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San Juan Bautista de la Concepción Obras IV – S. Juan B. de la C. IntraText CT - Texto |
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Otra plática para entre las paschuas
Cuando llegó aquí el hermano campanero a ver si tañería a capítulo, no me pasaba por la imaginación y estaba bien olvidado de eso. Y este olvido lo causaba en mí estar ruin de la cabeza; y el tiempo tan de fiesta y tan opuesto a lo que es tratar de lloros o de faltas, que por nuestros pecados no faltan. Y hablar assí de repente, [183v] no sé qué poder decir, porque no hay cirujano que, para curar la más mínima llaga, no tenga necesidad de llevar los ungüentos aparejados y las hilas hechas; ni barbero que siquiera las scudillas y las vendas a punto puestas. Y cuando quiera curar llagas, reprehender faltas o aplicar medicinas, veo que nada hay aparejado. Y assí era necesario que Dios nos diera sanctas palabras para entretener un rato a sus charidades.
El médico, hermanos, entre otras, ha de tener, dicen, dos propiedades. La primera, dice Avicena, que bene affortunatum. Y ésta es de grande consideración, porque se ha visto un hombre no saber y tener grandíssima fortuna y dicha para con sus enfermos; et e contra, saber y ser mal fortunados. De los primeros quisiera yo ser, porque de esa clase han sido muchos sanctos que, sin letras y [con] poco saber, han tenido tanta gracia y dicha que han levantado muchos de sus tibiezas y enfermedades. De los segundos debo yo ser, no en el saber, sino en el male affortunatum, pues en sus charidades siempre veo algunas tibiezas y pocos fervores. Y porque sus charidades no echen la culpa a mi poco saber, sabe Dios dar esta sabiduría cuando él es servido de suerte que ninguno, por esa vía, pueda escusarse, pues no ha quedado por palabras.
La segunda propiedad que ha de tener un médico para ser bueno y aplicar bien las medicinas, es ser astrólogo, porque hay concurrencias de planetas en que hacen daño las medicinas, purgas y sangrías, etc.; unos planetas que son favorables para uno y no para otro, como dicen: marte para la guerra, venus a las fiestas, etc. Aunque yo no sé la propiedad de esos planetas y, por esta razón, me podía yo escusar por parecerme no correr en este tiempo planeta favorable, por ser de fiestas, para reprehensiones y aplicar medicinas y sanar [184r] enfermedades.
La tercera propiedad del médico es ser afable, cortesano y cumplido, para que, cuando no es tiempo de aplicar medicinas, visite y cumpla con el enfermo con visitarle, alegrarle y entretenerle en buena y afable conversación. Y con eso no pierde su estipendio, sino gana; lo cual no haría si no visitase, aunque no aplicase remedio. Esto ha de tener un prelado para tiempos semejantes que no ha de tratar de faltas: tratar de Dios, cosas de gusto y bien del alma. Y como yo no soy de los buenos prelados, a mí me faltan las palabras y las razones y discursos sanctos con que entretener un rato a sus charidades. Etc.
Pero, haciendo memoria, según la obligación nuestra de tratar siempre alguna cláusula de la regla, hallo entre las primeras aquellas palabras: Omnes fratres istius Ordinis intitulentur Sanctissimae Trinitatis 1, et sint sub obedientia prelati 2, donde veo que trata de obediencia. Y si volvemos los ojos sobre la fiesta de hoy, domingo y octava de los Inocentes 3, hallaremos la obediencia dibujada y pintada en estos sanctos niños 4, en quien no hubo ni pudo haber resistencia de voluntad para resistir el martirio y que no hiciesen de ellos lo que quisiesen, que los degollasen y despedazasen, por ser niños y no haber llegado a uso de razón y no tener más voluntad de la que la Iglesia les prestaba para derramar su sangre por su buen Jesús. Y esta obediencia está también dibujada y pintada en el sancto Joseph, de quien dice el evangelio que se le apareció en sueños un ángel y le dijo: Accipe puerum, et fuge in Aegyptum, et esto ibi usque dum dicam tibi 5; que es lo que tanto se encarece en la homilía sobre ese evangelio: que luego obedeció y fue sin replicar 6. Que parece pudiera decir: Pues ¿cómo? hasme dicho, ángel, que es salvador ¿y huye? Pudiera replicar por mill vías, etc., y no lo [184v] hizo.
Es un dechado entramas cosas de un verdadero obediente, que en nada, como un niño, ha de repugnar ni contradecir a la voluntad de su superior, aunque sea para martirizarlo, etc. Y assí es y assí se puede llamar el verdadero obediente mártir. ¿Qué es ser mártir? Degollar a un hombre, despedazarlo, matarlo, quitarle la vida. Pues eso es ser obediente: degollar su voluntad, su querer, despedazarla; como acullá en el martirio deshacen a un hombre, quede aquí deshecha la voluntad, etc. Y aun no sé qué me diga, la diferencia que hay de la muerte y tormentos del cuerpo al martirio de la voluntad, que parece que Cristo lo apunta por cosa de más dolor y sentimiento: Nolite timere eos qui occidunt corpus, etc.; timete eum, qui animam potest occidere 7. Eso es lo que se siente, esas operaciones y actos hechos y obrados acerca del alma; y assí ésa es terrible muerte, terrible martirio. Y el del cuerpo es de tan poca consideración por sí solo que, faltando la voluntad, no lo sería. Miren, hermanos, lo que digo: que se azoten, que ayunen, etc., esos trabajos ¿están conformes con la voluntad, etc.? Sí, pues mártir. ¿Falta la voluntad? Pues todo es cosa de risa en comparación de un religioso que padece sacrificando su voluntad y conformándola con Dios y con la obediencia.
