíe de soltar, como dicen, la soga tras el caldero; y que si el tibio y flojo dejó el bien obrar dejando caer el alma en el profundo de las miserias, que habíe de querer, tras esa pérdida, la que el cuerpo puede tener cuando con mill dolencias cai en una cama. Antes es al revés, porque toma por medio eficaz una y otra calentura para que el alma c torne a su primer puesto. Pínctale en el cuerpo, como otro Eczechiel en un ladrillo el estado d y peligro que tiene la ciudad de Jerusalén, aunque torreada, cercada de enemigos y sujeta a perdición 1, pues es fácil el borrar todo su bien y majestad, como se podría borrar la pinctura de un ladrillo. No es de menos consideración ver la grandeza de nuestra alma en este quebradizo cuerpo, ni cosa que poco nos debe dispertar ver con cuánta facilidad se puede e borrar toda la grandeza de nuestros pensamientos y quedar en tierra y lodo la profundidad de nuestras imaginaciones. No es pequeño provecho para un alma darle en sombra que presto se pasa y en pintura que no asombra el asombro de las cosas del infierno, pues todos los males de acá son unos rasguños sin proporción ni semejanza a los males y penas del infierno. En fin, como a niños, nos amenazan los golpes de las enfermedades f, los g horribles tormentos de los condenados, porque fuerza le es pensar el hombre que tiene fee y sabe que hay otra vida que, no haciendo bien en ésta, a cualquier parte de todo este hombre interior y exterior le han de sobrevenir males h que, juntos y recopilados todos cuantos acá se pueden saber, pensar i e imaginar, son solas imaginaciones en comparación de los tormentos eternos. ¡Oh sancto y buen Dios, y cuántas son tus trazas! ¡Y qué tienes de caminos para encaminar al desencaminado j, detener [118r] al desenfrenado y borrar con pinturas de verdad las mentiras imaginadas de aquel que de veras no te ama!

3. No es pequeño fructo en un justo el que hace la enfermedad cuando dispierta el alma para que de veras desee aquellos eternos descansos donde no llega mal ni azote. Ahí es donde el spíritu coge vuelo para se perder de vista al k cuerpo que tan bajo se queda. Allí es donde, como tórtola, gime el alma por compañía eterna que no se pierda. Ahí es donde de veras se despega y desase de cosas de acá abajo. Ahí es donde se desencuadernan nuestras aficioncillas desordenadas y se desconfía de lo mejor y más hermoso que el cuerpo tiene, pues en todos sus bienes, rentas y riquezas tan presto quiebra. Ahí es donde desea l, como quien no tiene fuerzas para pagar lo que en la enfermedad le piden m, retraerse a la iglesia y esconderse en la sepultura, hasta que el alma con Dios haga sus partes y lo saque de allí en el juicio final llevándolo en su compañía.

4. Lugar es, mis hermanos, el de la cama, cuando Dios envía la enfermedad —o fue causada de justas y sanctas penitencias—, donde, como en otro muladar, descubre Dios al mundo la paciencia y sufrimiento de su amigo, como descubrió el muladar y los dolores que en él Job padecía. Aquí es donde Dios hace prueba de sus amigos y donde n asombra o a los demonios con almas que él bien precia sacarlas a justas enfermedades y a un torneo y otro torneo de los mill dolores que cada momento tornan y vienen. Aquí es donde llora el rey Eczechías p y donde obliga a Dios para que se le alargue la vida y en él se cumplan las promesas antiguas 2. Aquí es donde un alma sale con nuevos bríos, como otro paralítico de 38 años 3 para llevar a cuestas el carretón cargado de los q duelos y r trabajos de la tierra. Aquí es donde, cegando el cuerpo, desea el alma ver a Dios, como el ciego del camino 4. Aquí es s donde, libertando Su Majestad al justo, se descubre su honra y gloria, como t la enfermedad de otro Lázaro 5. Aquí es donde Dios u con un clavo saca otro clavo de quien no se ajusta con su cruz para llevarla de buena gana, y donde con un pequeño mal de pena sabe muy bien librar de un grande mal de culpa.

