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San Juan Bautista de la Concepción
Obras IV – S. Juan B. de la C.

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PRESENTACION DEL PRIMER MANUAL (1606)

INTRODUCCION

1. Ofrecemos a continuación las palabras con las que san Juan Bautista de la Concepción presentó a sus religiosos el primer manual de la descalcez, publicado en 1606. Son cinco páginas no numeradas 1 que transcribimos (esta vez con ortografía moderna, pues desconocemos el original) del Manual de los religiosos descalzos de la Orden de la Santísima Trinidad, Redención de cautivos. De nuevo aumentado y enmendado según el Romano reformado y uso antiguo de la Religión, Burgos, por Mateo Pérez, 1674, en 8.º. Por desgracia, hoy no se conoce ningún ejemplar de la primera edición. Y muy pocos quedaban en 1674, cuando el ministro general del momento, Fr. Antonio de la Concepción, decidió recuperar íntegramente, haciéndola suya, la exhortación del santo Reformador. Para desempeñarme del deber de escribir una nueva carta exhortatoria escribe, «recurro al sagrado de nuestro primer maestro, al norte y guía que Dios por su infinita bondad nos dio para tanto bien y dicha de todos, nuestro venerabilísimo padre y fundador fray Juan Bautista de la Concepción, el cual, en el manual que para la Religión compuso e imprimió el año de mil seiscientos y seis, en el principio de él pone una carta exhortatoria a todos los religiosos, digna de tal padre y dignísima de eterna memoria y que quede estampada en nuestros corazones. Parecióme que ni yo podía tener mayor acierto para con VV. RR., ni darles cosa de mayor estimación, que proponer la enseñanza de su padre; ni cumplía yo con tal padre dejando en olvido perpetuo (donde ya se iba sepultando, por haberse con el tiempo consumido los primitivos manuales) la celestial doctrina, el cariñoso cuidado que, con palabras tan vivas, eficaces y tan llenas de paternal amor, propuso a la Religión en sus primeros fervores. Y juzgándola por debida atención a padre que tanto pretendió, deseó y procuró el bien de sus hijos, me he resuelto a referir a VV. RR. a la letra su carta». Dicha carta exhortatoria o presentación del primer manual fue incluida también posteriormente en los tomos I y III del Ceremonial de los trinitarios descalzos editado en Madrid en 1779, así como en el tomo III del Ceremonial impreso en Roma en 1894.

Obras completas de San Juan Bautista de la Concepción

Presentación del primer Manual (1606)

 

2. En De los oficios más comunes... (III, 422ss), redactado a lo largo del bienio 1607-1608, san Juan Bautista de la Concepción alude repetidas veces a nuestro ceremonial, que «por la priesa y brevedad con que se imprimió, sólo hubo tiempo para recoger lo más común y universal». Según declara, en dicho ceremonial ha observado «menoscabos y muchas cosas que faltan», por lo que desea ahora completarlo y ampliarlo. Nótese que también en el presente texto se refiere a las ceremonias prescritas, a «nuestras santas ceremonias expresadas en este manual». Y se comprueba fácilmente que cuanto afirma «estar escrito en nuestro ceremonial» se halla expuesto asimismo en el manual de 1674. Por otro lado, el editor de 1674, según certifica, publica de nuevo la obra «añadiendo algunas cosas al manual de nuestro Padre, por las nuevas declaraciones de la sagrada Congregación de Ritos». Deducimos de todo ello que se trataba de un manual de ceremonias o ceremonial, cuyo contenido comprendía en sustancia la normativa que leemos en el tercer manual (1674), distribuida en los siguientes apartados: 1) Bendiciones y exorcismos; 2) Funciones ordinarias y peculiares de la Religión; 3) Procesiones, oficios cuaresmales y de Pentecostés, preces y rogativas; 4) Administración de los sacramentos y demás servicios espirituales a los enfermos, como también el oficio de la sepultura 2.