Otra manera hay de mártires: que enpiezan a padecer en los tormentos, son azotados, etc., pero no completos, digo en la obra, porque faltó el tirano, etc., y en los tormentos no acabaron con él. Assí hay alguna manera de religiosos que castigan y azotan su voluntad y padecen trabajos en obedecer en algunas cosas, pero no son mártires completos, porque no del todo muere su voluntad, sino que siempre la tienen viva, de donde les nace el sentimiento en las cosas. Que, si [185r] fuesen voluntades muertas, ora las despedacen o prensen, etc., nada sienten. Por aquella palabra que dije: que hay algunos religiosos que, con cuanto padecen, se están y tienen las voluntades siempre vivas, se me ofrece una propiedad y semejanza de la siempreviva, que es una yerba que, colgada de un clavo de una tirante, sin tierra y sin raíces, siempre está viva. Desdichado y desgraciado del religioso que fuere de esta manera, porque veo en algunas religiones unos hombres, cortados y arrancados del siglo, colgados del aire siempre vivos, con una voluntad tan entera que es cosa de lástima.
Entre otros, solían dar dos géneros de martirios a los sanctos: con hierro y con fuego. Y con estos dos instrumentos un hermano podrá martirizar su voluntad para quedar siempre muy conforme con la de Dios y con la del prelado. El hierro es el temor y el fuego es el amor. Assí lo llama David: Confige timore tuo carnes meas 8; enclava y pon prensa en mis carnes con tu temor. Del fuego en muchos lugares. Ure, Domine, renes meos et cor meum 9. Parece hacen dos efectos contrarios el temor y el amor, el enclavar y el quemar: el temor y el clavo aprieta, encoge y recoge, el amor y el fuego ensancha y orillana, como lo vemos en la cera puesta al fuego, que de poca hay mucha. Respondo que con entrambas virtudes se dispone un alma y una voluntad para ser mártir en el sentido que decimos, quedando conforme con la de Dios. Una sponja que está llena de agua, para echarle un licuor otro de más consideración, lo primero la apretamos para que salga el agua y luego la ensanchamos para que quepa mucho de otro licuor. De esa manera esa voluntad que está llena de [185v] cosillas de la tierra, de aficiones de poca consideración, apretarla, salgan esas cosas y derrámense como agua. Como agua digo, que, cuando se derrama, no queda nada del vaso en que está, a diferencia de los otros licuores, que siempre queda algo. No quede nada, voluntad vacía, desembarazada. Y luego entre el fuego, el amor, ensanchando esa voluntad, para que en ella quepa la de Dios, que es grande y de grandes cosas y, junto con ella, la del prelado y las voluntades de los más mínimos de casa, para obedecerlos a todos, etc. Miren, hermanos, lo que dice David: Factus sum sicut uter in pruina 10; encogido como un odre al hielo. Pues ¿qué remedio? In meditatione mea exardescet ignis 11. Ure renes meos 12, etc. Y se ensancharán a esos senos para que quepa Dios.
Con esto, hermanos, queda respondido —pues digo que Dios nos ha dado con qué— a la otra obligación que tenemos, siendo día de comunión, tratar de la disposición y del recibirlo. Para lo recibir con temor, escudriñemos la casa, salga y vacíense las faltas y culpas. Con el fuego ensánchense, de suerte que el que en el cielo no cabe —qui, quem caeli capere non possunt 13— quepa en el alma del justo por ser templo ancho y grande, etc. De otras maneras he visto ensanchar y agrandar lo que es pequeño, como un guante que no cabe en la mano, con ungüentos olorosos, y un zapato que no cabe en el pie, picarlo y abrirlo, etc.; con eso cabrá y será grande. Con esto se ensancha esa voluntad: después de apretada con el temor, se ensancha con los ungüentos y unciones de la gracia, etc.; lo segundo, con lo que decimos del martirio: que se pique y corte esa voluntad, que no esté entera, que en semejantes voluntades no cabe Dios, etc.
De no tener estas dos virtudes tan en su punto proviene un notable defecto, que es no escudriñar ni limpiar de [186r] las imperfecciones, por mínimas que sean, las conciencias ni vaciarnos de los cuidados de acá. A las cosas de la tierra las comparó Cristo a las spinas 14, las cuales, aunque las tengáis en las manos, no hacéis cuenta que tenéis nada si no la apretáis. Apretad vuestra conciencia, recogeos con sancto temor dentro de vos, y veréis cómo os da pena un cuidadito, por pequeño que sea, etc. También tiene este efecto el fuego: limpiar. Et calculo mundasti ignito 15. Tomáis una poca de carne, despiojáisla y limpiáisla. Por mucho que la limpiáis, cuando la ponéis a la lumbre, se os va un gran rato en espumarla y echa de sí mill cosas de que yo no sabía. De esta manera un alma que con el temor limpia, puesta al fuego, echa de sí espuma y bascosidad, de que yo no sabía. Y el hermano que se llegare al sacramento de la penitencia pareciéndole que no tiene faltas, que ya ha limpiado, etc., señal que no hierve la olla, que no hay lumbre. Así lo decía el sancto rey David: Gastaba la noche en continuas oraciones y encendíase fuego en mi alma, et scopebam spiritum meum 16; con aquel fuego salía la spuma y yo quitábala. Etc.