5. Aquí es donde, como otro Eliseo, arroja el astil y palo de la hacha v que cayó en el río w para que suba arriba el hierro pesado que está debajo de las aguas y sean entramos libres 6. Esto es arrojar el cuerpo en males de pena para que haga subir al alma de los males de culpa en que habíe caído; y como quien tira a perder una saeta hacia donde salió la otra, para hallarlas entramas. [118v] ¡Oh qué de veces se aviene el cuerpo con el alma y se le sujeta! Cuando ve lo poco que puede defenderse de una calentura y dolor de cabeza, con cuánto gusto en una cama pide paces para hacer lo que Dios le ordenare con summa perfección. Es imposible poder decir ni cifrar los sanctos y buenos intentos que Dios tiene cuando el hombre enferma, particularmente si es de los justos y amigos de Dios. Sólo digo a ojos cerrados que, si el que da es Dios, délas a montones, que no quiero scoger más de lo que x tal mano diere y, que toques son divinos que llaman al justo abra bien la puerta, que quiere Dios entrar a cenar con él 7. Toque es que, tocando acá abajo, responden en el cielo y, si el justo a este toque abre una puerta de su deseo y voluntad, en el cielo se abren dos de gloria y bienaventuranza. Toque tal mano mucho de norabuena, que tocando en la bajeza de mi cuerpo, cantan los ángeles en el cielo y hacen música a Dios viendo cómo se z hace su a voluntad b en la tierra como en el cielo 8.

6. Oh sancto Dios mío, y qué bien dice la esposa que tenéis manos torneadas y llenas de jacintos 9, que son de color cielo, pues, tocándome a mí, como a otro Job, con vuestra mano, se me tornan los bienes perdidos y me dejáis cerca del cielo. Paréceme, Señor, que por echar mano a la espada de la enfermedad y castigo, os es fuerza soltar esos jacintos divinos que traéis en vuestras manos, para que yo los coja. Herid mucho de norabuena, Señor, y haced muchas llagas, pues con c jacintos y cielos se curan. Vengan enfermedades y calenturas, que encienden el alma para que pida a Dios él sólo sea su médico y salvador. Aduérmase mucho de norabuena el cuerpo en la cama, pues ahí ha de velar el alma. Alma es dichosa, a quien para más y mejor enllenarla de Dios, le ensanchan el cuerpo con la tribulación.

7. Estemos muy contentos, hermanos, cuando Dios nos enviare alguna enfermedad, que de buenas causas no puede haber sino buenos efectos y, si tales son las raíces de nuestras enfermedades, enfermedades serán que darán fructo divino. Acá decimos que el árbor cargado de fructa inclina sus ramas a la tierra, agradeciendo con el fructo que lleva a las raíces la vida que le dieron. Según esto, mis hermanos, si nuestras enfermedades tienen en Dios las raíces y, por amar de veras haciendo penitencias extraordinarias, caímos, caiga la fructa y el provecho de esas enfermedades a la parte de donde le vino el bien. Digámoslo claro, no pagaremos a Dios el bien que [119r] nos hace cuando nos derriba en una cama, si al mismo Dios no le derribásemos los fructos de nuestras potencias, que, como ramas de este hombre y árbor al revés, llevan. Sean todos nuestros pensamientos y discursos de nuestro entendimiento para Dios, que en la enfermedad le dispierta. Sea el rendimiento de nuestra voluntad para Dios, que en esa dolencia le hace rinda las armas. Sea nuestra memoria de sólo el destierro de aquella celestial Jerusalén, pues allá es donde nos llaman d.

8. Díganme, mis hermanos, los que de resultida padecen enfermedades por Dios, causadas del golpe que hicieron los ayunos, cilicios y disciplinas, ¿qué mayor bien quieren que padecer por Cristo con todo el cuerpo, y aun con toda el alma pues le es fuerza atender, como buena compañera, a lo que el cuerpo padece y por qué lo padece? ¿Qué cilicio es más bien ajustado que un grande dolor de cabeza y de cuerpo, que todo lo coge e a planta pedis usque ad verticem capitis 10? ¿Quién mejor puede hacer un sayo justo que el que sabe de eso? ¿Quién más y mejor sabe de dolores y trabajos que Cristo? Dejémoslo a él haga en nosotros lo que más convenga, si deseamos por su amor ajustarnos a los dolores que por nosotros padeció en la cruz.

9. ¡Oh qué errados andan los religiosos que están tristes por sus enfermedades, diciendo que quisieran estar buenos para hacer penitencia y seguir comunidad! Penitencia ninguna hallo yo más acertada que la que Dios me da de su mano, que sale cual y cuanta me conviene. En lo que toca a seguir comunidad, no es obligado a eso el religioso a quien tiene ocupado el prelado y la obediencia, que es acto más heroico por ser éste particular de la voluntad y obediencia del prelado que no el que es común y para todos. Así como Moisés en el desierto hacía a Dios servicio más agradable cuando orando levantaba las manos pesadas para que los del pueblo venciesen que ninguno de los que juntos peleaban 11, porque en fin ésta fue batalla a solas y contra los enojos de Dios, que es más omnipotente que todos los hombres, no se aflija el religioso por ver que no puede seguir comunidad en sus enfermedades, si Dios en ellas lo tiene ocupado y entretenido, que, si la comunidad pelea y trabaja en cosas exteriores, él en su enfermedad levanta las manos a Dios y procura con paciencia y sufrimiento desenojarlo.

