Índice: General - Obra | Palabras: Alfabética - Frecuencia - Inverso - Longitud - Estadísticas | Ayuda | Biblioteca IntraText |
San Juan Bautista de la Concepción Obras IV – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
5
A un hábito. Trata cómo el que se aborrece y maltrata en la
penitencia se ama et
e contra. Los bienes que están encerrados
en la mortificación. La triste suerte y trueco que habrá en la otra vida
para los malos. Pregunta: Quid petis? Responde: Misericordiam Dei,
Ordinis paupertatem, et fratrum societatem
[6r]
Jhs.
Misericordia de Dios pide el hermano, pidiendo la desnudez, los ayunos, la abstinencia. Y dice bien, que lo es grande abrazarse un hombre con la cruz de Cristo, pues en ella está todo nuestro bien, dicha, ventura y gloria, en padecer mucho por Cristo. Y, mientras más se padece, mayor dicha y, a mayor cruz, mayor gloria; a mayor muerte, mejor vida. Quiriendo el Hijo de Dios predicar esta verdad y este desengaño para los engañados, primero se comparó al grano de trigo, diciendo: Nisi granum frumenti cadens in terram, etc. 1 Es necesario que el grano de trigo, para que lleve fructo, sea sembrado, sepultado, podrido y mortificado. Así, el Hijo de Dios su fructo ha de estar en su muerte, en sus trabajos y sepultura. Y esto presupuesto, para que los hombres no se espanten, dice luego: Qui amat animam suam, perdet eam; et qui odit animam suam in hoc mundo, in vitam aeternam custodit eam (Joan 12) 2. Para que entendamos que lo que fue de él ha de ser de nosotros y que no por regalos y deleites, sino por trabajos, cruz y mortificación, habemos de venir a alcanzar la gloria y el premio. Y así dice: El que amare su vida perderla ha, y el que la aborreciere, tratándola con sequedad, etc., ganarla ha para siempre. Es como si dijera: este trato del cielo es un juego de la gana-pierde, que en el ganar está el perder y con el perder está el ganar. El que en esta vida tratare del regalo de su cuerpo, de dar verde a sus pasiones, de hacer plato a la carne no negándole nada de lo que pidieren sus ojos, este tal va perdido; pero el que se aborreciere a sí mismo tratando como sclavo a su cuerpo, diciendo un no a su sí y un sí a su no, y siendo un perpetuo contrario de sus antojos, un verdugo de sus deseos, este tal segura tiene la vida.
Esto parece que es lo que el glorioso Pablo dijo (Rom 8): Fratres, si secundum carnem vixeritis, moriemini; si autem facta carnis mortificaveritis a, vivetis 3; si según el apetito de vuestra carne viviéredes, moriréis; si viviéredes como unos epicúreos (que no faltan el día de hoy hartos) que a su carne le andan bailando el agua delante ofreciéndole todos los buenos bocados que hay, ofreciéndole mill deleites, moriréis; si viviéredes como unos narcisos que tienen empleado el amor en su carne, estos tales bien pueden aguardar un fin desastrado y violento, etc. Pero los que hicieren lo que hacía san Pablo (1 Cor 9 b): Castigo corpus meum et in servitutem redigo 4, estos tales aman su vida, tiénenla segura, como en conserva, para que se la vuelvan mejorada.
Entenderemos estas cifras de Dios, este lenguaje entricado: cómo en aborrecerse está el amarse, et e contra, cómo en el perder el ganar, et e contra, con una respuesta que dio el glorioso Bernardo a una gente que, viendo las muchas penitencias que sus monjes hacían, le dijeron: Eso, padre, no se puede hacer, porque es aborrecerse a sí mismos y ser verdugos de sí propios y homicidas. A los cuales respondió el glorioso prelado: [6v] Los regalados del mundo éstos son los que aborrecen más su carne, pues por un breve deleite al contado se empeñan para los tormentos eternos que nunca se han de acabar. El necio, el ignorante, el que aborrece su carne, es Esaú, que vende su primogenitura, empeña la bendición de su padre, el ser adorado de sus hermanos, la grosura del cielo y la bendición de la tierra, etc., por una escudilla de lentejas 5. El dichoso y discreto fue Jacob que, por vestir la carne de sus manos con unos pellejuelos ásperos, se lleva todos esos bienes 6; y el desgraciado es Esaú que, por no negarse a sí propio y aborrecer sus pasiones, persiguiendo a su hermano 7 y andándose a la flor de sus antojos, se queda pobre por la eternidad de Dios, etc.