 

3. Esta presentación o carta exhortatoria, no obstante su brevedad, permite entrever amplios espacios del espíritu paterno del Santo respecto a los trinitarios descalzos. Con llaneza y sinceridad revela lo más nuclear de su carisma y misión reformadora. Dada la importancia que asigna al manual, por ser el primero, dice que es fruto de «tanta atención, preparación, lección y consulta». La dilación del libro obedece por un lado a «los muchos cuidados» de su oficio y, por otro, a precisos criterios de conducta que siempre orientaron sus pasos: a) Se ha de «ordenar lo que se guarda y se ha probado» (la praxis antecede y orienta la norma jurídica); b) aunque se trate de simples ceremonias, no quiere guiarse por su propio juicio, sino por la observación de la realidad y el parecer de los hermanos (de ahí las consultas que ha hecho y la atención que ha prestado a lo que ven muchos ojos); c) la búsqueda de lo más conveniente «según nuestra regla primitiva». Solicita la colaboración de todos para introducir mejoras en la parte que «no está tan expresada en el Romano», ya que «más ven cuatro ojos que dos y todas las cosas caminan del ser imperfecto al perfecto». Desvela, en fin, una vez más su hondo talante espiritual cual instrumento de Dios Trinidad: Vuestras caridades «conocen el deseo que Dios me ha dado de que en esta sagrada Religión todo vaya a su gusto, mayor gloria suya, humildad, aprovechamiento nuestro y edificación de todos los que miraren el adorno y compostura de esta nueva Orden. [...] Ea, mis hermanos, que pues ésta es Religión particular de toda la Santísima Trinidad, toda ella la está mirando con particular atención. Y ahora que en su nueva reforma la saca a vista de todos, es bien que sus caridades no sólo pongan la mira en lo esencial de la regla, sino en el vestido y adorno de las santas ceremonias».

FRAY JUAN BAUTISTA DE LA CONCEPCION
PROVINCIAL GENERAL DE LOS DESCALZOS DE LA SS. TRINIDAD REDENCION DE CAUTIVOS

A todos los religiosos en ella,
salud en el Señor
y en el Espíritu Santo consolación y paz.

Una de las cosas que más he deseado poner en ejecución, en las demás de trabajo que se han ofrecido en estos primeros principios, ha sido ordenar y disponer nuestro primer manual. Y como este trabajo no es para envolverle entre otros, por querer éste solo tanta atención, preparación, lección y consulta, no me he atrevido a poner manos en él hasta ahora. Pienso habré estado bien disculpado en la dilación de cosas de tanta importancia y consideración; que, por serlo, no era razón las ahogáramos entre los muchos cuidados que siempre ha habido. Y puesto caso que hasta ahora no hemos tenido manual impreso, era bien se pensase y mirase con muchos ojos lo que más conviene, según nuestra regla primitiva.

He procurado también estar a la mira para ver cómo se asentaban algunas santas ceremonias que desde su primer principio en nuestra sagrada Religión se han ido introduciendo. Porque es de gran valor y consideración ordenar lo que se guarda y se ha probado, y no tan fácil guardar lo que se ordena, porque, en fin, loqui facile, praestare difficile 1. También me habían pedido algunos religiosos lo dilatase y aguardase a que saliesen muchos apuntamientos y enmiendas que cada día se esperaban de Roma acerca del ceremonial romano. Y cuando no hubiera otra razón más de estar todos nuestros conventos tan en jerga y en sus principios —que más se ha tratado hasta ahora del ser— eso bastaba.

Mientras está el niño en las entrañas de la madre, ellas sirven de vestiduras y abrigo; no tiene necesidad de zapatos, porque no trae los pies por el suelo, ni de diferencias de potajes, ni guisados, que por vías secretas le procura la madre su sustento y buena conservación. Así parece que hasta aquí toda la Santísima Trinidad ha traído en las entrañas de su amor y divina providencia a esta sagrada Religión, donde, sin saber cómo, la ha conservado, abrigado, sustentado y dado tal ser cual convenía para parecer delante de sus divinos ojos y de los de sus siervos. Ahora ya parece quiere la Santísima Trinidad que viva de por sí y se valga, como dicen, por su pico, de suerte que sea necesario prepararle, guisarle y sazonarle los manjares. Lo cual se hace adornando lo esencial de la Religión con santas ceremonias y que éstas le sirvan de nuevo vestido para su conservación. Que bien se ve el peligro que tiene la fruta sin hoja: que es menos guardada y más combatida de las inclemencias.