10. No tiene que quejarse de que no va al coro, que, así como el enfermo [119v] está escusado de hacer visitas, antes, por grave que sea la persona, es obligada a lo visitar a él, de esa manera el religioso en su enfermedad queda escusado de esas estaciones, antes el mismo Dios es obligado a visitarlo y acompañarlo en la cama, según aquello que él propio dice por David 12: Cum ipso sum in tribulatione; eripiam eum et glorificabo eum. ¡Oh sancto y Dios mío, qué bien criado y comedido eres con los justos impedidos en tribulaciones, que te bajas con ellos para librarlos de ellas y para glorificarlos en ellas! Pareces f, Señor nuestro, al galán, que hace de las suyas cuando ve caída a su dama en el lodo y g sucio su manto, que con particular gentileza la levanta y le da su capa por más limpia. Así tú, Señor, cuando al justo lo ves caer en la enfermedad y tribulación y que su cuerpo se enlodó con trabajos y dolores, que te bajas a levantarlo. Si es en muerte, quítasle ese cuerpo manchado y le h vistes de una capa de gloria. Si es por salud adquirida, a cuenta es de tu cuerpo sacramentado que recibe, con que lo dejas glorioso y honrado: eripiam eum et glorificabo eum.

11. Celebren estas tales enfermedades todos juntos los ángeles por victorias y palmas cortadas de la cruz de Cristo. Padézcalas el justo y tantéelas Dios, que sabe lo que ahí se gana y merece. Quéjese el hombre exterior, que no le pesa al alma de peso que por contrapeso se le da cielo y gloria. Aflíjanme mis amigos en la tierra y no halle consuelo en i el mundo, que a cuenta de Dios j está k Job en un muladar y él sabrá l volver por el caído y levantarlo a premios doblados de los que antes tenía. Coma el cuerpo, como dicen, de las duras, pues también ha de gozar de las bodas m sazonadas. Tenga Lázaro llagas, que no le faltará en la tierra algún refrigerio de n lenguas blandas de perros que las laman y, en la otra [vida], el seno de Abrahán donde descanse 13. Ruede este cuerpo, muélase en una cama, que el molino moliendo gana y el justo gana el cielo y la compañía de los bienaventurados. Adelgácese el trapo jabonándolo, que jabonado queda el cuerpo para cuando otra vez se lo torne a vestir el alma, porque menos no puede entrar donde no entra cosa inmunda o manchada. Los del mundo, como ellos dicen, gustan de pasar cochura por hermosura 14, ¿cuál será la que tendrá un cuerpo glorioso delante de Dios? No hay lengua que la pueda decir. Pues justo es que o haya paciencia para poder sufrir las enfermedades con que eso se alcanza. Etc.

[120r] a

Jhs. M.ª




asobre lín.



bsigue en los caminos y obras de Dios tach.



csigue se tach.



dsigue que tach.



1 Cf. Ez 4,1-2.



ecorr. de pueden



fcorr.



gsigue tor tach.



hsigue en la tach.



isobre lín., en lín. padecer tach.



jsigue refrenar tach.



ksobre lín., en lín. del tach.



l Ahí-desea sobre lín., en lín. deseoso tach.



msigue dese tach.



n y donde sobre lín.



ocorr. de asombrando



pal marg. vide



2 Cf. 2 Re 20,1-6; Is 38,1-3.



3 Cf. Jn 5,5-9.



qsobre lín.



rsigue de los tach.



4 Cf. Mc 10,46-48.



s Aquí es sobre lín.



tsigue en tach.



5 Cf. Jn 11,1ss.



usobre lín.



vsobre lín., en lín. azada tach.



wsigue como otro Eliseo tach.



6 Cf. 2 Re 6,4-6.



xsigue de tach.



ycorr. de viniere



7 Alusión a Ap 3,20.



zsigue confu tach.



asobre lín., sigue la sin tach.



bsigue de Dios tach.



8 Alusión al padrenuestro. Cf. Mt 6,10.



9 Cf. Cant 5,14.



csigue cielos tach.



dsobre lín., en lín. dispiertan tach.



esigue de pies tach.



10 Expresión bíblica (Vulgata). Cf. Deut 28,35; Job 2,7; Is 1,6.



11 Cf. Ex 17,11-13.



12 Sal 90,15.



fsigue nuestro tach.



gsigue v tach.



hsobre lín., en lín. el tach.



isobre lín.



jsigue está Job de tach.



ksobre lín.



lsigue p tach.



msigue maduras y tach.



nsigue llagas tach.



13 Cf. Lc 16,20-23.



14 Proverbio: «Sufrir cochura por hermosura». «Dízese de las mugeres que, para salir el domingo rutilantes, se ponen mudas entre semana y, por enrubiarse, sufren el insufrible humo del açufre» (Covarrubias).



orep.



amarg. derecho 7






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