Dichoso el sancto Jacob que, por andar a las heladas del invierno y soles del verano comiendo el manjar de los pastores, se lleva a Raquel hermosa y a Lía fecunda y tanta copia de hacienda y ganado 8. Desdichado y desgraciado el que se queda en el mundo, que, por amar su carne y vestirse de sus antojos, se queda sin la bendición de Dios y pierde lo que para siempre ha de durar; por holgarse acá se empeña en tormentos eternos, por dejarse llevar de sus pasiones, de sus venganzas y regalos, se queda sin el rocío del cielo, etc. Dichoso y bienaventurado el religioso que, por aborrecerse a sí propio, por vestirse su carne con un cilicio áspero y por un poco de frío, etc., se lleva la hermosura de la gloria, la fecundidad de la religión, donde cada día le están naciendo nuevos hermanos, la riqueza de las virtudes. Pregunto yo: ¿Quién más se aborreció a sí propio: Caín, que da lo peor a Dios por quedarse con lo mejor, o Abel, que da y ofrece a Dios las mejores espigas? 9 El uno quedó profugus in terra 10 y al otro respexit Dominus 11. Este me parece que se aborrece a sí propio que por quedarse con los buenos ratos, lo mejor de su alma para sus antojos, se queda desterrado, etc. Pero el religioso que dando a Dios lo mejor de su casa, su hacienda, su voluntad, adhuc autem et animan suam, merece que Dios ponga sus ojos en su sacrificio, le acepte sus oraciones. Según esto, en amarse está el aborrecerse y en aborrecerse el ganarse.
Aun los ciegos gentiles tuvieron algunos barruntos de estas verdades y vislumbres de lo que no veían. El día de hoy hay muchos ciegos cristianos. Dejados a otros aparte, vengamos al divino Platón, de quien dijeron algunos cathólicos que piadosamente se puede creer que le recibió Dios a su gracia y que se pudo salvar 12. Dice, pues, en el diálogo intitulado Thieteo 13, que los dioses intentaron mezclar el dolor y el deleite, el trabajo y el descanso, la pena y la gloria, pero, viendo que era cosa imposible y que no se podía hacer de ellos buena ensalada, determinaron atarlos por las extremidades, de suerte que el fin del dolor sea deleite y el fin del deleite sea dolor, y el fin del trabajo descanso y el fin del descanso trabajo, el fin de la vida muerte y el fin de la muerte vida. Que fue lo mismo que dijo Salomón: Extrema gaudii luctus occupat 14. Este, pues, es el orden de la providencia divina que ató los bienes y los males por los extremos. El que en esta vida echare mano de los bienes, en la otra hallará [7r] c los males, el que aquí se abrazare con los males hallará allá los bienes, el que aquí el regalo allá el tormento, el que aquí la muerte allá la vida. Trueca Dios los brazos, (Gén 48) como Jacob con sus nietos 15. El d que en esta vida estuvo a la mano derecha de la prosperidad en la otra estará a la izquierda de la adversidad, et e contra, el que hubiere estado en ésta a la izquierda de la penitencia, mortificación, lágrimas, etc., en la otra lo contrario.
Cuando Raquel estaba de parto de Benjamín, de quien vino a morir, estando ya entre las agonías de la muerte y viendo que el niño que le había nacido era causa de sus dolores, llamóle Benomi, que quiere decir hijo de mi dolor. Pero Jacob, que como hombre prudente miraba las cosas de otra manera, dijo no tuvo razón Raquel en ponerle ese nombre. Llámese Benjamín, que quiere decir hijo de la diestra de Dios 16. Infama la carne los trabajos; como se ve afligida y maltratada, tiene por infelices y desdichados a los que hacen penitencia, ayunan, traen cilicio y castigan su carne. A esto llama infelicidad, mala suerte, trabajo, dolor. Pero el justo y siervo de Dios, que eso considera con ojos desapasionados, llámalos benjamines, hijos regalados de la mano derecha de Dios. Dichosos dolores y penitencias, y que ahora, aunque son desestimados del mundo, despreciados y murmurados, no ha de ser siempre así, sino que ha de venir tiempo en que se crucen los brazos y truequen las suertes, cayendo éstos a la mano derecha de Dios y los regalados y que en esta vida tuvieron sus placeres y pasatiempos, a la izquierda de sus eternos castigos.
Signifícanos estas verdades el propheta Habacuc, capítulo 3, aunque con un lenguaje harto dificultoso: Fluvios scindes terrae, viderunt te aquae, Deus, et doluerunt montes 17; romperéis, Señor, cuando a vos os parezca, los ríos de la tierra y haréis que se duelan y lloren los montes. San Jerónimo 18, para explicar este lugar que es dificultoso, cita las historias de los griegos llamadas Olimpias, que afirman que, en los terremotos que antiguamente hubo en Grecia, los ríos que había se perdieron y aparecieron otros que nunca se habían visto, porque, como los ríos sean unos canales grandes de agua puestos como venas en el cuerpo de la tierra, con los temblores que padece sucede que los ríos que antes estaban se encubran y desparezcan yéndose por unos secretos mineros y descúbrense otros que nunca son vistos. De esta maravilla dice el sancto propheta que hará Dios en los últimos terremotos y temblores del mundo, que son los que han de preceder al día de sus venganzas: trocará las suertes de los ríos y hará en ellos muy varios sucesos. Hará que los caudalosos ríos del mundo y los poderosos, aquellos que con sus ramales y corrientes [7v] todo se lo llevaban tras sí, ésos sean sumidos, escondidos y anegados en el infierno y no quede de ellos memoria; y que los pequeñuelos y humildes, que han estado escondidos en el rincón de su celda, tapados con unos pobres andrajos, ésos a quien el mundo y sus murmuraciones los tiene sepultados, ésos salgan afuera, sean publicados y pregonados, manifiéstense, etc.