Ya parece va dando Dios más lugar y reposo a la Religión —vanse aumentando los favores, disminuyendo los miedos y certificando de los prósperos sucesos— y que ya es tiempo de adornar a la hija del príncipe con vestiduras preciosas 2; y éstas es bien que sean tales y tan cortadas a su medida y talle. Que así como cuando se hubo de concebir el fuerte Sansón bajó un ángel con el orden que sus padres habían de guardar con tan misterioso hijo y después, al tiempo del nacimiento, volvieron sus padres a importunar al cielo enviase el ángel que les dijese en qué forma y manera se habían de haber en su crianza y educación 3, de la misma suerte quisiera yo ahora ser tal que, en compañía de sus caridades, obligáramos al cielo para que nos tornara a enviar aquel primer ángel que bajó a anunciar la concepción, principio y fundación de esta sagrada Religión (que, pues es [tan] fuerte que quita y saca cautivos cristianos de entre moros, bien la podemos comparar a Sansón) que nos dijera cómo nos habíamos de haber en las ceremonias y cosas más menudas de este nuevo parto y nacimiento de nuestra santa Religión y reforma. Mas creo, mis hermanos, que ya el cielo, usando de sus continuas misericordias, nos dio al principio un ángel, que fue nuestro muy santo padre Clemente octavo, que, siendo el que concedió el proprio motu de nuestra nueva reformación 4, ahora, en los últimos años de su pontificado, dispuso y ordenó las ceremonias romanas con particular acuerdo y desvelo 5. Nuevo ángel es el vicario de la Iglesia que tal ordena y hace. Y así no tiene más la Religión que de nuevo nace que vestirse de nuevo los adornos y librea de tal ángel. Y así, conformémonos en todo con la mente de Su Santidad; y donde dejare libertad para que nosotros pongamos las ceremonias y costumbres santas que nuestro hábito y descalcez pide, midámonos con ellas y con las que hasta aquí se han usado y con las más humildes y devotas que usan las religiones más descalzas y estrechas.

Espero en Dios saldrá este manual muy conforme al gusto de todos los que en nuestra sagrada Religión desean más perfección. En lo que Su Santidad y su sagrada congregación manda, no hay que alterar, que todo es muy conforme a nuestros deseos. Pero si en lo que no está tan expresado en el romano a alguno le pareciere que hay que advertir, lo advierta y diga; que, en fin, más ven cuatro ojos que dos, y todas las cosas caminan del ser imperfecto al perfecto, y cada día se irán limando y perfeccionando más. Bien sé que vuestras caridades no tendrán embarazo en advertírmela, cuando topen alguna inadvertencia que yo no haya reparado, porque conocen el deseo que Dios me ha dado de que en esta sagrada Religión todo vaya conforme a su gusto, mayor gloria suya, humildad, aprovechamiento nuestro y edificación de todos los que miraren el adorno y compostura de esta nueva Orden.

Lo que ahora se me ofrece encargar a vuestras caridades es el cuidado que deben tener en ponerlo en ejecución y que con gran puntualidad se guarde en todos nuestros conventos para que, usando todos de unas ceremonias y de un propio adorno, sea nuestro Dios más glorificado, como lo es en todas las obras bien ordenadas y compuestas. Que así han de estar todas las cosas de acá, para que sean más parecidas a las del cielo, donde todos los santos visten de una manera, como lo dice san Juan: Et dealbaverunt stolas suas in sanguine Agni 6, de aquellos millares que seguían al Cordero, que todos habían lavado las estolas en su sangre; todos tenían unas manos y tocaban un instrumento: Citharoedorum citharizantium in citharis suis 7; todos tenían una voz, una pronunciación y unas palabras, pues dice Isaías que todos clamaban: santo, santo, santo 8. Todos tenían una postura y concierto, pues aquella celestial gloria es ut castrorum acies ordinata 9. Que en la guerra no se consiente, so pena de la vida, un pequeño desorden en la obra, palabra o postura. Y aun por eso creo yo que dijo el amado Juan cuando vio bajar a la celestial Jerusalén: Sicut sponsam ornatam viro suo 10; no como esposa desairada, revuelta y descompuesta, sino ornatam, compuesta, como cuando sale a vistas a la puerta de la iglesia, en quien todos ponen los ojos y notan un solo alfiler mal puesto. Y aun porque Dios es amigo de tanta hermosura y puntualidad, le cuadra muy bien el nombre de delicado, como lo suele ser el señor de la familia: que mientras más advertido, con más facilidad se enoja por ver en su casa descuido y no andar todo puesto en ella con orden y concierto. Y si es Dios delicado, no hay que decir: poco importa esta ceremonia, que se quede o no se haga como debe. Que como el enfermo o convaleciente que se destempla con cosas pequeñas, los manjares no bien sazonados, el vestido no tan al justo, así hemos de temer se enojará Dios por las cosas que a nosotros nos parecen menudas y de poca consideración, porque acerca de Su Majestad y su divino culto ningunas hay que lo sean, porque la menor es de inmenso valor. Y si no, dígalo el hebreo: que porque contra el mandado de Dios cogió serojas en sábado (que parece no es cosa de consideración), para Su Majestad fue de tanta que mandó lo pagase con la vida y que las serojas se volviesen piedras con que fuese apedreado: Morte moriatur homo iste, obruat eum lapidibus omnis turba extra castra 11.

Finalmente, mis hermanos, es Dios muy amigo de cuenta, peso y medida; y al que por estas tres cosas gobierna el mundo y tiene contados los cabellos más delgados que se caen de la cabeza y se echan al muladar —Sed et capilli capitis vestri omnes numerati sunt 12—, no hay que echarle dado falso. Porque si fuera el descuido de tan poco peso como la paja, ésa pesa tanto en los ojos de Dios que hace cargo a los hebreos de lo que no trababan sus enlucidos y jaharros con paja: Et ipse aedificabat parietem, illi autem liniebant eum luto absque paleis 13; y por la paja en que faltaban, los reprende y castiga con la destrucción de todo lo que obraban: Ecce cecidit paries 14. Y si en su medida mide las gotas del agua y cuenta las arenas de la mar, ¿quién ha de vivir con descuido en cosas de tanto peso y valor como son las ceremonias del divino culto y costumbres santas de la Religión? Ea, mis hermanos, que pues ésta es Religión particular de toda la Santísima Trinidad, toda ella la está mirando con particular atención. Y ahora que en su nueva reforma la saca a vista de todos, es bien que sus caridades no sólo pongan la mira en lo esencial de la regla, sino en el vestido y adorno de las santas ceremonias. Que bien saben que muchas cosas que de suyo son hermosas, descontentan a quien las quiere y ama por estar descompuestas y desordenadas.

Para aquel famoso hecho que pretendió la valerosa Judit, anduvo reparando hasta la compostura del calzado que andaba por el suelo: Induitque sandalia pedibus suis 15; porque ese adorno, aunque parece de tan poca importancia, con las demás cosas preciosas que llevaba, subía de punto su hermosura. Y nuestro enamorado Cristo, en los amores que trató con nuestra santa Inés, no se contentó con recibirla por esposa, sino que, como galán cuidadoso, la vistió ricamente: Induit me Dominus cyclade auro texta 16. Ni la dejó dedos ni orejas que todo no lo adornase: Tradidit auribus meis inaestimabiles margaritas 17. Anulo suo subarrhavit me 18. Y quien es tan mirado que mira la huella que deja su esposa, cuando sale fuera de casa a buscar a su esposo —Quam pulchri sunt gressus tui in calceamentis, filia principis 19—, mejor mirará el calzado y el vestido. Que bien se infiere que, pues es de valor y estima la figura que en la tierra deja el zapato de la esposa, más lo será el zapato; y si lo es el pie, más lo será el pie descalzo. Que por eso aquella celestial mujer que vio el santo Juan bajar del cielo tenía la luna debajo de los pies y el sol por manto, como quien dice: no hay cosa baja, ni la ha de haber, en la que ha de ser esposa de Cristo. Esas pisadas que por acá nos parecen de tan poca consideración que cuando andamos las dejamos a las espaldas, son para Dios de tanta cuenta como la luna, que la tiene Dios por una lumbrera principal del cielo. Ese manto que la cubre es un sol resplandeciente: Mulier amicta sole et luna sub pedibus eius 20.