Salgan los pobrecicos hebreos que están aherrojados y envueltos en lodo, llegan fugitivos, medrosos y sin armas y sin defensa alguna a la lengua del mar Bermejo. Viene en su alcance Pharaón, cruel tirano, con un exército alucido. Abreseles el mar a los pobrecitos israelitas, aparéceseles en medio unas calles empedradas de cristal y unas paredes de grande hermosura para que no caiga el agua. Pasan alegres, con júbilo y fiesta, cantando al son de sus instrumentos en la propia mar, en las mismas aguas. Queda el soberbio Pharaón anegado y escondido en el infierno. El y todo su exército descenderunt in profundum quasi lapis 19. Justo juicio de Dios que el que en la vida es piedra en muerte con su peso vaya a lo hondo. ¡Oh trueco extraño, oh cambio venturoso! ¡Oh muerte dichosa del justo que llega a la muerte como verdadero israelita, que ha estado envuelto en tierra, aprisionado y encerrado! Y el fugitivo del mundo, el murmurado de todos, aquel cuya vida ha sido una perpetua cruz y halla el paso franco para el cielo, pasa sin embarazo alguno. Llega el peccadorazo, que ha gozado de prosperidad y bonanza, duro como piedra, quede allí atollado y escondido, sepultado, etc. El símil de los que entran en alguna güerta, dic, etc. ¡Oh dichoso trueco para el justo! ¿Qué os parece si amar es aborrecer y aborrecer es amar? Mill veces dichoso, hermano, le podemos llamar, pues hoy se empieza a aborrecer y castigar. Misericordia y dicha es grande que en esta vida se le concedan los trabajos padecidos por Dios, que en la otra se le aguardan los premios.
A este propósito es de notar el título del psalmo que empieza: Quam dilecta tabernacula tua, Domine virtutum! 20 Va diciendo David en aquel psalmo mill requiebros, nombres y epítetos a la bienaventuranza y a las eternas moradas díceles mill encarecimientos. Pónele a este psalmo un título que dice: In finem pro torcularibus filiis Core 21; entonen este psalmo los hijos de Core en los lagares. Sobre este título dicen Casiodoro 22 y el Incógnito 23 que Core quiere decir el Calvario donde Cristo fue crucificado, donde con su muerte engendró infinidad de hijos, aquellos de quien había dicho: Si posuerit pro pretio animam suam, videbit semen longaevum 24; si se ofreciere a morir por el pueblo, verá grande sucesión y descendencia de hijos, más que las estrellas del cielo, las arenas de la mar 25 y las gotas de la lluvia, que fueron los apóstoles, los mártires, confesores y las vírgines y todos aquellos que con dolores de muerte y cruz engendró el Hijo de Dios. [8r] Todos éstos son hijos de Core o del Calvario. Pues estos hijos que allí fueron engendrados, canten este psalmo y le entonen, y no en cualquier lugar y ocasión, sino pro torcularibus, donde se pisa y lava, donde le sacan la sangre y le hacen verter las entrañas. No se ha de cantar en las viñas, donde los racimos están en las vides al aire y al sol y a sus anchuras, donde están chupando y atrayendo el humor de la tierra, donde están cubiertos y defendidos con las pámpanas verdes y abrazados con sus sarmientos, sino en los lagares donde son tratados sin piedad y hollados del lagarero, apretados con un pesado madero.
¡Oh misterioso Dios, y cuán profundos son tus misterios! Este psalmo, que trata de la gloria de las moradas, es para los hijos engendrados en el Calvario. Y así no lo canten cuando están a sus anchuras, no aquellos que gozan de los regalos del mundo ni aquellos que gozan del viento próspero de la fortuna. A los que se debe esta música es a aquellos que están puestos, como en lagar, en la apretura de los trabajos, a los que son pisados y maltratados del mundo, a los que el madero de la cruz coge debajo y los estruja hasta no dejarles jugo. Bien se podrá el día de hoy cantar a los hermanos este psalmo, pues el uno deja el jugo de sus padres y todo lo que Cristo dice y se entra a ser pisado, etc., y el otro que profesa, a negar su voluntad y los gustos de la carne. Estos trabajos, estas penitencias y mortificaciones les servirán de alas para llegar a esos eternos tabernáculos 26. Así parece que lo quiso decir el Espíritu Santo (Job, capítulo 5): Homo nascitur ad laborem, et avis ad volandum 27. San Gregorio 28 sobre estas palabras dice: Advertid que se aparean estas dos cosas: el trabajo en los hombres y el vuelo en las aves; y de lo propio que sirven las alas a las aves de eso propio sirven los trabajos al justo. Las aves con las alas se levantan, y los hombres con las penitencias y trabajos suben hasta llegar a la presencia de Dios. Sirven, dice, de unos soplos soberanos que parece que matan la lumbre y más la encienden y fervorizan. No muere el justo en las penitencias, sino se enciende.