Cierto que no deja de causar admiración que la luna le sirva de chapines y el sol de manto, que son los dos planetas de más estima que hay en el cielo. Que fue decir: lo que es menos en la tierra, como son las huellas, zapatos y vestido de mi esposa, lo estimo yo como lo que es más en el cielo. ¿Qué piensan, mis hermanos, que son nuestras santas ceremonias, expresadas en este manual: aquel inclinarnos, postrarnos, besar el suelo y las demás que en la Religión se hacen? Huellas son que, aunque lo son en el suelo, luna son en el cielo; y son manto que cubren y adornan lo esencial de nuestra Religión; lo estima Dios como el sol. Y el comparar las ceremonias y adorno de la esposa al sol y a la luna no carece de misterio. La luna crece y mengua; y así en las religiones están más en su lleno las ceremonias cuanto más crece la guarda y perfección de su regla [y] decae al decaecimiento de ésta. Son como el sol por la cuenta que con ellas tiene Dios, pues del sol ni un átomo se esconde, ni se esconderá a Dios la guarda de la más mínima ceremonia: la profunda humillación del religioso, la atención de lo que ha de decir en el coro e iglesia, los ojos bajos, el besar la tierra, todo lo notará y contará para pagarlo en el cielo.

Y para que esta paga sea mayor y suba de punto con lo que la obediencia hace subir a levantar de quilates aun las más mínimas cosas que por ella se hacen, me ha parecido encomendar a sus caridades, por los méritos de ella, haya grandísimo cuidado en que se estudie este manual y empiece a poner desde luego en ejecución, señalando por maestros a los hermanos vicarios de nuestros conventos, que espero en nuestro Dios, por cuyo agrado ponemos ahora este cuidado, les pagará Su Majestad con el premio de su gloria, dándonos a sí mismo. Al cual pido a sus caridades me encomienden y le pidan me dé su ayuda, favor y gracia para que en todo le agrade y sirva.

De este nuestro convento de Madrid, a julio 15 de 1606.

Fray Juan Bautista de la Concepción,
Provincial general

 




1 La exhortación del Santo no había sido incorporada ni al Manual de 1623 ni al Ceremonial de 1645, que siguen cronológicamente al primer Manual por él publicado.



2 Cf. Carisma y misión, 316-320.



1 LACTANTIUS, Divinarum institutionum, l.IV (ML 6,520): «Homines enim malunt exempla, quam verba; quia loqui facile est, praestare difficile».



2 Alusión a Sal 44,10; Cant 7,1.



3 Cf. Jue 13,2-21.



4 Cf. Carisma y misión, 229-241, 728-734 (texto del documento).



5 Clemente VIII, además del Pontifical (1596) y del Caerimoniale Episcoporum (1600), publicó una nueva edición, enmendada y aumentada, del Breviario Romano (1602) y del Misal de Pío V revisado (1604).



6 Ap 7,14: «Et laverunt stolas suas, et dealbaverunt eas in sanguine Agni».



7 Ap 14,2.



8 Cf. Is 6,3.



9 Cant 6,3.



10 Ap 21,2.



11 Núm 15,32-35.



12 Lc 12,7.



13 Ez 13,10.



14 Ez 13,12.



15 Jdt 10,3.



16 Breviario romano, fiesta de santa Inés (21 de enero), antífona del II nocturno.



17 Ibid., antífona del I nocturno.



18 Ibid., antífona de laudes.



19 Cant 7,1.



20 Ap 12,1.

 

 






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